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¿Podría haber amor verdadero entre una princesa y un plebeyo? El millonario neozelandés Hunter Radcliffe no se parecía a ningún otro hombre que hubiera conocido la princesa Lucia Bagaton. Ella jamás podría estar con un plebeyo, pero tampoco podía resistirse a la atracción que había entre ellos. Sin embargo, el mayor problema no había llegado aún, porque Lucia se había quedado embarazada de Hunter. Aunque jamás le había dicho que la amaba, Hunter insistía en casarse con ella y Lucia sabía que no tenía otra elección. Después de todo, aquél no sería más que otro matrimonio de conveniencia entre la realeza de Bagaton... pero sería el primero en el que la princesa estaría embarazada.
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Seitenzahl: 183
Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2004 Robyn Donald. Todos los derechos reservados.
UNA PRINCESA PARA ÉL, Nº 1549 - julio 2012
Título original: His Pregnant Princess
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2004
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-0698-6
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Hunter Radcliffe miró por la ventana de su jet privado y, con sus ojos azules, observó el desierto que se extendía miles de pies más abajo. Miró el reloj y confirmó que en poco más de una hora aterrizaría en Dacia, una pequeña isla del Mediterráneo.
Nada más subirse al avión en Capetown, su asistente personal le había entregado una revista del corazón.
–¿Cuándo he leído yo este tipo de revistas? –le había preguntado Hunt al asistente.
El joven puso una amplia sonrisa.
–Pensé que a lo mejor le gustaría verla. Publican fotos oficiales del príncipe y la princesa de Dacia en el día de su boda.
Hunt ya tenía una foto dedicada de la pareja real, así que había dejado la revista en el asiento de al lado hasta que la curiosidad lo forzó a abrirla.
Las fotos habían sido tomadas en una de las habitaciones del palacio real. Aunque el príncipe Luka y su esposa, Alexa Mytton, parecían fríos y formales, nada podía ocultar la felicidad que irradiaba de ambos.
Debido a que tenía un compromiso previo, Hunt no había podido asistir a la boda, y por eso iba a cumplir la promesa de visitar a su vieja amiga y a su nuevo esposo.
Hunt pasó de página y se fijó en los ojos de color ámbar de una mujer que miraba distante a la cámara.
Era la princesa Lucía Bagaton, una prima lejana del rey de Dacia, y su invitada.
La Princesa de Hielo...
Era una de las damas de honor de Alexa y la expresión de su rostro indicaba que no estaba disfrutando nada de aquel evento. Hunt frunció el ceño. Probablemente, pensaba que su querido primo no había elegido bien a su esposa. Hunt odiaba la gente esnob.
Con un movimiento de muñeca, tiró la revista sobre el asiento contiguo.
Pero momentos más tarde la abrió de nuevo por la misma página. Nunca había conocido a Lucía Bagaton, aunque había oído hablar mucho de ella porque el hijo de uno de sus socios la había conocido, se había enamorado, y había muerto por ella.
Tres meses antes, después de la boda real, Hunt se había reunido con el padre de Maxime Lorraine y el hombre no había dejado de llorar la muerte de su único hijo. Años antes, el joven neozelandés había decidido forjarse un futuro en territorio extranjero, igual que había hecho Hunt. Édouard Lorraine había ayudado a Hunt a sortear los complicados protocolos de la sociedad y la economía europea.
–Ella lo atrapó –le había dicho Édouard con su fuerte acento inglés antes de dejar una copa vacía sobre la mesa–. Después, cuando él le pidió la mano, ella lo rechazó.
–¿Por esnobismo?
–Posiblemente. Los Bagaton tienen un pedigrí de hace unos dos mil años, mientras que, como bien sabes, yo no soy nadie. Además, creo que también por dinero.
–¿Cuál es el problema? –preguntó Hunt arqueando las cejas.
El hombre agarró la botella de cognac.
–¿Tú también quieres? Estoy seguro de que me concederás este lujo por una vez –se sirvió otra copa–. Puede que ella se hubiera enamorado de él, pero lo que más le atraía era el dinero. Ella no tiene nada. O una miseria.
–Creía que los Bagaton eran ricos.
–El príncipe sí, pero el padre y el abuelo de ella se gastaron la herencia como si pensaran que tenían una mina de oro. Tiene una posición estable, pero cuando el príncipe Luka anunció su compromiso con tu compatriota, la princesa Lucía comprendió que la influencia que tenía en Dacia había terminado. Hoy día, los títulos valen dos centavos, incluso los de princesa, pero tienen valor comercial. Es lógico que su mejor apuesta fuera encontrar un hombre rico con quien casarse.
–Cambiar su distinción social por su dinero –dijo Hunt con desprecio.
–Ella tiene ciertas cualidades que aumentan su valor –dijo Édouard con una cínica sonrisa–. Su rostro bonito y su figura esbelta son valores añadidos. También su discreción. No ha participado en ningún escándalo.
–¿La conoces?
–Por supuesto. Tan pronto como Maxime me contó que se había enamorado de ella, fui a Dacia. Es una mujer inteligente, de buenas maneras, siempre contenta y con un repertorio interminable de temas de conversación. Como la realeza que aparece en los libros –dio un sorbo de cognac–. Me cayó muy bien, y me dio la impresión de que mi hijo le gustaba, aunque nunca contó lo que pensaba –Hunt no hizo ningún comentario–. Maxime le pidió que se casara con él el día después de que el trato de Cortville se estropeara delante de mis narices. Seguro que lo recuerdas, algunos analistas estaban seguros de que todo saldría bien desde el principio.
–Lo recuerdo. Estaban equivocados.
–Fue una situación crítica durante una semana, en la que la Princesa de Hielo rechazó la mano de mi hijo. Él regresó destrozado y decidió unirse a aquella expedición –Hunt frunció el ceño pero no dijo nada–. Si ella no hubiera sido tan ambiciosa, si hubiera esperado unos días, ahora tendría a mi hijo y su dinero, y una vida con muchos más privilegios que la que había tenido. Pero no esperó y ahora él está muerto, perdido en un estúpido intento de descubrir dinosaurios en los pantanos de África. No se habría marchado si ella no lo hubiera rechazado.
Hunt se quedó pensativo. Maxime no había sido el clásico niño rico mimado, pero sí lo suficientemente joven como para sentirse invencible. Hasta que rompió con la princesa y decidió marcharse a África.
Le faltaba menos de una hora para conocerla y Hunt observó su rostro aristocrático que parecía tranquilo en la página de la revista. Aunque sentía lástima por el triste final de Maxime, no era asunto suyo si la princesa Lucía de Dacia era despreciable, una mujer que había sustituido la integridad por la malicia y el interés propio.
Se fijó en sus labios sonrosados y provocativos y se estremeció. Era una mujer muy bella. Tenía el cabello oscuro y lo llevaba recogido en una corona de trenzas, la piel dorada como un amanecer mediterráneo y los ojos de tigresa, de color ámbar con brillos dorados.
La princesa Lucía irradiaba sensualidad. Durante años había vuelto locos a los periodistas, no había hombres en su vida, no asistía a grandes fiestas, y sólo se dedicaba a las buenas obras y a intentar pasar desapercibida. Ni siquiera su romance con Maxime había llegado a los periódicos. En Dacia, su primo tenía poder suficiente como para mantener en privado los asuntos familiares.
Pasó de página y vio otra fotografía de ella bailando con un hombre. El pie de foto preguntaba si la Princesa de Hielo habría encontrado al hombre de su vida.
–Así que es lista, discreta y prudente –dijo Hunt en voz alta–. Una princesa modelo dispuesta a venderse al mejor postor.
Hunt tenía cosas mejores que hacer que observar las fotos de una mujer calculadora y sin corazón. Cerró la revista y la dejó a un lado pero, el rostro de aquella bella mujer permaneció en su mente.
Aquel rostro bonito, ocultaba a una mujer que se había entregado a un hombre que la amaba para después desdeñarlo.
Hunt se preguntaba si alguna vez la princesa se arrepentiría por haber dejado a Maxime Lorraine.
Se desperezó y esbozó una gélida sonrisa. Pronto encontraría la respuesta de algunas de sus preguntas porque ella iría a recogerlo al aeropuerto de Dacia.
La princesa Lucía de Bagaton, Cía para los allegados, se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja y se puso las gafas de sol. Al momento, llevó la mano al colgante de brillantes que llevaba en el cuello y lo acarició como si fuera un talismán. Al darse cuenta de lo que había hecho, dejó caer la mano a su regazo y tensó los labios.
Aunque aquello no era un encuentro oficial, se había vestido de manera conservadora. Hunter Radcliffe era un importante hombre de negocios, además de un amigo de Alexa, la nueva esposa de su primo.
«La última persona que vine a recoger al aeropuerto fue Alexa, ahora la princesa Alexa de Dacia», pensó Cía.
Aquel encuentro había cambiado la vida de Cía, pero el de ese día no lo haría. Sería la última vez que iría al aeropuerto a recoger a alguien en representación de Luka. Una semana más tarde se marcharía de la isla, el lugar que había sido su hogar desde que tenía diez años.
–Ya hemos llegado, Alteza –anunció el chófer a través del intercomunicador de la limusina.
–Gracias.
Antes de que el coche se detuviera ella relajó la expresión de su rostro. Los ciudadanos de Dacia esperaban verla sonriente. Agarró el bolso y esperó a que le abrieran la puerta. Sonrió al chófer y se dirigió al edificio del aeropuerto.
En el ascensor privado que llevaba a la sala de espera reservada para la familia real daciana, le preguntó al director del aeropuerto:
–¿El jet del señor Radcliffe llegará puntual?
–Aterrizará dentro de unos minutos, Alteza.
–Bien –sonrió–. Estupendo. ¿Cómo está su nuevo nieto?
–Es un niño encantador. ¡Y tan avispado! Ayer me echó una sonrisa y, aunque mi esposa y mi hija me dicen que es demasiado pequeño, yo sé que no eran gases. Conozco la diferencia entre una mueca de dolor y una sonrisa.
Cía salió del ascensor y, caminando delante de él, le dijo:
–Debe de saber que es un bebé con suerte, y que tiene una relación especial con su abuelo.
A ella le encantaban los niños. A veces, durante las noches que pasaba sin dormir, pensaba en los hijos que ya nunca tendría. Una vez más, llevó la mano hasta su cuello y tocó las cinco piedras preciosas que formaban una estrella. Al instante, la retiró de nuevo.
El director abrió la puerta haciendo una reverencia.
–Quizá sea demasiado pequeño para darse cuenta –dijo riéndose–. Confío en que todo esté como lo desee, Alteza.
Cía echó un vistazo a la habitación.
–Parece que todo está bien, como siempre. Gracias.
Él asintió y se acercó a la ventana.
–Ah, aquél debe de ser el caballero que espera –dijo con satisfacción al ver que un jet entraba en la pista de aterrizaje–. Creo que es un amigo de la princesa Alexa ¿no es así?
–Sí. Es neozelandés, como ella –dijo con voz tranquila y normal.
Había practicado suficiente. Luka llevaba cuatro meses casado con su esposa neocelandesa. Cía había estado muchos años tratando de aceptar que él nunca la vería como nada más que la prima lejana, más joven, que se había convertido en su responsabilidad cuando se quedó huérfana.
La mayor parte de la gente superaba sin dificultad los flechazos de la juventud, pero ella no conseguía sacar a Luka de su corazón. Amar a alguien durante más de la mitad de veinticinco años no era una costumbre fácil de romper.
El jet privado se dirigió al edificio y se detuvo al final del puente móvil. Con una sonrisa clavada en los labios, Cía se acercó a la puerta para recibir a Hunter Radcliffe.
«Lo único que necesito es que esté enamorado de Alexa y así tendremos la trama de una novela moderna de esas que terminan con llanto y desilusión», pensó Cía.
Pero el hombre al que había salido a recibir no tenía aspecto de haber amado a nadie en su vida. Al verlo acercarse hacia la puerta, Cía pestañeó y sintió cómo se le secaba la boca. Las fotografías de Hunter Radcliffe que aparecían en las revistas no transmitían el carisma que irradiaba de su persona.
Cía tragó saliva. De repente, el mundo parecía un lugar mucho más vital.
Era un hombre alto, más alto que Luka, con anchas espaldas, piel bronceada y paso de atleta. Al ver que se acercaba, Cía sintió un nudo en el estómago.
–Bienvenido a Dacia, señor Radcliffe –dijo en inglés, y antes de tenderle la mano, puso una amplia sonrisa–. Soy Lucía Bagaton, la prima del príncipe Luka.
Él le estrechó la mano.
–¿Cómo está, Alteza? Me alegro de estar aquí –dijo con cortesía.
Cía había hecho algunas investigaciones y había descubierto que él se había criado sin madre y que, como ella, se había quedado huérfano a los catorce años, lo que le había obligado a vivir durante tres años en una casa de acogida. A los veintitantos años, Hunter se había convertido en un operador de bolsa, un trabajo mediante el que uno podía hacerse rico pero para el que se necesitaban nervios de acero, gran conocimiento del ramo y muy buena suerte.
Una vez que había hecho fortuna, abandonó ese arriesgado mercado y amplió sus intereses en el campo de las finanzas.
Desafiando el fuerte impacto de su mirada, Cía decidió que él era lo bastante formidable como para conseguir todo aquello que se propusiera. La gente sensata posiblemente se ponía a cubierto cuando él buscaba signos de debilidad con la mirada de sus ojos azules.
Ella no podía huir.
–Mi primo y Alexa le piden disculpas. Por desgracia, están en...
–Una reunión especial de una organización benéfica. Lo sé –levantó la vista al ver que un mozo le llevaba el equipaje.
Era un hombre que no perdía el tiempo. ¿Y por qué Alexa no había elegido casarse con él?
No es que hubieran cambiado mucho las cosas. Cía llevaba mucho tiempo resignada ante el hecho de que Luka nunca la querría como ella deseaba que la quisiera.
–Estarán en casa cuando nosotros lleguemos –dijo ella, con mucha educación–. Me temo que antes de que podamos irnos tendrá que pasar por Inmigración y Aduanas –cinco minutos más tarde, después de que le sellaran el pasaporte y llevaran su equipaje hasta la limusina, ella señaló hacia la puerta–. Por aquí.
Él la dejó pasar primero.
–Después de usted, Alteza –sus palabras incluían cierto tono de burla.
Cía caminó por el pasillo con la espalda bien derecha. Una de dos, o no le había caído bien, o él no aprobaba la monarquía. Había mucha gente que opinaba que era una forma de gobierno atrasada, ¡pero no había quien convenciera de ello a los dacianos!
Y a Cía no le importaba lo que aquel hombre pensara de ella. Sin embargo, le sorprendía que Alexa, una mujer encantadora, pudiera tener un amigo tan arrogante.
Una vez en el ascensor, Cía se disponía a presionar el botón cuando se sobresaltó al sentir una mano sobre la suya y se retiró deprisa.
–Supongo que vamos a la planta baja, Alteza –dijo él. Una vez más, esa palabra era pronunciada con sarcasmo.
–Sí –dijo ella.
Él apretó el botón y el ascensor comenzó a bajar. Era ridículo que se sintiera tan afectada por su presencia.
Decidió que era el color de sus ojos lo que la alteraba. Estaba acostumbrada al color dorado de la familia Bagaton. Alexa tenía lo ojos grises, y aunque Cía tenía parientes ingleses con ojos azules, ninguno traspasaba sus defensas con la mirada como si fuera un láser.
¿Hunter Radcliffe podría ser cariñoso? Haciendo el amor quizá...
De pronto, una ola de adrenalina la invadió por dentro. Se quedó mirando al frente, consciente del vital aroma que desprendía el hombre que estaba a su lado.
Él se movió un poco y la miró sonriente. Era una sonrisa sexy y demoledora. Cía sintió que se le formaba otro nudo en el estómago.
–Creo que nunca había subido en un ascensor reservado para la realeza –dijo él.
Cía forzó una sonrisa.
–Es para las visitas privadas –contestó. Era como si la presencia de Hunter invadiera el espacio. Iba vestido con pantalón y camisa de algodón y, a su lado, Cía se sentía demasiado formal–. No hace falta que me llame Alteza. Incluso en situaciones formales, sólo se emplea una vez, después basta con un simple señora. Informalmente, la mayor parte de la gente me llama Lucía.
–Gracias por decírmelo.
Cía lo miró a los ojos. Al ver que él sonreía, descubrió que no le había dicho nada que no supiera. Hunter Radcliffe se codeaba con la élite mundial, así que conocía todos los detalles de las formalidades.
Con una sonrisa profesional, Cía guardó la estrella de brillantes debajo del cuello de su vestido. Le daba la sensación de que iba a ser una larga semana.
–Tendrá que perdonarme si cometo muchos errores. En Nueva Zelanda no solemos tratar con la realeza.
–Oh, no se preocupe. Ustedes, los kiwis son una gente muy adaptable. Alexa se ha adaptado fenomenal. Me parece que me dijo que había sido condecorado por la reina de su país, ¿o algo así? Lo siento. No lo recuerdo bien. ¿O quizá se equivocó ella?
–Por lo que parece Alexa se ha mantenido al día con la prensa de nuestro país –dijo él, frunciendo el ceño.
El ascensor se detuvo en la planta baja mientras Cía saboreaba un instante de satisfacción.
–Y estoy segura de haber visto fotografías suyas acompañando a una princesa de otra casa real europea –murmuró, y se puso las gafas de sol antes de salir a la calle.
–No esperaba que fuera una ávida lectora de las columnas de cotilleos.
–Estoy emparentada con casi todas la familias reales de Europa y, ya sabe, entre la familia las noticias corren deprisa –dijo ella. La princesa le había confesado que era un amante estupendo.
Aunque no se lo hubieran comentado, Cía lo habría adivinado. Su potente masculinidad era evidente. Pero se había quedado sorprendida cuando la prima había continuado diciéndole que él le había sido fiel durante el tiempo que estuvieron juntos.
–Por aquí –dijo Cía, señalando la limusina que los estaba esperando.
Una vez dentro del auto y acomodados, Hunter le preguntó:
–¿Qué es lo que está haciendo aquí, señora? ¿Obras benéficas?
–Me llamo Lucía –dijo ella, y trató de sonreír para que no se notara que se había sonrojado–. Y en cuanto a lo que hago... nada. Solía ser la secretaria de eventos sociales del palacio.
Atractivo no era la palabra adecuada para Hunter Radcliffe, era una palabra demasiado insípida para describir el potente rostro que le daba tanta autoridad. Y no tenía la misma belleza masculina que tenía Luka.
Pero no tenía un rostro que ella pudiera olvidar con facilidad y Cía tenía la sensación de que aquel hombre podría ser un buen enemigo.
–¿Secretaria de eventos sociales? Parece una profesión fascinante.
Cía trató de mantener la calma. No sólo era evidente que no le caía bien, sino que él estaba dispuesto a demostrárselo.
–Alguien tiene que hacerlo, y es una manera de ayudar a Luka.
–¿Y por qué necesita ayuda?
–No necesita ayuda, necesita una persona eficiente que sea buena organizadora.
–¿Y su necesidad era motivo suficiente para que usted dedicara su vida a sus eventos sociales?
–Mi madre murió cuando yo tenía diez años, y mi padre no estaba muy interesado por mí, así que Luka se ocupó de que pasara con él todas las vacaciones del colegio y, cuando terminé la escuela, vine a vivir aquí.
Él asintió.
–Creía que tenía parientes británicos.
–Tampoco estaban muy interesados en mí. Luka y Guy, otro primo de la familia Bagaton, me hicieron sentir que tenía una familia. Pero a Luka lo conocía mejor. Quería pagarle lo que había hecho por mí de cualquier manera posible.
–Deduzco que el colegio interno estaba en Inglaterra –comentó él–. Eso explicaría el buen acento que tiene.
–Eso, y el hecho de que mi madre era inglesa.
–Así que el tono de su piel lo heredó de su padre.
–No del todo. Mi madre era medio francesa y me parezco a ella, pero por supuesto, el cabello oscuro y los ojos marrones son característicos de todo el mediterráneo.
–Es posible, pero esa piel del color y la textura del oro satinado, y los ojos color ámbar cálido no lo son –dijo con voz masculina y sensual.
Cía sintió que una ola de calor la invadía por dentro y no pudo evitar tocar la estrella de brillantes que llevaba al cuello.
Se sonrojó al ver que Hunter seguía sus movimientos con la mirada y soltó el colgante enseguida. «Este hombre es peligroso», pensó ella.
–Sabe hacer cumplidos interesantes. Cálido ámbar, he de recordar eso. Creo que nadie ha descrito nunca de esa manera los ojos de la familia Bagaton. También me gusta la idea de la piel como oro satinado –puso una sonrisa fría y distante–. Quizá haga que ponerse crema protectora todo el rato sea algo menos molesto. El aroma predominante en el verano mediterráneo es el de la crema protectora.
–El suyo no. Cuando camina deja en el aire una mezcla de perfume caro y suave. Y en cuanto a su piel, ha de saber que todos los hombres que la ven se preguntan cómo se vería junto a la de ellos.
Cía experimentó una serie de sensaciones tan poderosas que no le permitían pronunciar palabra para cambiar de tema.
El silencio se apoderó del ambiente y, al cabo de un momento, ella dijo con una sonrisa:
–Me temo que no lo sabía.
Nunca se habría imaginado que se podía sentir una atracción tan fuerte por un hombre al que no conocía y que enseguida había empezado a caerle mal. Cuando la miró fijamente, supo que no tenía manera de enfrentarse a él. Protegida del resto de los hombres por el amor que sentía por Luka, a los veinticinco años, seguía siendo virgen.
¡Una virgen que se excitaba al ver a aquel hombre!