Noches apasionadas - De amigos a amantes - Kathie Denosky - E-Book

Noches apasionadas - De amigos a amantes E-Book

Kathie Denosky

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Beschreibung

Noches apasionadas Kathie DeNosky Summer Patterson deseaba un hijo más que nada en el mundo. Lo que no quería era un marido. Por suerte, Ryder McClain, su mejor amigo, podía ser el donante de esperma perfecto. Era leal, innegablemente sexy y el único hombre en el que ella confiaba… y esa era la única razón por la que accedió a concebir a su hijo de un modo natural. Las noches con Summer ardían de pasión y Ryder empezaba a sentir el calor. Pronto descubrió que se estaba enamorando de ella y de la idea de ser padre, pero ocultaba un secreto que podía destruir para siempre la fe que Summer tenía en él. De amigos a amantes Nikki Logan Marc Duncannon y Beth Hughes era los mejores amigos... hasta que un beso encendido reveló secretos y lo estropeó todo. Diez años más tarde, Beth buscó a Marc y lo encontró luchando por salvar a una ballena. Juntos en una solitaria playa australiana se enfrentaron al agotamiento, a los elementos y a sus propios demonios personales, ya que Beth y Marc también necesitaban salvarse el uno al otro. Descubrieron que merecía la pena luchar por su amistad, aunque entre ellos podría haber algo incluso más fuerte: ¿quizá un amor que podría durar una vida entera?

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

©2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 65 - abril 2019

 

© 2013 Kathie DeNosky

Noches apasionadas

Título original: A Baby Between Friends

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

© 2011 Nikki Logan

De amigos a amantes

Título original: Friends to Forever

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2013 y 2011

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-954-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Noches apasionadas

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Epílogo

De amigos a amantes

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Ryder McClain miró furioso a los cinco hombres que le sonreían como un puñado de idiotas. Después de diez años juntos en el rancho Última Oportunidad, un hogar para chicos a los que el sistema de acogimiento de menores consideraba causas perdidas, los quería a todos, pero en aquel momento le habría causado mucha satisfacción ponerles las manos en el cuello y apretar.

–Solo lo voy a decir una vez más y luego espero que dejéis el tema –dijo entre dientes–. He traído a Summer Patterson a la fiesta porque es una amiga que no tenía otros planes. Punto. No hay nada entre nosotros.

–Claro, si tú lo dices, hermano –la expresión escéptica de Jaron Lambert indicaba que no creía ni una palabra de lo que acababa de oír–. Y seguro que también crees todavía en el Ratoncito Pérez, ¿verdad?

–Te apuesto cien contra uno a que la chica en cuestión tiene otras ideas –intervino Lane Donaldson balanceándose sobre los talones de sus botas de piel de cocodrilo hechas a mano.

Lane era un experto jugador de póquer que utilizaba su licenciatura en Psicología para leer en la mente de las personas como en un libro abierto. Aunque en ese caso era obvio que leía el capítulo equivocado.

–Sí. Yo diría que te ha separado del rebaño y te está tomando las medidas para colocarte la silla –añadió Sam Rafferty riendo.

Sam era el único casado de los hermanos adoptivos y su esposa, Bria, y él daban aquella fiesta para celebrar la renovación de sus votos matrimoniales y el embarazo de Bria.

–Más vale que lo aceptes, Ryder. Tus días de soltero están contados.

–Tú lo que quieres es que uno de nosotros te haga compañía en el montón de los atrapados –Ryder respiró frustrado–. Pero por lo que a Summer y a mí respecta, eso no va a pasar… ni ahora ni en el futuro. Ninguno de los dos tenemos la más mínima intención de ser otra cosa que buenos amigos. Fin de la historia.

T. J. Malloy detuvo la botella de cerveza a medio camino de la boca.

–Ryder, ¿acaso te golpeó un toro en la cabeza en el último rodeo? Eso explicaría que no veas lo que tienes claramente delante de los ojos.

–Bueno, esto me facilita mucho las cosas –Nate Rafferty sonrió y se giró hacia la pista de baile, donde Summer charlaba con Bria y su hermana Mariah–. Si a ti no te interesa, la voy a sacar a bailar.

Ryder sabía que su hermano lo estaba pinchando, pero bajó la mano con fuerza sobre el hombro de Nate.

–Ni se te ocurra, Romeo.

–Oh, o sea que sí la quieres para ti –comentó Lane.

–No –Ryder apretaba la mandíbula con fuerza–. Pero Summer no necesita el dolor de cabeza que supone Nate.

Tenía una gran opinión de su hermano adoptivo, pero la filosofía de Nate de amar a las mujeres y abandonarlas había dejado un rastro de corazones rotos por todo el suroeste.

–No te ofendas, Nate, pero tú eres lo último que necesita.

–Ahí te ha pillado, Nate –comentó Sam.

Nate y él eran los dos únicos del grupo que eran hermanos de sangre, pero no podrían haber sido más diferentes. Sam jamás había poseído la vena salvaje que tenía su hermano menor.

Nate se encogió de hombros.

–Yo no puedo evitar amar a las mujeres.

–Tu interés por las mujeres tiene algo de patológico –comentó Ryder–. Deja en paz a esta y todo irá bien. Si cruzas esa raya, vamos a tener problemas.

Optó por ignorar las miradas de suficiencia que intercambió el grupo y se alejó para no ceder a la tentación de pegarles. Para empezar, no quería arruinar la fiesta de Sam y Bria con una pelea y, además, procuraba no pegar nunca a nadie sin ningún motivo. Lo había hecho una vez cuando era adolescente y las consecuencias casi le habían arruinado la vida. No pensaba volver a correr ese riesgo.

–¿Ryder?

Volvió la cabeza en dirección a la voz y miró a Summer. Esta, una hermosa rubia de ojos azules, y él habían sido muy buenos amigos los últimos años. Aunque Ryder pensaba que cualquier hombre sería afortunado de poder considerarla su mujer, procuraba evitar pensar en ella de otro modo que como amiga. Si hubiera algo más entre ellos, se sentiría obligado a decirle la razón por la que había terminado en el rancho Última Oportunidad. Eso era algo que no quería contar a nadie y la causa de que no hubiera tenido una relación seria con ninguna mujer. Algunas cosas estaban mejor enterradas en el pasado. Además, no quería correr el riesgo de perder la agradable amistad que habían entablado teniendo una aventura romántica con ella. Y sospechaba que a Summer le ocurría lo mismo.

–¿Te pasa algo? –preguntó ella, con expresión preocupada.

Ryder negó con la cabeza y sonrió a la joven bajita.

–No, solo que me he cansado de oír las tonterías de mis hermanos.

Ella sonrió.

–Tienes suerte. Al menos tú tienes hermanos que te irriten. Yo nunca he tenido ese problema.

Ryder se sintió inmediatamente culpable. Aunque sus hermanos adoptivos podían ser muy pesados, no tenía dudas de que podía contar con ellos para todo, igual que ellos con él. No pasaba ni un día en el que no diera gracias a Dios por tenerlos en su vida.

Pero Summer nunca había tenido nada igual. Había sido hija única de una pareja mayor que se había matado en una avioneta cuando ella estaba en el segundo año de universidad. La muerte de sus padres la había dejado sin familia.

–Sí, a veces pueden ser muy pesados –Ryder sonrió–, pero supongo que después de tantos años, no tengo más remedio que seguir aguantándolos.

Ella se echó a reír.

–Buena idea. Pero en serio, tu familia es fantástica. Conozco a algunos de tus hermanos de haberlos visto competir en los rodeos en los que hemos trabajado, pero no conocía a la mujer de Sam ni a su hermana. Son muy simpáticas y me parece fantástico que os hayáis mantenido unidos a lo largo de los años.

–¿Has tenido ocasión de bailar? –preguntó Ryder.

–Todavía no –ella miró la pista de baile que Sam había hecho construir a sus vaqueros en uno de los graneros.

–Me pareció que el capataz de Sam te sacaba antes.

–Supongo que ha sido muy amable –ella se encogió de hombros–, pero en ese momento no me apetecía bailar.

–Pues si no te importa un vaquero torpe con el peor sentido del ritmo a este lado del Mississippi, para mí sería un honor girar contigo al son de la música.

Summer sonrió.

–Creía que todos los vaqueros de Texas se enorgullecían de bailar bien.

–Yo no –Ryder movió la cabeza cuando la banda empezó a tocar una pieza lenta–. No sé moverme.

–En eso no estoy de acuerdo –murmuró ella. Apoyó las manos en los brazos de él, que la había tomado por la cintura–. Te he visto moverte con un toro de mil kilos y te mueves bien.

–Porque es mi trabajo –él intentó no prestar atención al modo en que sus manos suaves le calentaban la piel a través de la tela de la camisa–. Si no hago que esos toros bailen conmigo, pisotearán al vaquero que los monta.

–¿Tú no estudiaste para dirigir un rancho? –preguntó ella–. Sería más normal que te quedaras en casa dirigiendo tu rancho en lugar de viajar por el país midiéndote con esos toros gigantes.

–Sí, me gradué en la Universidad de Texas –contestó él–, pero tengo un capataz muy bueno y le pago muy bien para que me informe varias veces al día. Le digo lo que quiero hacer y él se encarga de que se haga. Eso me da libertad para estar en los rodeos salvando a montadores de toros pirados como Nate y Jaron.

–En otras palabras, te gusta ser un héroe.

Él rio. Negó con la cabeza.

–No. Estoy en esto por la adrenalina –era una explicación más fácil que admitir que siempre se había sentido impulsado a proteger a otros aun a riesgo de ponerse en peligro él.

Cuando terminó la canción, salieron de la pista y Ryder instaló a Summer en una mesa y fue a buscar bebidas. De camino a la barra, frunció el ceño. Todavía le cosquilleaban los brazos donde ella había apoyado las manos y no conseguía saber por qué. ¿Se debía a que sus hermanos le habían metido ideas en la cabeza en relación con Summer?

Alzó la vista y vio que sus hermanos lo miraban interesados. Todos mostraban la misma sonrisa. Sintió ganas de darles un puñetazo en el estómago.

Agradecía profundamente que su padre adoptivo hubiera inculcado un fuerte sentido de familia entre los chicos que ayudaba a guiar en los difíciles años de la adolescencia. Como Hank Calvert les decía siempre, cuando fueran adultos agradecerían contar con los demás, puesto que ninguno de ellos tenía familia propia. Y eso era lo que sentía Ryder… la mayoría del tiempo. Pero había otras veces, como aquella, en la que sus hermanos podían ser unos pelmas.

 

 

Summer observaba con aire ausente a los bailarines, que formaban un par de filas paralelas y empezaban a moverse al unísono al son de una canción alegre. Estaba disfrutando. Normalmente rechazaba las invitaciones de los hombres con los que trabajaba, pero Ryder era diferente. Habían sido amigos desde que ella aceptara el trabajo de directora de relaciones públicas para el circuito suroeste de la Asociación de Rodeos, y por razones que no podía explicar, confiaba en él.

Por supuesto, eso probablemente tuviera que ver con el modo en que él había cortado a algunos de sus compañeros de trabajo más agresivos cuando ella había empezado a trabajar para la Asociación de Rodeos. Desde el primer momento, Ryder se había esforzado por recordarles a todos que ella era una señorita y debía ser tratada como tal. A ella siempre le había mostrado un gran respeto y no habían tardado mucho en desarrollar una relación cómoda y fácil. Y ni una sola vez había dado muestras de querer algo más de ella que amistad.

–¿Te importa que me siente contigo, Summer? –preguntó Bria Rafferty detrás de ella–. Después del último baile, necesito recuperar el aliento.

Summer se volvió a sonreír a la mujer morena.

–Por favor, siéntate –miró a su alrededor–. ¿Dónde está el resto del clan?

–Sam, Nate, T. J. y Lane están debatiendo las diferencias entre las distintas razas de toros y cuál es más difícil montar –Bria rio y señaló el lado opuesto del granero–. Y Mariah y Jaron están otra vez discutiendo si voy a tener un niño o una niña.

–¿Qué os gustaría que fuera a Sam y a ti? –preguntó Summer.

–Me da igual siempre que el bebé esté sano –Bria se llevó una mano al estómago, todavía plano.

–¿Y a tu esposo?

–Sam dice que le da igual, pero creo que le gustaría que fuera un chico.

–¿No es eso lo que quiere la mayoría de los hombres? –Summer sonrió.

–Creo que es porque quieren un hijo con el que hacer cosas aparte de que transmita su apellido –repuso Bria.

–¿Cuándo esperas el niño? –preguntó Summer.

–A comienzos de primavera.

–Dentro de poco sabrás si es niño o niña –comentó Summer.

–Sam y yo hemos decidido que no queremos saberlo –Bria rio–. Pero cuanto más se acerca el día de la ecografía, más creo que Sam cambiará de idea.

–¿Por qué lo dices?

–No deja de preguntarme si intuyo que va a ser niño –Bria alzó los ojos al cielo–. ¡Como si yo pudiera saberlo!

–¿Quieres que vaya a buscarte algo de beber, Bria? –preguntó Ryder, que acababa de llegar a la mesa.

Entregó un vaso de limonada a Summer y dejó una botella de cerveza en la mesa para él.

–Gracias, pero creo que voy a ver si Sam está preparado para cortar esa tarta gigante que insistió en encargar –Bria se levantó.

Summer miró la enorme tarta de cuatro pisos colocada en el centro de la mesa de los refrescos.

–Espero que tengas sitio en el congelador –comentó Ryder. Se sentó al lado de Summer–. Yo diría que os va a sobrar la mitad.

–No tendré que hacer tartas de cumpleaños para ninguno de vosotros hasta el año que viene. Solo tendré que descongelar un trozo de esta y ponerle una vela.

–Nos hace la cena y una tarta de cumpleaños a todos –explicó Ryder cuando Bria se alejaba en dirección a su esposo.

–Creo que es fantástico que estéis tan unidos –musitó Summer–. ¿Tu padre adoptivo tomaba parte en vuestras celebraciones antes de morir? –preguntó con curiosidad.

–Bria incluía siempre a su hermana Mariah y a Hank en todas nuestras reuniones. Para Bria la familia lo es todo, y nosotros se lo agradecemos mucho. Nos ayuda a estar unidos.

Summer lo miró por el rabillo del ojo. Admiraba a sus hermanos y a él por el cambio que habían dado a sus vidas y el vínculo fuerte que habían forjado. Se habían conocido debido a una juventud problemática, pero con la ayuda de un hombre muy especial, habían aprendido a olvidar el pasado y seguir adelante. Con dedicación y trabajo duro, los seis se habían convertido en hombres de éxito y en el proceso habían permanecido tan unidos como si fueran hermanos biológicos.

Cuando Bria y Sam cortaron la tarta, Ryder se puso en pie.

–Voy a buscar trozos de pastel y luego, si quieres, bailamos más antes de que te lleve al hotel.

–Me parece un buen plan –asintió ella.

Una hora más tarde, después de haber felicitado de nuevo a los Rafferty, Summer subió con Ryder al todoterreno.

–¿Tienes frío? –preguntó él–. Puedo poner la calefacción.

–No, estoy bien. Pero gracias por preguntar –había algo de frescor en el aire, que anunciaba que había llegado el otoño, pero no hacía frío.

–Espero que te hayas divertido –Ryder puso el motor en marcha y enfiló el vehículo hacia la carretera principal.

–Lo he pasado muy bien –le aseguró ella con una sonrisa–. Gracias por haberme invitado a acompañarte.

Ryder entró en la autopista y puso la radio en una emisora popular country.

–Tendrás que volver a alguno de nuestros cumpleaños.

–Me gustaría –repuso ella. Y hablaba en serio.

Guardaron un silencio cómodo y, mientras él conducía, Summer observaba su perfil. Con el cabello castaño oscuro, los ojos verdes y la sonrisa fácil, resultaba indudablemente guapo. Y si eso se combinaba con una impresionante figura y una personalidad relajada, no había duda de que Ryder McClain era el tipo de hombre con el que fantaseaban muchas mujeres. Sus hombros anchos y pecho grande serían el lugar ideal para que una mujer apoyara la cabeza cuando el mundo le ofrecía más desafíos de los que creía poder controlar. Y la fuerza latente de sus brazos musculosos la mantendría a salvo de cualquier daño.

–Summer, ¿estás bien? –preguntó él.

Ella asintió, algo avergonzada.

–Estaba pensando en la fiesta –mintió; no sabía cómo empezar la conversación que tenía en mente. Era algo a lo que había dado muchas vueltas en la cabeza y sabía que había llegado el momento. En realidad, por eso había aceptado ir a la fiesta con él, para tener ocasión de hablar a solas antes del próximo rodeo.

–No recuerdo ninguna reunión nuestra en la que no nos hayamos divertido –comentó él con una sonrisa.

–¿Incluso cuando tus hermanos te irritan como esta noche?

Él se echó a reír.

–Sí, incluso cuando nos metemos unos con otros, también disfrutamos estando juntos.

–Por lo que has dicho antes, parece que esta noche te ha tocado que se metieran contigo –comentó Summer.

Creía saber el motivo de las burlas. Debido a las exigencias de los trabajos de ambos, Ryder y ella habían sido vistos pocas veces juntos fuera de los rodeos. Era natural que sus hermanos hicieran especulaciones sobre su relación.

Ryder se encogió de hombros.

–Mientras se meten conmigo, se dejan en paz entre ellos. Hace unos meses le dábamos la lata a Sam por lo terco y orgulloso que podía llegar a ser. Eso fue cuando Bria y él tuvieron un bache en el matrimonio.

–¿Siempre sabéis tantas cosas unos de otros?

–Es difícil ocultar cosas a personas que te conocen mejor de lo que a veces te conoces tú mismo –admitió él–. ¿Por qué lo preguntas?

Ella había esperado intencionadamente a que estuvieran solos en el vehículo y hubiera oscurecido, para no tener que mirarlo a los ojos. Pero había llegado el momento de presentar el caso y pedir ayuda.

–Últimamente he pensado mucho… –empezó a decir; y se arrepintió de no haber ensayado antes aquel discurso–. Aunque nunca he tenido hermanos, echo de menos formar parte de una familia.

–Lo sé –él le cubrió una mano con la suya–. Estoy seguro de que un día encontrarás a alguien y echarás raíces y entonces no solo formarás parte de la familia de él sino que tendrás una propia.

–Eso no va a pasar –ella negó con la cabeza–. No tengo ningún interés en casarme ni en tener un hombre en mi vida, excepto como amigo.

Ryder parecía sorprendido por el tono de seguridad de ella. Nunca habían hablado de lo que podía depararles el futuro y sin duda él no se esperaba aquello. Se esforzó por resultar menos vehemente.

–Voy a elegir otra ruta para conseguir la familia que quiero –continuó–. En estos días es bastante común que una mujer elija ser madre soltera.

–Bueno, hay muchos chicos de todas las edades que necesitan un buen hogar –asintió él–. Una mujer sola que quiera adoptar un niño no tiene tantas trabas como antes.

–Yo no hablo de adoptar un niño –respondió Summer con la vista fija en el parabrisas–. Al menos todavía. Si puedo, quiero conocer todos los aspectos de la maternidad, incluido el embarazo.

–Hasta donde yo sé, quedarse embarazada es un poco difícil sin la contribución de un hombre –replicó él.

–Tendría que participar un hombre… hasta cierto punto –se acercaban rápidamente al momento de la verdad–. Pero hay otros modos de quedarse embarazada aparte del sexo.

–¡Oh!, ¿vas a ir a un banco de esperma? –él no se mostraba crítico y ella decidió que eso era buena señal.

–No –dijo–. Prefiero conocer al padre de mi hijo como algo más que como un número en un vial y una serie de características físicas.

Ryder parecía confuso.

–¿Y cómo vas a hacer que ocurra eso si no quieres esperar a conocer a alguien y no quieres ir a un banco de esperma?

A ella se le aceleró el pulso.

–Tengo un donante en mente.

–Bueno, supongo que si él está de acuerdo, eso podría funcionar –comentó él pensativo–. ¿Es alguien que yo conozca?

–Sí –ella hizo una pausa para reunir valor–. Quiero que tú seas el padre de mi hijo.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Ryder solo podía recordar un par de veces en sus treinta y tres años en las que se hubiera quedado sin palabras. Y esa era la tercera. La petición de Summer lo había dejado atónito.

Para evitar un accidente, se acercó al lateral de la carretera y paró el vehículo. Se volvió a mirar a la mujer sentada a su lado y el corazón empezó a latirle con fuerza. Summer no bromeaba. Hablaba en serio y esperaba que él le dijera que sería el padre de su hijo.

–Sé que esto te ha pillado por sorpresa –comentó ella, retorciéndose las manos en el regazo–. Seguro que no te lo esperabas.

–En eso tienes razón –repuso él.

Respiró hondo e intentó pensar cómo proceder en esa situación. Sabía que debería hacer algunas preguntas, pero no estaba seguro de qué quería saber primero. ¿Por qué ella pensaba que no encontraría un día al hombre apropiado y cambiaría de idea en lo de casarse y tener la familia que quería? ¿Por qué había decidido que él era el hombre que quería que la ayudara? ¿Y cómo pensaba convencerlo de que aceptara un plan tan disparatado?

–Tendremos que hablar de esto –anunció, pues necesitaba tiempo para pensar–. Pasaremos por el hotel a recoger tus cosas y te vienes al Cañón Azul conmigo.

–No, creo que es mejor que me quede en el hotel y no en tu rancho –replicó ella–. Podría parecer que estamos…

–¿En serio? –él respiró hondo–. ¿Te preocupa lo que pueda pensar la gente pero quieres que te deje embarazada?

–Eso no es lo que te pido –ella negó con la cabeza–. No quiero que me dejes embarazada tú, quiero que hagas una donación de semen en una clínica.

Ryder lanzó un gruñido.

–¿Y dónde está la diferencia? El resultado final sería que tú estarías embarazada y yo sería el padre.

–¡Oh!, yo no espero que mantengas al bebé ni ayudes a criarlo –insistió ella–. Mis padres me dejaron suficiente dinero para que podamos vivir de sobra el bebé y yo.

A Ryder le costó mucho reprimir una palabra que ella probablemente encontraría muy ofensiva. ¿Acaso no lo conocía en absoluto? ¿Quería que la ayudara a hacer un bebé y después desapareciera como si no hubiera pasado nada?

–Summer, terminaremos esta conversación en mi rancho –respondió con firmeza. Para poder pensar racionalmente, necesitaba tiempo para superar el shock de la petición y la irritación de que ella no quisiera que tuviera nada que ver con su hijo.

–No, yo prefiero…

–Betty Lou, el ama de llaves, estará con nosotros, así que no tienes que preocuparte del qué dirán –declaró él, que no entendía por qué le preocupaban tanto los rumores de la gente.

No tenía intención de acceder a su deseo, pero necesitaba llegar al fondo de lo que pensaba ella y saber por qué estaba dispuesta a arriesgar su amistad pidiéndole aquello.

–Tendrás que admitir que lo que pides es importante y necesitamos hablarlo mucho. Si te quedas en mi rancho hasta que tengamos que partir para el próximo rodeo dentro de un par de días, tendremos intimidad para hacerlo.

Ella no parecía nada contenta con la oferta, pero al parecer se dio cuenta de que acompañándolo al rancho tendría más probabilidades de conseguir lo que quería.

–Si es el único modo de que vayas a considerar ayudarme…

–Lo es.

Ryder no quería engañarla ni hacerle creer que la iba a ayudar, pero necesitaba hablar con ella y hacerle ver que había otras alternativas para tener la familia que quería aparte de ir por ahí pidiendo a hombres desprevenidos que la ayudaran a quedarse embarazada.

Ella respiró hondo y añadió con lentitud:

–Está bien. Si así vas a considerar ayudarme, iré al rancho contigo.

Los dos guardaron silencio durante el resto del camino hasta el hotel y, cuando llegaron al rancho, después de que ella recogiera sus cosas y pagara el hotel, era más de medianoche.

–Es tarde y no sé tú, pero yo estoy muy cansado –dijo él cuando aparcó el todoterreno delante de la casa–. ¿Por qué no descansamos y hablamos de eso después del desayuno?

Summer asintió.

–Creo que será lo mejor.

Ryder salió del vehículo y le abrió la puerta a ella.

–Antes de entrar, creo que debo advertirte de que no te acerques a Lucifer –dijo.

–¿Quién es ese? –preguntó ella, con cierta aprensión.

–El gato de Betty Lou –contestó él.

Sacó el equipaje del maletero mientras ella miraba la casa de dos pisos.

–¡Oh!, no me importará verlo –contestó Summer–. Adoro los animales.

Ryder negó con la cabeza.

–Este no te gustará. Estoy convencido de que es la encarnación del diablo.

–¿Por qué dices eso?

–Apenas tolera a la gente –Ryder llevó el equipaje de ella hasta la puerta, lo dejó en el vestíbulo y se volvió para reajustar el sistema de seguridad–. Bufa y escupe a todos los que se cruzan en su camino excepto a Betty Lou. Y hasta ella lleva cuidado con él.

–¿Tú te dejas perseguir por los toros más salvajes de los rodeos y te da miedo un gato doméstico? –preguntó ella con una sonrisa.

Ryder se encogió de hombros y la guio hasta la escalera.

–De un toro sé lo que puedo esperar. Pero ese gato es otra historia. Es puro mal genio con garras. A veces le gusta acechar en lugares altos y luego hace un ruido que pondría los pelos de punta a un calvo y se tira encima de ti cuando pasas. Me ha clavado las uñas tantas veces que ya no paso delante de nada que sea más alto que yo sin mirar primero.

–¿Y por qué dejas que tu ama de llaves lo siga teniendo? –preguntó ella, cuando llegaban a la parte de arriba de las escaleras.

Ryder se había hecho la misma pregunta más de cien veces en los últimos años, normalmente después de cada ataque del gato.

–Betty Lou adora a ese diablo gris. Lo adoptó en un albergue de animales cuando murió su esposo y cuando empezó a trabajar conmigo pensé que no importaría que lo trajera consigo. Me gustan los animales y además estoy mucho tiempo fuera, así que no tengo que soportarlo demasiado.

–Es muy amable por tu parte –repuso ella–. Pero es tu casa. No deberías tener que sufrir los ataques de un gato.

Ryder se encogió de hombros.

–No veo motivo para obligarla a que se lo lleve de aquí si Lucifer es tan importante para ella. Solo intento alejarme lo más posible de él –se detuvo ante uno de los dormitorios , abrió la puerta, encendió la luz y dejó el equipaje–. ¿Estarás bien aquí? Porque si no es así, hay otros cinco dormitorios.

Ella miró un momento la espaciosa habitación y se volvió hacia él.

–Este está muy bien. ¿Lo decoraste tú?

–Sí, claro –respondió él–. ¿Tengo pinta de ser un hombre que entienda de cojines y cortinas? –movió la cabeza–. No, cuando compré el rancho, contraté a una mujer de Waco para que decorara la casa.

–Hizo un buen trabajo –Summer tocó el edredón de patchwork que cubría la cama–. Es una habitación muy agradable.

–Gracias –a Ryder le complacía que a ella le gustara su casa–. Compré el rancho cuando vendí mi parte de una empresa que montó mi compañero de cuarto cuando estábamos todavía en la universidad.

–Debió de tener mucho éxito –comentó ella.

Ryder sonrió.

–¿Has oído hablar de los programas informáticos Virtual Ledger?

–Por supuesto. Tienen de todo para llevar registros y contabilidad –ella abrió mucho los ojos–. ¿Tú ayudaste a fundar eso?

Él se echó a reír.

–No. No sé nada de informática. Pero mi compañero de cuarto tuvo la idea y yo tenía un dinero ahorrado de trabajar los veranos en los rodeos. Se lo di y él me dio el cincuenta por ciento de la empresa. Cuando esta despegó, le vendí mi parte y los dos conseguimos lo que queríamos –respiró hondo–. Él tiene el control total de la empresa y yo tengo este rancho y dinero suficiente para hacer lo que quiera cuando quiera el resto de mi vida.

–¿Y por qué pones en peligro tu vida luchando con toros?

–Todo el mundo debe tener un objetivo en la vida y algo que le haga sentirse útil. Además, tengo que cuidar de idiotas como Nate y Jaron –vio que ella bostezaba y se volvió para marcharse–. Que duermas bien. Y si necesitas algo, mi habitación está al final del pasillo.

Ella le sonrió y él sintió que algo cálido se le extendía por el pecho.

–Gracias, Ryder, seguro que no necesitaré nada.

Él salió al pasillo y cerró la puerta tras de sí. ¿Qué le ocurría? Summer le había sonreído cientos de veces sin que él le diera importancia. ¿Por qué ahora sentía que la temperatura le había subido varios grados?

Movió la cabeza y avanzó al dormitorio principal. ¿Y por qué la idea de que ella quisiera un hijo suyo hacía que sintiera cosquillas en lugares en los que no tenía sentido que las sintiera?

 

 

Cuando Summer abrió los ojos a la luz que entraba por las cortinas de color amarillo pálido, miró la habitación bellamente decorada y se preguntó por un momento dónde estaba.

Contuvo el aliento al recordar por qué había insistido Ryder en que lo acompañara a casa. Después de semanas pensando en el tema, había reunido por fin valor para pedirle que la ayudara. Y él no le había dicho que no, al menos directamente.

Ryder creía que tenían que hablarlo y ella estaba de acuerdo. Tenía que asegurarle que firmaría lo que fuera necesario para que quedara claro que ella sería la única responsable del niño y él no tendría ninguna obligación.

Salió de la cama para ducharse, se vistió deprisa y empezó a bajar las escaleras, donde se vio de pronto cara a cara con uno de los gatos atigrados más grandes que había visto en su vida.

–Tú debes de ser Lucifer –dijo con cautela.

Confió en que no la atacara al pasar. Pero en vez de lanzarse sobre ella, el gato la miró un momento, soltó un maullido y se frotó contra su pierna.

La joven bajó la mano y lo acarició con cuidado. Lucifer la recompensó con un ronroneo.

–No pareces tan feroz como decía Ryder –musitó ella; y el animal le lamió los dedos.

Summer siguió bajando y Lucifer trotó tras ella, que seguía el delicioso aroma a beicon frito y café recién hecho.

–Buenos días –dijo cuando encontró a Ryder sentado a la mesa de la cocina.

–Buenos días.

Él se levantó de la silla y Lucifer inmediatamente arqueó el lomó y bufó.

–Veo que sigue siendo el mismo gato feliz de siempre –comentó Ryder con sarcasmo–. ¿Quieres una taza de café, Summer?

–Sí, por favor. Huele de maravilla.

–¿Un poco de leche?

–Sí, gracias –ella sonrió–. Sabes, creo que le gusto a Lucifer. Se ha frotado contra mi pierna y me ha dejado acariciarlo en las escaleras.

–¿Lo ves?, te dije que solo tenía problema contigo, Ryder –comentó la mujer que estaba ante los fogones.

–No sé por qué –Ryder parecía sentirse insultado–. La mayoría de los animales no creen que sea tan malo.

Se acercó a sacar una taza de uno de los armarios de la cocina y sirvió café.

–Betty Lou Harmon, te presento a mi amiga Summer Patterson.

–Encantada de conocerla, señora Harmon –dijo Summer cálidamente.

La mujer se volvió a mirarla.

–Lo mismo digo, hija. Pero no seas tan formal conmigo y llámame Betty Lou, como todo el mundo, ¿me oyes?

–Sí, señora –respondió Summer.

La mujer le cayó bien enseguida. Con el pelo moreno entreverado de canas sujeto en un moño apretado en la nuca, sus bondadosos ojos grises y mejillas redondeadas sonrojadas por el calor de la cocina, Betty Lou parecía más una abuela que el ama de llaves de un rancho.

La mujer se secó las manos en un delantal de cuadros rojos y blancos y señaló la mesa.

–Siéntate y te prepararé un plato con huevos, beicon, croquetas de patata, galletas saladas y salsa.

–Yo no desayuno tanto –confesó Summer, confiando en no ofenderla. Se sentó en una de las sillas altas de respaldo de cuero que rodeaban la mesa de roble–. Normalmente tomo solo una tostada y una taza de café.

–Pues esta mañana tendrás que desayunar bien si vas a ir a montar a caballo por el cañón con Ryder –Betty Lou le llenó un plato y se lo puso delante en la mesa.

–¿Vamos a ir a montar? –preguntó Summer, alicaída. Había pensado que iban a hablar de su proposición.

–He pensado enseñarte el rancho –repuso Ryder; dejó el café sobre la mesa.

Betty Lou entró en la despensa y él bajó la voz.

–Tendremos tiempo de hablar sin que haya nadie cerca que pueda oírnos. Vamos, come.

–¿Tú no vas a desayunar? –preguntó ella.

Ryder tomó un sorbo de café.

–He comido hace una hora.

Cuando ella terminó de desayunar, sonrió a Betty Lou y se levantó a llevar el plato al fregadero.

–Todo estaba riquísimo, gracias.

La mujer asintió con la cabeza.

–Ahora podrás resistir hasta que comáis los sándwiches que os he preparado.

–¿No volveremos para el almuerzo? –preguntó Summer–. ¿A qué distancia está el cañón?

–No está muy lejos –Ryder sonrió– pero hay un arroyo bordeado de álamos y he pensado que quizá te gustaría hacer un picnic en la orilla.

–Hace años que no hago un picnic –comentó ella contenta.

 

 

Media hora después, montaban por el pasto detrás de los establos y Ryder observaba a Summer acariciar a la yegua que montaba. Con el sol de otoño brillando sobre su largo pelo rubio, ella parecía un ángel. Un ángel muy deseable.

–Me alegro de que se te haya ocurrido esto –dijo Summer–. Me encanta montar a caballo. Antes lo hacía a menudo, pero cuando empecé a trabajar para la Asociación de Rodeos, vendí la granja de mis padres y todos los caballos y ya no monto mucho.

–¿Había alguna razón para no conservarla? –preguntó él.

Summer fijó la vista en la distancia, como dando a entender que la decisión no había sido fácil.

–Con todo lo que viajo por mi trabajo, no me pareció que resultara práctico conservarla.

–Me doy cuenta de que tienes que llegar a un lugar unos días antes del rodeo para prepararlo todo para la prensa y organizar entrevistas con algunos de los participantes, ¿pero no podrías haber conservado un caballo en algún lugar para montarlo cuando vas a casa? –preguntó él.

–Yo no voy a casa –repuso ella con un encogimiento de hombros–. Me voy al siguiente lugar del rodeo.

–¿No vuelves a tu casa los pocos días que tenemos entre rodeo y rodeo? –normalmente se veían en el pueblo o la ciudad del siguiente rodeo y nunca habían viajado juntos. Y al parecer, aunque eran amigos, había muchas cosas de las que no habían hablado.

–Yo… no tengo casa –confesó ella–. Sé que esto sonará mal, pero no le veía sentido a pagar para mantener la casa de mis padres o alquilar un apartamento cuando solo estaría allí unos pocos días al mes.

Ryder tendió el brazo, tomó las riendas de la yegua y detuvo los dos caballos.

–A ver si lo entiendo. ¿Vives en habitaciones de hotel y no tienes un lugar propio?

Summer asintió.

–¿Y dónde guardas tus cosas?

–Lo que no cabe en mis dos maletas, como los muebles y los recuerdos de familia, están en un guardamuebles en California, cerca de donde vivían mis padres.

Ryder soltó las riendas de la yegua y reanudaron la marcha.

–Es mucho más barato que pagar para guardarlos en un apartamento que no usaría nunca –añadió ella.

Él movió la cabeza.

–¿Cuánto tiempo llevas viviendo así? –preguntó.

–Unos tres años.

Habían sido amigos todo ese tiempo y Ryder no había sospechado ni una sola vez que ella llevaba una vida de nómada. ¿Qué otras cosas no sabía de ella?

Cuando llegaron al cañón, abrió la marcha hasta el punto de la orilla del arroyo en el que había pensado hacer el picnic y detuvo el caballo.

–¿Qué te parece este lugar?

–Es magnífico –respondió ella–. Hay mucha sombra –señaló uno de los álamos–. Y podemos extender la manta debajo de ese árbol.

Ryder desmontó, ató al caballo y retiró la manta enrollada que había puesto en la parte de atrás de la silla junto con las alforjas donde viajaba el almuerzo. Por el rabillo del ojo vio a Summer bajar de la yegua y empezar a hacer estiramientos para soltar los músculos después del ejercicio. Respiró con fuerza. Los movimientos le hacían sobresalir el pecho y, por primera vez desde que la conocía, Ryder se fijó en lo redondos y perfectos que eran.

Murmuró una maldición entre dientes y se obligó a apartar la vista. Summer era su mejor amiga y él nunca había pensado en ella de un modo romántico. ¿Por qué se fijaba de pronto en su adorable trasero y en sus embaucadores pechos?

Disgustado consigo mismo, movió la cabeza, se puso la manta de picnic bajo el brazo, terminó de soltar las alforjas de la silla y lo llevó todo al punto bajo el álamo que había señalado Summer. Su fascinación por los atributos femeninos de ella probablemente se debía a que llevaba mucho tiempo sin estar con una mujer. Cuando volviera al circuito de los rodeos, tendría que visitar algún bar y ligar con alguna mujer que solo buscara pasar un buen rato. Quizá así dejaría de tener pensamientos extraños sobre su mejor amiga.

Capítulo Tres

 

 

 

 

 

Summer miró el perfil de Ryder. Estaban sentados al lado del arroyo y acababan de terminar el almuerzo. Pensó que él era uno de los hombres más atractivos que había conocido y no entendía cómo había tardado tanto tiempo en darse cuenta.

Él tenía todos los atributos que ella quería para su hijo, y no podía ni contemplar la idea de pedirle eso a ningún otro de sus conocidos. No se fiaba de ningún hombre como de Ryder y no podía imaginarse a nadie más como padre de su hijo.

–¿Has pensado ya si me vas a ayudar? –preguntó por fin.

–Casi no he pensado en otra cosa –confesó él–. No todos los días me pide de pronto una mujer que la deje embarazada –su expresión no traslucía nada y ella no podía saber lo que pensaba.

–Como ya te dije anoche, tú no tendrías obligaciones –comentó–. Yo me responsabilizaré de todo. Tú ni siquiera tendrías que hacer público que has sido el donante.

–En otras palabras, no quieres que participe de ningún modo en la vida de mi hijo –respondió él. Movió la cabeza–. Tú precisamente deberías saber que yo no soy así.

La fiera determinación que había en su voz la pilló por sorpresa.

–Yo… bueno… no había pensado que querrías…

Él alzó una mano.

–Vamos a retroceder un poco. Ya nos ocuparemos más tarde de lo que ocurrirá cuando te quedes embarazada. Por el momento hay algunas cosas que quiero saber –la miró a los ojos–. ¿Por qué yo?

–Tú tienes todas las cualidades que me gustaría traspasar a un hijo mío –contestó ella, sin vacilar–. Eres sano, estás en buena forma física y me gusta tu manera de pensar. Eres sincero, leal y eres el hombre más de fiar que he conocido, después de mi padre.

–Hablas como si fuera un semental que alguien quisiera para cubrir a sus yeguas –él movió la cabeza con incredulidad–. ¿Cuánto tiempo llevas pensando en esto?

–Unos seis meses –confesó ella. Aquello no iba como esperaba. Él no parecía mostrarse muy receptivo–. Pero no pensé seriamente en pedírtelo hasta hace un par de semanas.

Ryder asintió con la cabeza y fijó la vista en la distancia.

–Anoche dijiste que no querías esperar a ver si cambiabas de idea sobre lo de conocer a un hombre con el que te apetezca formar una familia.

–Así es –confirmó ella–. No tengo intención de casarme nunca.

–¿Por qué?

–Como sabes, soy bastante independiente –repuso ella, recitando la respuesta que había ensayado–. No quiero perder eso. No quiero depender de un hombre ni darle a nadie ese tipo de control sobre mí.

Él frunció el ceño.

–¿De dónde has sacado la idea de que la persona a la que puedas conocer querría controlarte? –movió la cabeza y apoyó los codos en las rodillas–. Sé que la mayoría de los hombres admiran la independencia en una mujer. Incluido yo.

–Quizá debería expresarlo de otro modo –dijo ella–. No quiero darle a nadie ese control emocional.

Ryder la miró largo rato.

–¿Quién fue el bastardo?

La pregunta la sobresaltó.

–No sé de qué me hablas.

–Alguien tuvo que hacerte mucho daño para que sientas eso –insistió él–. ¿Quién fue?

El tren de pensamiento de Ryder lo acercaba demasiado a la verdad y ella tuvo que hacer esfuerzos para conservar la calma.

–No fue nadie –mintió–. Simplemente, nunca he creído que necesite un hombre en mi vida para confirmar mi valía como mujer y no quiero depender de él para ser feliz.

–De acuerdo –contestó él.

Summer veía que no creía su explicación.

–¿Por qué ahora? –preguntó Ryder–. Solo tienes veinticinco años. Tu reloj biológico no apremia todavía.

La joven respiró hondo. Esa vez la respuesta no era mentira.

–Quiero volver a formar parte de una familia. Quiero querer a alguien y que me quiera a su vez.

–¡Ah, querida! –Ryder la rodeó con los brazos y la estrechó contra sí–. Sé que has estado muy sola desde que murieron tus padres, ¿pero crees de verdad que tener un hijo te curará de tu soledad?

–Lo creo –respondió ella, confusa porque el abrazo de Ryder no le resultaba nada amenazador. Si la hubiera abrazado cualquier otro hombre, habría tenido un ataque de pánico.

–¿Dónde vivirías con el bebé? –preguntó él con gentileza–. No puedes criar a un niño en habitaciones de hotel ni cambiando de ciudad cada semana.

La pregunta hizo que ella se preguntara si estaría considerando en serio su petición.

–Pienso dejar mi trabajo y comprar una casa. Ya te dije que mis padres me dejaron bastante dinero –respiró hondo y exhaló el aire lentamente–. Me gustaría quedarme en casa con el niño hasta que empiece a ir al colegio. Entonces decidiré si quiero trabajar media jornada o seguir de ama de casa.

Ryder guardó silencio y ella se inclinó hacia atrás para mirarlo. Él parecía pensativo y Summer confió en que eso fuera una señal positiva que indicaba que la iba a ayudar.

–Es una decisión muy importante –dijo él al fin, mirándola a los ojos–. Déjame pensarlo un tiempo.