El recuerdo de una noche - Kathie DeNosky - E-Book

El recuerdo de una noche E-Book

Kathie Denosky

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Beschreibung

El día de Nochebuena, Travis Whelan llegó a Royal y se encontró frente a frente con Natalie Pérez, la única mujer a la que no había podido olvidar… y con un bebé cuya existencia desconocía. Había pasado casi un año desde aquella noche que Travis había pasado junto a Natalie, un año desde el día en que su orgullo había quedado herido para siempre. Sin embargo, el recuerdo de aquella noche seguía vivo. El peligro había perseguido a Natalie hasta Royal, y Trav era el único en el que podía confiar para proteger a su hija…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2010 Kathie DeNosky

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El recuerdo de una noche, n.º 1450 - julio 2024

Título original: REMEMBERING ONE WILD NIGHT

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788410741669

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Cuando Travis Whelam bajó del Learjet en la pista privada que se hallaba a las afueras de Royal con Sheik Darin, miembro del Texas Cattleman’s Club, quería tres cosas: una ducha caliente, una cerveza fría y pasar una semana seguida durmiendo. ¿Pero iba a conseguirlas?

No. Darin y él habían sido invitados al rancho de Davis Sorrenson para la fiesta de fin de año. Pero no se habían dejado engañar por la educada invitación que los aguardaba en el aeródromo al llegar. La fiesta de Davis no era el motivo por el que había sido solicitada su presencia. Tray y Darin sabían que el Texas Cattleman’s Club tenía otro caso importante entre manos.

–¿Sugería el mensaje de qué se trata? –preguntó Trav a la estoica figura que ocupaba el asiento de pasajeros de su todoterreno oscuro plateado.

–No decía nada al respecto –respondió Darin sin dejar de mirar de frente.

–Tiene que ser algo realmente importante si no puede esperar hasta pasado mañana, cuando nos reunamos para dar el informe sobre el caso Obersbourg –dijo Trav mientras entraba con el vehículo en la carretera que conducía al rancho TX S.

Darin asintió brevemente.

–Debe serlo.

Trav lo miró de reojo, sorprendido. Darin estaba especialmente hablador, lo que no era decir mucho, teniendo en cuenta que normalmente se limitaba a contestar con monosílabos. Era un hombre solitario cuya actitud era tan oscura como la ropa negra que siempre vestía.

En los dos meses que llevaban trabajando juntos para encontrar al asesino que trataba de matar a los miembros de la familia real de Obesbourg, Trav había llegado a conocer al misterioso e introvertido jeque tan bien, si no mejor, que cualquiera de los otros miembros de TCC. Y eso no era decir mucho. Lo único que sabía con certeza sobre Darin era que bebía suficiente café como sangrar negro si se cortaba afeitándose, que no quería tener nada que ver con el boato de su herencia real y que prefería ocuparse de los casos a solas.

Trav bostezó y miró la hora en el reloj del salpicadero. Con un poco de suerte, se informaría sobre la siguiente misión del club, conseguiría que alguien se ocupara de llevar a Darin a casa y se metería en la cama una hora antes de que comenzara el nuevo año.

Y aquél no era precisamente el modo en que la mayoría de los habitantes de Royal esperaría que su fiscal «playboy» diera la bienvenida al año nuevo. Pero sólo se estarían fijando en la cuidadosa fachada que Travis había elaborado como tapadera para su trabajo con TCC, no en el hombre auténtico que había bajo la superficie.

Estuvo a punto de reír al pensar en lo distinto que era realmente a la imagen que proyectaba. Sólo su hermana pequeña, Carrie, y su mejor amigo, Ryan Evans, conocían la verdadera extensión de la estratagema. Trav era esencialmente un buen tipo que se sentía más cómodo en vaqueros y con una camisa de franela que con traje y corbata. Normalmente solía pasar las noches del sábado en el sofá de su cuarto de estar, con una bolsa de palomitas en una mano y una cerveza en la otra mientras veía una vieja película en la tele.

Al pensar en las películas antiguas surgió en su mente la imagen de la mujer que había hecho que se aficionara a ellas. ¿Cómo iría a pasar la Nochevieja? ¿Estaría viendo alguna de sus películas favoritas en brazos de otro hombre?

Aquel pensamiento lo incomodó y tuvo que recordarse que era agua pasada. Las cosas no habían funcionado entre ellos y pensar en el asunto no iba a cambiar nada. Natalie Perez había dejado perfectamente claro que se alegraría de no volver a verlo nunca.

Aparcó el todo terreno junto a los elegantes deportivos que había ante la casa y se encaminó hacia ésta con Darin.

Bostezó de nuevo mientras pulsaba el timbre. Tenía intención de irse en cuanto alguien les informara de lo que estaba pasando. Tal vez incluso pasaría de la cerveza, pero nada iba a privarlo de una buena ducha y de su enorme cama. Fuera cual fuese la misión, tendría que esperar al día siguiente.

La puerta se abrió y David Sorrenson dedicó una sonrisa a Trav y a Darin.

–Estábamos haciendo apuestas sobre cuándo apareceríais.

–Hola a ti también, Sorrenson –dijo Trav, riendo mientras Darin y él entraban en la estilosa y moderna casa del rancho–. ¿Y quién ha ganado?

–Creo que Kent –David sacó un papel del bolsillo de su camisa y le echó un vistazo–. Sí. Alex había dicho que llegaríais entre las nueve y las diez.

–¿Quién es, David? –preguntó una atractiva y pequeña rubia que se situó junto a éste.

Sorrenson deslizó un brazo en torno a su cintura y luego inclinó la cabeza para besarla como si fuera un soldado que acabara de regresar del campo de batalla.

Trav miró a Darin. Las comisuras de los labios de éste se curvaron levemente en un amago de sonrisa, lo que sorprendió aún más a Trav.

¿Qué diablos estaba pasando?

Darin estaba más hablador que nunca y nunca había visto a Davis mostrarse tan afectuoso por una mujer delante de los demás. ¡Y para rematarlo todo el jeque había sonreído!

–Cariño, te presento a Travis Whelan y al jeque Darin ibn Shakir –dijo David, sonriendo como el gato que se había comido al canario–. Travis, Darin, quiero presentaros a mi esposa, Marissa.

–¿Tu esposa? –repitió Trav, incrédulo.

David asintió.

–Y, con un poco de suerte, la madre del hijo que tendremos por estas fechas el año que viene.

Trav se sintió como si lo hubieran abducido. David Sorrenson siempre había insistido en que no estaba hecho para el matrimonio, y menos aún para ser padre.

–Felicidades –logró decir finalmente–. ¿Qué más ha cambiado mientras hemos estado fuera.

–Andover se ha casado hace un par de días –contestó David, que estaba disfrutando sin ningún disimulo con el asombro de Trav–. Está de luna de miel en Europa.

Trav movió la cabeza, riendo.

–¿Algún otro conocido se ha unido al club de los atrapados felices?

–Aún no. Pero quién sabe; es posible que Darin o tu seáis el próximo miembro del TCC en avanzar por el pasillo de la iglesia.

Trav alzó ambas manos a la defensiva.

–Yo no. No soy de los que se casa.

–¿Y tú, Darin? –preguntó David, sonriente.

–No –la respuesta del jeque fue escueta pero contundente.

Antes de que los demás pudieran recuperarse de la vehemencia de su respuesta, Ryan Evans se acercó al grupo.

–Ya era hora de que aparecieras por aquí. Esta noche me has costado veinticinco dólares, Trav. Si hubieras llegado un poco antes habría ganado la porra.

–Hola, Ry –Trav palmeó la espalda de su mejor amigo–. Aparte de haber perdido la apuesta, ¿cómo te va? No te habrán atrapado también a ti mientras hemos estado fuera, ¿no?

–Antes echarían a volar los asnos.

David rió.

–Voy a dejar que Evans os ponga al tanto. Tengo que decirle a Alex que ha ganado la apuesta.

Mientras David se alejaba con su esposa, Ry hizo una seña para que los recién llegados lo acompañaran a la barra que se había instalado en el salón.

–Vamos a beber algo mientras os pongo al tanto.

En cuanto tuvo la cerveza en la mano, Trav bebió un largo trago. Ya había conseguido una de las cosas que quería; sólo le faltaba la ducha y una buena noche de sueño.

–Antes de que empieces a hablarnos del nuevo caso, quiero saber si Carrie está bien –Trav miró a su alrededor–. ¿Está por aquí?

–¿Tu hermana? –preguntó Darin tras tomar un sorbo del café que le había servido el camarero.

Trav asintió.

–Seguir sus pasos es todo un trabajo.

Ry resopló y se volvió hacia Darin.

–Sí, y mientras vosotros habéis estado en Obersbourg yo he tenido que hacer de canguro –sonrió y se balanceó sobre sus talones–. Pero esta noche he librado. Carrie y su amiga Stephanie Firth están haciendo de acompañantes en un baile del instituto o algo así.

Trav asintió, riendo.

–Pero veo que has sobrevivido a la dura prueba.

–A Carrie no le ha hecho ninguna gracia que la haya estado vigilando, pero puedo afirmar con absoluta certeza que sigue tan pura como el día que te fuiste a Obersbourg –Ry tomó un trago de su cerveza–. Pero me alegra que hayas vuelto. Así podrás ocuparte de vigilarla personalmente. Ha puesto sus miras en el nuevo doctor y está empeñada en averiguar todo lo posible sobre él.

–¿Cómo se llama? ¿Qué sabes de él? ¿Ha salido ya con Carrie? –Trav lanzó aquellas preguntas con el ceño fruncido.

–Se llama Nathan Beldon, pero eso es todo lo que sabemos de él. Es muy reservado y no asiste a fiestas ni acepta invitaciones, algo que está desquiciando a Carrie. Aún no lo ha conocido personalmente, pero no porque no lo haya intentado.

–Me da lo mismo lo amistoso o antisocial que sea ese tipo mientras se mantenga alejado de ella –murmuró Trav.

–¿Cuántos años tiene tu hermana? –preguntó Darin.

–Veinticuatro años –Trav movió la cabeza–. Pero es demasiado cándida como para andar saliendo con un médico listillo del que no sé nada.

El jeque asintió como si comprendiera a la perfección la actitud de Trav respecto a su única hermana y luego se volvió hacia Ry.

–¿Qué es tan importante sobre nuestro siguiente caso?

Ry se puso serio de inmediato.

–Se trata de algo muy extraño. A comienzos de noviembre, durante nuestra comida mensual de chile, se presentó en el Royal Diner una mujer con las ropas desgarradas y embarradas, sangrando de la cabeza y con un bebé en brazos.

Trav frunció el ceño.

–¿Un caso de violencia doméstica?

Ry se encogió de hombros.

–Justo antes de desmayarse rogó a David que no dejara que «ellos» se llevaran a su bebé. Aún no sabemos a quiénes se refería porque sufre de amnesia. No hay duda de que quien fuera el que la golpeó en la cabeza hizo un buen trabajo. Estuvo en coma una semana y cuando despertó ni siquiera sabía que había tenido un bebé.

–¿Y qué dicen los doctores? –quiso saber Trav mientras se preguntaba qué podía hacer el club por aquella mujer.

–El neurólogo dice que podría recuperar la memoria por completo de golpe, o en fragmentos. También existe la posibilidad de que nunca llegue a recordar nada –Ry se volvió a mirar a su alrededor–. Está aquí, por algún sitio.

Darin hizo una seña al camarero para que rellenara su taza de café.

–¿Dónde está el bebé?

–David y Marissa se hicieron cargo de él mientras Jane estuvo en el hospital. Cuando le dieron el alta insistió en que el bebé siguiera aquí con ellos. Le pareció que era más seguro y todos estuvimos de acuerdo en ello.

Trav alzó una ceja.

–¿Jane?

–Jane Doe. Así es como la llamamos. Estaba alojada con Tara Roberts hasta que alguien empezó a enviar cartas amenazadoras y acabó incendiando la casa. De momento, Jane y el bebé se alojan con David y Marissa.

–Es obvio que la persona de la que huía sigue tras ella.

Ry asintió.

–Alguien trató de secuestrar al bebé cuando Marissa fue a visitar a Jane al hospital. Afortunadamente, Marissa pudo huir y nos dio una descripción del tipo –tras una pausa, añadió–: Además está el pequeño asunto de los quinientos mil dólares que Jane llevaba guardados en la bolsa de pañales del niño la noche que se presentó aquí. No recuerda por qué llevaba esa cantidad de dinero encima ni de dónde lo sacó.

Trav soltó un prolongado silbido.

–¿Y cómo llegó a ponerse en contacto con nosotros?

–Encontraron una de las tarjetas del Texas Cattleman’s Club arrugada en su mano justo antes de que llegara la ambulancia a recogerla, pero no recuerda de dónde la sacó –Ry hizo un gesto para que Trav y Darin lo siguieran–. Vamos. Os la presentaré.

Trav se preguntó cómo podía ayudar el club a aquella mujer. Si no recordaba quién era, quien la seguía ni por qué, poco iban a poder hacer hasta que su perseguidor diera señales de vida. Pero de eso se trataba precisamente el Texas Cattleman’s Club. Liderazgo, Justicia y Paz era el lema por el que se regían sus miembros.

Y si alguien necesitaba paz y justicia, parecía que era aquella mujer.

 

 

Cuando Jane oyó el timbre de la puerta, miró ansiosamente a su alrededor. Aquélla podía ser la oportunidad que estaba esperando. Todo el mundo parecía estar prestando su atención a los dos hombres recién llegados a la fiesta de Nochevieja de David y Marissa Sorrenson.

Se puso en pie y se alejó sin prisas por el pasillo. No esperó a ver quiénes eran los recién llegados. Habría dado igual porque no los habría reconocido.

Suspiró. Ni siquiera sabía quién era ella misma, y empezaba a temer que nunca lo sabría.

Pero, fuera quien fuese, era obvio que estaba poniendo en peligro a los que la rodeaban. Alguno ya había recibido cartas amenazadoras y Tara había perdido su casa en un incendio provocado por haberla tenido alojada.

Siempre agradecería la amabilidad y la generosidad de aquellas personas, pero se negaba a seguir poniendo en peligro su seguridad. Por eso había tomado la decisión de irse con su hija Autumm de Royal, Tejas.

Tras entrar en la habitación que había compartido con su bebé desde que la casa de Tara había sido incendiada, escribió rápidamente una nota de agradecimiento. Luego recogió las cosas de su hija, las metió en la bolsa y se puso la chaqueta. A continuación tomó a la niña en brazos cuidando de no despertarla, salió al pasillo y se encaminó hacia la cocina.

Saldría por la puerta de atrás para evitar ser vista. Con un poco de suerte ya estaría lejos cuando notaran su ausencia.

Estaba a punto de abrir cuando una voz masculina le hizo detenerse.

–Jane, quiero presentarte a otros dos miembros del TCC que me gustaría que conocieras –dijo Ryan Evans tras ella–. ¿Adónde vas?

Mientras se volvía, Jane trató de pensar en alguna excusa para explicar por qué iba a salir con el bebé a aquellas horas de la noche.

–Pensaba dar un…

Al fijarse en el hombre que estaba junto a Ryan se interrumpió en seco. Había algo muy familiar en él. Un poco más bajo que Ryan, tenía el pelo castaño, ojos color avellana…

–Natalie –dijo el hombre a la vez que daba un paso hacia ella con expresión incrédula.

Ella abrió la boca para preguntarle por qué la había llamado así pero, de pronto, lo supo con una claridad cegadora. Se llamaba Natalie, Natalie Perez. Tenía veinticinco años y vivía en Chicago.

Parpadeando, vio que el hombre daba otro paso hacia ella. Se llamaba Travis Whelan. Tenía treinta y dos años, era millonario y…

Sintió que la cabeza iba a estallarle debido a la repentina revelación. Aquel hombre no era tan sólo alguien que había conocido en otra época.

Travis Whelam era el padre de su hija… y el hombre al que se había prometido no volver a ver nunca.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Natalie sintió que la cocina empezaba a dar vueltas a su alrededor. Dejó caer la bolsa de los pañales y trató de sujetarse a algo mientras retenía al bebé contra su pecho.

–¡Se va a desmayar! –oyó que gritaba Ryan.

Natalie sintió que alguien le quitaba a Autumn antes de que unos poderosos brazos la alzaran en vilo. Un momento después estaba acurrucada contra un poderoso pecho masculino.

–Ya te tengo, Natalie –dijo Travis, y ella sintió la resonancia de su profunda voz de barítono en su interior–. No te preocupes. Todo irá bien.

Natalie oyó que Autumn empezaba a llorar.

–Mi… bebé…

–La niña está bien. Ry y Darin se ocuparán de ella, cariño.

Natalie se recuperó poco a poco de la conmoción de haber vuelto a ver a Travis y de comprender que había recordado parte de su pasado.

–Déjame en el suelo… por favor –dijo con voz temblorosa.

–Todavía no –dijo Travis con delicadeza.

–Puedo… puedo tenerme en pie.

–Será mejor que tengas los pies en alto un rato.

–¿Qué sucede? –preguntó Davis en cuanto entró en la cocina–. Me ha parecido oír gritar a Ry que alguien iba a desmayarse.

–Ha sido Natalie –dijo Trav–. Creo que le vendría bien tumbarse un rato. ¿Dónde está su dormitorio?

–¿Natalie? –repitió Davis, confundido.

–Al final del pasillo –dijo Marissa tras su marido.

Avergonzada como no lo había estado nunca en su vida, Natalie rogó para que todos se fueran y se olvidaran de su existencia.

–Estoy… bien. En serio. Sólo me duele un poco la cabeza…

Travis ignoró sus protestas y siguió a Marissa hasta el dormitorio.

–¿Recuerdas quién soy, Natalie? –dijo tras dejarla en la cama.