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Amor sin tregua Cuando Jessica Farrell apareció en el rancho de Nate Rafferty embarazada de cinco meses, él no dudó en declararse. Pero la guapa enfermera no se fiaba, temía que el rico vaquero siguiera siendo de los que tomaban lo que querían y luego se marchaban. Nate la tentó con un mes de prueba bajo el mismo techo, y enseguida empezaron a pasar largos días y apasionadas noches juntos. Pero ¿podría darle Nate a Jessie el amor que realmente buscaba? Tentación irresistible Jaron Lambert solo tenía ojos para la joven Mariah Stanton. Durante años había intentado mantenerse alejado de ella, pero una noche se abandonaron al deseo que sentían el uno por el otro. No obstante, a Jaron aún lo lastraba su oscuro y complicado pasado, y como no podía contarle a Mariah la verdad, se vio obligado a decirle que aquella noche que habían compartido había sido un error. Porque enamorarse de ella sería un error aún mayor...
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Seitenzahl: 376
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 488 - marzo 2022
© 2015 Kathie DeNosky
Amor sin tregua
Título original: Pregnant with the Rancher’s Baby
© 2016 Kathie DeNosky
Tentación irresistible
Título original: Tempted by the Texan
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2016
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1105-504-8
Créditos
Índice
Amor sin tregua
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Epílogo
Tentación irresistible
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Nate Rafferty no pudo evitar sonreír al mirar hacia la enorme zona abierta de una de sus recién construidas cuadras. Cuando mencionó que quería hacer una fiesta para celebrar la compra y la reforma de Twin Oaks Ranch, las mujeres de sus hermanos decidieron que tenía que ser una fiesta temática. A él le pareció bien y les dijo a sus cuñadas que se encargaran de la fiesta.
Incluso dejó que decidieran cuál sería el tema, y se habían esforzado al máximo, convirtiendo lo que iba a ser su cuadra de heno en una casa encantada de Halloween para los niños. Los monstruos, los espantapájaros y los fantasmas no daban miedo, sino ternura, y a sus sobrinos les iban a encantar las calabazas y las guirnaldas de coloridas hojas de otoño que colgaban alrededor de la pista de baile y del escenario donde iba a tocar la banda de música.
Mientras intentaba decidir si quería ir de Llanero Solitario o de John Wayne, Nate salió de la cuadra y cruzó el jardín del rancho hacia la casa. Apenas había recorrido unos cuantos metros cuando se detuvo en seco sobre sus pasos. Una mujer bajita de pelo rubio estaba saliendo del todoterreno gris que había aparcado cerca del garaje.
¿Cómo diablos le había encontrado? ¿Y por qué? Había evitado conscientemente mencionarle a Jessica Farrell nada sobre la compra del rancho Twin Oaks. Tenía pensado esperar a terminar las reformas para poder sorprenderla invitándola a pasar un fin de semana con él. Por supuesto, la última vez que la vio fue hacía cuatro meses y medio… cuando ella todavía le hablaba.
Pero eso a Nate no le preocupaba. Nunca había tenido ningún problema para encandilarla de nuevo y no había razón para pensar que no pudiera volver a hacerlo, aunque ella estaba decidida a poner un punto final definitivo a su intermitente relación.
Así habían sido las cosas entre ellos los últimos dos años, y cada vez que parecía que las cosas se ponían un poco serias, Nate siempre encontraba un motivo para romper la relación. Pero la última vez ella le dijo que no se molestara en volver a llamarla y que se olvidara de dónde vivía.
Por supuesto, no era la primera vez que le había dicho que no la llamara. Pasaban por algo parecido cada tres o cuatro meses. Nate le dejaba tiempo para que se calmara, luego la llamaba y la convencía para que se vieran. Tras pasar varias semanas muy a gusto con ella, sentía que volvía a profundizar más de lo que pretendía. Y ahí era cuando cortaba y salía corriendo.
Sabía que no era justo para Jessie. Era una mujer maravillosa y se merecía a alguien mejor que él. Pero en lo que a ella se refería, Nate parecía no tener opciones. Sencillamente, no podía mantenerse alejado de ella.
Pero esta era la primera vez que Jessie cortaba con él, y Nate no podía entender la razón, sobre todo después de cómo habían terminado las cosas la última vez. Cuando se despidieron varios meses atrás fue distinto a las otras ocasiones. Nate le había dicho que deberían tomarse un respiro y dejar de verse durante un tiempo. Fue entonces cuando vio en sus ojos violetas una firme determinación que no había visto nunca antes. Pero ahora estaba allí, así que no debía ser tan firme.
–Jessie, cuánto me alegro de verte –dijo acercándose a ella. Iba vestida con unos vaqueros y un suéter rosa que le quedaba grande. Pero se las arreglaba para tener un aspecto sexy. Muy sexy–. Ha pasado mucho tiempo, cariño, ¿cómo estás?
Cuando ella se dio la vuelta para mirarle no parecía contenta de verle.
–¿Tienes unos minutos? –le preguntó en tono serio–. Necesito hablar contigo.
–Claro –Nate no podía imaginar de qué querría hablar, pero en aquel momento no le importó. No iba a decírselo a ella, pero lo cierto era que la había echado de menos, había echado de menos el sonido de su suave voz y su dulce sonrisa–. ¿Por qué no entramos y nos ponemos al día?
Jessie sacudió la cabeza, agitando su larga coleta.
–No me voy a quedar mucho tiempo.
Nate le pasó el brazo por los delicados hombros y la giró hacia la casa.
–No has conducido hasta aquí desde Waco para darte la vuelta ahora –dijo mientras cruzaba con ella el patio hacia las puertas del balcón–. Le diré a la encargada de la casa que te quedas a cenar.
Cuando entraron en el salón, Jessie le sorprendió apartándose de él y mirándole.
–No te molestes, Nate. Anoche trabajé en el último turno y en cuanto hablemos necesito volver a casa y dormir un poco.
Jessie era enfermera, la había conocido cuando su hermano Sam resultó herido en un rodeo un par de años atrás.
–Puedes quedarte a dormir aquí –murmuró Nate sonriendo.
Si las miradas pudieran matar, en aquel momento sería ya hombre muerto.
–¿Tienes empleada doméstica? –preguntó ella. Al ver que Nate asentía, frunció el ceño y miró a su alrededor–. ¿Podemos hablar en algún sitio más privado?
Nate se la quedó mirando. Nunca la había visto tan decidida como parecía estar en aquel momento.
–Vayamos a mi despacho –dijo finalmente señalando hacia la puerta con arco que daba al vestíbulo–. Allí podemos hablar a solas.
Nate la llevó hasta allí y esperó a que estuvieran sentados en su despacho con la puerta cerrada.
–¿De qué quieres hablar? –le preguntó mirándola desde el otro lado del escritorio mientras Jessie tomaba asiento en una butaca de cuero frente a él.
Ella se mordisqueó el labio inferior y se miró las manos entrelazadas sobre el regazo.
–Quiero que sepas que he tardado cuatro meses en tomar la decisión de contártelo. Mi primer impulso fue no hacerlo. Pero no me pareció justo para ti.
Nate se enderezó y empezó a picarle el cuero cabelludo. No sabía de qué estaba hablando Jessie, pero tenía la impresión de que lo que le dijera podría cambiarle la vida. ¿Había conocido a otra persona? ¿Le estaba diciendo que se había comprometido con otro hombre y que no le parecía justo no decírselo? ¿O estaba hablando de otra cosa?
–¿Por qué no vas al grano y me dices lo que crees que necesito oír? –preguntó.
Ella aspiró con fuerza el aire y le sostuvo la mirada.
–Estoy embarazada de casi cinco meses.
–Estás embarazada –repitió Nate. Dirigió la mirada hacia su vientre mientras aquellas palabras calaban en él y sentía como si de pronto se hubiera quedado sin aire. El corazón le latía con fuerza y cuando se puso de pie para rodear el escritorio le temblaron las rodillas–. ¿Vas a tener un bebé?
–Eso es lo que significa estar embarazada.
–¿Cómo ha ocurrido? –preguntó antes de pararse a pensarlo.
La mirada que Jessie le dirigió dejaba claro que tenía serias dudas respecto a su nivel de inteligencia.
–Nate, si a estas alturas no te sabes lo de la semillita, no creo que lo aprendas ya nunca.
Él aspiró con fuerza el aire y sacudió la cabeza para intentar librarse del zumbido que tenía en los oídos.
–Ya sabes a qué me refiero –se frotó la base del cráneo para liberarse de la tensión–. Siempre tuvimos cuidado con la protección.
–Pudo haber un desgarro microscópico en uno de los preservativos, o tal vez otro tipo de defecto –Jessie se encogió de hombros–. Pasara lo que pasara, estoy embarazada y tú eres el padre. Pero no quiero nada de ti –se apresuró a añadir–. Gano lo suficiente para mantenernos al niño y a mí y soy perfectamente capaz de criar a un hijo sola. Pero pensé que sería justo contártelo y averiguar si querías formar parte de su vida. En caso contrario, quiero que firmes los papeles para concederme a mí todos los derechos y los dos saldremos de tu vida para siempre.
–Ni hablar –afirmó él con énfasis–. Si tengo un hijo quiero estar presente en todos los aspectos de su vida.
Jessie asintió brevemente con la cabeza y se puso de pie.
–Eso es lo único que quería saber. Le diré a mi abogado que se ponga en contacto con el tuyo. Pueden alcanzar un acuerdo de custodia compartida justo y un régimen de visitas adecuado.
–¿Adónde vas? –preguntó Nate poniéndole las manos en los hombros para detenerla–. No puedes entrar aquí sin más, decirme que vas a tener un hijo mío y luego marcharte.
–Sí que puedo –había en su tono una nota desafiante–. Si no tuviera conciencia no estaría siquiera aquí. Pero resulta que creo que un hombre tiene derecho a saber que va a tener un hijo aunque no sea de fiar. Por ahora es lo único que necesitas saber.
Una fuerte sensación de culpabilidad se apoderó de él. Teniendo en cuenta su pasado y el modo en que la había tratado durante su relación, seguramente debería agradecerle que se lo hubiera contado. Pero no podía dejar que se marchara sin decir nada más. Había cosas que Nate quería saber.
–Jessie, siento cómo han sido las cosas entre nosotros en el pasado –aseguró con sinceridad–. Asumo completamente la responsabilidad. Si pudiera volver atrás y cambiarlo, lo haría. Desgraciadamente, no puedo hacerlo. Pero es importante que a partir de ahora trabajemos juntos.
Ella se apartó.
–Ya te he dicho que no impediré que veas al niño. Los abogados…
–Sí, ya lo he entendido –la interrumpió Nate aspirando con fuerza el aire–. Mira, soy consciente de que ahora mismo no soy tu persona favorita y no te culpo. Pero hay cosas que quiero hablar contigo y otras muchas que debemos decidir.
Jessie se lo quedó mirando durante un largo instante antes de volver a hablar.
–Sé que esto ha sido todo un impacto. Yo tampoco me lo esperaba, créeme. Pero no tiene por qué ser complicado. Podemos dejar que los abogados se ocupen de solucionarlo todo.
–Cariño, yo creo que esto no puede ser más que complicado –dijo él dándose cuenta por primera vez de lo cansada que parecía. Una idea comenzó a tomar forma mientras miraba sus preciosos ojos violetas–. Estás agotada. ¿Por qué no dejamos esto por el momento?
–No te preocupes por mí –respondió ella encogiéndose de hombros–. Estaré bien en cuanto pueda volver a casa y dormir un poco.
–No me gusta la idea de que conduzcas hasta Waco con lo cansada que estás –dijo Nate–. No es seguro.
–No me pasará nada –Jessie frunció el ceño–. Además, mi bienestar no es asunto tuyo.
–Sí lo es –insistió él–. ¿Tienes que trabajar esta noche?
Ella negó con la cabeza.
–Tengo el fin de semana libre. ¿Por qué?
–Mi familia celebra esta noche una fiesta de Halloween aquí y me gustaría que estuvieras. Tengo cinco habitaciones de invitados arriba, puedes escoger la que quieras –le apartó con el dedo índice un mechón de pelo rubio que se le había escapado de la coleta y aprovechó para acariciarle la suave mejilla. El dedo le tembló con el contacto y se animó al ver que ella abría un poco más los ojos, indicando que también lo había sentido–. Eso nos dejará también tiempo para hablar y tomar algunas decisiones cuando hayas descansado.
Nate evitó mencionar que podía compartir el dormitorio principal con él. Tal vez no fuera el más listo de la clase, pero no era tan tonto como para pensar que Jessie estaría receptiva a retomar su relación en el punto donde la habían dejado hacía casi cinco meses.
Jessie trató de disimular un bostezo tras su delicada mano.
–Ya te he dicho que los abogados…
–Lo sé, pero, ¿no crees que ahorraríamos mucho tiempo y sería más fácil para todos los implicados si lo llevamos solucionado de antemano? –preguntó él.
–Nate, estoy demasiado cansada para hablar de esto ahora mismo –afirmó Jessie bostezando–. Lo único que quiero es volver a casa y meterme en la cama.
–Al menos échate una siesta antes de volver a Waco –insistió él.
Si podía convencerla para que se quedara un rato, tendría tiempo para hacerse a la idea de que iba a ser padre. En aquel momento estaba completamente entumecido. Pero necesitaba recomponerse para poder pensar. Tenía que idear un mejor argumento para que se quedara al menos a la fiesta. Ahora que sabía que estaba esperando un hijo suyo, era todavía más importante que solucionaran las cosas. Y deprisa.
–Tal vez me vendría bien una siesta corta –reconoció Jessie.
Nate le pasó una mano por el hombro sin vacilar para guiarla hacia la escalera. No iba a darle tiempo para que cambiara de opinión.
La llevó por el pasillo de arriba y abrió la puerta del dormitorio que estaba frente al suyo.
–¿Te parece bien esta habitación?
–Me marcharé en cuanto me despierte –le advirtió ella.
–Tú ahora duerme un poco –dijo Nate acompañándola a la cama. Apartó la colorida colcha y esperó a que se quitara las zapatillas deportivas y se acostara para darle un beso en la frente–. Si necesitas algo, estaré en mi despacho.
Jessie ya se había quedado dormida.
De pie al lado de la cama, Nate se quedó mirando a la única mujer a la que no había sido capaz de mantener alejada. Jessie era inteligente, divertida y dulce además de guapa. Entonces, ¿por qué no era capaz de comprometerse con ella?
Nate sabía que a su hermano de acogida, Lane Donaldson, le encantaría utilizar su título en psicología para analizar los motivos de Nate. Pero él no quería profundizar tanto en sus motivos para evitar los compromisos. Todo estaba relacionado con su pasado, y eso era algo que no podía cambiar, y tampoco quería pensar en aquella oscura etapa de su vida.
Lo único que podía hacer ahora era lo que su padre de acogida, Hank Calvert, esperaría de todos los chicos que crio. Hank les había repetido una y otra vez que cuando un hombre tomaba la decisión de acostarse con una mujer tenía que estar preparado para aceptar sus responsabilidades si la dejaba embarazada. Y eso exactamente lo que Nate tenía intención de hacer.
Su aversión al compromiso estaba a punto de sufrir un cambio espectacular. Jessie se había presentado allí para decirle que iba a ser padre y él tenía la intención de hacer lo correcto con ella y con su hijo.
En algún momento de la siguiente semana le diría adiós para siempre a su maravillosa soltería y se casaría con Jessie.
Cuando Jessie se despertó, la brillante luz del sol se asomaba por una rendija de las cortinas. Tardó un instante en darse cuenta de dónde estaba.
Tras trabajar toda la noche en una lesión cerebral en la UCI, llamó al hermano de Nate, Sam, para preguntarle dónde podía encontrarle. No le gustaba tener que implicar a Sam en su búsqueda, pero Nate se había mudado recientemente. La última vez que cortaron, Jessie borró su número de teléfono del móvil. Sam se mostró muy amable y le dio la dirección del rancho Twin Oaks. Una noticia así había que darla en persona.
Tras hacerse la revisión prenatal, condujo directamente al rancho para decirle a Nate que era el padre de su hijo. Pensándolo ahora, seguramente tendría que haber dormido un poco antes de soltarle la noticia. Pero si lo hubiera retrasado más, no estaba segura de haber sido capaz de hacerlo.
Durante los últimos meses había estado debatiéndose sobre qué hacer y todavía no estaba segura de haber tomado la decisión correcta al contarle lo del bebé. Por un lado, estaba harta de ser la marioneta de Nate. En el pasado, él la llamaba y la convencía para que retomaran la relación, y cuando todo parecía ir de maravilla entre ellos, Nate encontraba una razón para que dejaran de verse durante un tiempo. Y por otro lado, no estaba segura de que se mereciera tener la custodia compartida del bebé. ¿Qué clase de padre iba a ser, teniendo en cuenta su tendencia a aparecer y desaparecer?
La última vez que volvió a desaparecer, Jessie le dijo que no se molestara en volver a ponerse en contacto con ella. Le había roto el corazón, pero se negaba a seguir permitiendo que él controlara el curso de su relación. Poco después se enteró de que estaba embarazada. Y aunque sabía que lo justo era decirle a un hombre que iba a ser padre, su mayor preocupación era saber si Nate estaría siempre allí para el niño. Una cosa era decepcionarla a ella y otra totalmente distinta decepcionar a su hijo.
Inquieta con aquel pensamiento, apartó las sábanas y se sentó a un lado de la cama. Fue entonces cuando se dio cuenta de lo agotada que estaba. Había dormido el resto del día anterior y toda la noche, y seguía completamente vestida.
Jessie hizo la cama a toda prisa y se dirigió escalera abajo. Tenía libres las dos siguientes noches y necesitaba volver a casa. Había varias cosas que resolver aquel fin de semana y todavía le quedaba una hora al volante hasta Waco.
Cuando llegó al final de la escalera suspiró al ver a Nate saliendo del despacho. Había querido evitarle.
–Buenos días, dormilona –la saludó él con alegría.
¿Por qué tenía que gustarle tanto aquel hombre? No quería fijarse en el modo en que el pelo castaño y liso le rozaba el cuello de la camisa, ni en cómo le brillaban los ojos azules cuando le sonreía. Todavía estaba enfadada con él por pensar que podía entrar y salir de su vida sin tener en cuenta el daño emocional que le causaba.
–Tendrías que haberme despertado –dijo ella fijándose en que el reloj de pared del vestíbulo indicaba que ya era mediodía.
–Estabas agotada –la sonrisa de Nate se transformó en una mueca–. Además, pensé que te gustaría estar completamente descansada para la fiesta de esta noche.
–No voy a ir a la fiesta. Ya te lo dije ayer.
Nate sacudió la cabeza y se acercó a ella.
–No, no me lo dijiste.
–Quedaba implícito y tú lo sabes –aseguró Jessie–. Cuando insististe en que tenía que dormir un poco antes de volver a casa, te dije que tenía pensado marcharme en cuanto me despertara de la siesta. Eso dejaba muy claro que no tenía intención de asistir a tu reunión familiar.
Nate extendió la mano y le deslizó suavemente el dedo por la mandíbula, provocándole un escalofrío.
–Ahora que has descansado, ¿te apetece un café o algo de comer? –le preguntó Nate ignorando su razonamiento sobre la fiesta–. No sé mucho de embarazos, pero cuando mis cuñadas estaban embarazadas comían como jornaleros una vez pasadas las náuseas.
–Dejé la cafeína cuando supe que estaba embarazada, pero agradecería mucho un bollo y un vaso de leche –respondió Jessie, que sabía lo que habían pasado aquellas mujeres.
–¿Por qué no te sientas en mi oficina y le digo a mi asistenta que te prepare una bandeja? –le sugirió Nate poniéndole la mano en la espalda para guiarla hacia la puerta.
–¿Por qué no como en la cocina y salgo por la puerta de atrás cuando haya terminado? –respondió a su vez ella dirigiéndose hacia el lado contrario.
–Tenemos que hablar –insistió Nate pasándole la mano por los hombros para guiarla hacia la oficina.
–Nate, sería mejor dejárselo a los abogados…
–¿De verdad quieres que unos desconocidos se encarguen de decirnos cómo criar a nuestro hijo? –la interrumpió él.
Jessie se lo quedó mirando mientras trataba de decidir qué hacer. Tenía razón en lo de los abogados sentados alrededor de una mesa, tomando decisiones importantes sobre su hijo. Realmente parecía impersonal y alejado de la situación. Pero ella quería evitar pasar más tiempo del necesario con Nate. Nate Rafferty había sido su mayor debilidad en los últimos dos años y medio y necesitaba permanecer fuerte para resistirse a su encanto.
–Solo tengo dos noches libres y tengo cosas que hacer –dijo.
–Se trata del futuro de nuestro hijo, Jessie.
La expresión preocupada de su bello rostro hizo que se sintiera culpable, y se vio a sí misma asintiendo con la cabeza a pesar de su necesidad de poner distancia entre ellos.
***
Quince minutos más tarde, Jessie se quedó mirando el cuenco de fruta fresca, el bollo de miel con crema de queso, los huevos revueltos, el vaso de zumo de naranja y la leche que había en la bandeja del escritorio de Nate.
–¿A qué ejército vas a alimentar? –preguntó–. No puedo comerme todo esto.
–Rosemary dijo que necesitabas proteína y fruta, y también calcio y vitamina C –dijo Nate encogiéndose de hombros mientras se colocaba en la butaca a su lado–. Dijo que sería bueno para ti y para el bebé.
Jessie abrió los ojos de par en par.
–¿Le has contado a tu asistenta que estoy embarazada?
Nate asintió.
–Tiene seis hijos y quince nietos. Todos están sanos, y pensé que ella podría saber mejor que nadie las necesidades nutricionales que tienes ahora.
Aunque agradecía el detalle, Jessie no estaba muy convencida de sentirse cómoda con que Nate le contara a la gente lo del bebé hasta que hubieran llegado a un acuerdo satisfactorio para ambos. Pero no quería hablar del tema en aquel momento. Tenían otros asuntos más importantes que tratar.
–Dijiste que querías ver el tema de la custodia y las visitas –dijo agarrando el tenedor de la bandeja para probar los huevos revueltos.
Nate sacudió la cabeza y luego aspiró con fuerza el aire, como si lo que fuera a decir le resultara extremadamente difícil.
–Nada de eso será necesario cuando estemos casados.
Jessie detuvo el tenedor a mitad de camino de la boca.
–¿Perdona?
–Haremos lo correcto, nos casaremos –aseguró él, como si aquella fuera la respuesta a todos sus problemas.
Jessie, que de pronto había perdido el apetito, dejó el tenedor con el huevo sobre el plato y negó con la cabeza.
–No, no lo haremos.
–Claro que sí –Nate le tomó una mano–. Ya me he clasificado para la Final Nacional. Me saltaré el rodeo de este fin de semana y podemos casarnos aquí. O si lo prefieres podemos volar a Las Vegas y celebrar una fiesta con amigos y familiares más adelante.
Jessie apartó la mano de la suya, se puso de pie y empezó a recorrer la estancia.
–¿Has perdido la cabeza? No voy a casarme contigo.
Nate se levantó, se acercó a ella, le puso las manos en los hombros y se la quedó mirando desde arriba, porque era bastante más alto que ella.
–No era mi intención disgustarte, cariño. Seguro que eso no es bueno ni para ti ni para el bebé.
–¿Cómo lo sabes? –preguntó Jessie mirándole con sus increíbles ojos violetas–. ¿Cuántas veces has estado embarazado?
Nate sonrió.
–Esta es la primera vez para los dos.
–Da igual. No lo entenderías ni aunque te lo explicara –Jessie sacudió la cabeza–. No vine aquí a decirte que estaba embarazada porque quiero que te cases conmigo. Solo pensé que deberías saber que vas a tener un hijo. Punto. Si quieres formar parte de su vida, no te lo impediré. Pero yo no formo parte del trato, Nate. Podemos idear algo para criar los dos juntos al niño, pero eso no significa que vayamos a tener una relación.
Nate aspiró con fuerza el aire.
–Soy consciente de que podemos hacer eso, Jessie. Pero lo que yo quiero es casarme contigo.
–No, no quieres eso, Nate –Jessie había esperado escucharle decir aquellas palabras durante más de dos años, pero había roto con ella demasiadas veces como para creerlo–. Tal vez lo pienses ahora, pero los dos sabemos que perderás el interés transcurridas unas semanas y entonces estarás resentido conmigo y con el bebé por verte atrapado en algo que no quieres hacer y nos enfrentaremos al sufrimiento o a un divorcio.
–Eso no sucederá, Jessie. Cuando yo me comprometo, lo hago de por vida –Nate se pasó la mano por el pelo–. Sé que te he decepcionado con anterioridad, pero…
–Déjalo estar –le pidió ella alzando una mano–. Ahora mismo tenemos que aclarar otra cosa. Soy una mujer adulta y no puedo culpar a nadie más que a mí misma de permitir que entraras y salieras de mi vida como lo has hecho. Pero ahora la apuesta es más alta, Nate. Una cosa es decepcionarme a mí, pero me niego a permitir que hagas daño a nuestro hijo. Te juro que pelearé contra ti con todas mis fuerzas si no maduras y estás ahí cuando él o ella te necesite. Ser padre no es un juego, ni algo de lo que puedas salir huyendo cuando te canses de jugar a ser el padre entregado. Significa estar ahí las veinticuatro horas por muy duro que sea. Si no puedes manejarlo, entonces será mejor que ni lo intentes.
–Jessie, te doy mi palabra de que, a partir de ahora, el bebé y tú seréis mi prioridad –afirmó. Parecía sincero. Le deslizó las manos por los hombros para tomarle las manos–. Quiero que nos casemos y seamos una familia. Y te juro que no volveré a hacerte daño jamás.
–Entonces, ¿por qué haces que parezca que estás aceptando la responsabilidad de un delito en lugar de pedirme que me case contigo? –preguntó ella con brusquedad–. ¿Te estás escuchando?
–¿Qué quieres decir? –preguntó él asombrado.
–Ninguna mujer quiere casarse con un hombre porque él considere que eso es «lo correcto» –afirmó Jessie sacudiendo la cabeza–. Además, tuviste que aspirar con fuerza el aire antes de decir que querías casarte conmigo.
Nate se la quedó mirando durante varios segundos antes de decir finalmente:
–Danos una oportunidad. Dame una oportunidad, cariño. Todo esto es nuevo para mí.
–Ya te he dado más oportunidades de las que mereces, Nate –afirmó Jessie. Se negaba a creer que esta vez fuera a ser distinta de las demás. Solo quería casarse con ella por el bebé, no porque la amara ni porque quisiera que iniciaran una vida juntos.
–¿Puedes tomarte algunos días de vacaciones? –le preguntó él de pronto.
–Sí, pero me los guardo para cuando nazca el niño y poder ampliar la baja maternal –contestó ella, preguntándose por qué quería saberlo.
–¿Cuándo tienes la próxima visita al médico? –continuó interrogándola Nate.
–Tengo una ecografía dentro de dos semanas –respondió ella–. ¿Por qué me preguntas todo esto?
–Me gustaría que estuvieras esta noche en la fiesta y que luego te quedaras conmigo las dos siguiente semanas –le pidió–. Déjame demostrarte que casarme contigo es lo que quiero.
–Lo único que oigo es lo que quieres tú. ¿Te has parado siquiera a pensar en lo que quiero yo?
Nate asintió brevemente con la cabeza y preguntó:
–¿Qué es lo que quieres, Jessie?
–Quiero que seas un buen padre y quieras a nuestro hijo –murmuró ella–. Eso es lo más importante para mí.
–Ya quiero a ese niño, y te doy mi palabra de que seré el mejor padre posible. Pero te pido que me dejes demostrarte que ser un buen padre no es lo único que quiero. Quédate conmigo hasta después de Acción de Gracias –le pidió–. No tienes nada que perder.
–Solo los días de vacaciones que quiero tomarme cuando nazca el niño –contestó ella.
–Si no puedo convencerte de que soy completamente sincero sobre lo de formar una familia, entonces llamaremos a los abogados para que preparen un acuerdo.
–No puedo ir a la fiesta –dijo entonces Jessie–. No tengo nada que ponerme.
Si hacía lo que le pedía y se quedaba algún tiempo, temía verse tentada a volver al viejo patrón de conducta y que Nate la sedujera. Aquello era lo último que quería que ocurriera. El bebé necesitaba de ella que fuera fuerte y se resistiera a la tentación.
–Ya me he encargado de que tengas algo que ponerte para la fiesta –aseguró Nate con satisfacción–. Llamé a Bria, la mujer de Sam. Ella y su hermana Mariah iban a recoger sus disfraces en una tienda de Fort Worth. Les pedí que escogieran algo para ti y se pasaran por una boutique.
–Por favor, dime que no le has contado lo del embarazo –dijo Jessie frotándose las sienes.
–No, pensé que sería mejor decírselo a todo el mundo esta noche en la fiesta –afirmó Nate–. A Bria solo le dije que eres de la misma talla que Summer, nuestra otra cuñada, y que te gusta la ropa suelta –le miró el vientre–. Pensé que necesitarías espacio extra para el bebé.
–No he dicho que vaya a ir a la fiesta –le recordó Jessie.
–Tampoco has dicho lo contrario.
Su sexy sonrisa le hizo saber que estaba acabando con sus fuerzas.
Jessie supuso que si se quedaba, sería un momento tan bueno como cualquier otro para decirle a la familia de Nate lo del niño. Y si ella estaba presente tendría un poco más de control sobre lo que él dijera. Con lo persistente que se estaba mostrando para que se casara con él, seguramente le diría a su familia que tenían pensado pasar por el altar.
Estar allí para evitar que confundiera a su familia sería la opción más inteligente.
–Aunque me quede a la fiesta, eso no significa que vaya a seguir aquí durante mucho tiempo.
Nate se la quedó mirando durante un largo instante antes de tomarle la cara entre las manos.
–Jessie, tú lo has experimentado todo desde el momento que supiste que estabas embarazada. Pero yo me he perdido mucho durante los últimos cuatro meses y medio, y no quiero perderme nada más. Te prometo que si te quedas conmigo el próximo mes, no te presionaré para que hagas nada que no quieras hacer. Este tiempo no solo nos dará la posibilidad de explorar todas las opciones y asegurarnos de que tomamos la decisión correcta, sino que también me dará la oportunidad de sentir que formo parte de esto y de acostumbrarme a la idea de ser padre.
La sinceridad de su voz y su franca expresión consiguieron el resultado que sin duda Nate esperaba. Si ahora no se quedaba, se sentiría tan culpable que seguramente no podría volver a dormir jamás.
Ella tuvo casi cinco meses para acostumbrarse a la idea de ser madre. Nate había tenido menos de veinticuatro horas para asumirlo, y seguro que todavía le parecía irreal. Y tenía razón respecto a lo de tomar decisiones relacionadas con el bebé. Su hijo se merecía que fueran sus padres quienes escogieran lo mejor para él, y no unos abogados. Tendría que encontrar la forma de lidiar con Nate durante los próximos dieciocho años como mínimo, así que más le valía empezar cuanto antes.
–Tendré que volver a casa a por algo de ropa –avisó.
Entre aquel momento y el viaje de regreso a su apartamento tal vez lograría afirmarse en su decisión y levantar las defensas contra su carismático encanto. En el pasado le había resultado imposible resistirse a Nate, y pasar un mes con él sería una auténtica prueba para su fuerza de voluntad. Pero entendía su deseo de tener un papel activo durante el embarazo. Sería un buen comienzo para su relación con el bebé, y eso era algo que ella quería para su hijo.
–Podemos ir a tu casa mañana y recoger todo lo que necesites –Nate adquirió una expresión seria–. Quiero que tengamos esta oportunidad, Jessie. Por favor, dime que te quedarás.
–De acuerdo. Lo arreglaré todo para poder tomarme estos días y quedarme hasta el fin de semana posterior a Acción de Gracias. Pero con una condición.
–¿Cuál, cariño? –preguntó Nate bajando la cabeza para rozarle los labios con los suyos.
–No quiero que me presiones con lo de casarnos –afirmó ella apartándose.
–Lo prometo.
–Solo me quedo para que me demuestres que eres sincero con lo desear al niño tanto como yo, y para trabajar en un buen régimen de custodia y de visitas. Y para que quede claro –añadió tras pensárselo un instante–, por la noche yo me dormiré en una habitación y tú en otra.
Nate estaba con sus hermanos en el improvisado bar que sus trabajadores habían construido para la fiesta, pero apenas escuchaba la conversación sobre el ganado bravo de su hermano, que había sido seleccionado para el rodeo de la Final Nacional. Estaba demasiado ocupado mirando a Jessie. Estaba monísima con el disfraz de gnoma de jardín que Bria había escogido para ella. No pudo ponerse el chaleco porque era demasiado ajustado, pero el delantal blanco sobre la amplia falda roja le redondeaba perfectamente el vientre.
Sentada sobre una bala de heno, Jessie escuchaba atentamente a sus dos sobrinos, Seth y el pequeño Hank, hablar de sus nuevos ponis. A juzgar por su sonrisa, parecía que le gustaban los niños. Cuando su sobrina Katie se acercó a ella, Jessie se la sentó en el regazo sin vacilar ni un instante. Iba a ser una madre maravillosa, y él confiaba en hacerlo la mitad de bien como padre.
El corazón le dio un vuelco, y tuvo que aspirar con fuerza el aire para apartar el miedo que se le había instalado en el pecho. La idea de ser padre le aterrorizaba. ¿Y si no era capaz de asumir la responsabilidad? Era un estupendo tío para sus sobrinos. Pero aquel papel no implicaba tanta responsabilidad como ser padre. ¿Qué clase de padre sería?
Su mayor miedo siempre había sido ser tan negligente y poco de fiar como su propio padre. Por eso nunca pensó en tener hijos. Qué diablos, ni siquiera había pensado en casarse por eso mismo.
De los seis hombres a los que consideraba sus hermanos, Sam era el único biológico, y resultó ser tan sólido como una roca. Era completamente opuesto a su padre, y eso le daba a Nate esperanzas de ser igual que él. Pero, ¿cómo podía saberlo seguro?
–¿En qué andas, Nate? –preguntó T.J. Malloy sacando a Nate de sus pensamientos.
–Sí, esta es la primera vez que le pides a la rubia que venga a una de nuestras reuniones familiares –añadió Ryder McClain sonriendo de oreja a oreja.
–Tal vez ahora que es el dueño del rancho Twin Oaks esté por fin dispuesto a sentar la cabeza –sugirió Lande Donaldson mientras acunaba a su bebé en brazos.
–Yo apuesto lo que queráis a que Jessie y él se casarán antes de primavera –afirmó Sam mirando a Nate de reojo–. Ayer cuando me llamó para preguntarme dónde podía encontrarme sonaba muy decidida.
–¿Jessie te llamó y no me dijiste nada? –intervino Nate mirando fijamente a su hermano mayor.
Sam se encogió de hombros.
–Me pidió que no lo hiciera y le dije que no lo haría. Y sabes tan bien como los demás cuál es la regla número uno de Hank.
–Sí –la irritación de Nate disminuyó ante la mención de su padre adoptivo y el código ético que había inculcado a los niños que tenía a su cuidado–. Es preferible que te rompas un hueso a que rompas una promesa.
Todos sus hermanos asintieron con la cabeza.
Jaron Lambert se sacó la cartera del bolsillo de los vaqueros y puso un billete de cien dólares sobre la barra del bar.
–Yo digo que Nate y Jessie estarán casados antes de mediados de verano.
–Yo digo Navidades –dijo T.J. añadiendo dinero.
Ryder sacó su cartera y miró a Nate antes de darle una palmada en el hombro.
–Yo apuesto a que antes de Acción de Gracias ya estarán casados.
Nate sacudió la cabeza mientras escuchaba a sus hermanos apostar. Con ellos siempre había sido así. Cuando estaban los seis en el rancho de su padre adoptivo, Hank Calvert, apostaban por todo. Por supuesto, entonces eran pobres y no tenían nada mejor que hacer que especular sobre cuándo volvería a llover o cuál sería el primero de ellos en conseguir una hebilla en alguno de los rodeos junior en los que todos participaban.
Ahora que todos se habían hecho millonarios, en lugar de apostar cincuenta centavos o un dólar, las apuestas eran mucho más altas. Pero hasta el día anterior, a Nate no se le pasó por la cabeza pensar que él sería el objeto de una apuesta, ni que acertarían en sus predicciones.
Cada vez que uno de ellos hablaba de la boda, sentía que se le movía el párpado izquierdo. Todavía no podía creer que fuera a hacerlo. Le aterrorizaba la idea de fallarles a Jessie y al niño. Pero tenía una responsabilidad hacia ambos, y haría todo lo que estuviera en su mano para ser un buen marido y un buen padre.
Nate se centró en la pila de dinero que había sobre la barra y sacudió la cabeza.
–Mientras vosotros perdéis el tiempo y el dinero, yo voy a pedirle a Jessie que baile conmigo –los niños la habían abandonado para jugar con una caja de cartón, y Nate decidió que aquel era un buen momento para averiguar cuándo quería contarle a su familia lo del bebé.
Tiró la lata de cerveza vacía en el cubo de basura y se marchó. Ya tenía bastantes problemas con Jessie. No quería añadir más contándoles a sus hermanos lo del embarazo antes de que ella estuviera preparada. Y si se quedaba con ellos más tiempo, había muchas posibilidades de que se le escapara algo sin querer. Y si eso ocurría, no le dejarían en paz hasta que les contara qué estaba pasando.
Ocultarle cosas a la gente que te conocía bien no era sencillo. Aquella era la única desventaja que le encontraba a estar tan unidos. Pero no lo cambiaría por nada del mundo. Sabía que podía contar con sus hermanos pasara lo que pasara, y ellos con él.
–¿Te lo estás pasando bien, cariño? –preguntó acercándose a Jessie, que seguía sentada en la bala de heno.
Sin apartar la vista de los niños, ella contestó:
–De maravilla. Pero al parecer no soy tan interesante como una caja de cartón.
Nate la tomó de las manos y la ayudó a ponerse de pie.
–Espera a ver a los niños en Navidad. Se emocionan y están esperando a que saquemos los juguetes de las cajas, y cuando lo hacemos tiran el juguete y se sientan a jugar con la caja.
La risa ligera de Jessie provocó que le vibrara el cuerpo por dentro de un modo que conocía muy bien. La deseaba. Qué diablos, incluso durante los periodos en los que cortaba con ella y seguía su camino, continuaba deseándola. Quería estrecharla entre sus brazos sin que ella le recodara que no estaba allí para resucitar su relación romántica.
–¿Te gustaría bailar, cariño? –a Jessie le encantaba moverse por la pista de baile, y Nate quería que se divirtiera. Si lo hacía tal vez le recordara lo que habían compartido en el pasado.
–Creo que sí, sheriff –contestó ella refiriéndose a la estrella que Nate se había puesto en la solapa.
Él asintió mirando hacia el grupo de música que había contratado y en aquel momento terminaron con la canción que estaban tocando y empezaron con una melodía country lenta. Cuando llegó el grupo, Nate le dijo al hombre el título de la canción que quería que tocaran y que estuviera pendiente de su señal. Era la canción que Jessie y él habían bailado la primera vez que salieron juntos.
–Lo tenías planeado –le acusó Jessie.
Nate sonrió, la estrechó entre sus brazos y la llevó a la pista de baile.
–Sí –se inclinó para susurrarle al oído–. No me dijiste que no me estaba permitido recordarte nuestra primera cita y lo bien que lo pasamos –se abstuvo de mencionar que fue por algo más que por bailar.
Nate la sintió temblar contra él.
–Nate, lo primero que vamos a hacer después de esta fiesta es poner algunas normas. En caso contrario, mañana me voy a casa y no volveré.
–Claro, cariño –dijo él con buen talante mientras se movían al ritmo de la música.
Jessie podía poner todas las normas que quisiera, pero aquel pequeño estremecimiento era la única indicación que Nate necesitaba para saber que no le resultaba indiferente. Y tenía intención de recordárselo cada vez que pudiera.
Esperó a que terminara la canción antes de preguntar:
–¿Cuándo quieres anunciar lo del bebé?
Jessie suspiró.
–Supongo que ahora es tan buen momento como cualquiera. Pero no le hagas creer a tu familia que vamos a casarnos porque eso no va a ocurrir.
–Te doy mi palabra –afirmó él. No quería hacer nada que la llevara a salir huyendo a Waco antes de final de mes, como habían acordado. Y eso sería exactamente lo que sucedería si insinuaba a su familia que el matrimonio era una posibilidad.
Además, solo tenía hasta justo después de Acción de Gracias para idear cómo iba a conseguir aquella meta. Estaba decidido a no fallar. Quería que Jessie accediera a ser su esposa y que se casaran antes del nacimiento del niño.
Le pasó el brazo por los hombros para guiarla hacia Bria y su hermana Mariah, que charlaban con unos amigos al lado de la mesa de la comisa.
–Bria, ¿puedes reunir a la familia y que salgan todos un momento? Jessie y yo queremos deciros algo.
–Por supuesto, Nate –su cuñada se giró sonriendo hacia Mariah–. Ve a decirles a los hombres que salgan mientras yo busco a Summer, a Taylor y a Heather.
Unos minutos más tarde, Nate y Jessie estaban en el exterior de las enormes puertas de la cuadra rodeados por su familia. Nate sabía que a sus cuñadas les encantaría la idea y empezarían a organizar una fiesta para que el bebé recibiera regalos y todas esas cosas que hacían las mujeres cuando llegaba un recién nacido a la familia.
Pero sus hermanos le harían la vida imposible en cuanto supieran que la boda no era algo seguro.
Su padre adoptivo los había criado con un fuerte sentido de lo que estaba bien y lo que no. Cuando tuvieron edad para salir con chicas, Hank Calvert les dijo que su responsabilidad era proteger a las mujeres. Y en caso de que hubiera un embarazo accidental, los hombres tenían la obligación moral de hacer lo correcto y darle su apellido al niño y a la madre.
Nate sabía que en estos tiempos ese modo de pensar se consideraba anticuado, pero no había hombre al que respetara más que a su fallecido padre adoptivo. Las enseñanzas de Hank les habían servido a él y a sus hermanos muy bien a lo largo de los años. Pasaron de ser unos adolescentes rebeldes y complicados a convertirse en adultos sinceros y responsables. Por lo que a él se refería, ese tipo de enseñanzas no deberían olvidarse. Además, la idea de tener a Jessie a su lado cada día y en la cama cada noche le resultaba un aspecto muy atrayente del matrimonio.
–¿Qué pasa, hermano? –preguntó Jaron esbozando una de sus escasas sonrisas.
Su hermano Jaron, callado y taciturno, era el único que al parecer no se había librado completamente de los fantasmas del pasado. Todos tenían alguna secuela de su vida anterior antes de vivir en el rancho Última Oportunidad con Hank, pero las de Jaron eran más profundas.
–Sí, escúpelo de una vez –intervino T.J.
Nate miró de reojo a Jessie y le tomó la mano.
–Solo queremos que sepáis que dentro de unos meses añadiremos otro miembro a la familia. Vamos a tener un hijo.
Se hizo un asombrado silencio. Nate miró la expresión de Sam y se dio cuenta de que la omisión de la boda no había pasado inadvertida. Hizo saber con un leve movimiento de cabeza a sus hermanos que no le preguntaran por ello hasta más adelante. Sabía que respetarían sus deseos y guardarían silencio… por el momento. Pero en cuanto se presentara la oportunidad iba a tener que dar explicaciones.
–Eso es maravilloso –dijo Bria rompiendo el silencio cuando dio un paso adelante para darles un abrazo.