Noches apasionadas - Kathie Denosky - E-Book
SONDERANGEBOT

Noches apasionadas E-Book

Kathie Denosky

0,0
2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

¿Para qué están los amigos? Summer Patterson deseaba un hijo más que nada en el mundo. Lo que no quería era un marido. Por suerte, Ryder McClain, su mejor amigo, podía ser el donante de esperma perfecto. Era leal, innegablemente sexy y el único hombre en el que ella confiaba… y esa era la única razón por la que accedió a concebir a su hijo de un modo natural. Las noches con Summer ardían de pasión y Ryder empezaba a sentir el calor. Pronto descubrió que se estaba enamorando de ella y de la idea de ser padre, pero ocultaba un secreto que podía destruir para siempre la fe que Summer tenía en él.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 174

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Kathie DeNosky. Todos los derechos reservados.

NOCHES APASIONADAS, N.º 1941 - octubre 2013

Título original: A Baby Between Friends

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2013

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3829-1

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo Uno

Ryder McClain miró furioso a los cinco hombres que le sonreían como un puñado de idiotas. Después de diez años juntos en el rancho Última Oportunidad, un hogar para chicos a los que el sistema de acogimiento de menores consideraba causas perdidas, los quería a todos, pero en aquel momento le habría causado mucha satisfacción ponerles las manos en el cuello y apretar.

–Solo lo voy a decir una vez más y luego espero que dejéis el tema –dijo entre dientes–. He traído a Summer Patterson a la fiesta porque es una amiga que no tenía otros planes. Punto. No hay nada entre nosotros.

–Claro, si tú lo dices, hermano –la expresión escéptica de Jaron Lambert indicaba que no creía ni una palabra de lo que acababa de oír–. Y seguro que también crees todavía en el Ratoncito Pérez, ¿verdad?

–Te apuesto cien contra uno a que la chica en cuestión tiene otras ideas –intervino Lane Donaldson balanceándose sobre los talones de sus botas de piel de cocodrilo hechas a mano.

Lane era un experto jugador de póquer que utilizaba su licenciatura en Psicología para leer en la mente de las personas como en un libro abierto. Aunque en ese caso era obvio que leía el capítulo equivocado.

–Sí. Yo diría que te ha separado del rebaño y te está tomando las medidas para colocarte la silla –añadió Sam Rafferty riendo.

Sam era el único casado de los hermanos adoptivos y su esposa, Bria, y él daban aquella fiesta para celebrar la renovación de sus votos matrimoniales y el embarazo de Bria.

–Más vale que lo aceptes, Ryder. Tus días de soltero están contados.

–Tú lo que quieres es que uno de nosotros te haga compañía en el montón de los atrapados –Ryder respiró frustrado–. Pero por lo que a Summer y a mí respecta, eso no va a pasar… ni ahora ni en el futuro. Ninguno de los dos tenemos la más mínima intención de ser otra cosa que buenos amigos. Fin de la historia.

T. J. Malloy detuvo la botella de cerveza a medio camino de la boca.

–Ryder, ¿acaso te golpeó un toro en la cabeza en el último rodeo? Eso explicaría que no veas lo que tienes claramente delante de los ojos.

–Bueno, esto me facilita mucho las cosas –Nate Rafferty sonrió y se giró hacia la pista de baile, donde Summer charlaba con Bria y su hermana Mariah–. Si a ti no te interesa, la voy a sacar a bailar.

Ryder sabía que su hermano lo estaba pinchando, pero bajó la mano con fuerza sobre el hombro de Nate.

–Ni se te ocurra, Romeo.

–Oh, o sea que sí la quieres para ti –comentó Lane.

–No –Ryder apretaba la mandíbula con fuerza–. Pero Summer no necesita el dolor de cabeza que supone Nate.

Tenía una gran opinión de su hermano adoptivo, pero la filosofía de Nate de amar a las mujeres y abandonarlas había dejado un rastro de corazones rotos por todo el suroeste.

–No te ofendas, Nate, pero tú eres lo último que necesita.

–Ahí te ha pillado, Nate –comentó Sam.

Nate y él eran los dos únicos del grupo que eran hermanos de sangre, pero no podrían haber sido más diferentes. Sam jamás había poseído la vena salvaje que tenía su hermano menor.

Nate se encogió de hombros.

–Yo no puedo evitar amar a las mujeres.

–Tu interés por las mujeres tiene algo de patológico –comentó Ryder–. Deja en paz a esta y todo irá bien. Si cruzas esa raya, vamos a tener problemas.

Optó por ignorar las miradas de suficiencia que intercambió el grupo y se alejó para no ceder a la tentación de pegarles. Para empezar, no quería arruinar la fiesta de Sam y Bria con una pelea y, además, procuraba no pegar nunca a nadie sin ningún motivo. Lo había hecho una vez cuando era adolescente y las consecuencias casi le habían arruinado la vida. No pensaba volver a correr ese riesgo.

–¿Ryder?

Volvió la cabeza en dirección a la voz y miró a Summer. Esta, una hermosa rubia de ojos azules, y él habían sido muy buenos amigos los últimos años. Aunque Ryder pensaba que cualquier hombre sería afortunado de poder considerarla su mujer, procuraba evitar pensar en ella de otro modo que como amiga. Si hubiera algo más entre ellos, se sentiría obligado a decirle la razón por la que había terminado en el rancho Última Oportunidad. Eso era algo que no quería contar a nadie y la causa de que no hubiera tenido una relación seria con ninguna mujer. Algunas cosas estaban mejor enterradas en el pasado. Además, no quería correr el riesgo de perder la agradable amistad que habían entablado teniendo una aventura romántica con ella. Y sospechaba que a Summer le ocurría lo mismo.

–¿Te pasa algo? –preguntó ella, con expresión preocupada.

Ryder negó con la cabeza y sonrió a la joven bajita.

–No, solo que me he cansado de oír las tonterías de mis hermanos.

Ella sonrió.

–Tienes suerte. Al menos tú tienes hermanos que te irriten. Yo nunca he tenido ese problema.

Ryder se sintió inmediatamente culpable. Aunque sus hermanos adoptivos podían ser muy pesados, no tenía dudas de que podía contar con ellos para todo, igual que ellos con él. No pasaba ni un día en el que no diera gracias a Dios por tenerlos en su vida.

Pero Summer nunca había tenido nada igual. Había sido hija única de una pareja mayor que se había matado en una avioneta cuando ella estaba en el segundo año de universidad. La muerte de sus padres la había dejado sin familia.

–Sí, a veces pueden ser muy pesados –Ryder sonrió–, pero supongo que después de tantos años, no tengo más remedio que seguir aguantándolos.

Ella se echó a reír.

–Buena idea. Pero en serio, tu familia es fantástica. Conozco a algunos de tus hermanos de haberlos visto competir en los rodeos en los que hemos trabajado, pero no conocía a la mujer de Sam ni a su hermana. Son muy simpáticas y me parece fantástico que os hayáis mantenido unidos a lo largo de los años.

–¿Has tenido ocasión de bailar? –preguntó Ryder.

–Todavía no –ella miró la pista de baile que Sam había hecho construir a sus vaqueros en uno de los graneros.

–Me pareció que el capataz de Sam te sacaba antes.

–Supongo que ha sido muy amable –ella se encogió de hombros–, pero en ese momento no me apetecía bailar.

–Pues si no te importa un vaquero torpe con el peor sentido del ritmo a este lado del Mississippi, para mí sería un honor girar contigo al son de la música.

Summer sonrió.

–Creía que todos los vaqueros de Texas se enorgullecían de bailar bien.

–Yo no –Ryder movió la cabeza cuando la banda empezó a tocar una pieza lenta–. No sé moverme.

–En eso no estoy de acuerdo –murmuró ella. Apoyó las manos en los brazos de él, que la había tomado por la cintura–. Te he visto moverte con un toro de mil kilos y te mueves bien.

–Porque es mi trabajo –él intentó no prestar atención al modo en que sus manos suaves le calentaban la piel a través de la tela de la camisa–. Si no hago que esos toros bailen conmigo, pisotearán al vaquero que los monta.

–¿Tú no estudiaste para dirigir un rancho? –preguntó ella–. Sería más normal que te quedaras en casa dirigiendo tu rancho en lugar de viajar por el país midiéndote con esos toros gigantes.

–Sí, me gradué en la Universidad de Texas –contestó él–, pero tengo un capataz muy bueno y le pago muy bien para que me informe varias veces al día. Le digo lo que quiero hacer y él se encarga de que se haga. Eso me da libertad para estar en los rodeos salvando a montadores de toros pirados como Nate y Jaron.

–En otras palabras, te gusta ser un héroe.

Él rio. Negó con la cabeza.

–No. Estoy en esto por la adrenalina –era una explicación más fácil que admitir que siempre se había sentido impulsado a proteger a otros aun a riesgo de ponerse en peligro él.

Cuando terminó la canción, salieron de la pista y Ryder instaló a Summer en una mesa y fue a buscar bebidas. De camino a la barra, frunció el ceño. Todavía le cosquilleaban los brazos donde ella había apoyado las manos y no conseguía saber por qué. ¿Se debía a que sus hermanos le habían metido ideas en la cabeza en relación con Summer?

Alzó la vista y vio que sus hermanos lo miraban interesados. Todos mostraban la misma sonrisa. Sintió ganas de darles un puñetazo en el estómago.

Agradecía profundamente que su padre adoptivo hubiera inculcado un fuerte sentido de familia entre los chicos que ayudaba a guiar en los difíciles años de la adolescencia. Como Hank Calvert les decía siempre, cuando fueran adultos agradecerían contar con los demás, puesto que ninguno de ellos tenía familia propia. Y eso era lo que sentía Ryder… la mayoría del tiempo. Pero había otras veces, como aquella, en la que sus hermanos podían ser unos pelmas.

Summer observaba con aire ausente a los bailarines, que formaban un par de filas paralelas y empezaban a moverse al unísono al son de una canción alegre. Estaba disfrutando. Normalmente rechazaba las invitaciones de los hombres con los que trabajaba, pero Ryder era diferente. Habían sido amigos desde que ella aceptara el trabajo de directora de relaciones públicas para el circuito suroeste de la Asociación de Rodeos, y por razones que no podía explicar, confiaba en él.

Por supuesto, eso probablemente tuviera que ver con el modo en que él había cortado a algunos de sus compañeros de trabajo más agresivos cuando ella había empezado a trabajar para la Asociación de Rodeos. Desde el primer momento, Ryder se había esforzado por recordarles a todos que ella era una señorita y debía ser tratada como tal. A ella siempre le había mostrado un gran respeto y no habían tardado mucho en desarrollar una relación cómoda y fácil. Y ni una sola vez había dado muestras de querer algo más de ella que amistad.

–¿Te importa que me siente contigo, Summer? –preguntó Bria Rafferty detrás de ella–. Después del último baile, necesito recuperar el aliento.

Summer se volvió a sonreír a la mujer morena.

–Por favor, siéntate –miró a su alrededor–. ¿Dónde está el resto del clan?

–Sam, Nate, T. J. y Lane están debatiendo las diferencias entre las distintas razas de toros y cuál es más difícil montar –Bria rio y señaló el lado opuesto del granero–. Y Mariah y Jaron están otra vez discutiendo si voy a tener un niño o una niña.

–¿Qué os gustaría que fuera a Sam y a ti? –preguntó Summer.

–Me da igual siempre que el bebé esté sano –Bria se llevó una mano al estómago, todavía plano.

–¿Y a tu esposo?

–Sam dice que le da igual, pero creo que le gustaría que fuera un chico.

–¿No es eso lo que quiere la mayoría de los hombres? –Summer sonrió.

–Creo que es porque quieren un hijo con el que hacer cosas aparte de que transmita su apellido –repuso Bria.

–¿Cuándo esperas el niño? –preguntó Summer.

–A comienzos de primavera.

–Dentro de poco sabrás si es niño o niña –comentó Summer.

–Sam y yo hemos decidido que no queremos saberlo –Bria rio–. Pero cuanto más se acerca el día de la ecografía, más creo que Sam cambiará de idea.

–¿Por qué lo dices?

–No deja de preguntarme si intuyo que va a ser niño –Bria alzó los ojos al cielo–. ¡Como si yo pudiera saberlo!

–¿Quieres que vaya a buscarte algo de beber, Bria? –preguntó Ryder, que acababa de llegar a la mesa.

Entregó un vaso de limonada a Summer y dejó una botella de cerveza en la mesa para él.

–Gracias, pero creo que voy a ver si Sam está preparado para cortar esa tarta gigante que insistió en encargar –Bria se levantó.

Summer miró la enorme tarta de cuatro pisos colocada en el centro de la mesa de los refrescos.

–Espero que tengas sitio en el congelador –comentó Ryder. Se sentó al lado de Summer–. Yo diría que os va a sobrar la mitad.

–No tendré que hacer tartas de cumpleaños para ninguno de vosotros hasta el año que viene. Solo tendré que descongelar un trozo de esta y ponerle una vela.

–Nos hace la cena y una tarta de cumpleaños a todos –explicó Ryder cuando Bria se alejaba en dirección a su esposo.

–Creo que es fantástico que estéis tan unidos –musitó Summer–. ¿Tu padre adoptivo tomaba parte en vuestras celebraciones antes de morir? –preguntó con curiosidad.

–Bria incluía siempre a su hermana Mariah y a Hank en todas nuestras reuniones. Para Bria la familia lo es todo, y nosotros se lo agradecemos mucho. Nos ayuda a estar unidos.

Summer lo miró por el rabillo del ojo. Admiraba a sus hermanos y a él por el cambio que habían dado a sus vidas y el vínculo fuerte que habían forjado. Se habían conocido debido a una juventud problemática, pero con la ayuda de un hombre muy especial, habían aprendido a olvidar el pasado y seguir adelante. Con dedicación y trabajo duro, los seis se habían convertido en hombres de éxito y en el proceso habían permanecido tan unidos como si fueran hermanos biológicos.

Cuando Bria y Sam cortaron la tarta, Ryder se puso en pie.

–Voy a buscar trozos de pastel y luego, si quieres, bailamos más antes de que te lleve al hotel.

–Me parece un buen plan –asintió ella.

Una hora más tarde, después de haber felicitado de nuevo a los Rafferty, Summer subió con Ryder al todoterreno.

–¿Tienes frío? –preguntó él–. Puedo poner la calefacción.

–No, estoy bien. Pero gracias por preguntar –había algo de frescor en el aire, que anunciaba que había llegado el otoño, pero no hacía frío.

–Espero que te hayas divertido –Ryder puso el motor en marcha y enfiló el vehículo hacia la carretera principal.

–Lo he pasado muy bien –le aseguró ella con una sonrisa–. Gracias por haberme invitado a acompañarte.

Ryder entró en la autopista y puso la radio en una emisora popular country.

–Tendrás que volver a alguno de nuestros cumpleaños.

–Me gustaría –repuso ella. Y hablaba en serio.

Guardaron un silencio cómodo y, mientras él conducía, Summer observaba su perfil. Con el cabello castaño oscuro, los ojos verdes y la sonrisa fácil, resultaba indudablemente guapo. Y si eso se combinaba con una impresionante figura y una personalidad relajada, no había duda de que Ryder McClain era el tipo de hombre con el que fantaseaban muchas mujeres. Sus hombros anchos y pecho grande serían el lugar ideal para que una mujer apoyara la cabeza cuando el mundo le ofrecía más desafíos de los que creía poder controlar. Y la fuerza latente de sus brazos musculosos la mantendría a salvo de cualquier daño.

–Summer, ¿estás bien? –preguntó él.

Ella asintió, algo avergonzada.

–Estaba pensando en la fiesta –mintió; no sabía cómo empezar la conversación que tenía en mente. Era algo a lo que había dado muchas vueltas en la cabeza y sabía que había llegado el momento. En realidad, por eso había aceptado ir a la fiesta con él, para tener ocasión de hablar a solas antes del próximo rodeo.

–No recuerdo ninguna reunión nuestra en la que no nos hayamos divertido –comentó él con una sonrisa.

–¿Incluso cuando tus hermanos te irritan como esta noche?

Él se echó a reír.

–Sí, incluso cuando nos metemos unos con otros, también disfrutamos estando juntos.

–Por lo que has dicho antes, parece que esta noche te ha tocado que se metieran contigo –comentó Summer.

Creía saber el motivo de las burlas. Debido a las exigencias de los trabajos de ambos, Ryder y ella habían sido vistos pocas veces juntos fuera de los rodeos. Era natural que sus hermanos hicieran especulaciones sobre su relación.

Ryder se encogió de hombros.

–Mientras se meten conmigo, se dejan en paz entre ellos. Hace unos meses le dábamos la lata a Sam por lo terco y orgulloso que podía llegar a ser. Eso fue cuando Bria y él tuvieron un bache en el matrimonio.

–¿Siempre sabéis tantas cosas unos de otros?

–Es difícil ocultar cosas a personas que te conocen mejor de lo que a veces te conoces tú mismo –admitió él–. ¿Por qué lo preguntas?

Ella había esperado intencionadamente a que estuvieran solos en el vehículo y hubiera oscurecido, para no tener que mirarlo a los ojos. Pero había llegado el momento de presentar el caso y pedir ayuda.

–Últimamente he pensado mucho… –empezó a decir; y se arrepintió de no haber ensayado antes aquel discurso–. Aunque nunca he tenido hermanos, echo de menos formar parte de una familia.

–Lo sé –él le cubrió una mano con la suya–. Estoy seguro de que un día encontrarás a alguien y echarás raíces y entonces no solo formarás parte de la familia de él sino que tendrás una propia.

–Eso no va a pasar –ella negó con la cabeza–. No tengo ningún interés en casarme ni en tener un hombre en mi vida, excepto como amigo.

Ryder parecía sorprendido por el tono de seguridad de ella. Nunca habían hablado de lo que podía depararles el futuro y sin duda él no se esperaba aquello. Se esforzó por resultar menos vehemente.

–Voy a elegir otra ruta para conseguir la familia que quiero –continuó–. En estos días es bastante común que una mujer elija ser madre soltera.

–Bueno, hay muchos chicos de todas las edades que necesitan un buen hogar –asintió él–. Una mujer sola que quiera adoptar un niño no tiene tantas trabas como antes.

–Yo no hablo de adoptar un niño –respondió Summer con la vista fija en el parabrisas–. Al menos todavía. Si puedo, quiero conocer todos los aspectos de la maternidad, incluido el embarazo.

–Hasta donde yo sé, quedarse embarazada es un poco difícil sin la contribución de un hombre –replicó él.

–Tendría que participar un hombre… hasta cierto punto –se acercaban rápidamente al momento de la verdad–. Pero hay otros modos de quedarse embarazada aparte del sexo.

–¡Oh!, ¿vas a ir a un banco de esperma? –él no se mostraba crítico y ella decidió que eso era buena señal.

–No –dijo–. Prefiero conocer al padre de mi hijo como algo más que como un número en un vial y una serie de características físicas.

Ryder parecía confuso.

–¿Y cómo vas a hacer que ocurra eso si no quieres esperar a conocer a alguien y no quieres ir a un banco de esperma?

A ella se le aceleró el pulso.

–Tengo un donante en mente.

–Bueno, supongo que si él está de acuerdo, eso podría funcionar –comentó él pensativo–. ¿Es alguien que yo conozca?

–Sí –ella hizo una pausa para reunir valor–. Quiero que tú seas el padre de mi hijo.

Capítulo Dos

Ryder solo podía recordar un par de veces en sus treinta y tres años en las que se hubiera quedado sin palabras. Y esa era la tercera. La petición de Summer lo había dejado atónito.

Para evitar un accidente, se acercó al lateral de la carretera y paró el vehículo. Se volvió a mirar a la mujer sentada a su lado y el corazón empezó a latirle con fuerza. Summer no bromeaba. Hablaba en serio y esperaba que él le dijera que sería el padre de su hijo.

–Sé que esto te ha pillado por sorpresa –comentó ella, retorciéndose las manos en el regazo–. Seguro que no te lo esperabas.

–En eso tienes razón –repuso él.