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¿Los uniría o los separaría la verdad? Josh Gordon se metió por error en la cama de Kiley Roberts sin saber con quién se había acostado. Tres años después, sin olvidar la explosiva noche que habían pasado juntos, no tenía intención de financiar la guardería del Club de Ganaderos de Texas que dirigía la atractiva madre soltera que era Kiley. La tentación de mezclar los negocios con el placer era innegable, y cuando Josh vio la devoción que Kiley sentía por su hija, solo pudo desear formar parte de esa familia. Y entonces le surgieron dudas de quién era el verdadero padre de la niña.
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Seitenzahl: 173
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2013 Harlequin Books S.A.
© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Unida a ti, n.º 118 - junio 2015
Título original: It Happened One Night
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-6379-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Cuando Josh Gordon llegó a la casa de su novia quería dos cosas: hacerle el amor a Lori y, después, dormir. Había pasado un largo día trabajando en Gordon Construction y una noche todavía más larga cenando con un cliente que estaba dudando entre encargar la construcción de un nuevo edificio de oficinas a Josh y a su hermano gemelo, Sam, o a la competencia.
Habían estado bebiendo hasta que había conseguido que el otro hombre accediese a contratar los servicios de Gordon Construction. Ese era el motivo por el que había decidido pasar la noche en casa de Lori; no estaba en condiciones de conducir. Y como esta le había dado una llave de su apartamento varias semanas antes y vivía a solo unas manzanas del restaurante, le había parecido que lo más sensato era ir hasta allí andando en vez de conducir hasta su rancho, situado a las afueras del pueblo.
Su relación era más física que emocional, pero eso no le importaba. Ni Lori ni él querían más, y Josh no pensaba que hubiese nada de malo en que dos adultos pasasen el tiempo disfrutando el uno del otro mientras durase la atracción.
Atravesó el salón de Lori a oscuras y se dirigió hacia el pasillo que llevaba hasta su habitación también a oscuras porque le dolía la cabeza y pensó que el brillo de una bombilla solo le haría sentirse peor.
Se aflojó la corbata y se quitó la chaqueta del traje mientras abría con cuidado la puerta de la habitación, se deshizo del resto de la ropa, se metió en la cama y, sin pensárselo dos veces, abrazó a la mujer que había en ella y buscó sus labios para despertarla.
Le pareció oír que murmuraba algo un instante antes de empezar a devolverle el beso, pero no prestó atención. Estaba demasiado cautivado por ella. Lori nunca le había sabido tan dulce y el olor de su nuevo champú le hizo ansiar más de lo habitual hacerle el amor.
Notó sus manos en los hombros, en el pelo, lo estaba besando con semejante pasión que Josh se quedó sin aliento. Era evidente que lo deseaba tanto como él a ella. No dudó en levantarle el camisón hasta la cintura y, sin romper el beso, le quitó la ropa interior, de seda y encaje, y le separó las piernas.
Josh pensó que se le iba a salir el corazón del pecho mientras se colocaba encima de ella para penetrarla de un solo empellón.
Se movió a un ritmo rápido y se maravilló con lo bien que se sentía en su interior y con la perfección con la que encajaban sus cuerpos, pero la pasión lo aturdió de tal manera que le ofuscó completamente la razón y Josh achacó la confusión a que había bebido demasiado vino en la cena.
Cuando notó que ella estaba a punto de llegar al clímax, la penetró todavía más profundamente. Unos segundos después terminaba en su interior y la oía gemir de placer.
–Oh, Mark, ha sido increíble.
Josh se quedó completamente inmóvil mientras intentaba procesar lo que acababa de oír. La mujer con la que acababa de hacer el amor lo había llamado Mark. Y, por si eso fuera poco, lo había hecho con una voz que no era la de Lori.
¿Qué había hecho? ¿Dónde estaba Lori? ¿Y con quién acababa de hacer el amor?
Recuperó la sobriedad en un instante y se sentó en la cama para buscar su ropa mientras balbucía:
–Yo... lo siento mucho. Pensé... que eras Lori.
La mujer guardó silencio unos segundos, luego dio un grito ahogado y se incorporó también.
–¡Dios mío! No puede ser... No... Tú debes de ser...
–Josh –dijo él en su lugar, al ver que a la mujer le costaba centrarse.
De espaldas a ella, se puso los pantalones y la camisa, aunque en la oscuridad no pudiesen verse, le pareció lo correcto.
–Lo siento mucho.
Josh supo que una disculpa no era suficiente, dadas las circunstancias, pero no supo qué otra cosa hacer o decir.
–Te prometo que pensaba que eras Lori.
–Soy... su hermana –le dijo la mujer.
Josh sabía que Lori tenía una hermana, pero dado que su relación era más bien física, nunca habían profundizado en los detalles de la vida del otro. Así que si Lori le había dicho cómo se llama su hermana, él no se acordaba.
–Ojalá esto no hubiese...
–No, Josh –lo interrumpió ella–. Márchate y ya está...
Él dudó y después hizo lo único que podía hacer, levantarse de la cama y marcharse de allí. Acababa de cerrar la puerta de la calle a sus espaldas cuando oyó que echaban la llave y también la cadena.
Entonces se le volvió a acelerar el corazón. Él había estado lo suficientemente borracho y ella, lo suficientemente dormida, como para no pensar en utilizar protección. Era la primera vez que le ocurría y le pareció mentira que hubiese sido en aquella ocasión.
Completamente sobrio en esos momentos, sacudió la cabeza y fue hasta el aparcamiento del restaurante, donde seguía estando su Mercedes. Iría a casa y cuando se despertase a la mañana siguiente, con un poco de suerte se daría cuenta de que había estado soñando.
Pero al meterse en el coche y encender el motor supo que no iba a ser el caso. La realidad era que había hecho el amor con la hermana de su novia, la mujer más caliente y receptiva con la que había estado en toda su vida. Y, lo que era peor, que no sabía cómo era físicamente ni cómo se llamaba.
Tres años después
De pie en el pasillo que daba a la sala de reuniones del Club de Ganaderos de Texas, Kiley Roberts suspiró pesadamente. Un par de meses antes alguien había entrado a destrozar la guardería del club y en esos momentos tenía que enfrentarse al comité de financiación, al que quería pedirle un aumento de los fondos que necesitaba para poder dirigirla. A juzgar por lo que todo el mundo decía, aquella era una batalla complicada de ganar. Varios miembros del comité habían estado en contra de la creación de una guardería en el club, entre ellos, el presidente de dicho comité, Josh Gordon.
Nunca los habían presentado formalmente y Kiley no estaba segura de si este sabía quién era ella, que, por su parte, sí que lo conocía y sentía vergüenza solo de pensar que tenía que hablar con él.
Había recordado todos los detalles de lo ocurrido aquella noche, tres años antes, nada más enterarse de que Josh era miembro del club, pero cuando se había enterado de que, además, era el presidente del comité de financiación, que era la persona que controlaba el dinero con el que funcionaba la guardería, se había sentido como si le hubiesen dado una patada en el estómago. Como directora del centro, Kiley tenía que acudir al comité para que este aprobase cualquier gasto que no estuviese incluido en el presupuesto. Lo que significaba que tendría que hablar con frecuencia con Josh.
Respiró hondo para tranquilizarse. ¿Cómo podía ser tan cruel el destino?
Si no hubiese estado medio dormida y deseando que Mark, por aquel entonces su novio y en esos momentos su exmarido, la hubiese seguido hasta casa de su hermana para pedirle perdón después de una fuerte discusión, el incidente ocurrido tres años antes jamás habría tenido lugar. Ella se habría dado cuenta inmediatamente de que Josh no era Mark y lo habría hecho parar antes de que hubiese sucedido algo.
Kiley sacudió la cabeza. Tenía que haberse dado cuenta de que no era Mark en cuanto Josh la había besado tan apasionadamente, ya que su exmarido solo sabía ser apasionado consigo mismo.
Suspiró. Ya no podía hacer nada al respecto y no merecía la pena darle vueltas a algo que no podía cambiar. Solo deseaba que Josh Gordon no estuviese al frente del comité de financiación, ya que, situación humillante aparte, le había roto el corazón a su hermana al romper con ella aproximadamente un mes después de la fatídica noche. En cualquier caso, Kiley no confiaba en él.
La puerta que tenía delante se abrió, interrumpiendo sus tumultuosos pensamientos, y un hombre que debía de ser miembro del comité le hizo un gesto para que entrase.
–Señorita Roberts, el comité está dispuesto a escucharla.
Ella asintió, respiró hondo y se obligó a entrar en la habitación.
–Gracias.
Se acercó a la mesa alargada a la que estaban sentados Josh y tres personas más y miró a estas en vez de mirarlo a él. Solo reconoció a Beau Hacket y a Paul Windsor. Estupendo. Ambos eran los líderes no oficiales del grupo que se había opuesto a la construcción de la guardería y, al parecer, también eran miembros del comité de financiación. A Kiley solo le quedaba la esperanza de que la única mujer presente y el hombre que había a su lado la apoyasen.
–Buenas tardes –dijo, obligándose a sonreír a pesar de no sentirse nada optimista.
–¿Qué podemos hacer por usted...? –preguntó Josh, buscando su nombre en los papeles que tenía delante– ¿señorita Roberts?
Cuando sus miradas se cruzaron por fin, Kiley se sintió un poco mejor. A ella la había contratado el jefe de personal del club y, durante el breve periodo de tiempo que llevaba trabajando allí, había conseguido evitar ver a Josh en persona, pero en ese momento se dio cuenta de que su nerviosismo había sido infundado. Al parecer, Lori nunca había mencionado su nombre, y como aquella noche la habitación había estado completamente a oscuras, no habían podido verse las caras. Así que Kiley decidió que, o bien Josh no la había reconocido, o era un gran actor.
–Como directora de la guardería del club, vengo a solicitar al comité que aumente los fondos para el centro –empezó, sorprendida al ver que conseguía hablar con seguridad a pesar de los nervios.
–¿Para qué? –inquirió Beau Hacket–. Ya hemos presupuestado más de lo necesario para que cuiden de un puñado de críos.
–No puedo creer que digas eso –intervino la mujer de mediana edad que estaba sentada a la derecha de Josh.
Kiley se dio cuenta de que Josh también miraba al hombre con desaprobación antes de volver a dirigirse a ella.
–¿Para qué necesita esos fondos adicionales, señorita Roberts?
–Los miembros del club han reaccionado de manera tan positiva a la apertura del centro que resulta que tenemos más niños de los que esperábamos –respondió Kiley.
–Lo único que hacéis es vigilar a un puñado de críos durante un par de horas –dijo Beau–. No entiendo para qué hace falta más dinero. Seguro que están contentos con un papel y un lápiz.
–Beau –lo reprendió Josh.
Aunque Kiley supo que eso no significaba que fuese a apoyarla a ella. Josh Gordon, al igual que Beau Hacket y Paul Windsor, también se había opuesto a la apertura de la guardería. Desde que el club había empezado a aceptar mujeres, había tenido que realizar varios cambios para adecuarse a las necesidades de estas, el más reciente, la creación de la guardería.
Kiley apartó la vista del presidente del comité y miró al resto de los presentes.
–Me temo que algunos de ustedes tienen ideas equivocadas acerca del funcionamiento de la guardería. Es cierto que ofrecemos un entorno seguro en el que los miembros del club pueden dejar a sus hijos mientras asisten a reuniones o celebraciones, pero hacemos algo más que cuidar de los niños. Algunos miembros también dependen de nosotros para la educación preescolar de sus hijos.
–Mi nieta viene aquí a la guardería y tengo que admitir que estoy sorprendida de lo mucho que ha aprendido en el poco tiempo que lleva en ella –confirmó la mujer que había sentada al lado de Josh.
–¿Por qué no enseñan a sus hijos a pintar con los dedos en casa? –preguntó Beau con desaprobación, mirando mal a la otra mujer.
–Yo soy profesora de educación preescolar –explicó Kiley, esperando poder convencer a Beau de la importancia de la guardería–. Los programas que tenemos en el centro son adecuados para la edad de los niños y están estructurados de manera que los niños tengan actividades de aprendizaje adecuadas a su nivel de desarrollo.
Vio fruncir el ceño a los miembros del comité y decidió seguir hablando antes de que la interrumpiesen.
–Por ejemplo, los más pequeños aprenden a interactuar y a compartir con los otros niños y empiezan a desarrollar habilidades sociales. Los que al año siguiente van a entrar al colegio aprenden a reconocer y a escribir las letras del alfabeto y sus nombres. Y, además de enseñarles a contar, mi asistente y yo hacemos juegos didácticos con ambos grupos para intentar despertar su interés por cosas como la ciencia o la naturaleza.
Sacudió la cabeza antes de proseguir:
–La lista es interminable y podría pasarme el día entero hablando de la importancia de la educación y sus beneficios también para los niños pequeños.
Tomó aire y la otra mujer aprovechó para intervenir.
–Mi nieta no solo ha aprendido mucho, sino que además ha conseguido vencer la timidez y se ha vuelto una niña más extrovertida.
Agradecida por su apoyo, Kiley sonrió. Al menos, había una persona a su favor.
Josh miró los papeles que tenía delante.
–Entonces, ¿no quiere más espacio, solo más dinero?
–El tamaño del centro no es un problema. Tenemos espacio suficiente para los niños que hay en estos momentos, y para más. Solo quiero solicitar algo más de dinero para el buen funcionamiento del centro.
–¿Y para qué se utilizaría exactamente ese dinero? –preguntó Paul Winsor en tono meloso.
Era todo un conquistador a pesar de su edad, pero su sonrisa no engañó a Kiley, que sabía que también se había opuesto a la creación de la guardería.
–Algunos niños pasan el día entero con nosotras en vez de medio día o un par de horas, señor Windsor –le respondió ella–. Necesitamos más dinero para material y también para comida. Además, tendríamos que contratar a otra persona para cuando las madres los dejan solo porque van a jugar un partido de tenis o a realizar cualquier otra actividad en el club.
–Si no hubiésemos permitido que hubiese mujeres en el club, no tendríamos este problema –murmuró Beau.
–¿Qué has dicho? –preguntó la otra mujer, dispuesta a discutir con él.
Beau sacudió la cabeza y se cruzó de brazos.
–Nada, Nadine.
A Kiley no le sorprendió ni el comentario de Beau ni la reacción de la otra mujer.
Beau Hacket era uno de los miembros que continuaba oponiéndose a que las mujeres fuesen miembros del prestigioso club, y las que ya lo eran pronto habían aprendido a exigir el respeto que merecían.
–¿Quiere añadir algo más? –le preguntó Josh a Kiley, como si quisiera deshacerse de ella y empezar a discutir del tema con los demás miembros del comité.
–No, creo que ya he resumido el propósito del centro y los motivos por los que necesitamos más fondos –respondió, sabiendo que su petición había caído en saco roto, al menos con respecto a los hombres que había en aquella sala.
Josh asintió.
–Tenemos suficiente información para considerar su petición. Gracias por su tiempo y por la explicación, señorita Roberts.
La miró a los ojos y sonrió, y Kiley sintió que temblaba el suelo bajo sus pies. No pudo evitar sentirse atraída por sus ojos azules y su encantadora sonrisa y, por mucho que desease olvidarlo, volvió a pensar en lo ocurrido tres años antes.
–Me pasaré por la guardería esta tarde para comunicarle el resultado de la votación –terminó Josh, ajeno a su reacción.
Kiley asintió y salió de la habitación sintiéndose como si hubiese molestado con su presencia. Ya no podía hacer nada más que esperar la decisión del comité. Deseó poder sentirse más optimista, pero lo cierto era que, sabiendo que había tres personas que se habían opuesto a la creación de la guardería, era difícil que el resultado le fuese favorable.
Pero por mucho que temiese conocer la decisión, todavía temía más tener que volver a ver a Josh. ¿Por qué no podía enviarle a alguien a comunicarle lo que habían decidido? Ella ya tenía suficientes preocupaciones como para tener que preocuparse además por tener que volver a verlo.
Tenía una hija de dos años de la que ocuparse y una casa en la que siempre había que hacer alguna reparación. Si no conseguía más fondos para el centro, tal vez tuviese que cerrarlo y se quedaría sin trabajo. Y aunque Josh no supiese quién era, ella se sentía mal cada vez que recordaba el incidente más vergonzoso de toda su vida.
Mientras iba hacia la guardería, Josh se preguntó por qué tenía la sensación de conocer de algo a Kiley Roberts. No creía haberla visto antes. En caso contrario, se habría acordado de ella, ya que era imposible olvidarse de una mujer tan atractiva.
Normalmente le gustaban las mujeres altas, esbeltas y con cierto aire de misterio, y Kiley era baja y curvilínea, pero le atraía. La melena rubia oscura le llegaba a la barbilla y tenía los ojos marrones más bonitos que había visto nunca. Le parecía dulce, sexy y muy accesible.
Frunció el ceño e intentó recordar dónde podía haberla visto antes. Tal vez en la barbacoa en casa de Beau Hacket, varios meses antes. Al parecer, Beau había invitado a todos los miembros del Club de Ganaderos de Texas y a casi todos los habitantes de Royal. O tal vez por el club, en el restaurante o en el bar. En cualquier caso, no podía evitar tener la sensación de que había algo más.
Cuando llegó a la puerta de la que había sido la vieja sala de billar reconvertida en guardería, pensó que daba igual. En cuanto le dijese que no iban a darle más fondos, pasaría a formar parte de su lista negra y aquel sería el final.
Miró por la ventana que había en la puerta y se fijó en que la habitación estaba mucho más bonita que unos meses antes, cuando unos vándalos habían entrado y lo habían destrozado todo. Todavía no habían encontrado al culpable, pero Josh estaba seguro de que lo harían. Royal era un pueblo pequeño y muchos de sus habitantes eran también miembros del club. Era solo cuestión de tiempo que alguien recordarse algo que ayudase a las autoridades a realizar una detención.
Y él no quería estar en el lugar del culpable cuando eso ocurriese. Aunque la idea de la guardería no gustase a todos los miembros del club, nadie tenía derecho a destrozar parte de él.
–Ahora mismo estoy con usted, señor Gordon –le dijo Kiley al verlo desde el otro lado de la habitación.
–Tómese su tiempo –respondió él, mirando a su alrededor.
Había varios niños sentados en pequeñas sillas, frente a pequeñas mesas. Y él no recordaba haber sido lo suficientemente pequeño como para haber cabido en una de ellas.
Vio a la hija de Russ y Winnie Barlett levantarse y llevarle un papel a Kinley, que actuó como si la niña acabase de dibujar la Mona Lisa e hizo sonreír de oreja a oreja a la pequeña.
A Josh nunca le habían gustado los niños. Nunca había tenido a ninguno cerca y no sabía cómo relacionarse con ellos, pero no pudo evitar sonreír al ver a Kiley hablando con la niña. Solo una persona sin corazón habría sido capaz de ignorar que acababa de alegrarle el día a la pequeña.
–Carrie, ¿puedes ocuparte de todo unos minutos? –le preguntó Kiley a una mujer joven.
Josh supuso que era la asistente a la que Kiley había contratado poco después de la apertura del centro. La otra mujer asintió y Kiley se acercó a él y señaló una puerta que había al otro lado de la habitación.
–¿Por qué no entramos en mi despacho? Si no, no puedo garantizarle que no vayan a interrumpirnos.
Mientras la seguía hasta el pequeño despacho, Josh se quedó fascinado con el balanceo de sus caderas y tuvo que hacer un gran esfuerzo para clavar la vista en sus hombros, pero entonces se fijó en la curva desnuda de su cuello y pensó que era un lugar perfecto para darle un beso.