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Divorcio apasionado Kathie DeNosky Blake Hartwell era un apuesto campeón de rodeos con todo el dinero que pudiera desear. Sin embargo, Karly Ewing tan solo deseaba divorciarse de él. El romance que vivieron en Las Vegas terminó en boda, pero dar el sí quiero fue un error; por ello, Karly fue al rancho de Blake con los papeles del divorcio en la mano, pero una huelga la dejó aislada con el único hombre al que no podía resistirse. Y llegaste tú… Janice Maynard Durante dos maravillosas semanas, Cate Everett compartió cama con Brody Stewart, un hombre al que acababa de conocer y al que no esperaba volver a ver. Cuatro meses después, el seductor escocés volvió al pueblo con la solución al problema de Cate, quien estaba embarazada de él. Noches mágicas Maureen Child Joy Curran necesitaba el trabajo que le había ofrecido su amiga Kaye, el ama de llaves del millonario Sam Henry, quien vivía recluido en una montaña. Sam no se había recuperado de la muerte de su esposa y de su hijo, y se negaba a sí mismo el amor, la felicidad y hasta las fiestas de Navidad. Sin embargo, Joy y su encantadora hija lo devolvieron a la vida. ¿Sería aquella belleza el milagro que necesitaba?
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Seitenzahl: 549
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 493 - junio 2022
© 2016 Kathie DeNosky
Divorcio apasionado
Título original: The Rancher’s One-Week Wife
© 2018 Janice Maynard
Y llegaste tú…
Título original: His Heir, Her Secret
© 2016 Maureen Child
Noches mágicas
Título original: Maid Under the Mistletoe
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2017, 2019 y 2019
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
>I.S.B.N.: 978-84-1105-741-7
Créditos
Índice
Divorcio apasionado
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Epílogo
Y llegaste tú…
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Capítulo Dieciocho
Epílogo
Noches mágicas
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Si te ha gustado este libro…
Blake Hartwell sacudió horrorizado la cabeza cuando escuchó cómo los bajos del deportivo rojo golpeaban contra el suelo al tomar el primero de la larga sucesión de baches que jalonaban el sendero de tierra que conducía a la casa del capataz. Estaba cepillando un caballo que había atado a un lado del corral y decidió en ese mismo instante que, fuera quien fuera quien estuviera conduciendo aquel deportivo, tenía que ser forastero. Los nacidos en las zonas rurales de Wyoming tenían el suficiente sentido común como para no conducir un coche tan bajo por los caminos de tierra de la montaña. Lo único que se podía conseguir así era hacerle un agujero al depósito del aceite o al tubo de escape del coche.
–Sea quien sea, espero que esté dispuesto a marcharse andando si tiene una avería, porque yo no pienso llevar en mi coche a un ignorante así –musitó Blake mientras observaba cómo el sol de la tarde iba desapareciendo por el oeste.
El coche se detuvo por fin junto a la casa del capataz, justo al lado de la furgoneta de Blake. Cuando se abrió la puerta y Blake vio que salía de su interior una rubia de largas piernas, sintió que el corazón se le detenía en el pecho y que le resultaba imposible respirar.
Blake agarró el cepillo que había estado utilizando para cepillar a Boomer con tanta fuerza que, si hubiera dejado sus huellas en la madera, no se habría sorprendido en absoluto. Al ver cómo la rubia se dirigía hacia él tan rápido como se lo permitían los tacones de aguja que llevaba puestos, tragó saliva.
Esbelta y elegante con un ceñido vestido negro, el delicado cuerpo de la mujer se movía como el de una pantera negra al acecho. La parte inferior del cuerpo de Blake se tensó, aunque no supo si la razón era verla en aquel instante o recordar cómo aquellas largas piernas le habían rodeado la cintura cuando hacían el amor.
–¡Qué diablos! –musitó Blake en voz muy baja–. ¿Qué es lo que quiere ahora?
Boomer golpeó el suelo con una de las patas delanteras y miró hacia atrás, como si quisiera preguntar a Blake si conocía a aquella mujer.
Blake respiró por fin y prosiguió cepillando al caballo. Claro que la conocía. La conocía muy bien. Había conocido a Karly Ewing en Las Vegas en el mes de diciembre. Ella estaba de vacaciones y Blake había ido a la ciudad para competir en las finales de rodeo. Se habían tropezado por casualidad en el vestíbulo del Caesar´s Palace y él estuvo a punto de no poder impedir que cayera al suelo. Para disculparse por lo ocurrido, la convenció para que le permitiera invitarla a una copa. Habían terminado charlando durante horas. La química entre ellos fue explosiva. Se convirtieron en amantes tan solo horas después. A finales de semana eran ya marido y mujer y, una semana más tarde, habían pedido el divorcio.
Ella se detuvo a poca distancia del caballo. Parecía algo insegura, como si no supiera cómo la iba a recibir Blake.
–Ho-hola, Blake.
La voz fluía entre sus labios igual que la seda, y eso le recordó a Blake cómo había soñado con ella murmurando su nombre mientras él le daba placer. Blake apretó los dientes y siguió cepillando a Boomer.
No iba a permitir que ella volviera a hacerle daño una vez más. Había tardado meses, después de aquella maldita llamada el día de Nochevieja, cuando ella le dijo que quería divorciarse, en volver a dormir bien. Para Blake, ya habían hablado de todo lo que tenían que hablar.
–¿Qué te trae al rancho Wolf Creek, Karly? Hace ocho meses ni siquiera estuviste dispuesta a venir a verlo –añadió sin darle tiempo a ella para responder–. De hecho, dijiste que no tenías interés alguno por saber nada de este lugar perdido de la mano de Dios.
Mientras Blake viviera, jamás olvidaría lo mucho que le había dolido aquel comentario de odio hacia la tierra que él tanto amaba. El rancho llevaba en su familia ciento cincuenta años, y él se había pasado la mayor parte de su vida de adulto tratando de recuperarlo de las manos de la cazafortunas de su madrastra después de la muerte de su padre. Finalmente, consiguió su objetivo hacía casi dos años. Cuando Karly se convirtió en su esposa, había estado deseando enseñárselo. Sin embargo, ella no se había dignado a visitarlo y se había negado a vivir allí con él.
Se volvió para observarla y tuvo que hacer un gran esfuerzo para ignorar el efecto que Karly ejercía en él cuando lo miraba con aquellos increíbles ojos azules.
–¿A qué viene este repentino interés por un lugar del que no tenías deseo alguno de saber nada?
Karly se sonrojó. Parecía estar un poco avergonzada.
–Yo… Bueno, siento haberte causado la impresión equivocada, Blake. No es que no creyera que el rancho era muy hermoso… –dijo ella mirando a su alrededor.
Blake dejó de cepillar el caballo y se apoyó en el noble animal para mirarla con expectación.
–Entonces, ¿qué creíste?
Mientras la miraba fijamente esperando una respuesta, una ligera brisa le agitó el largo cabello a Karly, dorado como la miel. Recordó lo sedosos que eran aquellos mechones, cuando los acariciaba entre los dedos mientras la besaba. El cuerpo se le tensó de excitación, por lo que se alegró de que el caballo se interpusiera entre ellos. Al menos, Karly no podría comprobar cómo aún ardía por ella.
–Yo siempre he vivido en la ciudad y… No importa.
–¿Qué estás haciendo aquí, Karly? –le preguntó Blake. Estar a su lado le resultaba un infierno, por lo que cuanto antes regresara ella a Seattle, antes podría centrarse él en olvidarla.
Cuando Karly respiró profundamente, Blake trató de no fijarse en sus perfectos senos.
–Tenemos que hablar, Blake.
–No sé de qué crees que tenemos que hablar ahora –replicó él sacudiendo la cabeza–. Creo que prácticamente nos dijimos todo lo que había que decir hace ocho meses. Yo quería que nuestro matrimonio funcionara. Tú no. Fin de la historia.
–Por favor, Blake –susurró ella. Cuando Boomer resopló con fuerza y se volvió para mirarla, Karly lo miró con aprensión antes de continuar–. No estaría aquí si no fuera importante. ¿Podríamos ir a algún sitio en el que pudiéramos hablar? Te prometo que no te robaré mucho tiempo.
Blake suspiró. Resultaba evidente que ella no se iba a marchar hasta que hubieran hablado. En realidad, él también tenía que hablar con ella. Aún no había recibido una copia de los papeles del divorcio y quería tenerlos.
–La puerta está abierta –le dijo por fin mientras le indicaba la casa del capataz–. Estás en tu casa. Yo iré en cuanto haya metido a Boomer en su establo.
Karly abrió la boca como si quisiera decir algo más, pero se limitó a asentir antes de darse la vuelta y dirigirse lentamente hacia la casa sobre sus altos tacones de aguja. Blake observó el suave contoneo de sus caderas mientras andaba sobre la tierra con aquellos ridículos zapatos y comenzó a alternar su peso en un pie y en otro para aliviar la presión que los vaqueros le ejercían en la entrepierna. Se había pasado los últimos ocho meses tratando de olvidar el tacto de las suaves curvas de Karly y de sus besos, que eran lo más dulces del mundo. Verla allí, en su casa, donde quería haberla visto desde un principio, le evocaba recuerdos que creía haber dejado atrás.
Sacudió la cabeza y desató al caballo de la valla. No tenía ni idea de qué quería ella hablar. Sin embargo, estaba seguro de que, para haberla hecho viajar desde Seattle hasta Wyoming, tenía que ser bastante importante.
Metió a Boomer en el establo. Tenía que finalizar aquel asunto lo antes posible. Después, Karly se marcharía de su lado para siempre y él se iría con su hermano Sean al bar Silver Dollar, en la pequeña localidad de Antelope Junction. Le pediría a Sean que condujera el coche para que él pudiera olvidarse para siempre de la menuda rubia que había puesto su mundo patas arriba desde el momento en el que la vio.
Karly abrió la puerta trasera de la casa de Blake y entró en la cocina. Le temblaban las piernas. Había necesitado todo el valor del que disponía para volver a enfrentarse a él. A pesar de que había pensado que había dejado atrás su breve relación y que había seguido con su vida, el efecto que Blake ejercía sobre ella resultaba tan arrollador como lo había sido ocho meses atrás, cuando ella había accedido a convertirse en su esposa.
Blake era tan guapo, tan masculino y tan sexy como recordaba. Anchos hombros, estrechas caderas y largas y fuertes piernas. Tenía un físico que volvía locas a las mujeres. Al contrario que muchos hombres, que debían pasarse interminables horas en el gimnasio, Blake había conseguido aquellos músculos de acero a lo largo de los años que llevaba trabajando en el rancho y compitiendo en rodeos. Era un hombre de verdad, la fantasía hecha realidad de todas las mujeres.
Karly ni siquiera se había imaginado que también era la suya hasta que se chocaron en Las Vegas y él evitó que cayera al suelo. Le había bastado una mirada al vaquero que la sostenía contra su amplio torso para deshacerse a sus pies.
Un delicioso escalofrío le recorrió la espalda cuando recordó lo que había sentido al estar entre sus fuertes brazos, al saborear la pasión de sus besos y experimentar el poder de su deseo cuando hacían el amor. La respiración se le entrecortó y los latidos del corazón se le aceleraron. Trató de no prestar atención a la reacción de su cuerpo.
Lo más duro que había hecho en toda su vida había sido la llamada de teléfono que realizó para decirle a Blake que lo mejor para ambos era dar por finalizado su matrimonio. Había pensado en lo poco que se conocían y no se le ocurría ni una sola cosa que los dos tuvieran en común, aparte de no poder dejar de tocarse. Se le hizo un nudo en la garganta y tuvo que tragar saliva al sentir la emoción que amenazaba con apoderarse de ella.
–Vamos –se dijo–. No ha cambiado nada. Él vive aquí y tú vives en Seattle. No habría salido bien.
Para distraerse, miró a su alrededor. Aunque todos los electrodomésticos eran muy modernos, el resto de la cocina parecía ser tan ruda y masculina como el hombre que vivía allí.
En el centro había una isla con encimera de madera y una amplia variedad de cacerolas y cazos de cobre colgados de una barra de hierro. Los armarios eran de roble, con tiradores negros. Sobre la amplia mesa, había una rueda de carro adaptada como lámpara y, más allá, a través de las ventanas, se divisaba una vista panorámica de las montañas Laramie, que rodeaban el rancho.
–Muy bonito –murmuró ella. El paisaje resultaba tan rudo y fascinante como el hombre al que ella había ido a ver.
Se dirigió al salón. No le sorprendió ver una chimenea de piedra rodeada de muebles de cuero y madera rústica. La sala resultaba acogedora y Karly se sintió como si aquel fuera su hogar, lo que era un pensamiento absolutamente ridículo. Su hogar estaba en Seattle, en su moderno apartamento con vistas a la ciudad. No podía imaginarse cómo hubiera sido vivir en el rancho con Blake. Si este pensamiento no bastaba para convencerla de que había tomado la decisión correcta, no sabía qué otro podía ser.
Sin embargo, al mirar a su alrededor, tenía que admitir que el hogar de Blake le producía una sensación cálida y acogedora que su casa no había poseído jamás. De repente, se vio invadida por una profunda soledad, que hizo todo lo posible por aplacar.
Adoraba su vida en Seattle, tenía un magnífico trabajo en una empresa dedicada a la exportación y a la importación y, aunque no tenía mucha vida social, salía de vez en cuando con sus compañeras de trabajo después de la jornada laboral. Desgraciadamente, casi no recordaba la última vez que esto había ocurrido. En realidad, ya no tenía mucho en común con ellas. Todas estaban casadas o con una relación estable y les interesaba más marcharse a casa con sus parejas que salir con ella.
Resultaba extraño que no se hubiera fijado en eso antes de conocer a Blake. Cuando se percató, podría haberse pensado dos veces lo de terminar con él, pero, al final, no fue así. Karly se resignó a ser la única de su empresa a la que no esperaba nadie en casa.
Cuanto más lo pensaba, más sola se sentía. Sacudió la cabeza para deshacerse de aquellos pensamientos y regresó a la cocina para esperar a Blake. Se encontró con su fuerte torso. Se tambaleó y se habría caído si él no le hubiera agarrado los brazos para impedirlo.
–Lo siento. No quería…
La voz se le quebró cuando sus ojos se encontraron con los hermosos ojos castaños de Blake. Durante un instante, le pareció ver al hombre cálido y compasivo del que había creído estar enamorada. Sin embargo, aquella sensación desapareció rápidamente cuando Blake habló.
–Es mejor que tengas cuidado –dijo él con voz profunda–. Un día de estos, esos ridículos zapatos van a hacer que te rompas un tobillo. Vayamos al despacho para hablar de esto que tú consideras tan importante.
Blake le cedió el paso y dejó que ella entrara primero en el despacho, cuya puerta salía del salón. Karly se acomodó en una butaca que había frente al escritorio y se obligó a permanecer tranquila.
–¿Qué es lo que te ha traído hasta Wyoming, Karly? –le preguntó Blake. Se quitó el sombrero y lo colgó de un perchero que había junto a la puerta–. Estoy seguro de que no se trata de un viaje de placer.
Blake no iba a hacer que aquella reunión resultara fácil, aunque Karly tampoco lo había esperado. Cuando decidieron disolver su matrimonio hacía ocho meses, los dos dijeron cosas terribles a causa de la frustración y el dolor, cosas de las que los dos se arrepentían.
–Por favor, Blake. ¿No podemos al menos…?
–¿Qué esperas de mí, Karly? –le interrumpió él mientras se sentaba en su sillón, al otro lado del escritorio–. No he tenido noticias tuyas desde antes de primeros de año. Después de que pasáramos las Navidades en Las Vegas, regresé a mi casa esperando que mi esposa se reuniría conmigo para la Nochevieja. En vez de eso, recibí una llamada en la que me dijiste que habías cambiado de opinión y que, si quería seguir casado contigo, debía dejar mi vida aquí para mudarme a Seattle porque tú habías decidido que no podías vivir en un lugar perdido de la mano de Dios.
–Eso no es exactamente lo que te dije –replicó ella a la defensiva.
–Casi –afirmó él.
–Tú te mostraste igual de inflexible sobre lo de vivir en la ciudad –le recordó ella.
Karly se sintió un poco culpable. Blake no había resultado tan insultante a la hora de manifestar lo que pensaba de la ciudad como ella lo había sido al dejar clara su idea del rancho. Sin embargo, hablar de lo que se habían dicho en aquella ocasión no era el objeto de aquella visita. Los dos siguieron mirándose durante lo que pareció una eternidad hasta que Karly suspiró y sacudió la cabeza.
–No he venido aquí a discutir contigo, Blake.
–Entonces, ¿por qué estás aquí? Pensé que se había quedado resuelto todo cuando firmé los papeles sin rechistar –dijo él frunciendo el ceño–. Por cierto, me gustaría tener una copia. Me dijiste que tu abogado me los enviaría, pero, como todo lo que me prometiste, se quedó en nada.
Karly se miró las manos. Suponía que Blake tenía razón. Ella le había hecho varias promesas que no había logrado mantener. Las había hecho de corazón pero, cuando regresó a su casa para recoger sus cosas y cerrar el apartamento, pareció recuperar la cordura. El temor al fracaso le hizo cuestionarse todo lo que había ocurrido en Las Vegas.
–Cuando devolví los documentos al señor Campanella después de que tú los firmaras, él me sugirió que presentara la demanda de divorcio yo misma en Lincoln County, al este del estado –contestó ella por fin.
Blake frunció el ceño.
–¿Por qué?
–Las agendas de los tribunales de Seattle están repletas de otros asuntos de familia y se puede tardar hasta un año o más en conseguir una cita –le explicó ella–. Lo único que tuve que hacer fue enviar los documentos firmados al juzgado de Lincoln County y, después de noventa días, el divorcio sería definitivo.
–¿Enviarlos por correo? Pensaba que un abogado y al menos uno de los solicitantes tenían que presentarse ante un juez para pedir un divorcio. Así es como se hace aquí. ¿Es diferente en el estado de Washington?
Karly se frotó las sienes y trató de concentrarse. Eso era lo que había ido a decirle. Precisamente donde todo se complicaba.
–Si se hubiera presentado la petición en Seattle, el señor Campanella habría tenido que estar, pero Lincoln es uno de los únicos dos condados en los que los residentes del estado de Washington presentan los divorcios de mutuo acuerdo enviando los documentos por correo. Ninguno de los solicitantes debe estar presente ni tampoco es necesaria una representación legal. Es muy sencillo –añadió al ver el gesto de escepticismo de Blake–. El juez examina la documentación, firma el divorcio y devuelve los papeles.
–Pues no me parece muy propio de un abogado tratar un caso así –replico Blake–. La mayoría de los que conozco no pierden la oportunidad de ganar un dinero fácil.
–El señor Campanella es el abuelo de una de mis compañeras de trabajo –explicó Karly. Le había agradecido mucho la ayuda a su amiga. Cuando regresó de Las Vegas y se dio cuenta de lo que había hecho, había sentido mucha urgencia por subsanar su error–. Jo Ellen le pidió que me ayudara y él accedió. Me sugirió que utilizara los juzgados de Lincoln County dado que el nuestro era un divorcio de mutuo acuerdo y muy sencillo. Me dijo que me ahorraría tiempo y dinero. Yo estuve de acuerdo y seguí sus instrucciones.
Blake asintió.
–Supongo que tiene sentido si una mujer tiene prisa por librarse de un marido no deseado.
Las palabras de Blake eran muy amargas y cortaron a Karly como un cuchillo. Ella tuvo que tragar saliva para aliviar el nudo que se le había formado en la garganta. Blake no tenía ni idea de lo duro que le había resultado tomar la decisión de no seguir lo que le dictaba su corazón y mudarse al rancho con él. Había sido testigo de la infelicidad y del resentimiento creados cuando su madre siguió también los dictados de su corazón y eso terminó con el matrimonio de sus padres. Karly había pensado que era mejor terminar antes de llegar a tal extremo entre Blake y ella. Desgraciadamente, ya no tenía ningún sentido pensar en los errores y los sufrimientos del pasado.
–Yo nunca dije que tuviera prisa por librarme de ti.
Blake la miró durante un instante antes de encogerse de hombros.
–Eso es discutible, pero no es el tema ahora. Necesito una copia notarial del acta de divorcio.
Karly se mordió el labio inferior y miró a Blake a los ojos. Había llegado el momento de contarle la razón de su visita y disculparse por todo.
–En realidad, ni siquiera yo tengo una copia.
–¿No te han enviado una a ti? –preguntó él muy extrañado.
–No, pero estoy segura de que me la enviarán –respondió ella con evasivas. Tenía que explicarle lo que había ocurrido antes de decirle la razón por la que había viajado hasta Wyoming–. La empresa de importación para la que trabajo me envió a Hong Kong durante varios meses justo antes de que terminara el periodo de noventa días y no pude estar pendiente de ello desde allí –dijo. Se sentía muy molesta al pensar lo mal que había gestionado un asunto tan importante para ambos como el divorcio. Sin embargo, no comprendía la razón por la que se sentía tan mal sobre una decisión lógica y sensata que solo debería haberles procurado alivio a los dos–. Cuando regresé la semana pasada, llamé para preguntar por las copias.
Blake debió presentir que había mucho más, porque frunció el ceño muy enfadado.
–¿Y qué te dijeron?
Karly sacudió la cabeza y respiró profundamente para tomar fuerzas y poder seguir explicando lo ocurrido.
–Llamé al juzgado de Lincoln County para ver si me lo podían mandar…
–Sí, eso ya me lo has dicho. Llamaste por los papeles. ¿Y?
Karly cerró brevemente los ojos y trató de reunir el valor necesario para lo que necesitaba decir. Al abrirlos, se encontró con la mirada penetrante de Blake. Trató de mantener la voz firme.
–Aparentemente, los papeles se perdieron en el correo porque el secretario del juzgado no los ha recibido. Es decir, no hay registro alguno de que hayamos solicitado el divorcio. Parece que seguimos siendo marido y mujer, Blake.
–Seguimos casados –repitió él como si le costara comprender lo que ella le había dicho.
–Sí –dijo ella rápidamente mientras se metía la mano en el bolso y sacaba un sobre. La mano le temblaba ligeramente mientras lo colocaba encima del escritorio–. Siento mucho las molestias. Cuando firmes esos papeles, voy a volar a Spokane y luego iré en coche al juzgado de Lincoln County para entregárselos yo misma al secretario.
–Entonces, todo este tiempo he estado pensando que era un hombre libre y no lo era… –dijo él reclinándose contra la butaca.
–¿Has conocido a alguien? –le preguntó ella sin poder contenerse.
Blake frunció el ceño y la miró fijamente.
–¿Importaría si hubiera sido así, Karly?
«¡Sí!».
–No –mintió–. Yo… temía que esto pudiera haber dado al traste con los planes que pudieras haber hecho con otra persona.
Blake siguió mirándola durante unos instantes antes de sonreír. Entonces, negó con la cabeza y abrió el sobre para sacar los documentos. A continuación, tomó un bolígrafo y firmó donde ella le había indicado con papeles de colores.
–Bueno, pues te tendrás que aguantar conmigo al menos durante noventa días más –dijo él mientras volvía a meter los papeles en el sobre y lo deslizaba por la mesa hacia ella.
Karly hizo un gesto de dolor ante aquel comentario. Sabía que Blake estaba muy desilusionado y triste con la situación.
–Yo… lo siento mucho, Blake. No era mi intención que ocurriera esto.
–Sí, bueno –repuso él con resignación–. Cuando entregues esto en el juzgado, asegúrate de que me envías copias de todo.
–Por supuesto –dijo ella mientras volvía a meter el sobre en el bolso. Entonces, dudó un instante mientras trataba de encontrar la manera de decir adiós y se puso de pie–. Me pondré en contacto contigo si hay algo más que tengamos que hacer.
–¿Has venido conduciendo desde Seattle o has alquilado ese coche? –le preguntó él mientras se ponía de pie.
–Lo alquilé en el aeropuerto de Cheyenne –respondió preguntándose por qué querría saberlo.
–Miraré los bajos antes de que te marches para asegurarme de que no has dañado nada –comentó. Agarró el sombrero del perchero antes de que los dos abandonaran el despacho–. Te has tragado unos cuantos baches por el camino. Conduce más despacio en el camino de vuelta. Así habrá menos posibilidades de que dañes el coche.
–¿Quién es el responsable del mantenimiento de las carreteras por aquí? –quiso saber ella–. Están un estado deplorable.
–El condado es responsable de las carreteras que conducen hasta los linderos de los ranchos, pero los rancheros deben mantener en buen estado los caminos del interior de sus propiedades –explicó él–. Nosotros acondicionamos la carretera después de que se deshiciera la nevada en primavera, pero cuando llegaron las lluvias, dejaron muchos baches en algunas zonas. Estábamos esperando hasta que se secara para volver a trabajar en los caminos. Cuando tengamos tiempo.
–Creo que se puede decir que están bastante secas –dijo ella mientras salían de la casa. No entendía nada de carreteras ni de los cuidados de un rancho, pero sí que había notado que el deportivo rojo estaba cubierto de polvo.
Blake soltó una carcajada que a Karly le hizo recordar al hombre despreocupado que había conocido hacía ocho meses. El hombre que había sido antes de que ella le dijera que no podía seguir siendo su esposa.
–Ya no estará mucho tiempo así –afirmó él–. El nuevo dueño va a asfaltar todos los caminos hasta llegar a la comarcal.
–¿Y por qué no lo hizo el anterior? –preguntó ella mientras los dos se dirigían al coche.
–Después de que su esposo muriera, la dueña no tenía más interés que vender el rancho a un promotor inmobiliario. Cuando lo intentó durante un par de años y no pudo encontrar comprador, se lo terminó vendiendo a uno de los hijos que su esposo tenía de un matrimonio anterior –respondió él. Su voz sonaba muy enfadada mientras se arrodillaba para mirar los bajos del coche.
Ella se preguntó brevemente por qué parecía tan disgustado por la disputa entre los herederos del antiguo dueño, pero abandonó las especulaciones cuando su teléfono móvil comenzó a sonar. Lo sacó del bolso y miró a ver quién le había enviado un mensaje. El alma se le cayó a los pies cuando leyó el mensaje. Se trataba de la aerolínea, que le informaba de que, debido a una huelga en el aeropuerto de Dénver, se habían cancelado todos los vuelos. Dado que la única línea comercial que volaba desde Cheyenne era de Dénver, Karly no iba a poder moverse de allí hasta que la huelga no se solucionara.
–Genial –dijo con sarcasmo. ¿Qué iba a hacer?
Llevaba poco equipaje porque no había esperado estar fuera de casa más de un par de noches.
–Parece que todo está intacto –dijo Blake sin saber el dilema en el que ella se encontraba. Se irguió y se sacudió el polvo de las manos–. ¿A qué hora sale tu vuelo?
–No va a salir –replicó ella disgustada mientras empezaba a mirar en el teléfono para ver qué alojamiento podía encontrar en la ciudad más cercana–. Se han cancelado todos los vuelos de Dénver debido a una huelga de los trabajadores del aeropuerto.
Blake permaneció en silencio durante unos instantes. Cuando Karly levantó la mirada, vio que él la estaba observando.
–Parece que, después de todo, vas a pasar algún tiempo en el rancho Wolf Creek –dijo él cruzándose de brazos.
–No. Conseguiré una habitación en la ciudad –replicó ella con determinación. Le había resultado muy duro volver a verlo de nuevo, con lo que no se podía ni siquiera plantear pasar la noche en la misma casa que él sabiendo que estaba tan cerca y no poder tocarle ni hacer que él la tomara entre sus brazos.
Blake señaló las montañas.
–Esta noche no. Mi conciencia no me permite que te deje marchar ahora que está oscureciendo. Sería un milagro que no te perdieras o te despeñaras en una curva.
–¿Que tu conciencia no te permite dejarme marchar ahora que está oscureciendo? –repitió ella con indignación–. Que te quede clara una cosa: si yo decido marcharme, no vas a impedírmelo.
Blake cerró los ojos y sacudió la cabeza como si estuviera tratando de reunir paciencia. Cuando los abrió de nuevo, la miró directamente.
–Sé que no estaremos casados durante mucho tiempo, pero en estos momentos, sigo siendo tu esposo. Me tomo muy en serio mis promesas. Es mi deber que estés a salvo hasta que un juez diga lo contrario. Me sentiría mucho mejor si, al menos, esperaras para marcharte hasta mañana por la mañana. Es más seguro.
A Karly le sorprendió que Blake admitiera, aunque de mala gana, que pensaba que su deber era protegerla. Nadie se había preocupado por su seguridad desde que su madre falleció hacía ya algunos años. Sin embargo, por muy agradable que resultara tener a alguien que se preocupara de su bienestar, tenía que recordar que Blake solo lo hacía porque consideraba que era su obligación. Había firmado los papeles del divorcio. Debía de estar tan dispuesto como ella a deshacer el error.
Suspiró profundamente mientras trataba de decidir qué hacer. Todo lo referente a aquel viaje había salido mal. El vuelo desde Dénver a Cheyenne había sufrido un retraso de más de dos horas debido a una peligrosa tormenta, el trayecto al rancho le había llevado tres veces más de lo esperado por el coche que la empresa de alquiler de vehículos le había proporcionado, y su reunión con Blake no había terminado tan rápidamente como ella había pensado. Con la suerte que estaba teniendo, resultaba más que probable que le ocurriera una de las cosas que él había mencionado.
–Eagle Fork está tan solo a treinta kilómetros de distancia –dijo ella observando cómo el sol se escondía rápidamente detrás de las montañas.
–Con luz solar se tarda más de una hora en llegar allí. ¿Cuánto crees que te llevaría de noche? –le preguntó Blake–. ¿De verdad quieres conducir por carreteras de montaña desconocidas en la oscuridad? Al menos, quédate esta noche.
–Si me lo tomo con calma, no debería haber ningún problema –afirmó ella.
Dormir en la misma casa que Blake, aunque fuera en dormitorios diferentes, no era buena idea. Con su más de metro ochenta de estatura suponía una tentación que, en el pasado, ya le había resultado irresistible. ¿Qué locuras cometería si se quedaba con él?
–¿Y si un ciervo o un alce se te cruzan por la carretera? –insistió él–. He de decirte, cielo, que si atropellas a uno de esos con este coche de juguete, vas a salir perdiendo.
Karly lo miró fijamente mientras sopesaba lo que él le había dicho. Subir por aquellas carreteras de montaña durante el día había sido un desafío, además del largo trayecto por el camino de tierra que llevaba al rancho desde la comarcal y que tenía más agujeros que un queso emmental. ¿Y por la noche?
Odiaba admitirlo, pero no tenía muchas opciones. Dado que no conocía a nadie más en Wyoming, tenía que elegir entre arriesgarse a bajar en la oscuridad para ir a encontrar un hotel en Eagle Fork o quedarse allí con Blake.
Mientras observaba cómo las sombras de la tarde comenzaban a oscurecer el paisaje, decidió que se le estaba acabando el tiempo. Prácticamente ya no quedaba luz para regresar a la ciudad antes de que oscureciera por completo.
–Supongo que podría pasar la noche aquí y marcharme mañana a Eagle Fork para buscar una habitación en un hotel mientras dure la huelga –dijo.
–Entonces, decidido –repuso él mientras se dirigía hacia la parte posterior del coche–. Te llevaré el equipaje al interior.
–Solo tengo una bolsa de viaje, dado que tan solo pensaba pasar un máximo de dos noches fuera de casa –repuso ella mientras abría el maletero a distancia con la llave automática del coche para quitarle a Blake la bolsa de las manos–. Yo puedo llevarla dentro.
Él negó con un movimiento de cabeza.
–La abuela Jean me arrancaría la cabeza si se enterara de que te he dejado que lleves tu equipaje sola.
–¿Vive cerca?
Karly nunca había sabido lo que era vivir cerca de un abuelo. Tres de los suyos habían fallecido antes de que ella naciera y su abuela paterna había vivido tan lejos que tan solo la había visto en contadas ocasiones.
–Vive en Eagle Fork –contestó él mientras le colocaba la mano en la cintura para guiarla al interior de la casa–. Cuando estábamos en el colegio, varios de nosotros vivíamos con ella durante el invierno.
–¿Por la nieve? –musitó ella mientras subían la escalera que llevaba a la planta superior.
–Resultaba más fácil estar allí para ir al colegio que tener que faltar y luego recuperar todo el trabajo cuando por fin conseguíamos llegar a clase –afirmó él. Se hizo a un lado para que Karly pudiera entrar en un dormitorio. A continuación, dejó la maleta sobre la cama y señaló la puerta–. Mientras te instalas, voy a ir a la casa grande para ocuparme de unas cuantas cosas que me ha encargado el dueño.
–¿Te refieres a la enorme casa de madera que pasé justo antes de llegar aquí? –le preguntó mientras abría la bolsa para sacar unas zapatillas. Le encantaba llevar tacones, pero después de todo el día los pies le estaban empezando a doler.
–Sí. El dueño la construyó hace un par de años, justo después de que comprara el rancho.
–Es muy bonita –comentó ella mientras se ponía las zapatillas–. Encaja perfectamente con esta zona.
Blake la miró durante un instante antes de darse la vuelta y salir de la habitación.
–Es mejor que me vaya. Estás en tu casa. No tardaré mucho.
Karly le oyó bajar la escalera. Se acababa de dar cuenta de lo poco que sabía sobre el hombre con el que se había casado. En Las Vegas, Blake le había robado el corazón y la había embarcado en un romance de cuento de hadas que terminó en boda. Sin embargo, por muy idílicos que fueron los momentos que pasaron juntos, no habían hablado de sus familias ni de sus trabajos, ni de sus esperanzas o sueños.
–Lo nuestro jamás habría funcionado –murmuró mientras se sentaba en la cama.
Eso ya lo había pensado antes, por lo que Karly no comprendió por qué aquellas palabras le hacían sentirse tan triste. Aquello era lo que ella había elegido, lo que tenía que ser. No estaba dispuesta a cometer los mismos errores que su madre. No estaba dispuesta a renunciar a su hogar, su trabajo y su estilo de vida por un hombre para luego arrepentirse.
Por muy hermoso que fuera todo aquello o lo amada y protegida que Blake le hiciera sentirse cuando la estrechaba entre sus brazos, no podía vivir en aquel rancho igual que él no podría vivir en Seattle. Cuando antes aceptara la verdad, mejor sería.
Blake miró la mochila, que contenía una tartera térmica con comida y una jarra de té helado, mientras se alejaba de la casa grande. Su casa.
Nunca le había mentido a Karly. No lo había hecho ocho meses atrás y no lo estaba haciendo en aquellos momentos, pero tampoco había sido del todo sincero con ella.
Cuando se conocieron en Las Vegas, él le había dicho que, aparte de competir en rodeos, era el jefe del rancho Wolf Creek en Wyoming. Karly había dado por sentado que era el capataz y él no se había molestado en corregir su error. En primer lugar, porque se deseaban tanto el uno al otro que no habían hablado mucho de sus trabajos ni de ninguna otra cosa en realidad. En segundo lugar, a él no le gustaba ir presumiendo de ser el dueño de Wolf Creek ni de ser multimillonario.
Había conocido de primera mano cómo el dinero podía influir en las personas y él intentaba evitar tanta superficialidad a todo coste. No quería que el dinero afectara sus relaciones y había tenido mucho cuidado con lo que compartía con la mujer con la que se había casado tan rápidamente. En el pasado, tanto él como su padre habían conocido el lado más feo de las mujeres que solo buscan cazar a hombres con dinero. Para Blake, una vez había sido más que suficiente para conseguir que se anduviera con cautela.
Estaba seguro de que Karly no conocía el tamaño de su fortuna. Ella se había enamorado de él sin la influencia del dinero. Blake se había imaginado que sería una sorpresa muy agradable para ella enterarse de que jamás tendrían preocupaciones económicas cuando estuvieran ya por fin instalados en el rancho. Desgraciadamente, no había tenido oportunidad de decirle la verdad porque ella había decidido que vivir en una gran ciudad sin él era mejor que vivir en el rancho con él. Karly había tomado esa decisión también sin la influencia de su dinero.
Tras ver todo lo que había ocurrido entre ellos, Blake deseó habérselo dicho todo justo después de que se casaran en Las Vegas. No quería que ella pensara que había estado tratando de ocultarle su fortuna por el divorcio que estaba aún pendiente entre ellos. No se trataba de eso. Tenía intención de decirle la verdad y de proporcionarle una buena compensación por el breve tiempo que habían estado casados. Simplemente, tenía que encontrar el momento adecuado para hacerlo.
Podría habérselo dicho cuando ella le llamó desde Seattle para decirle que había pensado que los dos habían cometido un error y que dar por concluido su matrimonio sería lo mejor. Sin embargo, se había echado atrás por si Karly pensaba que era un desesperado intento por su parte por conseguir que ella reconsiderara su postura. Blake jamás le pediría una segunda oportunidad. Aunque su orgullo se lo hubiera permitido, probablemente no habría servido de nada. Karly había tomado una decisión y nada de lo que él pudiera haberle dicho podría haberle hecho cambiar de opinión.
Por lo tanto, él había seguido guardando su secreto tras firmar los papeles. También podría haberle dicho la verdad aquel mismo día, cuando Karly había dado por sentado que la casa del capataz era su hogar y que la casa grande pertenecía a otra persona. Sin embargo, había guardado silencio sin saber por qué.
Lo único que sabía era que su ego se había llevado un buen varapalo hacía ocho meses, cuando se había enterado que no era el hombre adecuado para la mujer de sus sueños. Si era sincero consigo mismo, probablemente había habido un cierto componente de miedo. No había querido decirle que era rico por si terminaba dándose cuenta de que se había equivocado con ella y descubría que la tentación del dinero podía hacerle cambiar de opinión.
Mientras se dirigía hacia la casa del capataz, se frotó la nuca. No podía entender cómo algo que parecía tan perfecto había podido ir tan mal. Cuando se casó con Karly después de conocerla tan solo desde hacía una semana, la decisión le había parecido tan natural como respirar. Su precipitada boda parecía ofrecer continuidad a la tradición de los Hartwell. Sus abuelos se habían casado tres días después de conocerse y sus padres lo habían hecho dos semanas después de la primera cita. Las dos parejas habían disfrutado de su vida en común hasta que la muerte los separó. Blake había estado convencido de que así ocurriría también con Karly y él.
Evidentemente, se había equivocado.
Aparcó la furgoneta junto al pequeño deportivo y respiró profundamente antes de agarrar la mochila con sus cosas y la que llevaba la comida y bebida que había hecho que el cocinero les preparara. Ya no servía de nada pensar en el pasado. Además, él jamás había sido la clase de hombre que vivía pendiente de sus errores.
Cuando se dirigía a la puerta, Karly la abrió y salió al porche. Al verla, Blake sintió que la respiración se le cortaba. Sintió la misma atracción que la primera vez que la vio en Las Vegas. Se obligó a ignorar lo que sentía. Tal vez ella fuera la mujer más excitante que hubiera conocido nunca, pero su rechazo le escocía y el desdén que ella mostraba por su estilo de vida le decía sin lugar a dudas lo poco importante que era para ella. Karly se había alejado de él ya en una ocasión. Blake no le daría otra oportunidad para que volviera a hacerlo.
Distraído por aquellos pensamientos tan turbulentos, tardó un instante en darse cuenta de que ella tenía el ceño fruncido.
–¿Ocurre algo? –le preguntó Blake mientras subía los escalones.
–¿Dónde tienes la comida? –replicó ella con otra pregunta mientras los dos entraban en la casa–. Iba a preparar algo para cenar, pero el frigorífico y la alacena están vacíos. Si vives aquí, ¿por qué no tienes nada de comer en la cocina?
–Normalmente como en el barracón con los solteros o en la casa grande –dijo sin mentir mientras colocaba la mochila sobre la isla y se quitaba el sombrero.
Ella pareció dudar de su palabra.
–¿Incluso en invierno cuando estás aislado aquí por la nieve?
Blake se echó a reír.
–Cielo, aquí no nos quedamos aislados por la nieve. El trabajo de un rancho es de veinticuatro horas, siete días a la semana. Nunca se acaba porque el ganado depende de nuestros cuidados. Si llueve, nos mojamos. Si nieva, nos abrimos paso por mucha nieve que haya caído o por mucho frío que haga.
–No lo había pensado… Tengo que admitir que no sé nada del trabajo en un rancho.
–No te preocupes por eso. Ni tampoco por la comida. Hice que el cocinero de la casa grande nos preparara la cena. ¿Por qué no pones la mesa mientras yo me voy a lavar?
Blake no mencionó que había tenido que soportar un interrogatorio y un buen sermón antes de que el viejo Silas terminara de preparar la cena. Silas Burrows, que era un vaquero retirado convertido en cocinero cuando la artritis le impidió seguir trabajando, tenía unas ideas muy claras sobre cómo debía Blake conducir su vida, y no le importaba hacérselas saber cuando tenía oportunidad. Que una esposa se presentara inesperadamente, una esposa de la que Silas no había oído hablar, le dio motivo al viejo cocinero para decirle a Blake lo que pensaba de todo aquello. Además, Blake sabía que el viejo aún no había terminado de comunicarle todo lo que tenía que decirle sobre el asunto.
–Tendré la cena en la mesa cuando regreses –le dijo Karly mientras empezaba a sacar la comida y la bebida de la mochila.
Blake la observó durante un instante antes de apretar los dientes y marcharse de la cocina. Karly se había puesto un par de pantalones cortos de color caqui y una enorme camiseta mientras él estaba fuera. Su imagen no debería haberle resultado en absoluto atractiva, pero verla con aquellos pantalones, la camiseta y las chanclas rosas le hacía sentirse tan inquieto como un potrillo.
Asqueado consigo mismo, subió la escalera y se dirigió a la habitación principal. ¿Cómo podía desear a una mujer que lo había rechazado a él, a su modo de vida y a la tierra que tanto amaba?
Dejó su mochila sobre la cómoda y se dirigió al cuarto de baño para asearse. Mientras se echaba agua fría en el rostro, no pudo evitar pensar en la ironía de aquella situación.
Cuando Karly le llamó unos días después de que se separaran en Las Vegas para decirle que había cambiado de opinión sobre lo de ser su esposa, ella ni siquiera se había mostrado dispuesta a ir a Wyoming para ver si podían salvar su breve matrimonio. Sin embargo, nueve meses después, allí estaba, en el lugar en el que nunca había deseado estar, con los papeles necesarios para terminar su unión.
Sin embargo, mientras se secaba el rostro y las manos con una toalla, no pudo evitar pensar que tuvo que ocurrirle algo al regresar a Seattle que provocara aquel cambio de opinión. ¿Qué pudo haber sido? ¿Tal vez un antiguo amor o alguien con el que ella había estado saliendo antes de que se conocieran?
Se había hecho las mismas preguntas cientos de veces y el mismo número de veces se había animado a olvidarse del tema. No podía saber lo que le pasaba a Karly por la cabeza ni había razón alguna para preguntarle cuando ella ya estaba más que decidida a terminar lo que había entre ellos.
No obstante, con Karly en el rancho, se le había presentado una oportunidad de oro que no podía dejar pasar. Lo único que tenía que hacer era convencerla para que se quedara en el rancho unos días, hasta que se solucionara la huelga de Dénver. Eso le daría tiempo para preguntarle qué era lo que había pasado y descubrir por qué había cambiado de opinión.
Tal vez no era lo más inteligente que había hecho en su vida. Sabía que, fuera lo que fuera lo que descubriera, el estado de su matrimonio no cambiaría. Ya había firmado los papeles y la había dejado libre. De hecho, seguramente sería mejor que no supiera nada. Además, aunque conociera la respuesta, no esperaba que Karly cambiara de opinión, pero una parte perversa de su ser sentía que tenía derecho a saber por qué ella lo había rechazado sin ni siquiera intentarlo con él.
Tras haber tomado la decisión, Blake regresó a la cocina para ayudar a Karly.
–He estado pensando que no tiene ningún sentido que te gastes dinero en un hotel cuando puedes quedarte aquí gratis –dijo mientras sacaba dos vasos de uno de los armarios.
–No puedo hacer eso.
–¿Por qué no? –preguntó él. Había empezado a servir el té en los vasos.
–No quiero molestar… –respondió ella mientras colocaba la tartera con los filetes sobre la mesa.
–¿Y por qué ibas a molestar? –replicó él después de que los dos se sentaran a la mesa–. Seguimos casados y, según tengo entendido, no resulta nada inusual que dos esposos se alojen en la misma casa –añadió riendo.
–Nosotros no vamos a permanecer casados mucho tiempo –insistió–. De hecho, estamos prácticamente divorciados.
–Eso no importa. Sigues siendo mi esposa y eso te da todo el derecho a alojarte aquí.
–En realidad, no nos conocemos –dijo ella antes de darle un bocado a un gajo de patata.
–Pues eso no pareció importante cuando me diste el sí quiero –señaló él sin poder contenerse. Se sintió muy mal cuando vio la expresión dolida en el rostro de Karly.
Ella lo miró fijamente durante un largo instante antes de sacudir la cabeza.
–Creo que lo mejor será que mañana me vaya a un hotel, como había pensado.
–Mira, siento lo que te he dicho. No ha estado bien.
Karly siguió mirándolo fijamente durante unos instantes antes de responder.
–En realidad, no… Los dos nos vimos atrapados por el momento en Las Vegas. Creo que ninguno de los dos tenemos la culpa de nada.
Tal vez ella se vio atrapada por el momento, pero Blake había sabido exactamente lo que hacía y el compromiso que adquiría cuando prometió cuidarla durante el resto de su vida. Sin embargo, discutir sobre ese punto no iba a ayudarle en absoluto a conseguir lo que se había propuesto.
–Eso es ya agua pasada –dijo él encogiéndose de hombros–, pero, si te quedas aquí, estoy seguro de que estarás mucho más cómoda que en un hotel. Y no tendrás que conducir por estas carreteras más que una vez cuando regreses al aeropuerto.
Ella lo miró con suspicacia.
–¿Por qué insistes tanto en esto, Blake?
–Me imagino que eso te ahorrará unos cien dólares o más –respondió él. Evidentemente, ella tenía que ahorrar dinero. Si no, no habría mencionado que lo de presentar el divorcio ella misma en vez de hacerlo por medio de un abogado era más barato. Sin embargo, no iba a hacer comentario alguno al respecto. Igual que él, Karly tenía su orgullo y sacar a colación el estado de su situación financiera tan solo conseguiría que ella se marchara tan rápidamente como se lo permitiera el deportivo rojo.
–Además, estar aquí es mejor que estar en una habitación de hotel sin nada más que hacer que mirar cuatro paredes.
Blake estuvo a punto de gemir en voz alta cuando ella empezó a morderse el labio mientras pensaba en lo que él le había dicho. No estaba tratando de seducirle, pero parecía que todo lo que tuviera que ver con Karly despertaba su libido y la ponía a mil. Tal vez se debía a los recuerdos de cuando hicieron el amor, recuerdos que turbaban sus sueños por la noche. Más probablemente, se debía al hecho de que no había estado con ninguna mujer desde que se separaron en Las Vegas. Fuera cual fuera la razón de sus hiperactivas hormonas, Blake no pensaba hacerles ni caso.
–Supongo que no tener nada que hacer sería bastante aburrido –admitió ella por fin, pero no creo que aquí tenga yo mucho que hacer tampoco.
–Claro que sí –respondió él, tratando de no parecer demasiado ansioso–. En un rancho nunca faltan cosas que hacer. Podrías ayudarme a dar de comer a los caballos y a un par de terneros huérfanos. Mañana por la tarde, puedes venir conmigo a los pastos de verano para ver cómo está un rebaño de novillos que vamos a traer aquí dentro de un par de semanas.
–¿A caballo? –le preguntó ella. Cuando Blake asintió, Karly negó vigorosamente con la cabeza–. ¡De eso ni hablar!
–¿Por qué?
–Aparte de montar en poni en una feria cuando tenía cinco años, jamás he montado en un equino –replicó ella mientras tomaba un sorbo de té.
–No te preocupes por eso. Tengo la yegua perfecta para ti. No tardaremos nada en enseñarte a montarla.
–No creo que sea buena idea… No le caigo bien a los caballos.
–¿Por qué dices eso? –le preguntó–. Acabas de admitir que en realidad nunca has estado en contacto con caballos. ¿Cómo puedes saber si les caes bien o no?
Karly frunció el ceño.
–Esta tarde, cuando llegué, tu caballo bufó y pataleó el suelo con el pie al verme. Si eso no es indicativo de que no le caigo bien, no sé qué puede ser.
–Cascos. Los caballos tienen cascos –le corrigió Blake mientras seguía comiendo su filete–. Y, para que conste, Boomer no te bufó. Ese ruido que hizo fue la manera que los caballos tienen de suspirar. Indica que está relajado, que siente curiosidad o, en algunos casos, tan solo está diciendo hola. Solo te estaba saludando.
–Pues su nombre no inspira confianza. Boomer suena bastante… explosivo.
Blake soltó una carcajada al escuchar lo equivocada que Karly estaba sobre el temperamento del caballo.
–Boomer es la abreviatura de Boomerang. La razón por la que se llama así es porque le gusta tanto la gente que no puede permanecer alejado de ella mucho tiempo. Si le dejo en los pastos con otros caballos, antes de que me dé cuenta se da la vuelta y regresa conmigo.
–Me parece genial, pero eso no significa que yo le guste.
Blake sonrió.
–Te lo presentaré mañana por la mañana cuando salgamos al establo para cuidar de los terneros. Ya verás. Es tan manso como un perrito faldero.
Karly lo miró con escepticismo, pero no realizó comentario alguno hasta que hubieron terminado la cena.
–Puedo ayudarte a dar de comer a los terneros, pero me temo que montar a caballo mañana está descartado. No esperaba estar fuera de mi casa más de dos noches y no tengo nada que ponerme para subirme a un caballo.
Blake sonrió al notar el alivio que había en la voz de Karly. Se apostaba lo que fuera a que se había pasado toda la cena pensando en una excusa para no tener que montar.
–Eso lo remediaremos mañana por la mañana –dijo sonriendo mientras la ayudaba a recoger la mesa–. Iremos a una tienda en Eagle Fork para comprar todo lo que necesitas.
–Me parece mucho tiempo y muchas molestias para comprar un par de vaqueros –replicó ella mientras guardaba los restos de la cena en el frigorífico–. Además, no quiero interferir con el trabajo que tienes que hacer.
–No será molestia alguna –dijo Blake. Casi no podía contener la risa al ver lo mucho que Karly se estaba esforzando por escapar a sus planes. Él no solo estaba decidido a averiguar lo que ella no le había dicho, sino que también quería hacerle vivir el rancho de un modo que no olvidaría jamás–. Tengo que comprarme una camisa nueva para la barbacoa del Día del Trabajo, que es el lunes, y tú necesitarás algo que ponerte también. De hecho, seguramente sería buena idea comprarte ropa suficiente para unos días, dado que no podemos saber de antemano cuánto tiempo va a durar la huelga.
–No puedo colarme en la fiesta de tus amigos –insistió ella.
–No vas a colarte en ningún sitio porque irás como mi pareja.
–Eso resultaría bastante incómodo…
–Solo si tú haces que sea así –replicó él aun sabiendo que Karly estaba en lo cierto.
–¿Y cómo ibas a presentarme? –le preguntó ella–. Tal vez ahora estemos casados, pero no somos más que unos desconocidos a punto de divorciarse. Ni siquiera estaríamos casados si los papeles hubieran llegado a tiempo. Prefiero evitar preguntas sobre nuestro precipitado matrimonio y el próximo divorcio.
–Es fácil. Yo les diré que nos conocimos en Las Vegas y que has venido a visitarme.
Karly lo miró fijamente antes de responder.
–¿De verdad crees que la huelga tardará tanto en solucionarse?
Blake se encogió de hombros.
–Este fin de semana hay puente. No hay manera de saberlo. Aunque alcancen un acuerdo a lo largo del fin de semana, van a hacer falta un par de días para que las aerolíneas consigan ponerse al día. Como el lunes es fiesta, eso va a retrasar las cosas aún más.
–Supongo que podría marcharme en coche desde aquí a Lincoln County…
–Sé que quieres hacer lo del divorcio cuanto antes, pero, ¿de verdad quieres conducir quince o dieciséis horas? –le preguntó–. No podrías hacerlo mañana porque el juzgado cierra y no volverá a abrir hasta el martes. Para entonces, seguramente la huelga habrá terminado y tú podrás marcharte en avión.
Karly no parecía muy contenta por lo que Blake estaba diciendo, pero terminó por asentir.
–Probablemente tengas razón.
–Claro que la tengo –repuso él. Cuando Karly comenzó a bostezar, él le indicó su habitación–. Yo puedo terminar de recoger la cocina. ¿Por qué no te vas a la cama? Aquí se madruga mucho.
–¿De qué hora estamos hablando? –preguntó ella, aunque estaba tratando de ocultar otro bostezo con la delicada mano.
–Yo empiezo a dar de comer al ganado de los establos al amanecer –dijo él mientras empezaba a cargar el lavavajillas–. Eso me lleva una hora. Dado que aún no tienes ropa adecuada para eso, te despertaré cuando haya terminado.
Karly pareció horrorizada.
–Dios santo… ¿Los animales están despiertos a esas horas?
–No solo es que estén despiertos, sino que normalmente hacen mucho ruido porque saben que es hora de desayunar –comentó él riendo.
Cuando Karly volvió a bostezar, se levantó y se dirigió hacia la escalera.
–En ese caso, creo que seguiré tu consejo y me iré a la cama. Gracias, Blake.
–¿Por qué? –preguntó él acercándose a ella.
–Por darme un lugar en el que alojarme hasta que la huelga se haya resuelto y por ser tan agradable en todo –susurró ella–. No tenías que serlo, considerando lo mal que me he ocupado yo del asunto del divorcio.
Él resistió la necesidad de tocarla. Se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros para evitar tomarla entre sus brazos y besarla hasta que los dos se quedaran sin aliento.
–No seas tan dura contigo misma. No podías controlar lo que ocurrió después de que enviaras los papeles por correo. Como te dije antes, yo soy bastante chapado a la antigua. Mientras estemos casados, es mi deber cuidar de ti y proporcionarte un techo sobre tu cabeza y darte de comer.
Karly lo miró fijamente durante unos instantes antes de asentir levemente.
Bueno, muchas gracias de todos modos. Buenas noches.
–Sí. Hasta mañana.
Blake permaneció observándola mientras subía la escalera y esperó hasta que ella cerró la puerta de su dormitorio. Entonces, regresó a la cocina y encendió el lavavajillas. Tras apagar la luz de la cocina, se dispuso él también a subir la escalera para dirigirse a su propia habitación. No podía dejar de preguntarse cómo era posible que todo se hubiera complicado tanto, ocho meses atrás, todo había sido muy sencillo. Había encontrado la mujer con la que iba a pasar el resto de su vida y ella le había dicho que era también el hombre con el que quería compartir la suya.
Blake no sabía qué era lo que había cambiado desde el momento en el que se marcharon de Las Vegas hasta que ella le llamó unos días más tarde desde Seattle para decir que no se iba a reunir con él en el rancho tal y como habían planeado. Sin embargo, de una cosa estaba totalmente seguro; antes de que ella abandonara el rancho para entregar los papeles de divorcio y poder regresar a su vida en la ciudad, él conseguiría una explicación para poder dejar el asunto zanjado de una vez por todas.
A la mañana siguiente, mientras Karly se sentaba en el asiento del copiloto de la furgoneta de Blake, miró hacia la montaña. Mientras subía el día anterior, había estado tan centrada en conseguir que Blake firmara de nuevo los papeles del divorcio y regresar a Cheyenne para tomar el vuelo que la llevara a Dénver, que no se había fijado en el paisaje. Aunque las montañas que rodeaban Seattle eran más frondosas, la dureza del paisaje de Wyoming resultaba también muy hermosa. Los bosques no eran tan espesos, pero las desgajadas rocas y los amplios valles con verdes praderas plagadas de flores resultaban totalmente arrebatadores.
–Todo esto es muy bonito –murmuró en voz alta.
–Jamás lo hubiera imaginado –dijo él con una sonrisa mientras daba la vuelta a la furgoneta–. Es increíble lo diferentes que pueden resultar las cosas de como las imaginamos, ¿verdad?
Cuando ella le llamó para decirle que había cambiado de opinión, le había dicho algunas cosas sobre la tierra que Blake tanto amaba que lamentaba profundamente. En realidad, había estado tratando de convencerse a sí misma de que vivir en una zona tan remota de Wyoming era inadecuado para ella. Había estado tratando de crear la suficiente distancia entre ellos para que el divorcio fuera la mejor opción. Sin embargo, eso no cambiaba el hecho de que Blake se había ofendido con sus comentarios. Ella le había hecho daño.
–Supongo que me precipité un poco al pensar que esta zona no tenía nada que ofrecer –admitió ella por fin–. Sin embargo, tienes que comprender que he vivido gran parte de mi vida en una ciudad, donde todo lo que quiero o necesito está muy a mano.
–Lo comprendo, pero tampoco es la vida rural y apartada que habías imaginado, ¿verdad?
–No –admitió ella–, pero tú contribuiste a crear esa imagen.
–¿Cómo? –preguntó él frunciendo el ceño.