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Habían comenzado como compañeros de trabajo y ahora eran también compañeros de cama… Los agentes federales Cole Yardley y Elise Campbell iban a tener que trabajar codo con codo en aquella investigación de tráfico de armas en Mission Creek, Texas. Lo que Cole no sospechaba era que muy pronto su pasión por el trabajo se vería eclipsada por la que iba a despertar en él su compañera. Elise no podía negar que Cole le aceleraba el pulso y no pasó mucho tiempo antes de que ambos rompieran las reglas y pasaran una noche juntos. De pronto Cole y Elise tuvieron que plantearse si el fin de aquel caso sería también el fin de su relación o el comienzo de una vida en común…
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Seitenzahl: 170
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2003 Harlequin Books S.A.
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Deseando lo prohibido, n.º 5 - junio 2022
Título original: In Bed with the Enemy
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Este título fue publicado originalmente en español en 2008
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com
I.S.B.N.: 978-84-1105-527-7
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
–Menudo día –murmuró Elise Campbell intentando meter la llave en la cerradura por segunda vez.
Tener que esperar dos horas a que el juez firmara la orden judicial había sido frustrante. Luego, había tenido que escuchar como John Valente, el nuevo jefe de la familia Mercado, la llamaba «muñeca» durante toda la tarde, lo que la había dejado sintiéndose sucia y necesitada de una buena ducha. Y, ahora, para colmo, no podía meter la llave en la cerradura de su habitación en la Mission Creek Inn porque llevaba tantos papeles en la mano que no veía nada.
Menos mal que, una vez dentro, estaría en un lugar tranquilo y sereno. Una vez dentro, podría relajarse y ponerse cómoda.
Haciendo malabarismos con el bolso, los documentos contables que acababa de confiscar en el despacho de Valente y una pequeña pizza, intentó volver a meter la llave en la cerradura.
Mientras lo hacía, pensó que más le habría valido hacer dos viajes desde el coche que intentar llevarlo todo de una vez, pero estaban a mediados de agosto y hacía tanto calor que lo único que quería era llegar a su habitación y poder descansar con el aire acondicionado puesto.
Cuando, por fin, consiguió abrir la puerta, entró como pudo, la cerró con el pie y se apresuró a acercarse a la mesa para dejar todo lo que llevaba. A continuación, movió los brazos para aliviar el dolor que sentía en los músculos, cruzó la estancia y se colocó frente al aire acondicionado.
Mientras sentía la brisa fresca sobre la piel, decidió que después del día que había tenido se merecía un buen baño relajante y una copa de vino para acompañar a la pizza antes de ponerse a repasar los documentos.
Elise se dio cuenta de que la cerradura de la puerta que unía su habitación con la adyacente estaba rota y suspiró con impaciencia.
¿Qué más podía salir mal?
Cuando había llegado aquella mañana, el recepcionista le había dado a elegir entre las dos habitaciones, así que Elise sabía que la de al lado estaba vacía, pero eso no quería decir que fuera a seguir así durante toda su estancia, así que colocó una silla bajo el pomo de la puerta por si a alguien se le ocurría entrar sin avisar.
Veinte minutos después, estaba sentada con las piernas cruzadas sobre la enorme cama, terminándose un trozo de pizza mientras veía el informativo de las seis. En él, el hombre del tiempo prometía que durante el resto del mes iba a seguir haciendo el mismo tiempo que hasta entonces en el sur de Texas: calor.
Elise observó los pantalones cortos y la camiseta de tirantes que se había puesto después del baño. Era una pena que no pudiera ponerse ropa así para ir a trabajar en lugar de los trajes a medida que tenía que llevar.
Elise se encogió de hombros y alargó el brazo hacia la copa de vino que le había pedido al servicio de habitaciones. Se quedó helada antes de que el cristal tocara sus labios cuando oyó que estaba entrando alguien en la habitación de al lado.
Escuchó atentamente y llegó a la conclusión de que se trataba de una sola persona. Sin duda, un hombre. A continuación, oyó que algo pesado caía al suelo. El hombre que había entrado en la habitación de al lado debía de haber dejado caer una maleta muy grande o un cadáver.
Elise lo oyó maldecir. No parecía muy contento.
Elise agarró su revólver Glock 9 mm, lo sacó de su funda y le quitó el seguro. No le hacía ninguna gracia que la cerradura de la puerta que comunicaba las dos habitaciones estuviera rota, pero no podía hacer nada al respecto.
Mientras miraba la silla que había colocado, se dijo que, si aquel hombre quería entrar en su habitación, una cerradura no se lo habría impedido tampoco. En todo caso, lo único que hubiera conseguido habría sido ralentizar el proceso, pero nada más.
Cuando oyó que el hombre estaba abriendo la puerta por su lado del muro, alargó el brazo derecho, con el que sostenía la pistola, y agarró la culata con la mano izquierda.
No le sorprendió lo más mínimo que la puerta se abriera con estruendo, haciendo que la silla saliera volando y quedara en un rincón.
Un hombre muy alto y fuerte, de pelo corto y castaño oscuro y ojos penetrantes y marrones apareció ante ella.
–Quiero saber qué demonios te crees que haces interfiriendo en mi caso, Campbell –la increpó sin prestar ninguna atención a la pistola que le apuntaba al pecho.
–Y yo quiero saber qué demonios te crees que haces entrando en mi habitación sin llamar a la puerta, Yardley –contestó Elise bajando el arma, poniendo el seguro y devolviéndola a su funda–. Claro que éste es el estilo típico de los de la ATF. Vais por ahí entrando en los sitios como os da la gana, sin pensar en las consecuencias.
–¿Y qué me dices del estilo del FBI, que manda a una mujer a hacer el trabajo de un hombre? –contestó Cole.
Elise apretó los dientes ante aquel comentario machista, pero se negó a darle a Cole la satisfacción de ver que le había dolido, así que sonrió con dulzura.
–Veo que no has cambiado lo más mínimo desde la última vez que nos vimos. Sigues siendo Cole el cavernícola, el neardental ATF.
Cole se encogió de hombros, se acercó a la mesa y agarró un trozo de pizza.
–Hay cosas que nunca cambian. Tú sigues teniendo una lengua viperina –comentó en tono divertido–, pero, por si te interesa la opinión que me merecéis las agentes femeninas que hacéis trabajo de campo…
–Ya sé lo que opinas de eso, Yardley –lo interrumpió Elise descruzando las piernas para sentarse en el borde de la cama–. Y no me importa lo más mínimo. A mí lo único que me importa es que mis superiores confían en mí –se rió–. Tú opinión no me importa.
Dicho aquello, Elise observó como Cole apretaba los dientes. Evidentemente, aquello lo había irritado. Muy bien. Eso era lo que quería.
–Cuando las cosas se ponen feas, los agentes no podemos estar cuidando de una mujer –le espetó Cole–. Alguien podría resultar herido o muerto.
–Venga, Yardley. Las agentes somos exactamente igual de competentes que los agentes.
Cole sacudió la cabeza mientras masticaba la pizza. ¡Mujeres! El hecho de que aquélla hubiera recibido entrenamiento, se le hubiera entregado un arma y el mismo título que a sus compañeros no significaba que fuera capaz de realizar investigaciones prioritarias como aquélla que los ocupaba, la conexión entre la familia mafiosa Mercado con la entrada de armas en Mezcaya, un minúsculo país situado en Centroamérica.
Distraído de sus pensamientos, Cole se sorprendió al ver que Elise se ponía en pie y caminaba hacia él. El ver sus piernas largas y delgadas hizo que se quedara con la boca abierta. ¿Cómo demonios se les había ocurrido a sus superiores encargarle a aquella mujer tan atractiva un caso así?
¿Cómo se llamaba? ¿Eloísa? ¿Eleanor? ¿Eliza? Daba igual cómo se llamara, pero aquella agente especial del FBI era la mujer más difícil que jamás había conocido y, además, tenía las piernas más increíbles del mundo, unas piernas de ensueño, unas piernas que a cualquiera le hubiera gustado sentir alrededor del cuerpo mientras…
Cole apretó las mandíbulas e hizo un esfuerzo para no maldecir. Cuando Elise pasó ante la máquina de aire acondicionado, creyó que se iba a morir, pues el aire que salía de la máquina hizo que se le marcaran los pezones contra la tela de la camiseta, evidenciando que no llevaba sujetador.
Maldición. No llevaba sujetador. Cole sintió que la anatomía de la parte baja de su cuerpo entraba en ebullición recordándole que, aunque no le cayera bien aquella mujer, tenía un cuerpo extraordinario.
Mientras se terminaba el trozo de pizza, Cole decidió que, una vez resuelto aquel caso, se iba a tomar una bien merecidas vacaciones, pues necesitaba unos cuantos días de cervezas y mujeres.
Era evidente que llevaba demasiado tiempo sin estar con una mujer si el ver a Campbell lo excitaba así. Aquella mujer era guapa, realmente guapa. Se trataba de una mujer de pelo corto y caoba, de enormes ojos verde esmeralda y piel clara y aterciopelada.
¿Por qué no se había fijado en ella cuando habían trabajado en casos paralelos dos años atrás? Posiblemente porque, en aquel entonces, habían coincidido trabajando en invierno y llevaba pantalones largos y no cortos y camisas y no aquellas camisetas que deberían estar prohibidas por ley. Cuando sintió que se le tensaba todo el cuerpo y que los vaqueros parecían haberse quedado pequeños, Cole se obligó a recordarse de quién se trataba. Aquella mujer se había metido en su caso, en el caso de la familia Mercado, de la que Cole sospechaba que estaba metida en el tráfico de armas.
–¿Lo vas a hacer o no? –le preguntó Elise de repente.
Cole se dio cuenta de que había estado tan absorto en sus pensamientos, intentando dilucidar por qué la encontraba tan atractiva, que no había oído la pregunta.
–¿Qué me has preguntado?
–Que si la ATF se va a hacer cargo de la silla que has roto –contestó Elise–. No he sido yo, así que no creo que deba pagarla el FBI.
–Sí, claro. Lo que quieras –contestó Cole inclinándose para recoger los trozos del respaldo que habían quedado en el suelo.
Al hacerlo, se dio contra Elise, que se disponía a hacer lo mismo, y tuvo que agarrarla para que no se cayera de espaldas.
–¿Estás bien?
–Por si me quedaba alguna duda, ahora tengo pruebas –contestó Elise frotándose la cabeza.
–¿De qué estás hablando?
–Siempre he sospechado que eras un cabezota –contestó Elise–. Ahora, lo tengo claro.
Cole se habría reído ante su ocurrencia si no hubiera sido porque, al sentir su piel cálida y suave, lo había recorrido un estremecimiento de pies a cabeza que le impedía reaccionar.
Cole tragó saliva y se llevó la mano a la cabeza también. Se debían de haber golpeado con más fuerza de lo que había creído en un principio. Ésa era la única razón que podía explicar la reacción que estaba teniendo.
–Voy a tirar esto –anunció yendo hacia la puerta con lo que quedaba de la silla–. Cuando vuelva, hablaremos de tu investigación.
–¿Ah, sí? –contestó Elise arqueando una ceja.
Cole sonrió y abrió la puerta que daba al pasillo.
–Sí, vamos a poner unos cuantos límites para que no te cargues mi caso.
–¿Para que yo no me cargue tu caso? –se indignó Elise apretando los puños–. ¿Y qué me dices de ti, que te vas a cargar el mío?
Cole se encogió de hombros.
–Conseguiré que Ricky Mercado y el resto de su familia estén en la cárcel antes de que a ti te dé tiempo de pensar en tu caso.
Cole cerró la puerta y se rió a carcajadas al escuchar a Elise maldecir al otro lado.
Elise estaba sentada con la espalda apoyada en el cabecero, pensando en lo que había ocurrido cuando Cole el cavernícola la había agarrado para que no se cayera. Al sentir sus manos sobre los brazos, todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo habían despertado a la vida y eso la tenía confundida.
Era la primera vez que reaccionaba así ante él. Cuando hacía dos años habían coincidido llevando cada uno su investigación en un caso similar sobre la familia Mercado, había terminado todos los días tan enfadada y tan frustrada por la actitud machista de Cole que todas las noches se compraba una tarrina de helado chocolate con trocitos de chocolate y sirope de chocolate y se la comía entera.
¿Cómo no se iba a enfadar cuando aquel hombre tenía unas opiniones sobre las mujeres trabajadoras que dejaban mucho que desear?
Cole el cavernícola le había dejado muy claro desde el principio que, según él, las mujeres deberían quedarse en casa cocinando, limpiando y ocupándose de los niños.
A Elise le parecía muy bien que una mujer se quedara en casa si eso era lo que ella elegía voluntariamente, pero le ponía de los nervios que un hombre le dijera lo que debía hacer, pues era una mujer libre con derecho a pensar como le diera la gana y dispuesta a hacer y a decidir por sí misma lo que quería hacer con su vida.
Elise suspiró.
Aunque había sido muy duro soportar a Cole el cavernícola, aquel caso había sido beneficioso, pues había salido airosa y con fama de ser una de las mejores agentes en activo ya que había encontrado una pista que ningún otro agente había detectado.
Por desgracia, también había salido de aquel caso con cinco o seis kilos de más.
Cuando Cole el cavernícola volvió a abrir la puerta que comunicaba sus habitaciones, Elise frunció el ceño. Aquel hombre era insufrible, era la persona más arrogante que había conocido en su vida.
–¿Es que no te han enseñado a llamar a la puerta? –le preguntó–. La verdad es que no hace falta que contestes. Siendo un agente de la ATF, no creo que llames nunca antes de entrar.
–Como que los agentes del FBI llamáis antes de hacer un asalto –contestó Cole dejándose caer sobre una butaca.
–Esto no nos está llevando a ninguna parte –suspiró Elise.
–En eso, estamos de acuerdo –contestó Cole echándose hacia delante, apoyando los antebrazos sobre las rodillas y dejando caer las manos entre las piernas–. Podemos jugar a esto de dos maneras.
–¿Ah, sí? Soy toda oídos.
–Podrías decirme qué estás investigando para que yo te pueda decir si podrías interferir en mi caso o te podría indicar directamente dónde no meter las narices.
Elise negó con la cabeza.
–Ni lo sueñes, Yardley. La segunda posibilidad queda descartada porque no pienso permitir que me digas lo que tengo que hacer –contestó Elise–. Supongo que te vas a enterar tarde o temprano, así que te diré lo que estoy investigando. Me he hecho con los libros de contabilidad de las empresas Trucking y Produce de la familia Mercado esta misma tarde.
–Así que entrando por el ángulo del dinero, ¿eh?
–Por algún lado había que entrar.
–Supongo que sabrás que los libros que te han entregado no son los verdaderos.
–Por supuesto. No nací ayer, Yardley –contestó Elise estudiando su rostro.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que lo encontraba guapo y de que aquello la enfurecía.
–Mañana tendré orden judicial para intervenir las cuentas de Ricky Mercado, su tío Carmine y el difunto Frank del Brio. Si hay discrepancias, las encontraré.
–¿Y qué harás entonces? –preguntó Cole haciendo ver como que no le importaba demasiado.
Elise pensó que era bueno obteniendo información, pero no iba a confiar en él.
–¿Por qué no me preguntas directamente cómo voy a llevar a cabo la investigación?
Cole sonrió.
–Muy bien. ¿Cómo piensas hacer caer a la familia Mercado?
–Hasta ahora, ni el FBI ni la ATF han podido demostrar que exista una conexión entre las armas que han desaparecido en Texas y las que han aparecido en Mezcaya –contestó Elise encogiéndose de hombros–. Tengo intención de encontrar la pista que me permita demostrar que la familia Mercado está vendiendo armas y las está transportando a través de su empresa Trucking hasta Mezcaya.
–Buena suerte –comentó Cole echándose hacia atrás.
–Te toca –sonrió Elise.
–¿A mí?
–Sí, a ti –insistió Elise–. Te toca contarme cómo tienes intención de demostrar que los Mercado están detrás de todo esto.
–Lo siento, Campbell, pero nunca hablo de lo que voy hacer antes de hacerlo y, desde luego, no trabajo con mujeres.
–Así que prefieres hacer así las cosas, ¿eh? –lo increpó Elise poniéndose en pie–. Así que prefieres que cada uno se guarde para sí mismo lo que vaya descubriendo en su investigación –añadió mirándolo a los ojos.
–Exacto, preciosa –sonrió Cole.
–Muy bien, cavernícola –sonrió Elise a pesar de que tenía unas inmensas ganas de golpearlo en la cara–. No volveré a compartir contigo nada acerca de mi investigación –añadió acercándose a la puerta que comunicaba ambas habitaciones–. Y espero que no se te olvide que me llamo Elise Campbell y no preciosa. Si me vuelves a llamar así, puede que la próxima vez que entres en mi habitación sin avisar no tenga tanto cuidado con mi arma reglamentaria.
Cole se encogió de hombros y le acarició la mejilla.
–Dejaré de llamarte preciosa cuando tú dejes de llamarme cavernícola.
El calor que emanaba de la palma de su mano se extendió rápidamente por el cuello, el escote y el abdomen de Elise, que tuvo que tomar aire y decirse varias veces que aquella sensación no le estaba gustando nada para ver si, así, podía convencerse de ello.
–Te quería dar las gracias, cavernícola.
–¿Por qué, preciosa?
–Porque esta tarde creía que había tenido un día de perros y que era imposible que fuera a peor –sonrió–, pero tú me has demostrado en esta última hora y media que estaba equivocada y que podía ser mucho peor.
Cole se rió, tuvo la osadía de guiñarle el ojo, apartó la mano de su rostro y se fue a su habitación.
Completamente furibunda, Elise cerró la puerta con fuerza y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no darle una patada.
Cole encendió la televisión. Así que Campbell se llamaba Elise. Seguro que se lo habían dicho cuando habían trabajado hacía dos años en el caso de El Paso.
¿Por qué lo habría olvidado?
Cole se sentó en el borde de la cama y se quitó las botas. A continuación, se quedó mirando la nada.
Elise.
Era un nombre dulce que sonaba bien y que le iba muy bien a su propietaria. Su piel suave le había parecido terciopelo cuando la había agarrado para que no se cayera y, cuando le había acariciado la mejilla, había tenido la seria tentación de besarla para ver si sus labios sabían tan bien como parecía.
Cole maldijo y sacudió la cabeza. Debía de estar volviéndose loco. Se trataba de Campbell, aquella agente del FBI que tenía un carácter de perros y una lengua viperina.
Sí, pero daba igual. La reacción que había tenido al verla había sido la misma de siempre. Cole no era de meterse con las mujeres, pero lo hacía cuando estaba con Elise.
Se tenía por un hombre muy respetuoso con las mujeres, pues las tenía por seres delicados, amables y que merecían siempre la consideración masculina y su protección. Menos mal que su padre había muerto y no se enteraría jamás de su cambio de comportamiento, pues el sargento de artillería Albert Yardley le habría dado un buen coscorrón si lo hubiera escuchado hablándole a Elise como lo había hecho.
Cole sonrió al recordar a su padre, que había sido toda una contradicción andante en lo referente a las mujeres.
Siempre le había sermoneado sobre el lugar que una mujer debía ocupar en el mundo. «Procura que esté descalza y embarazada. Así, si hay problemas, no estará en medio». Por otro lado, estaba convencido de que los hombres debían poner a las mujeres en un pedestal y atenderlas de manera incondicional con completo respeto.
Además, Cole sospechaba que, de no haber muerto su madre cuando él tenía cuatro años, habría tenido una casa llena de hermanos y de hermanas, pero no había sido aquello lo que había vivido. Lo que había vivido había sido lo que le había podido dar un sargento de artillería frío y distante. Cole había aprendido desde muy temprana edad a no apegarse ni a la gente ni a los lugares.
Cole sintió de repente un profundo vacío en el pecho y se apresuró a apartar la sensación poniéndose en pie para desvestirse.
–No me extraña que la haya pifiado –murmuró.