Noches y jóvenes - Luis Ruiz Aja - E-Book

Noches y jóvenes E-Book

Luis Ruiz Aja

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Beschreibung

Desde 1999, Luis Ruiz Aja dirige el programa de ocio nocturno alternativo "La noche es Joven", por ello se planteó la conveniencia de redactar un manual de buenas prácticas en materia de ocio juvenil. Un documento que recoja la experiencia y aprendizaje de todos estos años –incluyendo aciertos y errores– con el fin de que sirva como herramienta para todos aquellos profesionales u organizaciones que quieran trabajar en este campo tan complejo y cambiante. El documento, además de dicha aportación práctica, tiene una importante base teórica, al reflexionar sobre el ocio juvenil, sus riesgos, su evolución y últimas tendencias... Sobre todo pretende hacer un balance y análisis de los Programas de Ocio Alternativo (poa): ¿cómo y por qué surgieron?, ¿para qué sirven?; ¿en qué medida están siendo eficaces?; ¿por qué algunos funcionan y otros no?; ¿hasta qué punto pueden considerarse preventivos?

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© Luis Ruiz Aja, 2017

© De la imagen de cubierta e interiores: Manuel Álvarez

Foto de portada: Festival de rap «Full Battle Santander», dentro de La Noche es Joven (túnel del pasaje de Peña, Diciembre 2016).

Montaje de cubierta: Juan Pablo Venditti

© 2017, Nuevos Emprendimientos Editoriales, S. L., Barcelona

Primera edición: septiembre de 2017, Barcelona

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

Preimpresión: Editor Service, S.L.

http://www.editorservice.net

ISBN: 978-84-16737-28-4

Queda prohibida la reproducción parcial o total por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, de esta versión castellana de la obra.

Ned Ediciones

http://www.nedediciones.com

Índice

DEDICATORIA

PREFACIO

INTRODUCCIÓN

Parte teórica: JUVENTUD Y OCIO NOCTURNO

1 EL OCIO COMO REFERENTEDE LA CONDICIÓN JUVENIL

Condición juvenil y contexto social

El ocio juvenil como creador de identidades

Otras tendencias y características de la condición juvenil actual

La cultura juvenil como espacio de innovación y socialización

2 JÓVENES, RIESGOS Y OCIO NOCTURNO

Evolución y cambios de tendencia en las pautas de ocio

El fenómeno actual de las drogas

Jóvenes y drogas

Jóvenes y «botellón»

¿Hacia un cambio de tendencia en el ocio juvenil?

3 LOS PROGRAMAS DE OCIO ALTERNATIVO (POA)

El surgimiento de los POA

La expansión de los POA

Análisis: ¿qué son?, ¿qué pretenden?

¿Están siendo realmente eficaces?

Debilidades de los Programas de Ocio Alternativo

Parte práctica: LA GESTIÓN DE UN POA

1 ANTES DE EMPEZAR

El análisis de la realidad

Marketing social en los POA

La población destinataria

Algunos dilemas previos al diseño del POA

La participación como eje de los POA

La calendarización del POA

La localización del POA: equipamientos y espacios

El caballo de batalla de la difusión: ¿cómo llegar a los jóvenes?

2 PLANIFICACIÓN Y METODOLOGÍA

Definición de objetivos

La gestión de un POA

El equipo gestor

La fase de programación: el difícil arte de seleccionar

3 LA VALORACIÓN DE LOS PROGRAMAS DE OCIO ALTERNATIVO

La evaluación de los POA

La experiencia de «La Noche es Joven»: principales puntos débiles

La experiencia de «La Noche es Joven»: principales logros y resultados

Conclusiones finales

BIBLIOGRAFÍA

Libros

Otros (artículos, ponencias en congresos y cursos)

DEDICATORIA

Obviamente, este libro tiene una deuda, en forma de agradecimiento infinito, a todos aquéllossin los cualeshubiera sido imposible plasmar las ideas y técnicas de gestión que el manual desarrolla.

Sirvapues esta dedicatoriacomo reconocimiento a todos aquéllos que han participado en la organización de «La Noche es Joven», desde el magnífico equipo de trabajadores de las entidades gestoras que han ido pasando por el programa, sin olvidar a mis demás compañeros del Espacio Joven, monitores, artistas, árbitros, seguridad, limpieza, conserjes, etcétera. En todos ellos se halla la principal clave de nuestro éxito.

También alas numerosas entidades, públicas, asociativas y privadas, que han contribuido a apoyar el proyecto de una u otra forma (mediante cesión de espacios, gestión de eventos, financiación, gestión dela publicidad, etcétera),empezando por el propio Ayuntamiento de Santander —como responsable principal— y siguiendo por el principal financiador del programa: el Plan Nacional sobre Drogas del Ministerio de Sanidad.

Permitidme que evite dar nombres y datos, por imposibilidad de espacio y riesgo cierto de omisión por descuido, al ser tantos y tantos los agradecimientos de los que me siento deudor.

Por último, a la juventud —nunca mejor dicho lo de «divino tesoro»— que lleva 16 años participando y creyendo en esta iniciativa. Sin ellos no se hubiera hecho realidad en Santander lo que, en mi adolescencia, parecía un sueño.

PREFACIO

A mitad de los años ochenta, cuando salí de noche por primera vez, di por sentado que salir de marcha era algo normal. Mi hermano mayor y sus amigos lo hacían. Y los hermanos de algunos amigos también. No fue hasta un poco más tarde que me di cuenta que entre mis compañeros de instituto debíamos ser una minoría los que salíamos de manera más o menos regular. No era un ritual tan instaurado como había creído. Al menos a esa edad, los 15 ó 16. Y además requería dinero, que, aunque fuera muy poco, no todo el mundo tenía. Más tarde, también descubriría que de la generación anterior a la mía, la que fue joven en la década de los sesenta y también los setenta, los que salían eran todavía menos.

Y es que la cultura de la fiesta del fin de semana es algo muy reciente; de apenas unas décadas. Es una transformación cultural de gran magnitud, con un impacto formativo importante en las generaciones jóvenes. Lo que antes era una práctica minoritaria o esporádica, llegó a crecer tanto desde finales de los años setenta y sobre todo durante los ochenta y noventa, que se produjo lo que podemos llamar una auténtica masificación de la bohemia. A mediados de los noventa, en mis primeras investigaciones sobre juventud, constaté que la práctica de salir entre los jóvenes de 16 años de todos los estratos sociales estaba ya tan extendida como me había parecido erróneamente diez años antes. La mayor permisividad familiar y el creciente bienestar económico hizo que los adolescentes y jóvenes se apropiasen de la noche, en tanto que espacio alejado de los adultos y sus normas, para experimentar y relacionarse lejos de su mirada inquisidora. Los espacios físicos que albergaron esta autonomía en el ocio fueron los bares y las discotecas, los conciertos y los «botellones». En ellos, lejos del mundo adulto diurno, se generaban rituales que daban y dan sentido. Y donde se ganaba y se gana dinero.

Pero esta experiencia de libertad, de liberación, tiene también su lado oscuro. Hablamos de los daños biográficos y de salud que pueden derivarse de una fuerte implicación en la noche, pero también en el hecho que ese espacio, que muchos viven como de «libertad» y «autonomía», no deja ser la imposición de una nueva «norma social», la que obliga a pasar por unos rituales y unas prácticas pre-establecidas y bastante homogéneas. Es lo que llamo provocación normativa: la norma de provocar las normas. Así, en este espacio intersticial, el alcohol y a menudo las drogas, que implican transgresión a los ojos de los adultos, se convierten en «norma». Esta paradoja la encarna a la perfección la subcultura Straight Edge, nacida en los años ochenta en el ámbito anglosajón, que fundamenta su transgresión en el hecho de no fumar, no beber alcohol y no drogarse. Y a veces abstenerse del sexo promiscuo. Es decir, transgrede la norma de la transgresión.

Algunas de las derivaciones de esta cultura de la fiesta del fin de semana, como la «ruta del bakalao» de finales de los ochenta y principios de los noventa o el «botellón» de finales de los noventa, han generado pánicos morales significativos, pero en general la masificación de la bohemia no ha sido excesivamente problematizada, sino más bien recibida como una realidad inevitable y muy opaca. Como algo que sucede a puerta cerrada cuando se apagan las luces. Tampoco se ha discutido su economía política, los intereses económicos, legales e ilegales, que la sustentan y que proporcionan lo que es posible. Las políticas públicas se orientaron, sobre todo, a minimizar las molestias que ocasionaba a los vecinos, por ejemplo aglutinando bares y discotecas en polígonos, puertos u otros espacios alejados de los núcleos urbanos. No hubo por lo general, en cambio, una política activa para diversificar la oferta privada. Al revés, a menudo las políticas contribuyeron a reducir la diversidad de oferta, sea por políticas de reubicación urbana lejos de zonas residenciales, sea por políticas restrictivas sobre las salas de conciertos que dificultaron y dificultan, en vez de impulsar, la existencia de un sustrato cultural consistente.

Es en este contexto cuando aparecieron en España, a finales de los años noventa, los proyectos para ofrecer desde las políticas públicas una oferta de ocio nocturno alternativo a los jóvenes. Fue una propuesta, en su momento, contracultural, porque cuando salir de noche se equiparaba a libertad, un ocio ofrecido o promocionado desde la administración era fácilmente percibido como ñoño, paternalista y, sobre todo, arquetipo del anti-cool. Como un oxímoron incluso. Y todavía más si se organizaba con la consigna de evitar que los jóvenes bebieran y se drogasen.

Dos décadas después, Noches y Jóvenes. Manual para intervenir en el ocio juvenil recopila toda la experiencia acumulada de los programas de ocio nocturno alternativo para hacer balance y ayudarnos a entender y poner en su justo lugar su importancia, sus límites y sus posibilidades. Su autor, Luis Ruiz, sin moralismos ni dogmatismos desgrana, a partir de su profundo conocimiento de ellos, las claves que nos ayudan ya no sólo a identificar sus límites sino también a reconocerle los méritos y deshacer las miradas estereotipadas y condescendientes. Como explica en las páginas que siguen, durante los últimos años están bajando por primera vez las cifras de jóvenes que salen de noche, así como la frecuencia con la que lo hacen, y en ese escenario su balance de los 20 años de Programas de Ocio Alternativo es particularmente pertinente. Así como hace unas décadas emergió esta cultura de la fiesta del fin de semana, podemos estar ahora ante una diversificación de las formas de ocio de fin de semana y de los posicionamientos de los jóvenes en relación a la noche, a la transgresión y a las formas de relacionarse. ¿Puede ser que la bohemia masificada esté perdiendo su hegemonía o, como dice Ruiz, que haya un cierto «cansancio» con el salir de noche?

Luis Ruiz habla desde el conocimiento de quien ha sido capaz de poner en marcha y mantener el Programa de Ocio Alternativo «La Noche es Joven» en Santander, que con atrevimiento y una gran honestidad ha conseguido aglutinar muchas sensibilidades diferentes para generar y explorar nuevos espacios y dinámicas que enriquecen y diversifican la oferta de ocio nocturno en su ciudad. Ruiz es de esos profesionales de las políticas de juventud que no sólo está convencido que con su práctica profesional puede contribuir a mejorar la experiencia y las oportunidades de los jóvenes, sino que está siempre combinando su vocación práctica con la reflexión. Y por esto el libro tiene la gran virtud de destrozar la falsa oposición entre «salir de noche» y Programas de Ocio Alternativo. Hace añicos, por ejemplo, la asociación entre «marcha» y libertad, por un lado, y Programas de Ocio Alternativo como control, por el otro; o entre «marcha» como espacio de lo cool y ocio alternativo como reserva de los pringados; o a la inversa, la que asocia ir de bares a «el demonio» y los Programas de Ocio Alternativo a la «salvación».

Para ello muestra que tanto el ocio mercantilizado como el impulsado por la administración son ofertas «controladas», en el sentido que ofrecen un espacio con unas características concretas que condicionan a los que se relacionan en él. Su análisis obliga al lector a tomar conciencia que ofrecer espacios diferentes a los que son la norma en un momento dado, como hicieron y hacen los Programas de Ocio Alternativo, son en este sentido una acción contracultural. Incluso cuando tiene como uno de sus objetivos la prevención de riesgos, ofrecer espacios de ocio nocturno donde no está permitido beber o drogarse no implica renunciar ni a interesar a un abanico enorme de jóvenes ni a generar espacios para pasarlo bien con una gran riqueza de experiencias y relaciones personales, que va mucho más allá de los estereotipos. Al contrario, esta oferta alternativa puede incluso dinamizar el sustrato cultural, también el underground, así como el asociacionismo juvenil, e incluso la misma oferta comercial de la ciudad.

Esta reflexión sobre los Programas de Ocio Alternativo es el mejor homenaje a todos aquéllos que abrieron este camino incierto hace ya dos décadas, desde los jóvenes de «Abierto Hasta el Amanecer» en Gijón hasta los técnicos y políticos del programa «Barcelona Bona Nit» o el trabajo de Comas Arnau en el proyecto del INJUVE «Redes para el Tiempo Libre». Ruiz niega con razón la existencia de fórmulas mágicas, pero en este libro hay muchas pistas sobre las claves y sobre todo el espíritu que puede ayudar a encontrarlas.

Roger Martínez Sanmartí

INTRODUCCIÓN

Desde su inicio en 1999, dirijo el Programa de Ocio nocturno Alternativo «La Noche es Joven», por ello me planteé la conveniencia de redactar un manual de buenas prácticas en materia de ocio juvenil. Un documentoquerecojalaexperienciay aprendizaje de todos estosaños—incluyendo aciertos y errores— con el fin de que sirva como herramienta para todos aquellos profesionales u organizaciones que quieran trabajar en este campo tan complejo y cambiante. El documento, además de dicha aportación práctica, tiene una importante base teórica, al reflexionar sobre el ocio juvenil, sus riesgos, su evolución y últimas tendencias… Y sobre todo pretende hacer un balance y análisis de los Programas de Ocio Alternativo(en adelante POA): ¿cómo y por qué surgieron?, cuál ha sido su evolución, puntos fuertes y débiles, ¿para qué sirven?; ¿en qué medida están siendo eficaces?; ¿por qué algunos funcionan y otros no?; ¿hasta qué punto pueden considerarse preventivos?

Mi intención, en definitiva, ha sido la de redactar y publicar el documento del que me hubiera gustado disponer cuando me inicié laboralmente en el campo de las políticas juveniles. Por entonces yo era un joven más. Y todo ocurrió como suceden las cosas que te cambian la vida, mediante una serie de coincidencias sincrónicas.

Hay quien dice que existen personas que aparecen en nuestras vidas —a veces fugazmente— para marcar en ellas un antes y un después. Yo les llamo «Maestros», con mayúscula. A veces se trata de conocidos (familiares, profesores, entrenadores, parejas) y otras, de perfectos desconocidos. Éste sería el caso que nos ocupa, porque el presente libro no se hubiera escrito sin la irrupción en escena de Federico Rey. Este señor, este «Maestro», era un activista, un ciudadano crítico y posmaterialista que ya había liderado varias iniciativas ciudadanas al margen de los partidos políticos, antes de interesarse por las políticas juveniles. Era, por tanto, un avanzado para su época y un rara avis, en la —escasamente vertebrada y asociativa— sociedad santanderina de las décadas de1980 y 1990.

Por entonces yo acababa de licenciarme en la facultad de Ciencias Políticas y Sociología de Barcelona —ciudad abanderada y precursora de las políticas juveniles españolas— y estaba cursando un máster de Política Social en Bilbao, realizando las prácticas en un centro juvenil. No podía imaginar, sin embargo, que en aquellos momentos se estaban gestando una serie de hechos que iban a marcar mi destino: en la década de los noventa, y liderados por Federico Rey, se juntaron en Santander varios padres cuyos hijos habían sido objeto de violencia por parte de otros jóvenes, para formar una asociación, al objeto de incidir en los poderes públicos. Se denominaron «Asociación de Padres de Jóvenes de Cantabria», y como tenían una visión abierta y social, sus reivindicaciones no se limitaron a solicitar mayores medidas de seguridad, sino que fueron mucho más allá, hasta el punto de demandar políticas integrales de juventud.1 En ese sentido, Federico Rey, el presidente de laasociación, solía comentar que los casos de violencia representan «la fiebre», que hay que controlar y tratar de que no se produzca, pero se deben tomar otras medidas para ir a la raíz de la enfermedad.

De hecho, Federico se había informado sobre las políticas juveniles que se venían desarrollando desde los inicios de la democracia en otras Comunidades Autónomas y la comparación con la pobre situación de Cantabria le había llevado a movilizarse y empezar a exigir, a través de la asociación, la puesta en marcha de Planes Integrales de Juventud, tanto a la administración local como a la autonómica.

Su intensa labor de presión fue recogida por los partidos de la oposición y tanto el gobierno cántabro como el ayuntamiento de Santander empezaron a incluir en sus agendas políticas la cuestión juvenil. Por entonces ni tan siquiera existía una Red Cántabra de Información Juvenil a nivel autonómico (pese a que las competencias en materia de juventud pertenecen a la administración autonómica) y el ayuntamiento carecía de un área efectiva de Juventud, al no disponer de personal ni instalaciones, ni proyectos o servicios juveniles…Por tanto, al asumir la necesidad de elaborar un Plan Integral de Juventud por presión de los actores sociales, el ayuntamiento tuvo que sacar a concurso la asistencia técnica para redactar dicho Plan Integral, además de crear una serie de plazas profesionales para dotar de personal al área de Juventud.

Mi periplo en el ámbito de las políticas juveniles empezó cuando fui contratado para la elaboración del Plan. Corría el año 1997 y durante un año trabajé intensamente (mañana, tarde y noche, sin cobrar un duro hasta finalizar el proyecto) para realizar la fase previa de diagnóstico social y la posterior de consulta a las distintas concejalías, con el fin de redactar un documento que resultase realista y útil. Además, contacté con muchos ayuntamientos y viajé a muchas ciudades para conocer de primera mano sus políticas juveniles y Planes Integrales. Coincidió, además, que —en aquellos años en que en Cantabria surgía el germen de los primeros Planes Integrales de Juventud— otros ayuntamientos, con Barcelona a la cabeza, estaban en fase de re-definición de los mismos. Y entre las propuestas novedosas emergentes se hallaban los Programas de Ocio Alternativo, que se estaban poniendo en marcha en Gijón y Barcelona, y con cuyos responsables tuve la suerte de poder reunirme para conocer su experiencia. Al finalizar todo este proceso, el plan resultante que redacté recibió las alabanzas del equipo de gobierno y de la oposición y fue publicado por el ayuntamiento. Pero sobre todo supuso una gran experiencia de aprendizaje —un verdadero «máster» práctico— tras el cual me enfrenté a un proceso selectivo, haciéndome con la plaza de técnico municipal de Juventud y teniendo que poner en marcha, desde cero, un Centro de Información Juvenil, al que doté de toda una gama de nuevos servicios y programas, entre los que destacó «La Noche es Joven».2

En definitiva, lo cierto es que, gracias a la figura y al esfuerzo desinteresado de Federico Rey y de la asociación que presidía, los ayuntamientos de Cantabria empezaron a preocuparse por sus jóvenes y fuimos muchos los que encontramos nuestro camino profesional a raíz de la puesta en marcha de políticas juveniles. Lamentablemente y aunque colaboró en su fase de diagnóstico, Federico no pudo ver aprobado el Plan Integral de Santander, ni la puesta en marcha del área de Juventud, ni de «La Noche es Joven»… porque le falló la salud y falleció repentinamente poco antes de que «florecieran» todos los programas y servicios que él había contribuido a sembrar. Por ello, he considerado justo comenzar este libro mencionando y agradeciendo su labor, de mi parte y de las distintas generaciones juveniles, posteriores a su muerte.

Dicho esto, y volviendo a la publicación que el lector tiene entre manos, los objetivos que me marqué para redactarla fueron los siguientes:

• Reflexionar sobre la importancia creciente que adquiere el ocio juvenil (especialmente el nocturno) en la realidad de la juventud española.• Analizarel surgimiento de los Programas de Ocio nocturno Alternativo dentro del contexto de los cambios de tendencia en materia de ocio juvenil.• Realizar un análisis y balance de dichos Programas de Ocio nocturno Alternativo.• Proporcionar una serie de herramientasy una metodología de gestión queresulten útiles para cualquier responsable de intervenir en el ámbito del ocio juvenil.• Analizar las características y planteamientos necesarios para intervenir adecuadamente en materia de ocio juvenily compartir tanto los elementos distintivosque han proporcionado 18 años de éxito al programa «La Noche es Joven», como los principales errores cometidos.

Respecto a las técnicas de investigación y fuentes de información empleadas, la principal sería la «observación participante», fruto de estos casi 18 años de experiencia gestionando proyectos de ocio juvenil y de varias «visitas» a otros ayuntamientos para conocer sus proyectos. Asimismo el libro «bebe» de multitud de intercambios de experiencias y conversaciones con otros técnicos y expertos en la materia que nos ocupa, así como de la asistencia a numerosos foros, congresos, cursos y jornadas sobre el tema. Todo ello complementado con la consulta a una amplia bibliografía sobre ocio y programas de ocio juvenil; además de otras fuentes secundarias como: evaluaciones, proyectos y memorias tanto del programa de ocio juvenil que dirijo, como de los principales de España.

El resultado considero que es un manual muy completo, que alivia un poco la carencia de bibliografía sobre juventud que sufrimos en Cantabria, y cuyo amplio contenido puede resultar de interés para una amplia tipología de lectores: por supuesto será muy útil para cualquier entidad o profesional que quiera trabajar con jóvenes, pero también va dirigido a los propios jóvenes y a lo que ellos consideran «mundo adulto»: padres, maestros, políticos, instituciones, etcétera.

Notas:

1. Formada en un inicio por unas 10 parejas de padres, la asociación llegó a tener cerca de 100 socios, gracias a la febril actividad que imprimieron: aparición en los medios locales, visita a las instituciones y los diversos partidos políticos, sensibilización y colaboración con todos los actores sociales implicados en el problema de la violencia juvenil…Si bien, en un principio, su labor de presión fue encaminada a reclamar una mayor presencia policial en las zonas de alterne, muy pronto llegaron a la conclusión de que los hechos de violencia juvenil son el síntoma de un problema más profundo, como es la falta de oportunidades y las dificultades de la juventud actual para desarrollar su itinerario vital. Empezaron a informarse —y formarse— sobre políticas juveniles y constataron las tremendas carencias que sufría nuestra Comunidad Autónoma, en comparación con el resto, pasando a combinar demandas de mayor seguridad con las referidas a la implantación de políticas integrales de juventud.

2. La creación de «La Noche es Joven» (con ese mismo nombre) ya figuraba como una actuación del Plan Integral que redacté. Al mismo tiempo, el Consejo de la Juventud de Cantabria venía instando a los municipios a promover este tipo de nuevos proyectos de ocio, llegando a co-gestionar, entre otros, el proyecto del Ayuntamiento de Camargo («Noche Viva»), que fue pionero en Cantabria. Por ello, cuando me incorporé como técnico municipal de Juventud organizamos la primera edición de «La Noche es Joven» en colaboración con el consejo, otro actor que resultó clave en la puesta en marcha del proyecto.

Parte teórica: JUVENTUD Y OCIO NOCTURNO

1 EL OCIO COMO REFERENTEDE LA CONDICIÓN JUVENIL3

Condición juvenil y contexto social

Para empezar a hablar de jóvenes y ocio nocturno, deberemos contextualizar ambos conceptos, con el fin de conocer su trayectoria, evolución y tendencias actuales.

Así, desde finales de los años noventa se empieza a hablar de cuestiones relacionadas entre sí como: el surgimiento de una «nueva condición juvenil»,4la «transformación del concepto juventud» (fruto de importantes cambios axiológicos, convivenciales y comportamentales en la población juvenil) o la «redefiniciónde la identidad juvenil».5 Desde estas voces, se decía que la juventud estaba dejando de ser un período de tránsito y preparación a la edad adulta, para convertirse en un etapa plena de la vida, con una identidad propia y con valor en sí misma (en palabras de Martín Serrano, la juventud estaba dejando de ser un «pasar» para convertirse en un «estar»).6 Estas afirmaciones partían de la constatación de la prolongación de esa etapa de la vida durante la cual las personas viven como jóvenes, y de como ello estaba llevando a que los estilos de vida juveniles estuviesen experimentando cambios muy drásticos, «que afectan a sus ocupaciones, sus relaciones, sus recursos y sus necesidades».7

En efecto, debido a una serie de transformaciones de las últimas décadas, el término «juventud» se viene difuminando y perdiendo sus contornos. Como veremos, se difumina la antigua distinción entre el período formativo (propio del joven) y el laboral (propio del adulto). También se desdibuja la clásica distinción entre etapa de dependencia familiar y etapa de independencia y autonomía total. Asimismo hallamos una indefinición en torno a las edades que abarca el período joven: la juventud se prolonga cada vez más por arriba, pero también por debajo, en cuanto que los adolescentes adoptan estilos de vida juveniles a edades cada vez más tempranas, más aún desde que la ESO adelantó el inicio de la Educación Secundaria a los 12-13 años.

En tercer lugar, aparte de dichas transformaciones e indefiniciones, habría que hacer mención a la gran heterogeneidad que caracteriza a la juventud, lo cual hace incorrecto hablar de ella como un todo homogéneo, si bien hallaríamos —en cada etapa histórica— una serie de rasgos mayoritarios y definitorios. Siguiendo la terminología de Ruiz de Olabuénaga: existen muchos y distintos «estilos de vida» juveniles, pero también se pueden destacar una serie de rasgos característicos de la juventud como totalidad, que formarían su «género de vida».

Por tanto, ante tanta transformación, indefinición y heterogeneidad… ¿cuáles serían los elementos aglutinadores y definidores de la actual condición juvenil? Quizá los dos principales rasgos definitorios de la juventud española del siglo XXI podrían ser —en primer lugar— las dificultades para acceder a la vida adulta y la percepción de dicha dificultad por parte de los distintos tipos de jóvenes. Y —derivado de ello— la centralidad e importancia que otorgan al tiempo de ocio, ante tales dificultades por hallar una identidad y realizarse en el ámbito laboral/escolar. Pasemos a desarrollar estas dos cuestiones.

Empezando por el primer aspecto, resulta un hecho objetivo y palpable que la duración del tránsito entre la infancia y la edad adulta se viene prolongando en las últimas décadas. Este hecho, a su vez, englobaría otros dos fenómenos relacionados, como son: la prolongación del período de estudios y el creciente retraso emancipatorio.

En cuanto a la prolongación del período de estudios: esta tendencia, que viene ampliándose en las últimas décadas,8 lleva a algunos autores a hablar de «juventud recluida» (Ruiz de Olabuénaga, 1998). En efecto, nos hallamos ante una generación híper-preparada en sentido académico (en cuanto a titulaciones, idiomas, nuevas tecnologías), lo que acarrea problemas como: una clara inflación credencialista (que está devaluando los títulos académicos) y la sobre-cualificación de muchos jóvenes, ocupados en empleos que no requieren de la cualificación conseguida.

Otra pauta relacionada consiste en la aparición de un número significativo de jóvenes que dejaron de estudiar, encontraron trabajo, pero volvieron a hacerlo (en estudios de reciclaje, másters y posgrados, nuevos grados…). Este fenómeno se produce incluso en jóvenes que ya conviven con su pareja y —que en ocasiones— superan la barrera de los 30 años (en estos casos un miembro de la pareja suele trabajar y el otro estudia). Los estudios más recientes —Informe Juventud en España 2016— reflejan como se ha disparado el número de estudiantes de másters universitarios, a raíz del Plan Bolonia, indicando que durante los años de la crisis «la universidad ha funcionado más como un aparcamiento que como una forma de mejorar la formación de los jóvenes».

En efecto, las razones de este alargamiento del período de estudios no sólo hay que buscarlas en un aumento del interés juvenil por el aprendizaje, sino en fenómenos como la presión familiar para que sus hijos estudien, unido a otros como es el alto índice de paro juvenil, que lleva —por un lado— a aumentar la competitividad y el nivel de preparación ante la difícil entrada al mundo laboral, y —por otro— a que muchos jóvenes sigan estudiando contra su voluntad, ante la falta de «algo mejor».

Sin embargo (y a diferencia de la visión predominante en los progenitores)9la constatación por parte de los jóvenes de que un mayor nivel de estudios no garantiza el acceso a un empleo —y mucho menos a uno digno, dada la precariedad que caracteriza al empleo juvenil— unido a las altas tasas de fracaso escolar, que también son elevadas en comparación con la media europea;10 todo ello está creando entre la juventud una desmotivación y desdén hacia el sistema educativo, de hecho son críticos con el sistema educativo, y a menudo se forman de modo auto-didacta, a través de las nuevas tecnologías (ver al respecto, Ruiz de Olabuénaga, 1998, Tezanos y Díaz, 2017 e Iñaki Ortega, 2014 y 2016).

En realidad, cabe concluir que estamos ante una aparente contradicción —que no lo es tanto— por la cual aumenta el «desdén escolar» y el escepticismo respecto a que las materias cursadas puedan serles útiles en su futuro laboral. Pero, por otro lado, los jóvenes desconfían de la solución basada en el abandono de los estudios, que aún les crea más inseguridad e incertidumbre. Además de esa relación escolar tipo «ni contigo ni sin ti», la mayoría de los jóvenes valora la escuela como principal lugar de relaciones sociales, algo básico para ellos.

Si pasamos a la cuestión del retraso emancipatorio vemos que, unido a las pautas descritas en el anterior fenómeno, la juventud española viene alargando su dependencia parental en las últimas décadas, retrasando la edad media de emancipación11 y, consiguientemente, la creación de una familia propia, de modo que hasta los 30 años no puede hablarse de una verdadera práctica social de emancipación, de la que aún quedarían fuera algo más de un 20% de los jóvenes de estas edades (Tezanos y Díaz, 2017). Podemos destacar, además, que dicho retraso emancipatorio es un rasgo que distingue a nuestra juventud de la del resto de países europeos, cuyos jóvenes se emancipan antes, a excepción de los demás países del sur.12

Las razones de estos fenómenos son principalmente de carácter socio-estructural. Como muestran varios de los estudios, los jóvenes desearían emanciparse mucho antes de lo que lo hacen, pero se ven impedidos por su incapacidad económica.13 Otra tendencia reseñable, que va a más en los últimos años, se refiere a que, cuándo por fin se produce la anhelada emancipación, ésta requiere, por motivos económicos, del concurso de otras personas (pareja, amigos, compañeros de piso, ayuda económica de los progenitores, etcétera).14 Sin olvidar el problema de sobre-endeudamiento que, a menudo se produce, al tener que destinar altos porcentajes del sueldo del joven al pago del alquiler o hipoteca.15

Por tanto, factores estructurales como las elevadas tasas de paro y precariedad laboral juvenil16 —nuevamente de las más altas de Europa— son las principales causas de este retraso. Aunque el hecho de que en muchos casos se prolongue la situación de dependencia incluso teniendo solucionada la cuestión laboral y monetaria, nos obliga a referirnos a otros factores causales, como los elevados precios del mercado de vivienda. Sin olvidar aspectos relativos a cambios culturales, que inciden en el retraso de la edad de matrimonio o cohabitación. Además de cambios familiares: la democratización de la familia española facilita la estancia prolongada del hijo y el «familiarismo cultural español» impele a la familia a hacerse cargo de la manutención de sus hijos, en lugar de «forzarles» a abandonar el nido, como ocurre en otros países.

Otro argumento a favor de la explicación culturalista se refiere a la constatación de que los jóvenes inmigrantes muestran tasas de emancipación (y desempleo juvenil) inferiores a la del resto de jóvenes.

Una última característica cultural que dificulta la emancipación juvenil de los españoles es su fuerte sentimiento localista y poca disposición a la movilidad, frente a la juventud de otros países europeos —o norteamericana— que se halla mucho más acostumbrada y dispuesta a trasladarse a otras ciudades para estudiar y/o trabajar.

Otras causas tendrían un componente mixto (económico-cultural) como el hecho de que muchos jóvenes sean reticentes a dejar el nido, ante la indefectible merma en el superior nivel de vida de que gozan en su hogar familiar (motivado por el preocupante fenómeno de «movilidad social descendente» que también viene produciéndose cada vez más). De esta forma, la moratoria en la independencia tiene, en muchos casos, un componente estratégico: va dirigida a ahorrar hasta que se esté en mejores condiciones para independizarse.

Por último, habría que apuntar factores institucionales relacionados con la tipología de sistemas de bienestar de los países del sur de Europa (caracterizados por un familiarismo y precarios Estados del Bienestar), lo que se traduce en escasas prestaciones sociales, dirigidas principalmente al cabeza de familia; y no a facilitar las transiciones juveniles, lo cual contribuye a reforzar esa situación de dependencia juvenil.

En cualquier caso, desde finales de los años noventa venimos asistiendo a la aparición de un nuevo período de vida durante el cual se es «medio joven y medio adulto» (Serrano, 1996). Esa edad del desconcierto suele iniciarse hacia los 25 años, cuando ya no hay más moratorias para los estudios y pasan a engordar las filas de quienes buscan su primer empleo, o tienen trabajos ocasionales, y a menudo se alarga hasta los treinta y tantos, en una situación de «semi-independencia» en la que los ingresos del joven no son tan menguados como para reducirse a los gastos de bolsillo, ni tan cuantiosos como para permitir la definitiva autonomía. Esta tendencia negativa se ha agravado en los últimos años.17

De este modo, muchos jóvenes se convierten, no sólo en trabajadores discontinuos, sino en «emancipados discontinuos», debiendo recurrir al colchón familiar tras intentos fallidos por emanciparse.

Otros fenómenos relacionados serían la extensión de los «cohabitantes de fin de semana y vacaciones» (parejas de novios que, aunque cada uno sigue viviendo en el domicilio de sus padres, a menudo mantienen relaciones íntimas), así como la reducción y retraso de la natalidad.18 En efecto, la decisión de «cuántos» hijos, y sobre todo de «cuándo» los hijos, se resiente de las mismas incertidumbres de futuro.19

Por último, el retraso emancipatorio supone una carga añadida de obligaciones materiales y efectivas para muchos padres adultos que ven limitada su capacidad de ahorro ante una no muy segura jubilación, además de dar lugar a cierto «infantilismo» entre algunos jóvenes, que se refleja en la adopción de ciertos comportamientos y roles más propios de edades adolescentes; como, por ejemplo, valorar positivamente el hecho de que los padres sigan controlando sus relaciones y sus ocupaciones, incluso en edades avanzadas.

Cobran así sentido términos como «trayectorias de aproximación sucesiva» para definir la forma dominante de incorporación a la vida adulta de los jóvenes; que se resumiría en un contexto donde las opciones para los jóvenes son confusas, donde domina el ensayo-error y que exige largas trayectorias de formación inicial y una fuerte acumulación de experiencia laboral en condiciones precarias.

De forma similar, con el inicio del siglo XXI se popularizan términos como las «transiciones yo-yo»20 para definir las actuales transiciones juveniles (fragmentadas, reversibles y con perspectivas inciertas de futuro): las transiciones ya no son lineales en el sentido de educación-empleo-matrimonio-niños; sino que también pueden estar sincronizadas (educación + empleo a la vez) o ser reversibles como los movimientos de un yo-yo. En efecto, muchos jóvenes experimentan esta reversibilidad en sus procesos de transición: hoy se forman, posteriormente y a raíz del curso realizado trabajan temporalmente, hasta final del contrato en que vuelven al paro o a formarse, hasta que consiguen otro trabajo temporal… En ocasiones ocurre que cuando finalmente consiguen un trabajo estable se casan, pero se divorcian y vuelven a adquirir un estilo de vida juvenil, quizá incluso viviendo una temporada en casa de sus padres. Vemos como se suceden muchas transiciones a la vez,21 pero sin seguir una lógica lineal.

Los autores británicos Furlong y Cartmel22 ilustran muy bien estas transiciones más lentas, erráticas y basadas en el «ensayo-error» que sufren los jóvenes en la actual «sociedad del riesgo». Para ello utilizan una conocida metáfora: si hace décadas se hacía la transición en tren, llegó un momento en que las vías se obstruyeron y ahora se hace en coche particular.23

En definitiva, la imposición de una convivencia prolongada con generaciones anteriores se ha resuelto con el reforzamiento de una imagen propia peculiar y de una identidad generacional fuerte, que se manifiesta en una serie de pautas de ocio, lo cual ya enlazaría con el siguiente apartado.

El ocio juvenil como creador de identidades

Y llegamos así al segundo aspecto esencial del actual género de vida juvenil: la relevancia que adquiere el ocio nocturno en la vida de los jóvenes como espacio esencial de encuentro e identidad, aquel momento que perciben como especial, ya que les permite ser ellos mismos y sentirse verdaderos protagonistas, al margen del control adulto: escuchan «su» música, se visten a «su» manera, frecuentan «sus» lugares favoritos, en un horario distinto al habitual…

Cada vez se acentúa más la escisión radical entre su tiempo «formal» (de lunes a jueves) dedicado al estudio o al trabajo, y otro espacio de ocio (de viernes a domingo) en el que se vierten grandes expectativas de diversión y autenticidad, ante la dificultad de realizarse y hallar una identidad en el ámbito escolar/laboral.24

Haciendo una analogía literaria, se podría hablar casi de un «desdoblamiento de personalidad» al estilo doctor Jekyll y míster Hyde, para ejemplificar como los jóvenes se comportan de forma disciplinada durante la semana laboral y de manera desenfrenada durante la «fiesta» del fin de semana, que les sirve de ruptura y relax contra-laboral.

Al igual que el personaje de la novela de Robert L. Stevenson, los jóvenes no quieren renunciar a ninguno de ambos polos, procurando moverse entre ambos (el uno porque les seduce y el otro porque les conviene), en busca de un difícil equilibrio que evite el que uno acabe por eclipsar al otro. De hecho, aquellos adolescentes que se inclinan en exceso por el polo de la formalidad son etiquetados negativamente como «empollones» y los que se enfocan excesivamente del lado de la diversión, tampoco se consideran un ejemplo a seguir, al percibirse como demasiado «desfasaos» o que «pasan de todo».

En dicho espacio de ocio juvenil, la noche adquiere un papel principal en cuanto que supone una ruptura con la rutinaria y frustrante realidad cotidiana, así como con el «mundo adulto» (el espacio de ocio nocturno empieza cuando los adultos se acuestan y acaba cuando éstos se levantan). El proceso de «nocturnización» del ocio juvenil que se produce en las últimas décadas es algo básico para entender la actual condición juvenil, y se da —especialmente y en mayor medida— en el caso de España y de los países del sur de Europa.25

Cabe entender, por tanto, el ocio nocturno juvenil como una transgresión de la cotidianidad que, sin embargo, sólo se da las vísperas de fiesta o fines de semana. El resto de tiempo libre del joven tiene otras características, entre las que destacaría una tendencia hacia las vivencias auto-experienciales, a través del desarrollo de hábitos caseros de ocio relacionados con las últimas tecnologías (móvil, redes sociales, internet), videojuegos, música, televisión…26 en lo que supone el triunfo de la cultura vídeo sedentaria.27

Por otra parte, dicho espacio de tiempo incluye el área extra-escolar y extra-familiar, aspectos éstos que ocupan un lugar cada vez más central en la formación de la identidad del joven. En efecto, la familia y la escuela han perdido su papel prioritario como instancias enculturalizadoras en beneficio de otros agentes, como el grupo de iguales, los medios de comunicación y las nuevas tecnologías (internet, redes sociales, telefonía móvil…). Cada vez más es fuera (de casa, de la escuela…) donde se construyen comportamientos, valores, opiniones; donde se gestan identidades, expectativas… Como apunta Stefano Cristane28 existen muchos «fuera», incluso en el interior de las paredes domésticas (por ejemplo, el caso de un joven que «chatea» con otro desde casa. Está a pocos metros de sus padres, pero la socialización que recibe no proviene de ellos). Los últimos datos del INJUVE confirman como los jóvenes hacen un uso social y relacional de internet, basado principalmente en el envío de mails y en el uso de las redes sociales (Informe Juventud en España 2016).

Lo anterior ya entroncaría con otra serie de importantes cambios que vienen produciéndose en las sociedades avanzadas y tienen consecuencias en el ámbito que nos ocupa. Me estoy refiriendoa transformaciones en la estructura y el papel de la familia, varias de las cuales implican una disminución en el tiempo de atención que las familias dedican a sus hijos, o bien contribuyen a potenciar una característica de las sociedades del sur de Europa como sería su «familiarismo».29

Empezando por las transformaciones, desde mediados de la década del 2000 la mayoría de los jóvenes viven como hijos únicos —o a lo sumo con un hermano—, en familias en las que trabajan los dos padres (dentro de Europa, España es uno de los países con mayor tasa de hijos únicos). Esta pauta, dificulta la tradicional posibilidad de que el joven se socialice en compañía de sus hermanos, padres, abuelos, etcétera. Todo esto podría tener consecuencias relevantes en un futuro, aunque aún no podamos determinar cuáles.

La disminución progresiva de las familias extensas de antaño está directamente relacionada con el descenso en la tasa media de natalidad y fertilidad, producto de una serie de razones socio-estructurales, acentuadas por la reciente crisis económica, sin olvidar otros factores de cambio: la aparición de nuevas formas familiares, como las monoparentales30 o las homosexuales; aumento del índice de divorcios, con las consiguientes «familias reconstruidas»;31 liberación de la mujer y creciente porcentaje de madres jóvenes trabajadoras; incorporación de nuevos estilos de vida en los que el ocio, el trabajo y el desarrollo personal restan tiempo a la vida familiar, crecimiento de familias inmigrantes o mixtas, etcétera.

No obstante lo anterior, y pese a todas las tendencias apuntadas, el papel de la familia como agente socializador sigue siendo muy importante, aunque haya variado y carezca de la importante «capacidad sancionadora» que pueden tener los dictados de los mass media y del grupo de amigos. Resulta difícil que una familia «rechace» o expulse a un hijo por no seguir o aceptar su visión de vida; sin embargo el miedo del joven a no ser aceptado por el grupo, le impele a menudo a «empaparse» de las modas, consumos y estilos de vida que le permitan «estar en la onda» (modas y estilos que a menudo vienen definidos por los medios de comunicación).

Además de estos procesos de cambio, hay que destacar el comentado «familiarismo» que caracteriza a la sociedad española y el importante proceso de «democratización familiar» que se viene produciendo en las últimas décadas. En cuanto a lo primero, sirva como ejemplo la importancia que otorgan los jóvenes españoles a la familia, por encima incluso de los amigos, el ocio o la sexualidad. Respecto a lo segundo, y vinculado a lo anterior, hallamos otro proceso importante como es el de transformación del modelo familiar autoritario de hace algunas décadas, hacia un modelo mucho más democrático. Hasta el punto de que algunos expertos empiezan a alertar respecto a los riesgos de anomia juvenil derivados de los modelos familiares faltos de límites y normas claras o con normas contradictorias.

La obligada convivencia prolongada ha llevado a ir reduciendo el conflicto, a base de que los padres han ido cediendo en determinados aspectos y adoptando un talante más negociador y tolerante. Llegándose a una situación en que los temas más profundos y controvertidos (ideológicos, sociales o religiosos) no se abordan —o se aparcan para evitar tensiones— y los temas más cotidianos y pragmáticos se «negocian», dentro de un clima de mayor permisividad.

En efecto, como conclusión de lo anterior y a la luz de los datos sociológicos, podemos argumentar que los padres ejercen una función de control y transmisión de valores que se centra principalmente en determinados temas. Así, se controla la hora de entrada y salida de casa, la colaboración en tareas domésticas y los resultados en los estudios. En menor medida también las amistades con que se relacionan sus hijos (este control se produce incluso en edades avanzadas) y aumentan las disputas por el estilo (de vestir, hablar, comportarse…). Sin embargo, existe otra serie de temas en los que se puede decir que la familia «cierra los ojos»: drogas, sexo, espacios donde se reúnen los jóvenes… En torno a éstos y otros temas, como la política o la religión, existe una creciente minimización del papel de la familia como transmisora de valores, además de un desconocimiento respecto a las actitudes y comportamientos de los hijos en estos ámbitos.

La institución familiar se ha convertido, así, en un ámbito de negociación continua, en el que se respetan los «espacios propios» y «vida propia» de padres e hijos. Estos cambios han impulsado dicho «familiarismo» característico de la sociedad española, minimizando el conflicto generacional en la familia y otorgando a ésta una gran importancia y consideración dentro de la vida del joven actual.32

Bien, hasta aquí hemos creído necesario hacer hincapié en los principales cambios socio-estructurales que están teniendo una influencia determinante en el actual género de vida juvenil y en la propia condición juvenil. Especialmente sugerente me parece la aportación de Ruiz de Olabuénaga (1998), quien utilizó el término «liberto» para definir el género de vida de la juventud: los jóvenes —dice—, viven más como libertos que como ciudadanos libres. Poseen una plenitud de derechos ciudadanos así como un nivel educativo y autonomía de decisión como ninguna generación joven anterior, pero persisten socialmente esclavizados a la subvención del paro y al soporte familiar de los que no pueden liberarse. Se trata de una juventud forzada (a esperar suliberación escolar, demorar su incorporación al trabajo y retrasar la creación de su propia familia). Recientes estudios confirman que los propios jóvenes comparten —cada vez más— esta percepción, hasta el punto que, en el 2015, el 74,8% de los jóvenes se lamentaban de ser «ciudadanos de segunda categoría», frente a un 48,6% que así se sentía seis años antes (ver Tezanos y Díaz,2017).

Tras todo este análisis, podemos concluir que la situación de la emancipación y las prácticas de ocio juveniles son aspectos que se hallan muy interrelacionados y de ahí que no hayamos querido abordar el tema del ocio juvenil sin antes contextualizarlo dentro de la situación socio-económica que asola a los jóvenes. De hecho, la importancia que adquiere el segundo aspecto está muy relacionada con la precaria situación del primero. No es casualidad, como suele indicar Domingo Comas Arnau en sus cursos y conferencias, que aquellos países sud-europeos en los que se viene produciendo un fuerte proceso de «nocturnización» del ocio juvenil, sean también aquéllos en los que los jóvenes se emancipan más tarde.

Tampoco es casual la fuerte identidad cultural que han desarrollado los jóvenes, sino que surge como intento de distinción, ante la convivencia obligada con otras generaciones (vinculado al ocio nocturno del fin de semana se ha desarrollado una cultura y consumo juvenil de la «fiesta»).

Por tanto, a partir de estos dos ámbitos principales que definen la actual condición juvenil, se derivarían otra serie de características y valores definitorios de la realidad juvenil actual. Veámoslos.

Otras tendencias y características delacondiciónjuvenilactual

Una primera característica resultante de la situación estructural comentada se refiere a la extensión de una serie de sentimientos de frustración (e incluso indignación) que se detecta entre la juventud. En efecto, mientras la juventud de finales de los años sesenta se sentía reprimida por sus familias e instituciones socio-políticas pero a la vez esperanzada ante un futuro mejor, la juventud actual se siente desilusionada, defraudada ante la dificultad que perciben para crear su itinerario vital. Se trata de lo que, en otras publicaciones anteriores, he denominado como la «Generación IN»:33 jóvenes IN-ternautas, IN-dignados ante su IN-visibilidad e IN-estabilidad vital (el que no tiene un trabajo inestable, tiene una vivienda inestable, una pareja inestable…).34 Los últimos estudios de la denominada «Generación Z» (jóvenes que en el 2017 tendrán entre 14 y 23 años), inciden aún más en estos «rasgos IN»: estamos ante jóvenes IN