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No hay nada como una infancia perfecta. Nuestro pasado es una historia a la que podemos acudir desde muy diferentes contextos, y este libro nos sugiere cómo convertir el pasado en un poderoso aliado. Porque nunca es tarde para una infancia feliz. Nunca podemos olvidarnos de nuestros ojos infantiles. De hecho, cuando se nos despierta la curiosidad y el deseo de crecimiento y aprendizaje empezamos a reconocer cosas de nuestro turbulento pasado. Entonces nos dejamos llevar por los problemas, cuestionándonos por qué no podemos ser felices... La clave no está en la búsqueda de alivio del estrés, de las dificultades, sino en situarnos en la circunstancia que nos transmita la alegría infantil.
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Colección Con vivencias
36. Nunca es tarde para tener una infancia feliz
Título original: It’s never too late to have a happy chilhood. From adversity to resilience
Traducción de Roc Filella
Primera edición en papel: octubre de 2013
Primera edición: diciembre de 2013
© 1997 Ben Furman
© 2013 Guillem Feixas Viaplana para el prólogo
© De esta edición:
Ediciones OCTAEDRO, S.L.
Bailén, 5 – 08010 Barcelona
Tel.: 93 246 40 02 - Fax: 93 231 18 68
www.octaedro.com - [email protected]
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ISBN: 978-84-9921-478-8
Diseño de la cubierta: Tomàs Capdevila
Agradecimientos
No he escrito este libro yo solo. He encontrado una cantidad inmensa de literatura más o menos científica sobre la materia y me he dado cuenta de lo común que es el tema de sobrevivir a una infancia difícil. Parece que la cuestión interesa a tantos especialistas, que se puede hablar con propiedad de una nueva tendencia psicológica.
He hablado de la importancia de las experiencias de la infancia con muchas personas y he iniciado debates en Internet en foros nacionales e internacionales. Estas conversaciones han desempeñado un papel importante en la composición de este libro. No solo me han animado a ocuparme del tema, sino que también me han proporcionado muchas ideas útiles.
Doy las gracias en especial a todas las muchas personas que, con sus aportaciones personales, han participado en la elaboración de este libro. En el otoño de 1996, dos revistas finlandesas publicaban una selección de mis entrevistas y una nota que informaba que estaba escribiendo un libro sobre el tema. En aquella nota pedía a lectores que hubieran tenido una infancia difícil que me escribieran y me contasen sus experiencias, respondiendo tres preguntas principales:
1. ¿Qué cree que le ha ayudado a sobrevivir a su difícil infancia?
2. ¿De qué le ha servido todo lo que tuvo que soportar de niño?
3. ¿Cómo se las ha arreglado para disfrutar de las experiencias que se le negaron en su infancia en momentos posteriores de la vida?
Recibí unas 300 cartas muy emocionantes, y no exagero al decir que esas cartas me abrieron los ojos. Pensaba que podía explicar teóricamente que también una infancia difícil puede parecer más tarde que tuvo su valor, pero solo después de leer todas aquellas cartas me convencí de que el ser humano es una criatura que parece capaz de sobrevivir a casi todo. Volví a creer que las personas pueden contemplar su pasado, incluidos los mayores sufrimientos, más como una fuente de fortaleza que de debilidad.
Muchos de los autores de esas cartas me animaban en mi proyecto y decían que les alegraba saber que alguien intentaba cuestionar la simplista idea de la fatídica e inevitable importancia de una infancia difícil.
«Muchas veces me sonrojo cuando alguien me dice sin más consideraciones que el futuro de un adolescente o de una persona de un modo u otro está condicionado por su infancia. Creo que una “infancia difícil” lleva inevitablemente a una madurez menos feliz que la que disfruta la persona que se ha criado en la que se considera una familia normal.
»A pesar de todo, me siento muy satisfecha de haber salido adelante pese a lo dura que la vida ha sido conmigo. No soy una alcohólica ni una perdedora, tengo hijos y trabajo. Muchas personas se preguntan cómo es posible que mi hermano y yo no seamos alcohólicos, como lo fueron mi padre y madre. ¡Pues que se fastidien! La gente siempre está a punto de etiquetar de perdedores e inútiles a los niños de padres alcohólicos. Confío en que este libro subraye lo bueno y lo positivo, que merece la pena vivir la vida aunque la infancia no haya sido muy feliz.
»Aunque la infancia haya sido difícil, de mayor las cosas te pueden ir bien o te pueden ir mal. La gente dice: “de tal palo, tal astilla”, y que eres el resultado de cómo te has criado, que no puedes llegar a ser una persona sana si de niño perdiste el sentimiento elemental de seguridad. La vida muestra innumerables ejemplos de personas que, pese a todo lo que vivieron en la infancia, han prosperado cuando han sido adultos. Nos convertimos en persona a través de diversas experiencias de la vida, y a mí se me ha dado la oportunidad de crecer mucho. Mi infancia me ha dejado una cicatriz indeleble en el alma, pero sigo disfrutando de la vida y sé que puedo afrontar todos sus retos. Es bueno que alguien acabe con los mitos de la infancia porque somos muchos los que pensamos así.»
Me alegré en especial de descubrir que muchas de las personas que me escribían decían que la experiencia de contar sus vivencias les había ayudado mucho.
«Al tener que escribir sobre todo eso, me sentí aliviado, un poco más estable y mejor. Escribir es para mí terapéutico, un momento en que puedo pensar en paz. Gracias, me siento tranquilo y reconfortado.»
«No suelo escribir de estas cosas, quiero decir que es la primera vez que lo hago. Son ya bien pasadas las doce de la noche, pero me siento liberada, casi como si estuviera pintando, y puedo decir que mereció la pena escribirlo.»
«Me temo que no he contestado ninguna de sus preguntas, pero por lo menos me siento aliviado.»
Doy las gracias de corazón a todos los que me escribieron. Quisiera que este libro refleje al menos algo de esta filosofía de la vida que era manifiesta en los libros y artículos que leí, en los comentarios de las personas, en diferentes conversaciones y, por último y con la misma importancia, en las cartas confidenciales que recibí. En todos los casos cito literalmente sus palabras y solo he cambiado, para mantener el anonimato, el nombre de sus autores.
Por último, quiero dar las gracias a mi esposa Katja por animarme a escribir sobre un tema por el que sabe que siento interés desde hace mucho tiempo.
Dedico este libro a mis padres, por todo lo que me han dado.
Doy las gracias a mi madre por inculcarme el sentido de la ecuanimidad y la capacidad de ver en las personas más lo bueno que lo malo.
Doy las gracias a mi padre por algo que él aprendió del suyo: un optimismo y un sentido del humor incorregibles, y la capacidad de ver algo divertido incluso en las situaciones más sombrías.
PREFACIO: ¿POR QUÉ ESTE LIBRO?
Un día me crucé por la calle con una motocicleta. Su conductor iba vestido de cuero. Llevaba barba, larga y despeinada, y el pelo, también largo, le sobresalía del casco. La moto tenía un gran parabrisas, en el que había pegadas unas letras que componían la frase: «Nunca es tarde para tener una infancia feliz». Comprendí la importancia de lo que decía, pero me sorprendió la paradoja que encerraba. Al principio fue solo el juego de palabras, como en el título de la película Regreso al futuro, pero poco a poco empecé a sospechar que la frase encerraba un acertijo que debía resolver.
Pensé que, fuera quien fuese la primera persona que acuñó la frase, probablemente no quería decir con ella que deberíamos alterar la verdad, mentirnos para hacernos con una visión de color de rosa de un pasado infeliz. Era evidente que la intención tampoco era decir que debemos simular que tuvimos una infancia feliz si no fue así, escondiendo la suciedad debajo de la alfombra y falseando experiencias que nunca tuvimos. Comencé a pensar que la frase era profunda y encerraba un mensaje.
Había visto otra parecida al leer al doctor Milton H. Erickson, psiquiatra estadounidense, que solía decir: «La persona sabe la respuesta a su problema, lo que ocurre es que no sabe que la conoce». Al principio, también sus palabras me parecieron un juego ingenioso, pero después, al estudiar terapia breve en general y, en particular, el sistema centrado en la solución, me di cuenta de que el doctor Erickson realmente quería decir lo que decía. Pensaba que, en lo más profundo del corazón, las personas solemos saber qué es lo que nos puede ayudar, y que el trabajo del terapeuta es encontrar la forma de propiciar que ese conocimiento interior emerja.
Este libro expone mi intento de encontrar una respuesta satisfactoria a la pregunta: ¿Qué significa decir que nunca es demasiado tarde para tener una infancia feliz?
PRÓLOGO
Guillem Feixas
Tiene razón el lector en pensar que no es posible retroceder al pasado para cambiarlo, pero eso no le quita mérito a este libro. De hecho, como tantos sabios han recalcado, todo lo que realmente tenemos es el momento presente. Pero ¿dónde está mi pasado ahora mismo? En mi sistema de memoria, y este está relacionado con el sistema de significados que me permiten interpretar y dar sentido a mi experiencia momento a momento. O sea, que pasado y presente no están tan lejos. Está claro que están muy relacionados.
En la memoria semántica guardamos los conocimientos y significados extraídos de las experiencias vividas, y es clave para interpretar los acontecimientos de nuestra vida actual. Si en el pasado alguien «aprendió», por ejemplo, que confiar profundamente en otro conlleva con el tiempo la traición y/o el abandono, es probable que interprete así cualquier nueva oportunidad de vinculación afectiva que la vida le ofrezca. Pero ese aprendizaje se puede reestructurar. La memoria semántica no es inflexible. Al igual que nuestro cerebro, dotado de gran plasticidad, está abierta a nuevas experiencias que pueden modificarla y transformar esa actitud reticente ante las relaciones. Y así, la persona puede recordar los hechos negativos de su pasado sin que necesariamente queden fijadas para siempre las conclusiones que en aquel momento derivó de ellos en su sistema de significados con el que interpreta la realidad en el presente. Luego, lo que cambia no son los hechos del pasado (memoria autobiográfica o episódica), sino su significado y relevancia actual (memoria semántica).
Esta obra nos plantea un ejercicio muy saludable de cuestionamiento acerca de nuestras creencias sobre el papel de la infancia en el desarrollo posterior de un ser humano. También cuestiona la creencia de que el pasado puede limitar nuestra posibilidad de ser felices. En efecto, aunque no podemos negar la potente influencia de la infancia y el pasado en las vidas de las personas, es importante también reconocer las capacidades de superación y de búsqueda de recursos alternativos de los seres humanos. En este libro encontramos docenas de ejemplos de personas que han salido adelante en sus vidas y un buen catálogo de los recursos empleados para superar su adversidad.
Tener un pasado difícil no supone necesariamente una condena de infelicidad para el resto de la vida. Desde hace más de dos décadas, la noción de resiliencia, entendida como la capacidad humana para seguir adelante a pesar de la adversidad (e incluso sacar provecho de ella), ha hecho mella en la psicología, siendo un tema que ha concitado gran cantidad de estudios. Lejos de ser un tratado más sobre el tema, la obra que Ben Furman nos presenta supone una corriente de aire fresco que nos ilustra este fenómeno de la resistencia a la adversidad en sus múltiples variantes, basándose en los recuentos de testimonios de los protagonistas de las breves historias de resiliencia que contiene. Esto hace que la obra no sea solo amena y de lectura entretenida, sino que aporte una ingente variedad de recursos para la superación personal.
Pero el propósito del libro va más allá, a mi entender, de querer aportar recursos a quienes han vivido experiencias dolorosas en el pasado. El libro está orientado a todos nosotros, como ciudadanos, y más especialmente a educadores y profesionales de la salud. Si cambiamos nuestras creencias sobre el peso inexorable del pasado y estamos abiertos a la casi infinita variedad de trayectorias por las que una persona puede llegar a tener una vida provechosa e incluso feliz, entre todos haremos posible que tal milagro deje de ser algo excepcional y se convierta en una posibilidad real. En efecto, los que han vivido situaciones difíciles en su infancia a menudo se encuentran con que la creencia sobre la influencia perdurable y negativa de tales experiencias está tan extendida entre los que le rodean, y especialmente entre los profesionales que le rodean, que alcanza valor de verdad incuestionable. Y ello deviene en un gran obstáculo para la superación personal. Un obstáculo que todos podemos hacer que se diluya si, siguiendo la invitación de esta obra, estamos franca y profundamente abiertos a apostar por las capacidades que toda persona tiene para afrontar la adversidad.
INTRODUCCIÓN: NOS DOBLAMOS, PERO NO NOS ROMPEMOS
En Occidente, vivimos inmersos en una cultura saturada de psicología, según la cual la causa de los problemas de las personas está en lo que nos ocurrió en el pasado. Por esto muchos pretendemos rastrear las raíces de nuestros sufrimientos hasta llegar a la infancia. Hemos aprendido que la principal causa de nuestros problemas es que de niños nos faltó algo o sufrimos experiencias traumáticas. Los especialistas explican que los primeros años de la persona son fundamentales para su vida posterior, y los padres, sobre todo las madres, cargan con los juicios de los expertos y su lúgubre canción: los problemas, desde el de seguir orinándose en la cama hasta el crimen más violento, nacen en la infancia. Es una doctrina psicológica que se encuentra por doquier: en el debate social y político, en conversaciones formales e informales, en tertulias de los medios de comunicación, en la prensa, en la literatura y en entrevistas especializadas, en manuales de texto y en revistas.
Pocas personas sensatas dirían que una infancia difícil no deja marca alguna, ni que no hayamos sentido en nuestro entorno fuerzas perniciosas que han afectado a nuestro crecimiento y desarrollo. Sin embargo, es posible que la relación entre los problemas de hoy y unas experiencias infantiles negativas no sea tan evidente como acostumbramos a pensar. ¿Una infancia difícil lleva necesariamente a una madurez con problemas, o la persona puede sobrevivir bien a pesar de traumas y desdichas anteriores? ¿Cómo se explica que muchas personas equilibradas y sanas tuvieran problemas en la infancia y que, del mismo modo, muchas otras que en su madurez luchan contra enormes dificultades fueran relativamente felices de niños? Muchas personas que han padecido una infancia difícil pueden tener problemas de mayores, pero nadie puede decir con seguridad que las experiencias infantiles sean la verdadera causa de sus desventuras.
Estadísticamente, los niños que se han criado en un ambiente desfavorable –por ejemplo, en un entorno familiar violento, en situaciones de alcoholismo o de problemas mentales graves– tienen mayor probabilidad de sufrir diversos problemas más adelante que quienes han tenido una infancia «normal». Sin embargo, correlación no es lo mismo que causa. Las estadísticas simplemente señalan un riesgo, no que las experiencias negativas de la infancia provoquen automáticamente problemas en la vida posterior. Las ideas simplistas y lineales de que el niño que sufre experiencias difíciles inevitablemente tendrá problemas en el futuro, y que el adulto que tiene problemas vivió con toda seguridad una infancia difícil empiezan a parecer menos obvias si se ven a la luz de los estudios sobre niños que superan experiencias adversas.
El estudio más conocido sobre la supervivencia es el estudio longitudinal que realizaron Emmy Werner y Ruth Smith en Kauai, Hawai. A lo largo de treinta años, estas antropólogas culturales hicieron un seguimiento de los isleños nacidos en 1955. En su libro Vulnerable but Invincible, publicado a principios de los años ochenta, demostraban que nada menos que uno de cada tres niños en situaciones de alto riesgo era a sus dieciocho años un joven afectuoso y seguro de sí mismo. Sin embargo, dos tercios de esas personas, es decir, la mayoría, tenían problemas y eran clasificados de adolescentes de alto riesgo. Cuando las dos investigadoras reexaminaron el mismo material en los años noventa, descubrieron que dos tercios de aquellos adolescentes de alto riesgo eran adultos de éxito a los 32 años. Así pues, según su exhaustivo estudio, hasta tres de cada cuatro personas que habían tenido una infancia difícil conseguían superarla bien al llegar a los treinta y tantos.
Muchos otros estudios registran observaciones parecidas. En los años sesenta, por ejemplo, apareció en Estados Unidos un informe sobre un estudio llevado a cabo por los investigadores Renaud y Estress sobre la vida y la infancia de cien varones estadounidenses normales y de éxito. El estudio demostraba que una mayoría de ellos había vivido traumas que eran al menos tan graves como los que en psiquiatría y psicoterapia se suele considerar que conducen a trastornos mentales. Los investigadores concluían que esos «cien varones que, como grupo, se comportaban en niveles superiores a la media, y que carecían sustancialmente de cualquier sintomatología psiconeurótica o psicosomática, hablaban de historias infantiles con tantos “sucesos traumáticos” o “factores patogénicos” como normalmente se revelan en las entrevistas con pacientes psiquiátricos que muestran diferentes grados de discapacidad por sus síntomas».
La experiencia de un siglo de guerras devastadoras ha demostrado que las personas, por lo general, sobrevivimos con asombrosa normalidad tanto a los horrores de la guerra como a situaciones familiares difíciles. Solo algunos niños de padres alcohólicos empiezan a beber cuando son mayores, y aquellos cuyos padres padecen problemas mentales raramente muestran ellos también dolencias parecidas en la madurez. Solo un pequeño porcentaje de niños que se crían en un ambiente familiar violento son después violentos, y solo una fracción de quienes padecieron abusos sexuales en la niñez se comportan de modo similar cuando son mayores.
Contrariamente a lo que se suele pensar, los problemas emocionales y psicológicos que se les plantean a los niños no pasan a las generaciones siguientes siguiendo las leyes mendelianas de la herencia. Los problemas y las pruebas desagradables de la infancia pueden aumentar el riesgo de padecer problemas similares o de otra índole en la madurez, pero esos infortunios no causan esos problemas.
Los investigadores Joan Kaufman y Edward Zigler han investigado los patrones hereditarios de la violencia y el abuso sexual infantiles. Demuestran con rotundidad que la idea generalizada de que estos problemas pasan irremediablemente a las generaciones siguientes es un mito peligroso. Dicen: «Los adultos que de niños sufrieron un trato violento van a oír constantemente a lo largo de toda la vida que lo más probable es que también ellos maltraten a sus hijos. Y así, en algunos casos, la frase se convierte en una profecía que se autocumple. Asimismo, muchos de los que han roto el círculo de la violencia comienzan a pensar que son bombas de relojería». Los dos investigados dicen también que este mito simplista y muy extendido ha hecho más difícil entender las razones de la violencia familiar, y ha confundido a los responsables del bienestar del niño y a los de las políticas sociales.
La psicóloga Ingrid Claezon ha realizado estudios a largo plazo sobre la supervivencia de niños suecos cuyos padres consumían narcóticos. En el prefacio de su libro Contra todo pronóstico dice que «contra todo pronóstico, o mejor dicho, contra todo prejuicio, algunos niños cuyos padres consumían drogas sobreviven sin problema a la infancia y a la madurez».
¿Por qué, entonces, parece que un niño supera los infortunios de la infancia y la falta de experiencias positivas mejor que otro que afronta dificultades y carencias similares? Los investigadores también se han ido interesando cada vez más por esta cuestión. Recientemente, el tema de la superación del dolor en los primeros años es objeto de estudio en todo el mundo, en publicaciones, conferencias y seminarios.
La palabra «resiliencia» ha pasado a definir la capacidad de sobrevivir del ser humano, de recuperarse y perseverar frente a diversos obstáculos y amenazas. Investigadores finlandeses también han estudiado la resiliencia. La psiquiatra infantil Eila Räsänen, por ejemplo, estudió la capacidad de supervivencia de los niños finlandeses después de ser enviados a Suecia durante la Segunda Guerra Mundial y vivir muchos años separados de sus padres. La psiquiatra e investigadora observó que la mayoría de los «niños de la guerra», en contra de lo que se solía pensar, habían superado aquellas duras pruebas. Muchos de ellos pensaban que incluso habían aprendido de ellas y que las dificultades les habían hecho más fuertes.