Otra historia para otra psiquiatría - Rafael Huertas - E-Book

Otra historia para otra psiquiatría E-Book

Rafael Huertas

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Beschreibung

Este libro recopila una serie de artículos, debidamente revisados y actualizados, que fueron publicados en diversas revistas a lo largo de los últimos veinte años. Su denominador común es el intento de articular historia y clínica. No una historia positivista, descriptiva, acumulativa, complaciente con el pasado y acrítica con el presente, sino otra historia, analítica, hermenéutica y crítica, que interpele al pasado para pensar el presente y para actuar o propiciar actuaciones suficientemente fundamentadas. Otra historia que permita identificar, y diferenciar, una psiquiatría positivista, cuantitativa, simplificada, esencialista, organicista y, en buena medida, ateórica y ahistórica, y otra psiquiatría que, considerando fundamental un marco teórico psico[pato]lógico, entiende las llamadas enfermedades mentales como construcciones discursivas revisables y sujetas a cambios sociales y culturales. Una visión no positivista y no esencialista en la que el sujeto (mediatizado por el lenguaje) prima sobre la "enfermedad", en la que se presta la máxima atención a la subjetividad de la persona y en la que el pathos y el ethos se conjugan en el núcleo mismo del pensamiento psicopatológico. En definitiva, otra historia comprometida con otra psiquiatría, la que considera necesario cambios epistemológicos profundos sobre la naturaleza del trastorno mental y sobre el papel del experto (psiquiatra, psicólogo, psicoanalista, etc.) y del propio paciente —cuyo empoderamiento debe ser una prioridad absoluta— en la gestión de la locura. "Libros de historia de la psiquiatría hay muchos. En ellos se narran historias de lo más variado, porque psiquiatrías, como se sabe, no hay sólo una. Rafael Huertas recrea una de ellas. cada página de este libro anima a la reflexión sobre la condición humana, invita a la comparación con el presente y despeja muchos de los bucles en los que estamos atrapados y alrededor de cuyos ejes giramos de continuo sin darnos cuenta". J.M. Álvarez y F. Colina

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Colección La Otra psiquiatría

Dirigida por José María Álvarez y Fernando Colina

OTRA HISTORIA PARA OTRA PSIQUIATRÍA

Rafael Huertas

Prólogo de José María Álvarez y Fernando Colina

Colección La Otra psiquiatría

Créditos

Colección La Otra psiquiatría

Dirigida por José María Álvarez y Fernando Colina

Título original: Otra historia para otra psiquiatría

© Rafael Huertas, 2016

Del Prólogo: © José María Álvarez y Fernando Colina, 2017

© De esta edición: Pensódromo 21, 2017

Diseño de cubierta: Pensódromo

Esta obra se publica bajo el sello de Xoroi Edicions

Editor: Henry Odell

[email protected]

ISBN rústica: 978-84-946232-0-2

ISBN ebook: 978-84-946232-1-9

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Índice

La otra historia de Rafael HuertasI. Libros e historiasII. Otra historiaIII. Cambios y continuidadPresentaciónDe la filosofía de la locura a la higiene del almaIntroducciónUn hijo de la IlustraciónEn torno a la causalidad: del influjo de la Luna a la lesión anatómicaLos prolegómenos del tratamiento moralDaquin 'versus' PinelNosografía y antinosografía: en torno a la psicosis únicaIntroducciónEl fin de las LucesEsquirol, ¿pluralidad nosológica o psicosis única?Variaciones posesquirolianasLa antinosografía como principio epistemológicoLa psicosis única en la psiquiatría españolaLo único y lo múltiple. Continuidad y discontinuidadSemiología: Subjetividad y clínica psiquiátricaIntroducciónExplorando el síntoma alucinatorioEscuchar al loco, leer la locuraRelatando la subjetividad del locoEl concepto de perversión sexualIntroducciónLa norma y la leySintomatología y estigmatologíaPerversos y degenerados¿Novedades? psicoanalíticasLas obsesiones antes de FreudIntroducciónEl escrúpulo y la melancolía religiosaEl modelo de la monomaníaLa impronta del degeneracionismoLas obsesiones en el 'fin-de-siècle'Las obsesiones y los valores 'fin-de-siècle'Locos, criminales y psiquiatras: la construcción de un modelo (médico) de delincuenciaIntroducciónMonomanías: el transgresor medicalizadoMonomanía 'versus' degeneraciónLa irrupción de la antropología criminalEpígonos del degeneracionismoEl problema de la responsabilidad y de la peligrosidadEl poder psiquiátricoIntroducciónEl eje de la verdadEl eje de la subjetivación/normalización(re)Leyendo a FoucaultOtra historia para otra psiquiatríaIntroducciónPolos historiográficosActualizando discursosEl punto de vista del pacienteBibliografíaAcerca del autor

La otra historia de Rafael Huertas

por José María Álvarez y Fernando Colina

I. Libros e historias

Libros de historia de la psiquiatría hay muchos. En ellos se narran historias de lo más variado, porque psiquiatrías, como se sabe, no hay sólo una. Rafael Huertas, en Otra historia para otra psiquiatría, recrea una de ellas. A la vista de las materias que le interesan y los referentes que le guían, la suya parece una historia marginal. Los grandes nombres, los pasajes hagiográficos, las indudables contribuciones a la humanidad y los impresionantes progresos respecto al pasado no tienen aquí cabida. Esta es una historia humana, es decir, limitada y condicionada por los contextos históricos, políticos y culturales. Sin embargo, aunque carezca de los epónimos y conceptos que suelen engalanar los libros de la corriente hoy día preeminente, esta otra historia no es menos verdadera. En contrapartida, cada página de este libro anima a la reflexión sobre la condición humana, invita a la comparación con el presente y despeja muchos de los bucles en los que estamos atrapados y alrededor de cuyos ejes giramos de continuo sin darnos cuenta.

Hay quien dice que esa otra psiquiatría —y también esa otra psicología— es la más auténtica, y su historia la más genuina. Todo depende del punto de vista que adoptemos. También Rafael Huertas tiene su perspectiva, y no la oculta. Aunque sólo sea porque este investigador define con claridad su enfoque, lo defiende y confronta con otros, esta obra tiene algo original y audaz. En el mundo de la clínica mental, las historias no se caracterizan precisamente por mostrar la posición del sujeto que narra. Al contrario, es habitual camuflarse en el tibio discurso de la ciencia y desde ahí, con maliciosa maña, escribir al dictado la ideología dominante. Cuando un autor está agazapado bajo la objetividad de los hechos, de inmediato conviene sospechar y preguntarse al servicio de qué intereses se presta como correa de transmisión.

La historia de la psiquiatría alimenta muchas tentaciones, sobre todo la de tergiversar los hechos y retorcer los dichos hasta conseguir que diga lo que a uno le conviene. Quizás sea porque hablar de muertos y manejar legajos se presta a la manipulación, como si los muertos ya no tuvieran voz y el paso del tiempo difuminara la letra de los documentos. Pero la historia debe respeto al pasado y está sujeta a un método cabal que acote los hechos, ilumine los contextos y ajuste las interpretaciones. Aunque esto sea obvio, al poco de ponerse en marcha, algunos historiadores comienzan a deshonrar su cometido. Pocas disciplinas se prestan a usos tan variados como la historia. Incluso, movidos por la mala fe, se la podría convocar y darle lustre para, en ese mismo acto, eclipsarla e inutilizarla. Bastarían unas cuantas piruetas retóricas y media docena de citas sacadas de contexto para acomodar los sucesos pasados a las conveniencias personales. De esta guisa se escriben muchas historias de la psiquiatría, historias que nacen muertas o con los días contados, carentes de la luz que se espera de ellas1.

Los libros de historia de la psiquiatría y de la psicopatología que merecen la pena suelen poseer cuatro buenas cualidades. En primer lugar, aunque se ocupen del pasado, dicen algo relevante del presente y lo vuelven más comprensible. En segundo lugar, mediante la perspectiva que aportan, contribuyen a iluminar los embrollos, a menudo repeticiones de otros anteriores, que hoy nos traen de cabeza. En tercer lugar, estos libros contienen una enseñanza viva y útil para la clínica diaria, puesto que nuestro saber se ha gestado —como el delirio— a borbotones, y esos momentos fecundos se deben a la inspiración de autores clásicos que se plantearon problemas muy similares a los nuestros. Por último, algunos de esos libros, muy pocos en realidad, resisten al paso del tiempo sin perder el brío inicial. El tiempo dirá si Otra historia para otra psiquiatría es de los que envejecerá con elegancia y autoridad, porque los otros tres valores ya sabemos que los tiene.

II. Otra historia

Esta obra, la última de Rafael Huertas, consta de ocho estudios. Un primer vistazo al sumario sugiere cierta heterogeneidad en el material, repescado de diversas publicaciones nacionales e internacionales, pero actualizado y completado con maestría. Un libro compuesto por varios estudios puede caer en la dispersión, a no ser que el autor, con paciencia y buen tino, vaya dando las puntadas adecuadas para redondearlo. Quien conozca los estudios originales y lea los presentes, verá que Huertas ha sabido soldar los distintos materiales hasta componer una pieza uniforme.

Tanto es así que, a medida que se avanza en la lectura, poco a poco se va despejando un hilo conductor resplandeciente, pese a ser escurridizo e inusual: todas las páginas de este libro tratan de aprehender al sujeto de la locura, de captar sus destellos en los textos clásicos de la psiquiatría y la psicopatología. De ahí que se titule Otra historia para otra psiquiatría, pues esa otra psiquiatría que se ocupa del sujeto necesita otra historia que lo esclarezca.

La filosofía de la locura, la psicosis única, la semiología de la subjetividad, la visión de la perversión sexual en la medicina positivista, las obsesiones, el modelo médico de la delincuencia, el poder psiquiátrico y, finalmente, los fundamentos de la otra historia son los temas principales que se analizan en esta obra. Los seguidores de Rafael Huertas saben de su gusto por la sencillez y la precisión, lo que agiliza la lectura y la hace amena; valoran también el acierto con que elige los temas, circunscribe sus contornos y da relieve a los contextos sociales y políticos en los que se desarrollan; y agradecen, por último, el conocimiento detallado de las principales corrientes historiográficas, sus aportaciones y limitaciones, un conocimiento que hace que sus escritos sean apreciados tanto por clínicos como por historiadores.

Como ya se ha dicho, la historias de la psiquiatría y de la psicopatología son muy variadas. Este hecho se debe, entre otras cosas, a que quienes las escriben no pueden sustraerse a los ecos de la ideología, tanto si su enfoque es tradicional y hagiográfico como si se enmarca entre las orientaciones revisionistas, con Foucault a la cabeza. Huertas lo reconoce abiertamente cuando, al final de su libro, entabla una polémica con la obra de Edward Shorter A History of Psychiatry, y comenta: «[…] la utilización de la historia de la psiquiatría, bien para reducir la misma a una especialidad biomédica —lo que en la obra de Shorter es muy evidente—, bien para analizar su papel en el más amplio margen de la defensa social o para situar la locura —y sus intentos de regulación— en un determinado contexto social y cultural, implica una toma de postura, en última instancia, ideológica» (p. 246).

Los hechos tienen múltiples lecturas, de ahí que, siempre que se pongan de manifiesto los objetivos y la indagación se realice con honradez, la carga ideológica subyacente en todo análisis histórico no implica necesariamente una devaluación de sus logros. Es necesario admitir esta permanente pulsación ideológica o subjetiva en la elaboración de los discursos historiográficos, más aún cuando lo que se está proponiendo es otra historia para otra psiquiatría. Tocante a este asunto, el cientificismo recalcitrante pretende reducir la historia a sucesos sin sujeto, como si eso fuera posible. «No hay hechos, sólo interpretaciones», escribió Nietzsche en su arenga contra el positivismo2. Aunque sea extrema, esta postura invita a rescribir una historia en la que el hilo conductor del sujeto prevalezca sobre los hechos, los conjunte y ordene. Se trata, por tanto, de trazar una perspectiva sociológica y cultural de la locura, de definir un enfoque en el que se ponga de relieve tanto la respuesta social como la posición del loco en los distintos contextos sociales, políticos y culturales.

Con vistas a destacar la presencia del sujeto, Huertas, siguiendo en esto a Roy Porter, reivindica una historia de la medicina basada en las experiencias y los puntos de vista de los enfermos, una «historia desde abajo»3. La realización de esta propuesta implica reasignar los lugares de la enunciación, lo que se sustancia en rebajar la autoridad del experto en favor los subalternos del conocimiento oficial, como mujeres, obreros, colonizados, y, de manera especial, enfermos y locos. Más que seguir a pies juntillas los dictámenes de los entendidos, se trata de dar la palabra al loco, por ejemplo, revisando sus escritos. De esta literatura epistolar se pueden extraer múltiples datos acerca del funcionamiento los manicomios, de la vida cotidiana de los locos, los médicos y otros trabajadores, de la soledad, los miedos y las preocupaciones con las que convivían. Esta «historia desde abajo», narrada desde la perspectiva del loco, acentúa otros ámbitos de la experiencia, descuidados en los enfoques hagiográficos. «El punto de vista del paciente —sintetiza Rafael Huertas— nos da claves para valorar que lo bio en salud mental no es solo lo biológico, sino también lo biográfico; nos permite también considerar la importancia de la experiencia de la locura y de la subjetividad del loco, comprender la violencia del diagnóstico y del estigma, y apreciar los procesos de negociación y de resistencia que se establecen entre los pacientes, los profesionales y la sociedad» (pp. 253-254).

El punto de vista del loco es, como acabamos de enfatizar, un elemento esencial en esta historia de la psiquiatría que propone Rafael Huertas. Comprometida ideológicamente, esta otra historia indaga sobre todo en las relaciones de saber-poder, trata de desvelar las estrategias de regulación social y de subjetivación de la norma, y dilucida las formas de representación de la locura mediante la amplificación de la subjetividad de los pacientes. Esta otra historia revive los desarrollos de esa otra psiquiatría, la cual, fundada en un sólido marco teórico psicopatológico, entiende las llamadas enfermedades mentales como construcciones discursivas revisables y sujetas a cambios sociales y culturales. Como enfatiza el autor, se trata de una visión no positivista y no esencialista en la que el sujeto, mediatizado por el lenguaje, prevalece sobre la enfermedad, y en la que el pathos y el ethos se conjugan en el núcleo mismo del pensamiento psicopatológico.

III. Cambios y continuidad

Todas las materias fascinantes, la historia entre ellas, pueden favorecer ciertos vicios, sobre todo cuando se hace un mal uso de ellas. Como cualquier vicio, el de la historia tiene su tratamiento siempre y cuando uno sepa darle la distancia y la perspectiva adecuadas. La dosis justa de historia es difícil de calcular. Pero su exceso suele contribuir a una visión excesivamente continuista de las cosas, y su defecto, por el contrario, tiende a considerar que todo cuanto sucede es algo nuevo.

Estos extremos se ponen hoy día de manifiesto cuando los especialistas tratan de juzgar los cambios sustanciales de la subjetividad moderna y la incidencia de nuevas patologías. Hay, como se sabe, propuestas de rompe y rasga en las que el presente no se reconoce en el pasado. Con ello se da a entender que la autoridad se ha devaluado y la solidez, licuado, lo que implica —llevado al terreno de la psicología patológica— que la psicosis ordinaria y la clínica del vacío le han comido casi todo el terreno a las neurosis y psicosis freudianas. Se trata de cambios trascendentes, al parecer sobrevenidos en apenas unas décadas, en los que lo ordinario se ha vuelto extraordinario, y viceversa. Frente a esta posición, otra más continuista intenta atenuar la sacudida y eslabonar el hoy y el ayer, dando prioridad a lo que se mantiene imperturbable de la condición humana.

Como se ve, existen varios puntos de vista para enfocar la dialéctica entre cambio y continuidad: uno que prescinde de la historia y otro que la tiene demasiado presente. Cuando estos enfoques se llevan hasta el extremo, los dos se vuelven tendenciosos, aunque, como se indica a continuación, los efectos que ocasionan son distintos.

Siempre que se prescinde de la historia, bien por desconocimiento o porque el método la excluye, el presente se nos antoja cambiante, incluso novedoso, como si lo que ahora sucede no tuviera parangón y estuviera deseslabonado del pasado. Este tipo de planteamientos sin historia ni referentes tienen algunos inconvenientes, sobre todo cuando se borran las conexiones con el pasado y se niega la continuidad de experiencias. Cuando esto sucede, lo repetido se considera nuevo y pasan desapercibidas las soluciones que, en otro tiempo, se acordaron a problemas similares a los actuales. Con este tipo de planteamientos la historia queda inutilizada y su potencial enseñanza se reduce a datos, fechas y nombres.

Si se entroniza la historia y el presente se analiza únicamente desde su atalaya, está claro que uno deja de ver el suelo que pisa, aunque tenga una buena panorámica del camino recorrido y no pierda de vista la meta a la que se dirige. La perspectiva historicista, cuando es extrema, tiende también a la confusión, puesto que se resiste más de la cuenta a admitir la novedad, la contingencia y el azar, y sólo a regañadientes admite cambios consumados. Pero cuenta con la virtud de iluminar el denominador común de la condición humana, ese hilo que une al hombre antiguo y al moderno, esa argamasa que constituye la esencia intemporal del hombre.

Hay cambios y hay continuidad, sin duda. Lo difícil es apreciar su articulación y la combinación de sus elementos. Ahora bien, para analizar adecuadamente esa dialéctica hace falta perspectiva y tiempo. Si uno no es capaz de apartarse de la espiral, tomar distancia, conversar con otros que piensan distinto y darse un tiempo para la elaboración, lo más seguro es que caiga en la precipitación o se detenga en la dilación. Con lo cual, sea por premura o quietud, seguirá diciendo lo mismo y echando mano de los mismos argumentos. En estos casos vale la pena aliarse con la historia, con el buen uso de la historia como antídoto contra la repetición del pasado nostálgico y del presente deslumbrante.

La historia, como decíamos, puede usarse de forma íntegra o torticera. La que propone Rafael Huertas en Otra historia para otra psiquiatría es comprometida y rigurosa, dos calificativos que la honran. Además, es de agradecer que el autor tome la palabra y hable en primera persona de sus propósitos, porque el elemento ideológico no resta valor alguno al trabajo sobrio y recto del investigador: «[…] pienso —escribe Huertas— que la actualización de los discursos de la historia crítica de la psiquiatría, está proporcionando una solidez teórica y empírica a este ámbito de conocimiento, que camina hacia una historia cultural de la subjetividad como opción historiográfica. […] Una manera de hacer historia de la psiquiatría que se relaciona directamente, […], con un modo de pensar la locura» (pp. 266-267).

Este es el noble proyecto que compartimos con Rafael Huertas, propósito que se materializa en esta obra pionera y del que se hace eco esta colección de libros titulada La Otra psiquiatría.

Presentación

Este libro recopila una serie de artículos, debidamente revisados y actualizados, que fueron publicados en diversas revistas a lo largo de los últimos veinte años. Su denominador común es el intento de articular historia y clínica. No una historia positivista, descriptiva, acumulativa, complaciente con el pasado y acrítica con el presente, sino otra historia, analítica, hermenéutica y crítica, que interpele al pasado para pensar el presente y para actuar o propiciar actuaciones suficientemente fundamentadas. Otra historia que permita identificar, y diferenciar, una psiquiatría positivista, cuantitativa, simplificada, esencialista, organicista y, en buena medida, ateórica y ahistórica, y otra psiquiatría que, considerando fundamental un marco teórico psico[pato]lógico, entiende las llamadas enfermedades mentales como construcciones discursivas revisables y sujetas a cambios sociales y culturales. Una visión no positivista y no esencialista en la que el sujeto (mediatizado por el lenguaje) prima sobre la «enfermedad», en la que se presta la máxima atención a la subjetividad de la persona y en la que el pathos y el ethos se conjugan en el núcleo mismo del pensamiento psicopatológico.

Referentes indiscutibles, en nuestro país, de esta otra psiquiatría son, sin lugar a dudas, Fernando Colina y José María Álvarez. Sus importantes aportaciones teóricas y sus enseñanzas clínicas han marcado el devenir profesional de generaciones de psiquiatras y psicólogos clínicos dispuestos a pensar y ejercer de otra manera. No quiero ni debo olvidarme aquí de Ramón Esteban, el tercer «alienista del Pisuerga» y artífice, junto a los dos anteriores, de la ingente labor de recuperación de los clásicos de la psicopatología en la maravillosa «Biblioteca de los alienistas del Pisuerga». Pero si el núcleo vallisoletano supone un punto de referencia fundamental, desde tierras gallegas, Chus Gómez y Pepe Eiras forman también parte de este proyecto colectivo que, desde su origen, comparte una mirada insatisfecha y crítica hacia el modelo psiquiátrico hegemónico. En un primer momento, castellanos y gallegos se dieron mutuamente la palabra, conversaron y reflexionaron juntos sobre las psicosis y otros temas que les tocaban de cerca en su quehacer cotidiano. Con el tiempo, aquellas pioneras «Conversaciones Siso-Villacián» dieron lugar a todo un movimiento, al que se han ido sumando profesionales de otros lugares, denominado «la Otra psiquiatría». Aunque minoritaria (de momento) en el panorama psiquiátrico general, no cabe duda que «la Otra» ocupa un espacio importante e indiscutible que cada vez cuenta con más interlocutores tanto en el ámbito nacional como internacional.

Pues bien, desde que en 1997 José María Álvarez me invitó a participar en unas jornadas sobre la psicosis única, organizadas en el Hospital psiquiátrico «Dr. Villacián» —el antiguo manicomio de Valladolid— mi compromiso con esta corriente de pensamiento ha ido en aumento y mi relación intelectual y personal con sus principales representantes se ha estrechado cada vez más. La importancia que desde «la Otra psiquiatría» se otorga a la Historia en la construcción de un teoría psicopatológica me ha concedido el impagable privilegio de participar activamente en sus debates, de ser aceptado como uno más de «la Otra» y de tener la oportunidad de aprender (mucho) y enseñar (seguro que no tanto), pero sobre todo de compartir ideas e inquietudes en torno a la locura y a la manera de entenderla, respetarla y acompañarla.

No soy clínico, aunque lo fui. Mi actual oficio de historiador, empero, me exige trabajar con frecuencia con textos de psiquiatría y psicopatología. No solo textos, claro, también contextos; teorías y prácticas; historia y dialéctica. Con este bagaje, el que buenamente he podido ir adquiriendo lejos de los pacientes, y por tanto incompleto, siempre he pensado que la historia de la psiquiatría, y de la locura, puede y debe ser una herramienta epistemológica que nos permita entender, entre otras cosas, el carácter histórico-cultural de los trastornos mentales. Ya sé que esta afirmación no es especialmente original y que, al menos desde Foucault, ha sido repetida y discutida por no pocos autores, pero sin duda es esa visión con la que pretendo hacer otra historia, la que me acerca a la otra psiquiatría.

El presente libro pretende ser una contribución, en la medida de mis posibilidades, al discurso de «la Otra», siempre desde el convencimiento de que la reflexión histórica sobre la concepción de la locura, sobre la construcción del conocimiento psiquiátrico como una disciplina de saber-poder, permite pensar la clínica, ayudando a ubicarla en unas coordenadas teóricas, y comprender desde qué presupuestos puede llevarse a cabo el ejercicio de los profesionales de la salud mental.

Los distintos capítulos tienen orígenes diferentes (según se especifica en cada uno de ellos); los contenidos de algunos —la mayoría— fueron presentados y discutidos en Jornadas organizadas por «la Otra», mientras que en otros casos tuvieron su primer destino en otros ámbitos académicos o profesionales. Ámbitos, con órganos de expresión propios, que teniendo puntos comunes con «la Otra», proceden de tradiciones algo diferentes, como por ejemplo, la revista Átopos, dirigida por Manuel Desviat (responsable también de la colección «salud mental colectiva» de la editorial Grupo 5), o como los foros de la Asociación Española de Neuropsiquiatría (y en particular la Asociación Madrileña de Salud Mental-AEN), lugar de confluencia y encuentro de diversas corrientes de psiquiatría crítica. En todos los casos, además de un esfuerzo de revisión y actualización de los textos, he intentado completar y matizar el desarrollo discursivo con elementos que definen o son próximos a la propuesta de «la Otra».

En definitiva, otra historia comprometida con otra psiquiatría, la que considera necesario cambios epistemológicos profundos sobre la naturaleza del trastorno mental y sobre el papel del experto (psiquiatra, psicólogo, psicoanalista, etc.) y del propio paciente —cuyo empoderamiento debe ser una prioridad absoluta— en la gestión de la locura.

De la filosofía de la locura a la higiene del alma1

Introducción / Un hijo de la Ilustración / En torno a la causalidad / Los prolegómenos del tratamiento moral / Daquin versus Pinel

Introducción

Una década antes del famoso Traité médico-philosophique sur l’aliénation mentale, ou La manie (1801) de Philippe Pinel2, se publicó La Philosophie de la folie (1791) del médico saboyano Joseph Daquin3. Se trata de una obra importante y sin duda iniciadora de lo que muy poco tiempo después sería conocido como tratamiento moral. La obra de Daquin ha sido poco considerada por la historiografía, más allá de algunos trabajos monográficos ya antiguos4, o de las breves, aunque obligadas, referencias a su figura en obras más o menos generales de historia de la psiquiatría5. Joseph Daquin es habitualmente presentado —en ocasiones con tintes nacionalistas6— como pionero y precursor del tratamiento moral y, por extensión, del movimiento alienista, aunque pronto eclipsado por el esplendor de la obra pineliana. A ello debió contribuir el propio Pinel, al ignorar absolutamente su aportación en contraste con el reconocimiento que siempre mostró hacia la obra de Alexander Crichton. No deja de resultar significativo que la segunda edición de La Philosophie de la folie, publicada en 1804, esté dedicada Au Docteur Pinel y que, junto al elogio al Traité, Daquin se lamente de la ausencia en el mismo de cualquier alusión a la primera edición de su libro.

No cabe duda de que entre los «primeros alienistas» Daquin es posiblemente el más olvidado, menos influyente que Crichton7, como ya he indicado, y menos conocido que el florentino Vincenzo Chiarugi8. Sin embargo, merece la pena revisitar su obra en un intento no tanto de reivindicar su importancia en la historia de la psiquiatría, y mucho menos para oponer su figura a la del gran Pinel, sino para valorar algunos aspectos de su obra que pueden ofrecer elementos interesantes en la reflexión sobre el nacimiento del alienismo.

Un hijo de la Ilustración

Tras estudiar medicina en Turín, Daquin frecuentó las facultades de Montpellier y París, desde donde regresó a Chambéry, su ciudad natal, a ejercer primero en l’Hôtel-Dieu y, más tarde, a partir de 1788, en l’Hospice des Incurables, donde tuvo a su cargo a unos veinte enfermos mentales. Daquin se sitúa con claridad en las corrientes filantrópicas del fin de las luces, defendiendo el trato humanitario a los orates, revisando los tratamientos tradicionales e introduciendo propuestas terapéuticas sin duda novedosas.

El primer párrafo de La Philosophie de la folie contiene, en sí mismo, la voluntad programática de aunar medicina y filantropía:

Bajar a las celdas para observar y describir la economía animal desorganizada es una empresa desoladora. ¡Cuán triste es la ciencia que aborda la locura! Quien la ejerce se ve obligado a examinar a individuos de su misma naturaleza que —no siendo sin embargo como él— parecen situarse en un estado intermedio entre el hombre y el bruto. La medicina es, precisamente, la ciencia que, por desgracia, nunca colma su deseo de aliviar los males que sin cesar nos acechan. Y siendo la profesión de médico muy penosa, mucho más lo será si debe visitar a personas cuyas funciones intelectuales están alteradas, si tiene que perder la razón, por así decirlo, con ellas y escuchar lo más extraordinario que el espíritu humano pueda engendrar y, sobre todo, si trata de cuidarlos, de encontrar remedios, quizá no para sanarlos por completo, pero al menos para aliviarlos y dulcificar una suerte acaso mucho menos compasible de lo que podríamos creer. Porque no poseyendo el verdadero, el justo sentimiento de lo que son, los locos se muestran incapaces de reflexionar sobre su estado y de apreciar el alcance del infortunio en el que están sumidos9.

Se lamenta de la ausencia de tradición en la observación, estudio y tratamiento de los locos, lo que achaca al prejuicio de muchos médicos que, al concebir la enfermedad mental como incurable, pensaban que «cuando un hombre da signos de demencia hay que encerrarlo enseguida porque puede perjudicar a sus semejantes o porque ya no puede servir para nada»10.

Daquin entiende la locura como «lo contrario de la razón»11 —lo que para un ilustrado no deja de tener un significado muy especial— y amplía su definición, explicando que «La locura en general es ese estado en el que el ejercicio de las operaciones del alma o del espíritu no se realiza completamente ni sigue siempre las leyes del orden natural»12. Se trata, como puede apreciarse, de una definición filosófica que está próxima a la idea cartesiana del dominio de la razón sobre la materia, siendo la razón aquella «facultad que la naturaleza ha provisto a cada hombre para conocer la verdad»13. Junto a la razón, admite la existencia de otras dos operaciones o facultades del alma: la memoria y la imaginación, pero estas se ordenan para que la primera —la razón— pueda reconocer la verdad14.

Las causas de esta «falta de razón» pueden, según nuestro médico, ser físicas y morales. Entre las primeras destacan las «alteraciones orgánicas del cerebro», aunque reconoce que

como las funciones de esta víscera están todavía poco definidas y como faltan conocimientos sobre este tema en medicina, todavía no se han podido descubrir la influencia que las distintas partes de este órgano ejerce sobre cada una de sus operaciones15.

Pero, junto a las inflamaciones, compresiones, rigidez o laxitud del cerebro y sus envolturas, hay que tener en cuenta la fuerza que adquiere el temperamento con el paso de los años, las pasiones de las que el ser humano es prisionero; pasiones que, al «estrechar los nudos que unen las ideas, al aflojarlos o interrumpirlos del todo, nos hacen caer en la locura»16. Digno alumno de Montpellier, la pasión es para Daquin, como lo era para el primer Esquirol17, la causa de la enfermedad mental18. Habrá que curar el alma como filósofo, y tender un puente entre las ciencias médicas y las ciencias morales.

Se trata, claro está, de una percepción de las pasiones agitadas o desordenadas en tiempos de desorden. La religión o la codicia, el orgullo o la ambición pueden perturbar la razón. Las violentas luchas de la burguesía por sustituir a la nobleza, consiguiendo dinero, poder y honor, se unen a las viejas angustias místicas. Sin embargo, como nos advierte José Luis Peset, «la ciencia ha sustituido las creencias heredadas, colocando a la diosa razón en un nuevo altar. Siguiendo a Tissot y este a Rousseau, el saber también ha subvertido el orden natural y con el las mentes»19.

Las pasiones pasan así a ser entendidas como fenómenos de la economía animal, susceptibles de ser observadas y estudiadas de forma científica y al margen de cualquier especulación:

Cualquier tipo de pasión que afecta a los hombres puede considerarse la causa de su locura […] el amor, los celos inseparables de este, la ira, la ambición, la venganza —que son pasiones ardientes— producen locos furiosos; mientras que la ternura paternal o filial, la de los esposos, la amistad (ese sentimiento dulce y apacible), los antojos, la religión, el estudio, la contemplación y las demás inclinaciones dulces, provocan por el contrario locos tranquilos, imbéciles, o causan locuras en las que el enfermo experimenta intervalos de tranquilidad, de buen sentido y razón20.

Al hilo de estas afirmaciones, cabe indicar que Daquin propone una clasificación clínica de la locura un tanto rudimentaria en la que admite diferentes grados entre las clases de alienación; así, describe locos furiosos y tranquilos, extravagantes e imbéciles, insensatos y dementes. No se interesa demasiado por diferenciar manía y melancolía y se puede decir que tiene, al igual que sus contemporáneos Pinel o Chiarugi, una concepción «unitaria» de la alienación mental21.

Sin embargo, en este proceso de medicalización de las pasiones no todos los comportamientos alejados de la razón fueron considerados patológicos. Daquin dedica algunas páginas a la «delicada cuestión» del suicidio que contrastan fuertemente con lo que serán las tendencias conceptuales sobre el suicidio en el alienismo más inmediato. Para el saboyano el suicida no es un loco. Es más, según su experiencia clínica, «los locos raramente atentan contra su vida»22. Además, en la mayoría de las ocasiones, el acto suicida tiene unos ritos de preparación y ejecución que demuestran, en el sentir de Daquin, «ideas meditadas, estudiadas y tan bien unidas que anuncian un juicio muy sano y un razonamiento tan ajustado que en raras ocasiones, por no decir nunca, se encuentra en los locos»23. El argumento es insistente y categórico: «el suicida no es un loco; es un cobarde y un vicioso, si consideramos la cobardía como un vicio del alma»24. Cobardía, degradación, indigna debilidad… del que no es capaz de soportar las dificultades y sucumbe ante ellas.

De forma paulatina, para el pensamiento ilustrado el suicidio deja de ser un delito contra Dios y contra el ser humano para ser considerado como un «asunto de libertad individual». Es sabido que autores como Voltaire, Rousseau o Hume defendieron la libertad individual de las personas para disponer de su vida pero, a pesar de esta racionalización del acto suicida, resulta muy evidente su desasosiego hacia el mismo, entre otras cosas porque el suicidio supone una afrenta a las ideas ilustradas y al tono —quizás falso o al menos matizado— optimista y progresista que se adscribe a la Ilustración. Dicho de otro modo, el suicida viene a representar el fracaso del proyecto ilustrado, siendo el espíritu romántico el que, con posterioridad, entenderá el suicidio como un escape del dolor, la amargura y la desesperación25.

El alienismo francés sí establecerá una relación directa entre suicidio y enfermedad mental. Pinel describió una variedad de melancolía con una «inclinación irresistible al suicidio»26 y, aunque no faltaron los autores que postularon que el suicidio debía ser considerado «en todos los casos» como resultado de la alienación mental27, fue finalmente Esquirol quien, según la expresión de Berrios y Mohanna28, estableció la «visión estándar» sobre la definición y clasificación del suicidio, admitiéndose, a partir de entonces, la existencia de unos actos suicidas propiciados por la patología mental y de otros sin relación alguna con la locura. En todo caso, llama la atención la forma en que Daquin intuye y deja apuntado lo que muy pocos años más tarde constituiría un importante debate, mantenido durante todo el siglo XIX, entre los que consideraban, y los que no, que el suicido era «siempre» el acto de un alienado29.

Eran tiempos de fuertes conmociones sociales, de crisis políticas y de cambios culturales que pronto se relacionaron no solo con el aumento de los suicidios30, sino con una nueva conceptuación de la locura en la que los viejos paradigmas se resistían a desaparecer y terminaron conviviendo con nuevos conocimientos que pugnaban por afianzarse. En la obra de Daquin encontramos, en este sentido, desde reminiscencias de ancestrales interpretaciones astrológicas de la locura —eso sí, suficientemente racionalizadas y naturalizadas—, hasta el esbozo de un claro pensamiento anatomo-clínico.

En torno a la causalidad: del influjo de la Luna a la lesión anatómica

El interés de Daquin por la influencia de los ciclos lunares sobre la locura, proviene de la obra del abate Giuseppe Toaldo31, matemático, meteorólogo y astrónomo de Padua. Nuestro médico había traducido al francés el Ensayo meteorológico del científico italiano32, en el que se apuntaba la relación entre las fases de la luna y «un gran número de enfermedades corporales»33. Una correspondencia que Daquin pretende establecer también con las enfermedades mentales, recurriendo al seguimiento detallado de diez pacientes a los que «visitaba asiduamente con cada luna nueva, en cada primer cuarto, en cada plenilunio y en cada último cuarto»34. Una minuciosa observación empírica mediante la cual Daquin considera probado que la Luna ejerce una influencia real sobre la locura.

Siguiendo a Toaldo, define puntos «afirmativos» (luna nueva y cuarto creciente), de mayor influencia sobre la locura, y puntos «negativos» (luna llena y cuarto menguante), en los que dicha influencia es menor. Al contrario de las creencias populares en torno al poderoso influjo de la luna llena, Daquin asegura que «los primeros cuartos y los plenilunios son los puntos que ejercen menos influencia en la reiteración de los arrebatos de locura», ya que sus pacientes, «en esas etapas, estaban menos locos, más tranquilos y razonaban como si no hubieran tenido la mente alienada»35. Excepción importante a esta regla general es la que representa la epilepsia, que sí recibía el influjo más directo de la luna llena. Merece la pena señalar la observación descrita por Daquin de un paciente melancólico y epiléptico:

En el hospital de locos a mi cargo pude observar a un loco que también era epiléptico y sobre quien el influjo de la Luna afectaba a sus ataques epilépticos. Su locura triste, sombría y melancólica, era una simple alienación mental; pero la mayor desgracia de este individuo, digno de la mayor compasión; era que padecía todo a la vez, influyendo los puntos lunares afirmativos en la locura y los puntos lunares negativos en sus ataques epilépticos; quiero decir que, evidentemente, sufría también la influencia de las fases lunares más neutras36.

Por lo tanto, no todos los tipos de locura estarían sujetos al dominio lunar de la misma manera. Las locuras curables o susceptibles de curación dependerían de la Luna mucho más que las incurables.

Estas ideas recuerdan, en cierto modo, la teoría hipocrática —retomada por Galeno y el galenismo medieval37— de los días críticos, según la cual las crisis y las recaídas de determinadas enfermedades tenían lugar transcurridos períodos temporales fijos. Asimismo, esta concepción «meteorológica» y, por extensión, «ambientalista» de la salud y de la enfermedad se relaciona directamente con la larga tradición hipocrática inaugurada por Sobre Aires, Aguas y Lugares y que explica el marco doctrinal de otras obras de Daquin, como su importante topografía médica de la región de Chambéry38 y otras obras sobre los efectos beneficiosos de las aguas termales39, objeto de reciente interés historiográfico40.

En todo caso, lo que más interesa señalar aquí es que, más allá de la exactitud o validez de tales observaciones empíricas, no cabe duda que los argumentos de Daquin están muy lejos de lecturas mágicas o esotéricas y mucho más cerca del talante científico de Newton —y sus estudios sobre la influencia de la Luna en la amplitud y regularidad de las mareas—, de Descartes —y su calendario solar y lunar— y, naturalmente, del ya mencionado Toaldo, cuya influencia intelectual y científica es, como ya hemos visto, expresamente reconocida. Dicho de otro modo, Daquin no se refiere a la causa última de la locura, sino a su periodicidad, e insiste en que esta se produciría por un efecto puramente físico, de atracción o presión sobre la «sustancia medular» del cerebro y no por una «fuerza oculta». En definitiva, no era el supuesto poder cósmico de la Luna la que influía en la locura, sino el efecto del ambiente, de la naturaleza, sobre la sensibilidad del cerebro41.

El cerebro aparece como el órgano de asiento de la locura. Así lo expresa Daquin cuando asegura que «el cerebro y el origen de los nervios son los más comúnmente afectados en la locura»42. Por eso insiste, cambiando de registro, en la utilidad de las autopsias y los estudios post mortem, pues, si bien entiende que la disección de cadáveres aun no había proporcionado información suficiente sobre las causas de la locura, considera que la búsqueda de la lesión debe formar parte de las prioridades de los médicos interesados por la locura. Entre las causas físicas de la misma, le parece importante localizar e identificar las alteraciones orgánicas del cerebro, «bien por inflamación de las fibras medulares o por cualquier tipo de compresión, bien porque son atacadas por la sequedad y la rigidez, bien por una excesiva debilidad y flaccidez […], o incluso por la aparición de durezas en las membranas del cerebro»43.

Llama la atención la importancia que Daquin otorga a las alteraciones vasculares del cerebro (con vasos sanguíneos unas veces endurecidos y estenosados; otras dilatados y varicosos), pero sobre todo a las alteraciones de los senos y los ventrículos —que pueden estar «llenos de sangre negruzca» u ocupados por hidátides— y de las membranas encefálicas: «la duramadre está tuberosa y putrefacta; la piamadre, callosa, con doble espesor o triple de lo que debe ser»44. Esta alusión tan directa a las meninges parece preparar el terreno de lo que, pocas décadas después y de la mano de Antoine-Laurent-Jessé Bayle y sus estudios sobre la aracnoiditis crónica en pacientes con Parálisis General Progesiva45, supondría la irrupción definitiva de la lesión anatómica en la comprensión de la enfermedad mental46. De igual modo, Daquin advierte de la relación entre la locura y determinadas anomalías del cráneo, como el excesivo grosor de los huesos, el grado de osificación, la conformación de las suturas o la mayor o menor curvatura de la calota47. No cabe duda que, a este respecto, se sitúa en la misma línea de pensamiento que asumirá Pinel en la Sección III de su Traité, dedicado a «Recherches anatomiques sur les vices de conformation du crâne des Aliénés»48.