Piel blanca, combustible negro - Andreas Malm - E-Book

Piel blanca, combustible negro E-Book

Andreas Malm

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Beschreibung

En los últimos años la extrema derecha ha hecho todo lo posible por acelerar el calentamiento global, incluso un presidente estadounidense que lo considera un engaño ha eliminado los límites a la producción de combustibles fósiles. El presidente brasileño ha abierto el Amazonas y lo ha visto arder. En Europa, los partidos que niegan la crisis medioambiental e insisten en la máxima combustión han irrumpido en varios Gobiernos, de Suecia a España. Al borde del colapso, han surgido las fuerzas que más agresivamente promueven el business as usual, siempre en defensa del privilegio blanco, contra supuestas amenazas de otros no blancos. Pero ¿de dónde vienen estas fuerzas? El primer estudio sobre la extrema derecha ante la crisis climática, Piel blanca, combustible negro, presenta un elocuente rastreo de una nueva constelación política, y revela sus profundas raíces históricas. Las tecnologías que utilizan combustibles fósiles nacieron impregnadas de racismo. Nadie las amó con más pasión que los fascistas clásicos. Ahora han surgido fuerzas de derechas, algunas de las cuales afirman tener la solución: cerrar las fronteras para salvar a la nación mientras el clima se desmorona. Épico y fascinante, Piel blanca, combustible negro traza un futuro de frentes políticos que no podrá dejar de caldearse.

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«Y han llevado a la humanidad

al borde del olvido: porque se creen blancos».

James Baldwin,

«On Being White… and Other Lies», 1984

«Klimaschutz und Antifa geht

Hand in Hand, das ist doch klar».

Consigna en la marcha de Ende Gelände para bloquear la infraestructura de la mina de carbón de Hambach, octubre de 2018

En 2014, el partido por entonces conocido como los Verdaderos Finlandeses publicó una viñeta protagonizada por un hombre de raza negra. Va vestido únicamente con una falda de hierba y la barriga le cuelga por encima del cinturón. Un hueso de animal le atraviesa la nariz. Tiene los ojos dilatados; la boca, completamente abierta, muestra una dentadura absurdamente grande; agita la mano izquierda de forma histérica y en la derecha sostiene un cuenco de madera en el que rebotan arriba y abajo cuatro huesos más. Con todas sus fuerzas, grita: «Aunque las temperaturas llevan desde 1997 sin subir, ¡¡con este ordenador vaticino que el planeta se calentará cien grados, la luna se derretirá y la superficie del océano se elevará seiscientos kilómetros al menos!! ¡¡La semana que viene!!». A su derecha aparecen dos personajes de menor tamaño, un hombre y una mujer, ambos de piel blanca. Se los ve asustados, paralizados, acobardados, mirando fijamente el cuenco del hombre negro. Estas personas de vestimenta profesional son los responsables del instituto del clima de Finlandia. La mujer exclama: «¡¡Oooh!! ¡¡Tenemos que gastar más en turbinas eólicas que solo funcionen tres días al año!!». Satisfecho, el brujo de la climatología responde con una oferta sin valor: «¡Qué buena idea! Los asesoraré». Por supuesto, los «Verdaderos» Finlandeses jamás sucumbirían de una forma tan ridícula y despreciable. En el pie de imagen, el partido aclara: «La supuesta “ciencia de la climatología” no ha sido capaz de demostrar que la actividad humana sea la causa de la subida de un grado de las temperaturas. Sin embargo, los directivos del clima te obligan a pagar más impuestos».[1] Los Verdaderos Finlandeses se opondrían a esta extorsión. Se negarían en redondo a creerse el cuento, detendrían la fuga de recursos sin sentido y defenderían su forma de energía predilecta.

Desde que el cambio climático empezara a ser motivo de preocupación, la presunción general siempre ha sido que tanto las personas de a pie como los legisladores lidiarían con el problema de forma lógica. Una vez informados del peligro, corregirían el rumbo. Si se percatan de lo dura que será la vida en un planeta con seis, dos o incluso un grado y medio más de temperatura, harán un esfuerzo por emitir menos gases dañinos y trazarán un plan para abandonarlos por completo. Si, tras pasar por alto las anteriores advertencias, ven que el mundo comienza a arder a su alrededor, con toda certeza despertarán entonces y pasarán a la acción: en esta idea se ha basado hasta ahora la comunicación entre la comunidad de investigadores climáticos y el resto de la sociedad. La primera transmite la información de lo que está ocurriendo en la Tierra y espera que la segunda actúe en consecuencia, igual que hace una doctora cuando diagnostica a un paciente adulto y lo manda a la farmacia a por el medicamento. La enfermedad es grave, pero el efecto del tratamiento está garantizado. Cual fiel equipo médico, los climatólogos han estado llamando a la puerta de los Gobiernos, entregando sus mensajes (por ejemplo, las graves consecuencias que tendría que la temperatura media subiese más de 1,5 °C, como se indica en un informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, o IPCC por sus siglas en inglés, en octubre de 2018) y esperando una reacción cuanto menos mínimamente apropiada. Esta misma presunción de lógica ha formado la base de las expectativas que confían en que la transición de las energías fósiles a las renovables se producirá cuando baje el precio de estas últimas, o que los consumidores bien informados escogerán los productos menos dañinos, o que la comunidad internacional llegará a un acuerdo, o que la civilización moderna y la iniciativa humana harán gala una vez más de su ingenio y su capacidad para resolver problemas y perseverarán en su empeño por mejorar la vida en la tierra.

Esta presunción lleva bastante tiempo recibiendo un golpe tras otro. No obstante, pocas personas habrían visto venir que el incremento de 1 °C en la temperatura media, la creciente oleada de fenómenos meteorológicos extremos y el trastorno del sistema climático observable a simple vista en cualquier parte del mundo coincidirían con el auge de una fuerza política que simplemente niega todo lo anterior. La extrema derecha no figuraba en los modelos climáticos. Ninguno incluía variables de blanquitud, raza o nacionalismo. Ningún supuesto del IPCC consideró la posibilidad de que, en plena fase inicial del calentamiento global, cuando reducir las emisiones debería ser una cuestión de una emergencia acuciante, los sistemas estatales de Europa y las Américas se verían cada vez más colmados de partidos y presidentes de vestimenta profesional y piel blanca ansiosos por dar carpetazo al asunto. En otras circunstancias, habría sido posible tratar la viñeta de Verdaderos Finlandeses como un chiste malo creado por un partido sin importancia en los márgenes de Europa; sin embargo, a finales de la década de 2010, marcaba las intenciones de una extrema derecha que irrumpía en los despachos y las cámaras desde Berlín hasta Brasilia. Parecían cruzarse dos tendencias: la rápida subida de las temperaturas y el veloz avance de la extrema derecha. No se apreciaba fácilmente el fin de ninguna de las dos. Poco o nada sugería que fuesen a estabilizarse o revertirse por voluntad propia. ¿Qué ocurre cuando confluyen estas dos tendencias, pues?

El auge de la extrema derecha se ha comentado amplia y ansiosamente, desde luego, pero en pocas ocasiones se ha estudiado como una tendencia con raíces en una base material y que está abriéndose paso en la atmósfera. En el acreditado manual Oxford Handbook of the Radical Right, publicado en 2018, encontramos «capítulos dedicados a todas las principales ramas teóricas y metodológicas de esta literatura»: se trata la religión, los medios de comunicación, el género, la violencia, la juventud, el carisma, el euroescepticismo, la globalización y multitud de factores más, pero la ecología no es uno de ellos.[2] Un reconocido experto, Cas Mudde, publicó un estudio global en 2019, La ultraderecha hoy, y pasó completamente por alto la cuestión.[3] La «sorprendente escasez» de investigación de la faceta climática ha sido señalada.[4] Hace que imaginemos una extrema derecha en auge situada en otra parte, no en un mundo hostigado por la rápida subida de las temperaturas. No obstante, «a partir de ahora, toda cuestión es una cuestión climática», escribe Alyssa Battistoni, formulando un teorema que sin duda cobrará más certidumbre con el paso del tiempo.[5] Las políticas de extrema derecha de las décadas de 1930 o de 1980 tal vez pudieran estudiarse al margen del medio natural. En la década de 2010 o 2040, sin embargo, no es posible entender el efecto que causan en el mundo si se las separa de este contexto: nuestra propuesta consiste en colocarlas en pleno centro.

A continuación, presentamos la primera investigación sistemática de la ecología política de la extrema derecha en el contexto de la crisis climática.[6] Hemos investigado lo que han hecho, dicho y escrito los principales partidos de extrema derecha en relación con el clima y la energía en trece países europeos: Austria, Dinamarca, Finlandia, Francia, Alemania, Hungría, Italia, Países Bajos, Noruega, Polonia, España, Suecia y el Reino Unido. Europa es el continente que trajo al mundo la economía fósil y el fascismo. Por otra parte, algunas zonas (situadas en el norte, en particular) han disfrutado hasta hace poco de su reputación como las más juiciosas precursoras en política climática, además de demostrar el mayor nivel de compasión en la acogida de refugiados. Nos centramos en Europa, pero también estudiamos dos países del continente americano: Estados Unidos y Brasil. Hace tiempo que se los reconoce por el impacto desproporcionado que tienen en el sistema climático; además, en ambos países llegaron al poder, con solo dos años de diferencia, sendos presidentes situados a la extrema derecha del espectro y que se lanzaron en una cruzada contra la naturaleza.

Uno de ellos, Donald Trump, fue sin duda el rostro omnipresente de las políticas anticlima de la segunda mitad de la década de 2010. Ya perdió la Casa Blanca; ha llegado el momento de evaluar el fenómeno que representó y reflexionar sobre las formas en las que podría reaparecer. ¿Se trataba de una pesadilla estadounidense de cuatro años de duración que por fin ha acabado, una anomalía de la cultura local, con pocas probabilidades de volver a atormentar un mundo aún más cálido? ¿Podemos respirar con alivio, ya que al menos no tendremos que seguir viviendo esta locura? Nuestro pronóstico no es tan alentador. De hecho, como demostraremos, lo que representó el fenómeno Trump —en cuanto que su carácter aunaba precisamente los combustibles fósiles y la blanquitud— va más allá de las fronteras estadounidenses. Someterlo a un estudio comparativo, contrastándolo con países que no son conocidos por mandar el clima a freír espárragos, es la única forma de verlo como algo más que una excentricidad del partido republicano o incluso una idiosincrasia personal de Trump, sino como una tendencia sistémica que emerge en un punto concreto de la historia del modo de producción capitalista. Si efectivamente posee ese estatus, es necesario que se conozca y se luche contra ella como tal.

La primera parte expone las conclusiones principales y ofrece una historia de la coyuntura del cambio climático y las políticas nacionalistas. ¿Cómo ha lidiado hasta ahora la extrema derecha con el calentamiento global y sus impulsores? Examinamos las novedades de las últimas décadas, centrándonos sobre todo en la segunda década del siglo XXI. Le seguimos la pista a la evolución de un conjunto de ideas sobre clima y nación, energía y raza, desde el primer negacionismo organizado a las posturas de una familia de partidos que ha sacudido la política europea. Estas ideas no son ni inmutables ni consistentes entre los partidos. Al contrario: la extrema derecha se encuentra en un estado de cambio constante; va adoptando diferentes posturas en cada país y seguirá adaptándose a los cambios en las circunstancias, aunque el repertorio de la política climática de la extrema derecha tampoco es infinitamente flexible. No va mucho más allá de ciertos puntos básicos desarrollados por pura devoción al adorado concepto universal de la extrema derecha: su propia nación, étnicamente pura. Dentro de los marcos que examinamos, esto se traduce, a todos los efectos, en la nación blanca. ¿Cómo se defiende a la nación blanca durante una emergencia climática? Ciertos sectores de la extrema derecha le han dado la vuelta a la lógica de la viñeta finlandesa y han decidido que la emergencia existe y que la nación blanca es el mejor escudo para defenderse de ella. A pesar de que pueda parecer que esta postura va en contra de la ética del negacionismo climático, argumentaremos que las separan menos cuestiones de las que pueda parecer a primera vista.

La segunda parte trata de darle algo de sentido a todo esto. ¿Cómo es posible que las políticas anticlima de la extrema derecha cobren importancia a estas alturas? ¿Qué supondría vivir en un mundo más cálido y con una mayor tendencia a la derecha que el actual? Aquí trazamos lo que podría definirse como un modelo climático político: tomamos las tendencias del pasado reciente y seguimos su trayectoria hacia el futuro, extrapolando y especulando sobre los posibles escenarios que surgen.[7] ¿Cómo debe designarse y definirse este fenómeno? En su innovador ensayo, Cara Daggett propone el término «fascismo fósil»; nosotros reflexionamos sobre su significado y lo contrastamos con el fascismo clásico, además de comparar la extrema derecha contemporánea con la de la Europa de entreguerras.[8] Así, la segunda parte profundiza en la historia de esa conexión. En ella, rastreamos la trayectoria de ciertas ideas que vuelven a resurgir y sostenemos que la piel blanca y el combustible negro llevan mucho tiempo unidos. De hecho, las máquinas propulsadas por combustibles fósiles llevaban el racismo integrado desde los inicios de su despliegue mundial. La incubadora europea de combustible y piel fue un imperio. Cualquier exploración del tema ha de comenzar con Frantz Fanon y continuar con otras personas que presenciaron la marcha hacia delante de la tecnología metropolitana mientras padecían sus efectos. Nuestro argumento es que no se pueden entender los acontecimientos recientes, ni su posible prolongación o empeoramiento, sin este enfoque más amplio.

No obstante, la historia colonial es solo una de las fuentes del problema que nos ocupa. Tendremos que atacarlo desde varios ángulos. ¿De qué fuentes extrae la extrema derecha sus fantasías basadas en defender la nación, luchar contra las conspiraciones y armarse con energías superiores para estos cometidos? ¿Cuáles son las implicaciones más profundas de este fenómeno —culturales, psicológicas— en este capitalismo tan tardío? Y, no menos importante, ¿cuál es su relación con los sectores burgueses de la civilización que renegarían de cualquier asociación con la extrema derecha? Quien piense que la forma convencional de lidiar con el clima es completa e irreconciliablemente opuesta a la estrategia de la extrema derecha haría bien en replanteárselo. Esta estrategia no fue un deus ex machina que descendiera de los cielos justo cuando el problema estaba a punto de solucionarse. Estudiaremos cómo influye uno de estos enfoques en el otro. O, parafraseando a Max Horkheimer: quien no desee hablar del capital fósil y de la ideología liberal que lo ha sustentado tampoco debería hablar sobre el fascismo fósil y sus prefiguraciones. Uno de nuestros principales argumentos es que las políticas anticlima de la ultraderecha han surgido de la mano de ciertos acuciantes intereses materiales de las clases dominantes. Las tácticas para proteger esos intereses han ido variando: existen en un continuo donde el motor principal se desliza con facilidad hacia los extremos.

Aun así, nuestra intención no es acumular montones de notas al pie para corroborar la realidad del colapso climático. Presupondremos unos conocimientos básicos sobre el tema. Existe una plétora de evidencia científica a un simple clic de distancia; a menudo, incluso basta con abrir la ventana. Ya se trate de una tormenta ígnea que tiñe el cielo de un amarillo sucio o de la nieve que jamás cayó el pasado invierno, las huellas de esta crisis son cada vez más visibles en el día a día (lo cual, como es evidente, no significa que no haya quien lo niegue: una paradoja que debemos explorar). En ocasiones, al observar estos indicios, la gente exclama, sorprendida: «¡Ah, conque esto es el cambio climático!», pero tienden a olvidar que se trata de un proceso acumulativo, con efectos que aumentan progresivamente en base a la cantidad total emitida de gases de efecto invernadero, y estas emisiones aumentan cada año, cada semana, cada minuto. Estos ejemplos de calentamiento global no son más que anticipos. Si continuamos por la vía habitual, en diez años tal vez recordemos los incendios forestales o los inviernos cálidos de este año como algo agradable en comparación. Es como si estuviésemos atrapados en unas escaleras mecánicas que van subiendo en dirección a unas temperaturas de una «gravedad que hace imposible la existencia de la sociedad humana convencional».[9]

Pero la metáfora de las escaleras mecánicas es demasiado determinista. Cuando los humanos entramos en este proceso, el destino y la velocidad no eran fijos. En su lugar, imaginemos un ascensor un tanto curioso: una camarilla de hombres invita a un gran grupo de personas a subirse, con la promesa de unas vistas espectaculares desde arriba. El ascensor solo puede ir ascendiendo de piso en piso. En cada planta, antes de avanzar a la siguiente, los pasajeros deben decidir si pulsar el botón para seguir subiendo. También pueden optar por parar, iniciar el descenso y salir del ascensor. Ahora imaginemos que, tras un tiempo, empieza a sonar una alarma de incendios. En cada piso se oye más alto y centellean más las luces; pronto empieza a colarse el humo por las ranuras. Los pasajeros empiezan a discutir si seguir subiendo o no. Esta metáfora, aunque resulte un tanto forzada y parcial (ninguna metáfora sobre la crisis climática es capaz de hacerle justicia), captura un aspecto que se pierde en la de las escaleras mecánicas: cada momento en que continuamos por la vía habitual es producto del conflicto.[10]

Esta obra estudia el comportamiento de algunas de las personas que se encuentran en el ascensor; en la primera parte, después de sonar la alarma; en la segunda, en su mayor parte, antes de ese momento. En la primera, presentamos una historia contemporánea, pero que seguirá resonando durante mucho tiempo. Por todo el mundo se están sufriendo ya las consecuencias de decisiones tomadas en la década de 1990 y principios de la de 2000; en los próximos años se empezarán a notar los efectos de las tomadas en la década de 2010. El calentamiento provocado por un salto en los niveles de CO2 tarda alrededor de diez años en materializarse y dura prácticamente para siempre; por ejemplo, en el año 2030 viviremos con el calor provocado por el CO2 emitido hasta 2020.[11] Será entonces cuando los registros documentales de la década anterior puedan resultar informativos. Debemos señalar a las personas responsables.

Por supuesto, antes de que sonara la alarma no existía una inocente armonía entre los pasajeros ni se compartían de forma equitativa los beneficios de las vistas; al contrario: quienes más insistían en seguir pulsando el botón de subida mostraban una actitud bastante violenta.[12] Las sirenas son lo único que pone de manifiesto la verdadera importancia de sus actos. Lo mismo se puede decir de los predecesores de la extrema derecha moderna, es decir, los fascistas clásicos; ambas corrientes se definen por su pugna por la nación blanca pura.[13] ¿Cómo trataron estos los combustibles fósiles y las tecnologías relacionadas? A pesar de que el fascismo se ha estudiado desde multitud de enfoques, su idilio con esas fuerzas productivo-destructivas en particular ha pasado desapercibido en su mayor parte; es hora de reexaminarlo. La prehistoria del fascismo fósil contiene la clave de las posturas de la extrema derecha actual y forma parte de lo que nos metió en este aprieto. Con todo, históricamente, el fascismo también ha exhibido amor por la naturaleza, un rasgo que está remontando actualmente. ¿Adónde podría conducirnos?

A pesar de que esta es una obra extensa que intenta ponerse al día con una cuestión sobre la que existen poquísimos estudios, no pretendemos que se tome por una investigación exhaustiva ni concluyente: se trata de un ensayo inicial. Muchas de nuestras interpretaciones son tentativas, semejantes a hipótesis. Examinamos el Viejo Mundo y dos de sus ramificaciones en el Nuevo, sin tocar algunas regiones, como Canadá y Australia, donde la relación entre energía y raza se manifiesta de la forma propia de cada zona. Tampoco abordamos la extrema derecha de ningún país del sur global, excepto Brasil. Una de las grandes omisiones del libro es la India. Tampoco ofrecemos una rica etnografía del mundo de la vida de las personas que pudieran simpatizar con los partidos y sus políticas climáticas y energéticas. Una de las integrantes del Colectivo Zetkin, Irma Allen, está trabajando en un proyecto de esta índole con trabajadores de la minería del carbón en Polonia; otro, Ståle Holgersen, tiene proyectado hacer lo mismo con trabajadores del petróleo en Noruega. Nos centramos en el clima, sin prestar mucha atención a otros aspectos de la crisis ecológica: la sexta extinción masiva, las poblaciones de insectos en declive, la contaminación del aire y la causada por los plásticos, la degradación de los suelos... Determinados factores relacionados con la clase y el género merecen un tratamiento más exhaustivo que el que les damos en esta obra. Nos concentramos en la raza y el racismo, la extrema derecha y el fascismo en el pasado y el presente, sin capturar más que una fracción de sus determinantes; no nos es posible presentar una síntesis completa de las variables que se han confabulado para infundirles nueva vida ni del contenido político de los partidos que estudiamos.[14] Nuestro objeto de estudio muestra rasgos de sobredeterminación y de contradicción; reflexionamos sobre algunos de sus muchos matices.

Por otra parte, estamos apuntando a un blanco en movimiento. El sistema climático y los sistemas políticos del mundo tienden a ser cada vez más volátiles —en el caso de estos últimos, algo sin precedente en los anales de la historia de la humanidad— y muchos de los rostros y nombres de nuestra historia podrían hundirse en el olvido en poco tiempo. Trump pertenece al pasado. Durante 2019, cuando se escribió la mayor parte de este libro, tres partidos de extrema derecha fueron expulsados de sendos Gobiernos: el austriaco FPÖ, la Liga Norte italiana y el Partido Popular Danés.[15] Mientras que el calentamiento global siempre avanza en la misma dirección, con la concentración de CO2 constantemente al alza (dos o tres partes más por millón al año), los avances de la extrema derecha muestran una trayectoria bastante menos lineal. Está demostrado que resulta más fácil hacerlas retroceder oponiendo resistencia. Hacia el final de la década de 2010, una formación de la extrema derecha europea que apenas unos años antes aparecía entre las más formidables y temibles tuvo un final deplorable: el Amanecer Dorado griego (otro de los casos que no tratamos en esta obra). No obstante, no hay indicios de que la extrema derecha vaya a desaparecer en un futuro cercano. Es posible que sus fuerzas tengan un aspecto diferente, pero lo más probable no es que desaparezcan de la noche a la mañana, sino que evolucionen, ganen potencia y dejen su huella en cualquier intento de abandono de los combustibles fósiles, si es que ocurre algo así algún día. Estamos atrapados en el ascensor con ellos y necesitamos saber de dónde vienen, qué hacen, cómo piensan, qué pasos podrían llegar a tomar.

Ya que quienes pretenden seguir subiendo y quemando más combustibles fósiles nunca han dejado de salir victoriosos, nos encontramos en una situación en la que el colapso total solo puede evitarse efectuando un esfuerzo hercúleo de reorientación y restructuración de la economía mundial. Con cada barril de petróleo que se extrae, cada contenedor de carbón, cada metro cúbico de gas, cada tonelada de carbono que se libera a la atmósfera, la urgencia aumenta. Pero, por el contrario, con cada gota de combustible fósil que dejamos intacta, el riesgo se reduce. Con cada emisión que evitamos, se mitiga el sufrimiento. Cada paso que damos hacia el objetivo de descarbonizar nuestras economías —liberarlas de inmediato y por completo de los combustibles fósiles y empezar a trabajar duro para revertir los daños— cuenta. Dentro de estos parámetros se puede marcar la diferencia, ahora y en el futuro cercano. La vía habitual, más que nunca, es producto del conflicto: a lo largo de 2019, presenciamos las movilizaciones populares relacionadas con el clima de mayor magnitud de la historia. Este libro aborda la facción opuesta, que ningún movimiento climático es capaz de hacer desaparecer así como así. El progreso tiende a provocar reacciones coléricas, y este movimiento no ha sido la excepción. Los grupos antifascistas y antirracistas no pueden ignorar este contexto; su vieja lucha contra la extrema derecha está adquiriendo una nueva faceta, más bien. Cada vez resulta más difícil diferenciarla de la lucha por conservar las condiciones en las que la vida humana y la no humana puedan prosperar en este planeta.

Tras escribir Clara Zetkin el primer ensayo que trataba en profundidad el fascismo desde dentro del movimiento de los trabajadores, meses después de la marcha sobre Roma de Mussolini, a principios de 1923, recibió el encargo de redactar una resolución sobre el tema para la Internacional Comunista, que aún no se encontraba bajo el control total de Stalin. En ella, Clara Zetkin instaba a «una estructura especial que lidere la lucha contra el fascismo, formada por partidos de trabajadores y organizaciones de todos los puntos de vista», y listaba seis tareas pendientes. La primera: «Recopilar datos sobre el movimiento fascista en todos los países». (La número cinco en una lista posterior: «Negarse a enviar carbón a Italia»).[16] Presentamos este estudio con el mismo espíritu: es nuestra contribución a la resistencia, producto de un proyecto colectivo que esperamos que resulte útil en otros proyectos colectivos.

Como mínimo, las políticas anticlima de la extrema derecha deberían hacer trizas el espejismo que sugiere que es posible abandonar los combustibles fósiles por medio de una transición apacible y razonada con todo el mundo de acuerdo. Se supone que el clima posee la capacidad de inspirar a la hermandad y al consenso «postpolítico»: al concernir a la humanidad en su totalidad, debería ser posible acordar un plan de seguridad, sin importar convicciones ni creencias.[17] No obstante, si llega, la transición estará envuelta en polarizaciones y confrontaciones. La cosa podría ponerse fea. Ya está ocurriendo, de hecho.

* * *

El manuscrito de este libro se completó originalmente a finales de enero de 2020. Unas semanas después, la política contemporánea sufrió la cesura conocida como covid-19. Como tantas otras cosas, la publicación quedó en pausa, si bien la escarpada curva ascendente de la extrema derecha (que no la del calentamiento global) experimentó un descenso en algunas zonas, cayendo en picado o recuperándose rápidamente, en un mundo sometido ahora a dos emergencias, si no más. Hemos dejado el manuscrito prácticamente intacto; lo que sí hemos hecho es añadir un epílogo que analiza la escena de 2020, el año en que un mundo sobrecalentado se puso oficialmente enfermo, un año más de mutaciones constantes en la extrema derecha.

El Colectivo Zetkin

Noviembre de 2020

[1]Para ver una reproducción de la viñeta, véase Johannes Kotkavirta, «Perussuomalaiset julkaisi erikoisen poppamies-pilukuvan – “Talla varmasti kalastellaan ääniä”», Ilta-Sanomat, 19 de mayo de 2014.

[2]Jens Rydgren, «The Radical Right: An Introduction», Jens Rydgren (ed.), The Oxford Handbook of the Radical Right, Oxford: Oxford University Press, 2018, p. 1.

[3]Cas Mudde, The Far Right Today, Medford; MA: Polity, 2019 [trad. cast.: La ultraderecha hoy, Barcelona: Paidós, 2021, trad. de Albino Mosquera] La alusión más cercana a la ecología por parte de Mudde es una referencia de pasada a «el llamado “ecoterrorismo”», p. 132.

[4]Matthew Lockwood, «Right-Wing Populism and the Climate Change Agenda: Exploring the Linkages», Environmental Politics 27, 2018, p. 713.

[5]Alyssa Battistoni, «Within and Against Capitalism», Jacobin, 15 de agosto de 2017.

[6]El único volumen publicado sobre el tema es The Far Right and the Environment: Politics, Discourse and Communication, Bernhard Forchtner (ed.), Abingdon: Routledge, 2020. Esta colección de casos prácticos, aunque empíricamente rica, tiene puntos débiles en cuanto a análisis (véase más abajo) y no hace suficiente hincapié en el clima.

[7]Un ejercicio realizado por primera vez por Joel Wainwright y Geoff Mann: Climate Leviathan: A Political Theory of Our Planetary Future, Londres: Verso, 2018.

[8]Cara Daggett, «Petro-masculinity: Fossil Fuels and Authoritarian Desire», Millennium: Journal of International Studies, 2018, primero online, p. 3.

[9]Henry Shue, «Mitigation Gambles: Uncertainty, Urgency and the Last Gamble Possible», Philosophical Transactions of the Royal Society A: Mathematical, Physical and Engineering Sciences 376, 2018, p. 4.

[10]Claro que, en algún momento, el ascensor corre el riesgo de parecerse cada vez más a las escaleras mecánicas, cuando el aumento de las temperaturas se vuelve inevitable y entran en acción mecanismos de retroalimentación positiva.

[11]Katherine L. Ricke y Ken Caldeira, «Maximum Warming Occurs about One Decade after a Carbon Dioxide Emission», Environmental Research Letters 9, núm. 12, 2014, pp. 1-8; Kirsten Zickfeld y Tyler Herrington, «The Time Lag between a Carbon Dioxide Emission and Maximum Warming Increases with the Size of the Emission», Environmental Research Letters 10, 2015, pp. 1-3.

[12]Y, para estirar aún más la metáfora, la mayoría entró en el ascensor por la fuerza, no por invitación, y se les denegó el uso de máscaras antigás y otros artículos protectores.

[13]Cf. Jens Rydgren, «The Sociology of the Radical Right», Annual Review of Sociology 33, 2007, p. 246; Richard Saull, Alexander Anievas, Neil Davidson y Adam Fabry, «The Longue Durée of the Far-Right: An Introduction», The Longue Durée of the Far-Right: An International Historical Sociology, Richard Saull, Alexander Anievas, Neil Davidson y Adam Fabry (ed.), Londres: Routledge, 2015, pp. 5-7.

[14]Por tanto, no tratamos, por ejemplo, las diferencias en las políticas económicas, sociales y familiares de los partidos de extrema derecha europeos.

[15]Este último perdió su posición como principal apoyo parlamentario del Gobierno, pero oficialmente no formaba parte de este.

[16]Clara Zetkin, Fighting Fascism: How to Struggle and How to Win, Chicago: Haymarket, 2017, pp. 72, 74.

[17]«Postpolitíco»: véase Erik Swyngedou, «Apocalypse Forever? Post-Political Populism and the Spectre of Climate Change», Theory, Culture and Society 27, 2010, pp. 213-232; el simposio sobre el argumento de Swyngedou, en Capitalism Nature Socialism 24, 2013, pp. 6-48; y la posdata, más abajo.

01

Las fortunas

del negacionismo

La climatología nos ha dado tres datos fundamentales respecto a la situación del planeta. Existe una tendencia secular de las temperaturas medias hacia el ascenso. Esta solo puede atribuirse a las emisiones humanas de gases de efecto invernadero, fundamentalmente dióxido de carbono procedente de la quema de combustibles fósiles. El impacto sobre los ecosistemas y las sociedades es negativo y, de hecho, potencialmente catastrófico si las emisiones no disminuyen. Juntas, estas tres observaciones definen la necesidad de mitigar o cerrar las fuentes de las que provienen estos gases. A su vez, esto implica que la economía capitalista mundial debe deshacerse de sus cimientos energéticos, los combustibles fósiles, para que los humanos y otras especies puedan vivir bien, pero es poco probable que esto ocurra de forma natural, como cuando una serpiente muda la piel porque la antigua ya cumplió su función. Por el contrario, probablemente sea necesario intervenir de forma disruptiva. Desde la consolidación de la climatología con una serie de hitos que casualmente coincidieron con la caída del socialismo realmente existente, hacia 1989 —el testimonio de James Hansen en el Senado estadounidense en 1988, la fundación del IPCC el mismo año, el primer informe de evaluación de esta organización en 1990, el segundo en 1995—, estas ideas básicas han sido puestas en duda. Si no existe una tendencia al calentamiento, o si no puede atribuirse a la actividad humana, o si las consecuencias son inofensivas o incluso favorables, no hay necesidad de actuar.[18]

Así reza el abecé a la inversa de lo que a menudo se denomina «escepticismo climático», aunque, como señalan quienes lo estudian, «escepticismo» es un término demasiado generoso. Sugiere que a sus partidarios los impulsa la virtud racional de mostrarse escépticos ante aseveraciones generales; que, comprometidos por la noble metodología científica, tienden a plantear preguntas cruciales y están dispuestos a recibir respuestas inesperadas. Pero así no es como actúan. Sin importar cuánta evidencia se les aporte, se mantienen firmes en sus creencias: la antítesis de una disposición racional y científica. Llamarlos escépticos del cambio climático es como llamar escéptico a un incorregible negacionista del Holocausto. Esto se debe a que, en lo más profundo de su corazón, los motiva «una pertinaz fe en la ciencia y la tecnología industriales, el libre mercado y esas grandes instituciones» del capitalismo moderno que se ven amenazadas por la acción climática. Por tanto, Peter J. Jacques defiende que «negacionismo» es un término más apropiado.[19] No obstante, en el caso de la extrema derecha, sobre estas instituciones se superpone otro elemento de fe: una nación racialmente definida abastecida por combustibles fósiles.

Todos los partidos de extrema derecha europeos de principios del siglo XXI con alguna importancia política han negado el cambio climático. Como veremos, algunos se alejaron de esta postura, pero siguió siendo lo estándar en estos círculos. Un caso característico fue el de Alternativa para Alemania, o Alternative für Deutschland (AfD), cuyo ingreso en el Parlamento federal en 2017 —la primera vez en medio siglo que un partido de extrema derecha lograba tal hazaña— fue recibido por los comentaristas como una gran sensación: se trataba de «un momento crucial», «un terremoto político», «una sacudida sísmica». Alternativa para Alemania se convirtió en la tercera fuerza política.[20] Cuando los conservadores (CDU) y los socialdemócratas (SPD) formaron un nuevo Gobierno de coalición, asumió el papel de líder de la oposición. El Grundsatzprogramm de AfD adoptó una postura inequívoca respecto al cambio climático: «Lleva ocurriendo desde que existe la tierra». Nuestro planeta siempre ha ido alternando entre temperaturas más frías y más cálidas, y el calentamiento actual es tan natural como el que tuvo lugar durante la Edad Media o el Imperio romano. «El IPCC trata de demostrar que las emisiones de CO2 generan un calentamiento global con graves consecuencias para la humanidad», pero estos intentos se basan en «modelos hipotéticos» y «no respaldados por datos cuantitativos ni observaciones calibradas». AfD podía demostrar que no había habido ningún aumento de las temperaturas desde finales de 1990, a pesar del incremento de las emisiones. El exceso de CO2 debería considerarse un regalo del cielo: «El dióxido de carbono no es un contaminante, sino un componente indispensable de todas las formas de vida», y una mayor concentración de este compuesto propicia mejores cosechas y una mayor abundancia de alimentos.[21] Desde este punto de vista, todo lo que considera cierto el consenso científico es falso. El primer partido de extrema derecha en tener éxito en Alemania desde el Tercer Reich niega en su documento fundacional la tendencia, la atribución y el impacto; en otras palabras, niega el cambio climático.[22]

Desde su fundación en 2013 por parte de un grupo de economistas críticos con la Unión Europea, la AfD se ha ido acercando más y más a la derecha, y el negacionismo se ha convertido en una de las posturas firmes del partido. Sus principales líderes lo han reiterado con bastante frecuencia. «Yo no creo que los humanos puedan contribuir mucho a eso», se reafirmó el portavoz federal del partido, Alexander Gauland, en agosto de 2018, al presionarle la prensa sobre los recientes récords de temperatura.[23] Karsten Hilse, rubio, corpulento, expolicía y portavoz medioambiental, declaró, cual general dispuesto a lanzarse a la batalla, que «aquí y ahora, la AfD está luchando contra la falsa doctrina del cambio climático causado por la actividad humana», respaldando su causa con la afirmación «el 0,3 por ciento de los estudios [científicos] indican que el calentamiento global está causado por la actividad humana».[24] En una moción del partido en el Parlamento federal en junio de 2018, la AfD realizó un esfuerzo particularmente ambicioso por redefinir el saber colectivo del cambio climático: el CO2 es un «gas vital» que se despacha de forma escasa; cuanto más emitimos, mejor: las concentraciones elevadas de este gas fertilizan las plantas, reducen los desiertos y vuelven más verde el planeta. A su vez, afirmaron que no hay rastro alguno de calentamiento antropogénico en los datos. «El problema del clima es, en esencia, inexistente».[25]

Los representantes de Alternativa para Alemania introdujeron en el habitualmente formal Bundestag una conducta sin precedentes desde los últimos días de la República de Weimar. Exclamaban insultos («¡Qué disparate!», «¡Ridículo!», «¡Imposible!») o lanzaban carcajadas exageradas mientras tenían la palabra sus oponentes; cuando les llegaba el turno a los miembros de su partido, prorrumpían en ruidosos aplausos. «Nos eligieron los ciudadanos que quieren que digamos la verdad», explicó uno de sus representantes.[26] Uno de los lemas del partido era Mut zur Wahrheit, o «El valor de decir la verdad». En el contexto parlamentario, inspiró despliegues histriónicos y agresiones verbales contra otros partidos que supuestamente engañaban a los ciudadanos para robarles su patrimonio.[27] En enero de 2018, durante un debate en el Parlamento federal, el portavoz climático Rainer Kraft lanzó un ataque a los demás partidos por practicar «vudú ecopopulista» y en concreto a Los Verdes por tratar de establecer una «economía ecosocialista planificada» con la excusa de proteger el clima.[28] En la cruzada por la verdad de AfD, este negacionismo se convirtió en un excelente grito de guerra. Lo ascendieron a lema principal en 2019, cuando la crisis climática cobró protagonismo en la política alemana.

Por aquel entonces, el país contaba con el movimiento climático más dinámico de Europa, o incluso del mundo. Las huelgas escolares y las manifestaciones lideradas por jóvenes, bajo el nombre Fridays for Future (Viernes por el futuro), atraían a un público mayor que en ningún otro país; se trataba de una demostración de indignación y ansiedad en las plazas desde Múnich hasta Leipzig que infundía una sensación de emergencia en la opinión pública. Un sinfín de activistas de Ende Gelände (con el significado aproximado «Hasta aquí y no más») irrumpían repetidamente en minas de carbón y sus estructuras adyacentes para detener la producción. Las acciones llevadas a cabo bajo el signo de Extinction Rebellion (Rebelión contra la Extinción) perturbaban la calma del distrito de edificios ministeriales de Berlín. Para finales del verano de 2019, el tema más preocupante para los alemanes era el clima; la inmigración había perdido el primer puesto que había ocupado recientemente.[29] ¿Cómo reaccionó AfD?

Lanzando inquietos ataques a las tres ramas del movimiento. Alternativa para Alemania empezó a referirse a las huelgas escolares con el descabellado epíteto «Viernes sin educación».[30] Cuando Verdi, la segunda federación de sindicatos más importante del país, manifestó el apoyo de sus dos millones de miembros a las huelgas, AfD la acusó de sepultar la industria alemana y la tildó de «traidora a los trabajadores».[31] Ende Gelände no era más que una banda de «ecoterroristas» que pisoteaba zanahorias de camino a las minas de carbón, mientras que a Extinction Rebellion la calificaron de «secta religiosa esotérica»; en definitiva, AfD vio razones para temer el fin inminente del capitalismo en Alemania. «¿Se aproxima el anarquismo, el ecosocialismo? ¿Se aproxima la tercera dictadura socialista en suelo alemán? Alternativa para Alemania está luchando contra estos acontecimientos con todas sus fuerzas», explicó Karsten Hilse en otro encendido discurso en el Parlamento federal.[32]

En paralelo a las movilizaciones por el clima, el partido se empecinó en el negacionismo. Juró lealtad a la propiedad privada y a la libertad de «aprovechar oportunidades rentables», mientras contemplaba el asunto a través de la lente de un antisocialismo en alerta constante.[33] Kraft acusó a los demás partidos de «amenazar con el fin del mundo y generar histeria colectiva para que la ciudadanía vaya aceptando que le roben sus propiedades y su libertad cada vez más». Hilse, por su parte, lanzó varias pullas a la totalidad de la ciencia: según él, en treinta años de investigación no se había logrado «ni una sola prueba» que evidenciara el efecto del CO2 sobre el clima.[34] Las posibles fluctuaciones climáticas (de por sí naturales) debían resolverse mediante la adaptación. Y, como le gustaba argumentar a AfD, incluso si fuesen antropogénicas, Alemania solo sería responsable de un 2 por ciento de las emisiones actuales, de modo que su descarbonización solo mitigaría el calentamiento global en unos ridículos 0,000284 o 0,000653 grados centígrados (según los cálculos de Hilse). Se crearía una versión verde de la antigua Alemania del Este para nada.

Otros partidos de extrema derecha europeos hacían gala de posturas similares. Aunque sin demostrar la misma pasión por el tema que AfD, el Partido por la Libertad neerlandés, Partij voor de Vrijheid (PVV), liderado por el ostentoso Geert Wilders, expresaba su desprecio por la ciencia de forma constante. En una entrevista previa a las elecciones generales de 2010, en la que el PVV logró su mejor resultado hasta entonces con un 15 por ciento de los votos, su portavoz de Medioambiente, Richard de Mos, dejó claro que no iban a «dejarse llevar por las exageraciones sobre el clima». Tildó «el cuento del clima» de «un derroche científicamente obsoleto que sirve de hobby para las élites», a la vez que exigía una investigación nacional para averiguar «si el CO2 es realmente un problema» y pedía, retóricamente, pruebas que demostraran que el nivel del mar realmente está subiendo.[35] En 2017, un senador del PVV soltó otra diatriba negacionista, en la que repetía la afirmación que asegura que las temperaturas y el nivel del mar siempre han fluctuado y en la que exhortaba a sus colegas del Senado a «poner fin al bulo climático».[36] Para el PVV, este asunto era digno de la papelera, como otros muchos. El partido, haciendo gala de una espectacular monomanía, se centraba en atacar al islam y en poco más.

Sin embargo, después de 2017, el PVV fue sobrepasado por una fuerza nueva en la extrema derecha neerlandesa: el Foro para la Democracia, o Forum voor Democratie (FvD). Este partido se posicionó como una alternativa más cosmopolita y culturalmente conservadora, con los ataques al islam incorporados dentro de una diagnosis más amplia de los problemas del mundo occidental. En contraste con Wilder, con su cabellera con apariencia de tupé y su actitud de golfillo, Thierry Baudet, del FvD, vestía como un elegante aristócrata, tocaba el piano y citaba a sombríos filósofos de la derecha. Su objetivo era recuperar el orgullo por la cultura blanca. Quería que la civilización occidental se desembarazase del «marxismo cultural» (volveremos a esta noción en la segunda parte de este libro), que dejara de flagelarse por sus supuestos pecados y que recordara que antaño «se expandía con confianza por todos los rincones del mundo». El FvD había sido «llamado al frente» para revitalizar a Occidente o, como le gustaba decir a Baudet también, para salvar «nuestro mundo boreal».[37] El término «boreal», que antiguamente se usaba para referirse al norte y al viento procedente de esa dirección, hace alusión a la idea de los europeos como un pueblo de estirpe aria y polar que deberían tener el continente para ellos solos: una forma en clave de hacer referencia a la raza blanca, cuya existencia se hallaba presuntamente en peligro.

Bajo esta forma de ver el mundo, el clima no era un asunto de los que se tratan por encima; era el centro de atención. Al principio, Baudet se limitaba a repetir las afirmaciones de Wilders: tildaba el cambio climático de «bulo», cuestionando su atribución y pregonando que «más CO2 es enormemente positivo para el crecimiento de las plantas». El FvD mostraba una actitud un tanto elástica al respecto: su página web contaba con una sección sobre las oportunidades para beneficiarse de la tecnología verde; sin embargo, a medida que se acercaban las elecciones provinciales de 2019, esa sección acabó desapareciendo, junto a cualquier otra referencia que admitiera que existía un problema ecológico. El negacionismo subió de categoría: de comentarios sueltos aquí y allá al segundo tema más importante, solo por detrás de la inmigración. Baudet aprovechaba cualquier oportunidad para machacar la «locura climática». Reducir las emisiones no solo era innecesario y costoso, sino una forma de encubrir la regulación socialista. En las elecciones de marzo de 2019, el FvD recibió el 15 por ciento de los votos, con lo que se convirtió en el mayor partido de los Países Bajos. Baudet explicó que esta victoria (que formaba parte de un «despertar» general en Occidente) se debía a que en el FvD «hicimos de la oposición a las políticas climáticas nuestra principal línea electoral. Lo que nos hizo ganar fue decir sin tapujos que ya no creemos lo que nos cuentan».[38]

Con un poco de retraso, en 2019 llegó a los Países Bajos la Fundación de Inteligencia Climática (CLINTEL), un laboratorio de ideas negacionista cercano a FvD, financiado por señores empleados durante años por aerolíneas o empresas como Shell.[39] Como contraataque a la «histeria» en expansión, CLINTEL publicó lo que llamó la Declaración Climática Mundial, con el encabezado «No existe emergencia climática»; entre sus signatarios se encuentran varias personalidades de Shell, empresarios de aerolíneas y Paul Cliteur, teórico y líder del grupo parlamentario del FvD.[40] El propio Baudet pareció adquirir más interés aún en el tema. Sin embargo, el PVV y Wilders volvían a pisarle los talones en 2019, en una disputa que ya no se centraba únicamente en atacar al islam. La ultraderecha neerlandesa se había unido a la carrera contra el clima.

En Austria, el Partido de la Libertad (Freiheitliche Partei Österreichso FPÖ) causó un pequeño escándalo en 2015 cuando su nueva portavoz medioambiental, Susanne Winter, definió el cambio climático como una «religión» y una «red de mentiras tejida por los medios que debe ser destruida».[41] Posteriormente, el partido se centró en la atribución. En el largo periodo que precedió a las elecciones de 2017, que acabaron convirtiéndolo en vicecanciller de Austria durante un año y medio, su presidente Heinz-Christian Strache se dedicó a hacer campaña a base de culpar al sol: «No se puede hacer nada respecto al calentamiento global, a causa de las erupciones solares y el calentamiento del sol» era una de sus frases típicas.[42] Constantemente se oían declaraciones similares por parte de los altos cargos del FPÖ, uno de los dos partidos que gobernaron en Austria tras el triunfo aplastante de la derecha en 2017.[43]

Un país europeo que durante años pareció inmune a esta tendencia fue España. Sin embargo, en 2019, con el éxito de Vox, se unió al resto. En las elecciones nacionales de abril entró en el Parlamento como quinta fuerza; en las de noviembre, contra todo pronóstico e impulsado por una ola de popularidad, se abrió paso hasta llegar a ser el tercer partido. Su fotogénico líder, Santiago Abascal, declaró que «el clima ha cambiado siempre a lo largo de la historia de la tierra». Haciendo gala de una mezcla de negacionismo de tendencia y de atribución, Vox responsabilizaba de cualquier cambio al sol, la luna, la rotación de la tierra, los volcanes u otros fenómenos atmosféricos naturales; a todo, excepto al CO2 emitido por la humanidad. Según Abascal, sería «muy arrogante» creer que los humanos son capaces de causar cambios en el clima, y aún más creer que es posible rectificarlos mediante «leyes coercitivas e impuestos». Vox difundió la versión española del concepto clave del «bulo» o el «engaño», dándole un giro al referirse al «camelo climático»; fue más allá, denominándolo «la mayor estafa de la historia»; y, con un estilo un tanto inquisitorial, arremetió contra la falsa «religión climática». «Se imponen nuevas religiones, la hembrista [es decir, el feminismo] o la climática, que nos vienen a decir cuáles son los nuevos mandamientos: no tener hijos, no tener coche o no comer carne», se lamentaba Abascal.[44]

Esta última adición tardía afianzaba el negacionismo explícito como postura estándar de la extrema derecha. Pocos años antes, el negacionismo de este tipo se consideraba una fuerza del pasado, particularmente en Europa. La percepción general era que había quedado relegado a los márgenes más irrelevantes de la política. Incluso se le dedicaron obituarios. Para poder entender este cambio de fortuna (cuanto menos, espectacular, como veremos), debemos regresar a la época en que la ciencia llegó a la mayoría de edad. A lo largo del verano de 1988, Estados Unidos experimentó las peores olas de calor y sequías desde el Dust Bowl. La prensa estadounidense se llenó de inquietantes imágenes de bosques ardiendo, campos marchitos y ciudades agobiadas por un calor sofocante que incitaban a una alarmante sospecha: ¿acaso se debía todo aquello a lo que llamaban «efecto invernadero»? ¿Había llegado el peligro del que advertían algunos científicos? En el marco de este tenso ambiente nacional, James Hansen intervino en el Senado con su testimonio, durante el cual afirmó sin rodeos que «podemos atribuir, con un alto grado de seguridad, una relación causa-efecto entre el efecto invernadero y el calentamiento observado». Las sospechas no iban desencaminadas: «Ya está ocurriendo». El artículo de TheNew York Times, que describía el verano extremo como una muestra de lo que estaba por llegar, también indicaba que los científicos que intervinieron «afirmaron que debe iniciarse un plan para reducir drásticamente la quema de carbón, petróleo y otros combustibles fósiles que emiten dióxido de carbono».[45] ¿Un plan para reducir drásticamente la quema...? La mera idea sembró el pánico en el capital fósil.

Con cada vez más indicios que apuntaban a los problemas en el horizonte, en 1988 se fundó el IPCC, las Naciones Unidas comenzaron los preparativos para dar una respuesta coordinada y la concienciación por el problema se difundió por lo que aún se conocía como «el mundo libre». No había tiempo que perder. En 1989, se lanzaron varias contrainiciativas urgentes: Exxon formuló un plan interno sobre cómo concienciar de «la falta de certidumbre en las conclusiones científicas en cuanto al posible recrudecimiento del efecto invernadero» y emitió su primer publirreportaje sobre el tema.[46] Un grupo de empresas estableció la Global ClimateCoalition para disputar la evidencia científica. El laboratorio de ideas conservador más importante, el George C. Marshall Institute, publicó el primer informe centrado en atacarla. Cuando, en el verano de 1992, más de cien jefes de Estado se reunieron en Río de Janeiro y adoptaron la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), con su objetivo de impedir «interferencias antropógenas peligrosas en el sistema climático», el nivel de alarma aumentó aún más.[47] El socialismo parecía estar quedando atrás en la historia, pero, al mismo tiempo, el capital fósil tenía que prepararse para una guerra para salvaguardar su libertad.

Raras veces ha logrado una clase dominante construir un aparato ideológico de Estado (AIE) con tal rapidez, intencionalidad y eficacia en un momento de necesidad. Las autoridades que estudian esta entidad la denominan «máquina de la negación», pero también encaja en los criterios que definen un AIE, según Louis Althusser: «un sistema de instituciones y organizaciones definidas y sus correspondientes prácticas» que, a través de sus actividades rutinarias, sostienen algún elemento de la ideología dominante.[48] Un ejemplo clásico de un AIE es la escuela. El profesor se dirige a su alumnado y, con un movimiento del puntero, les pide que den las respuestas correctas. En una iglesia, el sacerdote invita a la congregación a misa y ofrece el cuerpo que se sacrificó por ellos; en un programa de televisión, el presentador mira al público a los ojos y lo eleva al nivel de concursante; en un partido, los líderes incitan a sus miembros a hacer campaña para las próximas elecciones. En un AIE, los sujetos son llamados o interpelados y estos, en respuesta, participan en algún tipo de práctica material mediante la cual se despacha la ideología.[49] Hoy en día se dan interpelaciones por todas partes, cuando una persona se dirige a otra con la intención de ofrecer una idea o motivarla para que proceda de alguna forma. Si un hombre grita a sus vecinos de abajo que hagan como él y cuelguen la bandera nacional de sus balcones, les está interpelando, por su propia cuenta y en ese momento; en el caso de los AIE, se trata de actos organizados a lo largo del tiempo. Sus mensajes pueden competir y mezclarse entre sí, formando una cacofonía comunicativa.

Pero ¿por qué se llaman aparatos ideológicos de Estado? Una federación de clubes deportivos o los museos de una ciudad no forman parte del Estado, necesariamente, si se sigue la definición más corriente, pero está claro que son capaces de organizar interpelaciones. Los aparatos ideológicos parecen ser plurales y fluidos, situados en el punto de contacto entre la sociedad civil y el Estado y, por lo común, existen al margen del control gubernamental. En algunos casos incluso se forman con el objetivo de cuestionar elementos de la ideología dominante: una organización LGTB en Polonia, un movimiento por los derechos de los inmigrantes en Dinamarca, etcétera. Estas organizaciones merecen la etiqueta de «contraaparatos». Sin embargo, para los aparatos ideológicos que reproducen la ideología dominante, podemos conservar el término original de Althusser, aunque la referencia al Estado no signifique que un monarca o un primer ministro los gobierne literalmente, como si de una embajada se tratase, sino que representa esa función de reproducción y cimentación.[50] En este sentido, efectivamente, la máquina de la negación surgió como un AIE. Se formó para proteger un elemento de la ideología dominante contra los peligros de la ciencia del clima. La forma más sencilla de resumir la doctrina en juego —credo y comunión del capital fósil— es «los combustibles fósiles son buenos para las personas».

El fundamento de esta doctrina estaba basado en una particular forma material de acumular capital, que fue ganando predominancia desde principios del siglo XIX: generar beneficios a través de la extracción y la combustión de combustibles fósiles. Es un fuego que nunca se apaga: el capital aumenta al sacar carbón, petróleo y gas de la tierra y quemarlo. Cuando obtiene beneficios, estos se reinvierten en el mismo ciclo, a una escala mayor, de modo que se emiten mayores cantidades aún de CO2. A esto nos referimos cuando hablamos de «capital fósil».[51] Une a varios tipos de capitalistas en su dependencia por la energía fósil, el sustrato material de un sinnúmero de productos: un fabricante de automóviles necesita acero para sus fábricas y gasolina para que circulen esos vehículos; un productor de acero precisa de carbón para procesar el mineral de hierro; una empresa de software funciona a base de electricidad suministrada por la central eléctrica de combustión de gas más cercana, y así sucesivamente. En todo el modo de producción capitalista, los combustibles fósiles se consumen de entrada. No obstante, para que esto ocurra, es necesario que alguien produzca esos mismos combustibles. Por supuesto, esta es la especialidad de las corporaciones del carbón, el petróleo y el gas, la razón de ser de los capitalistas que invierten en minas, plataformas petrolíferas y oleoductos para sacar los suministros de energía de sus depósitos. Karl Marx señaló que, para que se dé la acumulación de capital en general, debe existir capital concentrado por un lado y, por el otro, trabajadores que no posean ninguna otra materia prima que no sea su fuerza de trabajo. Marx denominó este proceso «acumulación primitiva»; de forma análoga, podríamos hablar aquí de «acumulación primitiva de capital fósil».[52]

Debido a una desafortunada interpretación del término alemán ursprünglich, «primitiva» posee connotaciones arcaicas, de algo que ya fue reemplazado hace mucho. En realidad, el proceso debe entenderse como algo primario, un antecedente lógico sin el cual el concepto no prosperaría. Si nadie saca el carbón de la tierra, el productor de acero no tendrá coque para su fundición y, a su vez, el fabricante de automóviles no tendrá acero para los chasis. Los demás capitalistas solo pueden comprar y quemar las reservas de energía siempre y cuando se extraigan y se ofrezcan como materia prima discreta de forma continua; forma parte de su ciclo de acumulación, eternamente vinculado al ciclo de lucrarse directamente de la venta de combustibles fósiles. De este modo, podemos distinguir entre el capital fósil en general y la acumulación primitiva de capital fósil y tratarlos como dos momentos del capital fósil como totalidad, similar a la distinción entre las llamas y los leños de una hoguera. El primer concepto se refiere al capital para el cual los combustibles fósiles son un auxiliar necesario en la producción de otras materias; el segundo, a lo que se conoce coloquialmente como «la industria de los combustibles fósiles»; el tercero, a estos dos anteriores unidos. Cuando usamos «capital fósil» sin ningún otro calificativo, nos referimos al último, a la hoguera al completo.

A partir de esta base crece una estructura política de un carácter determinado. Los capitalistas que dirigen la acumulación primitiva de capital fósil constituyen una fracción de clase.[53] Dado su papel en el metabolismo y el proceso totales de la producción, representan una subcategoría de la clase capitalista: abanderados o agentes de una misión especial que consiste en suministrar combustibles fósiles al mercado; les mueve el fervor por obtener el máximo beneficio de la venta de estas materias primas y ninguna otra. Su rol es el de repartidores de material para la hoguera. En cambio, el capital fósil en general no es una fracción de clase, ya que se refiere precisamente a la generalidad del capital, y comprende empresas productoras de automóviles, acero, ordenadores y muchas otras entidades que se dedican a aumentar su valor mediante, entre otros procesos, la conversión de combustibles fósiles en CO2. Es una categoría amplia, por no decir universal, demasiado amorfa y abierta para constituir una fracción propiamente dicha.La «acumulación primitiva» de Marx no la efectuaba una fracción de clase en concreto: cualquier comerciante, terrateniente o tratante de esclavos podía ejercerla; por el contrario, en nuestro caso, se trata de la misión continua de un subconjunto de la clase capitalista, que podemos denominar simplemente «capital fósil primitivo». Esta fracción, situada en lo más profundo de la base material, también es capaz de actuar en los ámbitos más elevados de la política. Cuenta con un respetable historial que no solo abarca el cumplimiento de sus tareas económicas, sino también su labor como fuerza política, haciendo uso de su estrecha composición y sus operaciones centralizadas para hacer que los Gobiernos se sometan a sus deseos, o simplemente para susurrarles al oído.

Bajo la amenaza de la mitigación del cambio climático, los riesgos para el capital fósil primitivo son de una magnitud diferente. Se enfrenta a una crisis existencial, porque la prevención de la interferencia antropogénica perjudicial en el sistema climático reclama que, tarde o temprano, desaparezca. La mejor parte de las existencias de carbón, petróleo y gas que aún siguen bajo tierra deben quedarse ahí; por lo tanto, esta fracción de clase no puede seguir reproduciéndose mediante la extracción de más cantidades para después venderlas. De hecho, pedirle que deje de hacerlo es como pedirle a un ser humano que deje de respirar. Esta contradicción no tiene salida. El capital fósil primitivo debe ser liquidado al completo. Para el resto del capital, en cambio, la mitigación del cambio climático representa una crisis estructural. Tendría que abandonar los fósiles y podría reinventarse en forma de capital no fósil. Un fabricante de automóviles podría obtener acero de una planta que procesara el mineral de hierro con algo que no fuese coque (como gas hidrógeno). Una empresa informática estaría igual de satisfecha con su electricidad si proviniese de turbinas eólicas. Ya que la transición tendría que afectar al capitalismo existente, como conjunto de mayor magnitud, podría resultar ser un proceso doloroso que requiriese la destrucción a gran escala de capital fijo y que provocara graves pérdidas para ciertos sectores. Pero el capital en sí podría sobrevivir. No puede saberse con certeza, ya que jamás ha tenido lugar una transición de este tipo (particularmente con una programación tan extremadamente ajustada), pero no es una imposibilidad lógica, no es un fin axiomático como para el capital fósil primitivo. Cuando apareció por primera vez la amenaza de la mitigación del cambio climático, a finales de la década de los años ochenta y principios de los noventa, este último fue cuestionado hasta la médula. En consecuencia, no escatimó recursos en actuar como una fracción de clase en el entorno político para prevenir una crisis existencial y de ese modo también protegió al capital fósil en general de una crisis estructural. Esta división del trabajo ha continuado activa hasta la fecha y ha tenido peculiares efectos políticos.

Lo primero que hizo el capital fósil primitivo fue establecer la máquina de la negación o, como sinónimo, el AIE negacionista. Surgió un sinnúmero de laboratorios de ideas con el objetivo de oponerse a la climatología. Emplearon a negacionistas profesionales, celebraron conferencias anti-IPCC, organizaron simposios para legisladores, declararon en congresos, acudieron a debates en televisión y radio, colmaron de anuncios los medios de comunicación y produjeron «un torrente interminable de material impreso» para divulgar sus convicciones.[54] Desde el principio, la corporación que por entonces se llamaba Exxon realizó contribuciones cruciales para el aparato, a través de esfuerzos propios además de mediante un sinfín de laboratorios de ideas, grupos tapadera, legisladores, columnistas y otros representantes que recibían una generosa financiación.[55] Exxon fue uno de los patrocinadores de la Global Climate Coalition, junto con otras compañías petrolíferas como Shell, BP, Amoco y Texaco. Los acompañaban los fabricantes automovilísticos GM, Ford y Chrysler, el gigante químico DuPont y organizaciones marco como el American Petroleum Institute, la US Chamber of Commerce, la National Association of Manufacturers y la American Highway Users Alliance, entre otras. Hoy en día, la coalición, refugio del capital fósil angloamericano, ha caído en el olvido, pero a principios de la década de 1990 era el mayor grupo de presión en las negociaciones climáticas internacionales y dejó una marca indeleble en su trayectoria.[56]

Exxon era la fuerza impulsora del negacionismo por excelencia, aunque la industria del carbón reaccionó con casi la misma velocidad. En 1991, los intereses del carbón estadounidenses establecieron el Information Council on the Environment para «reposicionar el calentamiento global como una teoría (no un hecho)».[57]