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Pocos se atreverían a afirmar que Platón sea el único padre de la filosofía, pero eso es lo que se defiende en este libro, siguiendo la línea del filósofo inglés Alfred North Whitehead cuando afirmó que «la historia de la filosofía occidental no es más que una serie de notas al pie de página de Platón». Pese a todo, se sabe muy poco del hombre que fue Platón, y no se ha escrito ninguna biografía merecedora de tal nombre en los últimos siglos. Robin Waterfield asume el reto de redactar la tan necesaria biografía y traza un vívido retrato que, sin renunciar al rigor académico, nos aclara cuánto se sabe de la acaudalada familia del filósofo, de sus amigos y sus posibles amores, y de sus relaciones políticas en una Atenas en plena guerra del Peloponeso, una ciudad que bullía en ideas y atraía a estudiantes de todo el mundo griego en busca de los conocimientos que regalaban —o vendían— sofistas, pitagóricos y la embrionaria Academia de Platón. Una perfecta introducción al hombre y su tiempo, una biografía que no solo ilumina una nueva perspectiva sobre el filósofo, sino que anima a la lectura de sus obras.
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Derechos exclusivos de la presente edición en español
© 2023, editorial Rosamerón, sello de Utopías Literarias, S.L.
Platón de Atenas
Primera edición: febrero de 2024
© 2024, Vicente Campos González por la traducción
© 2023, Robin Waterfield
Ilustración de cubierta: © Luciano Lozano
Ilustración de interior: © mubai / alexat25 - iStock
Imagen de cubierta: busto de mármol del filósofo griego Platón. Se trata de una copia romana (siglo I d. C.) de un original de bronce (350-340 a. C.) que se encontraba en la escuela del filósofo. Está expuesto en el Altes Museum de Berlín, y la fotografía es de Osama Shukir Muhammed Amin.
Imagen de interior: ilustración de interior de Stories of Persons and Places in Europe (1887) de E.L. Benedict.
ISBN (papel): 978-84-127383-4-6
ISBN (ebook): 978-84-127383-5-3
Diseño de la colección y del interior: J. Mauricio Restrepo
Compaginación: M. I. Maquetación, S. L.
Todos los derechos reservados. Queda prohibida, salvo excepción prevista por la ley, cualquier forma de reproducción, distribución y transformación total o parcial de esta obra por cualquier medio mecánico o electrónico, actual o futuro, sin contar con la autorización de los titulares del copyright. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y sigs., Código Penal).
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Para Kathryn
mi mejor amiga y coautora de mis libros
«El mismo Platón, poco antes de su muerte, tuvo un sueño en el que aparecía como un cisne, que saltaba de árbol en árbol e incordiaba a los cazadores que no podían abatirlo. Cuando Simmias el socrático oyó el sueño, explicó que todos los hombres se empeñarían en entender el significado de Platón. Sin embargo, ninguno de ellos lo conseguiría, sino que cada uno lo interpretaría según sus propias opiniones.»
Prolegómenos a la filosofía de Platón,
Índice
Platón de Atenas
Prefacio
Introducción
1. Creciendo en una Atenas en guerra
2. El entorno intelectual
3. De la política a la filosofía
4. Escribir e investigar en las décadas de... 390 y 380
5. La Academia
6. Los diálogos intermedios
7. Practicando política en Siracusa
8. Últimos años
Agradecimientos
Apéndices
Mapas
Las fuentes
Lista de los diálogos de Platón
Cronología
Lecturas complementarias
Prefacio
LA PERSPECTIVA DE ESCRIBIR una biografía de Platón resulta abrumadora, y muchos la han considerado una causa perdida. La mayoría de las fuentes son pobres e indignas de confianza, la información es esporádica y, con frecuencia, dudosa; la cronología de sus obras escritas es imposible de determinar con precisión. No ha llegado hasta nosotros ningún documento oficial ateniense que lo mencione. Además, Platón raramente se refiere a sí mismo en los diálogos (como se denomina a sus obras escritas) y jamás habla en nombre propio. Sin embargo, y como espero que demuestre este texto, no solo puede abordarse el tema a lo largo de un libro, sino que, además de posible, es deseable. Aparte de desenterrar detalles biográficos, uno debe escarbar en muchas áreas que tienen el potencial para hacer mella de manera esencial en lo que se piensa sobre Platón, como, por ejemplo: ¿qué tipo de escritor era?, ¿cómo deberíamos leer los diálogos que escribió? Lo que denominamos «platonismo», ¿es fiel a sus orígenes? Platón es un nombre conocido por todos —un caso muy raro para un filósofo— y fue él quien, de hecho, inventó la disciplina que denominamos filosofía. Estaría bien hacerse una idea más precisa del hombre en sí.
Naturalmente, muchos libros sobre Platón empiezan con al menos un capítulo o varios párrafos sobre su vida, pero, hasta donde sé, la última biografía dedicada en inglés al filósofo se publicó en 1839, cuando B. B. Edwards tradujo Life of Plato, de Wilhelm Tennemann, y la incluyó en sus Selections from German Literature(1). El libro que ahora tiene en sus manos comparte poco con su predecesor, salvo un enfoque crítico. Es decir, yo no solo escribo «hechos» y conclusiones sino también, hasta cierto punto, y como conviene a un libro pensado para un público general, explico qué pruebas utiliza y cómo las entiendo yo porque no hay nada que no sea discutible en los estudios de Platón. Pero además, mi libro se diferencia en tanto que abarca más temas y es más extenso que las cincuenta y seis páginas del de Edwards. Y dado que el hecho principal de la vida de Platón es que fuera escritor, este libro también servirá como una introducción a su obra. Y subrayo lo de «introducción»: las cuestiones más sutiles de la interpretación y las complejidades filosóficas no aparecen aquí, y he adoptado con cautela un enfoque bastante conservador sobre la mayoría de los temas que abordan los intérpretes de Platón. Este no es un libro sobre la filosofía de Platón sino sobre el propio Platón, aunque, en tanto biografía de un filósofo, las referencias a algunos aspectos de su pensamiento son inevitables. Pero me centro más en las características generales que en las particularidades o en los siempre discutidos detalles. Tiendo más a incitar a los lectores con ideas sugerentes e interesantes de Platón que a desarrollarlas o a explicar a fondo sus pros y sus contras.
Tras unos 2.400 años, los libros de Platón apenas han envejecido; siguen siendo tan brillantes, ingeniosos, profundos y desconcertantes como siempre lo han sido. La mayoría de ellos no solo son obras inspiradas, sino que inspiran a sus lectores; son obras muy amenas e incluso las más ásperas contienen fragmentos ingeniosos y divertidos. No hay filósofo más accesible para los no especialistas que Platón. Espero que este libro estimule a los lectores a pasar seguidamente a la lectura de los propios diálogos y a conocer más a fondo la obra de Platón. A tal fin, he incluido una bibliografía bastante larga. En cuanto a mi biografía, el libro es una especie de recapitulación, el fruto de muchos años de pensar y escribir sobre Platón (aunque no haya sido él el único centro de mi atención). Uno de los primeros artículos que publiqué, hace más de cuarenta años, versaba sobre la cronología de los diálogos de Platón, un tema que, naturalmente, he abordado de nuevo en esta biografía. Aunque ahora discrepo de la tesis que defendía en aquel artículo, este libro cierra un círculo para mí.
Introducción
LA IMPORTANCIA DE PLATÓN COMO FILÓSOFO es universalmente reconocida. Fue el primer pensador occidental que abordó sistemáticamente cuestiones sobre las que todavía trabajan hoy los filósofos en campos como la metafísica, la epistemología, la teoría política, la jurisprudencia y la penología, la ética, la ciencia, la religión, el lenguaje, el arte y la estética, la amistad y el amor. Fue el heredero de una larga tradición de pensamiento acerca del mundo y sus habitantes, pero el uso que hizo de esa herencia fue original. De hecho, él inventó la filosofía y lo hizo en una época en que se carecía casi por completo tanto de vocabulario como de marcos conceptuales: no había palabras para «universal», «atributo», «abstracto» y demás. A lo que hay que añadir que fundó una escuela, la Academia, que no solo se dedicaba a la filosofía, sino también a la investigación científica y a la política práctica, y donde acogió a pensadores de la talla de Aristóteles y Eudoxo, cuyas múltiples influencias en pensadores posteriores fueron profundas. La Academia enseñó filosofía y animó a la investigación durante casi mil años, un periodo de tiempo que todavía no ha sido superado por ningún establecimiento educativo en Occidente.
La variedad de los temas que abordó Platón, la profundidad con la que lo hizo y la audacia de sus teorías son asombrosas. No se trata tan solo de que plantease cuestiones que todavía hoy nos provocan, sino que también se preguntó, como debe hacer todo filósofo, si es posible dar con respuestas seguras a esas cuestiones, e incluso si el conocimiento es posible en absoluto. Le preocupaban no solo las conclusiones sino también el cómo llegamos a ellas. Tenía ciertas doctrinas claras, o quizá teorías, pero incluso estas pueden encontrarse puestas a prueba en los diálogos. Este sentido de la filosofía como una búsqueda permanente es uno de los rasgos más atractivos de su obra. Más aún, estas ideas se presentan habitualmente de una forma accesible para cualquier lector inteligente porque la brillantez de Platón como filósofo era comparable a su talento como escritor. En siglos posteriores, muchos pensadores han escrito diálogos filosóficos, pero ninguno de esos diálogos ha captado la fluidez y el realismo conversacional de las mejores obras de Platón.
He dicho un poco más arriba que Platón planteó preguntas que todavía nos provocan, pero ese «nos» de la frase lo conformamos básicamente filósofos en ejercicio. Sería más preciso decir que planteó preguntas que todavía deberían provocarnos, a todos nosotros, no solo a los filósofos. En un mundo en el que incluso las democracias liberales pueden ser deformadas por líderes fanáticos, incompetentes y emocionalmente inmaduros, ¿acaso no deberíamos prestar más atención a las propuestas de Platón para formar líderes políticos que sean a la vez competentes y probos? En un mundo en que la información y la desinformación están más extendidas que nunca, sobre todo gracias a las redes sociales y a internet, ¿no deberíamos replantearnos la insistencia de Platón en que nuestros actos deberían basarse en el conocimiento, no en la creencia ni la opinión? Cuando muchos perpetuadores de la cultura popular nos arrastran cuesta abajo hasta el nivel del mínimo común denominador, es conveniente que reflexionemos sobre las razones de Platón para detestar tanto la trivialización como la aceptación irreflexiva de ideas y prácticas incluso cuando estén ampliamente aprobadas por la sociedad. Platón era un idealista en tanto creía que la perfección, o, al menos, un estado mucho mejor de las cosas es alcanzable en cada área de la vida humana, empezando por la transformación personal. ¿No deberíamos, de manera similar, dedicar nuestras energías a mejorarnos a nosotros mismos y el mundo que nos rodea, de modo que cada generación legue a la siguiente unas condiciones de vida que sean más saludables y sostenibles que las que teníamos antes?
La obra de Platón dio lugar a debates y reacciones a lo largo de toda la antigüedad y en todas las generaciones posteriores. Todavía hay una producción tan enorme de libros y artículos académicos cada año que requeriría más de una vida entera conocer todas las publicaciones y todos los idiomas necesarios para leerlos. Se le lee y estudia, me atrevería a decir, en todos los países del mundo. Los índices de una buena parte de los libros de no ficción en los estantes de cualquier lector tendrán una entrada para Platón. Platón no solo fue importante sino excepcionalmente importante. Y así lo han juzgado algunos de los mayores intelectos de los últimos tiempos.
Tal vez la más famosa de tales opiniones sea la del filósofo inglés Alfred North Whitehead (1861-1947) quien, en Process and Reality [Proceso y realidad, Atalanta, 2021], publicado en 1929, escribió: «La caracterización general más prudente de la tradición filosófica europea es que consiste en una serie de notas a pie de página a Platón». Creo que es una descripción acertada, en el sentido de que Platón inventó lo que denominamos disciplina de la filosofía, aunque, como todos los grandes pensadores e innovadores, él también partió de la obra de sus predecesores. Podría haber citado a Isaac Newton: «Si he llegado a ver más lejos que otros es porque iba subido a hombros de gigantes».
Pero aclaremos lo que decía Whitehead: todo gran pensador occidental, de Aristóteles en adelante, ha estado en deuda con Platón. Las deudas de Aristóteles son más patentes y cercanas que las de, pongamos, Judith Butler, pero incluso las bases de la obra de Butler las sentó Platón. Si la señal del genio, más que poseer meramente una gran inteligencia, radica en que el campo en el que la persona trabaja ha cambiado para siempre, o se ha creado un nuevo campo, en ese caso, Platón era un genio. Al decir que él inventó la filosofía, Whitehead y yo no estamos diciendo que acertara en todo. Por descontado que no: eso habría convertido toda la filosofía posterior en una pérdida de tiempo mayor, si cabe, de lo que algunos ya creen que lo es. Y, en cualquier caso, el trabajo de la filosofía consiste en indagar más que en concebir soluciones. Platón fue quien inició la investigación filosófica.
La afirmación de Whitehead sobre Platón es tan famosa que hace mucho que adquirió el estatus de cliché. Pero no suele mencionarse con frecuencia que Whitehead había sido precedido en la otra orilla del Atlántico por Ralph Waldo Emerson, líder de los trascendentalistas. Whitehead se sentía cómodo en el establishment, mientras que Emerson ocupó más bien un lugar marginal; tal vez por eso la frase del segundo ha caído en el olvido. «De Platón», dijo Emerson, en el capítulo sobre Platón de Hombres representativos (1876), «procede todo cuanto todavía se escribe y debate entre los hombres de pensamiento». Nos quedamos con ese «todo cuanto» como medida de la suma importancia de Platón.
Podría añadir testimonios de muchos otros, como Georg Wihelm Friedrich Hegel (1770-1831), quien afirmó en Lecciones sobre la historia de la filosofía universal que Platón y Aristóteles «por encima de todos los demás merecen ser llamados los profesores de la raza humana». Yo también podría añadir testimonios de pensadores y analistas de nuestra época, pero, tal como están las cosas, los filósofos y eruditos actuales todavía no han superado la prueba del tiempo ni alcanzado la talla intelectual de Whitehead, Emerson y otros. De modo que me remito a las citas de pensadores anteriores y al hecho de que al menos la República y, con frecuencia, más obras de Platón, se incluyen invariablemente en el canon de Grandes Libros del Mundo. Esta veneración hacia sus libros no es un fenómeno nuevo. La mayor parte de la literatura griega antigua se ha perdido, a veces por accidente, pero más a menudo porque se creía que no merecía la pena conservarla, en el sentido de que, durante los siglos anteriores a la invención de la imprenta, nadie pidió a los escribas que hicieran copias. Pero sí contamos con el conjunto completo de los diálogos de Platón y no se ha perdido ni una sola palabra de las que publicó. Todas las generaciones de lectores de la antigüedad y la Edad Media consideraron que la obra de Platón merecía conservarse.
En resumen, sin Platón, la cultura europea sería más pobre, o como mínimo, habría tenido que esforzarse mucho para alcanzar la misma riqueza que ha alcanzado. Platón no puede despacharse simplemente como un hombre blanco muerto. Es más sensato decir que, aparte de la Biblia, ninguna obra escrita ha tenido en su conjunto tal impacto en el mundo occidental como los diálogos de Platón. En el curso de los siglos, el platonismo ha reaparecido de un modo u otro en distintos contextos filosóficos: por ejemplo, en buena parte del pensamiento antiguo del judaísmo, el cristianismo y el islamismo; en las ideas de los platónicos de Cambridge como Henry More y Ralph Cudworth; en la disputa, un poco posterior, avanzado el siglo XVII, entre John Locke y Gottfried Leibniz; incluso en el «platonismo» de la filosofía matemática de Gottlob Frege, a finales del siglo XIX. Pero lo que pretendo señalar no es eso sino que Platón carga con cierta responsabilidad por pergeñar y afinar el modo en que todos nosotros pensamos, sea cual sea nuestro género, color de piel, antecedentes culturales o militancia filosófica o política. Al decir eso, no estoy defendiendo la noción chovinista de que la única disciplina que merece el nombre de «filosofía» es la versión occidental, fundada por Platón; sino que lo que afirmo es que, tanto si lo sabemos como si no, nuestra manera de pensar ha sido influida por él. Además, he sugerido que todavía tiene importantes lecciones para nosotros, que debería seguir afectando el modo en que pensamos sobre muchas de las cuestiones que nos inquietan o nos desconciertan en la actualidad. Este libro, por tanto, intenta contextualizar la obra de este importante pensador y descubrir, en la medida de lo posible, qué más hizo aparte de escribir libros.
1
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Creciendo en una Atenas en guerra
PLATÓN NACIÓ EN EL AÑO ATENIENSE de 428/7 a.c.e.(1). Eso afirman casi todos los libros y artículos sobre Platón, pero es muy probable que se trate de una afirmación errónea. Dada la gran fama de Platón y la veneración que inspiraba, su nombre dio lugar a leyendas y elogios hiperbólicos. El aspecto de estos elogios que es relevante para la fecha de su nacimiento es que se consideraba que estaba bajo la protección especial del dios Apolo, que era el dios, entre otras cosas, de la revelación y la claridad intelectual. Se decía que unas abejas, agentes de las servidoras de Apolo, las Musas, se posaron sobre los labios de Apolo y le llenaron la boca de miel, como señal de su futura elocuencia y erudición.
La noción de que Platón poseía una naturaleza apolínea era habitual incluso durante su vida, o muy poco después, porque Espeusipo, su sobrino y sucesor al frente de la Academia, ya conocía el relato de que el verdadero padre de Platón era Apolo; puede que se inventara esa historia para la elegía que recitó en el funeral de Platón. Se contaba que el padre humano de Platón intentó forzar a su joven esposa (las mujeres en Atenas a menudo se casaban alrededor de los quince años), pero «falló» o, en otras palabras, tuvo un gatillazo. Cuando dejó de intentarlo, se le advirtió en un sueño que no tuviera relaciones sexuales con su esposa durante diez meses lunares, para no mancillar la pureza del nacimiento divino de Platón. Los primeros escritores cristianos, a quienes la obra de Platón les parecía compatible con sus propias creencias, interpretaron ese hecho como partenogénesis. «El príncipe de la sabiduría nació de una virgen», sentenció con entusiasmo san Jerónimo(2). A todas luces estaba siguiendo la tradición biográfica que convertía a Platón en el primogénito de la familia, pero lo cierto es que su madre no era virgen: él fue su cuarto hijo.
Esta leyenda tuvo dos consecuencias. La relativamente trivial es que el nacimiento de Platón se dató el 7 de Targelión en el calendario ateniense (hacia finales de mayo en el nuestro) porque se suponía que fue entonces cuando nació Apolo. Seguramente fue Espeusipo quien, tras la muerte de Platón, eligió esa fecha para el nacimiento de este con la intención de convertirla en el día en el que los miembros de la Academia —la escuela fundada por Platón— realizarían los ritos de recuerdo anuales. Más adelante, platónicos como Plutarco de Queronea (siglos I/II de la e.c.) y Plotino (siglo III de la e.c.) celebraron el cumpleaños de Platón ese día, y el de Sócrates el día antes(3). Pero la consecuencia de mayor importancia concierne al año de su nacimiento. La única fecha contrastada que tenemos de la vida de Platón, confirmada por los historiadores, es que murió el año 348/7. Cuando falleció era ya lo bastante famoso como para que los historiadores lo anotaran, pero tuvieron que adivinar el año de su nacimiento. Había nueve Musas, de manera que su nacimiento se remontó al 428/427, 81 (9x9) años antes de su muerte(4). Incluso se dijo que había fallecido el día de su cumpleaños, completando así con exactitud los ochenta y un años, ni uno más.
Con el tiempo, otro factor intervino y perpetuó esa fecha para el nacimiento de Platón. En el siglo II a.e.c., el erudito Apolodoro de Atenas, que trabajaba en el Musueo de Alejandría, en Egipto, concibió un influyente sistema cronográfico que dividía las vidas de las personas en fragmentos de veinte años, alcanzando su apogeo a la edad de cuarenta. Así, en el caso de Platón, nació el 428/7, conoció a Sócrates en 408/7, fundó la Academia en 388/7, viajó a Sicilia en 387/7 y murió en 348/7. El propio Apolodoro era consciente de la rigidez de ese esquema, pero lo presentó para ayudar a los historiadores a relacionar acontecimientos en todo el mundo, al menos aproximadamente. Sin embargo, para propósitos biográficos precisos, podemos dar poca fiabilidad a los esquemas apolíneos o a los sistemas de fechado basados en la numerología de Apolodoro.
Hay varios elementos que señalan una fecha de nacimiento posterior al 428/7. El más importante es que no existe ninguna prueba de que combatiese en ninguna de las últimas batallas de la Guerra del Peloponeso, en 406 y 405, así que seguramente todavía no había cumplido los veinte años. Por entonces, Atenas padecía una carencia grave de hombres, así que ciertamente habría sido llamado a filas. Los jóvenes atenienses sí cumplían una especie de servicio militar cuando tenían dieciocho y diecinueve años, pero dentro de las lindes del Ática (el area rural de la que Atenas era el centro urbano), y no servían en el extranjero hasta los veinte. De manera que Platón parece no haber cumplido todavía los veinte en 405. Esta pista se confirma en la Carta Séptima(5). Ahí afirma que estaba pensando en empezar a participar en la vida pública de Atenas (como hacían muchos jóvenes de buena familia) cuando llegó a la mayoría de edad, es decir a partir de los veinte años. Dio la casualidad de que la Guerra del Peloponeso acabó en el 404, y los victoriosos espartanos impusieron a Atenas una oligarquía de treinta hombres, conocidos comunmente como los Treinta Tiranos (más adelante volveré sobre ellos). Platón admite que le atrajo su programa de reforma moral de Atenas y dice que, dado que algunos de los Treinta y sus asistentes eran amigos y parientes suyos, le invitaron a unirse. Lo que eso implica claramente es que, en 404, bien era lo suficientemente mayor para desempeñar un cargo político o pronto lo sería, mientras que, como hemos visto, no lo era en 405. Así que tuvo que nacer, como muy pronto, en 424/3.
La Guerra del Peloponeso
La infancia de Platón coincidió con la atroz guerra que se libró entre su ciudad natal y Esparta(6). El objetivo de la guerra era decidir quién sería la ciudad-Estado que lideraría Grecia y por tanto tendría el derecho a enriquecerse a costa de los Estados sometidos: si Atenas (que lideraba una poderosa alianza de Estados por todo el mar Egeo) o Esparta (que encabezaba una alianza casi igual de poderosa, formada básicamente con otros Estados del Peloponeso). La guerra empezó en 431. De 421 a 413, durante la primera infancia de Platón, se mantuvo una paz inquieta entre ambos bandos. Sin embargo, los atenienses todavía seguían implicados a lo largo de esos años en campañas en el extranjero, y en 415, instigados por el ambicioso aristócrata Alcibíades y sus aliados políticos que recurrieron a la carta populista, decidieron invadir la isla de Sicilia, cuya ciudad más poderosa era Siracusa, una potencial aliada de Esparta.
Fue una decisión desastrosa. Era completamente irrealista esperar ser capaces de gobernar una isla tan extensa y conflictiva como Sicilia desde la remota Atenas. Dos años más tarde, la fuerza expedicionaria ateniense fue aplastada, con la pérdida, en el curso de la expedición, de cuarenta mil hombres —atenienses, aliados y mercenarios auxiliares—. Los soldados atenienses, cuyo número ya se había reducido a causa de la plaga que asoló la ciudad y mermó el ejército a principios de la década de 420 y por las pérdidas en el campo de batalla, se vieron así más menguados, tal vez hasta un tercio de los que eran al inicio de la guerra, a lo que había que añadir que la ciudad era casi insolvente. Ese mismo año, el 413, los espartanos reanudaron las hostilidades porque durante el anterior los atenienses habían roto el tratado de paz al participar en una invasión de territorio espartano.
La expedición siciliana sacó a la luz la rabia de muchos miembros de la élite acaudalada ateniense. Tenían buenas razones para el descontento, entre ellas, y no la menor, es que les exhortaban a que financiaran las operaciones militares, precisamente en el momento en que la guerra había recortado buena parte de su riqueza. En el 411, una oligarquía se hizo con el control del gobierno y delegó el poder ejecutivo en un consejo de cuatrocientos simpatizantes extraídos de las filas de los ricos descontentos. La transición fue relativamente pacífica, pero al cabo de solo unos meses el pueblo se rebeló contra el consejo, que había sido completamente incapaz de cumplir ninguna de sus promesas, y se reinstauró la democracia. Platón era lo bastante mayor para prestar atención crítica a la agitación política; su familia pertenecía al mismo estrato social que los oligarcas, y al menos algunos de sus miembros pudieron haber sentido simpatía por su causa.
En términos militares, estaba claro lo que le iba a suceder a Atenas; tras la expedición siciliana, la ciudad había dado pie a su propia derrota. Hubo un breve frenesí de renovadas esperanzas entre 411 y 408, cuando Alcibíades consiguió triunfos importantes en el mar, pero, después de eso, la esperanza se apagó. Los persas que deseaban hacerse con el dominio de las ciudades-Estado griegas de Asia Menor, muchas de las cuales formaban parte de la alianza ateniense, empezaron a respaldar el esfuerzo bélico espartano. Esta ayuda posibilitó que los espartanos crearan una poderosa flota, cuando la superioridad naval había sido la columna vertebral de las esperanzas y los triunfos atenienses durante toda la guerra. Todo el mundo sabía que Atenas iba a perder, y el final llegó en 404. La armada ateniense había sido aniquilada el año anterior, dejándola indefensa. Los espartanos asediaron la ciudad hasta rendirla por hambre, y seguidamente impusieron el gobierno de los Treinta.
Así, durante su adolescencia, Platón vivió en una ciudad sumida en la pesadumbre y en la certeza de la derrota. Cuando nació, los atenienses todavía podían atribuirse el vivir en el Estado más rico y seguramente más poderoso del mundo griego; cuando llegó a la mayoría de edad, los recursos financieros de la urbe se habían agotado y había acabado escarmentada por la derrota. Debió de ser a la vez deprimente y aterrador.
Presenció a la famosa democracia ateniense en su situación más terrible e irresponsable, con la gente pensando tan solo en su propio poder, no en lo que era mejor para la ciudad en su conjunto. Votaron entusiasmados a favor de la invasión de la rica Sicilia, se deleitaron con las victorias de Acibíades, pero lo desterraron a la primera derrota. En una votación que probablemente era inconstitucional y, sin duda, desacertada, condenaron a muerte a ocho de sus diez generales electos tras una batalla naval en 406; los atenienses habían ganado el enfrentamiento, pero se desató una tormenta que imposibilitó que los generales rescatasen a más de dos mil atenienses y sus aliados que habían naufragado y luchado en las aguas hasta que se ahogaron. La mayoría de los remeros de la armada ateniense procedían de los estratos más pobres de la sociedad, a los que también pertenecían la gente de la ciudad que votó condenar a los generales de clase alta. En años posteriores, Platón nunca fue un simpatizante de la democracia, aunque hacia el final de su vida acabó reconociendo que debe permitirse que el pueblo tenga voz y voto en la vida política de su comunidad; en su juventud contempló los efectos desastrosos del gobierno de gente que no era experta en política, y siempre se aferró al ideal del líder político verdaderamente conocedor de lo que hacía. Probablemente hubiera estado de acuerdo con Alcibíades, que describía la democracia ateniense como una «reconocida insensatez»(7).
La Atenas de la juventud de Platón era una ciudad sumida en el desorden. Los estándares morales estaban en un proceso de cambio continuo, como a menudo sucede en tiempos de guerra, y en su vida posterior, Platón siempre defendió unos elevados estándares morales. La ciudad estaba dividida a lo largo de líneas tanto de clase como de generación, y Platón siempre insistió en que la unidad y la concordia eran cruciales para la estabilidad política, y esa estabilidad era a su vez crucial para que la gente prosperara y se realizara. «¿Podríamos describir algo peor para una comunidad», se pregunta Sócrates en la República de Platón, «que aquello que la desgarra y destruye su unidad? ¿Y podríamos describir algo mejor para una comunidad que aquello que la articula y la une?». Afirma que una comunidad dividida ni siquiera merece ser llamada comunidad, citando específicamente las disensiones entre ricos y pobres como la principal división, de la cual surgen todas las demás(8).
La familia inmediata de Platón
Ilustración 1.1 La familia de Platón
La familia de Platón era muy distinguida (véase Ilustración 1.1). Tanto su padre como su madre podían citar a ilustres estadistas de siglos anteriores entre sus antepasados y, a la manera de las familias aristocráticas atenienses, su familia paterna incluso remontaba su linaje al dios Poseidón. No obstante, Platón albergaba, o llegaría a albergar, sus dudas acerca de esas afirmaciones(9). La riqueza de la familia se basaba —como era típico— en las antiguas familias de la élite ateniense, en su propiedad de tierras. El padre de Platón, Aristón, era hijo de Aristocles, del demo de Colito y la tribu egeide; y su madre, Perictione, era hija de Glaucón. Platón tenía dos hermanos mayores, Adimanto y Glaucón, y una hermana también mayor que él, Potone. Adimanto nació probablemente en 430 y Glaucón al año siguiente, dado que ambos eran lo bastante mayores para participar en una batalla fuera de las fronteras de Ática en 409. Un poema dirigido a ellos empezaba: «Hijos de Aristón, descendientes divinos de un eminente progenitor»(10). Potone nació alrededor de 426, y Platón debió venir al mundo en 424 o 423. Potone se casó con un hombre llamado Eurimedonte, y en 407, más o menos, dio a luz a un hijo, Espeusipo, que se convertiría en un famoso filósofo por méritos propios y sucedió a Platón como escolarca de la Academia. En la década de 360, si hemos de creernos la información de la pseudoplatónica Carta Décimotercera, Platón tenía cuatro sobrinas nietas, hijas de los hijos de sus hermanos.
Ilustración 1.2. Platón. Este busto es una copia romana de la cabeza de una estatua que se colocó en el jardín de la Academia, la escuela que fundó Platón, poco después de su muerte. Forma parte de la colección del Altes Museum de Berlín.
En cierto momento, surgió la historia de que el nombre de pila de Platón era Aristocles, por su abuelo, y que Platón era un apodo que perduró. Las biografías antiguas y otras nos dicen que lo llamaron «Platón» porque era gordo o regordete (platus en griego) o tal vez «amplio», en el sentido de tener un intelecto de gran capacidad. Una vez concluyeron que «Platón» era un apodo, tuvieron que inventarse otro nombre para él y decidieron, no sin buenas razones, que Platón había sido llamado originalmente Aristocles por su abuelo. Pero eso es una tontería: sabemos de los muchos Platones que había en Atenas y en toda Grecia en los siglos V y IV (entre ellos otro famoso, autor de comedias). Era un nombre perfectamente normal(11). Además, la habitual práctica de ponerle al hijo el nombre de su abuelo se reservaba para el hijo mayor. De manera que el nombre completo del futuro filósofo era Platón, hijo de Aristón, del demo de Colito y la tribu ageide (véase Ilustración 1.2)(12).
Todos los ciudadanos atenienses con derechos plenos pertenecían a un demo y una tribu hereditarios. Un demo era una circunscripción administrativa —había 139 en el Ática—, pero una persona podía pertenecer a un demo sin haber vivido en él. Se le registraba en el demo en que su antepasado había sido inscrito en la época de la reforma de la sociedad ateniense, siguiendo pautas democráticas muy a finales del siglo VI, tanto si su familia seguía todavía asentada ahí como si no. El demo de Platón, Colito, se ubicaba intramuros, al sudoeste de la Acrópolis; él bien podría haberse criado allí de niño y joven, en el corazón mismo de la ciudad. Y por razones administrativas, todos los ciudadanos atenienses pertenecían a una de las diez tribus; los miembros de cada tribu participaban juntos en diversos rituales cívicos y religiosos, y luchaban codo con codo en el campo de batalla. Las diez tribus llevaban el nombre de héroes y reyes locales legendarios. Aegeis estaba dedicado a Egeo un antiguo rey al que se recordaba como padre de Teseo (y que le dio nombre al mar Egeo).
Platón probablemente había nacido en la isla de Egina en el golfo Sarónico, al sudoeste de Atenas. La isla fue tomada por los atenienses en 431, el quinto año de la Guerra del Peloponeso. Seguidamente expulsaron a los isleños, quienes, a causa de su larga hostilidad hacia Atenas, mantenían buenas relaciones con los espartanos, enemigos de Atenas, y esta repobló la isla con sus ciudadanos, entre ellos Aristón. Egina, que se hallaba cerca del Peloponeso, serviría de útil base naval para los atenienses. Pero al poco tiempo, la familia volvió a mudarse a Atenas, tal vez pensando que era peligroso permanecer en la isla. Aristón seguramente conservó la tierra que se le había asignado en la isla, pero, como propietario ausente, dejó que la finca la gestionasen en gran medida esclavos. Se trataba de una práctica común, sobre todo para la gente que quería estar cerca del centro político, Atenas. Sin embargo, después de su victoria en la Guerra del Peloponeso en 404, los espartanos devolvieron la isla a sus antiguos moradores, o, al menos, a los que habían sobrevivido; durante la guerra, los atenienses habían atacado el lugar donde los desdichados eginetas habían sido asentados por los espartanos, y asesinaron a cuantos de ellos pudieron atrapar. La hostilidad egineta hacia los atenienses podría haber tenido en una ocasión consecuencias directas sobre la vida de Platón, como veremos más adelante.
Después de retornar a Atenas, Aristón falleció, bien fuera poco antes o poco después del nacimiento de Platón. Con la ley ateniense, las mujeres no podían poseer propiedades, y todos los hijos de Perictiones eran todavía menores de edad, de manera que se casó con su tío Pirilampo. Eso no se consideraba incestuoso; era una forma normal de asegurar que la herencia permaneciera en la familia. Siendo así, Platón no conoció a su progenitor natural, y Pirilampo fue a todos los efectos su padre.
Pirilampo era otro hombre distinguido, famoso por criar pavos reales en su finca. Fue la opción preferida por los atenienses como embajador ante el rey de Persia o sus sátrapas en Asia Menor, y por eso pasaba tiempo fuera de la ciudad. Persas y griegos eran vecinos, en el sentido de que el imperio del Gran Rey se extendía desde Afganistán y el Punyab hasta la costa occidental de lo que hoy conocemos como Turquía. El imperio abarcaba más del diez por ciento del planeta, y, a principios del siglo V, los persas habían intentado añadir a los griegos a su imperio. Fracasaron, gracias a una asombrosamente valerosa resistencia de una gran coalición griega dirigida por Esparta y Atenas, pero Persia siguió suponiendo una amenaza, y los griegos a menudo consideraban necesario enviar embajadores. Fue durante una de esas misiones representando a Atenas cuando Pirilampo compró sus famosos pavos reales; no eran los primeros que se veían en Atenas —anteriores embajadores enviados al este también los habían recibido como regalo—, pero todavía resultaban deliciosamente exóticos. Platón hizo un cumplido a su padrastro en uno de sus diálogos, mientras explicaba por qué la apostura de uno de los sobrinos de Pirilampo era típica de la familia: «Siempre que iba a la corte del Rey persa o se encontraba en otra misión diplomática en Asia, se consideraba que superaba a todos los demás hombres del continente en belleza y grandeza»(13). El supuesto de que un exterior bello indicaba poseer un interior no menos bello era más o menos universal en la antigua Grecia.
Pirilampo murió en la sesentena, en el año 413, pero a esas alturas Adimanto era lo bastante mayor para ejercer como jefe de la familia, así que Perictione no se vio obligada a casarse de nuevo. Pirilampo y Perictione tuvieron un hijo llamado Antifonte, nacido alrededor de 421. No sabemos prácticamente nada de las actividades de este hermanastro. Platón lo convierte en narrador del diálogo Parménides, lo que presumiblemente indica un interés por la filosofía; pero no parece haber dado más de sí, y más adelante en su vida mostró mayor interés por la crianza de caballos que por el pensamiento abstracto, y buena parte del Parménedis es muy abstracto.
Sabemos muy poco de las vidas de los hermanos de Platón. Glaucón, con certeza, y Adimanto, seguramente, tuvieron ambiciones políticas, pero ninguno de los dos destacó. Aunque sí tuvieron apariciones esporádicas en los diálogos de Platón, la más famosa como principales interlocutores de Sócrates en la República. Glaucón también aparece conversando con Sócrates en una de las obras socráticas escritas por el contemporáneo de Platón, Jenofonte, y se le atribuye la autoría de diálogos en los que incluye a Sócrates. Fuera verdad o no, ninguno de esos diálogos ha sobrevivido. Adimanto era lo bastante cercano a Sócrates para encontrarse entre los asistentes a su juicio en 399, junto a Platón. En cualquier caso, podemos suponer con cierta seguridad que tanto Glaucón como Adimanto conocieron a Sócrates, y por tanto su principal contribución a la vida adulta de Platón, y a la posteridad, probablemente, haya sido que, en un momento dado, presentaron a su hermano menor a su maestro. Platón debía de saber que la República sería uno de los libros más importantes que escribiría; convertir a sus hermanos en interlocutores de Sócrates —y distan de ser los interlocutores de Sócrates menos inteligentes en los diálogos— fue seguramente una forma de agradecérselo.
La familia extensa de Platón
Tras la muerte de Aristón, Platón quedó bajo la protección de la familia de su madre, que incluía, además de a Pirilampo, a otros dos destacados políticos. Critias era el primo hermano de Perictione. Era un conocido autor de poemas y obras dramáticas y un admirador de la constitución y el estilo de vida espartanos, que elogió en un par de obras(14). En términos de la gran polaridad de la política de la antigua Grecia en el periodo Clásico, oligarquía versus democracia, él era un oligarca, y su lugar en la historia quedó asegurado cuando se convirtió en uno de los líderes, y probablemente en el ideólogo, de los Treinta Tiranos. Sin embargo, Pirilampo era demócrata. En tiempos de guerra, es fácil que la política divida a una familia.
De manera que cuando Platón contó en la Carta Séptima que tenía parientes entre los Treinta, estaba pensando en primer lugar en Critias, pero también recordaba al hermano de Perictione, Cármides. Los Treinta designaron un consejo de diez hombres para administrar El Pireo, el puerto de Atenas, y Cármides fue uno de ellos. Junto a Critias, se le había considerado sospechoso de estar implicado en un frustrado golpe de Estado oligarca en 415, y, después de ese episodio, huyó de la ciudad y fue condenado a muerte in absentia. He indicado que el principal desencadenante de la revolución de la oligarquía de 411 fue que los ricos se estaban viendo reducidos a una pobreza relativa, y sabemos que Cármides la había padecido(15). En 411 seguía en el exilio, de otro modo parece probable que hubiera participado en el golpe oligárquico que tuvo lugar por entonces.
Los lazos de Critias con la familia cercana de Platón se estrecharon todavía más cuando se hizo amante de Glaucón. En la sociedad ateniense de clase alta, el «amor griego» (un término para la homosexualidad acuñado en el siglo XVIII) no se consideraba una perversión frente a un estándar heterosexual visto como normal. Aunque, naturalmente, los hombres a veces se convertían en amantes de larga duración (como lo fueron el dramaturgo ateniense Agatón y un tal Pausanias, que aparece en el Banquete de Platón), la forma más frecuente de homoerotismo era la paiderastia —«deseo sexual por los jóvenes» aproximadamente desde los catorce años—. Se aceptaba que un joven noble poseía un cierto tipo de belleza y que los hombres mayores se sentirían atraídos por él e intentarían distinguirse de los demás consiguiendo sus favores. Pero la atracción de un hombre por un chico no decía nada, en nuestros términos, sobre su sexualidad; no lo convertía necesariamente en gay ni bisexual en lugar de heterosexual. Cuando los griegos pensaban en el sexo, se centraban menos en el género de las personas implicadas que en sus papeles: quién penetraba y quién era penetrado. En cualquier caso, la relación no era necesariamente sexual.
Si se daba una aventura, fuera sexual o no, los implicados seguramente serían fieles entre sí y, habitualmente, permanecerían juntos durante unos años, mientras el joven fuera imberbe. Lo que el joven sacaba de la relación —y esa es la razón de que se tratara de un fenómeno de clase alta— era una forma de mecenazgo. A cambio de «gratificar» a su amante, como los griegos decían con elegancia, él esperaría que el hombre mayor se comportara como un guardián añadido en la vida pública, que lo introdujera en los mejores círculos sociales y, más tarde, tal vez años después de que hubiera acabado la vertiente sexual de la relación, que le ayudara a entrar en la vida política de la ciudad-Estado. Como joven de alta alcurnia, es muy probable que Platón tuviera a un amante masculino como mecenas.
Platón escribió dos diálogos soberbios celebrando el amor homosexual masculino, su potencial y ramificaciones filosóficas, el Banquete y el Fedro, y se encuentran elementos homoeróticos también en otros diálogos.
Y en ese momento, vi lo que había bajo la ropa de Cármides y me sentí arder. ¡Entré en éxtasis! Me di cuenta de lo experto en el amor que era Cidias, cuando al referirse a un joven hermoso aconsejó que «no debe presentarse como un cervatillo ante un león para no acabar hecho pedazos». Sin duda, me sentí como si yo hubiera sido atrapado por una criatura así(16).
Platón nunca escribió en ese estilo sobre el amor heterosexual. Como consecuencia, la comunidad gay a menudo se ha apropiado de él como si fuera un miembro más del grupo. Pero lo que he dicho unas líneas más arriba contextualiza esa afirmación. Es posible que Platón fuera gay, al menos en nuestros términos(17), pero bien podía haber dado un inusual giro filosófico al tipo de relaciones que veía a su alrededor en Atenas. Los hombres atenienses de clase alta no solían casarse por amor sino más bien por las conexiones políticas y comerciales que sus esposas podían aportar a la familia. De manera que la mejor ocasión a su alcance para sentir pasión era en una relación con un amante o una amada, y es precisamente la energía de la verdadera pasión lo que interesaba a Platón en el Banquete y el Fedro, en especial la posibilidad de que esa energía se canalizara hacia fines filosóficos y que cambiaran la vida. No se casó, pero en el contexto de la antigua Atenas, pese a no ser habitual, es un criterio carente de sentido para valorar la sexualidad de una persona. No obstante, irónicamente, en la ciudad-Estado que imagina en las Leyes, haría obligatorio que todo hombre se casara entre las edades de treinta y treinta y cinco años.
Primera educación
No tenemos ninguna prueba sobre la primera educación de Platón, pero se habría ajustado a las normas griegas habituales. La enseñanza estaba pensada sobre todo para socializar a los niños, para adoctrinarlos en los valores de su sociedad. Por tanto, no es sorprendente que Platón fuera, en muchos sentidos, un hombre de su época. En la vida real tenía esclavos: se mencionan cinco esclavos domésticos en su testamento, y cada una de sus granjas habría sido trabajada y administrada por otra media docena aproximadamente, como ocurría en todas las granjas —tanto daba su tamaño— y no solo en las sociedades imaginarias de Calípolis y Magnesia (las que aparecen, respectivamente, en la República y las Leyes) tenían esclavitud institucional, sino que los castigos que Platón imaginó para los delitos cometidos por esclavos en Magnesia eran más severos que los existentes con la legislación ateniense.
Por otro lado, aunque al concebir Calípolis la lógica de su argumentación le obligaba a admitir que unas pocas Guardianas femeninas de la ciudad pudieran ser las iguales morales e intelectuales de sus equivalentes masculinos, y que en Magnesia las mujeres son ciudadanas de pleno derecho, como los hombres, en realidad parece que Platón pensaba que las mujeres eran inferiores a los hombres. Sostenía que si los hombres asumieran las actividades que se les reservan tradicionalmente a las mujeres, ellos demostrarían que las cumplían mejor que ellas; que eran más inteligentes que ellas; que desvalijar cadáveres en un campo de batalla es un rasgo típico de las mentes femeninas; que un hombre cobarde renacerá en su siguiente encarnación como mujer; que las mujeres son más reservadas y taimadas que los hombres. Incluso parece que en las Leyes a las mujeres se les niega el acceso a cargos políticos elevados. Por decirlo con crudeza: a Platón le interesaban menos las mujeres en cuanto tales que lo que le interesaba su potencial para ser hombres.
La educación escolar en la antigua Grecia distaba mucho de ser universal: no había muchos estudiantes y no se les exigía que hicieran gran cosa. La educación formal empezó en Atenas alrededor de principios del siglo V, pero los maestros seguían siendo pocos e infravalorados en el período Clásico, además de no contar con el apoyo del Estado. Las escuelas no eran instituciones separadas de los maestros que las dirigían, y no podían sobrevivir a la muerte de un maestro, ni tampoco se alojaban necesariamente en edificios o salas dedicados a ellas exclusivamente. Las chicas y chicos de las familias más pobres podían recibir una educación muy elemental en casa; los chicos que tenían la suficiente fortuna para salir de casa recibían clases esporádicamente, durante unas pocas semanas o años, a cargo de tres tipos de escuelas. En una, un grammatistes les ensañaba a leer, escribir y aritmética, y les hacía estudiar e incluso aprender y recitar fragmentos sustanciales de poesía épica, dado que, en especial la de Homero, era considerada como una fuente de sabiduría en muchas áreas (véase Ilustración 1.3). Más adelante, Platón criticaría las expectativas de que, al estudiar poesía, la gente recibiría modelos que emular; en su opinión, manifestada sobre todo en la República, los dioses y otros personajes descritos por Homero y demás eran con frecuencia demasiado corruptos para servir de ejemplo. El conjunto de habilidades que proporcionaba un grammatistes era tan básico que seguramente los hijos de algunas familias pobres también asistían a este tipo de escuela, que no era muy caro.
Ilustración 1.3. Detalle de una vasija del artista Duris, del siglo V a. C. En el centro, el maestro sentado comprueba el recitado del alumno que está de pie ante él. Detrás del chico se encuentra un esclavo que le acompañaba en público para asegurarse de que no se metía en líos. A la izquierda, otro practica con su lira. Pertenece a la Colección de Antigüedades Clásicas de la red de Museos Nacionales de Berlín.
Las otras dos escuelas estaban mucho más especializadas y eran para los hijos de la élite. En una kitharistēs se enseñaba música, canto, baile y a los poetas líricos, de manera que los chicos supieran defenderse en un banquete culto y participar en los festivales corales. Un paidotribēs supervisaba su educación física en un gymnasium (probablemente de propiedad pública) o una «palestra» («pista de lucha», probablemente de propiedad privada), con el fin de prepararlos para todas las formas de competiciones atléticas y para la guerra. «A los hijos de los caballeros se les enseñan cosas como leer y escribir, tocar la lira, luchar y otros deportes»(18). Se decía que Platón había destacado en la lucha, aunque la tradición anecdótica llega tan lejos como para afirmar que compitió en los juegos panhelénicos e incluso ganó en las Olimpiadas. Las biografías antiguas parecen conocer los nombres de los maestros de Platón: un tal Dionisio fue su grammatistēs(19), Dracón de Atenas y Metelo de Agrigento fueron sus kitharistai, y Aristón de Argón fue su paidotribēs. Basándose en la autoridad de Espeusipo, del que se dice que extrajo la información de los «documentos de la familia», se nos dice que Platón fue estudioso y precoz(20). Ambas cualidades parecen probables.
La educación escolar era vista como complementaria a la compañía de adultos, de quienes uno podía aprender, por imitación, el comportamiento y los patrones de pensamiento que se esperan de un ciudadano. Platón esbozó este aspecto de la educación infantil en Protágoras(21):
Empezando desde la infancia, a lo largo de toda la vida, la gente enseña y corrige a sus hijos. En cuanto un niño comprende lo que se le dice, su nodriza, su madre, su cuidador y el propio padre se esfuerzan para que el niño sea lo mejor posible. En todo lo que hacen y dicen, le enseñan y le muestran lo justo y lo injusto, lo bueno y lo malo, lo piadoso y lo impío, lo que es un comportamiento aceptable y qué es inaceptable... Y más tarde, cuando lo envían a la escuela, le dicen a los maestros que presten mucha más atención a que los niños aprendan buen comportamiento que a que aprendan a leer y escribir o a tocar la lira.
Sin embargo, para la mentalidad de Platón, eso era un método discutible: los eminentes estadistas atenienses Temístocles y Pericles eran (supongamos) hombres buenos y criaron correctamente a sus hijos, pero los hijos resultaron ser mediocres(22). ¿Por qué? ¿Acaso no puede enseñarse la excelencia (virtud, aretē)? Es posible incluso que esa pregunta fuera la que incitó a Platón a hacerse filósofo. Ocupa un lugar destacado en Menón y Protágoras y aparece esporádicamente en muchos otros textos.
En Atenas, la asistencia a los festivales dramáticos era otra parte de la educación de un chico, y tal vez una de las pocas que la daba una noción de pensamiento crítico, dado que las obras dramáticas, aunque ubicadas en el pasado legendario, planteaban invariablemente problemas sociales y políticos que eran importantes para la Atenas contemporánea. Los poetas trágicos eran considerados «los maestros de Grecia»(23), Platón creció en una época en que el trágico Eurípides, el más filosófico de los dramaturgos, estaba en la cima de su popularidad. Sin embargo, Platón criticaría más adelante los dramas como una forma de retórica que podía hacer que la gente creyera ciertas cosas pero era incapaz de inculcar conocimiento(24). En otro tipo de festival, recitadores profesionales e intérpretes de poesía épica conocidos como «tejedores de canción» («rapsodas», como el Ion del diálogo de Platón) perpetuarán y ahondarán la comprensión de su público de Homero y otros poetas. Otro aspecto igualmente importante de la educación de un joven ateniense era la asistencia a la toma de decisiones del pueblo en la Asamblea y los tribunales, y escuchar los cotilleos y las conversaciones en el Ágora, la plaza central de Atenas, para aprender qué merecía la aprobación o la censura comunitaria. A unos pocos chicos, solo de la aristocracia, se les socializaba más al ser acogidos bajo las alas de un amante mayor (véase Ilustración 1.4) como se ha mencionado antes.
Para un niño de clase alta como Platón, la asistencia a los banquetes también formaba parte de su educación cuando por fin se le permitía unirse a sus hermanos mayores en el andrōn —la «estancia reservada a los hombres» de una casa, donde se celebraban los banquetes— de su padre y de otros. La palabra «symposium» significa literalmente «fiesta para beber», pero eso tiene connotaciones equívocas para el lector moderno; los griegos no bebían jerez ni mordisqueaban frutos secos salados, y no había ninguna mujer presente —o, en cualquier caso, ninguna respetable— en un banquete. La ingesta de licor era ciertamente el propósito principal de la fiesta, pero antes se cenaba. Había una clara interrupción después de la cena, mientras se recogía la estancia y se realizaban rituales, y a continuación empezaba la bebida.
Se consumía mucho vino, aunque muy diluido. Pocos banquetes eran orgías de borrachos; lo que importaba —al menos, en los círculos cultos— era mantenerse en el límite creativo de la embriaguez. Aunque podía haber diversiones contratadas, ofrecidas por jóvenes bailarinas, acróbatas o mimos, se esperaba que los invitados se entretuviesen también entre ellos. Tras un himno a los dioses, se acomodaban para entablar conversaciones ingeniosas y elegantes, cantar canciones mientras se acompañaban con la cítara, recitar poesía —incluso composiciones propias—, bailar, preguntar acertijos, contar chistes, y jugar a juegos como el cótabo, que consistía en verter las gotas residuales del fondo de la propia copa sobre un blanco. Así es como Platón debió de ser introducido en el refinado mundo de los salones de la literatura intelectual y los hombres cultos. En las Leyes se extiende sobre la importancia educativa de los banquetes debidamente organizados.
Ilustración 1.4. Escena de un banquete homoerótico. Un hombre mayor (a la derecha, con barba) y un adolescente comparten un diván en un banquete. Fotografía de Carole Raddato tomada en el Parque Arqueológico de Paestum.
El joven poeta
Se dice que Platón había estudiado pintura, pero no parece probable: no era un interés habitual entre la clase alta. Al menos dos de los escritores que perpetúan esta información señalan un pasaje del Timeo como prueba de que Platón tenía conocimientos de pintura. Así que aquí tenemos un caso explícito de la arriesgada táctica de deducir detalles de la vida de una persona a partir de lo que él ha afirmado en sus obras escritas. De manera más sistemática, la tradición biográfica sostiene que, incluso de joven, Platón pretendió ser escritor. Pero todavía era exigua la tradición de escritura en prosa, y estaba limitada en gran medida a unas pocas obras de medicina e historiografía, tratados técnicos y manuales, así como a discursos políticos o de ciencia forense. La filosofía —palabra que, en tiempos de Platón, abarcaba todo, de la lógica a la geografía— también estaba siendo perpetuada en prosa, sin duda, así como en poesía, pero tendían a ser obras breves y dogmáticas. Esto se debía en buena parte a que, hasta solo un par de décadas antes del nacimiento de Platón, la literatura se escribía primero para representarla y solo en segundo lugar para publicarla. Pero, en el momento en que él redactaría diálogos en el siglo IV, los libros se escribían ya directamente para su publicación, de manera que podían ser más largos y menos dogmáticos, en el sentido de que los lectores podían demorarse sobre un argumento y evaluar su validez y su repercusión sobre ellos mismos.
Platón y algunos otros seguidores de Sócrates iban a revolucionar para siempre lo que podía hacerse con la prosa filosófica. Pero, según parece, él se sintió primero atraído por la escritura de poesía; tal vez quiso seguir los pasos de Critias y combinar una carrera política con la autoría. Pero la historia que cuenta que destruyó sus primeras tragedias tras su «conversión» a la filosofía(25) es un cliché de tal calibre que nos inclinaríamos a descartar el conjunto entero de historias como falsas, si no fuera por su plausibilidad. Como todo joven bien educado con aspiraciones literarias, y como participante en banquetes, es muy probable que probara suerte con la poesía. «Siento una especie de admiración fascinada por Homero desde que era joven», le hace decir a Sócrates en la República, seguramente hablando en su propio nombre(26). Y Platón ciertamente poseía cierto sentido de lo trágico; nadie que lea la secuencia de diálogos sobre el juicio y la muerte de Sócrates (Apología de Sócrates, Critón, Fedón) puede albergar la menor duda al respecto.
Nos han llegado treinta y un epigramas con el nombre de Platón. Sin embargo, tres de ellos no se atribuyen a «Platón» sino a «Platón el joven», tal vez otro escritor homónimo, por lo demás desconocido. La mayoría de los epigramas pueden encontrarse en la Antología griega, una recopilación de miles de poemas que se concluyó en el siglo XIII o XIV de la e.c.; también aparecen once, todos poemas de amor, en la biografía escrita por Diógenes Laercio (nueve de los cuales se encuentran así mismo en la Antología griega). Un epigrama es un poema breve y fácil de recordar, originalmente utilizado para conmemoraciones y funerales, tal vez aparece grabado en la base de una estatua que conmemorara la vida de la persona esculpida. En el siglo III se había convertido en una forma artística por propio derecho y se utilizaba sobre todo para conmovedoras reflexiones sobre asuntos amorosos. Esa es la razón por la que ninguno de los poemas de amor atribuidos a Platón por Diógenes Laercio es auténtico: se ajustan exactamente a los estándares establecidos mucho después de la muerte de Platón y más tarde aún de la época en que supuestamente los habría compuesto, durante su juventud o su primera madurez. Al menos uno de los epigramas fue, de hecho, compuesto por otro poeta a principios del siglo III y de algún modo acabó siendo atribuido, en una versión levemente alterada, a Platón.
Lo que sucedió fue seguramente lo siguiente: la gente conocía las aspiraciones literarias juveniles de Platón, y también se sabía que, según la tradición biográfica, se suponía que había mantenido varias relaciones amorosas con hombres y mujeres. Así que se inventaron epigramas con su nombre dirigidos a algunos de sus supuestos amantes y a otros que podría haber conocido: Agatón de Atenas, el dramaturgo (en cuya casa se celebra el banquete del Banquete); Dión, el amigo y alumno de Platón de Siracusa; Jantipa, la esposa de Sócrates; Fedro (llamado «Aster» en los epigramas), por el cual Platón puso nombre a uno de sus diálogos. La mayoría de los detalles históricos están equivocados: es imposible que Platón hubiera dedicado un poema de amor a la mujer de Sócrates, ni habría tratado a Agatón ni a Fedro como sus amantes jóvenes cuando eran mayores que él. Pero quienquiera que escribiese esos epigramas concretos podría haber pretendido hacerse pasar por Platón encarnando a Sócrates, como hace en estos diálogos.
Mientras yo besaba a Agatón, tenía el alma en los labios,
la pobre se acercó a ellos para salvar la distancia entre nosotros.
Contemplas las estrellas, Aster, ¡estrella mía!
¡Ojalá fuera yo el firmamento!
Entonces ¡te contemplaría con una infinidad de ojos!
El dirigido a Dión es en realidad un poema conmemorativo, pero con un giro amoroso al final(27):
Las lágrimas fueron repartidas por las Moiras
en su nacimiento
a Hécuba y las mujeres de Ilión.
Pero sobre ti, Dión, que habías recibido
un trofeo de victoria por tus nobles hazañas,
los dioses habían vertido grandes esperanzas.
Ahora reposas en tu espacioso país,
honrado por tus conciudadanos.
¡Dión, haces que mi espíritu enloquezca de amor!
Los demás epigramas —los que no conservó Diógenes— son en su mayoría conmemorativos. Cabe la posibilidad de que uno o más de ellos hayan sido escritos en realidad por Platón, pero no hay forma de saberlo. Aquí sigue uno bastante simple que recuerda al gran poeta Píndaro, escrito principios del siglo V:
El hombre que reposa aquí agradaba a los extranjeros
y era querido por sus conciudadanos...
Píndaro, servidor de las melodiosas Musas.
Otro poema honra a otra famosa poeta:
La gente dice que hay nueve Musas. ¡Qué descuidada!
Mirad a Safo de Lesbos: es la décima.
Un epigrama especialmente conmovedor homenajea a los habitantes de la ciudad de Eretria, en la isla de Eubea. En un famoso incidente, los eretrios se habían unido a los atenienses en un ataque contra los persas de Asia Menor a principios del siglo V, en apoyo de una rebelión contra el dominio persa de las ciudades griegas de Asia Menor. En 490, los persas respondieron enviando un ejército que, como es bien sabido, fue derrotado por los atenienses en la batalla de Maratón. Pero antes de llegar a Maratón, los persas saquearon Eretria y organizaron el traslado de sus habitantes a la distante e interior Media, en lo que en la actualidad es el noroeste de Irán(28).
Aquí yacemos en el medio de las llanuras de Ecbatana,
quienes antes navegábamos las profundas aguas del mar Egeo.
Adiós, muy afamada Eretria, ¡en el pasado nuestro hogar!
¡Adiós, Atenas, vecina de Eubea!
¡Adiós, amado mar!
Son buenos poemas, pero no llegan a excepcionales. Si alguno de ellos lo hubiera escrito Platón, podría haber estado recordando sus empeños poéticos juveniles cuando los escribía(29):
Un tercer tipo de locura y de posesión viene de las Musas. Cuando se hace con un alma tierna e inmaculada, y la agita en un frenesí para componer odas y otra clase de poesía, y así educa a las futuras generaciones glorificando las infinitas hazañas del pasado. Pero aquel que se aproxima a las puertas de la composición poética sin la locura de las Musas, con la convicción de que solo con la técnica se hará un poeta competente, se engaña. En su cordura, tanto él como su poesía se verán eclipsados por los locos.
Tal vez Platón creyó que simplemente era demasiado sensato y racional para ser un gran poeta.
Madurez
Los varones atenienses eran formalmente alistados por sus demos como ciudadanos a los dieciocho años. Por tanto, Platón habría sido registrado en 406 o 405. Aristóteles nos ha dejado una descripción del trámite que no era sustancialmente distinto en la época de Platón y en la suya(30).
Los hombres pertenecen al cuerpo de ciudadanos si sus progenitores también lo son por ambas ramas familiares, y se registran como miembros de sus demos a la edad de dieciocho. Cuando se han registrado, los miembros del