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Siglos atrás, unos conquistadores encontraron una máquina en medio de la selva. decidieron quedarse junto a ella y fundaron un pueblo para cuidarla. Con el tiempo, el pueblo siguió creciendo alrededor de la máquina, aun cuando ninguno de sus pobladores sabía para qué servía. Cuando la máquina pierde un tornillo y se empieza a descomponer, nadie duda que el mundo llegará a su fin. ¿Será posible?
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Seitenzahl: 43
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ilustrado por
Primera edición, 2009 Segunda reimpresión, 2012 Primera edición electrónica, 2014
© 2009, Ignacio Padilla, texto © 2009, Trino, ilustraciones
D. R. © 2009, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008
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ISBN 978-607-16-1938-9 (ePub)
Hecho en México - Made in Mexico
Los Expertos en Pueblos con Nombres Largos
Los bravos de don Sancho
Las bondades de la máquina
Un anuncio del alcalde Rojo
La Revolución de los Colores
Los amores de Ubaldo Guitarras y Teolinda la cirquera
Y la máquina perdió un tornillo
La batalla del tornillo
Preparativos para el fin del mundo
El regreso de Ubaldo Guitarras
El mundo después del fin del mundo
Despedida
No recuerdo cómo se llamaba el pueblo de mi cuento. Sólo sé que tenía un nombre largo. Hace unos días supe que cerca de mi casa viven los Expertos en Pueblos con Nombres Largos y pensé que ellos podrían ayudarme a encontrar el nombre de mi pueblo. Fui a verlos y les conté mi problema. Los expertos me miraron, acariciaron sus largas barbas, volvieron a mirarme. Finalmente me dijeron que tampoco ellos podían saber cómo se llamaba el pueblo de mi historia.
—¡Por favor, tienen que ayudarme! —les dije—. Si no recuerdo el nombre del pueblo no podré contar mi cuento.
El Gran Jefe de los Expertos en Pueblos con Nombres Largos me preguntó:
—Vamos a ver… ¿Cómo era tu pueblo?
—Era un pueblo pequeño —respondí.
—¡Ajá! —exclamó el experto—. ¡Un pueblo pequeño! ¡Me lo imaginaba! Los nombres de esos pueblos son los más difíciles de recordar.
—Éste tenía un nombre largo, larguísimo —dije.
—Todos los pueblos pequeños tienen nombres largos. Lo hacen para darse importancia —interrumpió el Experto Más Pequeño y Narigón.
—¡Pues éste sí que era un pueblo importante! —grité—. ¡Este pueblo tenía una máquina!
Los Expertos en Pueblos con Nombres Largos se miraron y se sonrieron como si pensaran que me había vuelto loco de remate. Entonces el Experto Más Pequeño y Narigón me dijo:
—Todos los pueblos tienen máquinas, amigo. Sobre todo los pueblos pequeños con nombres larguísimos.
—Ésta era una máquina muy especial —protesté.
—Todo mundo piensa que sus máquinas son especiales —dijo el Experto Más Viejo.
La verdad es que aquellos viejos empezaban a cansarme.
—Ésta era una máquina de verdad especial —dije—. Era una máquina enorme de acero inoxidable. Ocupaba la plaza entera y tenía en el centro una palanca de color azul.
—¡Ajá! ¡Ya veo! —dijo otra vez el Gran Jefe de los expertos—. Te refieres al Pueblo de la Máquina. Mira, aquí está. Éste debe de ser el pueblo de tu cuento.
El Gran Jefe me señaló un ancho mapa que estaba pegado en la pared de la oficina. Lo miré con mucha atención. Allí estaba el pueblo, exactamente donde debía estar: al otro lado de las montañas, junto a un río caudaloso, rodeado por una selva muy espesa. En el mapa de los expertos el pueblo era una tachuela roja, ni grande ni pequeña. Debajo de la tachuela, alguien había escrito con lápiz: Pueblo de la Máquina.
—¡Ése es! —exclamé—. Pero no se llamaba así; estoy seguro de que no se llamaba así.
Los Expertos en Pueblos con Nombres Largos volvieron a mirarme y volvieron a sonreírse como si todavía pensaran que estaba loco de remate. Entonces el Gran Jefe de los expertos me acercó una silla diciendo:
—Siéntate. Ahora por lo menos tienes un nombre para comenzar tu narración, ¿no crees? Cuéntala. Tal vez con el tiempo, cuando hayamos conocido los detalles, sepamos cuál es el nombre verdadero de ese lugar tan especial.
La idea me pareció buena. Sin pensarlo dos veces, tomé asiento y empecé a contar mi historia.
Nadie sabía de dónde había salido la máquina. Cuando yo era niño, el hombre más viejo de mi pueblo decía que la máquina ya estaba allí cuando él era niño. También decía que cuando él era niño, su abuela juraba que la máquina había estado allí desde antes de que existieran las vacaciones y el pueblo y los dinosaurios y hasta el sol.
A mí me parece que eso que decía el hombre más viejo de mi pueblo era una exageración. A los abuelos les gusta mucho exagerar. En la escuela, la señorita Anacoreta nos enseñó que la máquina fue encontrada en la selva por los fundadores del pueblo. Los hombres que fundaron el pueblo eran unos soldados con armaduras y barbas largas, que nunca se bañaban. Venían de Trapisonda, un imperio al otro lado del mar. Su jefe era el capitán Sancho de la Chatarra.