Qué bendición - JH de la cruz - E-Book

Qué bendición E-Book

JH de la cruz

0,0

Beschreibung

JH de la cruz es un reconocido gamer, influencer y predicador de la palabra en redes sociales, sus seguidores los más jóvenes podrán encontrar en este libro el mejor consejo que puedan recibir a su edad; la importancia de agradecer y valorar la fortuna de tener bendiciones que se dan por hechas, como el amor de una familia, un techo donde vivir, un ambiente sano donde crecer y vivir la adolescencia a plenitud. Un libro inspirador que tocará los corazones de niños y jóvenes con un testimonio de vida impactante que les enseñará en qué momentos cruciales de la juventud es decisivo decir NO

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 102

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



© 2023, J.H. de la Cruz

© 2023, Sin Fronteras Grupo Editorial

ISBN:978-628-7667-67-9

Edición:

María Lucía Ovalle Pérez.

Diseño y diagramación:

Leonardo Fernández Suárez.

Reservados todos los derechos. No se permite reproducir parte alguna de esta publicación, cualquiera que sea el medio empleado (impresión, fotocopia, etc.), sin el permiso previo del editor.

Sin Fronteras Grupo Editorial apoya la protección del copyright.

Diseño epub:Hipertexto – Netizen Digital Solutions

Contenido

Sí hay un camino.

Lo que no se alimenta tarde o temprano muere.

Sobre las decisiones que honran a Dios.

Los cielos azules.

De cómo decidí salir del ICBF.

Por las calles de Cartago.

De cómo decidí no andar en malos pasos.

No hay invierno que dure todo el año.

De cómo decidí quitarme la vida.

Esta vida es de guerrero.

De cómo decidí irme definitivamente del ICBF.

Jamás podrá alguien separarnos.

De cómo decidí seguir los caminos de Dios.

Hay un tiempo para todo.

De cómo decidí cambiar mi vida.

La dulce espera.

De cómo decidí estudiar para ser misionero.

Médico misionero.

De cómo decidí terminar mi bachillerato.

Las palabras, las oportunidades, los actos.

De cómo decidí salir de la universidad.

El milagro más grande.

De cómo decidí perdonar a mi familia.

Sí hay un camino

Este libro va dirigido a todas las personas que buscan redefinir el sentido de su vida. A quienes quieren encontrar nuevos caminos, a quienes perdieron la esperanza y a quienes todavía guardan alguna en su corazón.

J.H. de la Cruz cuenta su historia sin maquillar las dificultades, deja al descubierto su cuerpo, su mente y su alma no con el propósito de ganar fama, dinero o seguidores, sino con el fiel compromiso de dar a conocer su encuentro con Cristo Jesús. Exponer las cicatrices sin vanidad, dejar ver los golpes y las heridas que un día existieron —así como Jesucristo después de resucitado permitió que quedaran en su cuerpo las heridas de sus manos, sus pies, sus costados— es enseñarle al mundo que hay esperanza, que los milagros existen, y este libro es un testimonio de ello.

La vida está compuesta de emociones y decisiones que tomamos en cada momento y esta historia, la historia de vida de J.H. de la Cruz, no es la excepción. Sabemos que no hay una receta, que no hay un mapa o procedimiento que te lleve a alcanzar el éxito, que te diga cómo superar las dificultades en la vida. Pero sí hay un camino, una guía, un destino. Aunque tomar malas decisiones ponga nuestro camino cuesta arriba, cuando hay fe, paciencia y perdón, encontraremos que es posible recorrerlo.

Todo proceso tiene un inicio, un intermedio y un final. Espero que cada persona que reciba este regalo en sus manos encuentre que no ha llegado el final. Que este libro sea un despertar espiritual y que sus lectores puedan tomar las mejores decisiones de su vida e influenciar a su prójimo siendo hijos de Dios, como lo hizo J.H. de la Cruz.

Con amor,

Claudia María González AlasDirectora del Ministerio Bajo Sus Alas.

Lo que no se alimenta tarde o temprano muere.

Sobre las decisiones que honran a Dios.

“Atiende, hijo mío, a mis palabras, inclina tu oído a mis razones.

No las apartes de tus ojos, guárdalas dentro de tu corazón”.

Proverbios 4:20-21.

Todos los días tomamos decisiones, las tomamos a cada instante. Muchas de ellas no tienen mayores consecuencias, son decisiones menores, pero otras pueden cambiarnos la vida por completo. ¿De qué les estoy hablando? De la importancia que tiene tomar decisiones de manera consciente en cada momento de nuestra vida. Muchas veces vivimos sin ser conscientes de ellas, vamos avanzando en el camino de la vida sin darnos cuenta qué estamos eligiendo. Esto es algo tan común y cotidiano que permitimos que pase por alto. Pero aunque estas decisiones tengan poca o mucha trascendencia en nuestra vida, debemos adoptarlas pensando en honrar a Dios.

¿Y qué decir de la indecisión? Esto es aún peor. Muchas veces no nos damos cuenta de que estamos decidiendo no decidir. Y es que tomar decisiones no es fácil, es todo un reto. Pero si queremos alcanzar la madurez cristiana debemos aprender a distinguir lo bueno de lo malo, debemos abandonar la indecisión y vivir en armonía con nuestros principios y creencias, no con los de los demás. “Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto” (Romanos 12:2).

Muchas veces tomamos decisiones y de pronto nos damos cuenta de que no fueron las mejores. Aunque no haya vuelta atrás, hay que recordar que tenemos un Dios de gracia, un Dios de nuevas oportunidades, que siempre acompañará el camino que continúa. Como sucedió con el apóstol Pedro, ¡cuántos errores cometió! Pero Jesús le dio otra oportunidad, lo restauró, y ya conocemos la historia de cómo Dios lo usó. Si la decisión que tomamos fue errada, podremos volver con toda honestidad a él y reconocer que nos equivocamos, que fallamos, que queremos volver a intentarlo y hacerlo bien; y pedirle que nos enseñe, que nos guíe. Porque él con su gracia y su amor, al ver nuestra humanidad, nos dará otra oportunidad para que no volvamos a cometer los mismos errores. Porque no hay decisión tan mala que Dios no pueda restaurar en su gracia.

Una vez escuché de un pastor muy reconocido que el amor a Dios es como una moneda: en una cara está el amor y en la otra está la obediencia. El amor, para ser verdadero, debe tomar ambas caras. Decidimos con amor hacia nosotros mismos, hacia el prójimo y hacia Dios, pero también con la convicción de lo que estamos decidiendo. Debemos preguntarnos si estamos tomando decisiones en soledad o si estamos buscando consejos de personas sabias al momento de decidir, que puedan guiarnos con un consejo acorde a lo que necesita nuestro corazón. “Atiende, hijo mío, a mis palabras, inclina tu oído a mis razones. No las apartes de tus ojos, guárdalas dentro de tu corazón” (Proverbios 4:20-21).

Dios es claro y bondadoso en su palabra, nos habla a través de las personas que pone en nuestro camino, siempre es él guiándonos y nos permite en su eterna bondad encontrar a los hombres y mujeres que tienen temor de él para manifestarse, hablarnos y confirmar por medio de ellos lo que ya nos ha dicho o nos ha hecho sentir en nuestro espíritu: “Donde no hay buen gobierno, el pueblo se hunde; abundancia de consejeros trae salvación” (Proverbios 11:14).

Por muy difícil que parezca, si miramos con curiosidad, si escuchamos con atención, encontraremos el camino que estamos buscando. “Voy a instruirte, a mostrarte el camino a seguir; fijo en ti los ojos, seré tu consejero”, dice el Salmo 32:8. Es fascinante. La promesa de guiarnos y acompañarnos es cierta y de ella puedo dar fe. No es fácil entender lo que debemos hacer ni a quién acudir en momentos de dolor y dificultad, pero encontrar el camino de Dios fue lo que me permitió vivir en bienestar y felicidad. Como dije, no es fácil pues tenemos dos naturalezas en conflicto: la naturaleza carnal y la naturaleza celestial. Todo depende de cuál alimentemos más y con mayor frecuencia. La que más atendamos será la que tenga mayor control y dominio sobre nosotros. “Lo que no se alimenta tarde o temprano muere”, dice la sabiduría popular, y es conveniente exponerla en este momento para no olvidar que de lo que más nos llenemos es lo que tendremos para dar. Se es lo que se hace y lo que se hace eso se es. Si haces la voluntad de Dios eres un hijo de Dios, y porque eres hijo de Dios haces su voluntad.

A veces toma tiempo encontrar la respuesta que buscamos. Algunas veces el silencio es la respuesta, otras veces el tiempo te la da. Pero debemos confiar en que vamos a recibir la guía, en que vamos a tomar las decisiones más sabias honrando la fe de nuestro corazón. Personalmente, tomé muchas decisiones en el pasado para honrar a otras personas, me apena decirlo, pero así fue. En algunas ocasiones antepuse mi honor al de Dios, hice las cosas o dejé de hacerlas para que la gente viera en mí alguien firme de carácter y que de alguna manera pusiera su ojo sobre mí. Pero no fui fiel a mi palabra y a mi sentir. Sufrí una total falta de identidad, una necesidad de aprobación y un exceso de idolatría hacia mí mismo y hacia las demás personas. Hoy sé que debemos rendir honra a Dios con las decisiones que tomemos en nuestra vida, hacer su voluntad. Y que así él nos acompañará a vivir salvos, a vivir la verdad. Por eso, antes de darle cabida a un fuerte sentimiento y tomar una decisión, consúltalo. Piensa y analiza cuál es la naturaleza de tu deseo. Y si esta situación no trae paz a tu corazón, habla con Dios, espera en él.

Los cielos azules.

De cómo decidí salir del ICBF.

“Si mi padre y mi madre me abandonan, Yahveh me acogerá”.

Salmo 27:10.

Llegué al Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, ICBF, cuando tenía un año y ocho meses. No sé los motivos, pero ese fue el lugar que eligieron para mí. Allí crecí. El ICBF se convirtió en mi casa, una casa en la que viví por muchos años, aunque no me gustara. A mis ocho años casi no jugaba. Bueno, no jugaba como cualquier niño a esa edad jugaría. Solían ser muy estrictos conmigo y recuerdo que a raíz de eso empecé a ser muy desobediente, sentía que no me dejaban ser un niño feliz. No era un niño feliz, realmente.

La infancia es una de las etapas más importantes de la vida. Hay estudios que demuestran que los primeros siete años de vida de un niño determinan su carácter y el rol que los padres desempeñan en este periodo es fundamental. En mi caso, no crecí con mis padres y nunca sentí que las personas que estaban a cargo de mi cuidado estuvieran verdaderamente pendientes de mí, de mis necesidades afectivas o emocionales. A mis ocho años yo quería jugar, saltar, explorar, aprender. Pero lo que viví a esa edad fue un mundo lleno de normas impuestas para todo. Éramos casi 300 niños al cuidado de 50 personas, es decir, un tutor por cada seis niños. Evidentemente, eran necesarias las normas para evitar el caos, pero olvidaron que también era necesario el cuidado, la escucha, la atención. Para mí esos años fueron muy duros, casi como una cárcel con cadenas, esposas, rejas y un poco de fuerza humana para que las cosas con nosotros no se salieran de control. Todo esto hizo que a mis nueve años yo guardara un sentimiento de odio en mi corazón.

A esa edad, aunque sea difícil de creer, yo ya estaba tomando una decisión en mi vida: la decisión de alimentar un sentimiento de odio a raíz de lo que vivía en ese lugar. Cuando en el ICBF me decían que fui abandonado por mis padres y que no me querían empecé a sentirme rechazado, me preguntaba a mí mismo porqué no me cuidaban, porqué no me abrazaban, porqué no me daban juguetes ni querían pasar tiempo conmigo. A veces me regañaban, decían que mi comportamiento no era como el de otros niños, que no era el mejor. Todo esto alimentaba ese sentimiento de odio en mí. Sin embargo, fue en el ICBF, a mis nueve años, cuando conocí a Dios.