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Rebelión en Asturias relata la insurrección obrera de 1934 y la implacable represión del ejército enviado por la República para contenerla y que terminó por regar de sangre toda la región. Un año después de la sublevación, desde Argel y con solo 22 años, Albert Camus escribió esta obra de teatro como homenaje al espíritu de lucha del pueblo asturiano y a las más de 1500 personas que fueron asesinadas, en su mayor parte civiles. En palabras de Romain Rolland, «desde la Comuna de París no se había visto nada tan hermoso como el movimiento revolucionario de Asturias».
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La historiografía oficial presenta a Albert Camus como un escritor francés que obtuvo el Premio Nobel en 1957. Sin embargo, cuando se analiza mínimamente su trayectoria personal, escritos, declaraciones, manifestaciones…, en particular lo referido a España, se comprueba que esa que él mismo calificó como «segunda patria» tuvo en él más presencia e intensidad de la que podría deducirse si nos quedamos en una visión francocentrista del personaje. Diferentes autores se han ocupado de mostrar esta mirada personal de Camus para con un país que solo conoció con el corazón, pues no hizo a la tierra de sus antepasados maternos más que un viaje. En las líneas que siguen se esbozarán algunos perfiles de este Camus español que podemos encontrar entre las páginas de su obra, tan extensa como variada, pero también unos afectos que manifestó a lo largo de los años, afectos sustentados en algunas fuerzas que lo movieron. Para ello será preciso indagar en los espacios que fijaron las coordenadas de una personalidad llena de pasión por la vida. En primer lugar, se hará referencia a los fundamentos que lo situaron en el mundo (Los puntos cardinales), para encuadrarlo después en su espacio social (Los orígenes). A partir de ahí se esbozarán las que se consideran sus conexiones sentimentales con esta segunda patria (La España real y la España vivida) que lo movilizaron decisivamente (El militante) y lo impulsaron a ofrecer unas posiciones inequívocas con la realidad denominada España. Se continuará con la relación diversa que mantuvo con esta patria de los sentimientos (La España soñada) y se concluirá con una reseña de la pieza teatral Rebelión en Asturias, ópera prima en la que apuntó algunos de los perfiles que iban a conformar su obra posterior.
Los puntos cardinales
Una de las fuerzas que lo impulsaron en su devenir fue, por supuesto, Argelia, lugar donde nació, un espacio mestizo y lleno de sol pero, sobre todo, de Mediterráneo, verdadero universo mítico al que Camus regresará una y otra vez. La presencia de Argelia en la obra camusiana, señala Fernández Cardo,1 «perpetúa los ecos del «mediterraneísmo» que caracterizó un tiempo importante en la literatura argelina», un tiempo encarnado en la denominada «Escuela Norteafricana de las Letras». La otra fuerza, sin duda alguna, es España, una España íntima, profunda, llena de espacios para la admiración y también para la frustración, una patria emocional cargada de riquezas y de pobrezas, de anhelos y de fracasos. Esta segunda patria encontró acomodo en su interior y no lo abandonó jamás. La vivió a partir de su madre en primer lugar, en el seno de una familia a cuyos miembros se sentía íntimamente unido y que le enseñaron las primeras palabras, con ellos aprendió a caminar alumbrando una forma de ver el mundo. Bajo el sol de Argelia se sentía reconfortado; soñando con España se reconocía en sus ancestros. París, sin embargo, no lo vivió como un universo habitable de acuerdo con su idea de la existencia; poblado por mandarines dispuestos a escandalizarse por sus tomas de posición sobre los asuntos del mundo —la bomba atómica, el régimen injusto de la URSS, la pena de muerte…—, estos lo consideraron de una audacia intolerable sin entender que tenían ante ellos a un hombre fiel a sí mismo, fidelidad que no le resultó fácil mantener si consideramos que la principal herramienta a su disposición fue un humanismo compasivo que intentaba esencialmente entender al ser humano, capturado por sus contradicciones, sí, pero merecedor de comprensión y de compasión.
Hay mucho de España en Camus y en su obra, de una España más imaginada que real en la que un día se planteó, al menos teóricamente, instalarse, como asegura Virgil Tanase,2 volver a una patria liberada de Franco. Lo impidió la presencia del dictador en el poder, el fascismo que Camus no podía soportar por lo que tiene de injusto, de desigual, de empobrecedor. Por ello, parece muy justificada una revisión de su españolidad e igualmente resulta necesario cuestionar su pertenencia al mundo cultural francés, como señala Rauer.3 Efectivamente, cuando se leen sus escritos en una clave menos francocentrista aflora esa españolidad tan sentida, llena de entusiasmo y de verdad. Solo hace falta leer El revés y el derecho o Estado de sitio, o El extranjero, además de sus múltiples artículos o colaboraciones en los que de una forma explícita apunta en una dirección española, para explicar una parte nada desdeñable de su acervo cultural. De hecho, alguno de los escritos referidos a España, en concreto la introducción a L’Espagne libre, es considerado por señalados autores, Lévi-Valensi entre ellos, como «uno de los más hermosos textos que [Camus] escribió sobre su segunda patria».4
Más aún, hay quien, como Rauer, apunta que la lectura en clave exclusivamente francesa de nuestro escritor obedece, por decirlo sencillamente, «a la falta de comprensión con la que se encuentran muchas formas de pensar y actuar españolas en Francia […]. Para decirlo sin rodeos, Camus se presenta como un intelectual español en la tradición de la Institución Libre de Enseñanza, que expresa sus ideas en francés».5
Los orígenes
Nuestro escritor era hijo de un obrero vinícola, al que no conoció por haber muerto de resultas de una herida de guerra en la batalla del Marne durante la Primera Guerra Mundial, y de Catherine Sintès, segunda de nueve hermanos y de origen menorquín, concretamente de la localidad de San Luis, al igual que su abuela materna, Catalina María Cardona, que se casó en Argelia con Esteve Sintès, hijo de emigrantes menorquines originarios de Ciudadela. Sus bisabuelos maternos nacieron igualmente en esta isla balear, José Cardona en Mahón y Joana Fedelich en Es Castell. Tal y como dejó escrito, creció, al igual que todos los de su generación, entre los tambores de la Primera Guerra Mundial y, desde entonces, la historia para ellos no dejó de ser «muerte, injusticia o violencia».
Los elementos que van a definir de manera indeleble el devenir de su vida son la certidumbre de la pobreza —al ser huérfano de padre fue declarado junto con su hermano «pupilo de la nación»—, el valor de la humildad, el ser humano, la proximidad al absurdo y, por último, la justicia o, mejor, el sentido de la justicia como eje vertebrador de la convivencia humana. Todos estos elementos, tan formadores para nuestro escritor, no se comprenderían sin algunas personas que contribuyeron de manera definitiva a trazar los distintos caminos por los que transitó. La primera de ellas, sin duda, es su madre, de la que aprendió a amar esa segunda patria que lo reclamaba desde la otra orilla del Mediterráneo y que visitó en una sola ocasión. En ella intentó reflejarse en todo momento asumiendo que la pobreza no necesariamente debía conducir a la vergüenza y enorgulleciéndose de hecho por sus orígenes, al declarar en una ocasión que «ante mi madre siento que pertenezco a un noble linaje, el que no envidia nada», un orgullo que asociaba también con su aspecto físico y que se traducía en un deseo por ser identificado como español. Si lo habitual es que la madre determine la vida de los seres humanos, en el caso de Camus este hecho resulta especialmente notable ya que le abrirá su conciencia a un idioma, el español, y por ahí a una cultura por la que se interesará desde la infancia y con la que establecerá un vínculo profundo que no se borrará en ningún momento, y a la que regresará de manera persistente, bien en sus adaptaciones teatrales de obras españolas del Siglo de Oro, bien en sus escritos, bien en una colaboración leal con los republicanos españoles en el exilio (que lo percibían como una esperanza cierta) y a los que perdonaba su perjudicial desunión, o, sencillamente, en algunas de las obras en las que manifestaba con más claridad este afecto. En ellas mostrará unos personajes imbuidos de una españolidad construida a su modo pero sobre todo sentida. Al fin y al cabo, tal como asegura Alain Grenier, hijo de Jean Grenier, su profesor de Filosofía y mentor, «se sentía más español que francés».6 Su madre es, por tanto, el cordón umbilical que lo une con su otro yo que se pretende español y del que no se separará. De hecho, autores como Nguyen Van Huy7 entienden que Camus y su obra son «inimaginables sin la imagen de su madre».
Su maestro, Louis Germain, descubrirá su talento y por ello será otra pieza clave en el devenir personal de nuestro escritor. Este educador sabrá ver en el joven Albert ese destello nítido de excelencia que tanto seduce a los docentes. Figura de carácter paternal, le daría clases particulares gratuitas hasta lograr la beca que le permitió seguir la senda de los estudios, a pesar de la oposición de su abuela Cardona, de quien el joven Albert no guardaría un buen recuerdo a causa de su brutalidad. Al referirnos a Germain, resulta obligado mencionar la carta rebosante de afecto que el joven premio nobel le envió, al enterarse de la concesión del galardón, agradeciéndole y reconociéndole su labor como mentor, al igual que la respuesta de su querido educador. En ambas quedan patentes los argumentos vitales de Camus y, en especial, la pobreza, la humildad, pero también el optimismo, la «joie de vivre» que, como señala Rufat,8 se fundamenta en una ecuación compuesta por, entre otros elementos, vida-amor/feminidad-noche, que le sirvieron para transitar por los caminos de la seducción, tan elocuentes en su existencia.
Jean Grenier, su profesor de Filosofía, será otra de esas presencias vivificadoras en un Albert joven y que formará parte de su entorno más personal. Su propio hijo, Jean Camus, asegurará que «[mi padre] no se entiende sin Grenier y su libro sobre él es el más profundo que se ha escrito nunca sobre mi padre», y afirmará clarividente que «Francia todavía no ha comprendido bien que Camus no fue un filósofo ni un pensador, sino un hombre que habitaba entre nosotros, un narrador de mundos, un extranjero».9