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"Crear hoy es crear peligrosamente. Toda publicación es un acto que expone a su autor a las pasiones de un siglo que no perdona nada." Albert Camus En 1957, Albert Camus pronunció el discurso "El artista y su tiempo", un grito audaz por la libertad y la responsabilidad artísticas que goza de total actualidad. Publicado por primera vez de forma independiente en este pequeño libro, sus palabras resonarán con fuerza en las nuevas generaciones de escritores y artistas.
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Seitenzahl: 36
Título original: L’homme et son temps, conferencia pronunciada por Albert Camus en la Universidad de Upsala el 14 de diciembre de 1957. Extraída de Discours de Suède, publicado originalmente por Éditions Gallimard, 1958.
Ilustraciones: María HerrerosDiseño gráfico: Setanta
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La Editorial no se pronuncia ni expresa ni implícitamente respecto a la exactitud de la información contenida en este libro, razón por la cual no puede asumir responsabilidad alguna en caso de error u omisión.
© Éditions Gallimard, 1958© de la edición castellanaEditorial GG, Barcelona, 2022© de la traducción:Herederas de Miguel SalabertTodos los derechos reservados.© de la fotografía de Albert Camús de la página 83: Roger-Viollet
ISBN: 978-84-252-3396-8 (Epub)Producción digital de Booqlab
Editorial GG, S. L.Via Laietana, 47 3.º 2.ª, 08003 Barcelona. EspañaTelf. (+34) 933 228 161www.editorialgg.com
Esta conferencia, titulada “El artista y su tiempo”,fue pronunciada en el gran anfiteatro de laUniversidad de Upsala el 14 de diciembre de 1957.
Un sabio oriental pedía en sus plegarias que la divinidad tuviese a bien dispensarle de vivir una época interesante. A nosotros, como no somos sabios, la divinidad no nos ha dispensado y vivimos una época interesante. En todo caso, no admite que podamos desinteresarnos de ella. Los escritores de hoy lo saben. Si hablan, se les critica y se les ataca. Si, por modestia, se callan, solo se les hablará de su silencio, para reprochárselo ruidosamente.
En medio de tanto ruido, el escritor no puede ya esperar mantenerse al margen para perseguir las reflexiones y las imágenes que le son gratas. Hasta ahora, para bien o para mal, la abstención siempre ha sido posible en la historia. Quien no aprobaba algo, podía callarse o hablar de otra cosa. Hoy, todo ha cambiado, y hasta el silencio cobra un sentido temible. A partir del momento en que hasta la abstención es considerada como una elección, castigada o elogiada como tal, el artista, quiéralo o no, está embarcado. Embarcado me parece aquí más preciso que comprometido. Pues para el artista no se trata, en efecto, de un compromiso voluntario, sino más bien de un servicio militar obligatorio. Todo artista está hoy embarcado en la galera de su tiempo. Debe resignarse a ello, aunque estime que esa galera apesta a arenque, que los cómitres son demasiado numerosos y que, además, sigue un rumbo equivocado. Estamos en medio del mar. El artista, como los demás, debe remar a su vez, sin morir si es posible, es decir: sin dejar de seguir viviendo y creando. A decir verdad, eso no es fácil y comprendo que los artistas añoren su antigua comodidad. El cambio es un poco brutal. Ciertamente, en el circo de la historia siempre han existido el mártir y el león. El primero se mantenía de consuelos eternos, el segundo de alimentos históricos sangrientos. Pero el artista estaba en las gradas. Cantaba para nada, para sí mismo o, en el mejor de los casos, para animar al mártir y distraer un poco al león de su apetito. Ahora, por el contrario, el artista se encuentra en el circo. Forzosamente, su voz ya no es la misma, es mucho menos firme.
Es fácil ver todo lo que puede perder el arte en esta constante obligación. La soltura ante todo, y esa divina libertad que respira en la obra de Mozart. Se comprende mejor así el aspecto hosco y rígido de nuestras obras de arte, su frente ceñuda y sus súbitas derrotas. Así se explica que tengamos más periodistas que escritores, más boy-scouts de la pintura que Cézannes y que, en fin, la biblioteca rosa o la novela negra hayan ocupado el lugar de Guerra y paz o de La cartuja de Parma. Claro es que siempre puede oponerse a este estado de cosas la lamentación humanista, o convertirse en lo que Trofimovitch, en Los posesos, quiere ser a toda costa: la encarnación del reproche. Como este personaje, se puede también tener accesos de tristeza cívica. Pero esta tristeza no cambia en nada la realidad.