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Para Merlyn Forrest Steele era un reto trabajar un mes sin que nadie supiese quién era en realidad. A cambio, su padre dejaría de buscarle posibles maridos. Para ella, era mucho más importante un poco de amor que todo el dinero del mundo. Por eso quería encontrar un hombre que la quisiera por ella misma, no por el dinero que tenía. Pero a Cameron Thorp, el primer hombre que se encontró al comenzar su nueva vida, lo único que le interesaba era el dinero. Por eso, Merlyn creía que lo mejor era que se casara con su prometida, una insípida heredera. Pero, ¿por qué le molestaba tanto esta idea?
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Seitenzahl: 174
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
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Planta 18
28036 Madrid
© 2003 Diana Palmer
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Sed de deseo, Elit nº 460 - noviembre 2024
Título original: Lady Love
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total oparcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788410747142
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Si te ha gustado este libro…
Los ojos de Merlyn Forrest Steele eran verdes, como los de su padre, pero en aquel momento los de Jared Steele tenían un brillo malicioso. Merlyn estaba enfadada con él, y lo miraba con el ceño fruncido desde el sofá.
—Tú tienes la culpa de todo —le reprochó.
—¿De qué?
—Adam.
Jared suspiró y se metió las manos en los bolsillos.
—Ya sé a lo que te refieres —confesó—. Yo lo hice con buena intención.
—No, no me refiero a tus intentos de buscarme novio. De lo que me quejo es de que seas tan rico.
—Muchas veces he pensado en entregar toda mi fortuna a los pobres y vivir de la caridad.
Su hija lo miró fijamente.
—Nunca sé si los hombres me quieren por mí misma o por tu dinero. Daba la impresión de que Adam estaba locamente enamorado de mí, y yo… le iba tomando cariño. ¡Y luego averiguo que solo quería comprometerse conmigo para poder llegar a ser tu socio en los negocios! ¿Cómo se le pudo ocurrir tal cosa? ¡Además, trabajando en una empresa de computadoras que te hace la competencia!
Su padre se acercó a la ventana.
—Mira qué sol. Fíjate, ¡ya estamos en primavera!
—No cambies de conversación.
Jared se encogió de hombros.
—Bueno, cariño, tú no eres nada fea.
—Tampoco soy pobre, y ese es el problema.
—Adam no parecía un mal partido.
Así que había sido cosa suya, pensó Merlyn. Su padre le había presentado a Adam James en una fiesta. Jared Steele pensaba que a los veintiséis años, su única hija ya estaba preparada para el matrimonio. Así, sin ningún disimulo, se había pasado todo el año presentándole posibles pretendientes para que ella eligiera. Quizá, si su madre no hubiera muerto, su padre no se habría molestado tanto. Pero de hecho, estaba dispuesto a casarla como fuera, y no iba a atender a razonamientos.
Adam James parecía un buen partido. Se trataba de un joven ejecutivo de una empresa de ordenadores, y Jared se había fijado en él en una conferencia de informática. Su padre lo había llevado a casa para que lo conociera Merlyn, con el mismo orgullo con el que un perro de caza muestra su presa.
Adam, por su parte, había cortejado a Merlyn con notable entusiasmo, pero ella había reaccionado fríamente entre sus brazos. Ningún hombre había conseguido excitarla nunca. Merlyn era virgen, pero estaba segura de que podía ser muy apasionada. Le encantaban la velocidad, las emociones fuertes y muchas cosas que su padre aseguraba que serían su perdición.
Después de romper su compromiso con Adam, no había vuelto a verlo. De eso hacía ya un mes. Se había marchado un par de semanas a Francia, y había vuelto muy morena, un tanto amargada y llena de rencor hacia su padre. Ahora volvía a aburrirse, y sus discusiones con él se habían convertido en una manera como cualquier otra de romper el tedio.
—Quiero que me quieran por mí misma —murmuró.
—Yo te quiero —replicó su padre.
—Entonces, demuéstramelo. ¡Deja de presentarme buenos partidos!
—¡Dios mío! Lo único que quiero es ver crecer a mis nietos.
—Entonces, adóptalos.
Jared la miró enfadado.
—Deberías avergonzarte, quejándote por ser rica. A muchas mujeres les gustaría estar en tu lugar.
—¡Pues a mí me gustaría ser pobre, para variar! —gritó Merlyn poniéndose de pie—. Y tener la oportunidad de que alguien me ame sin tener en cuenta mi dinero.
—Pues adelante —replicó Jared—. Te desafío. Si crees que es tan maravilloso ser pobre, pruébalo. Yo empecé sin nada, pero tú has crecido rodeada de comodidades. Veamos si eres capaz de desenvolverte sin ellas durante un mes. Vive sin dinero, trabaja para mantenerte. Y si puedes arreglártelas un mes entero sin decirle a nadie quién eres o lo que vales, te dejaré tranquila en la cuestión del matrimonio, no lo volveré a mencionar. Te doy mi palabra.
Merlyn se mordió los labios. Los ojos le brillaban con malicia.
—Un mes, ¿no?
—Un mes.
—¿En qué podría trabajar?
—Eres licenciada en Historia.
—Hay muchos licenciados en Historia.
Jared se quedó pensativo.
—Sí, pero creo que podrías hacer algo. Conozco a una señora encantadora que se dedica a escribir relatos de amor históricos. Vive en el norte, cerca del lago Lanier.
—¿En Gainesville? —preguntó ella.
Su padre asintió, y Merlyn lo miró fijamente.
—¿Y qué tendría que hacer yo?
—Ayudarla a buscar documentación para su próximo libro.
Jack Thomas me habló de ello ayer mientras estábamos en la reunión del comité del colegio. Él conoce a Cameron Thorp, el banquero de Charleston. La escritora es la madre de Thorp. Ella vive sola, con una criada.
A Merlyn la idea le parecía cada vez mejor. Conocía el lago Lanier. Era un lago artificial, el más grande de Georgia. Muchos de sus amigos corrían en los rallyes que se celebraban en el circuito de Atlanta, muy cerca de allí, y Dick Langley tenía una casa enorme en el lago, donde ella había estado varias veces.
—¿Es una escritora? ¿Escribe bajo seudónimo?
—Sí. Su verdadero nombre es Lilian Thorp, pero escribe como Cooper O’Mara.
Merlyn exclamó:
—¡Pero si yo he leído libros suyos! ¡Es una de mis autoras preferidas!
—Razón de más para que aceptes el trabajo —dijo su padre alegremente—. ¿Quieres que llame a Jack Thomas para ver si tiene su número de teléfono? Y no te preocupes, no revelaré tu secreto; solamente diré que conozco una persona que está cualificada para el puesto.
—Me parece bien. Te demostraré que no soy una frívola muchacha de la alta sociedad.
Jared la miró sonriente, con orgullo.
—Pero tienes clase, como tu madre.
—Ella era guapísima.
Su padre asintió.
—La criatura más hermosa del mundo. Todavía la echo de menos, tú lo sabes. Pero bueno, vamos a poner esto en marcha.
Diciendo eso, descolgó el teléfono.
Tres días después, un viernes lluvioso, Merlyn conducía hacia la gran residencia de Lilian Thorp. Era una casa hecha de piedra y madera, tan bonita como su maravilloso entorno natural. Más allá se extendía el lago, con un embarcadero y una cala privados. Lo demás era todo campo abierto, colinas y bosques de pinos.
Llevó la maleta al porche y llamó al timbre. Le abrió la puerta una mujer menuda y delgada.
—Soy Tilly —dijo presentándose—. La señora Thorp está en el salón. ¿Quiere seguirme?
Merlyn oyó un ruido en el pasillo. Miró y vio a una muchachita de unos doce años, de pelo y ojos negros, que la observaba a cierta distancia.
—Hola —la saludó Merlyn con una sonrisa—. Soy Merlyn Forrest.
No dijo el apellido de su padre, «Steele».
La niña, que parecía muy tímida, la miró muy seria.
—Hola —dijo después de un momento.
—Esta es una casa preciosa —dijo Merlyn—. ¿Vives aquí con la señora Thorp?
—Es mi abuela.
Aquella niña era demasiado seria, demasiado formal. ¿Por qué viviría con su abuela? ¿Dónde estarían sus padres? ¿Sería hija de Cameron Thorp, el hombre que su padre había mencionado?
—Por aquí, señorita.
Merlyn se despidió de la niña y siguió a la sirvienta.
Lilian Thorp era una mujer de pelo gris, alta y delgada, de mirada viva. Estrechó la mano de Merlyn con afabilidad.
—Tú debes de ser Merlyn —dijo sonriente—. ¡Me alegro mucho de que hayas venido! Sencillamente, no puedo escribir y buscar documentación al mismo tiempo, y en estos momentos estoy trabajando con la realeza inglesa. ¿Qué información tiene sobre los Plantagenet y los Tudor?
Merlyn sonrió entusiasmada.
—De hecho, solo unas nociones, aunque los reyes ingleses siempre me han fascinado. Pero he traído mis libros de historia, buscaré lo que necesite. ¿Qué le parece?
—¡Perfecto!
—¿Va a quedarse a vivir aquí? —preguntó la muchachita desde la puerta.
Merlyn se volvió. Allí estaba la niña. Sus modales eran propios de alguien mayor de lo que ella era, y en sus ojos no había ninguna expresión de alegría.
—Sí —respondió Lilian afectuosamente—. Pasa, Amanda, esta es Merlyn Forrest. Va a ayudarme con las investigaciones para mi nuevo libro.
—Ya me ha dicho cómo se llamaba en el vestíbulo —murmuró Amanda.
—Sí, pero tú no me dijiste tu nombre. ¿Sabes que Amanda significa «merecedora de amor»? Era el segundo nombre de mi madre.
La niña abrió sus grandes ojos desmesuradamente.
—¿De verdad? Mi madre está muerta.
—También la mía —dijo Merlyn—. Te sientes muy sola sin tu madre, ¿verdad? Pero por lo menos tienes a tu abuela.
Amanda inclinó la cabeza, estudiando atentamente a la recién llegada. Merlyn iba vestida con unos vaqueros y un jersey. Había procurado buscar la ropa apropiada, y decidió no llevar ningún vestido caro, solo prendas corrientes que no hicieran sospechar a nadie. Pero con su habitual estilo personal, se había puesto un poncho mexicano como abrigo.
—Es precioso —exclamó Amanda señalando el poncho—. Parece un arcoíris.
—Una amiga me lo trajo de México. Puedes ponértelo cuando quieras si te gusta.
A Amanda se le iluminó la carita. Pero luego bajó la cabeza.
—Papá no me dejará —murmuró—. Ni siquiera me deja que me ponga pantalones vaqueros. Dice que no quiere que me convierta en un marimacho.
«Tu padre debe de ser un poco raro», pensó Merlyn; pero naturalmente, no dijo nada.
—Mi hijo es banquero —le confió Lilian—. Es mi único hijo vivo. Hubo otro chico, pero nació muerto. Cam es el único que tengo ahora. Su esposa murió hace algunos años.
Tilly apareció llevando una bandeja con café y un pastel. Era muy raro que Lilian no hubiese llamado a su fallecida nuera por su nombre. Pero aquello no era asunto suyo, y a ella no le gustaba meterse en la vida de nadie. El hijo debía de ser abominable. Se alegraba de que no viviese en la casa del lago. Por un momento, había temido que su padre estuviese intentando buscarle pareja otra vez, pero rápidamente rechazó la idea.
Merlyn y Lilian pasaron una tarde muy agradable, conociéndose la una a la otra. Sorprendentemente, Amanda se quedó con ellas; parecía sentirse atraída por Merlyn. Merlyn, a su vez, sentía un cierto afecto por la niña, porque había experimentado su misma soledad cuando murió su madre y su padre se encerró en su trabajo sin dedicarle nada de su tiempo. Quizá aquel era el problema de Amanda también.
A la hora de dormir, Merlyn ya tenía una cierta idea sobre el plan de trabajo de Lilian. Hojeó sus libros antes de meterse en la cama, y extrajo algunas notas para enseñárselas a Lilian a la mañana siguiente.
Le gustaba su habitación. Las ventanas daban al lago y estaba amueblada en estilo provenzal. Ya se sentía como en casa. Iba a demostrarle a su padre de una vez por todas que podía arreglárselas perfectamente sin su dinero. Después de lo de Adam, no quería más compromisos arreglados.
Ni siquiera lloró cuando él le dijo claramente que el matrimonio no se celebraría si no se asociaba con su padre. Su orgullo le había dolido mucho más que su corazón.
Suspiró y alejó a Adam de sus pensamientos. Aquella noche no estaba tranquila, no podía conciliar el sueño. Debía de ser el ambiente nuevo, las cosas nuevas que la rodeaban, o quizá era por la tormenta que se había desatado fuera. Decidió ir a la cocina y prepararse una taza de chocolate. Quizá algo caliente la ayudara a dormir.
El pasillo estaba completamente a oscuras. Debía de ser ya cerca de la medianoche. El resto de la casa estaba en silencio, todo el mundo dormía. La oscuridad era rasgada de vez en cuando por el resplandor de los relámpagos. Orientándose por la claridad de uno de los relámpagos, corrió hasta el vestíbulo, continuó por el pasillo… y chocó directamente con una enorme barrera que la hizo caer al suelo.
Merlyn lo empezó a odiar en ese mismo instante. Desde luego, lo último que él habría esperado sería encontrarse a una mujer en el pasillo a las doce de la noche. Por otra parte, ella tampoco esperaba encontrarse con un desconocido que parecía haber surgido de la tormenta.
—Por todos los… —exclamó una voz tan profunda y tenebrosa como un trueno—. ¿Quién demonios eres tú?
Merlyn se apartó de la cara sus largos mechones negros. El rostro que iluminó un relámpago era propio de la novela de Jane Eyre.
Era alto y fuerte. El hombre más grande que había visto en toda su vida. En la mano llevaba un maletín y un paraguas negros. No llevaba sombrero, su pelo era negro y lo tenía muy alborotado. Vestía un traje azul mil rayas, y los ojos, que apenas se podían ver bajo unas cejas pobladísimas, brillaban por la furia.
—¿No sabes mirar por dónde vas? —replicó Merlyn, demasiado temblorosa para levantarse—. ¡Ibas andando como un tren de carga! Pensándolo bien, hasta pareces uno.
—Levántese de ahí.
—¡Sí, señor! —respondió ella en tono fingidamente cortés, poniéndose de pie.
No le gustaba cómo la miraba aquel hombre, así que se abrochó mejor la bata. Estaba descalza.
—¿Y bien? —estalló él.
—Eso —replicó ella con una cándida sonrisa— es un tema demasiado profundo. Y tú pareces un hombre bastante frívolo. ¿Eres un invitado o un ladrón?
Le miró de arriba abajo. Daba la impresión de que estaba a punto de explotar.
—Serías un ladrón mastodóntico. Muchacho, me encantaría verte intentando escabullirte de alguien.
Su sonrisa no pareció impresionarlo demasiado. Dejó el maletín en el suelo.
—¿Me puede decir quién es usted?
—La señorita Jane Eyre, señor —dijo haciendo una pequeña reverencia—. He venido para ser la institutriz de la niña y para intentar conquistarlo.
—Oh, Dios mío, no puedo creerlo —murmuró él acariciándose la barba sin afeitar—. Seis horas viajando en avión, después dos reclamando el equipaje… Señorita, si no quiere pasar el resto de la noche en la comisaría más próxima, será mejor que me conteste inmediatamente.
—Hay un teléfono en el salón —sugirió ella—. Te buscaré el número.
Él avanzó hacia ella y Merlyn retrocedió.
—¡Vamos a ver! —dijo ella tropezando—. Mucha calma. Te vas a hacer daño.
—No, maldita sea —dijo él hoscamente, y continuó avanzando.
—¡Señora Thorp! —gritó Merlyn, corriendo hacia la habitación de la señora.
—¿Qué?
Lilian salió al pasillo, con expresión sobresaltada y somnolienta. Miró a Merlyn, que se refugiaba contra la pared, y luego a aquel hombre enorme y desagradable, que estaba a punto de abalanzarse sobre ella.
—¡Cameron! —exclamó sonriendo—. Qué sorpresa tan agradable en una noche tan espantosa como esta. ¡Ven aquí para que te vea, querido! Ya veo que has conocido a Merlyn Forrest —continuó sonriendo a Merlyn, que seguía apoyada en la pared—. Merlyn, este es mi hijo, Cameron.
—¿Su hijo? ¿Este es su hijo?
Resultaba difícil creer que fueran madre e hijo, tan distintos como eran.
—¿Quién es ella? —le preguntó a su madre fríamente.
—Bueno, querido… —empezó Lilian.
—¿Quién?
—Merlyn Forrest —dijo Lilian con exasperación—. ¿No te acuerdas de que estaba buscando a una persona que se encargara por mí de la documentación de mi próximo libro?
Se quedó mirando fijamente a Merlyn.
—¿Y cómo la encontraste?
—En las páginas amarillas —murmuró Merlyn—. En la sección de «Asociaciones de investigadores brillantes».
Él le dirigió una mirada desagradable. Insistió.
—¿Madre?
Lilian suspiró.
—Fue gracias a un amigo tuyo, Jack Thomas. Conocía a una persona que conocía a alguien…
—¿Y tiene credenciales?
—Soy licenciada en Historia —dijo Merlyn dulcemente—. Ya no te va a servir de nada fingir hostilidad hacia mí. Es evidente que estamos hechos el uno para el otro, aunque no lo quieras admitir. Cuando nuestras miradas se encontraron fue como una especie de chispazo…
Él dijo algo entre dientes que Merlyn se alegró de no haber entendido. Agarró el maletín y el paraguas.
Lilian trataba de no sonreír.
—Cameron, no te atrevas a espantar a mi nueva ayudante —dijo después de un momento—. No puedo escribir este libro yo sola y la necesitaré aquí durante un mes por lo menos.
—¿Un mes?
—Nos hará compañía a Amanda y a mí. A Amanda le cae muy bien.
Así que aquel era el padre de la niña, pensó Merlyn. Cameron sin corazón. Daba la imagen del típico hombre de negocios que solo se dedicaba a ellos. No era extraño que la niña pareciese tan introvertida. Con un padre así, no tenía otra salida.
—Yo suponía que los niños eran intuitivos —murmuró él.
—Me alegro mucho de gustarte —dijo Merlyn con dramatismo—. A mí también me gustas. Los hombres sombríos siempre han tenido un especial atractivo para mí.
Una vez más, pareció que iba a estallar. Su madre, tratando de suavizar la situación, se puso rápidamente delante de Merlyn.
—Bueno, cariño —le dijo a Cameron suavemente—, es muy tarde y debes de estar cansado. ¿Por qué no te vas a la cama? ¿Puedes quedarte todo el fin de semana?
—Sí —dijo él—. ¿Y podrías, por favor, mantener a Jane Eyre fuera de la vista mientras mis invitados estén aquí?
—¿Invitados? —preguntó Lilian.
—Charlotte y Delle Radner. Llegan mañana de Atlanta.
Lilian suspiró, sin mostrar mucho entusiasmo.
—Tus amigos son siempre bienvenidos.
—Te acostumbrarás a ellos —le prometió él.
—Tendré que acostumbrarme —respondió Lilian con resignación.
—Me imagino que una de ellas es tu novia —interrumpió Merlyn—. Está bien, quiero que sepas que me acabas de destrozar el corazón. Yo, que me había enamorado de ti a primera vista… Por cierto, ¿cómo te llamas?
Él fue a hablar; luego, hizo un violento ademán y se marchó.
Lilian no pudo reprimir ni un momento más la risa y soltó una gran carcajada.
—Oh, Merlyn, eres tan graciosa… Nunca lo he visto ponerse así.
—No creo que nadie lo haya visto. Dios mío, me dio un susto de muerte cuando me lo encontré. Yo recordaba que tenía un hijo, pero no me dijo que llegaría esta noche.
—Se me olvidó, con la emoción de tu llegada. Me insinuó que quizá invitaría a Delle y a su madre a pasar un fin de semana aprovechando que estaban viendo a unos parientes de Atlanta. Ya sabes que está muy cerca.
Por un momento pareció preocupada, suspiró.
—Charlotte Radner, aquí. No me puedo creer que haya estado tanto tiempo al aire libre arriesgándose a que se le estropee su blanco cutis.
—¿Quién es su novia? —preguntó Merlyn.
—Delle. Es una niña de mamá. Oh, Dios mío, las Radner aquí. Y yo que quería empezar a trabajar mañana… No importa. Vámonos a dormir, querida. Quizá podamos hacer algo aunque estén aquí.
—Esta noche he estado tomando unas notas —dijo Merlyn mientras se encaminaba a la habitación—. Me parece que he encontrado un período muy interesante en la formación de la dinastía de los Tudor. ¿Le serviría eso?
Los ojos de Lilian se iluminaron.
—¡Perfecto! Puedo dedicarle un libro posteriormente a los Plantagenet. Naturalmente, empezaremos por ahí. Por la mañana podemos hacer un primer esquema. Va a resultar muy interesante.
—Eso espero —dijo Merlyn, mirando inquieta hacia atrás.
—No te preocupes, somos dos contra él —prometió Lilian—. Lo único que desearía yo es que alguna vez viniera solo para dedicar algo de su tiempo a Amanda. Cameron viene únicamente los fines de semana, y Amanda ha vivido toda su vida conmigo. Cameron se divorció de su madre hace años, y él consiguió la custodia, pero vive en Charleston, y no tiene a nadie con quién dejarla… Su madre ha muerto, ya lo sabes.
—¿Y por qué no se encarga Delle de ella? —preguntó Merlyn.
Lilian pareció horrorizada.
—¿Delle? ¿Cuidar de un niño?
Merlyn empezaba a formarse una idea de las llamadas «amigas» de Cameron.
—Siento que Cameron te haya molestado —dijo Lilian, dejando el tema de Delle, como si la molestase.
—Desde luego, hay que reconocer que lo que menos se podía esperar era encontrarme a mí deambulando por el pasillo. Iba a prepararme una taza de chocolate, pero después de todo este jaleo, estoy tan cansada que creo que me quedaré dormida sin tomar nada.
—Te encantará este lugar cuando deje de llover. Hace cuatro años que vivo en el lago, y ahora no lo cambiaría por nada. Es muy tranquilo, y cuando llega el buen tiempo, que será pronto, el lago se llena de barcos.