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Iba a resultar una tarea casi imposible transformar a aquel zafio granjero en un caballero... El maleducado granjero Carson Wayne quería aprender buenos modales para así poder conquistar a una mujer y Mandelyn Bush era la única persona del pueblo que tenía la suficiente educación como para llevar a cabo ese trabajo. Ninguna otra mujer se hubiera atrevido a acercársele e incluso para Mandelyn representó una ardua tarea intentar transformar a ese hombre en un refinado caballero...
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Seitenzahl: 178
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2003 Diana Palmer
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Tal como eres n.º 42 - noviembre 2024
Título original: CATTLEMAN’S CHOICE
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788410747111
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Si te ha gustado este libro…
Al principio, Mandelyn pensó que los golpes sonaban en el interior de su cabeza, ya que se había ido a la cama con una fuerte jaqueca. Pero cuando los golpes en la puerta se hicieron más fuertes, se sentó en la cama y miró la hora en el reloj de pared. Era la una de la madrugada, y no podía imaginarse que nadie en el rancho quisiera despertarla a esa hora por ninguna causa.
Se levantó de un salto y se puso una bata sobre el camisón. Sus ojos grises reflejaban la preocupación que la embargaba mientras atravesaba la casa para abrir la puerta. La casa era como la de todos los ranchos de la región y, desde donde estaba enclavada, podían contemplarse las montañas Chiricahuas, al sudeste de Arizona.
—¿Quién es? —preguntó ella con el clásico acento de Charleston, donde había nacido.
—Jake Wells, señorita —le respondió una voz al otro lado de la puerta.
Era el capataz de Carson Wayne. Sin que fuera necesaria una sola palabra de explicación, ella supo lo que iba mal y la razón por la que la habían despertado.
Abrió la puerta y recibió al alto y rubio hombre con una sonrisa preocupada.
—¿Dónde está? —le preguntó.
El hombre se quitó el sombrero, suspirando.
—En la ciudad, en el bar Rodeo.
—¿Está borracho?
El capataz dudó un instante.
—Sí, señorita —dijo por fin.
—Esta es la segunda vez en los últimos dos meses.
Jake se encogió de hombros y empezó a manosear el sombrero.
—A lo mejor tiene problemas de dinero —se aventuró Jake.
—No creo —murmuró ella—. Hace ya meses que tengo un comprador para ese trozo de tierra suyo, pero no ha querido ni hablar del tema.
—Señorita Bush, ya sabe lo que piensa él de esas urbanizaciones. Esas tierras han sido de su familia desde la guerra civil.
—¡Tiene miles de hectáreas! —explotó ella—. ¡No me diga que va a echar en falta ese trozo de tierra precisamente!
—Bueno, es que es ahí donde está la casa familiar.
—Pues ahora no parece que la esté usando mucho.
Él se limitó a encogerse de hombros como respuesta al comentario de Mandelyn.
Algunos minutos más tarde, vestida con unos vaqueros, un jersey amarillo y una chaqueta de piel, Mandelyn estaba sentada al lado de Jake en la furgoneta con las marcas del rancho de Carson Wayne pintadas de rojo en las puertas.
—¿Y por qué no vas a pedirle a otra gente que le ayude? —le preguntó ella molesta.
—Porque usted es la única persona en el valle que no está enfadada con él.
—¿Es que no lo podéis llevar a casa los chicos y tú?
—Lo intentamos una vez, pero la factura del médico fue demasiado cara. Él no se atreverá a golpearla a usted.
Eso era bastante cierto. Carson era un hombre fiero y rudo, que vivía en un edificio ruinoso que él llamaba «casa» como si fuera un ermitaño. Odiaba a sus vecinos y era el hombre más violento que ella había conocido en su vida, Pero, después del primer momento, ella le había caído bien. La gente decía que eso era porque Mandelyn era toda una señora de Charleston, Carolina del Sur, y él se sentía en la necesidad de protegerla. Pero eso era verdad solo a medias. Mandelyn también sabía que le gustaba porque tenían el mismo carácter, porque se enfrentaba a él sin miedo. Había sido así desde el principio.
Salieron de la carretera del rancho y se metieron en la autopista. Había luz suficiente como para ver los gigantescos cactus levantando sus brazos al cielo y las oscuras montañas recortándose contra el horizonte.
Arizona le parecía tan bonita que, a veces, hacía que se le cortara la respiración, a pesar de que ya llevaba ocho años viviendo allí. Había llegado de Carolina del Sur cuando tenía dieciocho años, destrozada por una tragedia personal y esperando encontrar en esa desnuda tierra una perfecta expresión de su propia desolación. Pero se olvidó de todo eso cuando vio las montañas Chiricahuas por primera vez. Desde entonces, había aprendido a apreciar aquellos paisajes y los verdes tonos de la región donde había nacido se iban haciendo cada vez más difusos en su memoria. Todavía se le notaba el lugar del que procedía, sobre todo en el acento y en su forma de comportarse; pero en ese momento se sentía tan de Arizona como un personaje de Zane Grey.
—¿Por qué lo ha hecho? —le preguntó ella al capataz cuando entraban en el pequeño pueblo de Sweetwater.
—Eso es algo que no me incumbe. Pero es un hombre solitario y se siente ya viejo.
—Pero si solamente tiene treinta y ocho años —replicó ella—. No está precisamente como para el asilo.
Jake la miró escépticamente.
—Está solo, señorita Bush. Los problemas no parecen tan grandes cuando los puedes compartir.
Mandelyn suspiró. Eso lo sabía ella demasiado bien. Desde que murió su tío, hacía ya cuatro años, no tenía a nadie con quien compartir su soledad. Si no hubiera sido por la agencia inmobiliaria y el estar afiliada a media docena de organizaciones, se habría tenido que marchar de Sweetwater desesperada.
Jake aparcó delante del bar Rodeo y salió de la furgoneta. Mandelyn estaba ya en tierra antes de que él pudiera acercarse a ayudarla.
El camarero los estaba esperando en la puerta, la calva le brillaba a contraluz.
—¡Gracias a Dios! Mandelyn, acaba de dejar inconsciente a un vaquero y se ha liado a bofetadas con otros tres más.
—¿Qué?
—Era uno del rancho Lazy X. Le dijo algo que no le gustó, sabe Dios qué. Él estaba sentado tranquilamente, terminándose otra botella de whisky, sin meterse con nadie cuando ese estúpido vaquero… —se detuvo y suspiró—. Me han vuelto a romper el espejo, además de una docena de botellas. Al vaquero se lo han tenido que llevar al hospital a que le recompongan la mandíbula y a dos de los otros va a haber que hacerles lo mismo cuando se despierten. El último está ahí detrás, subido a un árbol, con Carson sentado en el suelo debajo, esperando a que baje o se caiga y riéndose como un loco.
Carson no se reía nunca. Por lo menos hasta que no se ponía realmente como un loco sediento de sangre.
—¿Y qué pasa con el sheriff? —preguntó Mandelyn suspirando.
—Como harían la mayor parte de los hombres en su sano juicio, pensó que lo mejor era mandar a su ayudante para que lo convenciera.
—¿Y? —preguntó Mandelyn arqueando las cejas.
—Pues que ese señor está en el cuarto trastero pidiendo a voces que lo saquen de allí.
—¿Y por qué no lo sacan?
—Porque la llave la tiene Carson.
Jake se echó el sombrero sobre los ojos.
—Creo que lo mejor es que me vaya a sentar en la furgoneta.
—Sí, pero ve antes a sacar de la cama a la autoridad, Jake —le dijo el camarero angustiado.
—¿Por qué? —preguntó Jake—. El sheriff Wilson no se va a levantar para arrestar al jefe y como Danny está encerrado en el trastero, creo que todo está en orden. El único problema son los gritos.
—Verás, es por los destrozos. Hasta hace poco, esto sucedía de vez en cuando, y era normal, no pasa nada porque alguien rompa el espejo y unas cuantas botellas una vez al año. ¡Pero es que ahora es todos los meses! ¿Qué es lo que pasa?
—Me gustaría saberlo —suspiró Mandelyn—. Bueno, creo que es mejor que vaya a verlo.
—Suerte. Ojo, puede tener una pistola —le dijo el camarero.
—La va a necesitar.
Mandelyn llegó a la parte trasera del bar justo a tiempo para escuchar la última parte de una larga y calurosa serie de tacos, lanzados por un hombre alto, vestido con un chaquetón de piel de cordero y que miraba muy serio a otro hombre que estaba encaramado en lo más alto de una encina.
—¡Señorita Bush! —le dijo el hombre del árbol—. ¡Socorro!
El alto y robusto hombre se volvió y la miró. Llevaba el clásico sombrero vaquero calado hasta los ojos y su barbilla necesitaba un afeitado, por lo menos tanto como su encrespado pelo un paseo por la peluquería. Llevaba una pistola en la mano y tenía una mirada capaz de atemorizar a cualquiera.
—Adelante, dispara —lo retó ella—. A ver si te atreves.
Él se quedó quieto, respirando lentamente, observándola.
—Si no vas a utilizar esa pistola. ¿Me la puedes dar? —le preguntó Mandelyn señalando el arma.
Él se quedó quieto durante un largo y tenso instante; entonces, lentamente, agarró la pistola por el cañón y se la ofreció por la culata.
Ella la tomó con cuidado, vació el cargador y se guardó en un bolsillo la pistola y en otro las balas.
—¿Qué hace ese hombre en el árbol?
—Pregúntaselo a él.
—Bobby, ¿qué has hecho? —le preguntó al joven y delgaducho vaquero que estaba subido al árbol.
—Bueno, señorita Bush, le di en la espalda con una silla… Él estaba pegando a Andy y yo temí que le fuera a hacer daño.
—Si se disculpa —le dijo a Carson—, ¿lo dejarás bajarse de ahí?
Él se quedó pensándolo un rato, manteniéndose a duras penas sobre sus pies.
—Supongo —dijo por fin.
—¡Bobby, discúlpate!
—¡Lo siento, señor Wayne!
Carson miró hacia arriba.
—De acuerdo, hijo de…
Mandelyn apretó los dientes ante la sarta de palabras malsonantes que soltó Carson antes de dejar que el vaquero se bajara.
—¡Gracias! —dijo Bobby rápidamente, y salió corriendo antes de que a Carson se le ocurriera cambiar de opinión.
Mandelyn suspiró y miró a Carson. Era un hombre alto y de hombros anchos, con un físico que habría atraído a cualquier mujer. Pero estaba a medio civilizar y le resultaba inimaginable que ninguna mujer quisiera vivir a su lado.
—¿Ha venido Jake contigo?
—Sí, como siempre.
Ella se le acercó y, moviéndose muy lentamente, lo agarró de la mano. Era grande y callosa, además de cálida. Sintió una especie de escalofrío al tocarla.
—Vámonos a casa, Carson.
Él dejó que lo guiara, tan dócil como un corderillo. No era esa la primera vez que a ella la sorprendía aquella docilidad. Él atacaba a cualquier hombre que se cruzara en su camino, pero, por alguna razón, toleraba que ella lo dominara. Era la única persona a la que sus empleados podían llamar para que les ayudara con él.
—Me avergüenzo de ti —le dijo ella.
—Cierra el pico. Cuando quiera un sermón, llamaré a un cura.
—Cualquier cura al que se te ocurriera llamar se moriría al oír tus pecados. Y no me des órdenes, no me gustan.
Él se paró repentinamente. Todavía iban de la mano y, con esa acción, hizo que ella estuviera a punto de caerse.
—Eres como un gato salvaje —le dijo él con los ojos brillando en la oscuridad—. Con toda tu cultura y educación, eres tan dura como una mujer de campo.
—Seguramente sí lo soy —contestó Mandelyn—. ¡Tengo que serlo para tratar con un salvaje como tú!
Algo oscureció la mirada de Carson. De repente, hizo que ella se diera la vuelta, la abrazó y la levantó del suelo.
—¡Bájame, Carson! —le dijo empujando sus fuertes hombros.
Él ignoró sus esfuerzos. La agarró del pelo e hizo que echara hacia atrás la cabeza.
—Estoy harto de dejarme llevar por ti como si fuera un perrillo faldero. Estoy cansado de que me llames salvaje. Si es eso lo que de verdad piensas de mí, a lo mejor ya es hora de que me gane esa reputación.
Le dolía tanto el tirón de pelo que apenas pudo oír lo que le estaba diciendo. Entonces, con una precisión extraña para el estado en que se encontraba, él la besó fuertemente en los labios.
Mandelyn se puso rígida ante la inesperada intimidad de esa boca que olía a whisky. Tenía los ojos abiertos, y en ellos se leía la sorpresa y el miedo. Él apretó aún más, hasta que la presión llegó a ser dolorosa.
Mandelyn logró dar un penetrante grito de protesta y consiguió que Carson separara un poco la cabeza.
Sus ojos reflejaban tanta confusión como los de ella y en su rostro había una expresión de severidad que Mandelyn nunca había visto. Cuando su mirada se posó en la boca de ella, descubrió que con su ardiente furia le había hecho una herida en un labio.
Pareció como si en ese mismo instante se le hubiera pasado la borrachera. La volvió a dejar suavemente en el suelo y, como dudando, la sujetó de los hombros.
—Lo siento —le dijo lentamente.
Ella se tocó los temblorosos labios, todo el afán de lucha había desaparecido.
—Me has hecho una herida —murmuró.
Él le pasó entonces un dedo por el labio herido mientras su pecho se agitaba nerviosamente.
Mandelyn rechazó ese contacto y él dejó caer la mano.
—No sé por qué he hecho esto.
Ella nunca se había preocupado antes por cómo sería su vida amorosa o por las mujeres que habían pasado por ella; pero el contacto con su boca había provocado una inesperada intimidad entre ellos que hizo despertar su curiosidad por él de una forma que llegó incluso a hacerla avergonzarse de sus pensamientos.
—Es mejor que nos vayamos —le dijo—. Jake debe estar preocupado.
Mandelyn se dio la vuelta, dejando que Carson la siguiera. No quería estar demasiado cerca de él hasta que, por lo menos, no se le pasara un poco la impresión.
Jake abrió la puerta, frunciendo el ceño cuando vio la expresión de su cara.
—¿Está bien? —le preguntó rápidamente.
—Es una herida de guerra —le contestó ella con un resto de humor.
Se metió en la furgoneta, juntando las rodillas, cuando Carson se sentó a su lado y cerró la puerta de un golpe.
—¡Vámonos! —le dijo a Jake sin mirarlo.
Para Mandelyn, la vuelta a casa fue algo horrible. Se sentía ultrajada. Hacía años que lo conocía, pero en todo ese tiempo, nunca había pensado en él de una forma que pudiera llamarse física. Carson era demasiado grosero como para considerarlo objeto de deseo, demasiado incivilizado y antisocial. Por otra parte, se había jurado a sí misma que nunca volvería a enamorarse. Todavía estaba demasiado fresco en su memoria el amor que había perdido hacía años. Y ahora, Carson la había sacado de su apatía con un beso brutal. Le había robado su paz mental. Esa noche había cambiado las reglas del juego inesperadamente y ella se sentía vacía, herida y asustada.
Cuando Jake tiró de su puerta, ella esperó nerviosamente a que Carson saliera de la furgoneta.
—Gracias —murmuró Jake.
—La próxima vez no voy a ir.
Mandelyn saltó entonces al suelo, tratando de comprender lo que le había dicho. Entró en la casa sin dirigirle la palabra a Carson y, cuando cerró la puerta, oyó cómo se ponía en marcha otra vez la furgoneta y se marchaba. Entonces, se puso a llorar.
Cuando amaneció, Mandelyn todavía estaba despierta. La noche anterior podía haber sido un mal sueño si no fuera por el dolor que todavía sentía en el labio.
Se sentó en el porche de la casa, todavía vestida, mirando sin ver las montañas. Era primavera, y las flores silvestres destacaban entre la dispersa vegetación, pero ella ni siquiera se daba cuenta de la belleza de aquella mañana.
Su mente había vuelto al día en que conoció a Carson, cuando tenía dieciocho años y acababa de llegar a Sweetwater con su tío Dan. Había ido al restaurante de comida rápida a comprar un refresco. Carson estaba sentado en una banqueta cercana.
Recordaba cómo se le había acelerado el corazón cuando lo vio: era el primer vaquero que veía de cerca. Tenía la misma mirada desafiante de siempre, el pelo tan alborotado como en la actualidad y también estaba igual de mal afeitado. Sus ojos azules pálidos la miraban insolentemente cuando se apoyó en la caja con absoluta falta de educación.
Ella trató de ignorarlo al principio, pero cuando la llamó y le preguntó si le apetecería salir a dar un paseo por el pueblo con él, su carácter, mezcla de escocés e irlandés, se impuso.
Todavía podía recordar su expresión de sorpresa cuando se enfrentó a él fríamente y le dirigió una mirada helada.
—Mi nombre —lo informó—, es señorita Bush, no «oye, tú», y no estoy aquí buscando diversión y, si lo estuviera haciendo, no sería con un bárbaro como tú.
Entonces, él se echó a reír.
—Bien, bien. Si no eres una señorita del sur, ¿de dónde eres preciosa?
—Soy de Charleston. Eso es una ciudad, y está en Carolina del Sur.
—Tuve muy buenas notas en geografía.
—¿Y sabes leer?
Eso lo sacó de quicio. El lenguaje que empleó a continuación hizo que ella se ruborizase, pero eso no la amilanó.
Se levantó entonces, ignorando las miradas de los que los rodeaban, se dirigió resueltamente hacia él y lo abofeteó. Después, se marchó, dejándolo atónito.
Fue días más tarde cuando ella supo que eran vecinos. Él se había acercado a su casa para hablar con el tío Dan acerca de un caballo. Cuando la vio, sonrió y le contó a su tío lo que había pasado en el pueblo, como si eso lo divirtiera. Tardó semanas en acostumbrarse al rudo humor de Carson y a su «poco fina» forma de comportarse. Sorbía ruidosamente el café e ignoraba el uso del pañuelo y la servilleta, además de utilizar un lenguaje excesivamente fuerte para su gusto. Pero, como siempre estaba por los alrededores, no le quedó más remedio que acostumbrarse a su presencia.
Llevaba ya un año en el pueblo cuando Mandelyn fue a ver un rodeo. Allí estaba Carson, evidentemente borracho, dándole una paliza a otro vaquero y quitándose de encima al resto de los que trataban de separarlos. Cuando ella lo tocó levemente en el brazo, él dejó inmediatamente de golpear al vaquero y se la quedó mirando, como si no pasara nada. Mandelyn lo tomó de la mano y lo llevó al otro lado del corral, donde los estaba esperando Jake. Después de aquello, Jake la iba a buscar cada vez que su jefe se metía en problemas. Pero, después de aquella noche, no volvería a ir con él.
Dio un largo suspiro y se metió en la casa. Se preparó una taza de café y una tostada. Mientras se tomaba el desayuno estuvo controlando la hora. Tenía una cita a las nueve con Patty Hopper, una chica del pueblo que acababa de terminar la carrera de veterinaria y necesitaba un local para establecerse. Después de almorzar tenía que hablar con el posible comprador del terreno de Carson. Iba a ser otro día eterno. El hombre insistía en ver personalmente a Carson; pero, después de lo de la noche anterior, iba a ser un poco difícil.
Patty y ella se encontraron en el local que le quería enseñar. Eran amigas desde antes de que Patty se fuera a la universidad y se veían ocasionalmente cuando estaba de vacaciones.
—Bueno, ¿qué te parece? ¿No está en un buen sitio? Justo en la plaza del pueblo. Y te puedo ofrecer unas condiciones muy interesantes si te animas a pagarlo en veinte años.
—Me has dejado sin habla —le dijo Patty—. Esto es exactamente lo que quería. Tengo suficiente espacio hasta para poner un quirófano, y el gigantesco salón puede servirme perfectamente como sala de espera. Sí, me gusta. Y también me gusta el precio.
—Además, resulta que tengo aquí todo el papeleo —le replicó Mandelyn riéndose y sacando un sobre de su gran bolso—. Así que ya puedes ir a ver a James al banco y convencerlo para que te conceda un crédito.