Algo más que el interés... - Diana Palmer - E-Book

Algo más que el interés... E-Book

Diana Palmer

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Beschreibung

El interés había sido el principal motivo de aquella boda, pero descubrieron que había algo más... Jude Langston se había llevado a Bess a su rancho de San Antonio en lo que había sido casi un secuestro. Tenía la intención de casarse con ella para conseguir unas acciones, y a Bess no le quedó más remedio que acceder a ese matrimonio. Bess siempre había visto a Jude como un hombre duro y arrogante, pero no tardó en descubrir otras facetas mucho más agradables. ¿Sería Bess capaz de conformarse con un matrimonio de conveniencia?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2003 Diana Palmer

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Algo más que el interés… n.º 11 - noviembre 2024

Título original: The Rawhide Man

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788410747098

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Un trueno retumbó en una elegante casa de las afueras de Georgia. Pero su habitante, una mujer joven que estaba mirando por la ventana, no sintió ningún estremecimiento. Una experiencia penosa ocurrida dos días antes la había dejado insensible.

Elizabeth Merian White tenía veintidós años, pero parecía tener cincuenta. La lenta enfermedad de su madre la había atormentado bastante, pero su pérdida no la había traumatizado. Solo deseaba que todo volviera a su cauce, pero no se daba cuenta de lo vacía que se estaba quedando su vida. Ya no tenía a nadie. Su hermanastra se había ido a París esa misma mañana con su parte de la herencia. No habían tenido una relación muy íntima, pero Bess esperaba que después de lo ocurrido todo cambiase. Debería haberlo pensado mejor. Crystal nunca había cuidado a su madrastra y siempre le decía a Bess que había suficiente dinero en la herencia como para pagar a una enfermera.

Mucho dinero. Al oír esto, Bess se podría haber echado a llorar. Desde luego que lo había, pero fue hasta que el padre de Bess murió y su madre volvió a casarse con Jonathan Smythe y todos los negocios pasaron a él. Carla nunca se había preocupado de las finanzas, excepto para asegurarse de que Jude no pudiera poner sus manos en las acciones de la sociedad de petróleo de Texas que su padre y el de Bess habían creado.

Bess temblaba al pensar en Jude Langston. Ella siempre lo había visto como un hombre tosco e invulnerable. Jude no había asistido al funeral, pero Bess sabía que lo vería, tarde o temprano.

Bess se quedó mirando la lluvia. Apoyó la frente en el cristal de la ventana y cerró los ojos.

«Oh, mamá, nunca había conocido la soledad. Nunca la conocí», pensó Bess.

Carla tenía un cáncer que no respondió a ningún tipo de tratamiento. Se puso muy enferma y Bess se hizo la fuerte y la cuidó para que no se muriera. Su madre había sido exigente y perversa y se mostraba siempre irritada e intolerante. Pero Bess la quería. Y estuvo cuidándola hasta que fue al hospital. Todo lo hizo casi sin ninguna ayuda de Crystal porque estaba muy ocupada con su trabajo y no podía perder el tiempo yendo a casa. Tan solo fue a recoger la parte de dinero que le había quedado. Bess le recordó que los recibos del hospital y el médico habían disminuido los recursos de la familia. Pero entonces Crystal le preguntó sobre las acciones de petróleo…

Bess se pasó la mano por la nuca. Le dolía mucho la cabeza. Se sentía bastante mal porque no había descansado ni había comido. Las acciones de las que habló Crystal quedaron grabadas en su mente.

—Incluso tendría que vender la casa. Está hipotecada hasta la última cosa —le había dicho Crystal.

—En cuanto se entere, Jude Langston vendrá rápidamente a verme y tú lo sabes.

—Es un hombre muy sexy —había dicho Crystal—. Podría tener todas las mujeres que quisiera y lo único que desea es divertirse con el petróleo, el ganado y el bebé que tiene.

—Katy no es un bebé. Tiene casi diez años.

—Sí, claro. Tú vas al rancho todos los veranos, ¿verdad? Pero no fuiste este verano.

—Tuve que cuidar a mi madre —había dicho Bess con firmeza.

—Sí, ya lo sé. Yo pude haber ayudado, pero… ¿Qué piensas hacer con las acciones?

—Desearía no tenerlas. No me gusta tener que enfrentarme a Jude. Si mi madre hubiera arreglado lo de las acciones de otra manera…

—Ella lo odiaba. No iba a las fiestas porque sabía que él iba a estar allí. ¿Por qué se llevaban tan mal?

—Porque ella era la única chica de sociedad. Y no había nada en el mundo que Jude odiara más. La madre de Katy también era así, ya lo sabes. Ella rompió su compromiso mientras él estaba en Vietnam y se casó con otro. Por esa razón parece que odia a todo el mundo, incluso a mí. Yo pensé que la batalla se acabaría cuando ella muriera.

—Creo que podrás manejarlo.

—¿A Jude? —había dicho Bess sonriendo—. La primera vez que lo vi fue cuando estuve con mi padre en el rancho de Langston. Yo tenía catorce años. Mi padre se tomó unas cuantas copas y se acercó a él con una pistola cargada. Jude no dio ni un paso atrás. Fue derecho a la pistola, se la quitó y lo golpeó en las rodillas.

—Te brillan los ojos cuando hablas de él —le había dicho Crystal a Bess—. Te entusiasma, ¿verdad?

—Me asusta.

—Eres terriblemente ingenua para los años que tienes. No es miedo, lo que pasa es que no tienes experiencia para saber lo que es —le había dicho Crystal dándose la vuelta para marcharse—. Me tengo que ir. Jacques me está esperando en el aeropuerto. Ya me contarás cómo van las cosas.

Y eso fue todo. Bess se quedó sola. No tenía familia, ni ningún amigo en quien confiar.

Tan pronto como Jude se diera cuenta de que Bess controlaba sus acciones le haría la vida imposible.

Se apartó de la ventana al sorprenderle las luces de un coche. El ruido de la lluvia amortiguaba el ruido del motor.

Se tocó la cara y se comparó a Crystal. Tenía una nariz perfecta y unos labios rojos muy perfilados. Sus ojos eran grandes y atrayentes, y aunque no era tan hermosa como su hermanastra, tampoco era fea. Algún día encontraría a un hombre y se casaría con él. Pensó en Jude; él nunca se casaría. Ni siquiera había propuesto matrimonio a la madre de Katy.

Bess se quedó mirando toda la enorme casa que había formado parte de la herencia de los White desde hacía más de cien años. Crystal tenía razón. Debería vender la casa. Los dividendos de sus acciones eran suficientes para que ella pudiera vivir, pero no para mantener la casa.

Se puso de pie. Había llevado el funcionamiento de esa enorme casa. Y muy pronto, no tendría ni eso. Sonrió y pensó que tenía que buscar un trabajo.

El timbre de la puerta la sobresaltó. No esperaba a nadie. Se miró en el espejo y vio que estaba despeinada, pero no le daba tiempo a arreglarse. Estaba pálida y sin maquillar. Esperaba que no fuesen más facturas. Ya había tenido bastante desde que se hizo pública la muerte de su madre.

Un estremecimiento recorrió todo su cuerpo cuando abrió la puerta. El hombre que tenía enfrente era el sueño de cualquier mujer. Era alto, fuerte y llevaba un traje a rayas que parecía ser bastante caro. Se parecía a un modelo de una revista. Pero su rostro era inescrutable y su boca firme. Sus cejas tenían el mismo color azabache que su pelo, que llevaba oculto bajo un sombrero. La imagen de aquel hombre era tan fabulosa que Bess dio un paso hacia atrás sin darse cuenta.

—Me imagino que me estabas esperando —dijo Jude Langston.

—Oh, sí, junto con el diluvio, el terremoto y las erupciones volcánicas —dijo Bess con ese toque de humor que siempre le salía a flote cuando estaba nerviosa—. No debería molestarme en preguntarte por qué estás aquí. Es obvio que has visto el testamento.

Jude entró y cerró la puerta. El agua le caía del borde del sombrero.

—¿Dónde podemos hablar?

Bess se dio la vuelta recordando que todavía era la señorita White de Oakrove y llevó a Jude a un salón que no estaba muy decorado.

—Veo que todavía eres una chica de sociedad —dijo Jude sentándose en el sofá—. ¿Me puedes servir un café, señorita White? o ¿es que no trabajan hoy los criados?

—Hace dos días que murió mi madre —dijo Bess—, por lo tanto, deja tus sarcasmos para otra ocasión. Sí que hay café, pero no hay criados. ¿O no sabes que la única cosa que hay en pie entre yo y la inminente miseria son esas acciones en las que tú estás deseando poner las manos?

Jude la miró como si se hubiese sorprendido.

—Traeré el café —dijo Bess.

Mientras lo preparaba, intentó calmar sus nervios. Ponerse así no la ayudaría nada con Jude, y sería mejor que se controlara. Bess llevó el café al comedor y encontró a Jude mirando un retrato de Carla y Bess.

Jude vio entrar a Bess con el servicio y no le ofreció ninguna ayuda.

—Gracias por tu ayuda —dijo Bess.

—¿Pesaba mucho? —preguntó Jude.

Bess casi se echó a reír. La situación era increíble. Al sentarse derramó el café, pero no se dio cuenta de ese desliz.

—¿Debería adularte por acordarte de cómo me gusta el café? —preguntó Jude mientras la miraba insolentemente de arriba abajo.

—No hace falta que me adules —contestó Bess tomando la taza de café—. Te conozco.

—Creo que tienes toda la razón.

—¿Cómo está Katy? —preguntó Bess.

—Crece muy deprisa —dijo Jude con la mirada fija en Bess—. Me preguntó por ti cuando vio a toda la familia este verano.

—Siento no haber podido ir. No podía dejar a mi madre sola.

—Bueno, ya hemos hablado bastante. Te vas a venir conmigo a San Antonio.

—¿Qué has dicho? —preguntó Bess sorprendida.

—Me has oído muy bien. La única manera que tengo de controlar esas acciones es casándome contigo.

Bess se quedó inmovilizada.

—No —contestó Bess tajantemente.

—Sí —dijo Jude—. He esperado mucho tiempo para tener esas acciones y las voy a tener. Si tú aceptas el trato, yo cumpliré mi parte lo mejor posible.

Bess se sonrojó y se puso derecha en el sillón.

—¿Qué te hace pensar que voy a aceptar? —preguntó Bess con un tono de voz frío—. Eres arrogante y egoísta, y no te preocupas por nadie en el mundo excepto por katy.

—Eso es verdad —afirmó Jude—. Pero tú vendrás conmigo al altar, aunque tenga que llevarte atada y amordazada.

—No puedes obligarme a casarme contigo.

—¿Crees que no?

Jude se puso de pie. En su rostro se apreciaba el mal humor y la ira. Salió de la habitación y Bess se le quedó mirando.

Unos minutos más tarde, Jude volvió con el abrigo y el bolso de Bess en las manos.

—He quitado la caja de fusibles. Puedes llamar a un corredor de fincas de San Antonio para que ponga la casa en venta. Las cosas pequeñas te las puedes llevar. Ahora, ponte el abrigo.

Bess no podía creer que aquello estuviese ocurriendo. «Debe ser una alucinación», se dijo. Un instante después, Jude le puso el abrigo y le dio el bolso.

—¡No iré! —gritó Bess.

—¡Ni hablar, tú vendrás!

Jude la agarró del brazo y la sacó de la casa.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

«Esto no puede estar ocurriendo», se dijo Bess una hora más tarde cuando estaba sentada al lado de Jude en la cabina del avión.

El sonido del motor era real y Jude estaba a su lado, concentrado en pilotar el avión.

Jude no confiaba su vida a otro piloto. Le gustaba controlar todo. Ahora Bess entendía por qué ninguna mujer lo había llevado al altar. Enamorarse sería también dar el control a alguien.

Bess se inclinó en el asiento y se preguntó cómo podría salir de ese lío. Pensó que podría vender las acciones, pero de pronto recordó la frase exacta del testamento. Carla también había tenido cuidado en ese punto. La única manera que Jude tenía de conseguir esas acciones era casándose con Bess. Y esto, Carla lo había pensado, pero estaba segura de que nunca lo haría. Bess le era antipática a Jude y todo el mundo lo sabía. Siempre estaban regañando.

Jude y ella tuvieron una pelea por Katy. Bess llegó a sonrojarse por el lenguaje que Jude utilizó.

Katy le contó a Bess una pelea que tuvo en la escuela por afirmar que podría vencer a dos chicos de su tamaño.

Bess pensaba que eso era terrible y así se lo dijo a Jude cuando una noche fueron a cenar a un restaurante del Paseo del Río. Siempre solían acabar en el restaurante después de la excursión y del rodeo anual.

—¿Qué tiene de malo que Katy se defienda? —había dicho Jude—. El chico la pegó primero.

—Es una chica —había contestado Bess sin poderse aguantar—. ¿Qué estás intentando?

—Enseñarla a defenderse.

—Enseñándola a ser caprichosa —había dicho Bess sin acobardarse.

Esto hizo estallar a Jude. Tenía los ojos resplandecientes y una mirada peligrosa.

—Katy es mi hija. Yo decido lo que es bueno o malo para ella y no necesito la ayuda de una señorita. ¿Quién eres tú para decirme cómo tengo que criar a mi hija? ¿Qué cualidades tienes para ser la madre de alguien?

Jude levantó bastante la voz. Bess hubiese querido esconderse.

—La gente nos está mirando —había dicho Bess.

—¡Pues que miren! —había gritado Jude—. Si te crees con derecho a decirle a la gente cómo tiene que cuidar de sus hijos, cuéntaselo a todo el mundo. ¡Adelante, señorita White, dígame cómo tengo que educar a mi hija!

Bess había sido humillada, pero se mantenía con la cabeza bien alta y mirándolo fijamente.

—No creo que tenga que volver a repetirlo —le había contestado Bess.

Jude se enfadó más al ver que Bess no se irritaba y empezó a blasfemar.

—Eres una niña presumida —le había dicho Jude—. ¿Por qué no te casas y tienes hijos? ¿No puedes encontrar a un hombre lo bastante bueno? ¿O lo que te ocurre es que no puedes encontrar a un hombre?

Jude se dio la vuelta y se marchó, dejando a Bess con lo ojos llenos de lágrimas. Ella se marchó entonces al hotel para hacer las maletas. Esa fue la última vez que tuvo contacto con Jude, hasta ahora.

—Tan callada y tan distinguida —dijo Jude haciéndola volver a la realidad—. Sin una queja y sin ningún grito. ¿Es esto un comportamiento humano para ti?

Bess levantó la cabeza y lo miró.

—¡Mira quién está hablando de ser humano! —exclamó Bess.

—Yo nunca dije que lo fuera.

—Si hubiera dudado de ello, tú me habrías hecho cambiar de opinión hace dos veranos.

—Tú te marchaste. No lo esperaba. Nunca te habías alejado de mí —dijo Jude.

La frase fue insólita, pero Bess no quería enredar más las cosas.

—Yo no me marché. Simplemente, no veía ninguna razón para quedarme ni un solo día más aguantando tus insultos.

—Aquello fue por lo de Katy. No quiero que sea una muchacha de sociedad, ¿está claro? Tú le echaste una mano en su vestuario, pero no quiero que vuelva a ocurrir.

—No te preocupes. No estaré mucho tiempo por aquí y así no le haré ningún daño.

—¡Estarás aquí! ¡Y cállate ya! —dijo Jude mirándola con rabia—. No me gusta discutir cuando estoy pilotando. No querrás que tengamos un accidente, ¿verdad?

—El avión no se atrevería —dijo Bess muy enfadada—. Como a la mayoría de las cosas que te rodean, le resultaría demasiado amenazador aventurarse.

Jude se echó a reír, pero en seguida cambió de expresión, y puso la cara que él acostumbraba a poner.

Por la noche, aterrizaron en el aeropuerto de San Antonio. Bess estaba muy cansada. Apenas reconocía los alrededores, hasta que se dirigieron a la salida y entonces vio las paredes. Todas tenían publicidad con temas del oeste.

—¡Oh, qué maravilloso! —exclamó Bess cuando se fijó en uno que mostraba un rancho con un molino de viento.

Se parecía al oeste de Texas y Bess se quedó prendada con él.

—¡Por todos los cielos, vamos! —gritó Jude, y la agarró del brazo.

El contacto de la mano de Jude parecía como si la quemara.

—¿Podrías parar de quejarte un minuto? —le dijo Bess a Jude.

—¿Por qué no dejas de criticar a todo el mundo que te rodea y te echas un vistazo a ti misma? —le reprochó Jude—. ¿Qué te hace pensar que eres perfecta?

Bess sabía que no era perfecta, pero le hicieron mucho daño esas palabras.

—No me casaré contigo. Tendrás que pasar por encima de mi cadáver.

—Deja de decir tonterías. Tú te vas a casar conmigo quieras o no. No quiero hablar más del asunto.

Aligeraron el paso y Bess se puso el abrigo. No estaba lloviendo, pero hacía frío. Las palmeras parecían estar heladas y los robles que bordeaban la carretera no tenían ninguna hoja.

De repente se acordó de que no había comido nada desde el desayuno y esto le recordó que Jude había dicho algo de que había quitado la luz.

—¡Eres imbécil! ¡Dejaste desconectado el frigorífico!

Jude la miró.

—No me pongas motes. Quiero que seas más fina. ¿Y qué pasa si se echa a perder la comida? Tú no estarás allí para comértela.

—¡Olerá toda la casa!

—Me ocuparé de ello. Dime el nombre de un corredor de fincas.

—¡No puedes ordenarme que venda Oakgrove! Ha sido de mi familia desde hace más de cien años —contestó Bess con ira.

—La venderás si yo lo digo —dijo Jude con mal humor—. Tan solo es un terreno y una vieja casa.

Bess recordó las meriendas de la familia, los paseos por los bosques, las primaveras, los veranos y el cariño que había puesto cada generación en la finca.

—No —dijo Bess—. Es una herencia. Si la finca es tan insignificante, ¿por qué no vendes la Gran Mestique?

—Esa es diferente —contestó Jude—. Es mía.

—Y Oakgrave es mía.

—¡Dios mío! Eres una testaruda —dijo Jude—. ¿Para qué la quieres?

—Es mi casa. Cuando te des cuenta de lo que estás haciendo, entonces volveré a vivir allí y ya buscaré la manera de mantenerla.

Jude puso toda la atención en la carretera.

—Necesito esas malditas acciones. Tu madre casi me ha costado la empresa por la que he trabajado toda mi vida. Negándome las acciones que en realidad eran mías, me ha metido en una lucha de poder que tal vez pierda.

—¿Una lucha de poder? —repitió Bess.