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Antes de continuar con la lectura de esta propuesta cabe hacer una advertencia: Este trabajo pretende bordear la experiencia extraordinaria de amor, acontecida a un ser, que se manifiesta en la articulación del lenguaje como ser-que-ama, no como retórica sino como acto coreográfico, como el gesto del cuerpo sorprendido en acción (Barthes, 1977). Para esto el camino elegido en este texto tuvo que hacerse de forma crítica a la psicología con perspectiva biológica, individualista, experimentalista y/o de la salud. Y por lo mismo se trabajan argumentos desde la filosofía, la sociología o la literatura. Esta apertura permite abordar con otra perspectiva el tema del Amor, no desde el saber del investigador sino desde el suceso investigado mismo. Mi formación fue como psicólogo, pero en la disciplina hay preguntas todavía inexploradas que el Amor como fenómeno complejo planteaba, por lo tanto me vi forzado a territorio desconocido para la comprensión de un fenómeno apasionante, que fue lo que me ocurrió en un primer momento con la lectura de libros como "Amor y Occidente" de Rougemont (1957) o "Amor y Mundo" de Xirau (1940). Esto quiere decir dos cosas, la primera es que no todo psicólogo tendrá los conocimientos de autores como Heidegger, Barthes, Ricoeur, Bataille, Lacan, Allouch, Ortíz-Oses, entre muchos otros. Por tanto, no es un libro asequible de primer momento para un psicólogo o público en general. Fue mi caso que ingresé a estos conceptos desde la duda y el desconocimiento, lo que me permitió abrir un horizonte de reflexión a este tema. Por tanto, no se seguirá la perspectiva del experto que habla del amor, sino desde "aquel que ama" y para ello se requiere un método particular que investigue la vida cotidiana. Compete entonces esta discusión a toda persona que habite en el mundo occidental contemporáneo... Desde aquí ya es elección de lector de continuar todos los hilos de reflexión que aquí se expongan, que por supuesto, no se agotan.
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Seitenzahl: 427
Veröffentlichungsjahr: 2025
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"Alegoría del Amor"
Agnolo Bronzino
Venus, la Diosa de la belleza y del amor carnal. Cupido, el Dios del amor puro. Ellos en actitud erótica comparten un sensual beso mientras él estrecha uno de sus senos y ella parece robar una flecha. Un niño de cabellos dorados celebra el amor con pétalos de rosa. Su pie izquierdo tiene una pulsera de cascabeles para añadir música y el derecho pisa una espina que le hace sangrar, pero no se da cuenta porque sonríe. El amor celebra de manera ciega, es incapaz de ver o sentir nada más. Una niña, mitad humana mitad serpiente, ofrece un panal de miel pero esconde un aguijón. Es el engaño que puede parecer placentero pero termina en sufrimiento. Un hombre con gestoo de furia y las manos en la cabeza representan los celos. En el suelo dos máscaras que simbolizan las dos caras del amor, como comedia y como tragedia. El tiempo es un anciano con alas, cargando un reloj a la espalda, decidido a quitar el velo y consagrar un instante como eterno. La última figura, con media cabeza, es la necedad que regresa una y otra vez.
Introducción
Capítulo 1
La Problemática de Investigar al amor en la Posmodernidad y desde la Subjetividad
1.1 El Sentido de la subjetividad y su cotidianeidad
1.2 Fundamento teórico de Afectividad
1.3 Lo que se dice del amor
1.4 Amor, vivencia y filosofía
Capítulo 2
Posmodernidad como evento cultural
2.1 ¿Somos Posmodernos?
2.2 Necesidad del ingreso de la psicología a la Posmodernidad
2.3 La ¿nueva? civilización Posmoderna
2.3.1 La Modernidad: el evento de lo nuevo
2.3.2 Inicio, fin y transición de las épocas
2.3.3 La Posmodernidad como superación y escatología
2.3.4 Vida cotidiana Hiperreal
2.4 Conclusión
Capítulo 3
El amor y Occidente
3.1 Amar en otras leyendas
3.1.1 Amar en griego
3.1.2 El ágape cristiano
3.1.3 Amor cortesano
3.1.4 Los románticos
3.1.5 El amor moderno
3.2 Amor, mitos y psicología
3.2.1 La definición mítica del amor
3.2.2 Amor sano y patológico
3.2.3 El amor, ¿verdadero o falso?
3.2.4 La universalidad del amor
3.2.5 ¿Cuánto dura el amor?
3.2.6 Bioquímica del amor
3.3 Conclusión
Capítulo 4
Esbozo de una estructura de amor
4.1 La forma íntima del deseo
4.2 La fuerza del amor
4.3 Inspiración trágica
4.4 La lógica de la nada
4.5 En posición de amor
4.6 Estética y seducción
4.7 Conclusión
Capítulo 5
La vivencia amorosa Posmoderna
5.1 Mercancía
5.2 Técnica-instrumental
5.3 Conexión
5.4 Conclusión
Capítulo 6
Cierre
Referencias
Aviso legal
A Mikel Ruy
Amor, es una experiencia contundente. “Aquel que ama” lo sabe. ¿Cómo entender al amor? Solo amando.
Usted que lee estas líneas, ¿se ha dejado llevar por su arrobamiento?
Es momento de evocar e invocar a través de la palabra, la presencia de “aquel que ama”, con figuras de su discurso más íntimo e intenso. Tiempo para detenerse un poco a aspirar el aire que brota de su embriaguez. Confieso que no puedo evitar detenerme a re-crearlo en cada línea que escribo. Por eso, propongo un instante para que deje de leer y se permita re-crearlo.
Al abismarse en tal exaltación surgirán mundos infinitos e irrepetibles, con vivencias que serán personales, íntimas y profundas, a saber: sólo suyas.
Eso es una vivencia, una (re)creación fatalmente constante de experiencias cotidianas corpóreas, como sentido de estructura experiencial vivida y cuerpo como contexto (Varela, Thompson y Rosch, 1992). Las vivencias, superpuestas, significan a un sujeto como: “aquel que vive”. Son un instante de robarle un poco a la muerte, a la discontinuidad, al finito, un poco de su angustiante caminar con nosotros y permitirnos saborear vida. En este caso sería “Mundo vivido”, no como la concepción teórica ingenua de mundo, que se halla en la actitud natural, sino el mundo social cotidiano de experiencias y significaciones.
Igual deslice por su paladar un delicado vino, una gota de miel, una tajada de brisa matinal o los labios de una bella y tierna mujer anhelante; usted y yo representaremos un momento fugaz de eso que se recorrió como un lapso de tiempo, que llamamos vivir. Es breve y nunca es el mismo, aunque quizá similar.
¿Quién ama? Solo aquel “que en tanto carente” se atreve a vivir.
¿Qué se necesita? Otro que, en primera instancia, supondremos físico y humano, pero no necesariamente.
¿Cómo ama? ¿Cuándo ama? ¿Por qué ama? ¿Qué ama o a quién?
¿Se encuentra el amor amenazado? ¿La sociedad Posmoderna y el advenimiento de las nuevas tecnologías dieron el tiro de gracia? ¿O solo es una forma diferente de amar?
Antes de continuar con la lectura de esta propuesta cabe hacer una advertencia: Este trabajo pretende bordear la experiencia extraordinaria de amor, acontecida a un ser que se manifiesta en la articulación del lenguaje como ser-que-ama, no como retórica sino como acto coreográfico, como el gesto del cuerpo sorprendido en acción (Barthes, 1977/1998). Para esto el camino elegido en este texto tuvo que hacerse de forma crítica a la psicología con perspectiva biológica, individualista, experimentalista y/o de la salud. Y por lo mismo se trabajan argumentos desde la filosofía, la sociología o la literatura. Esta apertura permite abordar con otra perspectiva el tema del Amor, no desde el saber del investigador sino desde el suceso investigado mismo, quien vive el amor. Mi formación fue como psicólogo, pero en la disciplina hay preguntas todavía inexploradas que el Amor como fenómeno complejo planteaba, por lo tanto me vi forzado a territorio desconocido para la comprensión de un fenómeno apasionante. Esto fue lo que me ocurrió en un primer momento con la lectura de libros como “Amor y Occidente” de Rougemont (1957) o “Amor y Mundo” de Xirau (1940). Esto quiere decir dos cosas, la primera es que no todo psicólogo tendrá los conocimientos de autores como Heidegger, Barthes, Ricoeur, Bataille, Lacan, Allouch, Ortíz-Oses, entre muchos otros. Por tanto, no es un libro asequible para un psicólogo de visión positivista experimental. Pero... eso no excluye que un colega de esta postura no pueda leerlo como me ocurrió a mi, iniciando con lagunas que me provocaron a leer más sobre el tema y expandir la reflexión. Segundo, también es cierto que no es un libro para no-psicólogos, porque uno de los puntos eje del libro es una revisión crítica de la mirada de la psicología sobre el tema y se puede argumentar que se requiere conocer sobre el campo. Por lo tanto, quizá tampoco es un libro para usted que no es psicólogo. Y en extensión a este argumento, una persona no familiarizada con el giro lingüistico, la hermenéutica, la ontología, el psicoanálisis lacaniano, la sociología o la psicología social sociológica no podrá acceder al contenido de este libro para su comprensión. Sin embargo aún así dicho todo lo anterior, usted que no tiene conocimiento de los conceptos anteriores, psicólogo o no, puede que sea la persona ideal para leer este texto, que como en mi caso ingresé a estos conceptos desde la duda y el desconocimiento, lo que me permitió abrir un horizonte de reflexión a este tema. Por tanto, no se seguirá la perspectiva del experto que habla del amor, sino desde “aquel que ama” y para ello se requiere un método particular que investigue la vida cotidiana. Compete entonces esta discusión a toda persona que habite en el mundo occidental contemporáneo... Desde aquí ya es elección de lector de continuar todos los hilos de reflexión que aquí se expongan, que por supuesto, no se agotan.
Este escenario particular nos empuja a pensar en términos similares a los propuestos por Husserl: ‘a las cosas mismas’. Solo sabremos del amor preguntando desde el amor mismo. Por ello, nos remontaremos el enfoque semiológico de Mitos que propone Roland Barthes; nos aventuraremos a salir de la disciplina psicológica en esta reflexión, para compartir un interés y gusto personal, en el develamiento de los signos y la ideología. Por esta razón no abordaremos otras aproximaciones metodológicas como la psicología discursiva (por ejemplo el enfoque sociocognitivo de Van Dijk o el análisis retórico de Billig, sin dejar de compartir premisas epistemológicas comunes). Optamos en esta ocasión dado el tema tan particular por dejar de lado la estructura gramatical del signo y haremos énfasis en las figuras del discurso amoroso propuesta por Barthes (1957/1980) que aparecen en la vida cotidiana, las cuales pueden ser orales, escritas, representaciones, etc. Estas pueden habitar a su vez en conversaciones, cine, escritos científicos, publicidad, foros presenciales o en línea, redes sociales, etc. En suma, en cualquier lugar donde se reconozca la aparición de un acto amoroso y donde se supone, exista una conciencia significante capaz de razonar sobre estos elementos (Barthes, 1957/1980).
En este sentido la propuesta de sistema semiológico de segundo nivel propone que la significación surge despúes de la primera relación significado/significando. En relación al tema se puede entender como:
a) por un lado la figura amorosa se reduce a pura significación, es decir; designa, notifica, hace comprender e impone, a saber; se presenta como una forma que es una imágen vívida, espontánea, rica;
b) por otro lado; la figura postula un saber, una memoria, un pasado que hace referencia a un contexto histórico.
Con esta elaboración, encontrando la repetición de conceptos en formas diferentes, se nos permitirá descifrar el mito, como ejemplifica Barthes: “la insistencia de la conducta es la que muestra la intención” (Barthes, 1957/1980, p. 115). El análisis del mito nos demostrará las características ideológicas, que se establecen en el mundo cotidiano dentro de un contexto social (Ramírez, 1981). Así, el mito amoroso nos permitirá que brote la comprensión de lo diferente, la mediación entre el ser y el sentido social, en ese punto intermedio, donde aparece auténticamente el amor que se mete hasta las tripas.
Esta forma de acercamiento, por supuesto, contiende con posturas diversas sobre la materia que son ampliamente reconocidas. Se dialoga con otras miradas, desde la sociología, la filosofía, semiótica, literatura, etc. Posturas ideográficas, nomotéticas, historiográficas, naturalistas, morales, sociales, serán discutidas. En este contenido a tratar, su importancia, compromiso, intimidad, se enuncian al hablar sobre la experiencia de “aquel que ama”; la condición de amante se vuelve difícil al verse comprometido en la triple posición de aquel que expone, es víctima y cómplice.
¿Qué saben la ciencia, la filosofía, la poesía y la psicología del amor? ¿Qué saben los legos? Se aspira a contextualizar el alcance de las disciplinas humanas interesadas, ya que la propuesta de sujeto implicada en esta disertación, rompe con algunos conceptos difundidos por distintos medios culturales.
¿De qué tipo de amor hablamos? Estamos compelidos a establecer una definición de amor, dado que se considera que este es diferente, varía de acuerdo al objeto, a saber: amor a Dios, amor a la madre, amor a la patria, amor a los hijos, amor a la pareja. El curso de esta investigación muestra que la diferenciación es artificial. Aunque reconozco que se inspira, en lo que la literatura comúnmente ha denominado “amor romántico”, la estructura amorosa no se limita a los objetos específicos en relación.
La actualidad implícita en el título responde a un aquí y ahora, cuya pertinencia responde a una duda generalizada sobre el fin de la Modernidad occidental y de universales que sustentaban en otro momento la angustia humana. En todo caso, al hablar de contemporaneidad no nos referimos a un momento cronológico sino actual (entiéndase como “a la par en el tiempo”). Dentro de ella, presentamos el problema de la Posmodernidad, que como criterio de análisis sigue causando controversia.
El amor de Platón, el mito de Tristán e Isolda, el amor cortesano de Camellot, la aporía de Rilke. Solo su honestidad discursiva las contiene como actuales.
Es “aquel que ama” eterno en el momento en que se vivencia amor como:
• bello cuando dice: “en la calma tierna de tus brazos”;
• infortunio cuando dice: “mi tristeza verdaderamente carecía de límites”;
• obstinado cuando dice: “cuando amo soy muy exclusivo”;
• provocativo: “Seré tuya cuando hayas pasado cien noches esperándome sentado sobre un banco, en mi jardín, sobre mi ventana”;
• impotente: “porque después de tanto tiempo, aún los veo salir tomados de la mano”;
• incognoscible: “Yo te conozco. Nadie más que yo te conoce bien, y por otra parte, a menudo me embarga una evidencia: el otro es impenetrable, inhallable, irreductible. ¿De dónde viene? ¿Quién es? Me agoto, no lo sabré jamás”;
• fatal: “era que no podía dejar de amarla, aunque no me amase”;
• trágico: “era terriblemente doloroso, pero no podía hacer otra cosa que sentirme agradecido de amarla”;
Por lo tanto, podemos encontrar celos, vacilación, incertidumbre, fragilidad, angustia, certeza, vigilar, velar, etc.
Bajo este panorama, al tiempo que se entiende el amor como estructura vivencial, a la vez se busca discernir el impacto que la Posmodernidad tiene en la experiencia amorosa. Esta aventura multidisciplinaria propone recorrerse de la siguiente forma:
a) Se introducirá al problema del estudio de la afectividad y la vivencia desde una perspectiva contemporánea.
b) Se describirá la Posmodernidad como pensar contemporáneo y como la “nueva civilización”.
c) Se analizará el recorrido del concepto de amor en la historia, desde la antigüedad hasta su sentido actual en la esfera cotidiana.
d) Se desarrollará un esbozo de la estructura semiótica involucrada en la vivencia de amor.
e) Se analizará el impacto que la estructura semiótica Posmoderna tiene en la vivencia amorosa.
No hay discurso correcto para abordar el tema. Hay caminos y esta es sólo una forma. Advierto que el recorrido sugerido busca provocar a aquel que lo lea. No puede ser de otra forma, más que hablando en términos de (re)significación.
Pero, la verdad, ¿quién sabe lo que es el amor?, solo “aquel que ama” y para el que esto escribe, es terriblemente apasionante.
Comprender la contemporaneidad como psicólogos, es nuestra encomienda, la cual requiere significar la realidad como una experiencia de vida, cotidiana y temporal. Más que nunca entender nuestro presente implica reflexión sobre el sujeto a distancia crítica y desde sus propios ojos.
Aventurarnos por tanto en el tema del amor, conlleva una confrontación con nuestros espacios íntimos y con los distintos discursos que se hilvanan en su interior. Es algo que al parecer a todos concierne pero su comprensión plena, solo se da a quien vive “en-amorado” y cuya retórica se presenta superlativa, grandilocuente y/o serena, plena, imposible. Es el amante que se proyecta en ser viviente y anhelante cuando dice:
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero
– Pablo Neruda. Veinte poemas de amor y una canción desesperada
De esto se habla cuando se convoca al amor: espacios misteriosos, búsquedas irredentas, figuras eternas. Como afirma Ortíz-Oses (2003); es lo único interesante en el mundo por ser lo más sagrado y profano, extraordinario y ordinario, profundo y deletéreo. Presenta una lógica compleja y contradictoria, que a los ojos de las teorías científicas y las opiniones cotidianas choca con una oquedad discursiva. La literatura psicológica general (pero positivista en lo particular) que trata del tema se siente fría y desapasionada, o por lo menos no deja en claro qué es el amor:
Entre las distintas tipologías del amor, los tipos ´pasional´ y ´compañía´ son aceptados como una conceptualización válida del amor independientemente de la edad, el género, la cultura en un amplio espectro de investigaciones (Kim & Hatfield, 2004, p. 173).
Se percibe un desfase entre lo que se dice y lo que se vive del amor. Kim y Hatfield (2004) proponen el tema como suficientemente entendido, a partir de clasificaciones y distintos modelos correlacionales entre conducta y actitud. Damos por hecho el conocimiento del que se habla, pero aún se siente que hace falta algo para pasar a la comprensión.
Para el “sabio investigador” lo importante es hablar de los afectos siempre desde afuera, como un anatomista del cerebro (Bataille, 1957/1997) que disecciona hasta localizar el correlato entre localización y función. “Rantes”, personaje de la película “Hombre mirando al sudeste” (Luján, Lauría y Subiela, 1987), realiza esta acción y se pregunta “¿En qué lugar está el alma? ¿En qué lugar tan misterioso está esa cajita negra? ¿Será en el corazón o en el cerebro? ¿En la médula ósea, o en un lugar sin tiempo y sin espacio, que proyecta estos accidentes de mi cuerpo y de mi capacidad de sentir y de darme cuenta?”.
De igual manera que con cualquier acto afectivo, acusamos que el amante no percibe tipologías, o por lo menos desde el amor no puede comulgar con ellas, por lo que la descripción de su experiencia será inacabada, íntima y única y como producto toda clasificación es superada por lo phático. El amor es entonces el lugar del antifundamento del ser, donde convive lo estrambótico en medio de lo real (Ortíz-Oses, 2003). Es por ello, que al preguntar por el amor y vivencia desde la perspectiva positivista, no podemos atrapar lo que en el lugar de la cotidianeidad y la mirada del amante se plantea.
En un punto opuesto, es la poesía como acto afectivo la que nos apertura al sentido y la comprensión, nos enfrenta con nuestra existencia finita para significar un mundo de lo posible e inédito. Aparece una sensibilidad mayor sobre la que el amor se esboza como vivencia afectiva y cotidiana, sin caer en los recursos de la clasificación, las esencias y la unicidad. Machado, por ejemplo, desafía la lógica lineal al plantearnos dos momentos instantáneos, contradictorios y simultáneos; cuando con sonidos, desgarres y dolor se desea desaparecer la tortura de una pasión, pero su ausencia al mismo tiempo desata su anhelo:
En el corazón tenía la espina de una pasión;
logré arrancármela un día;
ya no siento el corazón…
Mi cantar vuelve a plañir;
Aguda espina dorada,
quién te pudiera sentir
en el corazón clavada.
– Antonio Machado. Voy soñando caminos.
Esta figura amorosa se siente con todos los sentidos, despliega lo múltiple, lo intenso; violenta el orden, los límites. Por tanto, el afecto amoroso es una experiencia compleja porque es fáctico, diverso, en contradicción y oposición a los mundos que la crean (Gurméndez, 1991, p. 13).
Es preciso entonces empezar a dudar de nuestras certezas disciplinares y abrir más interrogantes sobre el amor. A saber:
• ¿Dónde buscar al amor?
• ¿Quién tiene voz y autoridad en el asunto?
• Es un asunto que colinda con la locura, por lo tanto, ¿tiene sentido práctico estudiarlo?
• ¿Está regulado por procesos neuronales, leyes universales, regímenes temporales?
• ¿Es una ilusión que deriva en aceptación? ¿Un engaño que la vida se encarga de curar?
Una de las búsquedas iniciales del autor fue localizar el amor en una “pareja”. Sin embargo, esta estrategia utilizada por muchos autores, tiene la dificultad de que la “pareja” puede estar vinculada por muchas razones que pueden o no estar cercanas al amor: conveniencia, costumbre, compañía, placer, recuerdo, venganza, etc. No es ahí donde se localiza al amor. Sin embargo, es una estrategia común en la literatura usarlos como sinonimia, aunque pocos parecen darse cuenta de la trampa.
Un segundo intento consistió en definir el amor operacionalmente por conductas demostrables, en una especie de “competencia del amor”. Pero este camino presenta un problema similar. La conducta no es afecto, su significación íntima escapa incluso a las palabras, para solo vivirse desde lo indecible.
En un tercer momento, se pensó en replantear la aplicación de constructos teóricos reconocidos en psicología, aunque los posibles resultados presentan diferentes inconsistencias. La principal corresponde al defecto epistemológico del modelo que se confirma a sí mismo, y así cualquier intento por salir a conocer sobre el ‘amor teorizado’ resulta en respuestas ya definidas por el modelo. Carecía de sentido identificar como triángulo equilibrado, patología amorosa o tipos “ludus”/“storge”, un vínculo afectivo por sí mismo. Es el sentido que desde el siglo XIX ya Nietzsche (1873/1984) cuestiona con una metáfora: esconder “algo” detrás del matorral para después vanagloriarse de haber encontrado “eso”. Salir al campo de investigación a buscar algo que ya se sabe, requiere de mucho cinismo, lo que nos dejaba poco campo de acción al respecto.
Estas primeras experiencias, llenaban de más incertidumbre al constatar, que las investigaciones psicológicas tratantes del amor como tema, carecían de interés y pasión. El carácter erótico de las grandes teorías quedaba reducido a una medida que aumenta su carácter instrumental, dominador de la naturaleza; en cuanto al conocimiento del amor, es casi ya un obstáculo (Safranski, 2006, p. 49). Es pues momento de regresar a la continuación del eros... por otros medios.
Finalmente, ante la carencia de la comprensión en los estudios psicológicos habituales, acusamos la necesidad de transitar multidisciplinariamente hacia la subjetividad, un sendero al que estamos poco acostumbrados, ya que constantemente somos provocados a pensar en objetos y cantidades positivas y cuantificables. Se volvía indispensable ir contracorriente y presentar ideas y trabajos distintos que la inercia no puede nombrar. Las “nuevas ciencias de la mente necesitan ampliar sus horizontes para abarcar tanto la experiencia humana vivida como las transformaciones inherentes” (Varela et al., 1992, p. 17).
Para este fin, en las siguientes líneas se busca reivindicar la validez del evento cotidiano y su significación subjetiva, para demostrar el alcance de la experiencia amorosa y develar sus características particulares en la Posmodernidad.
El tema amoroso, al parecer, no concierne al científico más allá de declarar que ahí existe un comportamiento objetivo, positivo y en el mejor de los casos, intenso. Un ejemplo:
En muchos estudios se ha revelado que el amor es un predictor importante de la felicidad, satisfacción y las emociones positivas… Se cree que distintos actos, como besar, el sexo, el contacto emocional y el intercambio de compañía en las relaciones amorosas contribuye a la felicidad (Kim y Hatfield, 2004, p. 174).
Para el amante sin embargo, su experiencia será siempre un acto estético profundo que al mismo tiempo se transforma en un ethos de vida. Para Baudelaire, por ejemplo, la belleza “será esencialmente melancólica y triste, será una belleza soñadora y desesperada. Una belleza misteriosa y arrepentida. Una belleza amarga, provocadora, arrogante, desdichada. Después de los románticos, la musa moderna será literalmente una flor del mal” (Yáñez, 1993, p. 53).
Al identificar la distancia entre el discurso científico y el amoroso, nos cuestionamos la pertinencia de explorar el evento desde diferentes experiencias de lo humano. Buscamos la coincidencia de lo subjetivo con lo cotidiano, dado que la experiencia afectiva es universal en tanto proyección finita de nuestra voluntad, la cual se contextualiza en un aquí y ahora dentro de la época contemporánea. Sin embargo, las múltiples figuras del discurso que la sociedad genera, rara vez son puestas a prueba bajo el microscopio disciplinar de la psicología, por lo que parece existir una división perfectamente respetada y distante entre el conocimiento científico y los fenómenos de los que se encarga el pensar cotidiano, en su más pura expresión doxa. Una canción consagrada interpretada por José José o la última de Juan Gabriel, no se verá bien consignada en un “journal” positivista, porque incluso lastima los ojos discutir su contenido en un trabajo de tesis, salvo que se usara estadísticamente para justificarlo. Sin embargo su referente concierne al amante y amado(a) y por tanto al que investiga.
Para dimensionar el amor basta ver figuras del enamoramiento:
• “tanto contento me produce este querer que sufro con agrado, y tanta alegría me da mi dolor que estoy enfermo de delicia” (Troyes citado por Rougemont, 1957, p. 39).
• “fundan una ciudad de una recámara con cerradura y baño” (Fernández, 2004, p. 58).
• “se pierden en un abismo profundo y negro como mi suerte” (José Alfredo Jiménez, Ella).
• “se sienten enajenados, más allá del bien y del mal, incompatibles con las leyes del mundo pero sienten más que este mundo” (Rougemont, 1957, p. 40).
• “te hace ver el cielo de otro color” (Juan Gabriel, El Amor).
• “sólo se escribe gracias a la abundancia, a la proliferación de desvíos, delirios, locura, que ocupan un lugar enorme en la vida de cada quien”, (Lacan, citado en Allouch, 2011, p. 13).
• “son el silencio más fino, el más tembloroso, el más insoportable”, (Sabines, 1962/2011).
Recuperamos de estas que el amor es un fenómeno cotidiano, intenso, ambivalente, afectivo, íntimo y siempre inédito. La realidad del amante puede mostrarse demasiado “impresionista” para ser atrapada en concepciones “objetivizables”, donde, a sus ojos, puede vivirse en arrebato, silencio, egoísmo, pudor, calma y tormenta, etc. y así, infinitamente.
La afectividad que arroba al sujeto, permite reflexionar sobre la pertinencia del estudio de la experiencia y la subjetividad desde el punto de vista de las disciplinas humanísticas, que hoy día se encuentran en una búsqueda interdisciplinaria y epistémica en una época de “géneros borrosos” (Szasz y Lerner, 1996, p. 18) donde tal parece, que estamos ante la sensación de que el mundo se ha vuelto incomprensible (Lindon, 2000, p. 45). Por tanto, la empresa requerida para este tema supone la necesidad de trabajarlo desde posiciones de análisis multidisciplinario y contemporáneo, a partir de dar voz al amante que se manifiesta en lo sublime y lo vulgar, en lo exquisito y en el tedio.
En la vía de dar la justa medida al objeto de tematización que aquí se trata y producir una figura que devele su sentido, la presente reflexión parte de la representación de lo amoroso desde la dinámica de su expresión y lógica vivencial.
Esta sombra que es un poco de ideología, un poco de representación, un poco de sujeto: espectros, trazos, rastros, nubes necesarias: la subversión debe producir su propio claroscuro (Barthes citado por Muñoz, 2008, p. 13).
Hay que tomar entonces cierta distancia y mirada crítica a lo que se ha dicho sobre el amor, desde una psicología vinculada estrechamente a la tecnología y la sociedad post-industrial, dado su alejamiento del evento diario. Aquí no se puede descubrir aquella noche dentro de nosotros de la que hablaba Foucault, ni tampoco el porqué la aplicación tecnológica no ha transformado la sociedad. Como Pablo Fernández (2004, p. 237) escribe “el amor o el desamor, la soledad y muerte siguen siendo los mismos”.
En la búsqueda de propuestas de estudio sobre los fenómenos subjetivos, cotidianos y afectivos, encontramos que la historia de Occidente muestra que afectos y emociones han ocupado un lugar secundario en la historia de la filosofía, pero “la vida humana resulta tener sus propios métodos y técnicas de análisis, sus propios criterios de éxito y fracaso” (Escudero, 2007, p. 365). Waldenfels (2006, p. 131) enuncia que “el largo ir y venir de revaloración-devaluación refleja la subjetivación de los sentimientos propia de la Modernidad”. Sin embargo para los artistas y poetas, a manera de ejemplo, la vida cotidiana es el mejor lugar desde el que puede mirarse la pasión y hacerse crítica de lo real comprendiendo mejor las emociones que cualquier discurso racionalista. En consecuencia, el evento cotidiano deja de ser un fenómeno social aislado del sujeto, porque en tanto vivencia afectiva relata el habitar un mundo que se muestra y se expone en un lenguaje claro que busca sentido. A partir de la delimitación heideggeriana de Ser en el Mundo, que no trata de comprenderlo como las ciencias perciben sus objetos, sino precisamente como horizonte en el cual esos objetos, llamados entes intramundanos se dan. Por tanto, no está mediada por conceptos teóricos. “El preguntar ontológico es sin duda anterior al preguntar óntico de las ciencias positivas” (Heidegger, 1927/1982, p. 20).
El ser ahí que es en cada caso, se singulariza ónticamente por su carácter ontológico, porque no se ubica al nivel de la psicología y la antropología y se constituye desde la finitud de la existencia. Esta carencia constitutiva se constituye en una experiencia sensible que trasciende la codificación de datos y procesos. Por tanto, en el sentido más elemental, el sentimiento afectivo es un estado privado de sujeto (Waldenfels, 2006, p. 131). El Dasein1 al hallarse arrojado en sus posibilidades, se encuentra, lo cual se hace patente en el estado de ánimo. Siempre nos encontramos en un estado de ánimo, que es el acontecimiento de que algo nos sucede, por lo que adquiere significación en tanto experiencia que no es empírica, positiva ni cuantificable pero si pragmática, constitutiva y funcional, porque depende de crear en cada caso sentido en y desde la experiencia misma del mundo junto con otros.
En contraposición, los científicos creen que la realidad se describe con el lenguaje, asumiendo que lo único real es el lenguaje mismo como premisa de universalidad, manipulación y no contradicción. Desde finales del siglo XIX y el inicio del siglo XX particularmente reconocido por el predominio de la razón instrumental (Touraine, 1992, p. 17), no deja de ser paradójico que al mismo tiempo que el positivismo se instaurara, se generaron las aportaciones necesarias para expresar las condiciones de crítica y retorno a los fenómenos afectivos. Schopenhauer, Nietzsche y Scheler son autores que desde la filosofía abrevan aportaciones en este sentido. Husserl, así mismo desde su fenomenología y en desilusión de la promesa de la Modernidad, recomendaba salir al encuentro de las cosas mismas, buscando regresar el horizonte de los impulsos vitales al campo de la reflexión ontológica. Entre los diferentes existenciales que constituyen la existencia humana, destaca la capacidad de la disposición afectiva para abrir un espacio de juego (Escudero, 2007, p. 367) y que revela las aproximaciones cuantitativas, como limitadas y objetivizantes de los actores, donde los eventos que experimentan los sujetos, omiten la consideración de las cuestiones subjetivas, simbólicas y valorativas que dan sentido y significado a las acciones de los individuos. (Szasz y Lerner, 1996, p. 13). Scheler, decía al respecto: “me hallo en un mundo enorme de objetos sensibles y espirituales, que ponen en perpetuo movimiento mi corazón y pasiones, sé tanto de los objetos que conozco por percepción o representación como todo lo que quiero, hago, amo y odio” (Escudero, 2007, p. 366).
Las disciplinas sociológicas también toman el contenido a partir de la vivencia intersubjetiva que se juega en cualquier relación social (Lindon, 2000, p. 9). Consideran los comportamientos humanos como resultado de una estructura de relaciones y significados que operan en la realidad, en un determinado contexto social, cultural e ideológico (Szasz y Lerner, 1996, p. 13). Dentro de la aportación de autores como Simmel, Bordieu, y Barthes, se identifica la cultura como un fenómeno subjetivo y codificable, que adviene a partir del análisis de los fenómenos cotidianos. En esta semiología de lo cotidiano es donde reside el hecho que permite crear un metalenguaje o discurso crítico, que sirve para “analizar formas y estructuras de representación como partes codificadas dentro de la lógica de un sistema” (Pericles, 2004, p. 11). En la perspectiva de la vida cotidiana los signos, las estructuras y los códigos son los principales objetos de estudio, en relación con el sistema de representación y su codificación de los elementos de textualidad (Pericles, 2004, p. 12). Una acción práctica tiene un aquí y ahora desde donde se ve al otro (Lindon, 2000, p. 11).
Es por tanto necesario comprender el evento cotidiano de la vida como el lugar fundamental de intersección entre el individuo y la sociedad (Lindon, 2000, p. 9). A partir de este espacio común, se pueden “presentar las tradiciones humanas que se han concentrado en el análisis, la comprensión y las posibilidades de transformación de la vida cotidiana dentro de un contexto que se vuelva accesible para la ciencia” (Varela, Thompson & Rosch, 1992, p. 17). En otras palabras, es necesario sacar del destierro “lo común” que las tradiciones científicas desdeñaban como fenómenos vulgares, tales como la lucha libre, el fútbol, la moda, los comerciales, la ensoñación y lo bello. Barthes, como en su momento Simmel, aporta elementos para el entendimiento de “lo cotidiano” como objeto de análisis. Por ejemplo, al referirse a la lucha libre decía:
La virtud del catch consiste en ser un espectáculo excesivo. En él encontramos un énfasis semejante al que tenían, seguramente, los teatros antiguos. Además, el catch es un espectáculo de aire libre, pues lo que constituye lo esencial del circo o la arena no es el cielo, sino el carácter compacto y vertical de la superficie luminosa; desde el fondo de las salas parisienses más turbias, el catch participa de la naturaleza de los grandes espectáculos solares, teatro griego y corrida de toros; aquí y allá una luz sin sombra elabora una emoción sin repliegue... El catch no es un deporte, es un espectáculo: y no es más innoble asistir a una representación del dolor en el catch que a los sufrimientos de Arnolfo o Andrómaca... Al público no le importa para nada saber si el combate es falseado o no, y tiene razón; se confía a la primera virtud del espectáculo, la de abolir todo móvil y toda consecuencia: lo que importa no es lo que se cree, sino lo que se ve... Dicho de otra manera, el catch es una suma de espectáculos, ninguno de los cuales está en función del otro: cada momento impone el conocimiento total de una pasión que surge directa y sola, sin extenderse nunca hacia el coronamiento de un resultado (Barthes, 1957/1980, p. 13).
La cotidianeidad se despliega con una naturalidad que la vuelve ajena a sospechas y amparada en su inofensivo transcurrir, ordena el universo de sentidos posibles (Reguillo en Lindon, 2000, p. 77). Para los actores sociales, la vida cotidiana no es problemática a priori ya que asumen la cultura como ideología que funciona para naturalizar lo económico, político, social e histórico para que su contingencia parezca apolítica y eterna. Esta apariencia de naturalidad de una idea se denomina “efecto ideológico” (Pericles, 2004, p. 78) y tiene importancia en tanto ayuda a contextualizar un discurso, de acuerdo a las premisas sociológicas de una cultura.
Bajo este panorama, la presente investigación reafirma la necesidad de buscar vínculos entre el sentido de la experiencia contemporánea y la subjetividad que permitan dar voz plena y rigurosa al amante que ama, que a fuerza de revisar tantos libros desapasionados, consideramos se merece.
Toda colectividad humana representa la estructuración de una identidad, a partir de un objetivo común que organiza psíquicamente en el orden de lo posible, los límites y sus referentes vivenciales. Bajo este pensamiento se puede reconocer en los grandes períodos de la historia, una premisa lógica estructurante que devela los discursos sociales principales, identificativa de una sociedad o espacio histórico. La Modernidad, en su caso, estuvo caracterizado por la búsqueda del ideal de bienestar colectivo a partir de la razón, la ciencia y la técnica (Touraine, 1992. cit.). Es en este momento, donde los grandes movimientos nacionalistas e independistas tienen su inicio y apogeo. Se proyectaba así mismo, que los avances tecnológicos llevarían a una sociedad organizada; dilemas como la desigualdad social, las grandes epidemias y las guerras serían superadas. Esta visión cobró gran importancia gracias al estrecho vínculo entre la estructura capitalista y la instrumentalidad de la producción, bajo los referentes de eficiencia y utilidad.
La ciencia, bajo este impulso, se volvió referente de la verdad en la sociedad (Tappan, 2004), mientras que los debates filosóficos o las pasiones se disociaron de esta, por carecer de un beneficio demostrable o por producir únicamente pensamientos, haciendo especular a los investigadores que la realidad se describe con el lenguaje y lo único real es por tanto el lenguaje mismo. Se estudia por tanto la explotación, la racionalización, la división de trabajo, el exceso de valores; pero en menor medida en términos de emociones, creando una forma de emoción entumecida que separa gente de otra, de su comunidad y de sí mismos (Illouz, 2007). Sin embargo, pese a los cuestionamientos epistémicos y críticos a estas posiciones, se mantuvieron estas perspectivas en desarrollo, al hacer patente la limitante del método y la técnica ante los problemas que se planteaban. La psicología positivista, en congruencia con esos tiempos, pretendió validarse a sí misma bajo esta lógica, vinculándose con las matemáticas y la estadística, clonando el modelo de la física con los fenómenos humanos, lo que llevó a desarrollar teorías, métodos y técnicas consistentes con las premisas ideológicas de producción (Tappan, 2004, p. 31). Un ejemplo claro es el concepto de “Eustrés” y “Distres” en psicología, que se diferencian básicamente en si permiten producir o no (Le Fevre, Matheny & Kolt, 2003, p. 726).
La idea de que “la psicología debe ser científica y los científicos desapasionados” ha sido la razón responsable de que las pasiones tiendan a desaparecer como objetos de estudio (Braunstein en Vega y Aguirre, 1996, p. 7). Con este abandono, los psicólogos han terminado por desdeñar tanto al sujeto como la subjetividad. Es por esta razón, que los “afectos son estudiados como causas, efectos, conductas, atribuciones, etc., pero nunca como afectos” (Fernández, 2000, p. 13), por lo que se ha terminado por desnaturalizar al objeto de investigación. Ante esta limitante, el investigador se ve limitado, abrumado y hasta sancionado si pretende adentrarse en temas vedados como la creatividad, el arte o la locura. Con este enfoque conviene partir de la fundamentación filosófica.
Immanuel Kant nos propone diferenciar el juicio racional del moral y el estético, porque considera que el juicio estético a diferencia de los anteriores, está desprovisto de intencionalidad y razón. Por lo tanto, considera que lo bello es desinteresado y no obedece reglas establecidas, ya que “es una voz extraña y maravillosa, como la musa de Baudelaire” (Yáñez, 1993, p. 58): “La noche es sublime, el día bello, lo sublime conmueve, lo bello encanta, la soledad profunda es sublime, pero de naturaleza terrorífica” (Kant, 1764/1957, p. 14). Estas diferentes sensaciones de contento y desagrado, no descansan en la condición de las cosas externas que las suscitan, ya que no es la obra de arte quien se abre al que la mira, sino es el que mira quien se abre en su finitud ante la obra y por esto interpreta el mundo que hay en ello desde su ser ahí. Esta afectación constitutiva es el pathos de un ser ahí que se abre en tiempo y lugar.
De acuerdo a Waldenfels (2006, p. 136) este pathos de relación e interpretación de la experiencia significa:
a) Algo que nos sucede (no es objetivo ni subjetivo).
b) Algo que sucede ocurriendo (supera nuestra acción al sobrevenirnos).
c) Algo adverso y unido al sufrimiento.
d) Exaltación de la pasión que trasciende lo habitual y nos hace salir de las ocupaciones humanas.
Waldenfels al igual que Heidegger, concluye que el acto de sentir precede al logos. Por lo tanto el pathos en tanto afectación del ser ahí, es siempre una sorpresa por excelencia. La experiencia de que algo nos sucede comienza en sí misma como un desalejamiento. No en lo propio sino en otro lugar, en lo extraño. Por lo tanto no tengo pathos del mismo modo que se tienen sentimientos, sino que siempre se está sintiendo y por tanto, se está expuesto a sentir. De ahí que “sentir” en el sentido ontológico es constitutivo y constituyente del Dasein. Queda pendiente determinar la ubicación del “afecto” que generó múltiples propuestas de los clásicos. Es, sin embargo, Nietzsche quien regresa la experiencia vivida al ámbito de la fisiología ontológica en tanto regreso a la pluralidad de los instintos o pulsiones (Mota, 2001, p. 46). El lugar del afecto es el cuerpo, que como ontología de la interpretación y metáfora de lo sentido, no se localiza en las cosas ni en el alma o en el espíritu. Se siente a “sí mismo al sentir algo diferente y a alguien diferente de sí” (Waldenfels, 2006, p. 138). El cuerpo que somos y que nunca tenemos totalmente, se circunscribe a una esfera de sentimientos que se opone tanto a una división dual como a una jerarquización. Es entonces interpretación fáctica, la cual se apoya en la metáfora y representa la unidad de la pluralidad o diversidad interpretativa. Como Mota (2001, p. 48) expone: “la dimensión ontológica de nuestra ‘fisiología corporal’, responde a la estructura más originaria que tenemos los seres humanos finitos en la forma de nuestra ‘relación con’ entre ‘ente’ y ‘ser’”. Este pathos corporal se encuentra en todos los registros de la experiencia y no puede ser aprendido, sino a lo sumo, vivido. Se localiza en la palabra, incluye elementos paralingüísticos como la entonación, la velocidad y el ritmo que constituyen un “prelenguaje, presemántico y prepragmático” (Waldenfels, 2006, p. 143).
A manera de ejemplo y estrictamente en un plano fenoménico, Pablo Fernández propone entenderlo como:
El aviso de que algo sucede, de alguna manera, en alguna parte, demasiado cerca, definición ésta que también se puede aplicar a lo desconocido. Podemos sentir amor, dolor de muelas, ganas de marcharnos, la música, pasos en la azotea, cansancio, que alguien nos está mirando, el olor a café, que el ambiente está tenso, que una idea es equivocada, que el otro ya no nos quiere. Pareciera que sentir es el verbo que se emplea para informar que hubo una sacudida de la realidad, la aparición de lo que no se sabe (Fernández, 2000, p. 17).
La fenomenología de la afectividad y los sentimientos plantea romper con la lógica aristotélica de no contradicción y positivista, de la claridad y certeza en la lógica del mundo natural sobre lo que se piensa; regresando al debate desde una ingenuidad relativa con nuestro objeto de estudio y permite que la cotidianeidad retome la voz de los acontecimientos. Este ser de investigación contemporáneo en tanto finito y carente constitutivo, “viene a confundir el eco de las correspondencias, la armonía universal, es la conciencia del tiempo y de la historia” (Yáñez, 1993, p. 40). Nuevamente Fernández (2000, p. 14) nos aporta un ejemplo desde la psicología colectiva que define la lógica del afecto, movido por criterios “a-lógicos” ya que puede tener principio o fin, ser circular o carecer de cronología. Es disparidad temporal que nos permite significar en un “aquí y ahora” una experiencia antigua, un sueño pasado o una fantasía inconsciente como traumática, relevante y vigente, como sucede en el acto psicoanalítico. Es como el saber que algo se sintió desde siempre, aunque fuera la primera vez o vivenciar como único lo que siempre es lo mismo. El afecto puede ser vivencial, cognoscitivo, intuitivo en tanto unidad como metáfora en el cuerpo, en la experiencia fáctica. A saber:
• “El perdón es un poco de amor, un poco de dolor, indiferencia, libertad y egoísmo” (Fernández, 2000, p. 69).
• “No siempre el dolor de cabeza son meras palabras o la alegría un discurso” (Fernández, 2004, p. 46).
• “Un cierto amor puede ser callado, suave, dulce, estable y no podemos decir que es floral, es decir, se siente con todos los sentidos, no en la racionalidad de uno con otro” (Fernández, 2000, p. 27).
Para este autor, sentir es “no saber qué”, los sentimientos no están en la caja de las palabras. Su descripción siempre es a posteriori, se da cuenta de ello solo después de su ocurrencia porque la inviste de una temporalidad psíquica. Debido a este discontinuo de la temporalidad del afecto, es que se constituye desde su naturaleza confusa y homogénea como “amor-odio” o “alegrías-tristes” y por tanto no respeta orden o descripción hablada, ya que este es compuesto, contradictorio, indemostrable e irracional. Como Stendhal (citado por Muñoz, 2008, p. 27) afirma a propósito de la vivencia amorosa: “El amor es una bellísima flor, pero hay que tener el coraje de ir a recogerla al borde de un precipicio”.
En “Fragmentos del Discurso Amoroso”, Roland Barthes (1977/1998) expone esta palpitante condición paradójica con las siguientes figuras discursivas:
• “Herida o felicidad, me dan a veces ganas de abismarme” (p. 21).
• “Adorable es la huella fútil de una fatiga, que es la fatiga del lenguaje. De palabra en palabra, me canso de decir de otro modo lo que es propio de mi imagen, impropiamente lo propio de mi deseo” (p. 29).
• “¡No rogar más, bendecir! ¡Vino del mejor y más deleitoso, como así también es el más embriagador… del cual sin beberlo, el alma anonadada está ebria, alma libre y embriagada, olvidadiza, olvidada, ebria de lo que no bebe ni beberá jamás!” (p. 204).
Se desprende que la descripción de la afectividad por parte del sujeto es elusiva, fugaz y nunca la misma, aunque la tradición psicológica trate de atraparla a partir de afectos universales. Así como en el cuento corto de Borges, “Del rigor en la ciencia”, el mapa y el terreno no son vinculantes, aunque se busque el sometimiento por el primero sobre el segundo.
Por todos estos argumentos, esta discusión concluye con la necesidad de revisar la afectividad desde otras perspectivas de análisis diferentes al positivismo lógico, siendo indispensable reflexionar sobre la dificultad que existe, al pretender que la teoría se imponga a la vivencia y a la necesidad de buscar dialogar con ella.
Se cuenta que Renoir decía: “El cuadro es la cosa que escucha más estupideces”...
¿No es también la experiencia del Dios Eros?
Allouch, J. (2011)
Un comercial sobre una tienda en línea muestra a un sujeto que está por casarse, con todas las convenciones e invitados, sólo que su unión es con una motocicleta. De improviso y emulando la escena final de la película “El Graduado”, aparece una motocicleta de diferente modelo y color que impide el matrimonio. El enamorado hace click en el botón de compra y por fin puede acceder a su objeto de anhelo. El slogan dice: “El amor ideal sí existe… encuéntralo en Mercado Libre”. Algo característico del Posmodernismo es encontrar a manera de ironía o sátira hechos que consideramos como cotidianos y por supuesto no notarlo como tal. Es como ver “Los Simpson” en personas y eventos cotidianos, pero sin la intención de hacernos reír. No deja de notarse, en este caso, lo que de una forma pudiera significar un paralelismo entre el vínculo amoroso y como hoy día se accede a los objetos de consumo, y lo que pareciera un desafío arrojado en clave para gritarnos a través de un televisor: “el amor verdadero… está en el objeto de consumo, estúpido”.2
El amor se reconoce en la literatura y la vida diaria, a lo largo de la historia, como tema de gran trascendencia, contenido e intensidad. Sin embargo la diversidad de aproximaciones e intuiciones sobre este, llevan a resoluciones divergentes, confusas, mejor o peor argumentadas. Entonces, como lo propone Rimbaud (citado en Badiou y Truong, 2011), ante la amenaza, el amor debe ser reinventado.
Las preguntas están en el aire entre nosotros y las soluciones de la psicología son incompletas: ¿El amor durará tres años como se dice? ¿Es un sentimiento universal? ¿Se distinguirá uno real de uno aparente? ¿Existe diferencias culturales? ¿Hay variantes sanas y patológicas? En los medios de comunicación podemos encontrar artículos sobre el tema del amor, que buscan saciar el hambre que tenemos de certezas:
Se acabó el misterio: el amor es una enfermedad. Es la polémica tesis de un neurólogo de EE.UU. Obsesión, ansiedad, cambios de humor, taquicardia, sudor e inapetencia son todos síntomas de una patología de la que nadie zafa… Dicen los expertos que en la mayor parte de los casos la fase del enamoramiento verdadero dura cerca de dos o tres años, el tiempo suficiente para tener posibilidades de tener un niño. La fiebre del amor dura lo que basta hacer una nueva generación. Lo emotivo abona la irracionalidad que se precisa, que no es una "decisión" (Infobae.com, 28 de agosto de 2005, recuperado el 19 de Septiembre de 20173).
¿Cuál es la utilidad de este tipo de información? ¿Por qué podemos estar interesados en afirmar al amor como una forma de patología? ¿Un reflejo biológico que dura en lo que se concibe un bebé? ¿Aparejarla a la irracionalidad? No podemos dejar de pensar que cumplen con las categorías discursivas de patología, irracionalidad e individualidad biológica que define Harper desde donde se construye la psiquiatría (citado en Parker, Georgaca, Harpe, McLaughlin, & Stowell-Smith, 1995). Es decir, son afirmaciones ideológicamente correctas que de una forma parecen disminuir la ansiedad en quien lo lee. Si el amor se objetiva (o metaforiza) como un elemento que contamina al igual que un virus, es relajante saberlo para poder evitarlo y concentrarme en mi desarrollo personal, cultivando relaciones “sanas” y “asépticas”.
Ante el embate de la ideología, surge la intención por reconocer qué se dice de tan espinoso tema. ¿Qué es el amor?, o por lo menos, ¿Qué se dice de él? ¿Cómo la psicología participa de este debate? ¿Qué se sabe de las otras ciencias sociales? Se reconoce la dificultad y ambigüedad de la temática donde incluso Freud admitía que los poetas ganaban en profundidad y tiempo para hablar del amor (Braunstein, 2001, p. 160). ¿Cómo definir el amor? Para los teóricos de la psicología existe el consenso de la dificultad de acercarse a una conceptualización clara sobre el término. Parte de esta problemática se debe a que la descripción operacional es limitada, para la descripción de un fenómeno vivencial. Se percibe en la lectura de estas publicaciones una intención retórica de salir del problema con soluciones fáciles. Por ejemplo, como escriben Retana y Sánchez (2005, p. 128) “cada quien tiene su propia definición de amor”. Singer (1966/1992, p. 41) indica que el término amor es ambiguo, puede ser positivo o neutral. En una argumentación simple, afirma que este se convierte en una gama de actitudes que se adecuan a diferentes personas, variando con los valores individuales y los objetivos. Ante esta pereza conceptual se encuentra como solución común no muy conveniente: “cada quien” ya que “al decir todo, no dice nada”.
Otras definiciones señalan que es un “sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear.”, (Real Academia Española, 2018). “La emoción más intensa” (Sternberg, 1999, p. 11), “el más profundo y significativo de los sentimientos” (Retana & Sánchez, 2005, p. 128). Para Gaja (1995, p. 8), es un sentimiento de agrado que incluye características de altruismo e intimidad. Estas definiciones comparten la perspectiva del sentimiento amoroso como algo que trae bienestar por sí mismo y por supuesto desconocen que la experiencia estética en tanto vivencia afectiva carece de esa condición. Por ejemplo, “Amor verdadero supone la asunción de un trasfondo inexpugnable de soledad, que conlleva buenas dosis de subjetividad, particularidad y distanciamiento” (Muñoz, 2008, p. 10). La gran aportación de los románticos es observar que en la condición humana no hay que temer bajar hasta los infiernos del hombre y enfrentar la gran noche de los tiempos, ya que la inercia cultural, estructural e ideológica está llevando la experiencia al mundo de lo “light”, sin sustancia, sin contenido y sin vivencia. Si por ejemplo, lo bello estuviera “sujeto a reglas desaparecería en una unidad monótona, impersonal e inmensa como el aburrimiento y la nada” (Yáñez, 1993, p. 43). También otra solución recurre a la definición en función del objeto, como el amor a Dios, filial, erótico, platónico, fraterno, al saber, etc. Esta clasificación gira en torno al receptor del amor, sometido al discurso moral (Vega y Aguirre, 1996, p. 48). Sin embargo es un ejemplo de que en la Modernidad se tiene la costumbre de pensar los sentimientos de acuerdo a normas clasificatorias. Como Braunstein (1980) recuerda, en las ciencias “psi” la problemática de la clasificación define y consagra la legitimidad por sí misma.
Sternberg, reconocido como uno de los teóricos más importantes del tema en la psicología positivista norteamericana, plantea definir el amor como una experiencia unitaria e indiferenciada, extrapolando el modelo de la inteligencia de Spearman para su estudio. Determina que el “amor es una experiencia emocionalmente cargada y altamente positiva que no puede ser analizada” (Sternberg, 1999, p. 13). Lo interesante de este autor es que clasifica otras visiones y a la vez, se diferencia de ellas al nombrarlas “concepciones pesimistas” sobre el amor, como son los postulados de Freud y Reik, en oposición a visiones más “positivas” como la de Maslow (Sternberg, 1999, p. 217).
Rollo May (1969/2000, p. 16) por su parte, considera que la problemática de la definición del amor se debe a la trivialización del término en la literatura y el arte, lo que la conforma en su forma sexual como lo más parecido, un facsímil, pero con la consecuencia de que el sexo se vuelve una carga al convertirlo en frenesí. También se debe considerar, que parte de la disciplina psicológica genera soluciones que son adecuadas o compatibles con el discurso público, robando parte de su carácter transgresor o angustiante.
En conclusión, reconocemos una dificultad para delimitar el concepto de amor en psicología, presentándolo como un particular absoluto, connotándolo moralmente, vinculándolo a un objeto o llanamente señalándolo como un afecto intenso. Estos esfuerzos representan la limitante de la perspectiva de trabajo sobre el fenómeno, lo que, sin embargo, produce pequeños conocimientos “ideológicos” permitiendo a la ciencia avanzar en su fin utilitario. La problemática del estudio sobre el amor no concluye en la definición, ya que también contamos con la sustentación del evento amoroso con base en el paradigma de estudio. Uno de los postulados más freuentes en los medios de comunicación, corresponde a la fundamentación del amor