Solo otra noche - Fiona Brand - E-Book
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Solo otra noche E-Book

Fiona Brand

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Beschreibung

Se suponía que iba a ser solo una aventura de una noche. Nick Messena había estado con muchas mujeres en los últimos seis años, pero no había conseguido aplacar el deseo que sentía por Elena Lyon. La noche que hicieron el amor, sus familias se vieron envueltas en un escándalo que provocó que Nick se lo replanteara todo. Pensó que no volvería a tenerla… pero un secreto familiar volvió a unirlos. Elena había florecido, convirtiéndose en una mujer espectacular. Nick la deseaba… ¡para otra noche y algunas más!

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2014 Fiona Gillibrand

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Solo otra noche, n.º 1988 - julio 2014

Título original: Just One More Night

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-4562-6

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo Uno

Elena Lyon no podría volver a estar con ningún hombre en su vida hasta que se arrancara quirúrgicamente los últimos restos de Nick Messena que le quedaban.

El primer punto de su lista de purgado era deshacerse de la casa de la playa que tenía en Dolphin Bay, Nueva Zelanda, en la que había pasado una desastrosa y apasionada noche con él.

Mientras avanzaba por una de las calles más concurridas de Auckland, buscando con la mirada la agencia inmobiliaria que había escogido para encargarse de la venta, sus ojos se cruzaron con un enorme cartel en el que se leía: «Construcciones Messena».

Se puso tensa al instante, aunque la posibilidad de que Nick estuviera allí a pie de obra era muy remota; pasaba la mayor parte del tiempo en el extranjero. Pero la repentina certeza de que estaba allí, observándola, fue lo bastante fuerte como para detenerla. Aceleró el paso al pasar por delante de la ruidosa obra. Apartó la mirada de los obreros sin camisa que estaban trabajando y decidió que no podía esperar más a vender la casa de la playa. Cada vez que iba allí le parecía sentir el eco de las intensas emociones que seis años atrás habían sido su perdición. Unas emociones que al parecer no habían afectado lo más mínimo al impredecible y guapo director de Construcciones Messena.

Dentro de su bolso se escucharon las apasionadas notas de un tango, distrayéndola de la vergonzosa serie de silbidos de los obreros. Una brisa le soltó algunos mechones oscuros del recatado moño cuando sacó el teléfono. Se subió un poco más las gafas en el delicado puente de la nariz y miró el número que brillaba en la pantalla: Nick Messena.

El corazón le dio un vuelco. El pegajoso calor y el murmullo de fondo del tráfico se disolvieron y de pronto se vio transportada seis años atrás. Al calor de la casa de la playa que había pertenecido a su tía Katherine, a la lluvia tropical que caía sobre el tejado. Al cuerpo musculoso y bronceado de Nick Messena encima del suyo…

Se le sonrojaron repentinamente las mejillas y volvió a mirar el teléfono, que había dejado de sonar. Apareció un aviso en la pantalla; tenía un mensaje de voz. Se quedó paralizada. Debía de ser una coincidencia que Nick llamara aquella tarde, cuando ella tenía pensado realizar uno de sus infrecuentes viajes a Dolphin Bay.

Apretó con fuerza el teléfono. Nick había empezado a llamarla hacía una semana. Desafortunadamente, la primera vez la pilló con la guardia bajada, y cuando contestó se quedó tan hipnotizada con el timbre sexy de su voz que fue incapaz de colgar. Para empeorar las cosas, Elena había terminado sin saber cómo accediendo a cenar con él, como si nunca hubiera pasado aquellas apasionadas horas entre sus brazos años atrás. Por supuesto, no acudió a la cita y tampoco le avisó. Le dejó allí plantado.

Comportarse de aquel modo, con semejante falta de consideración, iba contra sus convicciones, pero la punzada de culpabilidad fue engullida por la cálida satisfacción de haber conseguido, seis años después, que Nick Messena probara una cucharada de su propia medicina.

La pantalla seguía avisando de que había un mensaje: la voz profunda de Nick le invadió el oído, provocándole un escalofrío de placer por la espina dorsal. El mensaje era muy simple, su número de teléfono y la misma orden arrogante que le había dejado en el contestador varias veces desde la conversación inicial: «Llámame». ¿Después de seis años en los que Nick la había ignorado por completo tras haberla dejado tirada después de una única noche? Ni hablar.

Molesta consigo misma por haber sido débil y haber escuchado el mensaje, dejó el teléfono en el bolso. Había deseado con toda su alma una llamada de Nick, pero ya no volvería a caer en la trampa de perseguir a un hombre que no estaba interesado en ella.

Estaba convencida de que Nick Messena solo había buscado dos cosas de ella: una era recuperar un anillo perdido que Nick pensó equivocadamente que su padre le había regalado a la tía de Elena, una situación que resucitó la escandalosa mentira de que su tía Katherine, el ama de llaves de la familia Messena, había tenido una tórrida aventura con Stefano Messena, el padre de Nick; la otra, se remontaba a seis años atrás, Nick quería sexo.

El ruido de un claxon devolvió a Elena a la realidad del tráfico de la calle. Entró en la frescura del aire acondicionado de un exclusivo centro comercial.

El día de su cumpleaños de hacía seis decidió romper su regla de no acudir a una cita a ciegas. La cita, organizada por sus amigas, había resultado ser con Messena, el hombre del que había estado enamorada en secreto cuando era adolescente.

A los veintidós años, con una doble licenciatura en empresariales y psicología, tendría que haber sido consciente de la imposibilidad de la situación. Messena era muy sexy y tenía mucho éxito. Con su larga melena oscura, la piel blanca y las esbeltas piernas, Elena era pasable, pero tenía cierta tendencia a engordar, por lo que no jugaba en la misma liga que Messena.

A pesar de saberlo, el sentido común la abandonó. Cometió el fatal error de creer en la pasión que se reflejaba en los ojos de Nick. Pensó que Messena, al que calificaron en una revista del corazón como un maestro de seducción, era sincero.

Con el corazón latiéndole todavía con fuerza, cruzó el lujoso interior del centro comercial en cuyo interior estaba la agencia inmobiliaria Propiedades Coastal. La recepcionista, una pelirroja elegante y esbelta, la acompañó al despacho de Evan Cutler. Cutler, que estaba especializado en propiedades costeras y apartamentos en el centro de la ciudad, se puso de pie cuando la vio cruzar por la puerta.

Una sombra se reflejaba en la superficie de la inmensa alfombra gris, alertando a Elena del hecho de que Cutler no estaba solo. Un segundo hombre, tan alto como para bloquear la luz del sol que en caso contrario se habría filtrado por la ventana, se dio la vuelta. La chaqueta negra se le ajustaba a los anchos hombros y tenía el cabello negro y revuelto.

Nick Messena, dos metros de hombre musculoso, mandíbula firme y unos pómulos cincelados que la hacían babear, en algún momento de su vida se había roto la nariz y tenía un par de marcas en un pómulo. Aquella imagen algo descuidada y peligrosa, combinada con la barba de un día, provocaba un efecto potente.

A Elena se le cayó el alma a los pies cuando le vio con el teléfono en la mano. Sus ojos, que tenían un reflejo verdoso, se clavaron en los suyos.

–¿Por qué no has contestado a mi llamada?

El tono grave y ligeramente ronco de su voz le provocó un nudo en el estómago.

–Estaba ocupada.

–Ya me he dado cuenta. Deberías mirar antes de cruzar la calle.

La irritación puso fin a su vergüenza y a otras sensaciones más perturbadoras que se le habían agarrado a la boca del estómago. Desde su posición cerca de la ventana, Nick habría tenido una visión clara de ella andando por la calle cuando la llamaba.

–¿Desde cuándo te preocupa tanto mi bienestar?

Él se guardó el teléfono en el bolsillo de la chaqueta.

–¿Por qué no iba a preocuparme? Os conozco a ti y a tu familia de toda la vida.

El comentario a la ligera, como si sus familias fueran amigas y no hubiera tenido lugar un escándalo, como si no se hubiera acostado con ella, la enfureció.

–Supongo que si algo me hubiera sucedido no habrías conseguido lo que quieres.

En cuando pronunció aquellas palabras, Elena se sintió avergonzada. Por muy molesta que estuviera con Nick, no pensaba ni por un momento que fuera tan frío y calculador. Si la afirmación de que su tía y Stefano Messena tenían una aventura cuando murieron en un accidente de coche era cierta había hecho daño a la familia Lyon, también afectó a los Messena. Por no decir que habían fallecido la misma noche que Nick y ella habían hecho el amor.

Elena apretó las mandíbulas cuando Nick le deslizó la mirada por el vestido verde oliva y la negra chaqueta de algodón antes de clavarse en su único vicio, los zapatos. Llevaba ropa cara y de marca, pero de pronto fue muy consciente de que aquellos colores oscuros resultaban aburridos y sosos para el verano. A diferencia de los zapatos, que eran extremadamente femeninos.

Nick detuvo brevemente la mirada en su boca.

–¿Y qué es exactamente lo que crees que quiero?

Aquella pregunta le provocó picor en la garganta. Aunque la idea de que Nick pudiera tener algún interés personal en ella resultaba ridícula. Y ella no estaba en absoluto interesada en él. A pesar de su aspecto de estrella de cine y de su encanto, tenía una rudeza masculina que siempre la había puesto algo nerviosa. Aunque no podía permitirse olvidar nunca que, por algún hechizo extraño, aquella misma cualidad había atravesado en una ocasión sus defensas como un cuchillo la mantequilla.

–Ya te he dicho que no tengo ni idea de dónde está la joya que se ha perdido.

–Tengo mejores razones para ir allí que para buscar tu mítico anillo perdido –Elena alzó la barbilla, consciente de pronto de que la búsqueda del anillo por parte de Nick era una excusa, y que tenía otro plan oculto. Algún miembro femenino de su familia podía haber buscado la joya–. Y por cierto, ¿cómo sabías que estaría aquí?

–Como no contestabas a mis llamadas, llamé a Zane.

Su nivel de irritación aumentó un punto más ante la idea de que Nick se entrometiera todavía más en su vida llamando a su primo, Zane Atraeus, que era el jefe de Elena.

–Zane está en Florida.

La expresión de Nick no se alteró.

–Como te he dicho, no contestabas a mis llamadas y no apareciste a nuestra cita en Sídney. No me has dejado opción.

A Elena se le sonrojaron las mejillas ante la referencia al plantón. La idea de que el padre de Nick hubiera pagado a su tía con joyas, la moneda de cambio para las amantes, le había resultado profundamente insultante.

–Ya te dije por teléfono que no creía que tu padre le hubiera dado nada a mi tía Katherine. ¿Por qué iba a hacerlo?

La expresión de Nick era extrañamente neutral.

–Tenían una aventura.

Elena hizo un esfuerzo por controlar la furia que se apoderó de ella ante la certeza de Nick de que su tía tenía una aventura secreta con su jefe.

Aparte del hecho de que su tía consideraba a la madre de Nick, Luisa Messena, su amiga, era una mujer de fuertes convicciones morales. Y había una razón muy poderosa por la que su tía nunca tendría una relación con Stefano ni con ningún otro hombre. Treinta años atrás, Katherine Lyon se había enamorado completa e irremediablemente, y él murió. En la familia Lyon, la leyenda del amor de Katherine era bien conocida y respetada. Los Lyon no eran conocidos precisamente por ser apasionados ni tempestuosos. Eran más bien gente normal con tendencia a escoger profesiones sólidas y a casarse con cabeza. En el pasado habían sido sirvientes admirables y granjeros hacendosos. El amor apasionado o el amor perdido eran una especie de novedad.

Elena no sabía quién había sido el amante de su tía Katherine porque ella se había negado tajantemente a hablar de él. Lo único que sabía era que su tía, una mujer de excepcional belleza, había permanecido obstinadamente soltera y había afirmado que no volvería a amar nunca. Los dedos de Elena agarraron con más fuerza la correa del bolso.

–No. No tenían una aventura. Las mujeres Lyon no son ni nunca han sido los juguetes de ningún hombre rico.

Cutler se aclaró la garganta.

–Ya veo que se conocen.

Elena dirigió la mirada al agente inmobiliario, que era un hombre bajito y calvo. No tenía sombras confusas, y aquella era la razón por la que le había escogido. Era eficaz y práctico, atributos con los que ella se identificaba como asistente personal.

–Nos conocemos algo.

Nick frunció el ceño.

–Que yo recuerde, fue algo más que eso.

Elena renunció al intento de evitar la confrontación y le sostuvo la mirada a Nick.

–Si fueras un caballero no mencionarías el pasado.

–Si no recuerdo mal de una conversación previa, no soy un caballero.

Elena se sonrojó ante la referencia a la acusación que le había lanzado cuando se encontraron por casualidad en Dolphin Bay un par de meses después de su única noche juntos. Le dijo que era arrogante, burdo y emocionalmente incapaz de mantener una relación.

–No entiendo por qué debería ayudar a arrastrar el apellido Lyon por el fango una vez más solo porque quieras recuperar un viejo anillo de chatarra que tú mismo has perdido.

Nick frunció el ceño.

–Yo no he perdido nada, y sabes perfectamente que se trata de un anillo con un diamante.

Y conociendo a la familia Messena y su extrema riqueza, el diamante sería grande, impresionantemente caro y seguramente antiguo.

–La tía Katherine no tendría ningún interés en un diamante. Por si no te habías dado cuenta, era bastante feminista y casi nunca llevaba joyas. Además, si hubiera tenido una aventura secreta con tu padre, ¿qué interés tendría en llevar un anillo caro que lo proclamara?

La mirada de Nick se oscureció notablemente.

–Lo que tú digas. Pero el anillo ha desaparecido.

Cutler se aclaró otra vez la garganta y le hizo un gesto a Elena para que tomara asiento.

–El señor Messena ha expresado su interés por la casa de la playa que ha heredado usted en Dolphin Bay. Ha propuesto cambiársela por uno de los nuevos apartamentos en primera línea de playa que tiene aquí en Auckland, y por eso le he invitado a esta reunión.

Elena contuvo el deseo de decir que por muy interesada que estuviera en vender, de ningún modo le vendería la casa de la playa a un Messena.

–Eso es muy interesante –dijo en voz baja–, pero por el momento prefiero ver más opciones.

Todavía nerviosa por la inquietante presencia de Nick, Elena se planteó salir del despacho como protesta del secuestro que había sufrido su reunión con Cutler. Pero le dio pena el hombre, así que se sentó en uno de los cómodos sillones de cuero que él le indicó. Se tranquilizó a sí misma diciéndose que si Nick Messena, la personificación del emprendedor y del hombre de negocios, quería hacerle una oferta, entonces debería escucharla, aunque solo fuera por el placer de decirle que no.

En lugar de sentarse en la otra silla disponible, Nick se apoyó en la esquina del escritorio de Cutler. Aquella postura provocó el efecto de hacerle parecer todavía más alto y musculoso.

–Es un buen acuerdo. Los apartamentos están en el Viaducto y se están vendiendo muy rápido.

El Viaducto era primera línea de mar, justo al lado del centro de la ciudad y con vistas al puerto. Era un lugar pintoresco lleno de cafés y restaurantes. La zona ocupaba el primer lugar de la lista para Elena porque podría alquilar el apartamento. Con el dinero de la venta de la casa de la playa no podría cubrir completamente gastos.

Nick le deslizó la mirada por el pelo, haciéndola consciente de que durante la carrera por la calle se le habían escapado algunos mechones que le acariciaban las mejillas y el cuello.

–Podría considerar una permuta.

Elena se puso tensa y se preguntó si Nick le estaría leyendo el pensamiento. Una permuta significaría que no tendría que endeudarse, y eso le resultaba tentador.

–La casa de la playa tiene cuatro habitaciones. Tendría que ser un apartamento de al menos dos.

Nick se encogió de hombros.

–Añado una tercera habitación, plaza de garaje y acceso a la piscina y al gimnasio.

Tres habitaciones. Elena parpadeó mientras ante ella se abría un futuro color de rosa sin hipoteca. Captó el brillo en los ojos de Nick y se dio cuenta de que el acuerdo era demasiado bueno. Solo podía haber una razón para ello: tenía trampa. Estaba tentándola deliberadamente porque quería que ella le ayudar a encontrar el anillo perdido, y sin duda pensaba que debía estar todavía en la casa de la playa.

Por encima de su cadáver. Elena contuvo el deseo de aceptar lo que suponía un acuerdo inmobiliario excepcionalmente bueno.

No podía hacerlo si eso implicaba venderle la casa a un Messena. Tal vez fuera una tontería, pero tras el daño que se le había hecho a la reputación de su tía, aunque fuera taños atrás, y tras la seducción de la que ella había sido víctima, estaba decidida a marcar su posición.

La propiedad de los Lyon no estaba en venta para un Messena, del mismo modo que las mujeres Lyon no estaban tampoco en venta. Miró directamente a Nick a los ojos.

–No.

El asombro de Cutler se reflejó también en el rostro de Nick. Se la quedó mirando fijamente, como si por un instante la encontrara absolutamente fascinante. Como si en cierto modo, le hubiera gustado que dijera que no.

Elena apartó la mirada del magnético poder de Nick y luchó contra el absurdo deseo de quedarse y seguir batallando contra él.

Se puso de pie, le deseó un buen día a Cutler, agarró el bolso y salió cerrando la puerta tras de sí. Una vez fuera, Elena apretó el paso y salió del centro comercial.

Capítulo Dos

Acababa de salir al húmedo calor de la calle cuando una mano morena y grande le agarró el antebrazo.

–Lo que no entiendo es por qué sigues todavía tan enfadada.

Elena se giró y se topó con Nick. Lo tenía tan cerca que podía ver cómo le latía el pulso en la mandíbula.

Ella alzó la barbilla para mirarle a los ojos.

–No deberías haber boicoteado mi reunión con Cutler ni tendrías que haberme presionado cuando ya sabías lo que pienso.

Se hizo una breve pausa.

–Lo siento si te hice daño hace seis años, pero tras lo que ocurrió aquella noche, no podía ser de otro modo.

Sus palabras, el hecho de que claramente pensara que se había enamorado de él en aquel entonces, cayeron en un lago de silencio que pareció expandirse a su alrededor, bloqueando el ruido de la calle. Elena apartó la mirada.

–¿Te refieres al accidente o al hecho de que tú ya tenías una relación con una tal Tiffany? –una novia que al parecer estaba entonces en Dubái.

Nick frunció el ceño.

–La relación con Tiffany ya estaba casi acabada.

–Leí algo sobre Tiffany en un artículo que se publicó un mes más tarde.

Nunca lo olvidaría porque la afirmación de que Nick Messena y su preciosa novia modelo estaban enamorados la había terminado de convencer de que su relación con él nunca había sido viable.

–No deberías creer todo lo que sale en los periódicos sensacionalistas. Rompimos en cuanto regresé a Dubái.