Un marido conveniente - Fiona Brand - E-Book
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Un marido conveniente E-Book

Fiona Brand

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Beschreibung

Eva Atraeus se tenía que casar, pero todos sus intentos por encontrar esposo se estrellaban contra el muro del administrador de su herencia, Kyle Messena, el hombre que le había partido el corazón en su juventud. Kyle no estaba dispuesto a permitir que Eva acabara con alguien que solo buscaba su dinero. La deseaba demasiado, lo cual no significaba que tuviera intención de enamorarse. La convertiría en su esposa y, cuando ella recibiera su herencia, se divorciarían. Pero cometió un error que lo cambió todo: acostarse con ella.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2016 Fiona Gillibrand

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un marido conveniente, n.º 2123 - marzo 2019

Título original: Needed: One Convenient Husband

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-816-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Kyle Messena entrecerró los ojos cuando la limusina aparcó delante de la iglesia de Dolphin Bay, situada en lo alto de una colina. La novia, vestida de tul blanco, bajó del vehículo segundos después. Llevaba un velo sobre la cara, lo cual impidió que la reconociera; pero la luz del sol brilló sobre su cabello leonado, y a él se le encogió el corazón.

No lo podía creer. Había hecho todo lo posible por sabotear el matrimonio de Eva Atraeus con un hombre que solo quería su dinero y, hasta ese mismo momento, estaba convencido de haberlo logrado. Pero, al parecer, ella le había engañado completamente.

Kyle, que esperaba a la sombra de un viejo roble, dio un paso adelante. Era un típico día del verano neozelandés, y el calor habría resultado insoportable si no hubiera sido por la brisa marina, que justo en ese momento levantó el velo de la novia.

Se había confundido. No era Eva.

Sin embargo, el sentimiento de alivio no relajó la tensión que había acumulado a lo largo de los años, desde la muerte de su esposa y de su hijo; una tensión que atravesaba su indiferencia general hacia las relaciones con la contundencia de un cuchillo y que había crecido un poco más por culpa de aquella mujer.

Mario, su astuto tío abuelo, le había nombrado fideicomisario de la fortuna de los Atraeus, que su hija adoptiva iba a heredar. Pero el testamento tenía una cláusula draconiana: para acceder a la fortuna, Eva debía casarse con un Messena como él o con un hombre que estuviera verdaderamente enamorado de ella.

A Kyle no le había sentado bien la decisión de Mario. Sabía que era una maniobra de última hora para conseguir que se casara con Eva, a la que había deseado y renunciado más tarde. Pero, a pesar de ello, aceptó la responsabilidad; en parte porque no la había podido olvidar y, en parte, porque no soportaba la idea de que se desposara con otro.

La brisa volvió a levantar el velo de la novia, confirmando que se había equivocado de mujer. También era rubia, pero de un tono más claro y sin los reflejos naturales que Eva siempre había tenido; por lo menos, desde su adolescencia, cuando él la conoció.

Kyle se tranquilizó un poco. Aparentemente, había desbaratado su enésimo plan para encontrar marido. Y ya estaba a punto de marcharse cuando apareció un deportivo de color blanco con el logotipo de la empresa de Eva, Perfect Weddings.

Su conductora, que llevaba un traje de color rosa pálido que enfatizaba maravillosamente su figura, salió del coche y cerró la portezuela con un golpe seco. Luego, se colgó un bolso al hombro y se dirigió a la entrada de la iglesia, caminando de un modo indiscutiblemente sexy.

Con su metro sesenta y ocho de altura, Eva era demasiado baja para ser modelo de pasarela, pero sus elegantes curvas, sus exquisitos pómulos y sus exóticos ojos oscuros la habían convertido en una de las modelos de fotografía más importantes del país. Sensual, extravagante y aristocrática, fascinaba a los periodistas y volvía locos a los hombres, empezando por él.

Justo entonces, los miembros de la comitiva matrimonial entraron en la iglesia. Pero Eva vio a Kyle en ese mismo momento y, en lugar de seguir a los demás, cambió de rumbo.

–¿Qué estás haciendo en mi boda? –preguntó, mirándolo fijamente.

Kyle pensó que lo de su boda no era del todo falso. A fin de cuentas, se suponía que era ella quien se debía casar. Y, por supuesto, estaba enfadada porque él había desbaratado sus planes al ofrecerle un lucrativo empleo en Dubái a su pretendiente.

Sin embargo, Kyle no se arrepentía de ello. Desde su punto de vista, se había limitado a contrarrestar una oportunidad laboral con otra. Y el hecho de que Jeremy hubiera aceptado la oferta con alegría, como si estuviera encantado de no tener que casarse, justificaba sobradamente su decisión.

–No deberías organizar bodas cuando sabes que no van a llegar a buen puerto –replicó él.

–¿Y qué te hace pensar que no estoy enamorada de Jeremy?

Él arqueó una ceja.

–¿Enamorada? Os conocisteis hace cuatro semanas.

–La gente se puede enamorar en mucho menos tiempo. Lo sabes tan bien como yo, porque…

Eva no terminó la frase. Se ruborizó sin poder evitarlo y, tras ponerse las gafas de sol, volvió a su pregunta original.

–¿Qué estás haciendo aquí? Seguro que has venido a discutir conmigo.

Kyle se cruzó de brazos.

–Si crees que me puedes echar, olvídalo. Soy invitado del novio. Me encargo de su cartera de inversiones.

Ella respiró hondo, y Kyle se quedó fascinado cuando la irritación desapareció de su bello rostro tras una de esas sonrisas impresionantes que conquistaban portadas de revistas y corazones masculinos.

–Es la peor excusa que he oído en mi vida –se burló.

–Pero es verdad.

–¿En serio? –preguntó con sorna–. Has venido para asegurarte que no me saque otro novio de la manga.

–Por mí, te puedes casar cuanto te apetezca. Mi labor no consiste en impedírtelo.

Eva ladeó la cabeza.

–No, solo consiste en impedir que me case con quien yo elija.

–Porque no eliges bien.

En los meses anteriores, Eva había elegido tres novios distintos; los tres, individuos desesperados por tener dinero que estaban dispuestos aceptar los términos del testamento, es decir, que el matrimonio debía durar un mínimo de dos años. Pero Kyle, que tenía derecho a veto, había intervenido en todos los casos.

–Jeremy habría sido un marido perfecto. Es atractivo y agradable, además de tener un trabajo razonablemente digno.

–Solo quería tu dinero.

–Sí, es cierto que necesitaba una suma importante para cubrir ciertas deudas –admitió ella–, pero ¿qué tiene eso de malo?

–Es adicto al juego, Eva. Mario se revolvería en su tumba si te casaras con un ludópata.

La incomodidad del breve silencio posterior se vio intensificada por el sonido de las campanas de la iglesia.

–Bueno, si el hombre con quien me case tiene que gozar de tu aprobación, quizá deberías ser tú quien me lo buscara. Pero te recuerdo que debo casarme lo antes posible. Si no me caso antes de tres semanas, mi herencia quedará en suspenso y no la recibiré hasta dentro de trece años.

Kyle estaba decidido a resistir las presión de Eva, quien podía llegar a ser verdaderamente difícil; pero, a pesar de ello, se sintió culpable. Además, nunca se había sentido cómodo con el amor y las mujeres. Lo suyo eran las operaciones militares y el negocio bancario de su familia. Solo sabía de armas, tácticas y mercados financieros.

–No intento impedir que recibas tu herencia.

–No, pero es lo que estás haciendo.

Eva dio media vuelta y se alejó hacia su coche, dejándolo pasmado. Su voz había sonado sospechosamente ronca, como si estuviera al borde de las lágrimas.

Kyle frunció el ceño. Se habían conocido cuando ella tenía dieciséis años y él, diecinueve; y, durante los once transcurridos desde entonces, solo había llorado dos veces: la segunda, en el entierro de Mario; y la primera, cuando el propio Mario les dedicó una severa reprimenda por cierto interludio apasionado de su juventud.

Aquella noche estaban en la playa de Dolphin Bay. La luna brillaba sobre el océano, y a lo lejos se oía el rumor de la fiesta familiar de la que habían huido. Eva le pasó los brazos alrededor del cuello, y él respiró hondo para empaparse de su olor antes de inclinar la cabeza y rendirse al deseo de besarla que le había estado volviendo loco todo el verano.

Si Mario no hubiera aparecido poco después, habrían hecho bastante más que besarse.

Su rapapolvos posterior fue tan brusco como breve. Dijo que, por muy segura que pareciera Eva, era una joven muy vulnerable. Dijo que era el producto de una familia disfuncional. Dijo que necesitaba seguridad y protección, no seducción. Y, aunque no entró en detalles de ninguna clase, el mensaje no podía ser más claro y evidente: ella le estaba prohibida.

Pero ya no lo estaba.

A pesar de ello, Kyle no se hacía ilusiones sobre las razones que habían llevado a Mario a nombrarlo administrador de su testamento. Durante años, le había tratado como si él fuera un depredador que quisiera devorar a su criatura más querida. Quería que Eva se casara con alguno de los hijos de sus multimillonarios socios y, como ella insistía en rechazarlos, cambió de táctica.

De repente, sus prejuicios contra los Messena desaparecieron. Primero, intentó casarla con Gabriel y Nick, los hermanos mayores de Kyle, pero se casaron con otras mujeres. Luego pensó en Damian, su hermano pequeño, pero renunció a la idea porque estaba saliendo con una chica.

Solo quedaba él. Y como era la única opción, se lo jugó todo a una última carta: hacerle fideicomisario con la esperanza de que acabaran juntos.

Eva estaba llamando por teléfono cuando él se dirigió al lugar donde había dejado el Maserati. En teoría, no había nada que le impidiera volver a Auckland y a su organizada y ultraocupada existencia. Si salía enseguida, podía llegar a tiempo de cenar a con Elise, una ejecutiva de banca a la que había estado viendo los últimos meses; en general, por motivos de trabajo.

Pero, mientras se acercaba al Maserati, que estaba junto al deportivo blanco, tuvo la sensación de que Eva estaba tramando algo, y de que se había fingido triste para engañarlo.

Al fin y al cabo, había estudiado artes escénicas. Era actriz, y de las buenas. De hecho, le habían llegado a ofrecer un papel en una famosa serie de televisión, pero lo había rechazado porque, en aquella época, estaba a punto de fundar su propio negocio, una empresa de organización de bodas.

Convencido de que le estaba tomando el pelo, se guardó las llaves del Maserati en el bolsillo. Solo había una razón por la que pudiera querer que se sintiera culpable y se marchara de allí: que había encontrado otro candidato para casarse con ella.

La alcanzó cuando Eva todavía estaba hablando con un tal Troy. Kyle supuso que sería Troy Kendal, un deportista de élite al que había conocido la semana anterior en uno de sus esfuerzos desesperados por reclutar novios; y, muy a su pesar, volvió a sentir los celos que siempre le asaltaban en esas circunstancias, unos celos que reprimía a duras penas.

Si Eva había estado llorando, habrían sido lágrimas de cocodrilo. Solo quería librarse de él.

Kyle, que ya había renunciado a la idea de marcharse, esperó a que Eva cortara la comunicación y se guardara el móvil en el bolso.

–Tenemos que hablar –dijo entonces.

–Juraría que acabamos de hablar.

Eva dejó el bolso en el coche, se quitó las gafas de sol y miró la hora como si tuviera prisa. El viento le había soltado un par de mechones del moño, y tenía un aspecto extrañamente vulnerable. Pero Kyle no se dejó engañar por las apariencias.

–Hay una solución para tu problema. Solo tienes que casarte con un Messena y estar dos años con él, como dicta el testamento.

Ella arqueó una ceja.

–Aunque quisiera casarme con un miembro de tu familia, no tendría ninguna posibilidad. Gabriel y Nick están casados, y Damian está encantado con su novia –le recordó.

Kyle frunció el ceño. Eva tenía la irritante costumbre de sacarlo de la lista de los Messena, como si no fuera uno de ellos. Como si no hubiera pasado los brazos alrededor de su cuello en Dolphin Bay. Como si no se hubieran abrazado. Como si no se hubieran besado.

–Te olvidas de mí –replicó, perdiendo la paciencia–. Cásate conmigo.

 

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Eva tuvo que hacer un esfuerzo para no decir una grosería, y ni siquiera supo por qué le irritaba tanto. A fin de cuentas, Mario había intentado que se casara con alguno de sus hermanos, y nunca había estado a punto de perder los papeles.

Un año antes, cuando leyó las estipulaciones del testamento, sintió el deseo de esconderse bajo la mesa del abogado. Las intenciones de su difunto padre eran más que evidentes. Quería que el único Messena disponible se sintiera obligado a casarse con ella; y como también era el único hombre que la había rechazado, se quedó horrorizada.

–¿Me ofreces que me case contigo porque te doy pena? No necesito esa clase de ofertas, Kyle.

–Pero necesitas una oferta, ¿no? –dijo, clavando en ella sus fríos ojos azules–. Y, por otra parte, no sería para toda la vida. Nos divorciaríamos al cabo de dos años, cuando hayas recibido la herencia.

La pragmática solución de Kyle hizo que se le encogiera el corazón, lo cual le disgustó mucho.

Exsoldado de las fuerzas paracaidistas, Kyle Messena tenía una de esas miradas que parecían captarlo todo. Además, su metro ochenta y siete de altura, combinado con un cuerpo imponente, unos rasgos duros y un corte de pelo casi militar, le ganaban el favor de muchas mujeres.

Eva era generalmente inmune a ese tipo de atractivo. Estaba acostumbrada a tratar con los Atraeus, unos hombres tan formidables como los Messena; pero Kyle la sacaba de quicio porque siempre adivinaba sus intenciones, como si tuviera un sexto sentido. Y habría apostado cualquier cosa a que había intimidado a sus pretendientes.

Sin embargo, su propuesta de matrimonio no debería haberle molestado. Ella no creía en las relaciones amorosas. De hecho, no habría creído en ningún tipo de relaciones personales si Mario y su mujer no la hubieran encontrado y rescatado de la calle doce años antes.

Cuando supieron que había huido de su casa de acogida porque la maltrataban, llamaron al departamento de servicios sociales; pero, en lugar de dejarla allí y condenarla a otro hogar donde no la habrían querido, Mario llamó a algunos de sus contactos y consiguió que le permitieran vivir con ellos.

Por entonces, Eva era una joven de dieciséis años que había aprendido a desconfiar de todo y de todos. Nadie la había tratado bien, y la posibilidad de que Mario y Teresa fueran tan falsos como el resto de los adultos que había tenido que sufrir la asustaba mucho. Ni siquiera supo qué decir cuando se ofrecieron a adoptarla.

Sin embargo, la insistencia de la pareja y el amor incondicional de Mario terminaron por vencer su resistencia. De la noche a la mañana, la problemática Eva Rushton se había convertido en Eva Atraeus, miembro de una familia sorprendentemente cariñosa.

Pero su transformación no fue total. Había contemplado el fracaso de los tres matrimonios de su madre y, cuando Kyle la abandonó al año siguiente, decidió que no quería ser tan vulnerable.

Por desgracia, estaba lejos de haberlo superado. Ese era el problema. A pesar del tiempo transcurrido, se excitaba cada vez que lo veía. Y ni siquiera tenían una relación estrecha. A decir verdad, lo único que tenían en común era un amor adolescente que había durado poco.

Kyle se casó dos años después, y Eva llegó a la conclusión de que no la había querido tanto como ella a él. Pero eso eran cosas del pasado, y ahora tenía preocupaciones más urgentes. Gracias a su antiguo novio, solo le quedaban tres semanas para encontrar marido.

Su frustración reavivó la ira que había sentido cuando Jeremy le informó de que ya no se quería casar, pero combinada esta vez con un acceso de pánico. Mario Atraeus no podía haber elegido mejor perro guardián para los inesperados términos de su testamento.

Pero, ¿por qué saboteaba todas sus bodas? Aunque Eva no tenía pruebas reales de su intervención, estaba segura de que era culpable de que Jeremy se hubiera ido con el rabo entre las piernas y de que sus dos pretendientes anteriores se hubieran echado atrás en última instancia.

Era de lo más desconcertante. Se llevaban tan mal que, al principio, pensó que se lavaría las manos y permitiría que se casara con cualquiera, aunque solo fuera porque le desagradaba que Mario le hubiera nombrado administrador de su testamento.

–No, gracias –dijo al fin–. Te lo agradezco mucho, pero no me casaré contigo.