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Una esposa... en todos los sentidos. Penny tenía un gran problema: su ex novio Marco Maffeiano era el propietario de la mitad de su casa familiar y ella tenía que pagar un montón de deudas contraídas por su difunto padre. Así que no le quedó más remedio que aceptar la oferta de Marco: él saldaría sus deudas si ella se convertía en su esposa... Sería una esposa comprada, pero él quería que lo fuera en todos los sentidos. La atracción que había entre ellos era tan fuerte como siempre; y la pasión era cien veces más poderosa... Fue entonces cuando Penny descubrió que seguía enamorada de Marco.
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Seitenzahl: 197
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2002 Jacqueline Baird
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Súplicas de un corazón, n.º 1408 - abril 2017
Título original: Wife: Bought and Paid For
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-9689-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Si te ha gustado este libro…
Penny atravesó corriendo el campo, saltó la valla y se metió por el establo hasta la puerta trasera de la casa. Llegaba tarde y Verónica iba a matarla. Penny le había prometido regresar antes de las cinco para cuidar a su hermanastro, mientras su madrastra se iba a la peluquería. Pero su jefe en la tienda de antigüedades se había retrasado y además se había encontrado por el camino a su mejor amiga Jane Turner, la hija del vicario, y al hermano de esta, Simon. Simon acababa de regresar de un viaje al Himalaya. Era un año mayor que las chicas, alto y rubio y no paraba de hablar de sus experiencias como alpinista. Jane estaba encantada porque su hermana mayor, Patricia, que estaba casada y vivía en Nueva York, iba a visitarlos al mes siguiente junto con el niño que acababa de tener. Penny estaba muy contenta por su amiga.
–Perdón, perdón –entró gritando Penny por el porche que daba directamente a la cocina.
Verónica estaba de pie con el pequeño James en brazos.
–¡Ya era hora! Voy a llegar tarde y ya sabes lo importante que es la cena de esta noche. Hemos invitado al señor Maffeiano y a su secretaria personal. Con un poco de suerte no solamente comprará el terreno, ayudándonos con nuestros problemas económicos, sino que quizá se asocie con tu padre en un negocio. Puede ser una gran oportunidad y Dios sabe que necesitamos el dinero para mantener este lugar.
Era la eterna queja de Verónica. Verónica no era una mala persona, de hecho cuando se casó con su padre dieciocho meses atrás, ella y Penny se llevaban muy bien. Pero su actitud cambió cuando inmediatamente después de tener al bebé, empezó a decir que él sería el heredero de Haversham Park. Su marido tuvo que disuadirla puesto que Haversham Park siempre lo había heredado el primogénito, independientemente de su sexo, entonces fue cuando ella realmente cambió.
La madre de Penny había muerto de cáncer cuando Penny tenía trece años y durante un tiempo su padre estuvo inmerso en una profunda depresión. Cuatro años después había conocido a Verónica y se había casado con ella.
–Bueno, por el amor de Dios, ¿quieres tomar al niño? Me tengo que ir –dijo Verónica bruscamente.
–Lo siento –se disculpó Penny de nuevo, tomando al pequeño James en brazos.
Ella adoraba a su hermano. Al mirarlo no podía evitar pensar en lo rápido que Verónica había perdido interés en ella e incluso en el niño en cuanto se había enterado de que su marido no era lo rico que ella pensaba.
–No me vale con que te disculpes, necesitamos ese dinero. Trabajar en esa tienda polvorienta durante un año antes de ir a la universidad no es suficiente ni mucho menos para cubrir tus gastos de los próximos tres años. Tu padre tendrá que pagártelo prácticamente todo. ¡Es increíble! Si casi no nos llega ni para hacer la compra. Da de cenar a James y mételo en la cuna. También vigila a la señora Brown en la cocina, según ella está muy ocupada para hacerse cargo del niño. Lo que pasa es que es ya muy mayor para trabajar, ¡esa mujer…!
–Vale, vale –dijo Penny mientras Verónica salía por la puerta.
Penny suspiró aliviada mientras entraba en la cocina.
–¿Se ha ido y te ha dejado otra vez al niño? –gruñó la señora Brown.
–No me importa –contestó sonriendo Penny, sentando a James en su trona y disponiéndose a preparar el biberón.
Penny solía llamar a la vieja ama de llaves Brownie. Llevaba viviendo en Haversham Park desde mucho antes de que Penny naciese. Era imposible imaginar la casa sin ella. Por mucho que Verónica se quejase nunca la había intentado despedir, probablemente porque a Brownie le pagaban un salario muy pequeño y porque Verónica no sabía cocinar. De hecho lo único que le importaba, o al menos eso creía Penny, era estar guapa y formar parte de lo que ella llamaba actividad social, que consistía en ir a Londres a cenas y a fiestas benéficas.
Penny hizo una mueca mientras pensaba en la cena a la que Verónica había obligado a su padre a ir la otra noche, un exclusivo acto social en Londres. «Esa cena es la culpable de todo», pensó Penny. Por casualidad Verónica se había encontrado allí con un viejo amigo, un hombre de negocios que parecía que estaba interesado en comprar un trozo de terreno de Haversham Park con la intención de construir un campo de golf. Personalmente Penny no entendía el porqué de vender, pero su padre le había explicado que la granja ya no era rentable y que ellos necesitaban el dinero. Verónica tenía razón, era una buena oportunidad para que su padre consiguiese algo de dinero, cediendo una vez más a favor de las exigencias de Verónica. ¿Cómo podía culparle? Era un hombre de unos cincuenta años, casado con una joven y guapa mujer y lo único que quería era mantenerla contenta. Penny se consolaba pensando en que al menos conservarían la casa que ella tanto adoraba. Era una casa estilo Tudor, de piedra con cinco acres de terreno.
Terminó de dar de cenar a James y se lo dejó a Brownie mientras ponía la mesa con un bonito mantel de damasco y cubiertos de plata. Miró su reloj y volvió a la cocina para llevárselo a la cuna.
–Es hora de irse a la cama, hombrecito –murmuró Penny disponiéndose a subir las escaleras para ir al piso de arriba. En el momento en el que puso un pie en el primer escalón, la puerta principal se abrió. Sería Verónica, había vuelto muy temprano.
–¡Ah! Penélope y mi chico favorito –dijo su padre sonriente entrando y acercándose.
Penny soltó un pequeño gritito cuando vio a los invitados junto a su padre. Habían llegado más de dos horas antes de lo que ella había calculado.
Marco Maffeiano entró en el vestíbulo y se preguntó qué demonios hacía allí. Hacía dos noches había estado un par de hora con Lisa, su amante de Nueva York, pasando un buen rato. De alguna manera era culpa suya que ahora él estuviese en aquel lugar. En otra cita con ella, tiempo atrás, Marco había estado ojeando una vieja revista mientras esperaba a que viniese un taxi para llevarlo al aeropuerto. La foto de una boda había atraído su atención. Se trataba de la boda de Verónica Jones con un viejo aristócrata inglés, Julian Haversham. Marco había soltado una ruidosa carcajada porque conocía a aquella mujer. Hacía siete años Verónica había sido la novia de un socio de Marco, un hombre de negocios árabe. Después de pasar una vacaciones con ellos en las islas griegas, no podría decir que aquella mujer fuese precisamente idónea para el matrimonio.
Pero la foto de las damas de honor y de la hija del novio le llamó la atención. La honorable Penélope Haversham era un bombón de piel blanca y pelo rubio. Le había intrigado aquella figura delicada y pequeña de aspecto inocente.
Había vuelto a ver a Verónica con su nuevo marido hacía poco en una fiesta benéfica en Londres. En aquel momento, mientras entraba en el vestíbulo con su secretaria Tina, se daba cuenta de que tenía que haberle hecho caso cuando le había aconsejado rechazar la proposición de Verónica de comprar aquella granja y construir un complejo recreativo. Si la casa hubiese estado incluida en la compra del terreno, quizá ahora estuviese más interesado. Era un ejemplo precioso de la arquitectura Tudor, Marco era un enamorado del arte, su hobby era coleccionar objetos curiosos. Su casa de Italia era un autentico museo.
Había crecido en las calles de Nápoles con una prostituta por abuela y una madre que había seguido los mismos pasos. Él era el resultado de una noche de sexo con un marinero norteamericano. Le habían puesto su mismo nombre, Matthew, pero rápidamente se convirtió en Marco y cuando cumplió trece años ya se estaba ganando la vida por su cuenta.
Había pocas cosas que no hubiese visto o hecho. Agraciado con una mente brillante y una lengua rápida, nunca había traspasado los límites de la ley. Había trabajado duro aprovechando todo tipo de ocasiones para conseguir una buena educación. Finalmente, se había graduado con matrícula de honor en Económicas, aunque su mejor escuela había sido la calle. A los treinta y cuatro años había llegado a lo más alto. Tenía mucho dinero, más de lo que la gente normal podía soñar. Hacía negocios de alto nivel internacional, jugaba en Bolsa y había invertido una fortuna en distintas propiedades alrededor del mundo. Podía conseguir a la mujer que quisiese casi sin intentarlo, entonces ¿por qué estaba perdiendo su precioso tiempo en intentar conocer a la chica de la foto?
De pronto la vio y se paró en seco. Penny acomodó al pequeño en sus brazos y con los ojos muy abiertos se dirigió a su padre.
–Es muy pronto, papá, justamente iba a acostar a James –su padre era un hombre alto y delgado, con pelo cano y ojos marrones. Ella lo quería con toda su alma.
–No te preocupes, cariño. Ven y deja que te presente a nuestros invitados.
Penny los miró por encima. Una mujer pelirroja y un hombre muy alto que permanecían de pie detrás de su padre.
–Mi hija Penélope –su padre dio un paso a un lado y sonrió a la pareja antes de volver la vista a Penny–. Marco Maffeiano y su secretaria Tina Jenson, nuestros invitados esta noche. Hacía una tarde tan agradable que hemos decidido, en vez de quedarnos en la oficina de Londres, venir aquí antes de cenar para hablar de nuestras cosas.
La mujer era alta y elegante.
–Un placer conocerla, ¿cómo esta? –dijo Penny educadamente–. Discúlpeme que no le dé la mano, pero ya ve que tengo los brazos ocupados.
Penny dirigió la mirada hacia el otro invitado con una sonrisa amable y su corazón empezó a latir inexplicablemente deprisa. Simplemente se quedó petrificada ante la presencia de aquel hombre.
Marco Maffeiano era el hombre más increíblemente atractivo que había visto en toda su vida. Llevaba un traje hecho a medida ligero y de color gris que encajaba perfectamente en su elegante cuerpo. Sobrepasaba el metro ochenta, tenía unos hombros cuadrados, unas caderas sin un gramo de grasa y unas piernas largas y musculosas. Tenía la piel fina, un abundante pelo negro y rizado, unos ojos agrisados y una nariz recta. Sus labios perfectamente definidos sonreían enseñando unos dientes increíblemente blancos.
–Encantado de conocerte, Penélope –dijo Marco con voz ronca. Ella era la visión de la perfección femenina hecha realidad y Marco sintió un extraordinario impulso sexual como no lo había sentido en años.
Su pelo era liso y largo, caía por su espalda como si fuese de seda. Su cuerpo era pequeño, pero perfectamente proporcionado. Los labios sensuales, los ojos eran profundos, de color verde coronados con unas pestañas negras y rizadas, sus mejillas ligeramente sonrosadas. Él sabía el efecto que provocaba en las mujeres pero no le solía dar ninguna importancia, pero esta vez sintió una punzada en su orgullo masculino al ver cómo ella reaccionada de aquella manera tan indiferente, en aquel momento decidió que tenía que ser suya.
Penny se recompuso al fin.
–¿Qué tal está usted, señor Maffeiano? –dijo ella tragando profundamente.
–Por favor, llámame Marco –él sonrió otra vez y ella quedó hipnotizada.
–Marco –Penny susurró su nombre. En ese momento el pequeño James decidió que no le gustaba nada que su hermana no le hiciese ni caso y le tomó del pelo tirando insistentemente–. ¡Ay! Tú, pequeño diablillo –dijo ella volviendo a la realidad. Agradeció la actitud del pequeño porque gracias a él dejó de observar a Marco como una tonta–, ya es hora de irse a la cama –y mirando muy rápidamente a todos se despidió–. Disculpadme.
Pero antes de que pudiera darse la vuelta, Marco Maffeiano estiró uno de sus elegantes dedos y acarició suavemente la mejilla regordeta de James.
–Espero que te des cuenta de la suerte que tienes, chico, al poder irte a la cama con esta preciosa jovencita.
El pequeño soltó un gracioso gorjeo y agarró su dedo con la manita, todos se echaron a reír. Penny miró asustada al oscuro desconocido y se puso completamente roja. Notó que él se estaba divirtiendo. Sabía perfectamente que la había impresionado. Era sofisticado, guapo y además rico y poderoso, lo tenía todo. Estaba totalmente fuera de su alcance, por eso miró a su padre y se aferró a James como si fuese un salvavidas.
–Hasta ahora, papá, Verónica aún no ha llegado y tengo que meter a James en la cama –dijo ella balbuceando. Necesitaba urgentemente alejarse de Marco Maffeiano, de aquellos inexplicables sentimientos y de la tensión que él generaba en su interior–. Nos vemos a la hora de cenar –dijo y corrió escaleras arriba.
Más tarde, una vez que hubo acostado a James, mientras se daba un baño de espuma, Penny se dijo a sí misma que había exagerado. Marco Maffeiano era como cualquier otro hombre. Había sido la llegada tan repentina de los invitados la causante de que ella hubiese reaccionado de aquella manera tan rara.
Eran cerca de las ocho cuando Penny bajó las escaleras. Tenía la situación bajo control, tenía casi diecinueve años, ya no era ninguna niña que se ponía roja solamente porque un hombre la mirara. Su sonrisa se desvaneció al entrar en el salón donde todos estaban bebiendo algo antes de pasar a cenar. La conversación se cortó de golpe y cuatro pares de ojos se la quedaron mirando fijamente.
–Realmente, Penny, deberías aprender a ser puntual. Te he dicho a las siete y media no a las ocho.
El comentario de recibimiento de Verónica había dejado a Penny muda, incapaz de responder. Aunque su padre sonrió y dijo que no pasaba nada, que no regañase a la niña porque seguramente se había entretenido jugando con James, ella no pudo sobreponerse. Tina Jenson sonrió educadamente y se dio la vuelta. Marco Maffeiano, en cambio, se dirigió hacia ella ignorando al resto. Sus ojos grises se fijaron en el pelo recogido de Penny, en la nuca y en los hombros de la joven. En cómo el traje se ceñía sobre sus pequeños y deliciosos pechos. La intensa mirada descendió para fijarse en su cintura, en su estómago totalmente plano, en sus caderas y en cómo la falda le llegaba hasta prácticamente los tobillos dejando al descubierto unos pequeños pies sobre unas sandalias negras de tacón.
–Estás preciosa, ha merecido la pena esperar –dijo él de manera encantadora y tomándole del brazo–. Tu padre debe estar ciego si piensa que aún eres una niña –dijo en un susurro.
El contacto con sus dedos era como si la quemasen hasta el hueso. Notó cómo un calor indomable la recorría el cuerpo.
La cena iba a ser una tortura para Penny. Convenció a Brownie para que mintiese acerca de su artrosis y así poder servir ella la cena.
–A tu madrastra no le va a gustar nada –dijo Brownie.
–Me da igual, no quiero pasarme toda la noche escuchando una aburrida conversación de negocios.
Unos minutos más tarde, Penny entró en el comedor con una bandeja con el primer plato, melón con jamón de Parma.
–¿Dónde está la señora Brown? –preguntó Verónica bruscamente.
–Tiene problemas con su artrosis, así que yo me he ofrecido a ayudarla.
–Es muy difícil encontrar buen servicio viviendo en un sitio tan alejado –dijo Verónica mientras Julian abría el vino.
«El pueblecito es pequeño, está a unas treinta millas de Cambridge, pero solo se tarda noventa minutos en coche a Londres», pensó Penny mientras ponía los platos encima de la mesa y se sentaba al lado de Tina, fue entonces cuando Marco tomó asiento, justo enfrente de ella.
–Me lo imagino –contestó Tina Jenson mientras Penny agachaba la cabeza intentando comer–. Pero si Marco decide invertir aquí no creo que encuentre problemas para contratar personal, nunca los tiene –concluyó la frase sonriendo a su jefe.
La cabeza de Penny se ladeó al escuchar aquello.
–Pero la casa no está en venta –afirmó.
Marco apoyó la espalda en la silla, su mirada recorrió lentamente la delicada belleza de los rasgos de la joven. Sus miradas se entrecruzaron.
–¿Eso no lo tiene que decidir tu padre? –preguntó Marco suavemente–. Después de todo eres una joven muy atractiva y seguro que dentro de muy poco algún hombre afortunado querrá sacarte de aquí, ¿ya tienes novio? –preguntó arqueando una ceja.
Todos se la quedaron mirando mientras notaba cómo las mejillas se le encendían de nuevo.
–No –respondió ella sin alzar la voz. Marco la estaba provocando adrede. Ella era aún muy joven, pero se daba cuenta.
–Penélope tiene razón –dijo Verónica supuestamente en su defensa, pero rápidamente les contó que Penny quería quedarse allí para heredar la casa. Como esposa de Julian, Verónica y James solamente tenían derecho a vivir allí, pero a nada más.
De la manera en que lo dijo parecía como si Penny tuviese la intención de echar a patadas a Verónica y al pequeño James tan pronto como heredase la casa. Le sentó tan mal que se levantó bruscamente y empezó a recoger los platos. Se consoló un poco cuando escuchó lo que dijo su padre.
–Eso no es del todo cierto, Verónica. Yo la podría vender si quisiera, pero no quiero. Los Haversham hemos vivido aquí durante trescientos años y lo seguiremos haciendo mientras dependa de mí. Además no tengo ninguna duda de que Penny compartirá todo lo que herede con su familia, todos los Haversham lo hemos hecho.
Penélope le dedicó una agradecida sonrisa a su padre por decir aquello.
Durante el resto de la cena se mantuvo callada y escuchando, intentó esquivar cualquier tipo de contacto visual con el guapo Marco, cosa que no resultó nada fácil. No podía evitarlo. La voz de Marco Maffeiano era profunda y melodiosa, tenía un ligerísimo acento italiano que lo hacía aún más irresistible. Cuando Verónica empezó a describirles la casa de lord Somerton, a la que ella y Julian irían ese fin de semana a cenar, Penny no pudo aguantar más. Dejó la servilleta encima de la mesa y se levantó.
–Voy por el café –dijo la joven en alto.
–Te ayudo –declaró amistosamente Marco.
–No, no por favor. Eres nuestro invitado –contestó Penny por encima del hombro mientras abría la puerta de la cocina.
Respiró profundamente mientras llegaba hasta el café. Brownie ya se había ido a la cama, pero había dejado la bandeja con todo preparado. No faltaba mucho para que ella también pudiese marcharse a dormir. Penny se detuvo unos segundos para recomponerse. ¡Menuda cena! Nunca le había alterado tanto una persona del sexo opuesto. Marco Maffeiano tenía el poder de hacer que su corazón latiese incontroladamente con solo una mirada y aquello no le gustaba.
Suspiró y se dio la vuelta para dirigirse de nuevo al comedor, entonces fue cuando se dio cuenta de que Marco estaba justo detrás de ella.
–¿Qué haces aquí? Ya te he dicho que no necesito ayuda –le dijo con brusquedad.
Él no contestó inmediatamente. En su lugar tomó ambas manos de la joven y muy despacio las juntó detrás de la espalda, la atrajo hacia él y Penny dejó soltar un pequeño quejido al presionar su pecho sobre aquel cuerpo musculoso y al notar entre las piernas su dura masculinidad. Intentó liberarse, pero pronto desistió. Una mezcla de vergüenza inocente y de un placer no tan inocente, hicieron que su cara se pusiera colorada de nuevo. Penny estaba de pie, con las manos a la espalda, totalmente paralizada al ver los ojos de aquel hombre llenos de deseo. El corazón le latía con tal fuerza que casi no podía respirar. Nunca le había pasado nada parecido en su vida.
–Lo que he estado deseando hacer desde el primer momento en que te he visto –dijo Marco sonriendo sensualmente. Entonces ladeó la cara y ella se dio cuenta del peligro que corría.
–No –jadeó Penny justo antes de que sus bocas se uniesen. La habían besado antes, no muchas veces, pero desde luego nunca de aquella manera.
Él desprendía un olor tan sensual que inundaba sus pulmones y recorría todo su cuerpo como si de un liquido caliente se tratase. Sus pechos se pusieron firmes y un calor se concentró entre sus piernas. Marco movía la boca despacio, saboreándola, poco a poco consiguió que la temperatura de su cuerpo subiera, cada vez sus movimientos eran más rápidos. Gruñó de placer, soltó las manos de Penny y la abrazó, presionándola contra su duro cuerpo. Penny sintió cómo las manos de Marco se deslizaban sobre su pecho, cómo cada una de las manos podían abarcar cada uno de sus senos. Su delicado cuerpo se arqueó dándole a él la oportunidad de pellizcar los pezones hasta ponerlos erectos.
–No –dijo ella, su voz era un murmullo, pero terminó siendo un gemido de placer.
Marco incorporó la cabeza, tomó aire profundamente. ¡Dios! Aquella chica era maravillosa, casi se había olvidado de dónde estaba.
–Sabía que iba a ser así entre nosotros –dijo él mientras daba un paso hacía atrás y la soltaba.
Penny lo miró aturdida, se pasó la mano por los labios.
–Tú… yo… –balbuceó ella, no tenía aliento para poder hablar.
Aquel hombre tan guapo y viril la había besado. Podría jurar que el poderoso y sofisticado Marco también había gemido de placer.
–Nosotros, quieres decir –dijo Marco–. Porque va a ver un nosotros, pero no aquí ni ahora. Los demás están esperando el café –al decir aquello, él pudo ver la confusión y el asombro en los ojos de Penny. Era perfecta, exactamente lo que él quería, veía en ella una esposa en potencia. Para un hombre que lo tenía todo y que nunca se había planteado el matrimonio, pensar en tener una mujer e hijos era una sensación muy fuerte–. ¿Cuántos años tienes, Penélope? –preguntó él suavemente.
–Cumplo diecinueve en septiembre –contestó ella sin pensar.
–Yo tengo treinta y cuatro, soy mucho mayor que tú –afirmó, aunque no dijo lo que estaba pensando, que no solo tenía más años, sino muchísima más experiencia. No quería asustarla.
–No mucho mayor –murmuró ella jugando con los dedos dentro de la camisa de Marco.
Él se rio entre dientes.
–Bueno, Penélope, guárdate eso para luego, ahora el café –dijo él y tomándole la cara la besó en la punta de la nariz–. Tú lleva la cafetera que yo me ocupo de la bandeja –dijo apartando un mechón de pelo de la cara de la joven–. Nadie se dará cuenta de que te he seducido en la cocina.
–Solo ha sido un beso –consiguió decir Penny finalmente.
–No disimules conmigo, Penélope, la química sexual entre nosotros es muy intensa, tienes que aceptarlo y te prometo que no te defraudaré.
–Sí –dijo Penny mirándolo a los ojos.
–No voy a meterte prisa, bueno solo con el café –añadió él bromeando, distendiendo un poco el ambiente.
Según entraba en el comedor, detrás de Marco, tuvo que luchar para disimular su acaloramiento, nadie debería notar lo que acababa de pasar.