Un Corazón Roto y un Prometido - Estefany Cisternas B. - E-Book

Un Corazón Roto y un Prometido E-Book

Estefany Cisternas B.

0,0

Beschreibung

Celeste es una chica enamoradiza, algo torpe y llevada a sus ideas. Su vida está llena de lujos y su madre la educó para ser la esposa perfecta. Pero Celeste creció odiando esa idea, volviéndose cada vez más terca y desafiando todo tipo de autoridad. Tras su ruptura con su novio pintor, Marcos, nuestra protagonista se encuentra en una encrucijada. Decide dirigir un prestigioso museo a punto de cerrar. También se ve tentada por la propuesta de su madre: un matrimonio por conveniencia con un desconocido, justo cuando reaparece Jeremy, un amigo de la infancia. Adéntrate en una novela tan divertida como romántica. El amor suele aparecer en los lugares más inesperados. Un corazón roto impone sus propias reglas.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 362

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



© Un corazón roto y un prometido

Sello: Nenúfares

Primera edición digital: Julio 2024

© Estefany Cisternas B.

Director editorial: Aldo Berríos

Ilustración de portada: Claudia Riquelme

Corrección de textos: Gabriela Balbontín

Diagramación digital: Marcela Bruna

Diseño de portada: Marcela Bruna

_________________________________

© Áurea Ediciones

Errázuriz 1178 of #75, Valparaíso, Chile

www.aureaediciones.cl

[email protected]

ISBN impreso: 978-956-6183-99-0

ISBN digital: 978-956-6386-32-2

__________________________________

Este libro no podrá ser reproducido, ni total

ni parcialmente, sin permiso escrito del editor.

Todos los derechos reservados.

1

Concepción. Déjame contarte mi pequeña aventura de un momento en la vida que muchas mujeres desean alcanzar y otras como yo evitamos a toda costa: ser novia. Antes de comenzar debo advertirte que mis decisiones y acciones en ese momento no fueron las mejores, así que estás en la libertad de criticarme y detestarme, yo también lo haría.

Te cuento esta historia para que no cometas mis errores. Y antes de que digas “nunca haría algo así de estúpido”, espera a estar en mis zapatos. Una nunca sabe hasta qué punto llegaría por amor… o por odio.

Ese año, el 2015, ocurrió algo que me rompió el corazón, me nubló el juicio, me destruyó por dentro, sí, fue catastrófico a niveles superiores. No fue el fin del mundo, simplemente fue el fin de mi historia de amor.

Ahora comprendo que todo eso me hizo la mujer que debía ser, pero en ese entonces era estúpida, por Dios, ¡sí que era estúpida!

Tenía veinticinco años recién cumplidos, en la flor de mi juventud, como solía decir mi abuelita que en paz descansa. Yo estaba enamorada de los pies a la cabeza, juraba que lo estaría hasta el fin de mis días, que él y yo teníamos un amor contra viento y marea. Me equivoqué, claramente, y es que te lo juro, sí que era estúpida.

Todo comenzó una atareada mañana de primavera, con un intenso dolor de cabeza que parecía agudizarse por los rayos de sol que entraban por la ventana. Ese día me costó mucho levantarme, había tenido una larga noche de copas y las sábanas estaban pegadas a mi cuerpo como si fueran otra piel. Un consejo (el primero de muchos): nunca es buena idea probar diversos tragos a la vez, sin importar cuán bonitos suenen sus nombres, mucho menos si tienes un gran compromiso a la mañana siguiente.

Las bodas pueden parecer todo un espectáculo y cautivar a sus invitados, quienes pasan semanas preparando sus atuendos e hidratándose para que sus cuerpos absorban esos bebestibles gratuitos. Pero lo que definitivamente valía la pena para mí era la despedida de soltera, y no es que haya asistido a muchas, ya que mis amistades son reducidas, casi inexistentes. Me atraía la idea de presenciar a mujeres disfrutando de sus fantasías, sin que sus madres las estuvieran instruyendo o vigilando. Yo deseaba que mi vida fuera como una despedida de soltera, pero sin los hombres desnudos meneando sus miembros frente a mí. Anhelaba la libertad de actuar según lo que mi mente me decía, sin temer las consecuencias y los cuestionamientos de mis parientes.

En ese entonces me consideraba una mujer valiente e imposible de contener, no era una niña y tampoco una adulta realizada, pero me sentía en la cima de mi vida. Al menos cuando mi madre no estaba a mi alrededor, ese era el botón detonante para demoler toda mi autoestima. Veinticinco años era la edad suficiente para identificarme como una adulta, aunque mis errores demostraron que no era más que una chica desequilibrada.

De pequeña detestaba la idea de verme llegar al altar por voluntad propia, me imaginaba entrando amordazada y arrastrada por mi madre. Y ahí estaba yo, a punto de caminar por ese estrecho pasillo como un angelito.

En un auto negro, decorado con flores blancas que anunciaban alegremente que la novia iba en camino, recorríamos las calles de la capital regional. Algunos autos pasaban y tocaban con irresponsabilidad sus bocinas en saludo.

El molesto celular que mi madre me había regalo tres navidades antes como soborno/rastreador sonaba sin parar, provocando que volviera el hachazo de mi cabeza. Ya tenía acumuladas unas diez llamadas perdidas, y aunque me gustaba poner histérica a mi madre, en ese momento realmente no quería oír sus gritos mañaneros, pero si no le contestaba luego sería mucho peor.

—¿Dónde están? —oí su voz desesperada al otro lado del celular con algo de interferencia, pero siempre directa al grano.

—Vamos en camino —respondí entornando los ojos.

—Sé que la novia debe llegar tarde, pero ¿qué las demoró tanto?

Doña perfección, alias mi madre, llamaba para saber que todo estaba bajo control. Estaba segura que debía desesperarla no estar en ese momento en el auto, vigilando todo. Di gracias por decidir no invitarla a la despedida y sugerirle que su presencia seria de más ayuda temprano en la iglesia recibiendo a todos los personajes importantes invitados a este funeral, digo, boda.

—Hubo un problema con el cierre del vestido, pero ya está todo perfecto. Casi estamos llegando, así que preparen todo.

Le mentí, y de pasó le di una tarea que ella no podría rechazar: poner todo bajo control. Lo que realmente pasó fue que dos damas de honor habían despertado con horrendas nauseas debido a la resaca y acapararon el baño desde la madrugada. Por otro lado, mi hermana menor sufría del mismo dolor de cabeza que yo, resultado de sus misteriosas margaritas, cuyo misterio no es más que prepararlas con el doble de alcohol moralmente establecido. No podía dejarla salir con ese sufrimiento, así que me dediqué a aliviar sus molestias antes de arreglarnos, no iba a dejar que mi madre la criticara por disfrutar de una noche y que eso le doliera físicamente.

—Yo les dije que dejaran todo listo con días de anticipación, pero ustedes nunca escuchan a su madre y en vez de eso se van de fiesta...

—¿Aló? ¿Mamá? Se pierde la señal, ¿me escuchas?

Y le corté la llamada, sin remordimientos.

Minutos después el auto se detuvo frente a la Catedral de la Santísima Concepción y las cuatro chicas bajamos. Yo tomé mi ramo de flores fuertemente y caminé cuidando mi vestido, era largo y lo detestaba porque constantemente me pisaba a mí misma.

La iglesia escogida por mi madre quedaba en pleno centro de la ciudad. No era el espectáculo del año, pero varios periodistas estaban a la espera de la mejor toma. Seguramente habían sido llamados por la señora para hacerles saber que nuestra familia no escatimaba en gastos, ni se quedaba atrás con las grandes y extravagantes fiestas lujosas. El edificio santificado había sido construido antes de los años cincuenta, de un aspecto gris deprimente, techo muy alto y ventanales pintados de brillantes colores. Es el mismo lugar donde mis padres se casaron, y lucía igual que aquel día. Me atemoricé cuando miré al cielo y vi la gran cruz en la cúspide apuntando al cielo y a cada uno de mis pecados, la sensación me causó reflujo.

En la puerta principal esperaba mi madre, con su vestido verde agua impecable, moviendo su pie derecho como cuando yo hacía algo que colmaba su paciencia. Su cabello rubio ceniza estaba perfectamente sostenido y parecía desafiar la gravedad. Nos miró apretando más de lo normal las arrugas de sus ojos, primero a mí y luego a Annie, mi hermana, que estaba a mi lado y su expresión pasó de una inmensa furia a una extraña nostalgia. Sus ojos se llenaron de lágrimas y nos dio un abrazo a ambas, tan firme que casi pierdo el equilibrio con su cuerpo tirando de mí. Fue sorpresivo. Traté de responder a su abrazo de una manera natural, no desconfiada, porque su amabilidad hacia mi persona no era algo común, muchos menos muestras de cariño físicas como esas. Debo admitir que entre sus dos hijas yo era la menos favorita, y bastantes motivos le había dado para tenerme en esa posición.

—Ojalá su padre estuviera acá para verlas —dijo mi madre aun sosteniéndonos en sus brazos—. Están hermosas.

Su conmoción se debía al recuerdo de mi padre. Di una inhalación profunda y traté de no explotar en llanto. A pesar del tiempo, cada vez que pensaba en él me costaba respirar, superar su muerte no era sencillo. Me obligué a mantener la compostura, en ese día solo debía sonreír.

Mi madre nos soltó y de inmediato comenzó su modo “madre quisquillosa”, acomodando nuestros vestidos y cabellos como si tuviéramos tres años y nos preparáramos para el primer día en el jardín. La música clásica y celestial comenzó a sonar en el interior de la iglesia, las damas de honor se posicionaron para entrar en el orden previamente practicado.

—Celeste, es tu turno —me dijo de pronto la organizadora, con su tono de control absoluto.

Mi madre había contratado a la mejor empresa planificadora de bodas del país y ellos no dejaban que nada se les escapara. Por ende, si yo decidía huir de mi posición, seguramente unos hombres me perseguirían y me devolverían a la fuerza. No había más opciones.

—Muy bien, Celeste. No te caigas y sonríe, sonríe y no te caigas —me dije en un susurro evitando que los demás me oyeran.

De niña tenía el loco presentimiento de que caminar por el altar sería casi como caminar hacia la horca. Nunca me agradó la idea de que un montón de personas, muchas a quienes apenas reconocía como cercanas, me vieran caminar por un estrecho pasillo. Me daba la impresión de que todos verían en mí el miedo, que verían mis debilidades, que me harían pequeña y el estrecho pasillo no tendría fin. Y no estaba tan equivocada, solo algo chiflada.

Los ojos de todos se posaron en mí en cuanto puse un pie en la entrada y el horror brotó desde mi interior, una parte de mi salió corriendo y la otra se quedó petrificada. Sonreí nerviosa, la iglesia estaba decorada con muchas flores y la gente usaba trajes elegantes. La visión se me nubló y el calor me subió al rostro. De pronto la distancia que me separaba del cura se triplicó, y me obligué a rezar, como si realmente creyera en algo.

—Por favor, santos de todos lados, sáquenme de está tortura y prometo tratar no cometer pecados, ¿sí? Amén —susurré.

No era religiosa, pero había rezado desde el corazón. Caminé como si al final del pasillo no me esperara el fin, sino el comienzo de mi historia. Y no sería una linda historia, sino una de terror. No llevaba ni cinco minutos con tacones y ya me quemaban los pies, o quizás era el terreno santo el que me estaba exiliando por pecadora. Sentía que emanaba desde mi alma un olor a alcohol, como si ese fuera mi perfume.

Nunca supe cómo mi madre permitió que entrara de esa forma a la boda.

Evité la mirada de la gran mayoría de los invitados, miraba fijamente la mesa del padre para no ponerme nerviosa, que esperaba en el altar junto al novio, mis piernas temblaban. Apreté más fuerte el ramo y sonreí como si de eso dependiera mi vida. Mi zapato me jugo una mala pasada y el tacón se dobló. Pensé: “No por favor, no me dejen caer”.

—¡Ah! Mier… —me quejé por el dolor y del susto casi dejé escapar una grosería—, amén… —intenté disimular.

Escuché algunos murmullos y a lo lejos algunas risas de burla, justo habían detenido la música. No alcancé a caer, pero me puse roja de vergüenza. ¿Alguien pidió un tomate? Aquí, presente, pensé. Después prácticamente corrí para llegar a mi posición.

Ya en el altar, todos se pusieron de pie para observar la entrada de la novia. Y de blanco la patuda… ¿No creías que era yo, cierto?

Mi hermana deslumbraba con su millonario vestido. Caminó del brazo de mi madre hasta donde la esperábamos con su futuro esposo, un hombre de una familia más adinerada que la nuestra, pero de buen corazón. Su rostro estaba lleno de felicidad pura y con su belleza todos olvidaron mi pequeñito tropiezo. Mi madre le dio un beso en la mejilla y entregó su mano al novio, mucho más rápido que el tormento que sentí mientras caminaba. Todos se sentaron y el padre comenzó a hablar.

—Estamos hoy reunidos para presenciar la unión de…

Y blah, blah, blah.

Fue una ceremonia muy larga, así que evitaré esa parte de la historia. Mi mente omitió gran parte de ese momento, incluso si quisiera contarlo con detalles no podría, porque en esa iglesia mi alma flotaba en tequila y vodka negro.

***

La continuación a la ceremonia era lo que más esperaba. En ese momento quería aprovechar cada ocasión para festejar, más si era a costas de mi madre. La comida y la fiesta fueron en la ciudad vecina, en una refinada estancia de eventos con increíbles áreas verdes y una hermosa vista hacia un gran balneario. Decorado en tonos crema y celeste, con un estilo romántico y elegante. Había una banda en vivo, comida para abastecer a la región completa y hasta recuerditos carísimos para cada invitado. Y ni siquiera éramos la familia más adinerada del lugar, si nosotros podíamos costear eso, imagínense lo que podía pagar el hombre con más arrugas del recinto.

Me tuve que ir con mi madre y su chofer, porque nunca aprendí a conducir, y porque no tenía dinero para un auto. Apenas llegamos me dirigí corriendo hasta la mesa de cócteles, quería arrancar de mi madre y sus comentarios sobre la magnífica boda. Tomé una copa de algo que parecía espumante y le di un sorbo mientras todos aplaudían la llegada de los recién casados. Sabía que debía esperar el primer brindis, pero mi hermana entendería que no podía pasar mi resaca con agua bendita y nada más.

—Hey, Celeste —escuché que alguien me hablaba justo antes de dar mi segundo sorbo—. Pero qué buena entrada a la iglesia. ¡Amén!

Era el tonto actual esposo de mi hermana, quien se detuvo frente a mí para burlarse levantando sus manos hacia el cielo como si intentara alabar a Dios. Me limité a mirarlo feo.

—No seas malo, Tom.

Mi angelical hermana se interpuso y me defendió.

—No importa, Annie. Estoy acostumbrada a soportar tarados como tu esposo.

Bromeé para aliviar su rostro y le di un suave apretón a sus mejillas. No quería ser la causante de su primera discusión como casados, esa era una tarea destinada para mi madre y ambas sabíamos eso.

Annie se veía hermosa en su vestido “no blanco, pero muy parecido al blanco”, como solíamos llamarlo ambas. Mi hermana tiene unos ojos grandes que te invitan a sonreír sin siquiera pensarlo, la amabilidad está en cada una de las pecas de su rostro. Heredó la habilidad de mi padre para hacer que la gente confíe en ellos con una sola mirada, por eso siempre fue la popular, además es muy atractiva. Sacó la lotería de los genes y posee un corazón de algodón de azúcar.

—Oye, Tom, ¿se puede saber dónde se metió tu mejor amigo? No lo he visto desde que llegué —pregunté para cambiar de tema.

—Deberías saberlo tú, es tu novio. Apuesto a que se está escondiendo por vergüenza —respondió en tono burlesco.

Yo le golpeé el brazo derecho y mi hermanita el izquierdo, ella con más suavidad. No quise insistir más, así que me alejé de la pareja recién casada dándole un beso en la frente a mi hermanita. Ambas llevábamos tacones, pero seguía siendo más alta.

Me detuve cuando a lo lejos vi a quien tanto buscaba. Si existe un momento en el que sientes que tienes la vida perfecta junto a tu ser amado y que nada podría hacerte más feliz que aquello, ni el dinero, ni la vida eterna, yo lo sentí en aquel instante mirándolo de lejos.

Antes de él, mis relaciones nunca habían durado mucho, aunque tampoco había puesto de mi parte para mejorar eso. Pero con Marcos era diferente, me sentía en mi pequeño paraíso. Mi hombre de manos ágiles, solo para mí, vestido con su traje negro, sus cabellos castaños cayendo por su frente, sus mejillas cálidas, con su postura inquieta tratando de encajar en mi entorno. Todo eso me hizo amarlo más. Sentí cómo se me inflaba el corazón.

En ese entonces no tenía idea del problema en que me había metido por idealizarlo, por hacerme dependiente de él como si fuera el aire. Es necesario que tengas cuidado al amar y no caer en eso, lo aconsejo.

Me acerqué de forma calmada y silenciosa, procurando que mis latidos alterados no fueran escuchados por los demás invitados. Era un lío, estaba cegada.

—Hola, amor —me puse frente a él de puntitas para besarlo suavemente, sintiendo e ignorando las miradas de la gente juzgando mi relación—. Al fin te encuentro.

—Te ves preciosa, Celeste.

Me dijo con su voz calmada admirando mi atuendo, yo di un giro frente a él para sacarle una sonrisa. Pero su mirada no cambió, se mantuvo serio y eso me preocupó.

—¿Qué sucede? —pregunté nerviosa.

—Tenemos que hablar.

2

Siempre había aborrecido la idea de la novia perfecta, la aburrida ceremonia, la formalidad y los miles de detalles absurdos. No detestaba la idea de amarrar mi existencia a otra persona mientras hubiera amor, pero no deseaba casarme de la forma tradicional.

Por eso, si Marcos me hubiera pedido escapar con él para estar juntos hasta que nuestras vidas lo permitieran lo habría hecho sin dudar, porque con él lo quería todo y si eso incluía un anillo no me iba a quejar. Y esperaba una hermosa propuesta, romántica a pesar de la oposición de mi madre. Esperaba cualquier cosa, menos lo que estaba por pasar.

Salimos de la recepción a un balcón cuya vista daba a la gran laguna que reflejaba al sol en todo su esplendor, se podía ver vegetación por todos lados y a lo lejos algunas personas realizando diversos deportes acuáticos. Los rayos de luz caldearon mi rostro y el aroma de las flores que decoraban la balaustrada me inundaron.

Dentro, en el salón principal, podía ver a los camareros pasar de un lado a otro, entregando copas de vino y champaña a personas demasiado refinadas para prestar atención a quienes los atendían.

—¿Qué tenemos que hablar? —solté finalmente, para sacarme la espina de un tirón.

Santos no me fallen, imploré. Estaba nerviosa, comenzaba a sentir que las náuseas regresaban por no haber comido nada en todo el día. El aroma a carnes sazonadas comenzaba a abrirme el apetito.

—Ayer recibí la llamada de una agencia. Quieren contratarme como artista, manejar mis proyectos y próximamente realizar una muestra incluyendo algunas de mis obras —contó con alegría.

Su sonrisa era increíble, se notaba en los ojos lo emocionado que estaba. Marcos era pintor, uno muy bueno. Yo sabía de eso, porque nací y viví dentro de un entorno donde las obras de arte lo eran todo. Mi padre era un apasionado del arte y desde pequeña lo vi descubriendo grandes obras. Durante nuestra relación, Marcos había dedicado mucho tiempo a mejorar su técnica, aunque cuando lo conocí ya contaba con gran talento.

Diría que su pasión por la pintura había sido uno de los factores que hicieron que me gustara tanto, verlo comprometido con su arte me fascinaba. Y aunque eso implicara pasar menos tiempo juntos, estaba agradecida de verlo crecer y ser yo quien lo apoyara. Me alegré por su nuevo logro, sentí que también era en parte un logro propio, después de todo era mi pareja, mi conviviente y quien esperaba fuera mi compañero de vida.

—¡Oh, por Dios! Eso es increíble, Marcos. ¡Podría ser tu primera gran muestra! —lo abracé con felicidad—. Esto tenemos que celebrarlo, necesitamos champaña.

Me dirigía a buscar unas copas, cuando él tiró de mi mano y me atrajo de regreso, capté una pequeña sonrisa nerviosa de reojo en su rostro. Me posicionó frente a él y me sostuvo por la cadera, como si no quisiera que me moviera. Sabía que mis movimientos lo ponían nervioso, así que intenté quedarme fija en mi posición.

—No tan rápido, señorita, recién la próxima semana debo comenzar a organizar todo. Aunque aún debo decirte otra cosa...

Me tomó ambas manos y se quedó viendo nuestros dedos entrelazados con seriedad, acariciando mis nudillos, concentrado en lo que no se atrevía a decir. Y temí lo peor, temí una muerte prematura y el fin del mundo, o bueno, el que yo conocía.

Marcos me miró, pero en su rostro no había una pizca de felicidad.

Debí suponer que nada sería eterno, cualquiera diría que yo ya estaba acostumbrada a las decepciones amorosas, pero de corazón esperaba que esta fuera la vencida. No deseaba volver a intentarlo, aunque era joven y guapa, podía enamorarme tantas veces como quisiera. Pero lo que dolía era la derrota… y perderlo a él.

—¿Por qué no estás feliz? —pregunté preocupada.

Él tomó mi cara con ambas manos, obligándome a mirar la seriedad en el castaño de sus ojos. En ellos ya no me reflejaba como antes.

—Debemos terminar.

Sus palabras sonaron distantes en mis oídos. ¿Terminar? ¿Terminar qué? No procesé lo que pasaba en ese momento. Sentí que había estado horas congelada junto a él.

—¿Terminar...? —susurré, las palabras tomaron sentido.

Quité sus manos de mi cara con brusquedad y me alejé un poco, comencé a moverme por el balcón caminando de un lado a otro.

—¿Quieres terminar? —comencé a interrogar, sintiendo de a poco la furia en mis entrañas—. ¿Por qué? ¿Qué pasó? ¿Es por mí... o por mi familia? O... —me acerque a él de nuevo—. ¿Quieres a alguien más?

—No, claro que no. Pero ahora necesito enfocarme en mi carrera, deberías comprenderlo.

—¡¿Y yo soy una molestia?!

Estaba muy enojada, no iba a permitir que las cosas acabaran así, como si nada. Merecía más, una explicación digna, algo de respeto, consideración por estar en un evento familiar importante como mínimo.

—No grites, Celeste.

No sentí que hubiera gritado, hablaba fuerte, pero algunos invitados nos estaban mirando desde el interior, disfrutando de la novela. No me importaba lo que ellos pensaran, no quería dejar las cosas así, necesitaba hablarlo.

—No creo que este sea el mejor momento para tener una relación —dijo calmado Marcos, como si no le molestara nada de lo que sucedía.

—No es el mejor momento para tener esta conversación, diría yo —ataqué con voz fría.

No quería llorar, no frente a él, no frente a los invitados, no sin saber si él me abrazaría al verme quebrada, lo que era peor. Estaba acostumbrada a que él fuera mi pilar emocional, cuando me derrumbaba él acudía a mi como un guerrero en su corcel y me protegía del mundo. Me permití ser dependiente de su amor, una gran equivocación.

—Vamos a hablarlo en otro momento, con calma.

Me dio un beso en la frente y se alejó, mientras yo observaba su espalda mezclarse entre la multitud de trajes elegantes. Me quedé ahí por varios minutos, pensando que si me quedaba quieta podría camuflarme con alguna de las flores.

Rompió conmigo y siguió comportándose como un caballero. ¡Qué idiota!, pensé aun sintiendo sus labios sobre mi frente, pensando en que ese sería el último roce de su piel sobre la mía. No podía acudir a Annie para que me contuviera y quedé desolada. No tenía más relaciones personales, solo él y mi familia. Una de las peores decisiones de mi vida había sido dejar que el tiempo me pasara por encima mientras yo giraba, como en el sistema solar, alrededor de Marcos. Era adicta y no lo admitía.

***

De a poco afloró la sensación de querer gritarle a quien se me cruzara: ¡Muérete! Caminé entre los invitados de la fiesta, casi flotando, como un fantasma, hasta donde yo creí que me sentiría más segura y menos expuesta.

Siempre cometía errores y esa vez no fue la excepción. Tenía el corazón roto.

Choqué con muchos desconocidos y algunos familiares lejanos antes de llegar a la barra del bar, como si un imán me arrastrara a esos bebestibles gratis, porque por supuesto todo sabe mejor si no debes pagarlo, y son las personas adineradas aquellas que aman más lo que pueden adquirir sin sacar sus billeteras.

Me senté y quedé hipnotizada por todos los colores de las botellas de licor: negro, café, verde, rojo y azul, quería degustarlos todos. Pero algo me decía: “No lo hagas, no pidas nada”. Esa vocecita de advertencia sabía que mi madre estaba por ahí vigilando la situación como un halcón. La ignoré.

Encorvada sobre ese incomodo taburete una lágrima se me escapó, pero no por mi discusión con Marcos, sino por aquella botella frente a mí a la que deseaba abrazar y beber con todo mi corazón. No iba a llorar por mi novio, o ex, o lo que fuera para mí en ese momento. No estaba segura si realmente habíamos terminado, ya que ese “lo hablamos después” me había dejado confundida. ¿Había una posibilidad de que él cambiara de opinión? Por supuesto, yo esperaba que sí, que me dijera que todo había sido una confusión y que estaríamos bien.

Llevábamos un año juntos y puede parecer una miseria de tiempo, pero créanme que era la relación más larga que había tenido en toda mi vida, porque Marcos era especial y diferente a los otros. Lo amaba y no soportaba la idea de perder la estabilidad que me daba.

Su motivo para terminar era absurdo: yo había sido una de sus inspiraciones a la hora de crear sus obras, no una distracción. Había pasado horas de mi vida ayudándolo a crear arte, nunca me pintó a mí ya que los retratos no eran lo suyo, pero sí le había servido mucho en sus malditos bloqueos mentales.

Mientras estaba sumergida en mis pensamientos, jugando con una servilleta sobre la barra, llegó Esmeralda, otra de las damas de honor, y se sentó a mi lado. Yo le sonreí, aunque la conocía poco, era invitada del grupo familiar de Tom.

—Dame algo fuerte, no me importa lo que sea —pidió ella al trabajador detrás de la barra. Dio un suspiro y me habló afirmando su cartera sobre la mesa—. Estar soltera en una boda no es muy lindo, sobre todo si casi todos los solteros presentes son tus primos lejanos. Tienes suerte de tener novio.

—¿Tanta suerte que termina conmigo después de la boda y antes de la fiesta? —se me escapó dolida y resentida. Me mordí la lengua ante mi honestidad.

—Es un gran imbécil, ya no hay hombres que se salven. Créeme, si te hizo eso sabiendo que era un día especial, no te merece.

La miré analizando sus palabras. Ahora sé que debí aferrarme a su consejo, en vez de dejarlo pasar en el aire. Tampoco me atreví a decir nada porque lo amaba, y si abría la boca comenzaría a defenderlo como una estúpida enamorada. Le entregaron su trago, pero ella pidió otro igual apuntándome a mí. Me guiñó el ojo, y el hombre de la barra puso frente a mí un vaso de contenido desconocido. Al olerlo mi mente comenzó a dar vueltas. Miré a Esmeralda con náuseas y con temor a mi némesis, el alcohol. Seguía perturbada por los hechos de la noche anterior.

—Acéptalo, Celeste, lo necesitas —indicó el vaso—. Y sí quieres ayuda para encontrar a la otra, dímelo.

—No hay otra mujer —respondí rápidamente.

—Siempre las hay, cariño.

Se alejó y en mi mente quedó sembrada la duda. ¿Sería Marcos capaz de engañarme? ¿Habría dejado de amarme porque alguien más le daba la inspiración que él necesitaba?

Yo tomé a mi enemigo líquido con ambas manos, como si fuera algo delicado y letal. Lo puse a la altura de mis ojos, tratando de descifrar cuál era su contenido, me pregunté si tendría el veneno suficiente para hacerme olvidar. Hice una tregua con mi alma alcoholizada.

Después de tomar el primer vaso llamé a un amigo llamado cerveza, para luego quizás invitar a otros de sus amigos llamados tequila y vodka, a quienes pensaba beberme sin culpa alguna. Maldito Marcos, eso era todo lo que pensaba.

3

Minutos después todo daba vueltas y luego se detenía, y así sucesivamente. Me reía sola como una maniática, la sensación del vaivén me hacía sentir como una niña sobre un columpio, con cosquillas. Y ese calor desde el interior de mi cuerpo me hizo sentir cómoda, como si nada pudiera hacerme daño.

Cuando estás allí, olvidando todo, ni siquiera sintiendo el cuerpo, nada duele. En ese momento estuve en completa negación. Y todo habría salido bien, pero una presencia maligna llegó a mi lado de pronto: mi madre. Se acercó a mí mientras los demás bailaban a lo lejos. Sin mirarla podía sentir su mirada juzgándome.

—Hola, mami —dije, mi voz ya tenía un tono festivo.

—¿Estás ebria? —cuestionó. La pregunta se respondía por sí sola, pero de todas formas le mostré orgullosa mi copa vacía, aunque las dos anteriores no eran parte del paisaje—. No me gusta que estés bebiendo, Celeste. Ser bebedora no es una cualidad adecuada para una señorita.

Ella miró feo a mi nuevo mejor amigo, algo inaceptable en mi condición de borracha. ¿Acaso no sabe que no puede juzgar a alguien por querer disfrutar de un bebestible en paz cuando el mundo que conoce se cae a pedazos?

—¿Qué sucede? —exigió la mujer.

Dicen que las madres tienen un sexto sentido para saber cuándo algo les sucede a sus hijos, y en mi caso, mi madre tenía el don de las brujas para saber cuándo algo andaba mal en mi vida amorosa. Un radar que siempre ha sido exitoso para ejercer su poder, sobre todo a la hora de humillar las pobres decisiones de mi corazón.

—Terminamos... se acabó con Marcos.

Las palabras sonaron extrañas en mi boca, dejando un sabor amargo. Miré a mi madre y ella no pudo evitar sonreír levemente. Puse los ojos en blanco porque era la obvia reacción que esperaba de su parte. Nadie más que ella podía ser feliz sabiendo que yo había acabado una relación con alguien que, a su parecer, no era digno. Y no, no se refiere a no ser adecuado para mí, sino para nuestra familia, nuestro legado y todo lo que conllevaba ser parte de esa pesadilla en la que solía vivir. Diría que incluso yo no era digna de todo eso, pero al estar unidas por la sangre no podía sacarme de esa historia, aunque quisiera.

—Siempre te dije que ese muchacho no era para ti, hija.

Oh, mi mamá y sus prejuicios sociales. ¡Salud por la señora “te lo dije”!

Bebí e ignoré a mi madre. Ella y sus “él no es para ti”, “mereces algo mejor” o “no tienen futuro”, pero yo sentía que eso era justo lo que yo necesitaba, no lo que los demás decían que merecía por pertenecer a una familia con dinero. Necesitaba lo incorrecto, para demostrar que era lo perfecto.

Mi madre quitó la copa de mi mano y la dejó lejos. Yo reaccioné como un niño a quien le quitan su dulce.

—¡Hey! ¿Qué haces?

—Te estoy ayudando —respondió solemnemente. Ella creía que por quitarme la copa yo no podría conseguir una nueva. Todavía intentaba controlar mis acciones.

—¡Ya no tengo quince años!

—No, y eso es lo peor: te comportas como una niña de diez —susurró para que solo yo pudiera oírla y que ningún invitado notara nuestro enfrentamiento—. No dejaré que arruines este valioso día para nuestra familia, luego me lo agradecerás.

Claramente yo no planeaba agradecerle nada luego. Y no piensen mal, yo no odiaba a mi madre. Teníamos una relación complicada porque nuestras personalidades siempre chocaban. Pensábamos de forma diferente, a pesar de que fue ella quien me crio y educó. Yo siempre fui la protegida de mi papá, fui su alegría y su cielo, fuimos muy unidos. Él me dejó crecer libre y de la forma que se me diera la gana, eso molestaba a mi madre, pues ella quería hacer de mí una dama ejemplar. Después de todo, aunque fuera un desastre seguía siendo su primogénita, y ella nunca aceptaría una derrota.

Cuando papá falleció, la relación con mi madre comenzó a decaer, y yo busqué la manera de mantenerme alejada de esas peleas, no veía el sentido en discutir en asuntos imposibles de ganar. Al menos hasta ese momento en la boda de Annie. Deseaba que ella fuera más amable, poder abrazarla y llorar y hablar con ella. Yo miraba su rostro, sus arrugas, la calidez de su sonrisa cuando saludaba a los invitados, la emoción en sus ojos cuando veía a Annie, pero cuando me veía a mí no estaba ese sentimiento. Y aquello era culpa de ambas.

Me quedé echada sobre la barra mientras oía al presentador anunciar un baile entre los novios. Nadie me prestaba atención mientras admiraban a la feliz pareja, deslicé mi mano sobre la barra para tomar una botella a escondidas y la abracé como si temiera que escapara rodando de mi lado. Y la música sonaba a lo lejos…

🎕

Fue en el comienzo del otoño. Dos años antes de la gran boda, del corazón roto y de la horrible resaca. Estaba en un café cerca del centro de Concepción comprando un trozo pastel y un chocolate caliente. Era un día en que comenzaba a sentirse el frío y yo tenía la ansiosa necesidad de comer azúcar procesada, una mala combinación para mi bolsillo. Pensé en cómo mi madre se quejaría de la cantidad de grasas que planeaba consumir, y cómo todo eso arruinaría mi figura, la cual según ella no duraría firme para siempre, porque obviamente yo no tendría veintitrés años eternamente.

Me senté en una mesa junto a la ventana, si iba a comer sola era mejor tener una buena vista para distraerme y ver a la gente pasear con sus esponjosas bufandas. Traía un periódico, y no es que los leyera usualmente, el de ese día tenía algo especial. El titular “Museo Cielo Celeste reabrirá sus puertas con nuevos talentos locales” tenía toda mi atención, o al menos hasta que lo vi a él.

Frente a mí, en otra mesa, descubrí a un hombre mirándome detenidamente, o quizás miraba por la ventana, pero tontamente preferí creer que era a mí a quien observaba con curiosidad. Le devolví la mirada sonriendo, luego lo ignoré y seguí leyendo el diario dando un sorbo a mi chocolate.

—¿Disculpa? —me interrumpió una voz masculina de pronto.

El hombre estaba de pie junto a mí, sonriendo de una forma curiosa, pero muy atractiva. Dios, Celeste, acabas de terminar una horrible relación, compórtate, pensé. Pero al mismo tiempo me reí de lo tonto que sonaba retarme, sabiendo que de todas formas le sonreiría de vuelta coquetamente. Creí que era el destino enviándome una nueva conquista, ilusa.

—¿Sí?

—¿Este es el diario de hoy? ¿Me lo podrías prestar? —preguntó.

Yo asentí y se lo pasé como si el papel no me importara nada, pensé que sería una buena excusa para conversar luego, si me lo devolvía. Pero sin pedir permiso ni avisar se sentó en mi mesa, en la silla vacía junto a mí. Yo quedé atónita ante su imprudencia, ¿acaso no conocía modales?

Lo observé leer concentrado el mismo titular que yo había estado leyendo, movía sus labios sin emitir sonidos y de vez en cuando arrugaba las cejas analizando lo escrito. Cuando dejó de mover su boca yo aclaré mi garganta y rompí el silencio.

—¿Te interesa el arte?

Él asintió. Tenía el cabello un poco largo en la frente y un mechón se le cruzaba cuando inclinaba su rostro al hablar.

—Realmente admiro a los artistas que muestran en este museo. Me encanta y soñaría con llegar a mostrar mis obras allí.

—¿Eres artista? —me crucé de brazos intrigada.

—Soy pintor.

Oh. Le ofrecí la mano como mi padre me había enseñado se saludaban los caballeros. Alguien tenía que enseñarle modales a ese joven pintor.

—Mucho gusto, soy Celeste. Creo que nos llevaremos muy bien.

—Es un placer, Celeste. Mi nombre es Marcos.

Después de un rato él movió sus cosas a mi mesa. Nunca había disfrutado tanto un trozo de pastel y nunca me habría interesado tanto la pintura y sus técnicas si no hubiese conocido a ese pintor que me robó el corazón.

Así fue como sucedió, así entregué mi futuro sin pensar en las consecuencias.

🎕

4

La fiesta estaba en su mejor momento. Todos bailaban, bebían y reían. Todos menos yo, claro. Yo me paseaba por todos lados intentando mantener el equilibrio, fulminando con mi mirada a desconocidos, esparciendo mi aura oscura y espantando a todo aquel que intentara acercarse a mí.

Salí al balcón y tomé aire, eso me sirvió para aclarar mi cabeza y por fin sentí que mi cerebro obtenía oxígeno. Pero a lo lejos vi a Marcos bailando con otras invitadas y en mi mente lo asesiné lentamente. Quiero un cuchillo, o una pistola, o una escopeta. Incluso con una resortera me conformo, pensé en todas las posibilidades de hacerlo sufrir, en vez de verlo con esa inmensa sonrisa suya, la muy maldita que me había conquistado.

La noche ya había caído y las estrellas brillaban, el aire estaba cálido. Imaginé lo lindo que sería estar en ese momento con los pies en la arena, escuchando el mar y sintiendo como el viento acariciaba mi cara libremente, en vez de sentirme patética en el matrimonio de mi hermana menor.

Un hombre mayor se me acercó.

—Señorita Celeste —dijo él saludando.

Reconocí su voz, era el señor Ortiz, antiguo socio de mi padre y actual socio de mi madre. Los tres habían sido amigos desde jóvenes, toda la vida lo había visto compartiendo y trabajando junto a mis padres.

—Hola —saludé tímidamente, un poco avergonzada por todo el alcohol que yacía en mi interior. Traté de mantener mi postura, pero el equilibrio lo había perdido hacía mucho, opté por sostenerme de la baranda del balcón.

—No había tenido la oportunidad de saludarla hoy, pero como ya me retiro de la fiesta decidí venir a buscarla.

—¿No se quedará a disfrutar del baile? Recuerdo que papá siempre destacó su lado bailarín, solía decir que volvía loca a las mujeres con sus pasos —le recordé tratando de sonar alegre y festiva, cuando la verdad era que quería saltar desde el balcón y escapar.

—Años atrás, muchos años atrás. A esta edad uno solo quiere llegar a su casa y descansar —dijo riendo—. Un hombre ocupado como yo necesita sus horas de sueño, es parte del éxito, soñar.

Yo respondí con una risa que sentí un poco forzada, pero creo que él no lo notó, y si lo hizo era demasiado cortés para mencionarlo.

—Felicidades por su hermana. Debe estar muy orgullosa de ella, Henry de seguro lo estaría —comentó refiriéndose a mi padre.

—Lo estoy, y muchas gracias, señor Ortiz.

Me alegraba oírlo de él, había sido un hombre muy cercano a mi padre. Era como tener un poco de su esencia junto a mí nuevamente, aunque fuera lejana y momentánea.

—¿Y cuándo será su turno? —lo miré confundida, yo estaba pensando en la muerte prematura, pero supongo que él no pudo leer mi mente para preguntar cuando planeaba morir—. De casarse —aclaró.

¿Está de broma? Sí mi ex no fuera un idiota de seguro en este momento le habría mostrado mi anillo. Los que conocían el lado privado de mi vida sabían que las bodas no iban conmigo, pero era de esperar que alguien mayor como él creyera que el matrimonio era lo siguiente en mi vida, sobre todo con mi madre forjando mi camino y el de Annie.

—Eso no pasará, aún no es parte de mis planes.

—Es una lástima. Usted es una joven agradable y bella, haría muy feliz a cualquier buen hombre.

Lo que me daba lástima era que me estuviera hablando de matrimonio cuando había sido recién abandonada en una boda. Me sentí honrada de que pensara que yo era suficiente, sabiendo los estándares que tienen nuestras familias en cuanto al matrimonio.

—Pues todos me dicen que soy igual a mi madre de joven —dije.

¿Cómo podía ser agradable? Según ella, era de lo peor.

—Lo es —aseguró.

Me sonrió. Se dio media vuelta y se alejó, volvió a la fiesta y lo perdí de vista entre la multitud. Claro, confirma una de mis pesadillas y se va como si nada, pensé torturándome.

Si hubiese de parecerme a alguien sería a mi padre, porque yo era todo lo contrario a mi perfecta madre. Me había demostrado que para ella no existían los errores, que los planes se hacían a la perfección: su día comenzaba y terminaba de la forma en que ella lo decidía y punto. En cambio, yo, por el contrario, apenas planeaba seguir respirando al despertar y dejaba que la vida me sorprendiera con cada paso que daba, sin preocuparme qué tan lejos llegaría, y todo porque intentaba ser lo menos parecida a mi progenitora. De pies a cabeza éramos opuestas, quizás lo único que teníamos en común era el pequeño lunar en nuestra barbilla y el amor que sentíamos por nuestra familia.

Lo malo de convertirme en eso fue que me estaba perdiendo de muchas oportunidades, simplemente por ser orgullosa. Si desde el comienzo hubiera aprendido un poco más de lo que mi madre predicaba y no me hubiera cerrado a otras ideas mi futuro habría sido muy diferente. Nunca lo sabremos, pero me alegra contarles que aprendí la lección.

***

Pasé entre las parejas que bailaban en mi camino al baño, de tanto en tanto daba un giro al ritmo de la música mientras fingía disfrutar del momento, quería pasar sin llamar mucho la atención.

En el baño rápidamente me senté en una taza levantado mi vestido, me quité los zapatos de tacón y me quedé un largo rato moviendo mis deditos, porque casi no los sentía desde hace varias horas.

Oí que alguien entró al baño, las voces de varias mujeres llenaron el silencio de paz que había encontrado. Levanté los pies y me hice bolita sobre el retrete, no necesitaba que me vieran allí escondida y sintieran lastima de mí.

—Odio los vestidos de dama de honor.

Escuché la voz de una de ellas quejarse, y ciertamente yo compartía su opinión, esos vestidos no eran muy cómodos. Seguí escuchando.

—Sí, es horrendo vestir iguales —dijo otra riendo.

—Hey, pero sí es por Annie vale la pena.

Dijo una tercera. Yo también odio verme como ustedes y que mi vestido sea celeste como mi nombre, pensé. Era un vestido hermoso, pero que mi hermana escogiera un color que coincidía con mi nombre me hacía sentir incomoda. A eso debía sumarle que el tono me hacía ver aún más pálida, y resaltaba que desde hace años no pisaba un gimnasio. Traté de recordar el rostro de las damas según sus voces.

—¿Vieron lo bien que se veía Marcos? Ese hombre es tan guapo —dijo la segunda saboreando demasiado sus palabras.

Al oír eso se me resbaló un pie provocando que mi cuerpo se moviera contra la puerta al punto de casi golpear mi nariz. Me quede quieta esperando no llamar la atención y que ellas siguieran hablando como si nada, por suerte la música seguía sonando a niveles elevados.