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Siempre le había gustado el hermano de su ex, y ahora él la necesitaba, y mucho. Cuando Adam Quinn se convirtió en el tutor legal del hijo de su hermano fallecido, le tocó pedir refuerzos. Y entonces apareció Sienna West, la inteligente y sexy fotógrafa que había estado casada con el inútil del hermano de Adam. Sienna se apartó de la familia Quinn tras el divorcio, pero no podía negarse ante la necesidad que había en el tono de voz de Adam… o el deseo que reflejaba su mirada. Un deseo que ya no tenían prohibido explorar.
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Seitenzahl: 198
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2018 Maureen Child
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Una antigua atracción, n.º 2134 - marzo 2019
Título original: Billionaire’s Bargain
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, c aracteres, l ugares, y s ituaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-101-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
–Cincuenta mil dólares y el bebé es todo tuyo.
Adam Quinn tragó saliva para contener la rabia y observó a su enemiga. Kim Tressler tendría unos treinta años y el pelo rubio a la altura de las mejillas. Llevaba un vestido negro ajustado que dejaba poco a la imaginación, y le miraba de soslayo con los ojos pintados. Estaba de pie con su hijo apoyado en la cadera.
Adam mantuvo deliberadamente la vista apartada del bebé. El hijo de su hermano fallecido. Tenía que mantener la cabeza despejada para lidiar con aquella mujer y eso no sucedería si miraba al hijo de Devon.
Estaba acostumbrado a tratar con todo tipo de adversarios. Era dueño de una de las empresas inmobiliarias y de construcción más importantes del mundo, y eso implicaba que tenía que lidiar con muchos tipos. Y siempre encontraba la manera de ganar. Pero esta vez no se trataba de negocios. Era personal. Y dolía mucho.
Al mirar la prueba de ADN, Adam vio la confirmación de que el padre del bebé era Devon Quinn, su hermano pequeño. Mantuvo la vista clavada en los papeles. En el fondo sabía que no habría hecho falta realizar la prueba. El niño era exactamente igual a Devon. Y eso significaba que Adam no podía dejarlo con su madre bajo ningún concepto. Kim era fría y mercenaria. Exactamente el tipo de mujer de Devon. Su hermano siempre había tenido un gusto pésimo para las mujeres.
Con una gran excepción: la exmujer de Devon, Sienna West.
Adam sintió una punzada de algo que no quiso reconocer y luego apartó cualquier pensamiento relacionado con Sienna. Ahora estaba lidiando con un tipo de mujer muy distinto y necesitaba centrarse.
–Cincuenta mil –alzó la mirada hacia ella.
–Es lo justo –Kim alzó un hombro con gesto despreocupado, y cuando el bebé empezó a llorar lo agitó con fuerza para intentar que se callara.
En lugar de mirar a su hijo, recorrió con los ojos la oficina de Adam. El despacho era muy grande. Los grandes ventanales ofrecían una vista espectacular del Pacífico. En las paredes colgaban fotos de algunos de los proyectos más famosos de la empresa. Había trabajado mucho la empresa, y que lo asparan si le importaba que aquella mujer mirara a su alrededor como si todo lo que veía tuviera el signo del dólar encima.
Cuando el niño empezó a sollozar, Kim volvió a mirar a Adam y dijo:
–Es el hijo de Devon. Él me prometió que cuidaría de mí y del bebé. Era él quien quería un hijo. Ahora que ha muerto, todo terminó. Mi carrera está despuntando y no tengo tiempo para ocuparme de él. No quiero al bebé. Pero como es de Devon, supongo que tú sí.
«Menos instinto maternal que una gata salvaje», se dijo Adam sintiendo lástima por el bebé. Y al mismo tiempo no pudo evitar preguntarse qué diablos había visto su hermano en esa mujer. Incluso teniendo en cuenta que Devon había sido siempre muy superficial, ¿por qué elegiría tener un hijo con ella?
Adam tragó saliva al pensar en la facilidad con la que Kim había borrado el recuerdo de su hermano pequeño. Devon tenía sus cosas, pero se merecía algo más que esto.
Devon había muerto en un espantoso accidente de barco en el sur de Francia hacía poco más de seis meses. La herida estaba todavía lo bastante fresca como para provocarle una oleada de dolor. Cuando Devon murió hacía un año que Adam no hablaba con él.
–¿Tiene nombre? –teniendo en cuenta que solo se había referido a él como «el bebe», a Adam no le sorprendería que no se hubiera molestado en ponerle un nombre.
–Por supuesto que sí. Se llama Jack.
Como su padre. Adam no sabía si sentirse conmovido o enfadado. Devon se había apartado de la familia y luego le había puesto al niño el nombre de un abuelo fallecido mucho antes de que él naciera.
Kim suspiró y dio unos golpecitos con el pie en el suelo de madera.
–Bueno, ¿vas a pagarme o voy a tener que…?
–¿Qué? –Adam se puso de pie bruscamente y la miró a los ojos–. ¿Qué tienes pensado hacer exactamente, señorita Tressler? ¿Dejarlo en un orfanato? ¿Intentar vendérselo a otra persona? Los dos sabemos que no harás nada de eso, principalmente porque te echaría a mis abogados encima, y tu carrera de modelo se vería tan dañada que tendrías suerte de conseguir trabajo posando al lado de un saco de pienso para perros.
Kim entornó los ojos. Respiraba agitadamente.
–Quieres dinero, y lo tendrás –Adam evitó mirar al bebé, pero no podía soportar la idea de que ella siguiera tocando al hijo de Devon ni un segundo más. Rodeó el escritorio, tomó al pequeño en brazos y lo sostuvo. El niño se lo quedó mirando con los ojos muy abiertos y sin parpadear, como si estuviera decidiendo qué pensar respecto a la situación.
Y Adam no podía culparle. Había cruzado el planeta y ahora lo entregaban a un desconocido. Nunca había estado muy cerca de ningún niño, y mucho menos de un bebé. Pero al parecer eso iba a cambiar enseguida.
–Muy bien. Acabemos con esto cuanto antes y me marcharé.
Adam la miró con desprecio y luego pulsó el intercomunicador del teléfono del escritorio.
–Kevin –dijo con sequedad–. Que venga el equipo legal. Necesito que redacten un documento. Ahora.
–Enseguida –respondió su asistente.
–¿El equipo legal? –preguntó Kim alzando una de sus finas cejas.
–¿Crees que voy a darte cincuenta mil dólares sin asegurarme de que esta sea la última vez que vienes a mí en busca de dinero?
–¿Y si no firmo? –preguntó Kim.
–Claro que firmarás –afirmó Adam–. Quieres ese dinero a toda costa. Y te lo advierto, si intentas renegociar o algún movimiento de ese tipo pediré la custodia. Y ganaré. Puedo permitirme luchar contra ti en los tribunales durante años. ¿Entendido?
Kim abrió la boca como si fuera a decir algo, pero se contuvo. Finalmente murmuró:
–Entendido.
Adam miró al niño que tenía en brazos y se preguntó qué diablos se suponía que debía hacer ahora. No sabía nada de bebés. No tenía familia a la que llamar pidiendo ayuda. Su padre ya no estaba y su madre vivía ahora en Florida con su último novio… y tampoco era precisamente la típica abuela.
Iba a tener que contratar a alguien. Una niñera. Volvió a pulsar el intercomunicador y llamó a Kevin.
Dos segundos más tarde se abrió la puerta de la oficina y apareció Kevin Jameson. Alto, de cabello rubio oscuro y ojos perspicaces del mismo tono azul de la corbata de seda que llevaba puesta.
Adam le pasó al instante al bebé y exhaló un suspiro de alivio.
–Ocúpate de él mientras Kim y yo resolvemos esta situación.
–¿Yo? –Kevin sostenía al bebé como si fuera un paquete de dinamita con la mecha encendida.
–Sí. Sus cosas están en esa bolsa –añadió Adam haciendo un gesto a los dos hombres de traje negro para que pasaran–. Gracias, Kevin,
Los abogados rodearon el escritorio. Adam no vio a Kevin salir con el bebé.
Con la puerta cerrada, Adam miró a Kim y dijo:
–Esto es lo que vamos a hacer. Un pago una vez y firmas renunciando a todos tus derechos como madre. ¿Está claro?
Kim no parecía del todo contenta. Seguramente imaginaba que podría volver a por más dinero cuando quisiera.
–De acuerdo.
Adam asintió.
–Caballeros, quiero un contrato que me entregue la custodia del hijo de Devon a mí. Y que sea válido para cualquier tribunal.
Una hora más tarde, Kim Tressler se había marchado y Kevin estaba de regreso en el despacho de Adam.
–Me debes una por pasarme al niño de esa manera –afirmó el asistente.
–Lo sé. Te has enterado de lo que pasa, ¿verdad?
–En cuanto la vi con el bebé supe que iba a haber problemas –Kevin sacudió la cabeza antes de darle un sorbo a un café–. El niño es igualito a su padre. Los dos sabemos que Devon eligió a algunas malas mujeres en su momento, pero creo que esta se lleva la palma.
–Si dan premios por vender a tu propio hijo, sí, sin duda.
–Qué horror. En días como este me alegro profundamente de ser gay.
Adam resopló y miró a su alrededor.
–¿Dónde está el bebé?
Kevin echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.
–Lo he dejado al cuidado de Kara. Tiene tres hijos. La experiencia es un plus.
–Y así no tienes que ocuparte tú de él.
–Sí, eso también cuenta –Kevin abrió un ojo para mirar a Adam– Tampoco te he visto a ti deseando acunarlo.
–Bueno, ¿qué diablos sé yo de bebés?
–¿Y crees que yo sé algo? –Kevin se encogió de hombros–. Kara se está ocupando de él y he enviado a Teddy el de contabilidad a comprar pañales y esas cosas.
–Vale. Así que el bebé está bien por ahora –Adam frunció el ceño. Necesitaba ayuda y la necesitaba ya–. Tengo que encontrar una niñera.
Kevin le dio otro sorbo a su café.
–¿Quieres que busque candidatas y las entreviste?
–Me ocuparé yo mismo. Pero necesito a alguien para hoy.
–Eso va a ser difícil.
Adam miró a su amigo.
–¿No conocemos a nadie que pueda ocuparse?
Kevin se encogió de hombros.
–No a quien podamos confiarle un bebé. Excepto tal vez Nick… y antes de que lo sugieras, te digo que no.
A Nick, el marido de Kevin, le encantaban los niños y ejercía de tío con sus múltiples sobrinos.
–No sería por mucho tiempo.
–Una sola noche sería ya demasiado tiempo –Kevin sacudió con fuerza la cabeza–. Nick sigue hablando de adoptar y no quiero darle más munición.
–Muy bien.
Pero no estaba muy bien. Había hecho lo correcto, había salvado a su sobrino de una madre que no se lo merecía, y ahora Adam tenía que encontrar algunas respuestas. No se le ocurría nadie que pudiera servir como rescate temporal. No se lo podía pedir a su exmujer. La idea le hizo gracia. Tricia era reportera de televisión y tenía menos conocimiento sobre niños que él. Además, Tricia y él no habían vuelto a hablar desde que su matrimonio terminó hacía más de cinco años.
Adam frunció el ceño y se dio cuenta de lo aislado que estaba. Dejó la taza de café y tamborileó los dedos en el escritorio. La mayoría de la gente que conocía eran personas del entorno laboral. No tenía tiempo para amistades, y todas las personas que conocía estaban igual de ocupadas que él.
Adam se puso de pie y se pasó las manos por el pelo.
–No debería ser tan complicado.
–¿Y Delores? –sugirió Kevin.
Adam sacudió la cabeza.
–Es limpiadora, no niñera. Además, se marcha mañana a visitar a su hermana en Ohio.
Parecía que el universo estaba conspirando contra él. Pero Adam no se rendiría.
Un pensamiento le surgió en la mente. Y Adam lo examinó desde todas las perspectivas. De acuerdo. Podía funcionar. Si no le estallaba en la cara primero.
–¿En quién estás pensando?
Miró a Kevin.
–En Sienna.
Kevin se quedó boquiabierto.
–¿Quieres que la exmujer de Devon se ocupe del hijo que tuvo Devon con otra mujer?
Adam frunció el ceño.
–No sonaba tan mal dentro de mi cabeza –murmuró.
–Bueno, pues debería. Adam, Sienna dejó a Devon porque él no quería tener hijos.
Adam agitó la mano para quitarle importancia al comentario.
–Esa fue solo una de las razones.
–Exactamente –Kevin se puso de pie y miró a su amigo–. Devon se portó fatal con ella, ¿y ahora quieres que se ocupe de la nueva generación de la familia Quinn?
–Esto sería un acuerdo estrictamente profesional.
–Ah, bueno, entonces todo bien.
Adam ignoró el sarcasmo y cruzó el despacho hasta el gran ventanal que daba al mar. Kevin tenía razón, pero eso no importaba porque Adam no podía pensar en nadie más aparte de Sienna.
–Es la única persona que conozco que podría hacer esto.
–Tal vez, pero, ¿por qué iba a hacerlo?
El argumento era válido y los dos lo sabían. Kevin se acercó y se colocó a su lado.
–Cuando se divorció de Devon no quiso ni un centavo de su dinero. ¿Qué te hace pensar que aceptará el tuyo?
Adam miró a su amigo.
–Porque no le voy a dar opción.
Sienna West giró la carita de la recién nacida hacia ella. Luego dio un paso atrás y disparó la cámara. La luz era inmejorable. La manta amarillo pálido sobre la que estaba colocada la bebé destacaba el tono cobrizo de su piel y las margaritas amarillas y blancas extendidas por encima y alrededor de aquel cuerpecito hacían que pareciera una imagen de cuento de hadas.
Sienna hizo unos cuantos disparos más en rápida sucesión y luego su ayudante, Terri, colocó con cuidado una margarita en la oreja de la niña. Sienna se recostó hacia atrás y sonrió. Miró la pantalla de la cámara y sintió aquella descarga familiar de logro. Revisó las tomas que le gustaban, las que podría editar y las que borraría. Alzó la vista hacia los orgullosos padres y dijo:
–Creo que lo tenemos.
–Van a ser preciosas –dijo la joven madre tomando a su hija en brazos y acurrucándola contra el pecho.
–Es difícil que sea de otra manera –aseguró Sienna–. Es una niña preciosa.
–Sí, ¿verdad? –murmuró el padre de la bebé acercándose para pasarle un dedo por la mejilla.
Sienna levantó rápidamente la cámara e hizo varias fotos de la familia. La ternura de la joven madre. La actitud protectora y la delicadeza del padre y la niña dormida.
–Dentro de una semana tendré pruebas que mostraros –dijo Sienna incorporándose–. Terri os dará el código para entrar en la página web. Luego lo único que tenéis que hacer es decidir cuáles queréis.
La madre le dio un beso a la bebé.
–Esa va a ser la parte más difícil, ¿verdad?
–Normalmente sí –dijo Terri guiando a la familia fuera de la habitación–. Venid conmigo, os daré el código.
Sienna los vio salir y se giró hacia Terri. Era buena con los clientes. Madre de cuatro hijos y abuela de seis nietos, sabía cómo manejarse con los bebés. Además, tenía ese toque tranquilizador con los padres nerviosos y los niños inquietos. Contratarla había sido lo mejor que había hecho Sienna.
Sacó la tarjeta de memoria de la cámara, la insertó en el ordenador y abrió una nueva carpeta para la familia Johnson. Descargó las imágenes y las fue pasando con ojo crítico, descartando las que no cumplían sus expectativas. Le encantaban las que había tomado en el último momento a la familia al completo.
El corazón le dio un vuelco dentro del pecho. En el pasado ella también soñaba con tener hijos. Con crear una familia con el hombre al que amaba. Unos años atrás creía tener aquel sueño convencional a mano… pero descubrió que solo estaba agarrando niebla. Briznas de sueños que a luz del día perdían toda cohesión.
Devon Quinn había sido un sueño y una pesadilla al mismo tiempo. Tan guapo. Tan encantador, con una sonrisa traviesa y un brillo en los ojos que prometía aventura y amor. Pero Sienna solo había visto lo que quería ver, y no tardó mucho en darse cuenta de que casarse con Devon había sido el mayor error de su vida. Ahora Sienna estaba divorciada e intentaba sacar adelante un negocio de fotografías de niños que no eran suyos.
–Déjalo estar –se ordenó.
Sienna era una firme partidaria de dejar el pasado atrás y concentrarse en el ahora. No quería pasar mucho tiempo recordando a Devon ni aquel matrimonio.
–Sienna, hay alguien que quiere verte.
Alzó los ojos para mirar a Terri. No parecía muy contenta.
–¿Quién es?
–Yo.
Terri dio un respingo al escuchar aquella voz grave a su espalda. Sienna tenía la mirada clavada en el hombre que estaba detrás de su ayudante. Se levantó muy despacio. Conocía aquella voz. Hacía dos años que no la escuchaba, pero la habría reconocido en cualquier parte. No solo era una voz profunda, también exudaba poder, haciendo saber a todo el mundo que el hombre que hablaba estaba acostumbrado a ser escuchado y obedecido. Algo que no casaba con ella. Pero siguió con la mirada clavada en la suya, y una oleada de calor le atravesó el estómago antes de subir al pecho.
Adam Quinn.
Su excuñado. Al ver a Adam se dio cuenta de lo mucho que se parecía a Devon, pero los ojos color chocolate de Adam la miraban fijamente. No vagaban por la estancia como los de Devon, que siempre parecía buscar alguien más interesante con quien hablar.
Adam tenía los labios firmes, y se podría decir incluso que apretados en gesto adusto. Tenía el pelo más liso que Devon y la piel menos bronceada que su hermano, que se pasaba el día tomando el sol en la playa o esquiando.
Era más alto de lo que recordaba, mediría un metro ochenta y ocho, y aunque llevaba un elegante traje azul marino cortado a medida de tres piezas, parecía más un pirata que un hombre de negocios.
Solo verle provocaba que se le acelerara el corazón. Siempre que estaba cerca de Adam le pasaba lo mismo. Sienna odiaba reconocerlo, el hermano de Devon estaba fuera de sus límites. O debería estarlo. Devon se permitía a sí mismo todo tipo de excesos, mientras que Adam era demasiado estirado. Demasiado empresario para el gusto de Sienna. Lo que tenía que hacer era encontrar un hombre justo en el medio de aquellos dos extremos. El problema era que le parecía imposible conocer alguna vez a alguien capaz de convertirle las entrañas en un fuego abrasador con una sola mirada como hacía Adam.
Habían pasado dos años desde la última vez que habló con él. Que lo vio. Y el fuego seguía ahí. Ridículo o no, Sienna lamentó no llevar puesto algo más favorecedor que una camisa blanca de manga larga y unos vaqueros viejos.
Cuando se dio cuenta de que el silencio entre ellos se había prolongado demasiado, se aclaró la garganta.
–Adam, ¿qué estás haciendo aquí?
Él salió de detrás de Terri y la mujer se apartó a un lado para no bloquearle el paso.
–Necesito hablar contigo –dijo mirando a Terri de soslayo–. A solas.
«Ya está dando órdenes otra vez». Sienna sacudió la cabeza. El hombre no había cambiado ni un ápice. La última vez que lo vio había iniciado el encuentro diciéndome exactamente cómo tenía que manejar el divorcio de su hermano. Le había preparado un acuerdo financiero por el que la mayoría de las mujeres se le habrían agarrado al pecho en gesto de agradecimiento. Pero Sienna le había dicho lo mismo que a su hermano: no quería el dinero de los Quinn. Solo quería poner fin a su matrimonio. Y ahora Adam estaba allí dos años más tarde intentando tomar el mando. Bien, le escucharía y luego volvería a su vida. Cuanto antes pudiera extinguir el fuego que le bullía en la sangre, mejor.
–Terri –dijo Sienna–, ¿nos disculpas un momento?
–Claro. Pero si me necesitas estaré aquí mismo –añadió la mujer cerrando la puerta al salir.
Cuando hubo salido, Adam preguntó:
–¿Qué se cree que voy a hacerte? –preguntó Adam.
–No tengo ni idea –reconoció Sienna–. Pero tú das un poco de miedo.
–Así que a ti no te doy miedo –Adam se metió las manos en los bolsillos y se la quedó mirando en espera.
–No. Adam. A mí no.
–Me alegra saberlo –él frunció el ceño y miró a su alrededor.
Sienna vio lo que estaba mirando. Una sala simple, con las paredes color crema y sin adornos, con buena luz natural que entraba por las ventanas.
Sienna observó a Adam mientras estaba distraído. Le resultaba demasiado guapo, y levantó la cámara instintivamente. Sus facciones estaban envueltas en el juego de luz y sombras, convirtiéndole en un objetivo irresistible. Sienna hizo dos disparos rápidos antes de que Adam girara la cabeza y la mirara fijamente.
–No he venido aquí a posar para ti.
–Ya me lo imaginaba. Entonces, ¿para qué has venido. Adam? –Sienna miró la pantalla de la cámara. La foto resultaba hipnótica.
–Necesito tu ayuda.
Ella alzó la vista, sorprendida. No se lo esperaba.
–¿En serio? No te pega nada. No eres el tipo de hombre que pide ayuda nunca.
–Ya, te crees que me conoces muy bien, ¿no?
–Sí –afirmó Sienna.
Todo lo bien que podía conocerle alguien. Adam Quinn se guardaba sus pensamientos y sus emociones para sí. Si intentabas ver más allá de los escudos de sus ojos podías terminar con migraña. Cuando conoció a Adam tras haberse casado con Devon, Sienna pensó que los dos hermanos no podían ser más diferentes. El hecho de que además sintiera movimiento en el estómago al mirar al tranquilo y adusto Adam era algo que en su momento la perturbó y que le resultaba todavía más mortificante ahora.
Sienna inclinó la cabeza a un lado y le miró desde el otro lado de la estancia.
–Siento lo Devon –dijo bruscamente, sintiendo una punzada de culpa en el centro del pecho–. Pensé en llamarte, pero… no sabía qué decirte.
–Ya –Adam sacó las manos de los bolsillos y agarró un conejito de peluche que Sienna había usado para una foto con la pequeña Kenzie Johnson–. Lo entiendo. Devon no te trató precisamente bien.
El remordimiento la acuchilló, a la par que la culpabilidad. Por mucho que le gustaría echarle toda la culpa a su exmarido por el fracaso de su matrimonio, no podía hacerlo. Tenía que aceptar su parte de culpa.
–No fue todo cosa de Devon –reconoció–. Yo tampoco era lo que él quería.
Adam alzó una ceja.
–Eso es tremendamente generoso.
–No tanto –dijo Sienna–. Solo soy sincera. ¿Qué pasa, Adam? Han pasado dos años desde que nos vimos, ¿por qué apareces ahora?
Adam dejó el conejito sobre la mesa y se giró completamente hacia ella.
–Hoy me ha hecho una visita la última mujer con la que estuvo Devon.