Una mentira inocente - Maureen Child - E-Book
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Una mentira inocente E-Book

Maureen Child

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Beschreibung

Era solo un trabajo pero ¿sería capaz de marcharse cuando terminara? Viajar en el avión privado de Luke Barrett y pasar un fin de semana cargado de pasión con él resultó bastante arriesgado para Fiona Jordan. Confiaba en no estropear su misión secreta de convencer al multimillonario de la industria tecnológica para que regresara al negocio familiar. Cuando Luke descubriera la verdad, ¿lograría Fiona evitar la caída? Mezclar el placer con los negocios podría terminar siendo el malabarismo más complicado de su vida…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2020 Maureen Child

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una mentira inocente, n.º 2137 - junio 2020

Título original: Jet Set Confessions

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-346-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

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Capítulo Uno

 

 

 

 

 

–¿Has perdido completamente la cabeza? –Luke

Barrett miró a su abuelo, que estaba al otro lado de la estancia–. Dijiste que querías que viniera para hablar. Esto no es hablar. Esto es una locura.

Jamison Barrett estaba frente a su escritorio, y Luke se tomó un momento para admirar el hecho de que, a sus ochenta años, el hombre seguía teniendo una postura recta como un militar. Fuerte, en forma y listo para la batalla.

–Deberías pensártelo mejor antes de llamar loco a un anciano –afirmó–. Somos muy sensibles a ese tipo de cosas.

Luke sacudió la cabeza. Su abuelo siempre había sido obstinado, estaba acostumbrado a eso. Pero unos meses atrás, el hombre había soltado una bomba y estaba claro que no había cambiado de opinión al respecto.

–No sé de qué otra manera llamar a esto –protestó Luke frustrado–. Cuando el presidente de una empresa decide de pronto cambiar completamente el rumbo y cortar su rama más productiva, creo que puede considerarse una locura.

Jamison rodeó la esquina de su escritorio, probablemente con la esperanza de darle un tono más amigable a la conversación.

–No tengo intención de retirarme del mundo de la tecnología. Solo quiero darle una vuelta de tuerca y…

–Y volver a los caballitos de madera, las bicicletas y los patinetes –lo interrumpió Luke.

–Somos ante todo una empresa juguetera –le recordó Jamison–. Desde hace más de cien años.

–Y luego crecimos para convertirnos en Juguetes y Tecnología Barrett –señaló Luke.

–Crecimos en la dirección incorrecta –le espetó su abuelo.

–No estoy de acuerdo –Luke suspiró y trató de contener la exasperación que se había apoderado de él. Siempre había confiado en el buen juicio de su abuelo, pero en esto estaba dispuesto a pelearse con el viejo porque que lo asparan si el camino al futuro pasaba por el pasado.

–Tengo estudios que me avalan.

–Y yo tengo los informes de ganancias y pérdidas para demostrar que te equivocas.

–Sí, estamos ganando mucho dinero, pero, ¿es eso lo único que queremos?

Luke se quedó boquiabierto.

–Teniendo en cuenta que esa es la razón para montar un negocio, yo diría que sí.

Jamison sacudió la cabeza decepcionado.

–Antes tenías unas visión más amplia.

–Y antes tú me escuchabas –irritado, Luke se metió las manos en los bolsillos del pantalón y miró a su alrededor.

En las paredes del despacho había pósteres enmarcados de los juguetes más populares a lo largo de los años y fotos familiares en las estanterías, en las que también había libros encuadernados en piel. Era un despacho victoriano que parecía en conflicto con el tiempo presente.

Igual que Jamison.

–No quiero volver a discutir contigo sobre esto, abuelo –dijo Luke tratando de contener la impaciencia.

Le debía todo a aquel hombre y a su mujer, Loretta. Ellos habían cuidado de Luke y de su primo Cole cuando los padres de los chicos murieron en un accidente de avioneta. Luke tenía diez y años y Cole doce cuando fueron a vivir con sus abuelos siendo unos niños destrozados por el dolor. Pero Jamison y Loretta recogieron sus pedazos a pesar de su propio dolor por haber perdido a sus dos hijos y a sus nueras en un terrible accidente. Les dieron a sus nietos amor y protección y la sensación de que el mundo no se había terminado.

Luke y Cole crecieron trabajando en Juguetes Barrett, conscientes de que algún día ellos estarían al cargo. La empresa tenía más de cien años, y siempre había optado por saltar al futuro y arriesgarse. Cuando Luke estaba en la universidad y convenció a su padre de que los juguetes tecnológicos iban a ser lo siguiente, Jamison no vaciló. Reunió a los mejores diseñadores tecnológicos que encontró y la empresa juguetera Barrett se hizo todavía más grande y más exitosa. Ahora eran una de las empresas de juguetes tecnológicos más punteras del mundo. Los últimos años, Luke se había dedicado a la parte tecnológica y Cole a la rama más tradicional.

De acuerdo, Cole no estaba contento con que Luke fuera el heredero aparente, sobre todo porque era dos años mayor que Luke, pero los primos lo habían arreglado. En gran parte.

Ahora, sin embargo, ninguno de los dos sabía dónde estaban parados. Todo porque Jamison Barrett se había empeñado en…

–Yo tampoco quiero discutir, Luke –dijo Jamison irritado–. Lo que quiero es hablar de lo que veo cada vez que salgo de esta oficina. Qué diablos, Luke, si no estuvieras tan pegado al móvil como el resto de la humanidad, también lo verías.

Luke trató de contenerse. Había escuchado aquel argumento una y otra vez en los dos últimos meses.

–Otra vez esto no.

–Sí, esto otra vez. Se trata de los niños, Luke. Están tan enganchados a los móviles, las pantallas y los juegos como tú al correo electrónico –Jamison alzó las manos–. Antes los niños corrían por ahí con sus amigos, se metían en líos, subían a los árboles, nadaban –miró a Luke–. Qué diablos, Cole y tú estabais en constante movimiento cuando erais niños. Si os obligábamos a quedaros en casa a leer era como una tortura para vosotros.

Era cierto, pensó Luke. Pero se limitó a decir:

–Los tiempos cambian.

Jamison torció el gesto.

–No siempre para mejor. Los niños de hoy solo tienen amigos en línea y se ponen cascos para poder hablar sin tener que verse en persona. En lugar de salir fuera, construyen casas virtuales en los árboles. Es más, seguro que hoy hay muchos niños que no saben ni montar en bicicleta.

Luke sacudió la cabeza.

–Las bicicletas no van a ayudarles a navegar por un mundo completamente digital.

–Exacto. Un mundo digital –Jamison asintió secamente–. ¿Quién va a arreglar los coches, el aire acondicionado o el inodoro cuando se estropee? ¿Vas a hacer pis digitalmente también?

–Esto es ridículo –murmuró Luke, sorprendido por haberse dejado arrastrar por la fijación de Jamison–. Abuelo, estás verbalizando la misma queja que toda generación hace respecto a la nueva. Tú nunca has sido de los que miran atrás. Siempre has estado más interesado en el futuro que en el pasado.

–Bueno, los tiempos cambian –le espetó Jamison devolviéndole la pelota–. Y estoy hablando del futuro –afirmó–. Hay muchos estudios que han investigado lo que provoca en la mente de los niños estar mirando fijamente una pantalla. Por eso quería que vinieras. Quería que los leyeras. Que abrieras tu mente lo bastante como para admitir que tal vez tenga algo de razón.

Y dicho aquello, Jamison volvió a su escritorio y empezó a repasar los papeles y los archivos apilados. Murmuró algo entre dientes y siguió buscando.

–Estaba aquí –murmuró–. Esta mañana le pedí a Donna que lo imprimiera…

Luke frunció el ceño.

–No importa.

–Ahí es donde te equivocas. Maldita sea, Luke, no quiero ser partícipe en destrozar una generación entera de niños.

Luke aspiró con fuerza el aire y se recordó a sí mismo que quería a aquel anciano que en aquellos momentos le estaba volviendo loco.

–¿Sabes qué? No vamos a ponernos de acuerdo en esto, abuelo. Tenemos que dejar de pelearnos, y lo mejor es que los dos sigamos haciendo lo que estamos haciendo.

–¿Y ya está? ¿Esa es tu última palabra sobre este asunto?

Luke miró a los ojos verde oscuro de su abuelo. Parecía que el abismo entre ellos se estuviera haciendo más grande cada segundo.

–Sí, abuelo. El pasado no puede construir el futuro.

–No se puede tener futuro sin un pasado –señaló el anciano.

–Y venga la burra al trigo –murmuró Luke–. Cada vez que hablamos de esto decimos lo mismo, y ninguno de los dos convence al otro. Estamos en orillas opuestas, abuelo. Y no hay puente.

–Tu abuela estuvo llorando anoche. Por todo esto.

Luke sintió una repentina punzada de culpabilidad, pero luego se lo pensó mejor. Loretta Barrett era dura como una piedra. Su abuelo estaba intentando utilizar a su mujer para ganar la discusión.

–No es verdad.

Jamison torció el gesto.

–No, no es verdad –reconoció–. Gritó un poco. Pero podría haber llorado. Seguramente lo hará.

Luke dejó escapar un suspiro y sacudió la cabeza.

–Eres imposible.

–Hago lo que tengo que hacer. Tu sitio está aquí, Luke, y no al frente de tu propio negocio.

Y sinceramente, Luke antes creía que Juguetes Barrett era su sitio. Pero las cosas habían cambiado con el nuevo rumbo de su abuelo. Luke se lo había tomado como una falta de fe. Su abuelo siempre le había empujado, había creído y confiado en él. Aquello le parecía una traición, así de claro. La nueva empresa de Luke era pequeña, pero tenía muy buenos diseñadores recién salidos de la universidad, llenos de ideas que podían revolucionar el mercado de los juguetes tecnológicos.

Todo aquello había empezado porque estaba frustrado con su abuelo, pero ahora Luke estaba empeñado en que aquello funcionara. Tal vez Jamison quisiera darle la espalda al progreso, pero Luke lo recibía con los brazos abiertos.

–Esta es la empresa juguetera Barrett –le recordó Jamison–. Siempre ha habido un Barrett al frente del negocio desde el principio. La familia, Luke. Eso es lo importante.

Y por eso resultaba todo mucho más difícil.

–Seguimos siendo familia, abuelo –le recordó al anciano… y también a él mismo–. Y recuerda que tienes a Cole para llevar el negocio si alguna vez decides jubilarte.

–Cole no eres tú –afirmó su abuelo–. Quiero mucho al chico, pero no tiene la misma cabeza que tú para los negocios.

–Ya entrará en razón –dijo Luke.

Pero en realidad no lo creía. Aquella era la razón por la que su abuelo había confiado en Luke para dirigir la empresa en un principio. Cole no estaba interesado en el día a día del negocio. Le gustaba estar al mando, le gustaba el dinero. Pero trabajar, no tanto.

–Siempre has sido un obstinado –murmuró Jamison.

–A quién habré salido –respondió su nieto.

–Touché –su abuelo asintió con la cabeza–. Tú haz lo que tengas que hacer, que yo haré lo mismo.

A Luke no le gustaba que hubiera tanta tensión entre su abuelo y él. Jamison Barrett era la roca que sostenía su vida. Le había enseñado a pescar, a lanzar la pelota y a hacerse el nudo de la corbata. Le había enseñado a llevar un negocio y a tratar a los empleados. Siempre había estado allí para él. Y Luke sentía que ahora lo estaba abandonando. Pero que lo asparan si se le ocurría una manera de poner fin a aquello de modo que los dos salieran ganando.

–Dale un beso a la abuela de mi parte.

Se marchó antes de que su abuelo pudiera decir nada más y cerró la puerta del despacho tras él. La sede de la empresa estaba en Foothill Ranch, California, y la mayoría de las ventanas daban a las palmeras, más edificios y aparcamientos. Sin embargo, había un cinturón verde cerca y suficiente luz del sol que se filtraba a través de las ventanas ligeramente tintadas.

Donna, la secretaria de Jamison, alzó la vista de la pantalla del ordenador. Era una mujer de unos cincuenta y tantos años que llevaba más de treinta como secretaria de su abuelo.

–Hasta pronto, Luke.

–Sí –murmuró él echando un último vistazo a la puerta de su abuelo. No le gustaba dejar al anciano así, pero, ¿qué opción tenía?–. ¿Está Cole aquí?

–Sí –Donna señaló con la cabeza hacia los despachos del otro lado.

–Gracias –Luke se dirigió hacia allí para ver a su primo. Llamó con los nudillos y luego abrió la puerta y asomó la cabeza–. ¿Qué tal?

–Hola –Cole alzó la vista y sonrió. Aunque iba vestido de traje, parecía el típico surfista de California. Bronceado, en buena forma, con el pelo rubio por el sol y los ojos azules, Cole Barrett era el encantador de la empresa. Era quien comía con los potenciales clientes y se reunía con los proveedores porque era capaz de convencer a todo el mundo para que hiciera lo que él quería.

–¿Has venido a ver al abuelo?

–Acabo de salir de su despacho –Luke apoyó un hombro en el quicio de la puerta y se fijó en lo distinto que era el despacho de Cole del de Jamison.

Era más pequeño. El escritorio de Cole era de acero y vidrio, la silla de cuero negro minimalista. Las estanterías estaban llenas de juguetes que su empresa había producido a lo largo de los años pero había fotos de su mujer, Susan, y de su hijo de dos años, Oliver: esquiando en Suiza, visitando las pirámides o a bordo del yate familiar.

Luke miró a su primo a los ojos.

–Quería advertirte de que sigue sin hacerle gracia que me haya ido.

Cole se reclinó en la silla.

–No me sorprende. Tú eras el chico de oro, el que estaba destinado a dirigir Juguetes Barrett…

El tono de Cole estaba teñido de amargura, pero Luke ya estaba acostumbrado.

–Eso ha cambiado.

–Solo porque te has ido –Cole sacudió la cabeza–. El abuelo sigue empeñado en que vuelvas.

Luke se apartó de la puerta y estiró la espalda.

–Eso no va a pasar. Ahora tengo mi propia empresa.

–Ya. Muy bien –Cole se levantó, se puso la chaqueta del traje y la abrochó–. Tengo una comida.

–Vale. Oye… –Luke pensó en su abuelo, en como buscaba entre los papeles y se sintió confundido al no encontrarlos–. Tenme informado sobre el abuelo, por favor. Se está haciendo mayor.

–Ni se te ocurra decírselo a él –dijo Cole con una risotada.

–Ya –Luke asintió–. Bueno, me voy o perderé el vuelo. Dales un beso a Susan y a Oliver de mi parte.

Y dicho aquello, Luke se marchó sin mirar atrás.

 

 

Jamison estaba frente a la puerta abierta de su despacho mirando a su nieto. Sintió una punzada de frustración y empezó a agitar las monedas que tenía en el bolsillo del pantalón.

–Estás tintineando –le advirtió Donna.

Jamison se detuvo y miró a su secretaria.

–No ha funcionado, ¿verdad? –le preguntó ella con cara de «ya lo sabía».

–No –reconoció él con un gruñido. Sacudió la cabeza y volvió a mirar a Luke, que estaba saludando a la gente en su camino al ascensor. Se iba, y Jamison no sabía cómo retenerlo. Así que al parecer había llegado el momento del armamento fuerte.

–Esa mujer de la que me hablaste… ¿sigues pensando que podría ayudar?

Donna dejó de teclear en el ordenador y le miró.

–Al parecer es bastante impresionante en lo que hace, así que, tal vez sí.

Jamison asintió.

–Bueno, lo he intentado por las buenas –murmuró–. Ha llegado el momento de ejercer presión.

–Si Luke se entera de lo que quieres hacer esto podría terminar muy mal…

Jamison hizo caso omiso a la advertencia y agitó la mano con gesto indolente.

–Entonces tendremos que asegurarnos de que no se entere, ¿verdad? Haz esa llamada, Donna.

 

 

Fiona Jordan entró en el restaurante Las Tejas, un hotel de cinco estrellas de San Francisco. Lo mejor de tener su propio negocio era que nunca sabía lo que iba a ocurrir. El día anterior estaba trabajando en su dúplex de Long Beach, en California, y ahora se encontraba en un maravilloso hotel de San Francisco.

Sonrió para sus adentros, aspiró con fuerza el aire y observó un instante los manteles de lino blanco de las mesas y los ventanales con espectaculares vistas a la bahía, donde el sol del atardecer pintaba de dorado la superficie del agua.

Estaba allí para encontrarse con una persona. Cuando lo vio, el corazón le dio un vuelco y sintió una punzada caliente y potencialmente peligrosa.

Luke Barrett. Tenía el cabello castaño claro con reflejos dorados por el sol y lo bastante largo para que se le curvara en el cuello de la chaqueta azul marino. Estaba mirando fijamente el móvil que sostenía en la mano, ajeno al mundo que lo rodeaba.

Ya le habían advertido de que Luke estaba tan absorto en su trabajo que no se fijaba en la gente que tenía alrededor. Así que se dijo que tendría que hacer algo para resultar inolvidable.

Luke estaba sentado solo en una mesa al lado de la ventana, pero no prestaba ninguna atención a las vistas. Fiona, por su parte, estaba disfrutando demasiado de la vista que era él. Era todavía más guapo de lo que parecía en la foto que le habían dado. Volvió a sentir un escalofrío y se tomó un momento para disfrutarlo. Hacía mucho tiempo que ningún hombre despertaba aquella reacción en ella. Volvió a fijarse en el pelo de Luke, quien seguía inmerso en el móvil.

Se dio cuenta de que para conocer a Luke Barrett iba a necesitar un empujoncito extra. Así que se dirigió a la barra del bar, pidió una copa de vino, aspiró con fuerza el aire y observó a su objetivo.

Luego se apartó el largo y oscuro cabello del hombro y se dirigió a su mesa. El bajo de su falda negra y vaporosa le rodeaba los muslos y los altos tacones negros repiqueteaban contra el suelo. La blusa verde oscuro de manga larga tenía un escote pronunciado, y de los lóbulos le colgaban dos aros de oro. Tenía un aspecto genial, aunque estuviera mal que lo dijera ella misma, y era una lástima estropear aquel conjunto, pero en momentos desesperados…

Pasó un camarero delante de ella; Fiona se tambaleó adrede, dio un par de pasos y, soltando un pequeño grito, se lanzó con su vaso lleno de buen vino al regazo de Luke Barrett.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

El primer instinto de Luke fue agarrar a la mujer que había caído de la nada sobre su regazo. Ella sonrió, y Luke sintió un puñetazo de deseo en el pecho. Cuando ella se movió, sintió ese mismo puñetazo mucho más abajo.

–¿Qué diablos…? –miró aquellos ojos color chocolate y se dio cuenta de que la mujer se estaba riendo.

–¡Lo siento, lo siento! –volvió a moverse, y Luke la sujetó al instante–. Creo que he tropezado con algo. Menos mal que estabas tú aquí, o me habría caído sobre algo mucho más duro.

Luke no estaba tan seguro de eso. En aquel momento se sentía muy duro. Y húmedo, porque el vino se le había derramado por la camisa y los pantalones. La mujer se dio media vuelta, agarró una servilleta se frotó el vino que tenía en la blusa. Luego empezó con la camisa de Luke. Cuando intentó secarle los pantalones, ya era hombre muerto.

–¿Con qué has tropezado? –miró al suelo y no vio nada.

–No lo sé –reconoció ella encogiéndose de hombros–. A veces me tropiezo con el aire.

–Está bien saberlo.

La mujer ladeó la cabeza y el cabello largo y oscuro le cayó por un hombro.

–¿Vas a dejar que me levante?

No era lo que Luke tenía en mente.

–¿Vas a caerte otra vez?

–Bueno, no estoy segura –admitió ella con una sonrisa–. Todo es posible.

–Entonces, tal vez sea más seguro que te quedes donde estás –murmuró Luke, todavía atrapado por su sonrisa y aquellos ojos marrones.

–Bueno, que sepas que lo siento –dijo la mujer–. Por si te sirve de consuelo, yo también tengo la blusa manchada –señaló la mancha encogiéndose de hombros.

Luke deslizó al instante la mirada hacia sus senos, y deseó que volviera a encogerse de hombros para tener una visión mejor. Cuando levantó la vista, vio que ella sonreía con picardía.

Un camarero se acercó a ellos con varias servilletas y se quedó ahí parado, como si no supiera muy bien qué hacer. Finalmente pregunto:

–¿Está usted bien, señorita?

–Oh, estoy fenomenal.

Estaba fenomenal. Él estaba sufriendo una tortura, pero al parecer eso no le importaba a nadie.

–Lo siento mucho, señor Barrett. ¿Puedo hacer algo por usted?

–No –murmuró Luke–. Creo que ya está todo hecho.

–Bueno, hay una cosa… –dijo la mujer–. Me he quedado sin vino –alzó la copa vacía.

El camarero miró a Luke y luego a la mujer sin saber qué hacer. Luke estaba acostumbrado. Era rico, su familia era famosa, y la mayoría de la gente se ponía nerviosa al verle. Forzó una sonrisa y dijo:

–¿Te importaría traerle a la señorita otra copa de vino, Michael?

–Claro. ¿Qué estaba bebiendo?

–Vino tino, gracias. De la casa.

Luke frunció el ceño y sacudió la cabeza.