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Para el creyente cristiano se ha impuesto hasta ahora sin discusión la prohibición de quitarse la vida. Sin embargo, argumenta Hans Küng, un tránsito feliz a la muerte está fundado en el respeto profundo hacia la vida infinitamente valiosa de toda persona y no tiene nada que ver con un desdichado suicidio arbitrario. Pues, si todos tenemos una responsabilidad sobre nuestra vida, ¿por qué habría de cesar esa responsabilidad en su última fase? Precisamente como cristiano que cree en la vida eterna, hace Hans Küng un nuevo llamamiento en favor del derecho de cada cual a decidir responsablemente el momento y la forma de su muerte. Tras «Morir con dignidad» (Trotta, 2010), este «opúsculo» sumamente personal surge de la voluntad, como precisa el autor en el prólogo, de «contribuir a un proceso de debate continuo» sobre la controvertida cuestión de la eutanasia, aportando la voz del teólogo, «él mismo afectado de una manera existencial por esta problemática ». El testimonio en primera persona de Hans Küng se recoge de un modo especial y con toda su viveza en la conversación con Anne Will incluida en este libro.
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Una muerte feliz
Hans Küng
Traducción de Jorge Seca
Proyecto financiado por la Dirección General del Libro y Fomento de la Lectura Ministerio de Cultura y Deporte
COLECCIÓN ESTRUCTURAS Y PROCESOSSerie Religión
Primera edición: 2016
Primera reimpresión: 2018
Título original: Glücklich sterben? Mit dem Gespräch mit Anne Will
© Editorial Trotta, S.A., 2016, 2018, 2023
www.trotta.es
© Hans Küng, 2015
© Jorge Seca, traducción, 2016
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
ISBN (edición digital e-pub): 978-84-1364-160-7
A mis médicos, terapeutas, enfermeros y a todos los que me han asistido y ayudado, con gratitud.
Un prólogo personal
Introducción. ¿Puede ser una felicidad o una suerte morir?
CONVERSACIÓN CON ANNE WILL
DE LA FELICIDAD DE LA CONTRADICCIÓN
PRIMERAS REACCIONES
PREMIO ESPECIAL ARTHUR KOESTLER 2013 A LA SOCIEDAD ALEMANA POR UNA MUERTE HUMANA
1. De la Laudatio del profesor Dieter Birnbacher
2. Del discurso de agradecimiento de Hans Küng
ACLARACIÓN Y PROFUNDIZACIÓN
I. EXPERIENCIAS CRUCIALES
1. Mi hermano Georg
2. Experiencias cercanas a la muerte: Elisabeth Kübler-Ross
3. El amigo perdido: Walter Jens
II. NORMAS DE ÉTICA MÉDICA
1. Por una ética humanitaria
2. ¿Cuál debe ser la norma fundamental en la práctica médica?
3. ¿Qué significa en la actualidad un carácter humanitario en la asistencia médica a personas?
4. ¿Es que no puede practicarse también el humanitarismo sin religión?
5. Precisamente la religión, ¿puede ser una base para una medicina del humanitarismo?
6. Eutanasia y ética mundial
III. EL ESFUERZO POR UN TRÁNSITO A LA MUERTE DIGNO DEL SER HUMANO
1. Utilidad y límites de la medicina paliativa
2. Un sí al Movimiento Hospicio
3. ¿En manos de la enfermedad de Alzheimer?
4. ¿Ayunar hasta morir?
IV. ¿QUÉ EUTANASIA?
1. La eutanasia forzosa es asesinato
2. La eutanasia de aceptación general
3. Reducción de la vida para aliviar el sufrimiento
4. La eutanasia controvertida
5. Limbo de legalidad e ilegalidad entre la eutanasia activa y la pasiva
6. Acabar con la inseguridad jurídica
V. RESPONSABILIDAD TAMBIÉN EN EL TRÁNSITO HACIA LA MUERTE
1. Un regalo de Dios y al mismo tiempo una misión del ser humano
2. Autodeterminación también al final de la vida
3. Respetar la voluntad del paciente
4. Hacer jurídicamente vinculantes los testamentos vitales
5. Una acción médica en interés del enfermo
6. ¿Una eutanasia organizada?
7. El suicidio liberalizado en la vejez
VI. UN CAMBIO DE PARADIGMA EN LA CONTEMPLACIÓN DE LA VIDA HUMANA
1. Visión transformada del principio de la vida individual de los seres humanos
2. Visión transformada del final de la vida individual de los seres humanos
3. La prolongación de la vida plantea nuevas cuestiones
4. Aumento drástico de las demencias: un desafío para la sociedad y para la política
VII. LA DIMENSIÓN RELIGIOSA DEL TRÁNSITO HACIA LA MUERTE
1. El posible no a una vida eterna
2. Un sí fundamentado sobre una vida eterna
3. ¿Creer en un infierno?
4. ¿Soñar con el cielo?
5. Una confianza responsable
6. La persona finita se dirige a la infinitud: la felicidad eterna
VIII. ¿ES POCO CRISTIANO UN TRÁNSITO AUTODETERMINADO HACIA LA MUERTE?
1. En la muerte, mantenidos por Dios
2. Seguimiento y no imitación de Cristo
3. La doctrina eclesiástica y la práctica eclesiástica
4. Oración
Epílogo debido a circunstancias actuales
Bibliografía del autor
Traducciones españolas de las obras de Hans Küng citadas en este volumen
Otras obras del autor
«Está usted poniendo en peligro la obra de toda su vida con su decidida acción en defensa de la responsabilidad propia en el tránsito hacia la muerte». De esta o de similar manera se han expresado no pocos amigos y lectores, verbalmente o por escrito, desde la publicación del tercer volumen de mis memorias Humanidad vivida en octubre de 2013. Me tomo muy en serio esas objeciones porque no me gustaría permanecer en la memoria de la posteridad principalmente por el asunto de la eutanasia. Mi posicionamiento en relación con la muerte solo puede valorarse correctamente si se sabe algo de mis esfuerzos de toda la vida por otros asuntos fundamentales como la cuestión de Dios, el hecho de ser cristiano, la vida eterna, la Iglesia, el ecumenismo, las religiones mundiales, el proyecto Fundación Ética Mundial...
Ahora, igual que antes, me declaro partidario del primero de los cuatro «preceptos incondicionales» para una ética mundial basada en el «compromiso de una cultura del respeto profundo frente a toda vida», tal como lo proclamó en Chicago en el año 1993 el Parlamento de las Religiones del Mundo: «Desde las grandes religiones antiguas y desde las tradiciones éticas de la humanidad llega a nuestros oídos el mandamiento de ‘¡no matarás!’. O expresado de una manera positiva: ¡Ten respeto ante la vida! Así pues, recordemos de nuevo las consecuencias de este precepto antiquísimo: toda persona tiene derecho a la vida, a la integridad física y al libre desarrollo de su personalidad, siempre que no vulnere los derechos de otras personas. Ninguna persona tiene derecho a torturar a otra ni física ni psíquicamente, ni a herirla, ni mucho menos a matarla». Sin embargo, precisamente porque «la persona humana es infinitamente valiosa y hay que protegerla sin falta» y hacerlo hasta el final de sus días, debemos reflexionar detalladamente acerca de lo que esto significa en la era de la medicina de alta tecnología que es capaz de provocar la muerte de una manera indolora la mayoría de las veces, pero que, en muchos casos, también puede aplazarla considerablemente.
Quiero enfrentarme a esta problemática con toda franqueza y no quiero decepcionar a ninguna de las muchas personas a las que he podido ofrecer orientación en algún sentido, a menudo durante décadas. Sin embargo, por otra parte, estoy experimentando una gran aprobación y un apoyo tanto de personas religiosas como no religiosas que me agradecen el valor de abordar como teólogo cristiano y católico, y de una manera sincera y competente, esta cuestión de la eutanasia, muy sobrecargada desde un punto de vista tanto emocional como político, y muy controvertida también.
Por tanto, tendremos que distinguir entre el amplio consenso en relación con el profundo respeto a la vida y el disenso relativo a los modos y maneras de la eutanasia. En los documentos de la Ética Mundial encontramos ciertamente una defensa expresa del respeto profundo a la vida, pero no hay ningún posicionamiento sobre la cuestión especial de la eutanasia, ya que, por el momento y en relación con este asunto, no puede constatarse ningún consenso entre las religiones mundiales, ni tampoco en el seno de cada una de las religiones por separado.
Mi ensayo relativo a la eutanasia es un asunto sumamente personal, no de la Fundación Ética Mundial. Y así, con toda modestia, ruego que sigan apoyándome aquellas personas que comparten mi punto de vista, y a quienes lo rechazan les ruego el esfuerzo por entenderlo tal vez mejor. He escrito este libro con ese fin. No es ninguna obra completamente nueva —algo que me prohibí a mí mismo en el año 2013 en mis discursos de despedida—, sino un nuevo opúsculo que debería posibilitar a todo lector una aclaración y una profundización en este asunto.
Me siento henchido de gratitud por que se me hayan concedido las fuerzas para acabar este libro. Sin embargo, en la fase final de la redacción he percibido como se debilitan mis fuerzas y también como algunas actividades intelectuales se convierten en grandes fatigas.
Sin duda podrían aducirse aún más detalles y precisiones en algunos pasajes, pero mi libro no aspira a aclarar definitivamente la compleja cuestión de la eutanasia, sino que más bien pretende contribuir a un proceso de debate continuo y a aportar la voz de un teólogo cristiano afectado él mismo de una manera existencial por esta problemática.
Agradezco de todo corazón a todos aquellos que me han ayudado en este difícil asunto con sus diversos consejos y sus importantes informaciones, y a todos los que se han implicado de una manera completamente práctica en el nacimiento de este libro.
Tubinga, junio de 2014
HANS KÜNG
La muerte y la felicidad, ¿no son claros opuestos? «Esa persona ha tenido mucha suerte», decimos de alguien que ha estado muy cerca de la muerte en un accidente de coche. Y con ello nos referimos a la fortuna feliz del azar, concepto para el cual el inglés y el latín disponen de una palabra propia, luck y fortuna. Lo mismo ocurre con happiness y beatitudo para referirse al concepto de la felicidad afortunada de la consumación.
Un ser humano puede experimentar en su vida cotidiana la pequeña felicidad del momento consumado mediante unas palabras bondadosas, por ejemplo, o por un gesto amable, o mediante el agradecimiento por una buena obra realizada. Sí, incluso puede experimentar en ocasiones la gran felicidad de una espectacular vivencia momentánea, como, por ejemplo, en la embriaguez de la música, en una vivencia sobrecogedora de la naturaleza o en el éxtasis del amor.
Solo una cosa no puede hacer el ser humano: procurar duración a una sensación de euforia y de felicidad, y no puede hacerlo ni con dinero, ni a través del alcohol ni las drogas. Es cierto que hay informaciones sumamente diferentes en el cerebro humano que son capaces de producir endorfinas, las hormonas de la felicidad, y provocar así sensaciones de una felicidad eufórica. Sin embargo, el hábito conduce al embrutecimiento; nuestro sistema neurológico de la felicidad no está ajustado para un régimen de funcionamiento continuo. El ferviente ruego de Fausto al momento de máxima felicidad («¡demórate, vamos, eres tan bello!»), no surge de la casualidad y queda sin atender.
Hay otra cosa que tal vez pueda ser posible al ser humano: un humor predominantemente feliz que no le haga desesperar ni siquiera en las situaciones desesperadas, sino que sostenga su confianza, en lugar de aspirar a una euforia y a una felicidad constantes. Dicho de una manera concreta: estar de acuerdo con la vida tal como es, por principio, pero sin conformarse con todo. Así pues, un humor predominantemente feliz significa una vida de claridad, en consonancia con uno mismo. Y entonces me pregunto yo: una actitud fundamental semejante, ¿no puede mantenerse hasta el tránsito hacia la muerte si tenemos en cuenta la fragilidad y la naturaleza efímera de los seres humanos?
El ars moriendi, el «arte de morir», me tiene ocupado desde los años cincuenta, desde que mi hermano Georg tuvo que padecer durante meses un tumor cerebral incurable hasta que murió asfixiado por un edema pulmonar. Y se me ha impuesto como un asunto de especial interés desde aproximadamente el año 2005, cuando mi querido colega y amigo Walter Jens, si bien fue atendido de la mejor manera, estuvo vegetando por la vida con su demencia hasta su muerte acaecida en el año 2013. Esas experiencias me reforzaron en mi convicción: ¡yo no quiero morir así!; pero al mismo tiempo me marcaron con claridad el desafío de no dejar pasar el momento de un tránsito autorresponsable hacia la muerte.
Esto es lo que defendíamos el literato Walter Jens y yo en los años noventa en nuestras conferencias conjuntas del Studium Generale de la Universidad de Tubinga, y en 1995 en nuestro libro en colaboración Morir con dignidad. Un alegato a favor de la responsabilidad, cuya nueva edición del año 2009 completé yo con el capítulo «20 tesis sobre la eutanasia» e Inge Jens con una valiosa aportación personal.
Por último, en el año 2013 describí en las cincuenta páginas del último capítulo de mi tercer volumen de memorias titulado Humanidad vivida el historial de mis enfermedades (enfermedad de Parkinson, degeneración macular, poliartritis en los dedos...) y mi postura en relación con el tránsito hacia la muerte. Lo expuse con toda franqueza y lo hice no en última instancia para despertar en la opinión pública alemana (que todavía sigue padeciendo el trauma colectivo de los asesinatos del nacionalsocialismo practicados sobre personas a las que se clasificó como supuestas «vidas inútiles») una comprensión sobre la problemática actual acerca de un final de la vida que se va aplazando y demorando cada vez más de una manera artificial.
En mi modo de entender las cosas, aplazar indefinidamente mi vida temporal no se corresponde con el arte de vivir ni con mi fe en una vida eterna. Llegada la hora, yo debo decidir responsablemente (en el caso de que aún esté en disposición de hacerlo) el momento y el modo de mi tránsito hacia la muerte. Si se me concediera este deseo, me gustaría morir consciente y despedirme digna y humanamente de mis seres queridos. Morir feliz no significa para mí una muerte sin nostalgia ni dolor por la despedida, sino una muerte con una completa conformidad, una profundísima satisfacción y una paz interior. Eso es, por cierto, lo que significa la palabra del griego antiguo eu-thanasia que se ha incorporado al léxico de muchos idiomas modernos, pero de la cual abusaron de una manera infame los nacionalsocialistas: una muerte «buena», «correcta», «ligera», «bella», «feliz».
Es decir, un requiescat in pace, un «descanse en paz», arreglados todos los asuntos que había que arreglar, en gratitud y con una oración llena de confianza. Esta no es solo una ilusión deseable. Conozco a personas que han muerto felices en ese sentido: mi madre se halla entre ellas. A mi entender, esa actitud se fundamenta a fin de cuentas en la esperanza de una vida eterna finalmente lograda, en otra dimensión de la paz y de la armonía, del amor duradero y de la felicidad permanente. Esta es mi idea de un tránsito feliz hacia la muerte, de la cual me he nutrido en la Biblia.
Y con esa idea queda claro ya que semejante tránsito feliz hacia la muerte no tiene nada que ver con un desdichado «suicidio» arbitrario, planeado incluso como provocación dirigida a las autoridades religiosas, tal como me han atribuido falsamente algunas voces tanto en los medios de comunicación como en algunas cartas personales. Por lo visto, algunos representantes del «dogma eclesiástico» (del cual discrepa mi concepción) no han comprendido que incluso nuestra comprensión tanto del comienzo como del final de una vida humana se halla en medio de un extraordinario cambio de paradigma que no puede examinarse ni censurarse con el mundo conceptual e imaginativo de la Edad Media ni con la teología ortodoxo-protestante. En la actualidad es preciso tomar en consideración la enorme prolongación de la esperanza de vida debida a los progresos de la medicina y de la higiene modernas, algo inimaginable en épocas anteriores; sin embargo, también hay que tener en cuenta las correctoras visiones posmodernas de los límites de una medicina que argumenta y obra de una manera puramente técnico-científica. Ha crecido el sentido de la necesidad de la cimentación ética y humanitaria de una medicina global. Incluso en la Iglesia católica existe la esperanza, desde la toma del cargo del papa Francisco, de una mayor apertura y de un apoyo compasivo en tales cuestiones de notoria gravedad. Para él, el cristianismo no es ninguna ideología doctrinaria apartada de la realidad, sino un camino que se aprende caminando por él.
De algunas de las cuestiones aludidas en esta introducción se ocupó también la famosa moderadora de televisión Anne Will en una conversación conmigo que fue emitida por la ARD, el primer canal de la televisión pública alemana, el 20 de noviembre de 2013, y repetida el 2 de enero de 2014 por el canal Phoenix. Esa conversación conforma la plataforma de mis demás reflexiones. Agradezco de todo corazón a mi hábil y comprensiva interlocutora que me haya permitido publicar aquí ese diálogo vivo y sin artificios. Como he dicho ya, no he pretendido escribir un libro completamente nuevo, pero sí contribuir a aclarar mi posición y a profundizar en mi concepción, responder a las objeciones que he recibido tanto por escrito como oralmente. Para tal fin he recurrido a textos anteriores y he añadido nuevos comentarios.
Mi deseo es ofrecer a una opinión pública lo más amplia posible los materiales que induzcan a reflexiones críticas y autocríticas para que el debate actual llegue a los parlamentos, a los colegios profesionales, a los tribunales de justicia y a las iglesias, en concreto, a políticos, médicos, juristas y pastores de almas. Todo ello con la esperanza de un debate interesado y, al mismo tiempo, comprensivo.
Anne Will: Querido Hans Küng, estamos aquí sentados, es el mes de noviembre de 2013, hace un día maravilloso con un cielo azul intenso, afuera luce el sol. 2013 es para usted un año especial, cumplió ochenta y cinco años en marzo y acaba de concluir el tercer volumen de sus memorias. Así pues, se trata de una especie de conclusión, un final, usted escribe que se trata del «atardecer de la vida». Además ha declarado públicamente que padece párkinson. Y también ha dicho, hace tiempo ya de eso, que si la enfermedad lo transformara a usted, recurrirá a la eutanasia, se despedirá de la vida. ¿Cómo sabrá realmente que, cuando llegue ese momento, no le estará esperando a usted ninguna otra felicidad terrenal?
Hans Küng: Bueno, yo no diría que no me espera ya ninguna felicidad terrenal, sino que solo sabré que mi vida se ha completado, que ya no tengo ninguna misión más que cumplir, que ha llegado mi hora, sencillamente. Tal como dice Qohelet en el Antiguo Testamento, hay un tiempo para vivir y un tiempo para morir. Y entonces habrá llegado el momento.
A. W.: ¿Se trata de algún día determinado que usted ya sepa?
H. K.: No. Tampoco he dicho nunca que me despediría de inmediato, eso se difundió así durante algún tiempo en los medios de comunicación. Sigo teniendo la posibilidad de que mis diferentes achaques...
A. W.: ¿Qué achaques son esos?
H. K.: Bueno, tengo dificultades al escribir, tengo dificultades con la vista, una degeneración macular, tengo problemas en la espalda, con la vértebra lumbar, etcétera. No son enfermedades graves, si uno lo quiere así, pero se trata simplemente de señales de que ha comenzado el último periodo y de que mi vida no tiene una duración eterna. Desde el principio me he conformado siempre con la vida tal como es. No he querido silenciar esto, cosa que habría podido hacer con facilidad. Habría podido concluir ese tercer volumen de una manera arrebatadora con cualquier gran suceso. He vivido suficientes sucesos así, pero hasta el final he querido decir la verdad con veracidad.
A. W.: Le he interrumpido antes brevemente, cuando estaba a punto, creo, de contarnos en qué se basaría usted para saber que le ha llegado el momento, el instante en el que diga: «Bueno, ahora mi vida se ha completado y quiero dar el siguiente paso».
H. K.: El final seguro, el momento que para mí quedaría claro, sería la percepción de cualquier señal de una demencia incipiente. Aquí, a la vuelta de la esquina, vivía Walter Jens. Durante años presencié su demencia. En los años noventa pronunciamos conferencias los dos juntos ahí abajo, en la universidad. El lema de todas era «Morir dignamente». Y Jens decía siempre que se sentiría muy afortunado y feliz de encontrar a un médico que lo ayudara a morir en esa situación, como le ocurrió en su momento a Sigmund Freud. Ese era su propósito en realidad, pero se le pasó el momento. Yo no quiero que se me pase de ninguna manera ese momento. En todo caso, una demencia incipiente sería un indicio claro de todo lo que puede sobrevenir, yo no puedo decir eso todavía de mí. Estoy dispuesto a todo. Estoy dispuesto a emprender una nueva tarea, si se presenta una que me vea capaz de llevar a cabo. Sin embargo, no quiero continuar en el mismo estilo. He escrito todos los libros que quería escribir, he hecho todos los viajes que quise hacer, así que en este sentido soy un hombre afortunado y feliz, relativamente afortunado y feliz, y puedo decir que mi obra se ha redondeado y completado.
A. W.: Pero ¿por qué desea usted terminar con su vida si percibiera indicios de una demencia incipiente?
H. K.: Porque no soy de los que piensan que la vida terrenal lo es todo. Esto tiene que ver sin duda con mi convicción religiosa de que no creo que vaya a morir en una nada. De la gente que no cree en una vida eterna puedo entender naturalmente que tengan miedo de la no existencia, pero yo tengo la convicción de que no voy a morir en una nada, sino que voy a morir en una última realidad, de que voy hacia el interior, por decirlo así, hacia la realidad profunda, la más profunda, y que desde allí, por tanto, encontraré una nueva vida. Esta es mi convicción por la fe. Y esta me permite, naturalmente, ser algo más soberano en lo relativo a la duración y a la perseverancia en esta vida. Hace poco he vuelto a escuchar a algunos médicos que dicen que a veces resulta sorprendente cómo la gente quiere vivir todavía más, me han dicho que incluso hay teólogos entre ellos...
A. W.: ...