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UN CLÁSICO INTERNACIONALMENTE ACLAMADO CON MÁS DE 2 MILLONES DE EJEMPLARES VENDIDOS Si está usted dispuesto a ser sincero y riguroso consigo mismo para llevar a cabo un profundo autoanálisis de sus pensamientos y de sus emociones, este libro puede ser el más importante que jamás haya leído. Pues, aunque no promete milagros, le puede ayudar más que todos los eufóricos libros de autoayuda juntos. La Terapia Racional Emotivo-Conductual (TREC) le enseñará a identificar los principales problemas emocionales que solemos padecer las personas. Pero, ¿qué podemos hacer para dejar de fustigarnos a nosotros mismos con Creencias Irracionales y fortalecer nuestro mundo emocional? La respuesta nos la ofrecen los autores que nos muestran qué hacer para cambiar las emociones y los pensamientos que nos hacen sufrir por otros que nos harán ser felices en cualquier situación. Lo importante no es la situación sino lo que yo percibo de la situación, es decir, mis pensamientos y mis emociones. Aquí encontrará métodos prácticos y probados para cambiar las emociones y las conductas con las que usted se perjudica a sí mismo. Métodos que son un reflejo de la dilatada experiencia de los autores como terapeutas y profesores de terapeutas de todo el mundo, y que han sido respaldados por centenares de estudios e investigaciones. «Éste es un libro que se ha convertido en una referencia obligada y que, muy probablemente, seguirá siéndolo durante los años venideros. Sin lugar a dudas, esta nueva edición va a resultar especialmente valiosa para los lectores de hoy en día, que tienen que afrontar retos sin precedentes en su vida diaria.» Melvin Powers, editor de Wilshire Book Company
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Seitenzahl: 543
Veröffentlichungsjahr: 2017
DR. ALBERT ELLIS & DR. ROBERT A. HARPER
Una nueva guía para una vida racional
Prefacio de Melvin Powers
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Colección: Psicología
Una nueva guía para una vida racional
Albert Ellis & Robert A. Harper
1.ª edición en versión digital: junio de 2017
Título original: A New Guide to Rational Living
Traducción: Toni Cutanda Morant
Revisión: Montserrat Calvo y Francesc Sorribes (Institut RET)
Maquetación: Antonia García
Diseño de cubierta: Enrique Iborra
© 1997, Albert Ellis Institute and Robert A. Harper
(Reservados todos los derechos)
Publicado por acuerdo con Wilshire Book Company, 12015 Sherman Road, No. Hollywood, CA 91605-3781 USA
© 2017, Ediciones Obelisco, S.L.
(Reservados los derechos para la presente edición)
Edita: Ediciones Obelisco S.L.
Collita, 23-25. Pol. Ind. Molí de la Bastida
08191 Rubí - Barcelona - España
Tel. 93 309 85 25 - Fax 93 309 85 23
E-mail: [email protected]
ISBN EPUB: 978-84-9111-248-8
Maquetación ebook: [email protected]
Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada, trasmitida o utilizada en manera alguna por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o electrográfico, sin el previo consentimiento por escrito del editor.
Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Contenido
Portadilla
Créditos
Agradecimientos
Prefacio
Introducción a la 3ª edición
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Ideas adicionales para reconocer
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Obras de Albert Ellis
Referencias bibliográficas
Institulos de terapia racional
Acerca de los autores
Agradecimientos
Agradecemos la inestimable colaboración del doctor Raymond J. Corsini, Frances Harper Corbett, Rhoda Winter Russell y Brooking Tatum, que leyeron el borrador original del manuscrito de este libro y que hicieron valiosos comentarios críticos y sugerencias. También agradecemos a Robert H. Moore su extraordinaria colaboración en la edición revisada del libro; la destacada distribución de talentos del editor, Melvin Powers, que ha hecho de la Nueva guía para una vida racional un perenne best-séller durante muchos años; y la eficaz gestión de Janet L. Wolfe, directora ejecutiva, y Dominic DiMattia, director ejecutivo asociado, del Instituto Albert Ellis de Terapia Racional Emotivo-Conductual (TREC)1 de Nueva York, que promocionaron eficazmente el libro entre los profesionales de la salud mental y el gran público.
Nuestra más sincera gratitud a todos ellos y a nuestros muchos asociados. Sin embargo, la responsabilidad de todo lo que aparece en el libro sigue siendo de los autores.
1 TREC en castellano corresponde a REBT (Rational Emotive Behavior Therapy). (N. del T.)
PREFACIO
Hace años, después de dos décadas quemándome las pestañas con la lectura de manuscritos que pretendían atesorar todas las virtudes que este libro realmente posee, me encontré con el original de Guía para una vida racional, una gema que se ha convertido en un clásico en el campo de la psicología.
Si dispone usted de la sinceridad y el rigor necesarios para llevar a cabo un autoanálisis, este libro puede ser el más importante que haya leído. Y le será de gran ayuda a todos aquellos que no pueden pagar los altos honorarios que supone un tratamiento individual.
Estoy plenamente satisfecho de decir que, hasta ahora, he vendido un millón cien mil ejemplares de las dos ediciones que he publicado. Muchos lectores me han dado las gracias por haber puesto a su disposición este libro, y me han contado lo mucho que les ha ayudado en sus vidas. Sin lugar a duda, esta nueva edición va a resultar especialmente valiosa para los lectores de hoy en día, que tienen que afrontar retos sin precedentes en su vida diaria.
Todos aquellos que hayan leído gran cantidad de esos libros eufóricos e inspirados sin conseguir unos resultados duraderos apreciarán especialmente esta Nueva guía para una vida racional; pues, aunque sin hacer promesas, es capaz de ayudar a sus lectores más que todos los demás libros juntos.
En el primer capítulo de este extraordinario libro, los doctores Albert Ellis y Robert A. Harper manifiestan la esperanza de que el lector «no saque la conclusión de que venimos a ofrecerle el mismo mensaje trillado de “todo puede convertirse en bonito y hermoso”; mensaje que, quizá, ya haga tiempo que usted desestimó por considerarlo de escaso valor práctico».
Debido a la utilización de términos como creatividad, felicidad, amor, madurez y resolución de problemas, los autores temen que la gente les acuse de añadir un libro más a la ya larga lista de libros que prometen hacerle a uno rico, feliz, poderoso y emocionalmente maduro, todo ello de la forma más fácil y rápida.
Pero no tienen por qué preocuparse. Los doctores Ellis y Harper manifiestan una refrescante humildad en una época de fórmulas dogmáticas de vida, y ven que la felicidad perdurable sigue resultando tan evasiva como un rayo de luna. Como prueba de esta convicción, han titulado el capítulo que trata de la felicidad «El rechazo a sentirse desesperadamente infeliz». ¡Qué enfoque más realista!
De hecho, hubo que pedir a estos dos eminentes psicólogos que hicieran un libro sobre la Terapia Racional Emotivo-Conductual que ellos practican, y no se decidieron a escribir ni una sola palabra hasta que no sintieron que realmente podría resultar de ayuda para otras personas. Los autores siguen creyendo que, en casos graves, resultaría deseable una terapia intensiva individual, pero han llegado a la conclusión de que un libro de estas características puede ser de gran utilidad para cierto porcentaje de personas capaces de llevar a cabo una evaluación honesta de sí mismas.
No encontrará otro libro como éste, donde no se emplea la jerga habitualmente relacionada con la psicología o la psiquiatría, y posiblemente resulte el mejor libro de psicoterapia para legos que alguien haya escrito jamás. A las personas emocionalmente trastornadas, les puede ofrecer las respuestas que buscan, y puede hacer que se sientan mejor consigo mismas y que lleven su vida de un modo más eficaz.
Los autores utilizan un método singular para proyectar sus soluciones a problemas comunes. Así, señalan que las personas que se sienten incapaces e inseguras sufren, por ejemplo, de la «creencia irracional núm. 2: La idea de que tienes que mostrarte completamente competente, capaz y resolutivo».
Los doctores Ellis y Harper utilizan diez de estas ideas para mostrar el alcance de su psicoterapia, con soluciones sumamente sutiles y valiosas que reflejan su vasta experiencia como terapeutas. Ambos disponen de una dilatada experiencia y de gran multitud de historias de casos, tomados de sus propios archivos, para apoyar sus sugerencias. Con esto, no sólo hacen más interesante este libro, sino que también potencian la confianza en el lector en lo referente a las técnicas sugeridas, que se han demostrado muy eficaces en la práctica clínica.
Es probable que muchos lectores recuerden al doctor Ellis como sexólogo, campo en el que ha llevado a cabo un valiosísimo trabajo, que los críticos suelen comparar con el del otro Ellis, Havelock, un pionero de las investigaciones sexuales. Sus libros en este campo han hecho mu-chísimo bien, particularmente a la hora de liberar a las personas de los sentimientos de culpa que se derivan de su entorno.
El doctor Harper tiene unos antecedentes parecidos, y dispone además de conocimientos en los campos de la antropología y la sociología, dos disciplinas suplementarias muy deseables en psicología. Ha colaborado con el doctor Ellis con anterioridad y ha trabajado en otros libros del área de la terapia racional.
En esta edición de la Nueva guía para una vida racional, al igual que en la edición original, los doctores Ellis y Harper analizan minuciosamente los principales problemas emocionales que los seres humanos suelen padecer. Presentan sus ideas de una forma brillante y globalizadora —tan brillante, de hecho, que creo que el lector encontrará más respuestas de las que hubiera podido obtener en un encuentro cara a cara. Y digo esto a pesar de las excusas de los autores, que, éticamente, señalan las limitaciones de una terapia «en ausencia».
En primer lugar, este libro no resulta tan exasperante como tantas visitas personales a terapeutas que utilizan un método pasivo y no directivo, todavía en boga entre muchos psicólogos y psiquiatras. En este tipo de terapia, todas las preguntas se responden con un «Cuénteme».
Los doctores Ellis y Harper dejan claro que su práctica no entra en el campo del «psicoanalista ortodoxo… al que respetamos, pero con el que discrepamos de todo corazón». En lugar de mantener el tradicional silencio freudiano, ambos terapeutas, en la primera parte del tratamiento, indican dónde parece que «la persona emocionalmente alterada... no acaba de funcionar».
Sus métodos van directamente al núcleo del problema, y difieren en gran medida de la mayoría de los tratamientos ortodoxos, unos tratamientos interminables en los que el cliente nunca sabe muy bien dónde se encuentra. A mi modo de entender, aquí, junto con la terapia de grupo, se halla ciertamente el sentido que la psicoterapia tomará, si se pretende hacer una contribución real a una salud de amplio alcance.
Me gustaría comentar con más detalle muchas de las magníficas técnicas que se exploran en este libro, pero me disuade el mero hecho de que los autores las describen a la perfección por sí mismos.
Le deseo lo mejor en la lectura de un libro que han leído ya más de un millón de personas, y del que se han beneficiado enormemente. Ha elegido usted una obra que se ha convertido en una referencia y que seguirá siéndolo en los años venideros.
Melvin Powers
editor de Wilshire Book Company
INTRODUCCIÓN A LA 3ª EDICIÓN
REVISADA Y ACTUALIZADA
Seguimos considerando esta Guía para una vida racional como un libro revolucionario. Cuando apareció, en 1961, fue uno de los primeros libros escritos por psicoterapeutas reputados y con experiencia en los que se mostraba a la gente cómo tratar de forma eficaz sus propios problemas. Sí, mucho antes de que aparecieran libros tan populares como Tus zonas erróneas y Un camino sin huellas: la nueva psicología del amor.
Incluso un poco antes, habíamos anticipado la moda de los libros de autoayuda, dado que uno de nosotros (A.E.) ya había publicado How to Live with a Neurotic, en 1957, y The Art and Science of Love, en 1960, y habíamos publicado juntos A Guide to Succesful Marriage, justo antes de escribir Guía para una Vida Racional, en 1961. Sin embargo, estos primeros libros sólo trataban de determinados aspectos de los trastornos humanos, y no cubrían una gama más amplia de problemas. Además, presentaban sólo parcialmente el nuevo sistema de Terapia Racional Emotivo-Conductual (TREC), que yo [AE] desarrollé y puse en práctica a comienzos de 1955.
Una nueva guía para una vida racional fue bastante más allá de nuestros primeros libros, y se convirtió en la obra más autorizada y citada sobre TREC para el público en general. Junto con Razón y emoción en psicoterapia (dirigido en gran medida al terapeuta profesional), la Guía se ha convertido en un clásico en su campo. Durante años, hemos recibido miles de cartas y de comunicaciones verbales que atestiguan su utilidad, y centenares de psicoterapeutas han instado a sus clientes para que lo leyeran. Muchos de sus principios y formulaciones básicas han aparecido copiados o parafraseados, con o sin el debido reconocimiento, en otras obras. ¡Bien! Pues nuestro objetivo sigue siendo el de poner a disposición del público lo mejor acerca del cambio en la «naturaleza humana», con los adecuados añadidos y revisiones, para las personas que padecen trastornos en nuestros tiempos.
Creemos también en los aspectos educativos de la psicoterapia, como parte de la teoría y la práctica de la TREC. Nosotros no seguimos exactamente el modelo médico habitual, y que sostiene que los problemas emocionales son enfermedades o aberraciones, y que puede curarlas alguien externo a la persona (un terapeuta), diciéndole lo que va mal en ella y qué tiene que hacer para mejorar. Ni seguimos tampoco el modelo del condicionamiento (en el que se fundan tanto los psicoanalistas como los conductistas clásicos), que sostiene que a los seres humanos se les generan los trastornos a causa de influencias tempranas, por lo que convendrá llevar a cabo un recondicionamiento a cargo de un terapeuta externo y paternal que les inculcará nuevos patrones de comportamiento.
Nosotros seguimos, más bien, un modelo humanista y educativo, que afirma que los individuos tienen muchas más alternativas de decisión de las que suelen admitir, incluso en fases tempranas de la vida. Gran parte de su «condicionamiento» se compone en realidad de auto-condicionamiento. De ahí que un terapeuta, un profesor o incluso un libro les puedan ayudar a ver alternativas más saludables y a optar por una reeducación y un reentrenamiento personal que les lleve a vencer la mayor parte de esas severas dificultades emocionales que se crean ellos mismos. En consecuencia, la TREC se dedica a desarrollar una amplia gama de métodos educativos que muestra a las personas de qué modo se obstaculizan a sí mismas en la consecución de sus objetivos y cómo pueden inspirarse para cambiar esa tendencia. Desde un principio, se han venido empleando los métodos habituales de terapia individual y terapia de grupo. Pero también se ha hecho un uso notable de talleres, cursos intensivos, conferencias, seminarios, demostraciones terapéuticas públicas, casetes, películas, historias, libros, panfletos y otros medios de comunicación de masas para enseñar a la gente lo que hacen para sentirse mal innecesariamente, y lo que pueden hacer a cambio para sentirse emocionalmente más fuertes.
Aunque en la actualidad hay miles de terapeutas en todo el mundo que emplean los métodos de la TREC, y aunque estos terapeutas han conseguido ayudar a decenas de miles de personas a lo largo de las cuatro últimas décadas, parece probable que el número de personas que se haya beneficiado significativamente durante este mismo período de tiempo leyendo la Guía y otros artículos y libros sobre TREC haya que estimarlo como muy superior. Así pues, una vez más: ¡Bien! Si tanto nosotros como otros autores podemos mantener esta valiosa ayuda, y si demostramos a otros psicoterapeutas cómo obtener mejores y más rápidos resultados con sus clientes, será magnífico. Mientras tanto, intentaremos seguir contribuyendo a ello.
Pero volvamos a esta edición de la Nueva guía. Le hemos añadido otro aspecto revolucionario. Desde un principio, la TREC fue una forma de «terapia semántica». Tanto el doctor Donald Meichenbaum como otros investigadores han recalcado este aspecto de la terapia; y nosotros estamos de acuerdo con ellos. Pero, como señalamos desde un principio, únicamente los seres humanos, a diferencia de los animales inferiores, se dicen a sí mismos cosas sensatas y cosas disparatadas. Sus creencias, actitudes, opiniones y filosofías toman en gran medida la forma de sentencias interiorizadas o de conversaciones con uno mismo. En consecuencia, las personas pueden modificar las emociones y los comportamientos con los que se perjudican a sí mismas viendo con claridad, discutiendo sus filosofías internas y actuando sobre ellas. Esta teoría fue de lo más revolucionaria cuando la expusimos por vez primera. Desde entonces, se ha visto respaldada en centenares de investigaciones, demostrándose en casi todas ellas que, cuando las personas cambian sus creencias o filosofías acerca de algo, sus emociones y sus comportamientos cambian también de forma significativa. La TREC se situó en la vanguardia al crear la primera terapia de conducta cognitiva moderna (TCC), y la TREC y la TCC son probablemente en la actualidad las formas más populares de terapia en el mundo.
¡Estupendo! Pero, después de practicar la TREC durante dos décadas, y de incluir en ella algunas de las enseñanzas de Alfred Korzybski y de los expertos en semántica general, hemos ido aún más allá para ayudar a nuestros clientes (y a los lectores de este libro) a que tomen conciencia de un aspecto particularmente preocupante de esa conversación con uno mismo, el de generalizar en exceso.
Como ejemplo, vamos a presentar unos cuantos casos habituales sobre cómo ayudamos a nuestros clientes para que dejen de generalizar en exceso.
En la segunda edición de la Guía (que titulamos A New Guide to Rational Living), seguimos las sugerencias de David Bourland, Jr., un destacado seguidor de Korzybski, y utilizamos el E-prime, una forma de lenguaje donde se omiten todas las formas del verbo ser. Así, tradujimos «soy un fracasado» por «he fracasado», y «mis padres son despreciables» por «mis padres suelen criticarme y, en ocasiones, se comportan de forma despreciable». La utilización del E-prime hace que la persona corrija las generalizaciones excesivas, sus pensamientos absolutos. Sin embargo, como ya señalamos en aquella segunda edición, la utilización del E-prime, por sí misma, no previene todo tipo de generalizaciones excesivas. Nos dimos cuenta de que, aunque ayudó a un buen número de nuestros lectores, también hizo que nuestro discurso se hiciera más torpe y complicado. De modo que, aunque no hemos abandonado por completo el E-prime, hemos vuelto al lenguaje normal en esta edición revisada de la Guía.
Al mismo tiempo, hemos ampliado esta tercera edición, la hemos actualizado, y esperamos que durante unas cuantas décadas más pueda presentar con claridad los principios básicos de la Terapia Racional Emotivo-Conductual en un útil y asequible formato de autoayuda. Feliz lectura… ¡y que sea feliz!
Robert A. Harper
Washington, D.C.
Albert Ellis
Albert Ellis Institute for Rational
Emotive Behavior Therapy
Capítulo 1
¿Hasta dónde puede llegar
usted con la autoterapia?
La gente suele decirnos:
—Mire, supongamos que sus principios de Terapia Racional Emotivo-Conductual funcionan realmente. Supongamos que, tal como afirma, es usted capaz de enseñarle a casi cualquier ser humano inteligente a dejar de sentirse desesperadamente desgraciado en prácticamente cualquier situación. Si esto es cierto, ¿por qué no pone por escrito sus teorías en un libro y nos deja que lo leamos? De este modo, nos ahorraríamos un montón de tiempo, de problemas y de dinero en sesiones de psicoterapia.
Y, por regla general, nosotros ponemos objeciones. La autoterapia, señalamos, tiene unas limitaciones muy definidas. A despecho de la claridad con la que uno pueda exponer los principios de la autoayuda, la gente suele malinterpretarlos o distorsionarlos. La gente lee en nuestras sugerencias lo que quiere leer, e ignora algunos de los aspectos más importantes. Simplifican en exceso, eliminan la mayor parte de nuestros «siempres» y «cuandos», «ys» y «peros», y aplican sin ningún cuidado las ideas que nosotros expresamos con toda prudencia a casi cualquier persona y en cualquier situación.
Y lo que es aún peor, muchos lectores hablan mucho y bien de nuestras sugerencias, en las que dicen creer firmemente, pero no las ponen en práctica. «¡No sé cómo darle las gracias —dicen y escriben— por haber escrito tan maravilloso libro! Lo leo una y otra vez, y me ha resultado de una grandísima ayuda.» Pero, si seguimos hablando con ellos, nos solemos encontrar con que han hecho bien poco por seguir nuestro «maravilloso libro»; o, incluso, con que han hecho todo lo contrario de lo que les sugerimos.
La psicoterapia habitual permite comprobar de forma sistemática y periódica si el cliente está captando correctamente los mensajes del terapeuta. Los terapeutas de TREC, terapeutas activo-directivos, no sólo le van a indicar con toda claridad que usted tiene problemas emocionales; también le van a decir que, si quiere superarlos, convendrá que se dé cuenta de que usted piensa y actúa de un modo tal que se perjudica a sí mismo, y que haría mejor en enfrentarse a sus suposiciones irracionales básicas y en actuar de una forma más racional. Le van a empujar para que cambie.
—Muy bien —dice usted, tras unas cuantas sesiones de TREC—, creo que entiendo más o menos lo que usted quiere decirme. Voy a intentar descubrir y cuestionarme esas ideas con las que me perjudico a mí mismo y con las que genero mis trastornos emocionales.
Y usted lo intenta, y no tarda en volver (quizá en la siguiente sesión) y en dar cuenta de progresos significativos. Usted dice, por ejemplo, como nos dijo Tom V.:
—¡Es estupendo! Hice exactamente lo que usted me dijo que hiciera. En lugar de arrastrarme ante mi mujer, como solía hacer, cuando se metió conmigo por haber venido a verle a usted, y por gastarme el dinero en el tratamiento, recordé lo que usted me había dicho, y me pregunté: «¿Qué se cree ella que consigue enfadándose? Apuesto a que, como sugiere el doctor Ellis, lo que está haciendo es encubrir sus debilidades, y quizá pretende sentirse más fuerte saltando sobre mí. Pero esta vez me niego a tomármela tan en serio y a disgustarme por sus debilidades». Y así lo hice. No permití que aquello me perturbara en absoluto.
—¡Estupendo! —dije yo [AE], pensando que quizá este cliente había aprendido de verdad cómo discutir sus propias creencias respecto a sí mismo y a su esposa, y cómo comportarse de un modo más racional—. Y, después de conseguir que aquello no le perturbara, ¿qué hizo usted, cómo se comportó con su esposa?
—¡Oh, resultó de lo más fácil! —dijo el cliente—. Simplemente, me dije a mí mismo de nuevo (lo mismo que me dijo usted, doctor): «No voy a dejar que esta mujer de mentalidad enfermiza se escabulla con todas estas tonterías una vez más. Llevo aguantando demasiado. ¡Ya basta! Y la tomé con ella. No me dio miedo, como ocurría normalmente, y le dije exactamente lo que pensaba de ella; que su comportamiento había sido completamente estúpido, y que usted me había dado la razón en que ella me lo había hecho pasar muy mal. Y le dije que, si seguía fastidiándome con todo aquello, le iba a hacer que se tragara los dientes. ¡Claro que lo iba a hacer! Justo lo que usted me dijo.
—¿Que yo dije qué? ¿Yo le dije a usted eso? —le pregunté horrorizado.
Y en las sesiones que siguieron, repitiéndolo todo cuidadosamente y utilizando los ejemplos más sencillos, para que Tom pudiera comprenderme, conseguí, finalmente, que entendiera lo que yo de verdad quería decir. Sí, aprendió a preguntarse mejor sobre los motivos de su esposa para enfadarse, y a no tomarse demasiado en serio su desaprobación. Pero también aprendió a no condenarla por enfadarse así, a aceptarla con sus enfados, y a intentar ayudarla de corazón, y en la medida de lo posible, para que los superara. Si, en un plazo razonable de tiempo, sus esfuerzos se mostraban estériles, Tom tendría que aceptar de modo realista que, probablemente, su mujer seguiría comportándose así, y podría decidir si quería seguir con ella o no.
Con el tiempo, aprendió a pensar y a actuar de un modo más sensato; pero sólo tras enseñarle más TREC, tras algunas recaídas, y con renovados esfuerzos por aplicar sus puntos de vista de estas enseñanzas.
La psicoterapia es valiosa porque es repetitiva, experimental y revisable. Y no hay libro, casete o serie de conferencias que pueda ofrecer todo esto. Por eso, los autores de este libro llevamos a cabo terapias individuales y de grupo, y nos dedicamos a preparar a otros terapeutas. No esperamos que la mayoría de las personas con problemas emocionales serios los superen sin algún contacto intensivo con un terapeuta competente. ¡Sería estupendo poder hacerlo de otro modo! Pero aceptémoslo: rara vez ocurre esto.
Veamos ahora las cosas desde el otro lado de la valla. Aunque la mayoría de las personas con trastornos emocionales se benefician sólo de forma limitada con la lectura y la audición del material de autoayuda, algunas consiguen beneficios más considerables, como le ocurrió a un ingeniero de cincuenta años, Stan, que vino a mi consulta [AE] después de leer mi libro How to Live with a Neurotic. Stan estaba casado con una mujer problemática, y sus veintiocho años de matrimonio habían sido tremendamente difíciles. Comentó que, hasta que leyó el libro, se enfadaba constantemente con ella. Pero, después de leérselo dos veces, se desvaneció casi toda muestra de ira y vivía en paz con ella, aunque no del todo feliz, y podía proteger con más efectividad a sus tres hijos de algunos de los efectos de su errática conducta.
—Hay un pasaje en el libro que me ayudó de forma muy especial —me dijo—. Después de leer y releer ese pasaje varias veces, la ira contra mi esposa pareció desvanecerse casi por completo, como por arte de magia. Ciertamente, me impactó.
—¿De qué pasaje se trata? —le pregunté.
—En el capítulo sobre cómo vivir con una persona que padece trastornos severos, usted dice: «De acuerdo. Así pues, Jones llega borracho todas las noches y hace mucho ruido. ¿Cómo espera que se vaya a comportar una persona borracha? ¿Sobriamente?». Aquello me impactó realmente. Y me pregunté: «¿Cómo esperas que se vaya a comportar tu loca esposa? ¿Sensatamente?». ¡Ahí cambió todo! ¿Puede creerlo? Desde entonces, me he comportado de un modo muy diferente, y mucho más sensato.
Hasta donde puedo saber, Stan se ha conducido de una forma mucho más racional desde que este pasaje le llegó al corazón, aun cuando, técnicamente, tanto él como mi libro estaban equivocados en cierto modo. Puesto que no existe ninguna persona borracha, sino una persona que bebe con frecuencia o se comporta como si estuviera bebida. Y nadie «está» loco; no somos más que personas que nos comportamos de forma disparatada. Cuando utilizamos términos como borracho o loco, hacemos generalizaciones excesivas y chapuceras. Damos a entender que una persona que bebe demasiado lo hará siempre así y sólo hará eso; y que una persona que se comporta de forma disparatada se va a comportar inevitablemente de este modo. ¡Falso! A los «borrachos» se les puede pasar la borrachera —a veces, para siempre. Y los «locos» se pueden adiestrar para comportarse de un modo mucho más sensato.
En cualquier caso, el lector de How to Live with a Neurotic empezó a ver algo con toda claridad: que no esperemos que las personas que suelen comportarse como si hubieran bebido estén completamente sobrias; ni esperemos que los que se comportan frecuentemente de forma disparatada lo hagan sensatamente. A mis clientes les suelo decir que el camino hacia el infierno está pavimentado con expectativas poco realistas.
Pero hubo otro caso aún más espectacular. Un antiguo cliente mío (de RAH), Bob, se pasó año y medio en el hospital con un diagnóstico de esquizofrenia paranoide. Después, estuvo trabajando para la sociedad durante cinco años, y lo hizo extraordinariamente bien. No sólo se ocupó de su familia, sino que también ayudó considerablemente a otras muchas personas con trastornos.
Pero Bob todavía tenía problemas. Durante un par de años estuvo sin hablar con sus padres (que, como es de esperar, tenían sus propios problemas de personalidad). A punto estuvo también de divorciarse de su mujer. Se abstenía de forma ansiosa de entablar cualquier conversación con otras personas y de hablar de cuestiones íntimas o «embarazosas» con ellas. En muchos aspectos, actuaba constantemente a la defensiva y con mal talante.
Pero se hizo la luz: varias semanas después de encontrarse con el artículo titulado «An Impolite Interview with Albert Ellis», en la revista iconoclasta The Realist, y tras localizar algunos de los principales trabajos que, sobre Terapia Racional Emotivo-Conductual, había publicado en distintas revistas especializadas, Bob pasó por algunos cambios de humor y de mentalidad «como nunca antes me había ocurrido». De repente, descubrió algo muy sencillo: «La gente y las cosas no nos provocan los disgustos. Nos disgustamos nosotros mismos, por creer que los demás nos pueden disgustar».
Esta «fórmula antiinfelicidad» fundamental, que es como la llama Bob, cambió extraordinariamente su vida. Casi de inmediato, volvió a hablar con sus padres, empezó a irle mucho mejor con su mujer y empezó a hablar con la gente de cosas que, durante años, se había abstenido de comentar por temor.
Bob no sólo consiguió desbloquear su pensamiento y su manera de actuar, sino que también se lanzó a hablar con los demás, a repartir folletos, escribir cartas y realizar multitud de cosas que llevaron a una «reacción en cadena» de interés por vivir de forma racional. Después de sólo tres meses de terapia, Bob prosiguió con sus lecturas sobre TREC y empezó a pensar que, si los grandes estadistas se dieran cuenta de que sus enojos no se los provocan los demás sino ellos mismos, se podrían hacer grandes progresos hacia la paz mundial. Tenga razón o no en esto, resulta indudable que Bob consiguió aprender a pensar de forma correcta, y ahora lleva una vida más productiva y tranquila.
Así pues, usted también puede hacerlo. Puede leer u oír hablar de una nueva idea, aplicarla con decisión a su manera de pensar y actuar, y lograr unos cambios sorprendentes en su propia vida. Claro está que no todos podrán o querrán hacerlo. Pero muchos podrán, y algunos querrán. ¿Querrá usted?
La historia nos ofrece algunos ejemplos notables de personas que consiguieron cambiar y ayudaron a cambiar a los demás gracias a su tozudez mental. Zenón de Citio, por ejemplo, que vivió en el siglo iii aC., y fundó la escuela de filosofía griega de los estoicos. El filósofo griego Epicuro, el frigio Epicteto, el emperador romano Marco Aurelio, el judío holandés Baruch Spinoza. Éstos, y otros destacados pensadores racionales, después de conocer las enseñanzas de otros pensadores aún más antiguos (Heráclito y Demócrito, entre otros), de llegar a profundas especulaciones por sí mismos, adoptaron con entusiasmo unas filosofías radicalmente diferentes a sus creencias originales. Pero lo más importante, por lo que respecta al tema que estamos tratando, consiste en que vivieron esas filosofías, actuaron de acuerdo con ellas.
Todo esto, dése cuenta, sin las ventajas de lo que, en la actualidad, llamaríamos psicoterapia. Por supuesto, hay que admitir que se trata de personas excepcionales en la historia de la humanidad. Pero vieron la luz de la razón, y la utilizaron para vivir de un modo más sensato.
Así pues, ¿puede cambiar realmente la base de la personalidad como consecuencia de algo que no sea una psicoterapia intensiva? La mayor parte de las autoridades en este campo dicen rotundamente que no. Así, Sigmund Freud, Otto Rank, Wilhelm Reich, Carl Rogers y Harry Stack Sullivan sostenían firmemente que deben darse ciertas condiciones terapéuticas personales a lo largo de un período de tiempo para que llegue a darse un cambio en la base de la personalidad. Pero sus opiniones no constituyen una evidencia sólida de la necesidad de una terapia prolongada.
¿Cuál es nuestra posición? Las personas con alteraciones de personalidad suelen tener problemas tan arraigados y tan antiguos que se hace necesaria una psicoterapia persistente. Pero esto no significa que siempre vaya a suceder así. Pueden darse profundos cambios de actitudes y de comportamientos a partir de múltiples estados y experiencias. Puede haber una mejoría emocional en la medida en que una persona con problemas atraviese, de un modo u otro, por experiencias vitales significativas, o aprenda algo nuevo a partir de las experiencias de otros, o realice un autoanálisis sincero, o hable con un terapeuta competente.
Por tanto, no vayamos a desestimar la autoterapia por causa de sus limitaciones, pues puede ser eficaz. No cabe duda de que precisamos del autoanálisis para cualquier cambio básico de personalidad. Pues, aún cuando una persona reciba una competente ayuda terapéutica, si no realiza además su propio análisis, un análisis persistente y contundente, no obtendrá más que mejorías superficiales y poco duraderas. Como solemos explicar a nuestros clientes de psicoterapia y orientación matrimonial, nuestras instrucciones en TREC les ayudarán a mejorar, principalmente, gracias a lo que ellos hacen con lo que nosotros les decimos.
Para concretar: aunque un terapeuta puede enseñarle a pensar mejor, en ningún momento van a poder pensar por usted. Aun cuando pueda aconsejarle lo que debe hacer en una situación dada de la vida, y aunque pueda beneficiarse usted con ello, el terapeuta tendrá que conseguir que usted piense por sí mismo, pues, de otro modo, no dejará de depender de él.
En la TREC, particularmente, animamos a nuestros clientes a que hagan bastantes ejercicios entre sesión y sesión. Les asignamos tareas, como la asunción de riesgos, la imaginación racional emotiva y la discusión de creencias irracionales. También les enseñamos técnicas de autogestión, entrenamiento de habilidades y métodos de reforzamiento. La TREC implica, por consiguiente, cierta dosis de autoterapia.
Y esto nos trae hasta uno de los objetivos principales que nos llevó a escribir este libro, pues tenemos la esperanza de que pueda llegar a muchas personas que nunca han recibido ayuda terapéutica. También tenemos la esperanza de que sirva como lectura suplementaria para todos aquellos que sí que han recibido alguna terapia.
Una y otra vez, en nuestra práctica profesional de psicoterapia y de orientación familiar y matrimonial, los clientes nos preguntan:
—¿Qué podemos leer, que nos pueda servir de ayuda mientras avanzamos en la psicoterapia? ¿Dispone usted de alguna relación de lecturas de apoyo al trabajo que vamos a realizar con usted?
Y nosotros les sugerimos algo de material, e incluimos al final de este libro algunas referencias al respecto.
Sin embargo, dado que nosotros hacemos un tipo concreto de tratamiento (TREC), y dado que la mayor parte del material de autoayuda incluye sólo parcialmente algunos de sus principios, hemos escrito (y revisado) el presente volumen para el público en general. Para los terapeutas, tratamos extensamente de la Terapia Racional Emotivo-Conductual en nuestras obras profesionales, como Razón y emoción en psicoterapia, The Practice of Rational Emotive Behavior Therapy y Better, Deeper and More Enduring Brief Therapy.
Para aquellos que quieran obtener de este libro una ayuda personal específica tendremos que advertirles, una vez más, lo siguiente: ningún libro, ni siquiera éste, puede resolver todos sus problemas emocionales. Un libro nunca podrá sustituir a una atención personalizada, dado que cada persona siempre es un caso único. Sin embargo, un buen libro puede complementar bien o reforzar la terapia.
Aún otra advertencia. Recuerde que cada idioma tiene sus limitaciones. Por el hecho de que nosotros, al igual que otros escritores del campo de la salud mental, utilicemos expresiones como «creatividad», «felicidad», «amor», «madurez» y «resolución de problemas», no saque la conclusión de que venimos a ofrecerle el mismo mensaje dulzón de «todo puede convertirse en bonito y hermoso»; mensaje que, quizá, ya haga tiempo que usted consideró y desestimó. En su superficie, algunas de las cosas que decimos pueden sonar a «pensamiento positivo», a vamos-a-orar-por-el-mayor-bien-ismo, a estoicismo rígido o a otros credos utópicos. ¡Decididamente, no! Pruebe a leer los principios de la antiinfelicidad que presentamos en este libro y, luego, intente pensar y actuar según ellos. Póngalos a prueba. ¡Experimente!
Así pues, lea con atención nuestras sugerencias y sea indulgente con nuestras limitaciones —¡y con las suyas propias!—. A despecho de lo buenas que puedan resultar las normas de vida que planteamos, puede que las encuentre sencillas, pero no fáciles. No suponga que, por el hecho de haber leído y comprendido nuestras sugerencias, éstas le van a cambiar milagrosamente. Para cambiar, todavía tendrá ante usted la enorme tarea de ver y cuestionarse esos viejos patrones de comportamiento con los que se perjudica a sí mismo, y aprender nuevas formas de pensar, percibir, sentir y actuar de un modo satisfactorio.
Bueno, ¡que lo piense usted bien!
Capítulo 2
Usted siente normalmente
del mismo modo que piensa
—Lo que dice usted, doctor Harper, parece en principio plausible y sensato. ¡Y me encantaría que la gente funcionara de un modo tan sencillo como dice que lo hace! Pero, francamente, lo que usted y el doctor Ellis llaman su teoría de la Terapia Racional Emotivo-Conductual me suena, cuando uno se mete un poco en ella, muy superficial, antipsicoanalítica y como extraída de las páginas de la revista de la escuela de psicología de cómo-elevarse-en-el-aire-tirando-de-los-cordones-de-los-zapatos.
El que dijo esto, el doctor B., asistía a una conferencia que impartí a un grupo de educadores, a quienes les hablaba de la TREC. Y no andaba del todo descaminado. Algunas de nuestras ideas sobre la TREC suenan ciertamente superficiales. Y se oponen decididamente a los puntos de vista del psicoanálisis ortodoxo —aunque coinciden en parte con las enseñanzas de Alfred Adler, Karen Horney, Harry Stack Sullivan, Erich Fromm, Eric Berne y otros analistas que inciden en la «psicología del ego».
Sin embargo, no pude evitar alegrarme por la reprimenda de aquel crítico; no porque pensara que podría hacerle cambiar de opinión, pues ¿acaso alguien puede desbloquear los prejuicios de un psicoterapeuta cualificado?; y tampoco porque sintiera que tenía que ponerlo en su sitio, sino porque pensaba que sus objeciones me permitirían demostrar al resto de la audiencia uno de los principios fundamentales de la TREC.
—Usted se opone a nuestro punto de vista —dije— de que los sentimientos humanos vienen a coincidir con los pensamientos, y cree que no es posible cambiar las emociones alteradas, cuando yo he dicho que sí que se puede, cambiando principalmente el propio pensamiento. ¿He captado su idea?
—Sí. Llevamos alrededor de un siglo de hallazgos experimentales y clínicos que demuestran lo contrario.
—Quizá tenga razón. Pero supongamos que nos olvidamos de eso por un momento y nos concentramos en la historia de los últimos instantes. Sólo en los últimos instantes, mientras yo daba la charla sobre TREC. Tuvo usted algunos sentimientos intensos, ¿no?
—¡Claro que los tuve! Sentí que usted era un poco idiota y que no debería seguir diciendo tonterías.
—Excelente —dije, mientras el resto de la audiencia aullaba divertida e insistí—. Pero usted también tuvo otra emoción justo antes de levantarse para hablar en mi contra, ¿estoy en lo cierto?
—¿Que yo tuve otra emoción…? ¿A qué clase de emoción se refiere?
—Bueno, yo diría que, a juzgar por la elevación y la desigualdad del tono de su voz mientras hablaba, usted debía sentir un poco de ansiedad ante el hecho de ponerse de pie en medio de toda esta gente y expresar en voz alta sus opiniones en contra mía. ¿Estoy equivocado en eso?
—Mmm… —mi antagonista vaciló durante unos segundos, mientras las sonrisas cómplices de las personas de la audiencia se ponían de mi parte—. No. Supongo que no está del todo equivocado. Sentí algo de ansiedad justo antes de hablar y durante la primera parte de lo que dije; pero ahora no siento ansiedad.
—De acuerdo. Exactamente lo que imaginaba. Así pues, tuvo usted dos emociones mientras yo hablaba: enojo y ansiedad. Y ahora, justo en este momento, parece que no sienta nada de todo eso. ¿Correcto?
—Sin duda. No me siento ansioso ni enfadado, aunque quizá siento un poco de lástima por usted, por intentar mantener una posición insostenible
¡Touché! Una vez más las sonrisas le respaldaron.
—Bueno. Quizá examinemos el sentimiento de lástima por mí un poco más tarde. Pero volvamos por un momento a la ansiedad y el en-fado. ¿Me equivoco al suponer que, por detrás de su enfado, había una cadena de sentencias del tipo de: «¡Este idiota de Harper, y ese otro cretino colega suyo, Ellis, no hacen más que decir tonterías! ¿Acaso nadie le va a impedir que siga aburriéndonos con todas estas bobadas, en una reunión de carácter científico!».
—¡Exactamente! ¿Cómo lo adivinó? —Y, una vez más, el coro de risitas le hizo sentirse respaldado.
Por mi parte, proseguí:
—¡Intuición clínica! De cualquier manera, usted tuvo esos pensamientos y, al pensar así, se enfadó. Nuestra tesis de la Terapia Racional Emotivo-Conductual sostiene exactamente eso: que en sus pensamientos, «El doctor Harper no sólo dice bobadas, sino que, además, no debería hacerlo», se encuentra el verdadero origen de su enfado. Por otra parte, en este momento, creemos que ya no está enfadado, porque usted ha sustituido el pensamiento original por otro bastante diferente, a saber: «Oh, bueno, si el doctor Harper se cree estas tonterías, y si el pobre diablo quiere seguir creyéndolo, se trata de su problema». Y estos nuevos pensamientos, afirmamos el doctor Ellis y yo, se encuentran en el núcleo de su actual estado emocional, que usted describe con toda exactitud, así lo creo, como «lástima».
Antes de que mi oponente pudiera decir nada más, intervino otra persona de la audiencia:
—Suponiendo que esté en lo cierto respecto a los orígenes de los sentimientos de enfado y de lástima del doctor B., ¿qué pasaría con la ansiedad?
—De acuerdo con las teorías de la Terapia Racional Emotivo-Conductual —respondí—, la ansiedad se le desencadenó del siguiente modo. Mientras yo hablaba, y mientras él se incitaba a sí mismo el enfado diciéndose lo mal que me estaba conduciendo yo (y que no debería hacer eso), el doctor B. también se estuvo diciendo algo parecido a esto: «¡Sólo espera a que Harper haga una pausa! ¡Vas a ver! Lo que le voy a decir demostrará lo idiota que es (y lo inteligente que soy yo al ponerlo en evidencia delante de todos). Ahora vas a ver la que armo, en cuanto tenga ocasión de intervenir. Y después —sugerí a continuación—, el doctor B. pensó en diversas frases para iniciar su intervención, rechazando algunas de ellas con rapidez; pensó en otras que podrían funcionar, y siguió buscando otras aún mejores con las que destrozar mis puntos de vista. Sin embargo, no sólo intentó reunir la mejor serie de frases y sentencias que pudo utilizar contra mí, sino que también siguió diciéndose a sí mismo: «¿Qué pensarán las demás personas que hay en la sala? ¿Pensarán que me comporto de forma tan estúpida como Harper? ¿Se dejarán persuadir por su carisma? ¿Pensarán que estoy celoso de su éxito y del de Ellis con los clientes y con sus libros? ¿Realmente, hago bien abriendo mi bocaza contra él? Propongo la hipótesis —dije— de que estas sentencias autogeneradas por el doctor B. le llevaron a sentirse ansioso. ¿Acierto, doctor B.?».
—No está del todo equivocado —accedió mi oponente, con cierto tinte rojizo de embarazo en su rostro—. Pero, ¿acaso no nos decimos todos cosas como ésas antes de ponernos de pie para hablar de cualquier cosa en público?
—Ciertamente, la inmensa mayoría lo hacemos —convine con cordialidad—. Y, créame, utilizo aquí sus creencias interiorizadas sólo como ejemplo, porque ilustran lo que, virtualmente, hacemos todos. Pero eso precisamente ilustra mi punto de vista: que debido a que no dejamos de decirnos este tipo de cosas, nos sentimos ansiosos antes de hablar en público. Frecuentemente, nos decimos, en primer lugar «si me equivoco, se me va a caer la cara de vergüenza delante de toda esta gente», y en segundo lugar, y mucho más importante, «yo no debería cometer un error así y que se me cayera la cara de vergüenza delante de todos. Si lo hiciera, ¡sería terrible!». Porque debido precisamente a que tenemos estas creencias catastrofistas, empezamos a sentirnos ansiosos casi de inmediato. Pero si pudiéramos decirnos sólo la primera sentencia: «Si me equivoco, se me va a caer la cara de vergüenza delante de toda esta gente», y nos dijéramos algo bastante diferente en lugar de la segunda sentencia, algo como por ejemplo: «¡Bueno! Si cometo un error y se me cae la cara de vergüenza, no me va a gustar, pero tampoco tiene por qué resultar terrible». Si creyéramos en esta filosofía, prácticamente nunca nos sentiríamos ansiosos.
—Pero, suponiendo que usted, doctor Harper, esté en lo cierto respecto a cómo generó su ansiedad el doctor B. —volvió a preguntar el mismo educador de antes—, ¿cómo explica su posterior desaparición, en los términos de su teoría de la TREC?
—Muy sencillo. Tras hacer acopio de suficiente coraje como para hablar, a despecho de esa ansiedad autogenerada, el doctor B. se dio cuenta de que, aunque la situación le había resultado en parte sonrojante, aquello no era el fin del mundo, y nada horrible había sucedido. Lo peor que le ocurrió fue descubrir que yo me había mantenido en pie ante su asalto y que algunas personas de la audiencia estaban de mi parte, aunque también había algunas de la suya. De modo que cambió sus creencias interiorizadas por algo parecido a esto: «Oh, bueno. Harper sigue sin entender lo que digo, y sigue sin ver sus errores. Y algunos otros están de su parte. ¡Maldición! Siempre hay alguien que se deja embaucar; tendría que haberlo supuesto. Esperaré el momento oportuno, seguiré mostrando mi desacuerdo con sus estúpidos puntos de vista y, si aun así no convenzo a nadie más, siempre podré mostrar lo lastimoso que resulta el doctor Harper con su postura». Con estas nuevas creencias, unas creencias anti-aterrorizadoras, el doctor B. ha conseguido disipar la ansiedad que, previamente, se había generado a sí mismo, para empezar a sentir, como con toda exactitud expresó, más lástima que enfado. ¿Correcto?
Mi oponente vaciló de nuevo un momento y, después, respondió:
—Sólo puedo decir y repetir que sólo tiene razón en parte. Pero todavía no me convence del todo.
—Ni yo esperaba convencerle. Sólo quería utilizar su propio ejemplo para inducirle a usted a que aportara alguna idea adicional, y para animar a la audiencia a que hiciera lo mismo. Quizá la Terapia Racional Emotivo-Conductual sea, como dice, algo superficial y huera. Yo sólo pido que ustedes, los educadores, le den una oportunidad honesta, para que comprueben ustedes mismos si funciona o no.
Hasta donde puedo saber, nunca llegué a convencer a mi oponente de la solidez de la TREC. Pero muchas personas de la audiencia comenzaron a darse cuenta de que las emociones humanas no aparecen por arte de magia, y que no surgen de nuestras necesidades y deseos inconscientes, sino que surgen casi siempre directamente de pensamientos, actitudes o creencias, y que por regla general podemos cambiarlas notablemente modificando nuestro pensamiento.
Cuando comenzamos a reflexionar y a escribir acerca de la Terapia Racional Emotivo-Conductual (TREC), en la segunda mitad de la década de los cincuenta, no pudimos recurrir más que a un escaso material de investigación para respaldar la idea de que las personas no se disgustan por las buenas, sino que se disgustan a sí mismas convenciéndose devotamente, en el punto B, de ciertas creencias irracionales acerca de lo que les ocurre (las experiencias activadoras o las adversidades de sus vidas) en el punto A. El campo de la psicología cognitiva, por entonces en sus primeros estadios, estaba compuesto por psicólogos poco comunes, como Magda Arnold y Rudolf Arnheim, que, ya en los sesenta, veían que las emociones estaban estrechamente ligadas al pensamiento. Desde entonces, centenares —sí, centenares— de estudios de investigación han dado soporte a este descubrimiento. Mejor aún, más de mil estudios publicados hasta el momento han demostrado que si a las personas emocionalmente alteradas se les enseña a cambiar sus creencias irracionales (IB) con las que se perjudican a sí mismos, mejoran significativamente sus sentimientos y sus comportamientos. Entre los experimentadores que han llevado a cabo estos estudios se encuentran Aaron Beck, Howard Barlow, Jerry Deffenbacher, Raymond DiGiuseppe, Windy Dryden, Irene Elkin, Albert Ellis, Marvin Goldfried, Howard Kassinove, Arnold Lazarus, Richard Lazarus, Donald Meichenbaum, Paul Woods y otros.
Según estos investigadores, tenemos ahora evidencias considerables de que los seres humanos sentimos por regla general del mismo modo en que pensamos —y también que normalmente pensamos del modo en que sentimos. La teoría básica de la TREC, al igual que la de la mayor parte de las otras Terapias Cognitivo-Conductuales (TCC) que la siguieron una década después de sus inicios en 1955, sostiene que los seres humanos tienen unos objetivos y valores básicos (O), y que, cuando estos se frustran o se bloquean, las personas se comportan con frecuencia —aunque no siempre— de forma constructiva y de forma destructiva (perjudicándose a sí mismas) de acuerdo con estos ABC de trastornos emocionales y comportamentales:
O (Objetivos y valores.) Seguir vivo y sentirse razonablemente feliz o satisfecho 1) consigo mismo, 2) en sus relaciones con los demás, 3) en cuanto a lo que produce y lo que consigue, 4) siendo original y creativo, 5) disfrutando de actividades físicas, emocionales y mentales.
A2 (Experiencias activadoras o adversidades.) Acontecimientos, encuentros, experiencias o pensamientos que interfieren con o le impiden alcanzar sus objetivos (O). Ejemplos: fracasar en objetivos importantes; ser tratado mal por los demás; verse privado de placeres; estar enfermo o minusválido.
B3 (Creencias, ideas y filosofías acerca de las (A) adversidades.)
IB4 (Creencias irracionales acerca de las adversidades. Exigencia intensa de que no ocurran en absoluto.) Ejemplos: «¡En modo alguno debo fracasar en mi trabajo y ser una escoria por ello!». «¡La gente nunca debería tratarme injustamente y hacerse despreciables por ello!» «¡Tiene que dejar de llover, para que yo pueda continuar con mi partido de tenis! ¡Sería absolutamente terrible que no dejara de llover!» «¡No debería tener la gripe, y no puedo soportar tener tanto dolor!»
RB5 (Creencias racionales acerca de las adversidades. Preferencias y deseos de que no ocurran.) Ejemplos: «No me agrada fracasar en mi trabajo». «Odio que la gente me trate injustamente.» «Deseo que deje de llover, para poder seguir con el partido de tenis.» «Aborrezco la gripe, y sentir tanto dolor.»
C6 (Resultados o consecuencias de las adversidades y de las creencias acerca de las adversidades, sentimientos y comportamientos que surgen de las interacciones entre A y B.)
(Resultados malsanos o sentimientos y comportamientos destructivos que provienen de las interacciones entre las A y las IB.) Ejemplos: sentimientos de horror y depresión cuando fracasa en el trabajo. Negarse a mejorar sus propias habilidades y buscar otro empleo. Sentimientos reivindicativos y de ira cuando los demás le tratan injustamente. Obsesionarse por ello y planear vengarse de ellos. Sentimientos de baja tolerancia a la frustración y furia por tener que dejar el partido de tenis a causa de la lluvia. Maldecir al cielo y negarse a buscar otra cosa entretenida que hacer. Sentimientos de depresión y lástima de uno mismo por tener la gripe. No dejar de pensar en el «horror» de su dolor, con lo que empeora aún más.
(Resultados saludables o sentimientos y comportamientos constructivos que surgen de las interacciones entre las A y las RB.) Ejemplos: sentimientos de pesar y decepción cuando se fracasa en el trabajo. Determinación y acción para mejorar las habilidades. Sentimientos de desagrado y decepción cuando la gente le trata injustamente. Hacer esfuerzos para conseguir que le traten de forma justa o para que dejen de incomodarle. Sentimientos de frustración y molestia cuando la lluvia interfiere en su partido de tenis. Intentar encontrar otras actividades entretenidas. Sentimientos de tristeza y frustración cuando le asalta a uno la gripe y tiene dolor. Intentar aliviar el dolor, distraerse y no pensar en él y hacer lo que sea por disfrutar a pesar de todo de la vida.
Esto nos lleva de nuevo a la tesis principal de esta Nueva guía para una vida racional. Sin pretender ser dogmáticos, podemos decir que muy probablemente usted aprenderá a vivir de un modo más satisfactorio y creativo, y con menos trastornos, si establece contacto con y revisa algunos de sus pensamientos engañosos. En las próximas páginas, vamos a respaldar este importante punto de vista de la TREC.
2 «A» corresponde al inglés: Activating Experiences or Adversities. (N. del T.)
3 «B» corresponde al inglés: Beliefs, ideas and philosophies about Adversities. (N. del T.)
4 «IB» corresponde al inglés: Irrational Beliefs about Adversities. (N. del T.)
5 «RB» corresponde al inglés: Rational Beliefs about Adversities. (N. del T.)
6 «C» corresponde al inglés: Consequences or results of Adversities and Beliefs about Adversities. (N. del T.)
Capítulo 3
Sentirse bien pensando
del modo adecuado
—¿Qué quieren decir ustedes con eso de que la persona tiene que organizar y disciplinar su pensamiento racionalmente? —suelen preguntarnos nuestros clientes, nuestros amigos y otros profesionales.
—Exactamente, eso. Sólo lo que estamos diciendo.
—Pero cuando ustedes dicen que, organizando y disciplinando su pensamiento de forma racional y realista, una persona puede vivir una vida plenamente creativa y emocionalmente satisfactoria, hacen que esa «vida» suene a algo frío, intelectual, mecánico y casi desagradable.
—Puede que dé esa impresión. Pero, ¿no cree que suena a eso debido a que padres, profesores (¡y terapeutas!) nos hacen creer que podemos «vivir con intensidad» y «sacarle el máximo partido a la vida» sólo a través de experiencias altamente «emotivas»? ¿Acaso los novelistas y los dramaturgos, al justificar algunos de sus propios excesos «emotivos», no suelen difundir la idea de que no podremos decir que estamos realmente «vivos» a menos que viajemos en esa montaña rusa que lleva desde la más profunda depresión hasta la dicha maníaca, para luego volver a caer en las ciénagas de la desesperación?
—¡Oh, venga ya! ¿No estarán exagerando?
—Sí, probablemente. Pero, ¿y usted, no exagera también?
—No. ¡No me digan que en sus propias vidas se comportan siempre con sangre fría, sin perder los estribos en ningún momento, sin sentir nunca ninguna pena, ningún dolor, ni alegría, ni euforia, sin sentir nada!
—Esperamos no comportarnos así. Y podemos conseguir la declaración jurada de todas nuestras esposas, novias, amigos y compañeros de trabajo del pasado y del presente para demostrarlo. Pero, ¿acaso alguien ha dicho que un pensamiento racional y bien organizado es incompatible con una emotividad intensa?
—Al menos, suena a eso. Y, hasta el momento, ustedes, los terapeutas racionales, no han hecho nada por demostrar lo contrario. ¿Cómo van a refutar nuestra impresión de que la racionalidad nos hace demasiado fríos?
—Nosotros no tenemos por qué refutar sus hipótesis. Usted supone que por el mero hecho de que la razón pueda interferir en una emoción intensa (y admitimos decididamente que sí que puede), tiene que bloquearla. ¿Cuándo y cómo demostrará eso?
—Un buen planteamiento —suelen admitir las personas que nos preguntan—. El razonamiento no necesariamente tiene que interferir en un sentimiento intenso, pero ¿acaso no suele suceder así?
—No, no siempre sucede eso. El razonamiento bloquea normalmente las emociones insanas o perjudiciales para uno mismo. De hecho, nosotros sostenemos que, dado que el sentimiento va unido al pensamiento, cuanto más piense la gente de forma racional, menos probabilidades habrá de que generen y mantengan sentimientos perjudiciales.
—Entonces, ustedes están admitiendo prácticamente nuestra acusación —suelen intervenir las personas que nos cuestionan en este punto—. Acaban de admitir que el pensamiento racional deja a un lado las emociones intensas.
—¡Nada de eso! Usted ha sustituido de forma ilegítima la palabra «intensa», que nosotros no hemos utilizado, por nuestras palabras «insanas» y «perjudiciales».
—¡Pero qué cosa más tonta! ¿Acaso no significan lo mismo?
—No necesariamente. Una emoción intensa puede tener lugar cuando consigue algo importante y valioso para sí mismo. Así, puede que desee amar intensamente, encontrar a una persona con unas características que le agraden y amarla intensamente. Quizá también exprese su amor de una forma bastante constructiva, tratando a la persona amada con cariño y ganándose su compañía. Y sus sentimientos amorosos quizá le lleven a trabajar con más ahínco, a escribir poemas o a hacer otras cosas productivas. Por el contrario, el amor perjudicial o desordenado es difícil que le lleve a consecuencias de este tipo.
—Así pues, ustedes afirman que, aunque las emociones desordenadas son en gran medida incompatibles con el pensamiento racional, las emociones sanas sí que son compatibles con la racionalidad. ¿Correcto?
—Sí. Sostenemos que el pensamiento racional lleva normalmente a un incremento en las emociones placenteras. Pues la razón humana, si se utiliza del modo apropiado, le permite a la persona minimizar los sentimientos perjudiciales; y, por encima de todo, el pánico o la ira desordenados. Con posterioridad, tenderán a aparecer tendencias y emociones más placenteras. Incluso las emociones no placenteras, como una pena o un pesar intensos, nos pueden llevar a la consecución de aquellas cosas que queremos en la vida; pues, cuando las utilizamos como indicios de que algo no ha ido bien y conviene corregirlo, nos permiten minimizar las experiencias indeseables (como el fracaso o el rechazo) que nos llevan a sentirnos dolidos y apesadumbrados.
—Muy interesante. Pero esto no deja de ser su hipótesis, y ustedes no tienen más remedio que sustentarlo.
—Exacto. Y vamos a presentar una considerable cantidad de datos clínicos, experimentales, personales y de otro tipo en el resto de páginas de este libro. Pero las evidencias más importantes son las que usted se puede proporcionar a sí mismo.
—¿Quién? ¿Yo?
—Sí. Usted. Si de verdad quiere ver si nuestras teorías son valiosas, conserve por todos los medios su escepticismo; pero, de vez en cuando, y de forma experimental y dése también la oportunidad de poner a prueba nuestros puntos de vista racionales. Tome alguna de sus desdi-chas (sentimientos de vergüenza, depresión o enojo que le estén causando estragos) y ponga a prueba, de verdad ponga a prueba, algunos de nuestros métodos cognitivos, emocionales y comportamentales para reducir esos sentimientos. No acepte lo que estamos diciendo por una cuestión de fe. Ponga a prueba nuestras ideas. Vea qué resultados consigue.
—Parece razonable. Quizá lo intente.
—De acuerdo, entonces. Veamos si podemos respaldar nuestras teorías del pensamiento racional y de una sana emotividad.
Al llegar aquí, esbozamos normalmente algunas de las ideas básicas de la Terapia Racional Emotivo-Conductual acerca de los pensamientos y las emociones.
Los sentimientos humanos surgen en gran medida del pensamiento. ¿Significa esto que usted puede (o debe) controlar todas sus emociones a través de la razón? No exactamente.
Como ser humano, cuatro procesos básicos le permiten sobrevivir y ser feliz:
1. Percibe o siente (ve, saborea, huele, siente, oye).
2. Siente o se emociona (ama, odia, teme, se siente contento o triste).
3. Se mueve o actúa (camina, come, nada, trepa y juega).
4. Razona o piensa (recuerda, imagina, especula, concluye, resuelve problemas).
Normalmente, usted experimenta estos cuatro procesos básicos de forma conjunta. Tomemos, por ejemplo, la percepción. Cuando percibe o siente algo (por ejemplo, cuando ve una manzana), tiende también a pensar en ello (piensa en comérsela); tiene algunos sentimientos al respecto (la desea o no la desea); y hace algo al respecto (la toma o la deja).
De forma parecida, si se mueve o actúa (pongamos que coge un palo), también percibirá lo que hace (por ejemplo, verse cogiendo el palo); pensará en lo que hace (imagina lo que podría hacer con ese palo en particular); y tendrá alguna emoción al respecto (le agradará o no).
Otro más: si piensa en algo (por ejemplo, en un crucigrama), tenderá simultáneamente a percibirlo (verlo); a sentir algo sobre él (reaccionar favorable o desfavorablemente); y a actuar de acuerdo con ello (tomar el lápiz y ponerse a escribir).
Por último, si tiene una emoción al respecto de algo (pongamos por caso que odia a otras personas), tenderá también a percibirlas (verlas, oírlas, tocarlas); a pensar en ellas (recordarlas, plantearse cómo evitarlas); y a tomar algún tipo de acción al respecto (huir de esas personas).
Así pues, funcionamos de forma holística (percibiendo, actuando, pensando y sintiendo simultáneamente). Nuestros cuatro modos básicos de relación con el mundo no funcionan por separado, comenzando cada uno de ellos donde los otros lo dejan. Se superponen todos entre sí, y denotan aspectos diferentes de nuestra existencia.
Así, el pensamiento, además de los cambios bioeléctricos constantes que conlleva en el cerebro, y de abarcar el recuerdo, el aprendizaje y la resolución de problemas, supone también (y, en cierta medida, tiene que suponer necesariamente) determinados comportamientos sensoriales, motrices y emocionales.
Por tanto, en lugar de decir vagamente, como solemos hacer, «Jones piensa en este rompecabezas», podríamos decir más concretamente que «Jones percibe-actúa-siente-y-piensa en este rompecabezas». Sin embargo, dado que los motivos de Jones respecto al rompecabezas quizá se centren principalmente en resolverlo, y sólo ocasionalmente en verlo, manipularlo y sentirlo, podemos decir que piensa en el rompecabezas, sin hacer mención específica a que también percibe, actúa y siente con relación a él. Pero haríamos bien en no olvidar que Jones (como cualquier otra persona) no dispone realmente de la habilidad de únicamente pensar en el rompecabezas, salvo durante lapsos de uno o dos segundos.
Pregunta: Dado que disponemos de cuatro procesos vitales básicos, y dado que no podemos separar el pensamiento de la percepción, la acción y el sentimiento, ¿por qué le hemos de dar tanta importancia a la TREC?
Respuesta: