Una oportunidad para el amor - Maureen Child - E-Book
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Una oportunidad para el amor E-Book

Maureen Child

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Beschreibung

El marine Jeff Hunter jamás habría podido imaginar las palabras con las que lo iba a recibir Kelly Rogan a su vuelta a casa. La noticia de que tenía una hija hizo que le temblaran hasta las botas de militar; pero, una vez tuvo a la pequeña en brazos, supo que haría cualquier cosa para conservar tanto el amor de la niña como el de la madre. Sin embargo, Kelly rechazó su proposición porque no quería obligarlo a aceptar sus responsabilidades como padre. Jeff nunca había sentido por una mujer lo que ahora sentía por la madre de su hija. De un modo u otro, tenía que demostrar que su comportamiento no estaba impulsado por el deber, sino por el amor.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Maureen Child

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una oportunidad para el amor, n.º 1101 - abril 2018

Título original: His Baby!

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-217-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

En la oscuridad de una noche sin luna, las balas mordían la tierra y se incrustaban en los arbustos y árboles que lo rodeaban. Jeff Hunter sabía que el enemigo disparaba a ciegas. Escondido como estaba, con toda seguridad no podían verlo. Pero eso no significaba que uno de ellos no lograra dar en el blanco.

Con la cabeza baja, el fusil bien agarrado, utilizó los codos y rodillas para arrastrarse hacia la playa. La lancha de rescate lo esperaba. Sabía que el resto de su grupo de Reconocimiento ya estaba a bordo. Era el último hombre todavía en tierra. Como siempre.

Las explosiones en serie sacudían la noche. Jeff hizo una mueca burlona y continuó reptando entre las plantas, cada vez más cerca de su salvación. No miraba hacia atrás. No tenía que hacerlo. Conocía su oficio y lo hacía bien. Tal como estaba programado, las explosiones se sucedían a su alrededor, sembrando la destrucción por doquier. Las llamas iluminaban súbitamente la oscuridad, y Jeff podía distinguir sombras imprecisas que se movían cerca de él como almas en pena. «Misión cumplida», pensó.

Arrastrándose aún más rápido, ignoró el tableteo de las balas, el retumbar del infierno detrás de él y los gritos frenéticos del enemigo que lo buscaba entre la vegetación.

Al salir de la maleza, se puso de pie y, agachado, corrió velozmente los últimos metros que lo separaban de la lancha. Esa era la parte más peligrosa de la misión, porque no contaba con la protección de los arbustos. Una recta y desnuda franja de playa se interponía entre él y la seguridad. Doblado en dos, Jeff estableció un nuevo récord mundial de carrera. Guiado por el instinto, esquivó un par de cargas que detonaron en la noche calurosa.

A toda prisa, Jeff se internó en el agua y luego nadó hasta alcanzar la lancha de goma Zodiac, un fuera borda, que lo esperaba con el motor en marcha.

Unas manos ansiosas lo agarraron del chaleco Kevlar y lo alzaron a bordo de la Zodiac. Durante un minuto, quedó tendido cuan largo era mientras intentaba recobrar el aliento. ¡Lo había logrado! Y ahí estaba su equipo, sus amigos. ¡Diantre! Su familia, en suma.

–Te salvaste por un pelo, chico, aunque casi nos quedamos en la playa –refunfuñó Deke al tiempo que aceleraba precipitadamente. En su veloz recorrido, la lancha dejaba tras de sí una estela de espuma blanca.

¡Diablos!, sí que funcionaba bien la máquina. Cuando se acercaron a la playa habían tenido que remar, pero en ese momento, ya no importaba el ruido que hicieran.

Jeff miró al hombre con una sonrisa.

–Sí, sí. ¡Deja ya de gimotear! Mientras las damas estaban seguras a bordo, yo me empeñaba ahí abajo en salvar a la humanidad –gritó para hacerse oír por encima del ruido del motor.

Con la cabeza hacia atrás, Deke se echó a reír con unos gritos de alegría, como para celebrar que aún estaban vivos.

–Muy gracioso –J.T. bromeó a voz en cuello–. Y nosotros esperando al señorito, solo a él, amontonados en la lancha. Éramos un blanco tan fácil, que ni siquiera un recluta recién alistado hubiera podido errar. Y todavía nos insulta.

–Sí –Travis mantenía el fusil apuntado hacia la playa. Lo hacía para cubrir la retirada, por si algún enemigo, superviviente a las explosiones, disparaba sobre ellos–. Me parece que este tipo chochea de puro viejo. Tal vez deberíamos tirarlo por la borda y obligarle a nadar un poco.

Deke enfiló hacia el barco que aguardaba, casi invisible, a unos pocos kilómetros de la costa, a estribor.

–No –opinó, con la vista fija hacia adelante–. Algún tiburón podría arrancarle un pedazo y envenenarse. No me parece justo hacerle eso a un pobre bicho.

Jeff rio para sí y se recostó. Podía hacerlo; los muchachos controlaban bien la situación. En unos cuantos minutos los recogería el barco y, dentro de cinco días, todos estarían de permiso.

El primer permiso en una misión tan larga.

La luna se asomó tras una hilera de nubes, y a la lechosa luz, Jeff contempló las caras que lo rodeaban. La pintura de camuflaje oscurecía las facciones de sus compañeros, igual que las suyas. Los ojos y los dientes de todos resaltaban en la oscuridad. Bromas aparte, él les había confiado su vida. Como tantas veces.

Luego desvió la mirada al otro hombre sentado junto a ellos. Era la razón de la presencia del equipo en ese lugar. Era el hombre que habían ido a rescatar.

Un diplomático que había permanecido demasiado tiempo en un país hostil, y que de pronto se convirtió en persona non grata. Hacía un mes que el enemigo lo mantenía como rehén. Estaba claro que ya había perdido la esperanza de regresar a casa. Hasta que, una noche, Deke había abierto con un cuchillo la parte trasera de la tienda del prisionero. «Marines de los Estados Unidos», había susurrado.

Diantre, el hombre casi se había echado a llorar. Jeff habría podido jurar que si hubiera estado en su mano, los habría recibido con banda de música.

En ese momento permanecía sentado, inclinado hacia adelante, como si en esa posición pudiera apresurar su llegada al hogar.

Jeff lo comprendía. Él también tenía prisa por volver a los Estados Unidos. Habían pasado dieciocho meses desde su marcha. Dieciocho meses sin ver a Kelly.

En la oscuridad, acompañado del zumbido de los motores y del distante estruendo de las explosiones que rompían el silencio, Jeff se relajó por primera vez en diez horas y dejó vagar la mente. De vuelta a aquella noche. La última que había pasado con la mujer que se posesionaba de todos sus sueños.

 

 

Kelly se acercó, y él la atrajo más hacia su cuerpo al tiempo que sentía la tibieza de la piel desnuda contra la suya. Todo había sucedido durante un permiso de dos semanas. La historia empezó el primer día, cuando la había sacado del agua, inconsciente. Ese día ella practicaba surf; de pronto perdió el equilibrio y la tabla la golpeó en la cabeza.

Una vez en la playa, le había practicado la respiración boca a boca y, desde estonces, no habían dejado de practicarla. Nunca había experimentado nada parecido en su vida.

Ese tumulto de emociones. Esa maraña de sentimientos. Esa increíble mezcla de necesidad y deseo.

Y al fin llegó la última noche para ellos. En la madrugada tendría que embarcarse, sabe Dios a qué destino. Tampoco sabía cuándo podría volver. Jeff la mantenía estrechamente unida a su cuerpo, mientras intentaba borrar de su mente la imagen de la despedida.

–Estas dos semanas han pasado demasiado rápido –murmuró ella mientras sus dedos recorrían suavemente el vello del pecho de su compañero.

–Sí –Jeff aspiró el fresco aroma floral de su cabello–. Es verdad.

Ella alzó la cabeza para mirarlo.

–¿A qué hora debes marcharte?

A la tenue luz de las velas, la larga melena ensortijada resplandecía en diversos tonos dorado rojizos, que le hacían recordar los fuegos nocturnos–. Temprano. Debo presentarme a las seis en la base.

Ella echó un vistazo al despertador puesto en la mesilla de noche.

–Solo es medianoche. Todavía tenemos algunas horas.

–No son suficientes –declaró Jeff.

Había algo en esa mujer que le hacía olvidar todo lo que existía en el mundo. Lo único que deseaba era permanecer encerrado con ella en esa habitación, y quedarse allí para siempre.

Pero eso no era posible. Así que lo mejor sería no perder el tiempo en deseos irrealizables. Jeff rodeó la cara de ella entre sus manos y con los pulgares le dio unos golpecitos en las mejillas. Luego se tendió sobre el cuerpo femenino.

–¿Me echarás de menos? –preguntó sumido en el color verde bosque de los ojos femeninos.

La comisura de la boca de Kelly se curvó en una sonrisa traviesa.

–Puede ser –murmuró al tiempo que sus dedos recorrían la espalda de Jeff y le hacían sentir un fuego abrasador–. Tal vez tú podrías volver a recordarme lo que voy a echar de menos.

–Creo que puedo –murmuró mientras le acariciaba los pechos.

–Sí –dijo ella entre suspiros–, ya empiezo a recordar.

Las palabras quedaron suspendidas en el aire durante un largo minuto. Él esperaba. Al fin ella abrió los ojos y lo miró.

–Volveré a ti, Kelly. No sé cuándo. Pero volveré.

Ella tomó la cara de él entre su manos y lo atrajo hacia su rostro.

–¿Prometido?

Él le besó la palma de la mano.

–Sí, amor mío. Prometido.

Luego la besó apasionadamente al tiempo que se obligaba a recordar ese instante. Recordarlo todo. Su aroma, su sabor, su contacto. Quería conservar todo claramente en la memoria para poder revivirlo, no importaba dónde estuviera o qué hiciera.

Ella suspiró y él aspiró ese aliento para llevarse una parte de ella en su interior. La caricia del beso se prolongó de mil diversas maneras mientras el fuego se apoderaba de ellos y amenazaba con devorarlos.

Las manos de Jeff se deslizaron por las curvas del cuerpo femenino; quería delinearlas, aprenderlas con sus dedos y grabarlas en la memoria. Mientras tanto, sentía que una mano de ella le recorría lentamente la espalda hasta posarse en los glúteos. Con los dientes apretados, intentó controlarse. Pero sus dedos eran un delicioso tormento, y ella lo sabía.

En un momento dado, Jeff le tomó la mano y la colocó en la almohada, junto a la cabeza.

–¿Algún problema? –preguntó ella con una chispa de fingida inocencia en los ojos.

–Ninguno –murmuró Jeff al tiempo que la cubría con todo su cuerpo.

–Me alegro –Kelly alzó las caderas para recibirlo gozosamente en su interior.

Las piernas de Kelly rodearon las caderas de Jeff mientras enlazaba su cuello con ambos brazos. Ambos iniciaron un ritmo armónico, absolutamente compenetrados, cada vez más impetuoso, hasta que juntos alcanzaron las cumbres del placer.

Con ella, Jeff había encontrado algo inesperado. Algo que aún no podía precisar, ni siquiera qué hacer con él. Sin embargo, en un instante comprendió que era algo que no quería perder y que pronto iba a tener que abandonar.

Como una revelación cegadora, Jeff supo que separarse de ella sería la experiencia más difícil de su vida.

 

 

Y lo había sido. Dieciocho meses de infierno. Pero iba a regresar. Cumplía su promesa de volver. Y esperaba con ansia que ella también hubiera cumplido la suya. Sería un duro golpe haberla mantenido en el recuerdo durante tanto tiempo y que ella no le hubiera dedicado ni un solo pensamiento.

La lancha Zodiac chocó contra un costado del destructor, y el golpe sordo arrancó a Jeff de sus pensamientos.

Desde la embarcación lanzaron una escala de cuerdas. Mientras J.T. y Travis ayudaban al diplomático a trepar, Deke miró a Jeff.

–¿Otra vez pensando en esa mujer, chico?

Jeff le lanzó una mirada, aunque no hubiera debido sorprenderle la pregunta. Los compañeros habían oído mucho sobre Kelly en las largas noches inactivas, mientras esperaban que empezara el jaleo.

–Líbreme el cielo de estar pensando en tipos como vosotros.

–Adivino que es la dueña de tus pensamientos –afirmó Deke con una sonrisa–. Al menos por la forma en que hablas de ella. ¿Y esa pelirroja tuya tiene alguna hermana? –no era la primera vez que hacía la misma pregunta.

–No lo sé –replicó Jeff. Tenía que admitir que nunca habían hablado de sus respectivas familias–. Pero te lo haré saber.

–Bueno –dijo Deke mientras enrollaba una cuerda–. Cinco días más, y despertaremos en casa.

Jeff consultó su reloj. Eran las doce y diez.

–Cuatro días –corrigió al tiempo que se colgaba el arma en el hombro antes de empezar a subir la escala. Cuatro días más. Entonces despertaría, tomaría el primer vuelo a California y llamaría a la puerta de Kelly.

Con un breve balanceo de piernas, Jeff saltó a bordo. Le hizo muy bien la sensación de volver a pisar la cubierta de un barco. Luego, mientras ayudaba a sacar la lancha del agua, su mente volvió a retomar el hilo de los pensamientos.

Tras dieciocho meses de postales y una breve llamada telefónica, al fin podría abrazarla, besarla, saborearla. Entonces se encerrarían en la habitación de ella y solo saldrían de allí cuando se estuvieran muriendo de hambre.

 

 

Kelly Rogan miró la última postal de Jeff Hunter. Había sido enviada hacía más de dos semanas, no sabía desde qué lugar del mundo. Nunca le dijo dónde se encontraba. Al parecer, el destino de un marine era alto secreto. Pero al mirar las postales, a veces podía deducir de dónde provenían. Como por ejemplo, la vez que recibió una preciosa de la Torre de Eiffel. Pero la que tenía en las manos solo enseñaba palmeras y playas. Diantre, eso podía ser cualquier lugar entre Hawai, Fiji o Vietnam.

Sin embargo, no tenía importancia. Lo que importaba era el texto. Otra vez leyó las palabras, aunque las sabía de memoria.

 

Vuelvo a casa. Estaré allí a finales de marzo. Tengo treinta días de permiso. No puedo soportar más el anhelo de verte.

Jeff.

 

Finales de marzo. Eso significaba que a partir de ese día, podría llegar en cualquier momento. Y Kelly no estaba segura de saber cómo le afectaba la noticia. Después de todo, aquel permiso de dos semanas de Jeff había cambiado su vida para siempre.

Muchas veces, en los dieciocho meses pasados, había jugado al «que habría sucedido si». ¿Qué habría sucedido si no hubiera ido a practicar surf ese día? ¿Qué habría sucedido si Jeff no hubiera sido su salvador? ¿Qué habría sucedido si no hubiera mirado sus ojos azules?

En todo caso era un juego inútil. Se había internado en el mar. Casi se había ahogado. Jeff la había rescatado. Y por primera vez en su vida un tanto anodina, Kelly actuó espontáneamente. Había vivido el momento. Había tenido una aventura increíblemente apasionada, de dos semanas, con un desconocido alto y moreno. Y, como suele decirse, el resto era historia.

En ese momento, todo lo que importaba era enfrentarse a Jeff y contarle lo que no había sido capaz de decirle durante tanto tiempo. Kelly esperaba ser capaz de hablar, antes de que uno de sus hermanos decidiera matarlo.

Capítulo Dos

 

Jeff dejó el coche prestado en el estacionamiento del hotel Shore Breakers, dispuesto a caminar las cinco manzanas que lo separaban de la casa de Kelly. En esas estrechas calles, de una sola dirección, no era fácil encontrar estacionamiento, así que Jeff intentó disfrutar el paseo por el tranquilo barrio residencial. Para ser un hombre acostumbrado a misiones peligrosas en cualquier rincón del mundo, apreciaba la libertad de un tranquilo paseo por las tardes, sin tener que vigilar a sus espaldas.

Pero en ese momento no quería recordar su trabajo. Durante el próximo mes solo quería pensar en Kelly.

De pronto le llegó una suave brisa del mar. Jeff sentía que el viento lo empujaba, aunque no necesitaba más estímulos.

Poco antes, se había registrado en el hotel. Una vez en la habitación, dejó el bolso de viaje sobre la cama y partió de inmediato a casa de Kelly. Podría haberse quedado en la base, pero cuando estaba de permiso le gustaba olvidarse de todo lo relacionado con su trabajo. Después de dieciocho meses de malvivir en lugares indescriptibles, pensaba que podía permitirse algunos lujos. Como la Jacuzzi que había en el cuarto de baño.

Con una sonrisa apresuró el paso. Sí, quería ver a Kelly en esa inmensa bañera y hacer algunos experimentos bajo los chorros de agua.

Su cuerpo reaccionó de inmediato. Mejor sería controlar sus pensamientos o no podría seguir adelante. Sin embargo, le parecía que cuanto más se aproximaba a la casa de Kelly, más difícil le era pensar en algo que no fuera ella.

Unas risas lo sacaron de su ensoñación. Un grupo de chicos en monopatines pasaron a toda prisa junto a él. Sus risas inocentes quedaron suspendidas en el aire. Jeff ni siquiera recordaba haber tenido esa edad.

Tras su último hogar adoptivo, se había alistado de inmediato en el Cuerpo de Marines y nunca había vuelto la vista atrás. No valía la pena recordar el pasado. No había sido divertido, así que, ¿para qué diablos gastar el tiempo en recuerdos tristes?

Las casas aparecían alineadas, una junto a la otra, con pequeños patios delanteros. Aunque eran reducidas, el hecho de estar situadas a una manzana de la playa compensaba cualquier incomodidad. La mayoría tenía unos cincuenta años de antigüedad, aunque muchas habían sido remodeladas y convertidas en pisos de dos o tres plantas.

Era el típico barrio residencial, con demasiados vecinos, niños y perros, que Jeff habría evitado como la peste.

–No es nada bueno que un hombre se sienta más a gusto en un campo de batalla que en un vecindario –murmuró con una sonrisa.