Vampíricas vacaciones y otros cuentos de risa - Fabián Sevilla - E-Book

Vampíricas vacaciones y otros cuentos de risa E-Book

Fabián Sevilla

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Beschreibung

En este libro de Fabián Sevilla, los vampiros, a quienes Drácula, el más famoso de todos ellos, llevó a la fama, nos obligan a mostrar los colmillos. Claro que no para morder, sino para soltar la carcajada. Los once cuentos que integran este ejemplar componen un humorístico muestrario de absurdos y desatinos.

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Índice de contenido
Vampíricas vacaciones y otros cuentos de risa
Portada
Vampíricas vacaciones
Requetenamoradisísimo, requeteinsistidorsísimo, requeteromantiquisísimo, requetedesmedidísimo
¡Maldita luna llena!
Los espectrales Pérez
Esta tardecita hay una Tierra, ¡tan romántica!
El cotozambillador ya no cotozambilla. Cuento para aumentar el diccionario
El agitado día de Ester Non
¿Dónde rayos estoy?
Tema: La vaca
Peter Contropus y señora
El secreto de las cañerías
Biografías
Legales
Sobre el trabajo editorial
Contratapa

Vampíricas vacaciones

y otros cuentos de risa

Fabián Sevilla

Ilustraciones:

Gerardo Baró

Vampíricas vacaciones

No era un buen año para Drácula. Tenía todo tipo de problemas: se había quebrado los colmillos debido a que, por equivocación o falta de atención, le mordió el cuello a un maniquí. Su ataúd era víctima de las termitas y cuando terminaba de aspirar el aserrín que le dejaban aquellos bichos angurrientos, ya era la hora del crepúsculo. El municipio había iniciado una campaña de erradicación de murciélagos. Y como si algo faltara, encima le habían cerrado la cuenta en el banco de sangre.

Estaba estresado, de mal humor, al borde del colapso emocional.

Decidió tomarse vacaciones.

No le haría mal cambiar un poco el pesado y asqueroso aire de su castillo por el de algún sitio con bellos paisajes, escaso ruido, nada de smog y, muy importante, con un montón de cuellos para succionar a ver si le volvía el hambre (el estrés lo tenía inapetente).

Esperó a que se pusiera un poco el sol y se fue a una agencia de viajes.

El empleado lo vio entrar vestido de traje, cruzado por pesadas cadenas de oro, usando esa lujosísima capa negra y pensó: Este es un viajero de primera.

—Buenas noches. Quisiera que me ofreciera algún paquete turístico pensado como para el reposo eterno –le solicitó Drácula.

El empleado le pidió que se sentara.

—¿Qué tiene en mente? –le preguntó mientras sobre el escritorio desplegaba decenas de folletitos, folletos, folletones.

—Sorpréndame –le respondió el vampiro que acababa de romper su chanchito y estaba dispuesto a pagar lo que fuera por sus vacaciones.

Es de los derrochones, pensó el otro. Y ahí nomás comenzó a ofrecerle posibles destinos para alguien que, por el atuendo y la actitud nomás, se veía que tenía mucho, mucho, dinero.

—Le recomiendo conocer algún sitio de nuestro país. Por ejemplo, la Patagonia.

—Me gusta –comentó ilusionado el hematófago viajero.

—Una linda provincia es Santa Cruz.

Ahí, el cliente se puso de pie y emitió un larguísimo: "¡aajjjjjjjjjjjjjjj!". Y al ver cómo lo miraba el empleado, aclaró:

—Nada que esté santificado ni que tenga una cruz a mil kilómetros a la redonda –exigió espantado.

—Entonces, le sugiero una cabañita en las costas de los lagos del Sur. Son tan cristalinos que parecen espejos. Podría pasarse horas mirándose en ellos.

Drácula creyó que le estaba tomando el pelo. ¿Acaso ese desinformado empleado de agencia no sabía que un vampiro no tiene reflejo?

—Mejor ofrézcame algo más divertido –le rebatió.

—¡Cómo no! Podría visitar el interior de Córdoba. Ahí hay un pueblito, muy famoso porque crían caballos pura sangre…

Al vampiro se le iluminaron sus rojizos ojitos.

—… está muy cerca de la estancia "Las Estacas", que...

Drácula oyó aquel nombre, sintió escalofríos y se puso una mano en el corazón.

—¡Ni muerto! Bueno, ni vivo iría a un lugar con un nombre tan peligroso para alguien como yo.

El empleado cambió de geografía.

—Si no le gusta el ambiente rural, entonces puedo ofrecerle la playa. Mar del Plata es un destino magnífico, radiante, ideal para sacarle las ojeras y ese tono amarillento de la cara –y le mostró un folleto que en el frente tenía un solcito primorosamente dibujado.

Fue sólo cuestión de ver aquel dibujo y Drácula se envolvió ampulosamente el rostro con su capa al grito desesperado de:

—¡Aléjelo! ¡Aléjelo de mí! O voy a derretirme como una vela aquí mismo.

Sorprendido y con miedo de espantar al cliente, extraño por cierto, el hombre hizo un bollo con el folleto y le mostró otro.

—Si no le gusta ese lugar, puedo recomendarle Mar de Ajó.

Entonces, Drácula sintió náuseas. ¿Acaso aquel desconsiderado operador turístico no sabía que el ajo para un vampiro era como el perejil para un loro?

—No vuelva a repetir esa palabra o ya mismo me paro y me voy volando –le advirtió todavía mareado.

De inmediato, el otro buscó entre los folletitos, folletos, folletones y creyó hallar el destino que conformaría a un cliente con tan pocas pulgas como ese.

—Como lo noto algo, ¿cómo decirlo?, alterado, creo que le convendría irse a las Termas de Río Hondo.

—Me va gustando. ¿Y qué puedo hacer ahí?

—Lo principal son sus termas. Se podría decir que las aguas están benditas.

¡Para qué! Drácula pegó un salto, quedó parado sobre la silla como si hubiera visto un ratón y comenzó a gritar:

—¡YO VENGO A QUE ME VENDA UN VIAJE Y USTED QUIERE ENVIARME DERECHO A MI DESTRUCCIÓN!

Solo luego de que pudo calmarlo, el hombre buscó y rebuscó entre los folletitos, folletos, folletones. Pero siempre el vampiro le ponía algún reparo del modo más estrepitoso.

Harto de tantos peros, el empleado lo miró como para destrozarlo y le preguntó:

—¿Por qué no me dice usted a qué lugares no quiere ir y la hacemos corta?

El vampiro se puso el dedo en la boca para pensar. Y de lo más caprichoso, le pidió algún lugar donde la noche durara mucho tiempo y aún así, la gente no se fuera a dormir.

El desorientado empleado revisó uno por uno los folletitos, folletos, folletones que le quedaban. Entonces halló el territorio ideal para dar respuesta a tan extravagante pedido: la Antártida.

—En el polo sur geográfico, el día dura seis meses y la noche, los otros seis meses del año. Justo están en la temporada que le va a venir como anillo al dedo –le informó esperando un nuevo ataque de no, no y no.

—¡De veras! ¿No me miente? –quiso saber Drácula, que ya desconfiaba de todo lo que el tipo le dijera.

—Para nada. Eso se debe a que el eje de rotación de la Tierra está inclinado con respecto a su plano de órbita alrededor del… usted ya sabe de qué –le explicó evitando siquiera pronunciar la "s" de sol.

Si bien Drácula no le entendió un comino, quedó convencido. Pagó y a las dos horas partió en un vuelo nocturno rumbo a la Antártida.

Apenas llegó hizo un hueco en un témpano de hielo y ahí enterró, o mejor dicho, enhieló su ataúd. Y si bien casi vuelve a morirse, pero de frío, se sintió a gusto cuando, en efecto, comprobó lo larga que era la noche ahí.

El problema era que no había suficientes yugulares como para alimentarse. Por eso, debía esperar a que cada tres semanas un barco le trajera una caja con helado de frutillas.

Y así se pasó aquellas vacaciones. Recuperó, por fin, su humor, su tranquilidad y mientras lamía aquellos helados rojísimos, se imaginaba que era sangre congelada y en palito.

Requetenamoradisísimo, requeteinsistidorsísimo, requeteromantiquisísimo, requetedesmedidísimo

Desde el primer día en el Jardín de Infantes, Julián estuvo enamorado de Analía. ¿Enamorado? Eso es decir poco. ¡Estaba requetenamoradisísimo de ella!

Y una tardecita, cuando ya iban a quinto grado, la esperó a la salida del cole. Apenas la vio salir, se le plantó enfrente y le confesó:

—¡Te amo... pero te amo requetemuchisísimo!

Una vez que Analía se recuperó del aturdimiento, lo miró un segundo. Su boca dibujó una media sonrisa y simplemente le dijo:

—¡Qué pena tan grande! Porque yo no te amo ni requetemuchisísimo ni requetenadisísima –y se fue, dejándolo hecho estopa.

Julián además era insistidor. ¿Insistidor? Es poco decir. ¡Era requeteinsistidorsísimo! Y además, muy romántico. ¿Romántico? Eso no es nada. ¡Requeterromantiquisísimo!

Si de frente, ella lo había rechazado, sin dudas, podría convencerla a fuerza de enviarle cartas de amor, como su abu le había contado que antes hacían quienes estaban requetenamoradisísimos.