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Los días eran abrasadores en el rancho Skylance, ¡pero las noches eran aún más calientes! Diana Palmer, autora best seller del New York Times y del USA Today, lleva a sus lectores a Branntville, Texas, para relatarnos la historia de Cort Brannt. Las mujeres entraban a raudales en la vida del heredero del rancho Skylance, pero el guapo lobo solitario se deshacía de ellas enseguida. Hasta que una vecina hermosa y vivaracha se cruzó en su camino. ¿Habría encontrado el soltero más codiciado de Branntville la horma de su zapato?
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Seitenzahl: 220
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2012 Diana Palmer. Todos los derechos reservados.
AMOR FRÁGIL, Nº 1974 - abril 2013
Título original: The Rancher
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-3038-7
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Maddie Lane estaba preocupada. Estaba en medio del corral y solo veía gallinas. Las había rojas, blancas y con manchas grises, pero todas eran gallinas y faltaba alguien, Pumpkin, su hermoso gallo. Sabía dónde estaría probablemente y apretó los dientes. Iba a tener problemas otra vez. Se apartó de la cara el pelo corto, rubio y ondulado e hizo una mueca de fastidio. Volvió a mirar por el corral con sus ojos grises bien abiertos y con la remota esperanza de que Pumpkin estuviera buscando gusanos y no cowboys.
—¡Pumpkin!
Su tía abuela Sadie salió a la puerta. Era baja y un poco regordeta, tenía poco pelo gris y corto, llevaba gafas y la miró con preocupación.
—He visto que iba hacia la casa de los Brannt, Maddie —dijo la anciana mientras salía al porche—. Lo siento.
—Tendré que ir a buscarlo —gruñó Maddie—. ¡Cort va a matarme!
—No te ha matado todavía —replicó Sadie—. También habría podido pegarle un tiro a Pumpkin…
—¡Porque ha fallado!
Maddie resopló y se llevó las manos a las estrechas caderas. Tenía un cuerpo un poco parecido al de un niño. No era ni alta ni baja, pero era esbelta y podía trabajar en el rancho, que era lo que hacía. Su padre le había enseñado a criar ganado, a venderlo, a planificarlo y a presupuestarlo. El rancho era más bien pequeño, nada especial, pero le sacaba algo de dinero. Todo había ido muy bien hasta que decidió que quería poner en marcha un negocio de huevos orgánicos y compró a Pumpkin porque un coyote había matado al otro gallo y a algunas gallinas.
—¡Es bueno como un corderillo! —le aseguró el vendedor—. Tiene un pedigrí fantástico y es muy buen reproductor, ¡te irá de maravilla con él!
Efectivamente, lo metió en el corral de las gallinas y lo primero que hizo fue atacar al viejo Ben Harrison, el capataz, cuando empezó a recoger los huevos.
—Deshazte de él inmediatamente —le avisó Ben mientras ella le curaba las heridas de los brazos.
—Se adaptará. Está algo nervioso porque es un sitio nuevo para él —le aseguró Maddie.
Se rio al recordar aquella conversación. Podría haber devuelto al gallo metido en una caja al vendedor, pero le tomó cariño a ese asesino con plumas. Desgraciadamente, a Cort Brannt no le pasó lo mismo.
Cort Matthew Brannt era el hombre con el que soñaba cualquier mujer. Era alto, musculoso, sin que se notara, culto y tocaba la guitarra como un profesional. Tenía el pelo muy moreno y ligeramente ondulado, unos ojos marrones enormes y una boca tan sensual que había soñado muchas veces con besarla. El inconveniente era que Cort estaba enamorado de Odalie Everett, su otra vecina. Odalie era la hija de Cole Everett, un próspero ranchero, y de su esposa Heather, quien había sido cantante y compositora de canciones. Tenía dos hermanos, John y Tanner. John seguía viviendo allí, pero Tanner vivía en Europa y nadie hablaba de él. A Odalie le encantaba la ópera, tenía una voz tan bonita como la de su madre y quería ser soprano profesional. Eso exigía una formación muy especializada.
Cort quería casarse con Odalie, pero ella no podía verlo ni en pintura. Se había ido a Italia para estudiar con un famoso maestro de canto. Cort estaba muy alterado y la cosa se complicaba si su gallo no paraba de meterse en sus tierras y de atacarlo.
—¡No entiendo por qué se empeña en ir hasta allí para atacar a Cort! —exclamó Maddie—. Quiero decir, ¡aquí también hay cowboys!
—Cort le tiró un rastrillo la última vez que vino para ver uno de tus toros —le recordó Sadie.
—Yo le tiro cosas todo el rato.
—Sí, pero Cort lo persiguió, lo agarró de las patas y lo llevó al corral para que lo vieran las gallinas. Le hirió en su orgullo —le explicó Sadie.
—¿Tú crees?
—Lo gallos son impredecibles. ¡Ese en concreto debería haber servido para hacer caldo! —exclamó la mujer en un tono muy impropio de ella.
—¡Tía abuela!
—Mi hermano, tu abuelo, lo habría matado la primera vez que te arañó.
—Me lo imagino —Maddie sonrió—, pero a mí no me gusta matar animales, ni a gallos malintencionados.
—Cort podría matarlo por ti si supiera disparar —replicó Sadie con cierto desprecio—. Si me cargas esa escopeta del calibre veintiocho que hay en el armario, lo haré yo.
—¡Tía abuela!
—Es odioso. Quise ir a cuidar un poco las gallinas y me persiguió hasta la casa. Es insoportable que un gallo pueda aterrorizar a todo el rancho. Si te atreves, pregúntale a Ben qué le parece. ¡Si le dejaras, lo atropellaría con un camión!
—Efectivamente, creo que Pumpkin es aterrador —Maddie suspiró—. Bueno, es posible que Cort se ocupe de él de una vez por todas y pueda traer a un gallo bueno y simpático.
—Según mi experiencia, eso no existe —afirmó la anciana—. En cuanto a que Cort se ocupe de él… —la mujer señaló con la cabeza hacia la carretera.
Maddie hizo una mueca de disgusto. Una camioneta negra y enorme se dirigía dando bandazos hacia la casa. Evidentemente, la conducía alguien muy furioso. La camioneta se detuvo con un frenazo delante del porche y todas las gallinas salieron corriendo a buscar refugio en el corral.
—Fantástico —farfulló Maddie—. Ya no podrán huevos durante dos días porque las ha aterrado.
—Será mejor que te preocupes por ti misma —le aconsejó su tía abuela—. ¡Hola, Cort! Qué alegría verte —añadió con un gesto de la mano mientras entraba en la casa apresuradamente.
Maddie se mordió la lengua para no llamarla «cobarde». Se preparó mientras un cowboy alto, delgado, con vaqueros, botas, camisa de tela vaquera y un sombrero texano negro inclinado sobre un ojo se dirigía directamente a ella. Supo que quería comérsela.
—¡Lo siento! —exclamó ella levantando las manos—. Haré algo, ¡lo prometo!
—Andy acabó en una boñiga de vaca —gruñó él—. Eso no es nada en comparación con lo que les pasó a los demás mientras lo perseguían. ¡Yo caí de cabeza en el foso desparasitador!
No podía reírse, no podía reírse, no podía reírse…
—¡Basta! —gritó él.
Ella estaba doblada por la mitad solo con imaginarse al impresionante Cort boca abajo en esa sustancia apestosa donde metían al ganado para evitar enfermedades.
—Lo siento, de verdad… —Maddie tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para dejar de reírse y adoptar una expresión un poco seria—. Sigue gritándome, de verdad, no me importa.
—¡Tu maldito gallo va acabar en el estómago de mis empleados si no lo retienes aquí!
—Claro, podría contratar a un batallón de ejército que no esté de servicio para que venga la semana que viene —Maddie lo miró con ojos burlones—. Si tus hombres y tú no habéis podido atraparlo, ¿cómo esperas que lo haga yo?
—Lo atrapé el primer día que vino —le recordó él.
—Sí, pero eso fue hace tres meses y él acababa de llegar. Ya ha aprendido las técnicas de evasión. Me pregunto si no se habrán planteado emplear gallos como animales de ataque en el ejército. Debería proponérselo a alguien.
—Yo te propongo que encuentres la manera de que no se escape antes de que recurra a los tribunales.
—¿Vas a denunciarme por un gallo? —preguntó ella—. Sería un titular buenísimo. Ranchero rico y próspero denuncia a una pobre ranchera con dos palmos de terreno porque le ha atacado un gallo. ¿Le gustaría a tu padre leer ese titular en el periódico local? —preguntó ella con una sonrisa algo titubeante.
—Me arriesgaré si vuelve a atacarme, lo digo en serio.
—Yo también. Pediré al veterinario que me recete algún tranquilizante para Pumpkin —dijo ella en tono jocoso antes de fruncir el ceño—. ¿No se te ha ocurrido pedirle a tu médico de cabecera que te recete alguno a ti? Pareces muy tenso.
—¡Estoy tenso porque tu maldito gallo no deja de atacarme! ¡En mi maldito rancho!
—Bueno, entiendo que es estresante que te ataque a ti y a todos —sabía que lo que iba a decir iba a enfurecerlo, pero tenía que saberlo—. Creo que Odalie Everett se ha marchado a Italia…
—¿Desde cuándo te interesa Odalie? —preguntó él en un tono gélido y amenazante.
—Comentaba el último cotilleo… —ella lo miró—. A lo mejor deberías estudiar ópera…
—Eres una víbora —replicó él con furia—. ¡Como si tú pudieras dar una nota sin desafinar!
—¡Podría cantar si quisiera! —exclamó ella sonrojándose.
—Claro —él la miró de arriba abajo—. ¿Y también te pondrías guapa de repente por cantar?
Ella palideció.
—Eres demasiado delgada, demasiado plana y demasiado normal y corriente para gustarme. Además, tienes demasiado poco talento, para que lo sepas —siguió él sin disimular el desdén.
Ella se irguió todo lo que pudo, aunque solo le llegó a la barbilla, y lo miró con rabia y dignidad.
—Gracias. Estaba preguntándome por qué no me miraban los hombres. Me alegro de saber el motivo.
Su orgullo herido le llegó al alma y se sintió mezquino.
—No quería decir eso… —dijo él al cabo de un rato.
Ella se dio la vuelta porque no quería llorar delante de él. A él le dolió su vulnerabilidad y fue detrás de ella.
—Madeline…
Ella se dio media vuelta y sus ojos grises lo miraron como ascuas. Su delicado cutis estaba rojo y tenía los puños cerrados al lado de los muslos.
—Te crees irresistible para las mujeres, ¿verdad? ¡Te diré algo! Durante años has contado con tu belleza para conseguir lo que querías, pero no has conseguido a Odalie, ¿verdad?
—Odalie no es asunto tuyo —contestó él en un tono suave y muy peligroso.
—Al parecer, tampoco lo es tuyo —replicó ella.
Él se dio media vuelta y volvió de dos zancadas a su camioneta.
—¡Y ni se te ocurra volver a asustar a mis gallinas!
Él se montó, dio un portazo, encendió el motor y salió a toda velocidad hacia la carretera.
—Ya no pondrán durante tres días —dijo Maddie en voz alta.
Se dio la vuelta cabizbaja y subió los escalones del porche. Estaba encaprichada de Cort desde que tenía dieciséis años. Naturalmente, él no se había fijado en ella. Ni siquiera para bromear como hacían otros hombres. Se limitaba a pasar por alto su existencia, menos cuando lo atacaba su gallo. En ese momento, ya sabía el motivo, ya sabía lo que pensaba de ella.
Su tía abuela estaba esperándola junto a la puerta.
—No tenía motivos para decirte eso. ¡Será engreído!
Maddie intentó contener las lágrimas, pero no lo consiguió y Sadie la abrazó con fuerza.
—No le hagas caso. Estaba furioso y ha querido hacerte daño porque has mencionado a su adorada Odalie. Ella es demasiado para un cowboy. Al menos, eso se cree ella.
—Es guapa y rica y tiene talento, pero también Cort —balbució ella—. Si se unieran los ranchos Big Spur, de los Everett, y Skylance, de los Brannt, sería increíble.
—Pero Odalie no quiere a Cort y, seguramente, no lo querrá nunca.
—Es posible que no sienta lo mismo cuando vuelva —replicó Maddie—. Podría cambiar… Él siempre la ha rondado, le ha mandado flores y todas esas cosas tan románticas. La repentina separación podría abrirle los ojos y a lo mejor se da cuenta del buen partido que es.
—O amas a alguien o no lo amas —aseguró la mujer en tono sereno.
—¿Tú crees?
—Te haré un bizcocho. Eso te animará.
—Gracias, eres un encanto —Maddie se secó los ojos—. Bueno, al menos, he perdido todas las ilusiones. Ahora podré ocuparme del rancho y dejaré de soñar con un hombre que se cree demasiado para mí.
—Ningún hombre es demasiado para ti, cariño. Eres de oro puro y no permitas que nadie te diga otra cosa.
A última hora de la tarde, cuando fue a meter a las gallinas en el gallinero para protegerlas de los depredadores nocturnos, Pumpkin estaba donde tenía que estar, en el corral.
—Vas a conseguir que me denuncien, gamberro de plumas rojas.
Maddie llevaba una rama y la tapa de una lata para ir metiendo a las gallinas en el gallinero. Pumpkin bajó la cabeza y la atacó, pero se golpeó con la tapa.
—Te lo tienes merecido, asesino con plumas —dijo ella arremetiendo contra él.
Pumpkin se metió corriendo en el gallinero. Maddie cerró la puerta con pestillo y suspiró.
—Tiene que librarse de él, señorita Maddie —murmuró Ben mientras se acercaba—. Estaría buenísimo con ciruelas.
—¡No voy a comerme a Pumpkin!
—Muy bien… —él se encogió de hombros—. Me lo comeré yo.
—Tú tampoco vas a comértelo, Ben.
Él hizo una mueca y siguió andando. Ella entró en la casa para lavarse las manos. Se las miró. No eran elegantes. Tenían las uñas cortas y eran prácticas, pero no bonitas. Se acordó de los largos dedos de Odalie mientras tocaba el órgano en la iglesia, porque podía cantar mientras tocaba. Era una mujer impresionante, salvo por su actitud tan esnob, y no le extrañó que Cort estuviera enamorado de ella.
Se miró en el espejo que había encima del lavabo e hizo un gesto de disgusto. Era normal y corriente. Naturalmente, nunca se maquillaba ni se ponía perfume porque trabajaba de sol a sol en el rancho. Aunque tampoco sería más guapa ni tendría los pechos más grandes por el maquillaje… Era agradable de ver, como mucho, pero Cort quería belleza, cerebro y talento.
—Vas a acabar siendo un vieja solterona con un gallo que aterroriza a todos los vecinos —se dijo en voz alta.
Se rio y pensó hacer un cartel con la foto de Pumpkin y la leyenda de Se busca vivo o muerto. También se imaginó el rancho lleno de hombres armados si ofrecía una buena recompensa.
—Estás como una cabra —se dijo a sí misma antes de volver al trabajo.
Cort Brannt se bajó de la camioneta, dio un portazo y fue hacia la casa de su rancho. Estaba furioso y abochornado. Shelby Brannt, su guapa madre, lo miró mientras cruzaba la sala.
—Vaya, no pareces muy contento —comentó ella.
Él se detuvo, la miró, se dio la vuelta, se quitó el sombrero y se sentó al lado de ella en el sofá.
—Ese gallo otra vez, ¿no? —le preguntó ella en tono burlón.
—¿Cómo lo has adivinado? —preguntó él con los ojos muy abiertos.
Ella intentó no reírse, pero no lo consiguió.
—Tu padre pasó por aquí y estaba partiéndose de la risa. Me contó que la mitad de los cowboys estaban a punto de cargar los rifles para salir a cazar a ese gallo cuando te fuiste en la camioneta. Se preguntó si no tendríamos que buscarte un abogado…
—No le disparé a ella, pero le dije cosas espantosas.
Él encogió los inmensos hombros con las manos entre las piernas y la mirada clavada en la alfombra. Shelby dejó la revista europea de moda que estaba leyendo. Cuando era joven, fue una cotizada modelo antes de casarse con King Brannt.
—¿Quieres hablar de ello, Matt?
—Cort —le corrigió él con una sonrisa.
—Cort —aceptó ella con un suspiro—. Tu padre y yo te llamábamos Matt hasta que fuiste un poco mayor y me cuesta…
—Bueno, a Morie también la llamabais Dana, ¿no?
—Era una broma entre nosotros —contestó Shelby entre risas—. Algún día te lo contaré. Bueno, cuéntamelo tú.
Su madre siempre le aliviaba cuando algo lo abrumaba. Nunca había podido hablar con su padre de asuntos personales aunque lo adoraba. Su madre y él estaban en la misma longitud de onda, era como si ella pudiera leerle el pensamiento.
—Estaba muy furioso —reconoció él—. Ella no paraba de hacer bromas sobre ese maldito gallo. Entonces, me soltó una pulla sobre Odalie y yo… yo no pude contenerme.
Ella sabía que Odalie era una espina que su hijo llevaba clavada en el corazón.
—Siento mucho cómo acabaron las cosas, Cort, pero siempre hay esperanza, no lo olvides.
—Le mandé rosas, le canté, la llamé solo para hablar… Le dio igual. Ese profesor italiano de canto la invitó y ella se montó en el primer vuelo a Roma.
—Ella quiere ser cantante, ya lo sabes. Siempre lo has sabido. Su madre también tiene una voz maravillosa.
—Sí, pero Heather nunca quiso ser famosa, quiso a Cole Everett.
—Era un hombre difícil, como tu padre —Shelby sacudió la cabeza—. No fue un camino de rosas hasta el altar, como tampoco lo fue el de Heather y Cole. John Everett, el hermano de Odalie, y tú fuisteis buenos amigos, ¿qué ha pasado?
—Su hermana. Ella se cansó de verme por su casa jugando con videojuegos y no lo disimuló. John dejó de invitarme. Yo lo invité aquí, pero él se metió en el mundo de los rodeos y dejé de verlo. Seguimos siendo amigos a pesar de todo.
—Es una buena persona.
—Sí.
Shelby se levantó y le revolvió el pelo a su hijo.
—Tú también eres una buena persona.
—Gracias —dijo él riéndose levemente.
—Intenta no darle muchas vueltas a las cosas —le aconsejó ella—. Deja que sigan su curso durante un tiempo. Eres muy vehemente, como tu padre. Es posible que Odalie se dé cuenta algún día de que eres el sol que ilumina su firmamento y vuelva a casa. Sin embargo, tienes que dejarle que intente volar sola. Ha viajado, pero siempre ha ido con sus padres. Esta es la primera vez que puede sentirse libre, déjale que lo disfrute.
—¿Aunque se complique la vida con ese italiano?
—Aun así. Es su vida. No quieres que la gente te diga lo que tienes que hacer aunque sea por tu bien, ¿verdad?
—Si vas a recordarme aquella vez que me dijiste que no me subiera al tejado del establo y…
—Fue la primera vez que te rompiste un brazo. Ni siquiera te dije que ya te lo había advertido.
—No —reconoció él mirándose los dedos entrelazados—. Maddie Lane me desquicia, pero nunca debí decirle que era fea y que ningún hombre la querría.
—¿Le dijiste eso? —le preguntó su madre con el ceño fruncido—. ¡Cort…!
—Lo sé —él suspiró—. No estuve muy acertado. No es mala persona, pero tiene unas ideas disparatadas sobre los animales. Ese gallo va a hacerle mucho daño a alguien algún día, es posible que incluso le arranque un ojo, pero a ella le parece gracioso.
—No se da cuenta de que es peligroso —replicó su madre.
—No quiere darse cuenta. Está desbordada por esas ideas de la ampliación. Huevos de gallinas que no están enjauladas… No tiene capital para meterse en algo así y, seguramente, estará infringiendo media docena de leyes al vendérselos a los restaurantes.
—Necesita dinero —le recordó Shelby en tono sombrío—. Como muchos rancheros, hasta nosotros. La sequía está matándonos. Maddie tiene pocas cabezas de ganado y no puede comprarles pienso si se queda sin cosecha de maíz. Su programa de cría ya está perdiendo dinero. Su padre era un buen ranchero y le enseñó muchas cosas al tuyo sobre la cría de toros, pero Maddie no tiene experiencia. Se metió a fondo cuando su padre murió, pero lo hizo por necesidad, no pudo hacer otra cosa. Estoy segura de que habría preferido dibujar a intentar criar terneros.
—Dibujar… —repitió él con desprecio.
—Cort, ¿nunca te has fijado en eso? —le preguntó ella señalándole un cuadro muy bonito de una ninfa en un campo de margaritas.
—No está mal —contestó él mirándolo—. ¿No lo compraste el año pasado en una exposición?
—Se lo compré a Maddie el año pasado.
Él frunció el ceño, se levantó y fue a mirar el cuadro de cerca.
—¿Lo dibujó ella?
—Sí. Vendía dos dibujos al pastel en aquella exposición. Este era uno. También hace unas esculturas pequeñas y preciosas de ninfas, pero no le gusta enseñarlas a la gente. Le dije que debería dibujar profesionalmente, como diseñadora gráfica o ilustradora. Ella se rio. Cree que no lo hace suficientemente bien —Shelby suspiró—. Maddie es insegura. Tiene muy mal concepto de sí misma.
Cort lo sabía y apretó los labios. Se sintió peor todavía por lo que le había dicho.
—Debería llamarla y disculparme —murmuró él.
—No es una mala idea, hijo.
—Luego, debería ir allí, esconderme entre la hierba y matar a ese maldito gallo hijo de…
—¡Cort!
—De acuerdo —Cort resopló—. La llamaré.
—Los gallos no viven mucho tiempo —intentó tranquilizarle ella—. Enseguida morirá de viejo.
—Con la suerte que tengo, llegará tan contento a los quince años. ¡Los animales así de desagradables no mueren nunca!
Quería disculparse, pero cuando sacó el móvil, se dio cuenta de que ni siquiera tenía el número de Maddie. Intentó buscarlo en Internet, pero no encontró ningún listado.
Bajó a la cocina, donde estaba su madre.
—¿Sabes el número de teléfono de los Lane?
—No —su madre parpadeó—. Creo que no he intentado llamarlos desde que Pierce Lane murió el año pasado.
—Tampoco he encontrado su número por ningún lado.
—Podrías pasarte por allí a finales de la semana —su madre se encogió levemente de hombros—. No está tan lejos.
—Se encerraría y echaría todos los pestillos en cuanto me acercara.
Su madre no supo qué decir porque, probablemente, él tenía razón.
—Tengo que alejarme. Estoy tenso como las cuerdas de una guitarra —reconoció él al cabo de un rato—. Tengo que alejarme del gallo, de Odalie y… de todo.
—¿Por qué no vas a Wyoming a visitar a tu hermana? —le propuso su madre.
—No me espera hasta el jueves —contestó él con un suspiro.
—No le importará —replicó ella entre risas—. Os vendría bien a los dos.
—Es posible…
—No tardarás nada en avión. Estoy segura de que a tu padre no le importará que uses el avión de la empresa. Él echa de menos a Morie… y yo también.
—Sí, yo también la echo de menos —Cort abrazó a su madre—. Iré a preparar una bolsa. Si ese gallo aparece por aquí buscándome, mételo en un avión y mándalo a Francia. Creo que allí les encanta el pollo.
—Lo tendré en cuenta —prometió ella.
Esa noche, Cort se dio cuenta de que su madre tenía razón. Le encantaba estar con su hermana. Morie y él se parecían mucho, desde los arrebatos de genio hasta las actitudes puritanas. Siempre habían sido amigos. Cuando ella tenía cinco años, lo seguía a todas partes y sus amigos se reían. Él era tolerante y la adoraba, le daban igual las bromas.
—Siento que ese gallo te dé tantos problemas —le compadeció Morie con una sonrisa—. Te aseguro que podemos entenderte. Mi pobre cuñada se desquicia con el nuestro.
—Me cae bien Bodie —dijo él con una sonrisa—. Cane parece distinto últimamente.
—Lo está. Ha vuelto a la terapia, ha dejado de ir a todos los bares y parece haberse asentado. Cane y ella han tenido algunos problemas, pero ya los han resuelto casi todos —Morie sonrió levemente. Es más, Bodie y yo vamos a tener más cosas en común durante los próximos meses.
Cort lo captó inmediatamente y la miró fijamente en la penumbra del porche.
—¿Un bebé…?
—Un bebé —contestó ella riéndose de placer—. Me enteré hace muy poco. Bodie se enteró el día que llegaste —Morie suspiró—. Es una maravilla, estoy tan feliz que casi no puedo ni soportarlo. Mal está que no cabe en sí de gozo.
—¿Sabéis si va a ser niño o niña?
—Es demasiado pronto, pero no vamos a preguntarlo. Queremos que sea una sorpresa, aunque parezca anticuado.
—Voy a ser tío —Cort se rio—. Es fantástico. ¿Se lo has dicho a papá y a mamá?
—No, pero le llamaré a mamá esta noche.
—Va a ponerse como loca. Su primer nieto…
—¿Vas a casarte alguna vez? —le preguntó Morie mirándolo fijamente.
—Claro, si Odalie acepta alguna vez —él suspiró—. Estaba siendo más receptiva y entonces apareció ese italiano para darle clases de canto. Es una especie de leyenda entre los cantantes de ópera y ella quiere llegar a cantar en el teatro Metropolitan —Cort hizo una mueca de disgusto—. No tengo suerte, he tenido que enamorarme de una mujer que solo quiere tener una profesión.
—Creo que su madre era igual, ¿no? —preguntó Morie con delicadeza—. Hasta que Cole Everett y ella se casaron y ella renunció a ser una cantante profesional para ocuparse de la casa y los hijos. Aunque sigue componiendo. Desperado, ese grupo de Wyoming, tuvo mucho éxito con una canción que les escribió ella hace unos años.
—Creo que sigue componiendo, pero le gusta vivir en el rancho. Odalie no lo soporta. Dice que nunca se casará con un hombre que huela a excrementos de vaca —Cort, sentado en una mecedora, se miró las botas—. Yo soy un ranchero. No puedo aprender otro oficio. Papá cuenta conmigo para que me ocupe de todo cuando él ya no pueda.
—Lo sé —dijo ella con tristeza—. ¿Qué otra cosa podías hacer?
—Dar clase, supongo. Tengo un título en cría animal —Cort hizo una mueca—. Prefería que ese asesino de plumas rojas me arrancara la nariz. No soporto la idea de la rutina.
—No me extraña —reconoció Morie—. Me encanta el rancho. Supongo que la sequía también estará dándole problemas a papá, ¿no?
—Bastantes. Sin embargo, están pasándolo peor en Oklahoma y otros estados. La gente dice que se parece a la sequía de los años treinta. Hay muchas declaraciones de zonas catastróficas.
—¿Cómo estáis sorteándola?
—Sobre todo, con pozos. Hemos perforado algunos nuevos y hemos llenado los depósitos hasta el borde para regar las plantaciones de grano. Naturalmente, tendremos que comprar pienso para el invierno, pero estamos mejor que muchos otros ganaderos. Me espanta pensar en las consecuencias para los pequeños ganaderos y agricultores. Esos inmensos conglomerados estarán agazapados en la sombra para abalanzarse en cuanto empiecen los desahucios.
—Los ranchos familiares se quedarán obsoletos algún día —comentó Morie con tristeza—. Excepto, quizá, los más grandes, como el nuestro.
—Es verdad. La gente no se da cuenta de lo crítico que es esto.
Ella le tomó una mano.
—Por eso tenemos la Asociación Nacional de Ganaderos y las organizaciones estatales —le recordó ella—. Ahora, deja de preocuparte. ¡Mañana vamos a pescar!
—¿De verdad? —preguntó él con entusiasmo—. ¿Truchas?
—Sí. El agua sigue lo bastante fría. Cuando se calienta demasiado, no puedes comértelas. Es posible que sea la última oportunidad que tengamos hasta dentro de bastante tiempo si no deja de hacer calor.
—Dímelo a mí. No hemos tenido casi invierno en todo Texas. La primavera fue como el verano. Me encantará ir al arroyo aunque no pesque ni una trucha.
—A mí, también.
—¿Bodie pesca?
—La verdad es que no se lo he preguntado… Se lo preguntaremos mañana. Por el momento, voy a acostarme —Morie se levantó y le dio un abrazo—. Me alegro de que estés aquí una temporada.
—Yo, también, hermanita —él también la abrazó y le dio un beso en la frente—. Hasta mañana.