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Los elementos básicos para la supervivencia: 1. Refugio La productora de televisión Sarah Cantrell estaba dispuesta a cualquier cosa con tal de destacar en su profesión... incluso adentrarse en los bosques para convencer al esquivo montañero Sam Morgan de que presentase su nuevo programa. Aquella casa de madera tenía unas vistas espectaculares. Y Sam tampoco estaba nada mal... 2. Calor Pero entonces una tormenta los dejó atrapados en aquella casita y Sam no tardó en enseñarle las claves de la supervivencia, incluyendo la mejor manera de obtener calor. 3. Comida ¿Quién necesitaba comida teniendo un hombre así? 4. ¿Sexo? Era demasiado tarde cuando Sarah descubrió que lo más peligroso para la supervivencia era el modo en el que Sam le hacía el amor. Porque después no podría vivir sin ello...
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Seitenzahl: 242
Veröffentlichungsjahr: 2018
Editado por Harlequin Ibérica. Una división de HarperCollins Ibérica, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid
© 2005 Peggy A. Hoffmann © 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A. Atracción salvaje, n.º 90 - agosto 2018 Título original: Warm & Willing Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A. Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia. ® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com
I.S.B.N.: 978-84-9188-871-0
Él sintió su calor antes de tocarla. La habitación estaba oscura, tanto que él no podía confiar en su sentido de la vista. Ella estaba tumbada a su lado, la curva de su espalda acoplada a su regazo. Sam dudó un instante antes de tocarla, convencido de que sólo era un producto de su imaginación, otro sueño que le arrebatarían antes de poder disfrutarlo.
Pero cuando la acarició, ella suspiró y susurró su nombre. Había pasado tanto tiempo, que Sam se preguntaba cómo podría tomárselo despacio. Le dolía el cuerpo a causa del deseo, pero no quería apresurarse. Ansiaba la dulce tortura que acompañaba al hecho de perderse dentro del cuerpo de una mujer.
Respiró hondo y le acarició el vientre desnudo con la mano. Su piel era como la seda, cálida y suave bajo sus dedos encallecidos. Él la volvió con cuidado para besarla en los labios. Ella respondió inmediatamente, dejándose llevar por su delicado asalto.
El beso era embriagador, como una copa de brandy en una noche fría. El calor invadió su venas, empujado por el lento latido de su corazón. No sabía quién era ella, ni de dónde había salido, pero la deseaba de todas maneras.
—Acaríciame —murmuró él, y guió su mano hacia su cuerpo. Ella le acarició la piel con los dedos, jugueteando con el vello de su vientre antes de tocarlo más abajo. Él contuvo la respiración, esperando la ola de calor que lo invadió cuando ella agarró su miembro y se lo acarició.
Con un gemido, se dejó llevar por las intensas sensaciones que recorrían su cuerpo. Estaba a punto, pero se contuvo. Sin embargo, cuando el deseo se hizo inaguantable, sintió que no era capaz de mantener el control.
Y entonces, de pronto, ella se paró.
—¿Qué ocurre? —preguntó él con desesperación.
—¿Hay alguna tienda en la esquina o tendremos que ir al aeropuerto?
Despacio, Sam recuperó el control y abrió los ojos. No podía verla, y sabía que nunca había estado allí. Respiró hondo, se sentó en la cama y miró a su alrededor.
—¿Una tienda? —murmuró, y se pasó los dedos entre el cabello—. ¿Qué diablos?
Todavía había brasas encendidas en la chimenea y, cuando acostumbró la vista a la oscuridad, supo que había estado soñando otra vez.
Blasfemó al recordar el sueño poco satisfactorio que había tenido y se tumbó de nuevo en la cama con el cuerpo empapado en sudor.
—Es hora de salir de aquí —murmuró, e hizo una mueca de dolor al sentir la tensión de su entrepierna.
La luz se filtraba por las pequeñas ventanas, indicando que ya había amanecido. Recogería la cabaña, empaquetaría sus cosas y, tras pocas horas de caminata, estaría de regreso en el mundo civilizado. Cuando llegara a Sutter Gap, encontraría una mujer cálida y dispuesta que no se desvaneciera antes de que él pudiera llegar al final.
Salió de la cama y se acercó a la puerta. Abrió para que entrara el aire y enfriara su cuerpo desnudo, borrando así la huella de su sueño. El cielo era azul y estaba despejado, lo que aseguraba buen tiempo durante su viaje.
Dos semanas antes, la primavera había llegado a aquel rincón de los montes Apalaches y la temperatura había hecho que se derritiera la nieve de la cumbre de Blue Ridge Mountains. Él había pensado en marcharse unos días antes, pero la lluvia había hecho que cambiara de opinión. Con buen tiempo se tardaba todo un día en llegar a Sutter Gap, pero si tenía que atravesar corrientes de agua y zonas lodosas, el viaje podía llevarle dos días.
Sam echó otro tronco al fuego y removió las brasas. Se había quedado sin café el mes anterior y había estado sobreviviendo a base de judías con arroz durante la última semana. Sólo de pensar en un filete jugoso y en una patata asada se le hacía la boca agua.
Le parecía curioso que las necesidades de un hombre pudieran reducirse a dos cosas: sexo y carne roja. Y también a una ducha de agua caliente. Si pudiera encontrar la manera de disfrutar de las tres cosas a la vez, no tendría que elegir cuál buscaría primero.
Había vivido como un monje durante los seis últimos meses, una vida sencilla en una cabaña de madera situada en un bosque de las montañas del oeste de Carolina del Norte. Durante los tres últimos años, la cabaña se había convertido en su hogar.
Sam sonrió al recordar el primer invierno que había vivido en el bosque. Había echado mucho de menos el sexo y las chocolatinas Snickers. Y cuando regresó a la civilización, se comió veinte chocolatinas en dos días y pasó una semana entera en la cama con una camarera de un bar de carretera de las afueras de Asheville.
Durante el segundo invierno, fueron el sexo y la música de Linkin Park lo que más había echado de menos. Después de regresar a la ciudad, estuvo una semana con su último CD en el coche y pasó las noches con una guía de montaña del parque nacional de Smokey Mountains.
Sam se preguntaba con qué tipo de mujer compartiría la cama esa vez. Siempre era un poco complicado explicar su situación y su necesidad de encontrar una posible compañera de cama. La mayor parte de las mujeres estaban interesadas en tener relaciones románticas que pudieran terminar en matrimonio. Sam sólo estaba interesado en mantener un encuentro sexual salvaje, sin compromisos y que durara aproximadamente una semana.
Para su sorpresa, había encontrado a algunas mujeres que no querían nada más que disfrutar de una pasión desenfrenada con un buen compañero de cama. Después de pasar una semana juntos, no tenían nada más que experimentar y ambas partes se marchaban satisfechas.
Sam agarró un par de pantalones vaqueros que estaban colgados en la pared y se los puso. La primera vez que había ido a las montañas había sido unos meses después de la muerte de su mejor amigo, Jeff Warren. Ambos habían escalado juntos el monte McKinley y, cuando bajaban, Jeff quedó atrapado bajo una avalancha de nieve.
Para ambos, la aventura se había convertido en una obsesión. Cada centavo que habían ahorrado en el trabajo que desempeñaban en Wall Street lo habían utilizado para buscar una aventura mayor. Y cuando Sam propuso escalar el McKinley, Jeff apenas pudo controlar su entusiasmo. Todo había salido bien, habían experimentado la enorme emoción de llegar a la cumbre de una de las siete cimas más altas del mundo. Y de pronto, todo salió mal. En menos de un segundo, Jeff había muerto y Sam sólo podía arrepentirse del día en que propuso subir al McKinley.
Walden Pond, de Thoreau, había sido el primer libro que Sam había leído después del funeral, y de él había sacado la idea de vivir una vida sencilla y tranquila que esperaba fuera el remedio para sus caóticos sentimientos. Así que había dejado el trabajo y se había preparado para una gran aventura: pasar el invierno en el bosque, completamente solo.
Por suerte, el primer invierno había sido suave. Él lo había pasado con una tienda de campaña, un saco de dormir, algunos útiles básicos y un libro sobre supervivencia. Había acampado en un pedazo de tierra privada rodeada de bosque y situada en la cima de una pequeña montaña.
Puesto que estaba decidido a vivir de la tierra, estuvo a punto de morir de hambre. Había decidido no llevarse una escopeta para cazar y sólo podía utilizar trampas fabricadas por él mismo. Enseguida se había cansado de comer brotes y plantas comestibles, y algún conejo que consiguió cazar, pero no abandonó.
Cuando llegó la primavera, se marchó de allí sabiendo que se había convertido en un hombre diferente, un hombre que podía volver a mirarse en el espejo. Un hombre que podría enfrentarse de nuevo a todo lo que la vida tuviera que ofrecerle.
Durante el verano siguiente, se preparó para regresar a su antiguo estilo de vida, pero cuando llegó el otoño, Sam recogió más herramientas y pasó el invierno fabricando una cabaña de madera en las montañas. Avanzaba despacio pero, cuando llegó de nuevo la primavera, tenía una cabaña agradable con una chimenea de piedra y un techo sobre su cabeza.
Había decidido escribir sus experiencias en un pequeño diario para pasar las tardes de invierno. Y cuando salió del bosque después del segundo invierno, decidió enviar algunas de sus historias a una revista de aventuras. El editor se había quedado impresionado y decidió publicar una columna de forma regular a partir de aquel octubre. Pero, para octubre, Sam estaba de regreso en las montañas.
Había pasado los días buscando comida, cortando leña y mejorando la cabaña. Las largas noches de invierno las aprovechaba para contemplar el hombre que había sido y el hombre en que se había convertido. Pero su soledad también tenía límite y hacía un mes que lo había superado.
Sam agarró el cubo de agua y salió de la cabaña. Se dirigió al pequeño arroyo que provenía del deshielo de las montañas. Era agradable no tener que derretir nieve para bañarse y afeitarse. Se preguntaba cuánto le costaría hacer un pozo en aquella ladera.
De regreso a la cabaña, se sobresaltó al ver que una figura solitaria lo esperaba en los escalones de la cabaña. Llevaba meses sin ver a otra persona. Pero cuando el hombre se volvió, Sam se rió y dijo:
—¡Carter Wilbury! ¿Qué estás haciendo en mis montañas?
El hombre saludó y dejó la bolsa que llevaba en el suelo.
—¡Sam Morgan! Si recuerdo bien, el propietario de esta montaña soy yo, y también de casi toda la tierra que hay alrededor.
—Estaba a punto de marcharme —dijo Sam—. ¿Qué tal la subida?
—No ha estado mal. Me ha costado un poco olvidar que ha pasado el invierno. Podía haber hecho el camino en un día, pero anoche acampé abajo. No tenía energía para subir el último tramo. Pensé que quizá vieras mi hoguera y bajaras a investigar.
Aunque Sam se consideraba un montañero competente, Carter Wilbury era un montañero de verdad. Una vez, Carter se rompió una pierna al caerse de una roca y se arrastró durante seis días para pedir ayuda. Para sobrevivir había tenido que comer insectos, larvas y gusanos y beber el rocío que se acumulaba en las hojas. Desde entonces, se había convertido en una leyenda en Sutter Gap. Pero la edad y una congelación habían hecho que se quedara en casa durante el invierno, eso y una bonita viuda que le había robado el corazón.
Sam agarró la bolsa y la metió en la cabaña.
—Te ofrecería una taza de café, pero hace semanas que lo terminé.
—He traído un poco —dijo Carter, y se agachó para abrir la bolsa—. Dime dónde están los cazos.
Sam agarró el cazo del fregadero y lo llenó con agua de la jarra.
—¿Y qué te trae por aquí?
—He venido a advertirte de una cosa —dijo Carter.
—¿De qué? —preguntó Sam extrañado.
—Hay una mujer merodeando por Sutter Gap. Ha descubierto que a ti te gusta ir a Lucky Penny cuando estás en el pueblo y está esperando a que regreses.
—¿Y quién es?
Carter se encogió de hombros.
—Dice que se llama Sarah Cantrell. No ha dicho lo que quiere, pero es insistente. Intentó pagarme quinientos dólares para que la subiera hasta aquí, pero le dije que no sabía dónde estabas.
—¿Qué aspecto tiene?
—Es guapa. Muy guapa. Una chica de ciudad. Manicura bien hecha, maquillaje, y unas botas de tacón. Y no para de hablar por el teléfono móvil. La mayor parte de los chicos del bar están locos por ella, pero sólo le interesas tú —Carter hizo una pausa—. Vi la película Atracción Fatal hace unos meses. ¿No crees que será...?
—¿Una buscavidas?
—No, que tenga un Sam pequeñito que quiera presentarte. Eres bastante mujeriego cuando no estás en las montañas
—¿Llevaba un bebé con ella?
—No, pero haz cálculos. Bajaste de las montañas en abril del año pasado. Ahora estamos a finales de marzo. Podría tener fotos de un bebé de dos meses para enseñarte.
—Escucha, puede que disfrute de la compañía de las mujeres, pero lo hago de forma responsable.
Carter asintió.
—Entonces, supongo que también podemos descartar las enfermedades. Quizá se te haya muerto un pariente y haya venido a decirte que has heredado una fortuna. O quizá sea una de esas periodistas que busca la oportunidad de escribir acerca del Daniel Boone de la época moderna.
Sam pensó un instante en las posibilidades y se encogió de hombros.
—Supongo que pronto lo descubriremos. Gracias por cubrirme las espaldas.
—No hay problema —dijo Carter.
—¿Puedes hacerlo otra vez? Me refiero a cubrirme las espaldas. Cuando regresemos a Sutter Gap, quiero que le digas a esa mujer que conoces a la persona que podría llevarla a ver a Sam Morgan.
—¿Quién? Aparte de tú y yo nadie más sabe cómo llegar hasta aquí. Y ya sabes cómo es la gente en Sutter Gap. No habla con extraños.
—Preséntamela como si fuera tu primo. Llámame Charlie Wilbury, un simpático guía de montaña. Le diré que voy a llevarla hasta donde está Sam Morgan y, a cambio, ella me contará qué es lo que quiere.
—¿Crees que puede crearte problemas?
—No lo sé —dijo Sam—. Pero no tardaré más que unos minutos en averiguarlo.
—No puedo creer que he estado diez días en este pueblo de mala muerte y no tengo nada que contar —murmuró Sarah Cantrell. Miró a los clientes del Lucky Penny por encima del hombro y se volvió hacia la cabina de teléfono que estaba utilizando.
Sutter Gap era un pueblo de doscientos habitantes situado en las montañas de Carolina del Norte, a pocas millas de la frontera con Tennessee. En la calle principal sólo había dos negocios, una tienda de comestibles que hacía las veces de gasolinera y de oficina de correos, y la taberna Lucky Penny. El resto del pueblo estaba formado por una mezcolanza de casas que no correspondía a ningún estilo arquitectónico. Sarah había alquilado una habitación en The Gap View Motor Lodge, a las afueras del pueblo, un lugar que normalmente albergaba a los cazadores que estaban de paso.
—Soy una mujer sureña, pero esto no es el sur —continuó—. Si no tengo cuidado, alguno de estos hombres me echará a la parte trasera de su camioneta, me llevará a una cabaña en las montañas y me encadenará a la cama.
—Eres una mujer guapa y es normal que los hombres te miren —le dijo Libby Marbury por teléfono—. Probablemente se sientan solos.
Libby Parrish Marbury había sido la mejor amiga de Sarah desde que estaban en séptimo curso. Ambas se habían dado montones de consejos sobre los hombres y el amor. Pero no había forma de que Libby pudiera inculcarle una visión positiva acerca de la situación social de Sutter Gap.
—No sólo me miran —se quejó Sarah—. Resoplan, sonríen de manera lasciva e incluso alguno babea. Sé que otras veces me he quejado de la situación en Belfort, pero aquí me siento como si hubiese aterrizado en otro planeta. Un planeta en donde la franela harapienta y los vaqueros desteñidos son la última moda y donde un buen partido es un hombre que puede derrumbar un ciervo macho con las manos. Las probabilidades son buenas, pero lo bueno escasea.
—No has ido allí para encontrar un hombre —insistió Libby—. Al menos, no en sentido romántico, así que ¿por qué te molesta?
—No me molesta —dijo Sarah—. Sólo estoy un poco frustrada con la espera.
Libby y ella habían pasado mucho tiempo en la misma situación, solteras y buscando el amor de su vida, pero desde que Libby se había casado, Sarah se había dado cuenta de las diferencias que había entre ellas. Libby siempre había sido muy cauta en el tema del amor y había esperado a que apareciera su príncipe azul.
Sarah siempre había tenido una actitud más aventurera respecto a los hombres, saliendo con varios a la vez y dejándolos cuando se volvían demasiado exigentes o le creaban problemas. En realidad, no creía en el amor, sólo en la pasión y el ardor desenfrenado. Libby le había comentado una vez que creía que consideraba a los hombres como algo de usar y tirar.
—He rechazado tres invitaciones desde que llegué al pueblo —continuó Sarah—. Un chico quería llevarme a cazar mapaches, otro a jugar a los bolos a Asheville. El tercero fue directo al grano. Quería llevarme a su casa y presentarme a su madre.
—¿Crees que Sam Morgan va a ser diferente? —preguntó Libby.
—Espero que sí. Convertir a cualquiera de esos chicos en una estrella de la televisión me costaría mucho más de lo que tengo presupuestado.
—¿Cuánto tiempo vas a esperar a ese hombre? —le preguntó Libby.
—No lo sé. Ésta es la mejor historia de mi carrera profesional. Sam Morgan ha estado viviendo solo en el bosque durante tres años. Sobrevive a base de frutos y bayas. Se ha construido una cabaña con sus propias manos. Imagínate el potencial. El programa tendría una mezcla de realidad, de viajes y aventuras y una parte pedagógica. Si él es medianamente presentable, el programa podría ser un éxito.
—¿Y si no lo es?
—Al menos su nombre suena bien. Espero que su aspecto sea una mezcla de Robert Redford y el hombre de Marlboro. Tenemos que atraer tanto al público femenino como al masculino. Si le faltan todos los dientes, no sé lo que haré.
—¿Y si el señor Morgan no quiere que curiosees sobre su vida?
—Es evidente que quiere cierto reconocimiento o no habría escrito esos artículos para Outdoor Adventure. Sólo espero conocerlo antes de que lo hagan los chicos de la cadena de televisión. Esos productores siempre están en busca de una gran idea y pueden ofrecerle mucho más dinero que yo. Pero lo único que les interesa es el índice de audiencia y el dramatismo. Yo lo haré bien.
—Cuando quieres eres una mujer muy persuasiva —dijo Libby—. Estoy segura de que podrás convencer a ese hombre para que acepte tu propuesta.
—Eso espero.
Que se hubiera cruzado con Sam Morgan había sido pura coincidencia. Dos meses antes, había leído un ejemplar de Outdoor Adventure en la consulta del dentista. Después de leer el artículo de Sam Morgan, había cancelado su cita y había regresado a la oficina del canal de televisión para empezar a preparar un nuevo programa para la PBS llamado Wilderness.
Era el paso perfecto que necesitaba dar en su carrera profesional. Si el programa tenía éxito, la productora que ella había creado tres años antes se estabilizaría. Ella podría devolver el crédito que había pedido y, quizá, aumentarse el sueldo una pizca.
—Si consiguiera encontrarlo, estoy segura de que lo convencería —dijo Sarah.
—¿Y qué más sabes acerca de Sam Morgan? —preguntó Libby.
—Nada. En el pueblo nadie quiere hablar. Hay un tal Carter Wilbury que se supone que es su amigo, pero no... —Sarah notó que alguien le daba un golpecito en el hombro—. En seguida acabo —dijo levantando la mano.
—¿Qué? —preguntó Libby.
—Alguien quiere utilizar el teléfono —contestó Sara—. Bueno, cuéntame, ¿tú cómo estás? ¿Sigues teniendo náuseas?
—Estoy mucho mejor. Trey me lleva galletitas a la cama y he descubierto que los helados de Rocky Road me asientan el estómago. La ropa empieza a quedarme apretada, pero no estoy segura de si es por el embarazo o por el helado.
Sarah sacó su agenda electrónica del bolso y miró el calendario.
—La semana que viene, como muy tarde, estaré de regreso. Podemos ir de compras a esa tienda de ropa premamá que... —notó que la llamaban de nuevo y se giró enfadada—. He dicho que terminaré en un...
Las palabras quedaron atrapadas en la garganta cuando se encontró cara a cara con el hombre más atractivo de Sutter Gap y, probablemente, de todo el estado de Carolina del Norte. Sarah tosió para disimular su sorpresa.
—Lo siento. Ahora mismo termino —trató de colgar el auricular, pero no consiguió hacerlo.
—Tengo entendido que está buscando a Sam Morgan —le dijo él.
Sarah lo miró a los ojos y se fijó en su color azul y en sus largas pestañas.
—Yo...
—¿Sarah? ¿Estás ahí? —oyó la voz de Libby.
Sarah se volvió de nuevo hacia la pared y susurró.
—Lib, tengo que dejarte.
—¿Va todo bien?
—Puede que me haya equivocado acerca de los hombres de Sutter Gap.
—¿Qué?
—Te llamaré más tarde para contarte los detalles —le dijo, y se apresuró a colgar. Después se volvió con una amplia sonrisa y tendió la mano—. Hola, me llamo Sarah Cantrell.
El hombre se fijó durante unos instantes en su cuidada manicura y después le estrechó la mano.
—Charlie Wilbury —murmuró, y le acarició la muñeca con el dedo pulgar.
—¿Wilbury? —preguntó ella—. ¿Tiene alguna relación con Carter Wilbury? ¿O con Hattie Wilbury, la que lleva el Gap View Motor Lodge?
—Probablemente —contestó él.
Aunque iba vestido como el resto de los hombres de Lucky Penny, aquél era increíblemente sexy. Sus rasgos eran casi perfectos. Tenía el mentón prominente y unos ojos azules de mirada profunda. Incluso la barba incipiente lo hacía parecer atractivo, aunque al mismo tiempo parecía tan desaliñado como el resto de los clientes del bar.
Millones de preguntas se agolparon en su mente. ¿Qué hacía un hombre como aquél en un lugar así? ¿Era real o un simple producto de su imaginación? ¿Por qué llevaba tanta ropa? ¿Y por que llevaba ella tanta ropa? De pronto, hacía mucho calor en el bar.
Sarah tragó saliva y forzó una sonrisa.
—¿Conoce usted a Sam Morgan?
—Sí —dijo Charlie, mirándola fijamente.
Sarah contuvo un gruñido al ver cómo esbozaba una sonrisa. Quizá aquél hombre podía leer su mente. Enseguida, trató de olvidar la imagen de un montañero desnudo que había invadido su cabeza.
—¿Y qué quiere saber de Sam Morgan?
Sarah se movió al ver que él se fijaba en sus labios. Él sonreía como si estuviera dispuesto a poseerla allí mismo.
—Tengo que hablar con él.
—¿Sobre qué?
—Bueno, eso no es asunto suyo —contestó ella.
Charlie se rió.
—No, supongo que no. Pero es usted la que lo está buscando, señorita, no yo.
Se volvió, se acercó a la barra del bar y se sentó en un taburete.
Ella lo miró desde la distancia. Vestía vaqueros desgastados que resaltaban sus piernas y una chaqueta que parecía que la hubiera utilizado de felpudo.
La camisa de franela la llevaba abierta, de forma que su vello varonil quedaba al descubierto. Tenía el cabello oscuro y una pizca demasiado largo.
Sarah se estremeció al pensar en cómo sería desabrocharle la camisa, acariciarle el torso y presionar los labios contra su piel. Había algo acerca de tanta masculinidad cubierta de franela que hacía que se sintiera mareada. Ella gimió con suavidad. ¡Aquél no era el momento ni el lugar para tener sueños eróticos!
Respiró hondo y se acercó a él. De momento, Charlie Wilbury era su única opción para conocer a Sam Morgan. Y Sam Morgan era su única manera de conseguir el éxito con otro programa. Sarah estaba dispuesta a emplear todo su atractivo sexual para conseguir lo que quería del señor Wilbury. Pero sería sólo una táctica laboral. Se sentó junto a él en otro taburete.
—¿Puedo invitarle a una copa, señor Wilbury?
—Depende de qué sea lo que espera a cambio —dijo él—. Si lo que pretende es emborracharme para poder aprovecharse de mí, entonces, sí puede invitarme a una copa.
Sarah sonrió. No esperaba encontrar un hombre con ingenio y masculinidad en Sutter Gap. Era muy agradable. Y si pudiera elegir, se le ocurría una larga lista de cosas agradables de las que podría disfrutar, empezando por un striptease y terminando con una noche de pasión en su habitación del motel.
—Me ha dicho que conoce a Sam Morgan. ¿Sabe dónde está ahora?
—Sí.
Sarah abrió el bolso, sacó un billete de veinte dólares y lo dejó sobre la barra. La camarera sirvió un whisky para Charlie y dejó la botella. Sarah pidió un refresco light porque decidió que era mejor mantener la cabeza en su sitio y no impresionarlo con su capacidad de beber alcohol.
—¿Podría llevarme hasta él?
—Sam es un hombre muy reservado. No le gustan los extraños, aunque sean como usted.
—Curioso —dijo ella—. A ninguna persona de este pueblo le gustan los extraños. Y nadie sabe nada de Sam Morgan.
—O quizá no quieran hablar con usted.
—Esto es muy importante —dijo Sarah y le tocó la mano. Al sentir un cosquilleo que le recorría el brazo, se arrepintió de haberlo hecho—. Tengo que hacerle una propuesta que podría beneficiarle económicamente. Creo que es justo que sea él quien tome la decisión al respecto.
Charlie dejó la copa de whisky y le acarició la mano con el dedo pulgar.
—¿Y qué le hace pensar que a Sam le interesa el dinero?
—A todo el mundo le interesa el dinero —dijo Sarah. Aunque en aquellos momentos, lo único que le interesaba era el efecto que las caricias de Charlie Wilbury le provocaban en el cuerpo.
Él se bebió el resto del whisky y, tras dejar el vaso sobre la barra, se puso en pie.
—No a todo el mundo, señorita Cantrell. A mí me interesan muchas otras cosas aparte del dinero —la miró de arriba abajo—. Y a usted probablemente también, ¿no es así? —con esas palabras se marchó hacia la puerta.
Sarah se quedó boquiabierta. ¿Qué estaba insinuando? Sin duda, ella se sentía atraída por él. Y se le había ocurrido la posibilidad de arrancarle la ropa y tener una aventura con él, pero era capaz de olvidar el deseo para centrarse en el verdadero motivo por el que había ido a Sutter Gap.
Agarró el bolso y se apresuró para alcanzarlo fuera del bar.
—¡Espere! —se colocó frente a él para que no pudiera avanzar más—. Le pagaré quinientos dólares si me consigue una cita con Sam Morgan.
—Todavía no me ha dicho qué es lo que quiere.
Sarah lo miró fijamente. Sus ojos azules eran cautivadores. De pronto, se olvidó de toda su propuesta. Si le dijera qué era lo que de verdad deseaba, ¿cómo reaccionaría él? Por cómo la estaba mirando, no era el tipo de hombre que esperara recibir una invitación formal.
—Mil dólares —dijo ella con voz temblorosa, consciente de que podría ofrecerle todo el dinero que tenía para conseguir lo que quería—. Me presenta a Sam Morgan y no hace preguntas —pero después de haber hecho la oferta, Sarah se preguntó si podía confiar en aquel hombre. ¿Podía confiar en un hombre que hacía que se le acelerara el corazón y que la miraba como si estuviera dispuesto a meterla en la parte trasera de un coche para hacer el amor con ella?
—No —dijo él.
Al ver que se disponía a marcharse, Sarah lo agarró del brazo.
—De acuerdo. Ésta es la propuesta. Quiero hacer un programa de televisión sobre las experiencias que Sam Morgan ha vivido en el bosque. Soy la propietaria de una pequeña productora y trabajamos con la cadena PBS de Charleston, en Carolina del Sur. Será un programa de multimedia. Habrá un libro complementario, entrevistas y apariciones especiales. He leído los artículos que ha escrito el señor Morgan en Outdoor Adventure y es un escritor maravilloso. Puedo conseguir que se haga famoso.
Charlie soltó una carcajada.
—¿Famoso?
—Tan famoso como Bob Vila. O Julia Child.
—¿Así que le gusta como escribe? —preguntó Charlie—. Siempre pensé que su prosa era un poco florida.
—En absoluto —protestó Sarah—. Es descriptiva y evocadora. Se le dan muy bien los detalles y hay una simplicidad innata en sus palabras. ¿Sabe si es un hombre con estudios?
Charlie dudó un instante, como si estuviera decidiendo hasta dónde estaba dispuesto a revelar.
—Diría que es el hombre más inteligente que he conocido nunca. Incluso diría que es brillante. Pero también muy modesto.
—¿Y qué hay del estado de su dentadura? —preguntó ella—. ¿Tiene todos los dientes?
Sam arqueó las cejas.
—Sí, creo que sí.
Sarah suspiró aliviada. Por fin estaba consiguiendo algo. Pero todavía tenía que convencer a Charlie Wilbury para que la llevara ante Sam.
—Apreciaría de veras su ayuda. Quizá podríamos cenar juntos y así le explicaría todos los detalles —Sarah tragó saliva. Se preguntaba si su invitación habría parecido demasiado desesperada. Estaba desesperada por encontrar a Sam Morgan. Y quizá una pizca interesada en su amigo Charlie Wilbury—. Estoy segura de que el señor Morgan querrá oír mi propuesta, pero permitiré que primero lo juzgue usted.
—¿Dónde se hospeda?
—En el Gap View Motor Lodge en Route 18, habitación número nueve.
Él la miró durante un largo instante y se encogió de hombros.
—De acuerdo. La recogeré a las siete. Póngase algo un poco abrigado —le dijo y se marchó silbando con las manos en los bolsillos de la chaqueta.
Sarah lo observó marchar. Se estremeció y se frotó los brazos por encima de la chaqueta. Hacía mucho tiempo que no veía a un hombre tan atractivo. Y si hubiese sido un hombre cualquiera, habría pensado en la posibilidad de seducirlo.
Pero no le gustaba mezclar los negocios con el placer.
—Un hombre como Charlie Wilbury sería un buen motivo para revisar esa cláusula —murmuró.