Atrapados por la suerte - Lucy King - E-Book

Atrapados por la suerte E-Book

Lucy King

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Beschreibung

Bianca 3013 Mi corazón está vedado... pero nuestra atracción no tiene límites. Nick Morgan, el mejor amigo de mi hermano, me había odiado siempre. Entonces, me tocaron millones en la lotería. Como, a raíz de mi pasado, yo ya no confiaba en nadie, solo podía esperar que me ayudara Nick, un asesor financiero inmensamente rico, pero me había exigido que me reuniera con él en el paraíso, ¡en su isla privada del Océano Índico! Sin embargo, una tormenta tropical nos atrapó nada más llegar... ¡e indefinidamente! La animadversión de Nick, que yo había percibido claramente y que nos había mantenido alejados, dejó paso a un deseo incontenible que yo no había intuido siquiera...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Lucy King

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Atrapados por la suerte, n.º 3013 - junio 2023

Título original: Stranded with My Forbidden Billionaire

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411417990

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

SI hacía un mes y medio alguien me hubiese dicho que en noviembre estaría montada en una lancha para ir a la isla privada que Nick Morgan tenía en el océano Índico, a ocho mil kilómetros de mi piso compartido en Londres, le habría preguntado de qué estaba hablando.

Nick era amigo de mi hermano mayor, Seb, desde hacía años y nos tratábamos con cortesía cuando nos veíamos, pero no nos llevábamos bien.

Nos conocimos cuando entró en nuestro exclusivo internado a la vez que mi hermano. Ellos tenían trece años y yo, once. Seb y yo éramos hijos de un empresario multimillonario que había financiado el centro de estudios empresariales del colegio. Nick era el inteligente hijo de una madre soltera, se había criado sin recursos y le habían concedido una beca. Él me consideraba frívola y malcriada y a mí me parecía distante y rígido.

Nuestros caminos se habían invertido radicalmente desde entonces, pero, en circunstancias normales, no habría acudido a él ni loca. Sin embargo, cuando me tocaron ciento ocho millones de libras esterlinas en la lotería y estuvieron a punto de estafarme la mitad, Seb me dijo que necesitaba asesoramiento profesional.

–Habla con Nick. Se dedica a eso para ganarse la vida y lo hace muy bien.

Seb tenía razón. Nick había amasado una fortuna durante los diez últimos años con la asesoría y la venta de productos financieros que había elaborado él mismo. Empezó su trayectoria defendiendo una manera de ganar dinero corriendo grandes riesgos como empleado de una sociedad de inversiones, pero cuando se instaló por su cuenta, adoptó un estilo de gestión de patrimonios más sosegado y seguro. Se había forjado una reputación intachable por su destreza y su honradez y yo tenía que reconocer, a regañadientes, que era la persona indicada. Sin embargo, había un pequeño inconveniente.

–Nick no me soporta.

–Eso no es verdad –replicó Seb.

–Sí lo es.

–En cualquier caso, ¿qué importa?

–Podría no querer ayudarme.

–Lo dudo mucho. Cobraría una cantidad astronómica y no sería capaz de resistirse.

–Pero ya tiene miles de millones, ¿tanto le gusta el dinero?

Yo podía imaginármelo oyéndome con frialdad antes de rechazarme sin contemplaciones, como si quisiera darme una lección de humildad innecesaria.

–Es lo único que le gusta –contestó Seb con ironía desde San Francisco–. Sin embargo, en serio, Millie, se ocupará de ti. Es el hombre que necesitas, créeme.

Yo no necesitaba ningún hombre ni que se ocuparan de mí, y menos un hombre que me despreciaba. Me di de bruces con la cruda realidad hacía ocho años, un mes antes de que cumpliera los veintiuno, cuando mi padre lo perdió todo de la noche a la mañana. Entre otras cosas, había aprendido lo importante que eran la independencia y la autosuficiencia y las defendía con uñas y dientes. Si bien me gustaban los hombres las pocas veces que me apetecía compañía en una noche fría, el único novio que tuve me abandonó sin reparos cuando me quedé sin dinero… y no quería repetir la experiencia.

Sin embargo, un millón y pico de libras eran una responsabilidad descomunal. No sabía nada de inversiones, salvo que podían subir tanto como bajar, y mi trato con los estafadores me daba a entender que quizá hubiese heredado la temeridad de mi padre al administrar una fortuna. Necesitaba ayuda. Todavía recibía ofertas de personas que no conocía de nada y, con la sugerencia de Seb dándome vueltas en la cabeza, decidí que era mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer.

Escribí un correo electrónico a Nick y me contestó que si quería verlo, tendría que montarme en un avión. Allí estaba, veinticuatro horas después, dirigiéndome a la otra punta del mundo furiosa por una parte por necesitarlo tanto que me plegaba a sus órdenes y aliviada por otra porque no me había dicho que me olvidara de él.

Mientras la lancha en la que había subido en Dar es Salam surcaba las aguas color zafiro con James al timón, la pequeña masa de tierra iba agrandándose en el horizonte. Intenté concentrarme en el entorno para no hacer caso de los nervios que me atenazaban el estómago porque no sabía cómo iban a recibirme. La curva de arena blanca con palmeras detrás que apareció ante mis ojos parecía sacada de un folleto turístico. Era tan hipnótica que no me di cuenta de nada hasta que chocamos contra algo sólido y giré la cabeza. Entonces, se me paró al pulso y comprobé que habíamos llegado y que había un comité de recepción… de una persona; Nick. Estaba en el embarcadero flotante y me miraba con su expresión indescifrable de siempre.

Tenía la mirada sombría y los dientes apretados, pero eso era lo único que me recordaba a él. Se me secó la boca y sentí un cosquilleo en la piel cuando me fijé en el resto de su persona. Tenía el pelo más largo de lo habitual y revuelto. En vez del traje hecho a medida y la camisa blanca de rigor, llevaba unos pantalones cortos de color azul turquesa con dibujos de plantas tropicales y un polo amarillo.

¿Qué estaba pasando? Me desconcertó e inquietó un poco ver sus bíceps bronceados y sus piernas largas y sorprendentemente musculosas. Tanto colorido y desenfado… ¿Estaría mal de la cabeza? Además, ¿podía saberse dónde estaban sus zapatos?

–Hola, Nick.

Dejé a un lado todas esas preguntas para más tarde y esbocé una sonrisa resplandeciente mientras decidía que el hormigueo que sentía por dentro se debía al agotador viaje.

–Es un placer volver a verte, Amelia. Como siempre.

Él agarró la cuerda que le había lanzado James y tiró con fuerza. A mí me fastidió la mentira a pesar del revuelo y de los músculos en tensión. Como cualquier mentira. La relación más importante de mi juventud, la que había tenido con mi padre, había resultado ser la mayor de todas las mentiras y valoraba la sinceridad por encima de todo, independientemente de lo descarnada que fuese.

No contesté con el típico «lo mismo digo», pero tampoco puse los ojos en blanco al oír mi nombre completo porque, durante el viaje en avión, había elaborado una estrategia para esa reunión. Lo primero, olvidarse del pasado y centrarse en el presente. Lo segundo, mantenerlo todo en el terreno profesional. Lo tercero, y quizá lo más importante, mantener la calma y no reaccionar al desdén de Nick, no mostrar la ñoñería y superficialidad que él esperaba ni ser grosera de ninguna manera. Tomé aire por la boca y lo solté por la nariz varias veces hasta que logré una serenidad inmutable.

–Gracias…

Estreché la mano que me había tendido y bajé de la lancha. Él me soltó bruscamente y frunció el ceño al ver la inmensa maleta que James estaba intentando mover.

–¿Cuánto tiempo piensas quedarte?

–No mucho –contesté yo.

Me pasé una mano por la falda como si quisiera eliminar la sensación de hormigueo que me había producido ver que Nick le libraba a James de su carga como si pesara menos que una pluma.

–Parece un equipaje para semanas.

–Un par de semanas.

Me miró con un brillo en los ojos que me dejó muy claro que la idea lo alteraba.

–¿Un par de semanas…?

–No te preocupes –lo tranquilicé mientras devolvía la cuerda a James–. No pienso pasarlas aquí.

Sabía cuándo no era bien recibida y no me importaba. Estaba acostumbrada a estar sola y me gustaba. Había aprendido por la experiencia que no podía confiar en las relaciones. Había aprendido lo veleidosas que podían ser las personas cuando mis amigos, entre ellos mi novio, me hicieron el vacío cuando más los necesitaba.

Acabé dándome cuenta de que ni siquiera podía confiar en mi familia. Mi padre, al que adoraba, se distanció sentimentalmente en cuanto se enteró de que mi madre estaba teniendo una aventura con su entrenador personal y dedicó todos sus esfuerzos a recuperarla. Mi madre y yo teníamos una relación complicada, en el mejor de los casos, gracias al papel que yo había tenido en el deterioro de su matrimonio y mi hermano, la única persona con la que podría haber contado, vivía a casi ocho mil kilómetros de distancia.

Sin embargo, nada de eso era una novedad. Lo había aceptado y me había adaptado desde hacía años. Además, si el caparazón que me había creado significaba que no dejaba a nadie que se acercara, que no podía hablar con nadie sobre mis miedos y mis esperanzas, que no podía contarle a nadie mis sentimientos contradictorios sobre el premio de lotería que me había tocado, esa punzada de soledad que sentía de vez en cuando era un precio muy bajo por la supervivencia. La amistad verdadera, el amor y el matrimonio exigían una confianza que yo no podía llegar a tener. Cualquier relación sentimental llevaba a la turbación, al dolor y al desgarro. Era más fácil y más seguro, para mí misma y para los demás, si me mantenía al margen.

–No sabía que te hubiese invitado.

El comentario en tono tenso de Nick me sacó del ensimismamiento y, afortunadamente, me recompuse. Ya no soportaría las conversaciones afectadas y el estar evitándonos el uno al otro, sería una tensión insoportable y no era la idea que tenía de pasármelo bien.

–He reservado una habitación en un hotel de Zanzíbar.

En realidad, en el mejor hotel de Zanzíbar. Según su página web, el minimalismo escandinavo se mezclaba con el Oriente Próximo en veinte hectáreas de vegetación tropical. Eran las primeras vacaciones en el extranjero desde hacía ocho años y me esperaban dos semanas de caprichos, con dos piscinas infinitas y una villa con mayordomo. En vez de ir de un lado a otro por la oficina que dirigía en un noviembre lluvioso, iría a una tumbona con un libro, sestearía con indolencia, me daría masajes, haría yoga por la mañana, cenaría langosta y, con un poco de suerte, me broncearía. Como antes…

Bueno, quizá no igual que antes. Antes también habría buceado con mi padre entre peces y corales, con una relación y una confianza entre los dos más fuerte que el acero. Al menos, eso me había imaginado hasta que, en medio de todos nuestros infortunios, había comprobado que no era el héroe que había creído que era, que el único lazo que creía que nos unía era un espejismo, que no lo conocía en absoluto…

Aun así, estaba impaciente.

–El helicóptero vendrá a recogerme dentro de una hora –añadí yo.

Intenté volver al presente y borrar esos sentimientos de pena, dolor y pérdida que todavía podían adueñarse de mí aunque hubiesen pasado siete años, seis meses y veintiún días desde que mi padre tuvo el ataque al corazón.

–Perfecto –replicó él inexpresivamente–. Cuanto antes aclaremos lo que quieres de mí y sigas tu camino, mejor.

Él se dio media vuelta para marcharse por el embarcadero con mi maleta en la mano y yo me quedé para despedir a James con la mano. Sus palabras seguían retumbándome en los oídos y me sentí un poco aturdida. Era posible que la sinceridad descarnada tampoco fuese tan buena.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

HABÍA un paseo de cinco minutos entre una frondosa vegetación para llegar a la casa de Nick y tuve tiempo para reflexionar sobre mi extraña reacción cuando me tocó con su mano y sobre la opresión que sentí en el pecho al oír lo que dijo al marcharse.

Lo primero era fácil de explicar. Nick y yo no nos habíamos tocado ni una sola vez aunque nos conocíamos desde hacía dieciocho años, algo raro cuando siempre he sido bastante tocona. Sin embargo, él, de adolescente, había sido arisco y había irradiado malas vibraciones. Además, después de que yo acabara con cualquier posibilidad de relación amistosa durante la fiesta en la piscina cuando cumplí dieciséis años, cualquier contacto habría sido gélido.

Últimamente, cuando nos encontrábamos, cuando mi hermano llegaba de Estados Unidos y organizaba algo, nos saludábamos fríamente con la cabeza y cada uno seguía por su lado. Por eso, no era tan raro que un contacto físico que no hubiese sido gélido, aunque sí fugaz, me hubiese producido una impresión tan intensa que todavía la sentía dentro de mí.

Me resultaba más difícil entender la opresión en el pecho porque me hubiese dicho que estaba deseando que me marchara. Parecía como si me importara lo que pensara de mí y no era verdad. Ya no estaba justificada su censura tácita y constante a mi superficialidad, aunque sí lo estuvo en un momento dado. Si no podía aceptar que ya no era una adolescente mimada y egoísta, eso era asunto suyo.

Quizá me doliera porque, hasta ese momento, no había expresado claramente que yo le disgustaba y oírlo hacía que fuese innegable. También era posible que estuviese exagerando porque estaba más sensible por todo el estrés que había pasado últimamente y por la falta de apoyos, algo que había notado más que nunca. No podía saberlo y me daba igual. En definitiva, lo único que me importaba era que Nick me ayudara a administrar la fortuna que me había caído del cielo y que tantos problemas me había causado ya.

La vegetación fue abriéndose mientras el sendero llegaba al final y mis elucubraciones se esfumaron con lo que vi. Una villa de dos pisos impresionante, construida con madera blanca y con abundantes ventanas y puertas de cristal que brillaban con el sol. Unas columnas que se elevaban desde la planta baja soportaban una terraza que rodeaba la primera planta y formaba un amplio porche sombreado. La enorme piscina rectangular elevada tenía los lados transparentes, de modo que el agua parecía una gruesa losa de cobalto. Una pradera verde como una esmeralda llegaba hasta la playa y el resplandeciente mar. La brisa ondulaba las palmeras y unas macetas con flores de colores adornaban el jardín. Como paraíso tropical, ese era insuperable, y había visto unos cuantos.

–Es una casa muy bonita –comenté mientras lo seguía hacía el porche.

–Me gusta…

–Entiendo que quieras pasar aquí los inviernos.

–No me gusta el frío.

–Yo no lo sé… –repliqué al notar el sudor en las sienes–. Chocolate caliente, el crepitar de la chimenea, el tacto del cachemir… ¿A quién no le gusta?

–El invierno no es chocolate caliente, chimeneas y cachemir para todo el mundo

Él lo dijo en un tono que hizo que me sonrojara y no por el calor precisamente. Nick se había criado con muy pocos recursos. Mi hermano me contó una vez, cuando yo tendría unos trece años, que su madre tenía que elegir muchas veces entre darles de comer o calentarlos. Yo, que era incapaz de entenderlo y que no estaba interesada por el desgarbado y taciturno amigo de mi hermano, me encogí de hombros y no le di ninguna importancia, uno de los muchos momentos de los que no me siento orgullosa.

–Me imagino… Además, creo que el cachemir atrae a las polillas.

Tuve que reprenderme a mí misma por haber vuelto a hablar sin pensar lo que decía, algo que me pasaba muchas veces cuando él estaba cerca. Nick me miró con incredulidad y cruzó unas puertas acristaladas para entrar en una cocina tan grande como el pisucho que compartía con otras dos. Luego, dejó la maleta en el suelo y se dirigió hacia unos armarios de madera que cubrían todo la pared del fondo de la habitación.

–¿Quieres beber algo?

Dejé el bolso en la encimera de madera y me senté en un taburete. Me encantaría beberme un gin tonic enorme con aroma a romero, algo que me aliviara la sed y me serenara. Sin embargo, no era mediodía todavía y no me convenía que empeorara su concepto de mí.

–Tomaré un café, gracias.

Él se giró hacia una máquina que parecía una nave espacial y yo tuve la ocasión de mirarlo con detenimiento. Su imagen desenfadada era sorprendente porque siempre lo había visto cuando había salido del trabajo e iba vestido con traje. Además, también habíamos estado con más gente y no me había fijado en la amplitud de sus espaldas ni en los fibrosos antebrazos que podían verse cuando se quitaba la chaqueta y se remangaba la camisa.

Desde luego, no le había visto nunca hacer algo tan vulgar como remover una cucharada de azúcar en un café. Sus manos eran hipnóticas. Si el contacto de su mano en la mía me producía una descarga eléctrica por todo el cuerpo, ¿qué efecto tendría si me tocara otras partes del cuerpo…? Vi su imagen abrazándome repentinamente y se me secó la boca, se me paró el pulso y se me desbocó acto seguido.

¿Qué estaba pasando? Borré esa imagen de mi cabeza e intenté recuperar el dominio de mí misma. ¿Por qué había pensado en sus manos tocándome? No lo había hecho nunca, jamás había pensado en ningún tipo de contacto… o, al menos, desde hacía mucho tiempo.

Objetivamente, sabía que era excepcionalmente guapo. Hacía años que no era desgarbado, medía casi dos metros, tenía un cuerpo esbelto y musculoso y un rostro con todos los rasgos más viriles, era el arquetipo del hombre alto, moreno y atractivo. Además, a juzgar por todas las mujeres con las que salía en las fotos, yo no era la única que lo sabía.

Sin embargo, se trataba de Nick el rígido, crítico y fiscalizador, el que ya no era mi tipo.

–Toma…

Yo di un respingo por el cariz que habían tomado mis pensamientos. Él dejó la taza a mi lado y frunció el ceño.

–¿Te pasa algo?

Evidentemente, había perdido el juicio, pero tenía que reponerme porque él era muy perspicaz y si llegaba a imaginarse lo que se me había pasado por la cabeza… Prefería no pensarlo.

–Estoy bien –contesté yo con una sonrisa forzada–. No estoy acostumbrada a este calor y han sido veinticuatro horas muy ajetreadas.

–Tienes que estar desesperada para haber venido hasta aquí tan deprisa.

Él no tenía ni idea. Me pregunté por un momento si disfrutaría por tenerme a sus expensas, pero, la verdad, no creía que disfrutara con nada. Yo, desde luego, no había visto ninguna prueba. Tampoco había prestado mucha atención a esas fotos, pero aunque estuviera acompañado por una rubia impresionante, siempre parecía irradiar indiferencia.

–Es verdad –reconocí tomando la taza de café–. Tomé el primer vuelo que pude en cuanto recibí tu correo.

–Me siento halagado.

–No me diste muchas alternativas.

Aunque tampoco había sido un sacrificio después de que se me hubiese pasado la indignación porque me hubiese citado con esa prepotencia. Decidí viajar en primera y fue tan agradable como recordaba. La sala de espera, la atención personal, la tranquilidad, el champán… Todo lo que había dado por sentado hasta que tuve que volar a Escocia en un vuelo convencional.

Naturalmente, había sido carísimo, y más porque había pagado un extra para compensar la huella de carbono que originaba la primera clase, pero ya no tenía que preocuparme por esas cosas. Económicamente, ya no tenía que preocuparme por nada siempre que me mantuviera alejada de sinvergüenzas dispuestos a desplumarme. Además, cuando lo hubiese asimilado del todo, estaría encantada de la vida y no alterada o, algunas veces, petrificada.

–Pero gracias por recibirme –añadí yo para parecer profesional y, sobre todo, madura–. Estarás muy ocupado y será un incordio que esté aquí.

–Creo que deberías decirme qué quieres de mí antes de que llegue tu helicóptero –él se apoyó en la encimera con los brazos cruzados y se me aceleró el corazón–. El tiempo va pasando…

Era una buena idea. Ya estaba bien de tonterías con el corazón y de decepciones absurdas porque no hubiese negado que estuviera ocupado y que ella fuera un incordio. Había ido allí por un motivo y solo uno.

–Hace seis semanas, me tocaron ciento ocho millones de libras en la lotería.

Me recordé con firmeza cuál era ese motivo y no era, ni mucho menos, que ese hombre que me había despreciado siempre me diese un abrazo ardiente.

Nick se limitó a arquear levemente una ceja, pero, seguramente, estaría acostumbrado a esas cifras descomunales. Para él, esa cantidad sería un cambio minúsculo, pero yo estuve a punto de morirme cuando me enteré de lo que me había tocado.

–Puedes comprarte muchos bolsos con eso.

Yo me crispé automáticamente, pero también lo dominé heroicamente.

–Depende del bolso –repliqué yo con frialdad–, pero tengo otros planes.

–¿Cuáles?

–En este momento, me siento abrumada y por eso he venido, necesito tu ayuda.

–¿Ahora necesitas mi ayuda? –preguntó él al cabo de un rato.

Vaya, era eso… Me había imaginado que podría sacarlo a relucir y por eso no le había pedido asesoramiento cuando me repuse de la impresión.