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No es oro todo lo que reluce A sus treinta y cinco años, Bella era una experta en diamantes, pero le seguía faltando uno en el dedo anular de la mano izquierda. Al menos su negocio de joyería era un éxito, y tenía un nuevo cliente muy interesante: nada menos que William Cameron, duque de Hawksley. Will era alto, moreno y tan atractivo que a Bella le resultaba difícil concentrarse en las joyas que él le había llevado. Lo más sorprendente de todo era que entre ellos había una química muy especial… y urgente, que les hizo perder por completo el control en el asiento trasero del coche de William. Tal vez fuera siendo hora de que Bella se arriesgara en el amor…
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Seitenzahl: 184
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2012 Lucy King. Todos los derechos reservados.
DÍSELO CON DIAMANTES, N.º 2185 - septiembre 2012
Título original: Say It with Diamonds
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2012
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-0797-6
Editor responsable: Luis Pugni
ePub: Publidisa
Bella, tesoro:
Alex tiene un amigo con el que ha estado haciendo negocios. Soltero… guapo… Inteligente… Forrado… Y tiene muchas ganas de conocerte. Sé que no te van las citas a ciegas, pero yo ya lo conozco y creo que sería perfecto para ti. ¿Qué me dices?
Un beso. Phoebe.
P. D. ¿Qué planes tienes para tu cumpleaños?
¿Cuánto tiempo se tardaba en escribir por encima de mi cadáver y metida en la cama? Bella volvió a leer el correo electrónico que acababa de recibir y miró el reloj. Al ver que le quedaban diez minutos para la cita que tenía a las dos en punto, se centró de nuevo en el teclado y se dispuso a responder.
¿En qué planeta vivía Phoebe? ¿Que a Bella no le iban las citas a ciegas? Decir que no le iban era quedarse corto. ¿Cómo se podía haber olvidado su amiga de las interminables noches que se habían pasado las dos charlando sobre las desastrosas citas a ciegas que Bella había tenido en los últimos seis meses? Evidentemente, ella era tan feliz con Alex y estaba tan metida en los preparativos de su boda que parecía que se le había olvidado todo.
Bella frunció el ceño. Sentía envidia por la felicidad de su amiga. Ella era la primera en admitir que tenía ganas de sentar la cabeza. El hecho de haberse pasado toda la infancia detrás de una madre que había tenido un pasado inestable e incluso delictivo le hacía desear la estabilidad, pero no estaba desesperada. Al menos, no tanto.
Además, francamente, si el amigo de Alex era tan guapo, tan inteligente y tan rico como Phoebe afirmaba, ¿por qué seguía soltero? Algún defecto tenía que tener.
En cuanto a lo de celebrar su cumpleaños, ¿qué era lo que ella tenía que celebrar?
En una ocasión, cuando cumplió veinticinco años, alguien le preguntó dónde pensaba que estaría diez años después. Ella había respondido, sin pensar, que esperaba estar en lo más alto de su carrera y que tendría el marido, la familia y la seguridad que siempre había deseado. No había tenido duda alguna de que eso ocurriría.
No había sido así. Allí estaba ella, a punto de cumplir los treinta y cinco, aún soltera y sin perspectiva alguna de tener novio ni boda ni familia. Lo último que deseaba era celebrar su propio fracaso.
¿En qué se había equivocado? Era una mujer razonablemente atractiva. Interesante. Divertida. Bastante inteligente. Entonces, ¿por qué seguía allí, cubriéndose de polvo, en una estantería que cada vez estaba más vacía?
Suspiró. Plantó los codos sobre el escritorio y se apoyó la barbilla sobre las manos. Entonces, consideró su posición.
Tal vez era demasiado exigente. Cuando una mujer llega a los treinta y tantos, los hombres disponibles y solteros no crecen en los árboles. Si se quería uno, había que aprovechar la oportunidad cuando se presentaba. Lo malo era que después de los últimos desastres en sus citas, había decidido mantenerse al margen.
Entonces, tal vez no era de extrañar que lo que había anhelado desde que era una adolescente siguiera siendo un sueño lejano. Tal vez debería dejar de ser tan escéptica y darle una oportunidad a ese amigo de Alex. No tenía muchas opciones. ¿Qué daño podía hacer una cita más? Podría ser que el amigo de Alex resultara ser el hombre de sus sueños.
Flexionó los dedos y escribió su respuesta.
Suena genial. Tratando de olvidarme de él.
Entonces, envió el mensaje.
Un segundo después, el timbre de su tienda empezó a sonar. Se puso de pie. Tenía que tratarse de su reunión de las dos. Una reunión en la que se esperaría que ella se comportara como una joyera experimentada que pudiera evaluar un número de piezas de joyería y no como una mujer patética que no hacía más que lamentarse.
Santo Dios.
El hombre que estaba al otro lado de la puerta principal de su tienda era impresionante. Alto, moreno, de anchos hombros. Llevaba puesto un abrigo azul marino que dejaba al descubierto un jersey azul celeste, una bufanda y unos vaqueros. Además, lucía un bronceado que no se podía atribuir al clima de Londres en el mes de octubre.
Bella tragó saliva. Cuando habló con aquel hombre por teléfono, su voz le había producido extrañas sensaciones en el estómago, pero jamás se había imaginado que se traduciría en un hombre así. En su experiencia, ese tipo de cosas casi nunca ocurría. Sin embargo, William Cameron era tan atractivo como su voz había prometido.
Y también más o menos de su edad. Bella se animó considerablemente y, automáticamente, se preguntó si él estaría soltero y disponible.
El hombre se irguió y sonrió al verla. Bella sintió que la boca se le quedaba seca. Un extraño calor se le fue extendiendo poco a poco por las venas. Las piernas le temblaban. Tenía el estómago presa de un extraño nerviosismo. La excitación se había adueñado de su cuerpo entero y amenazaba con deshacerle por completo los huesos.
Él levantó las cejas y sonrió de nuevo. Entonces, como si supiera exactamente lo que ella estaba pensando, volvió a apretar el timbre.
El sonido hizo que Bella volviera a la realidad. Parpadeó. Entonces, se recriminó su actitud en silencio.
«Muy bien, Bella. Así se hacen los negocios. Dejas al cliente de pie en la puerta mientras le miras boquiabierta. Muy profesional».
Trató de tranquilizarse y esperó fervientemente que él no fuera capaz de leer el pensamiento. Entonces, se dirigió al amplio mostrador que tenía en una esquina de su tienda. Allí, se inclinó y apretó el botón que tenía por debajo. Tal vez ese era el problema. Tal vez era demasiado transparente. Tal vez mandaba señales de desesperación y necesidad.
Seguramente, lo mejor sería dejar de mirar a todos los hombres que conocía como posibles parejas. En especial a los clientes. Por muy guapos que fueran. Respiró profundamente y sonrió mientras se giraba para mirar a la puerta.
Tenía que mostrase fría, distante y cortés. Como la consumada profesional que era. ¿Tan difícil podía ser?
Sonrió aún más ampliamente y se dirigió hacia la puerta. Entonces, se detuvo en seco. Su tienda no era en modo alguno pequeña, pero, en el instante en el que él pisó en su interior, el establecimiento pareció quedarse sin oxígeno. El corazón comenzó a latirle aceleradamente y toda la sangre pareció abandonarle la cabeza. Por suerte, pudo recomponerse enseguida y esperó que lo hubiera hecho antes de que él tuviera oportunidad de darse cuenta.
No sabía cuál de sus sentidos estaba más afectado. Si su vista, al ver aquella imagen de cabello negro, ojos azules como el mar y un rostro que parecía tallado en mármol. Si su olfato, al verse asaltado por la embriagadora combinación de sándalo y especias que emanaba del cuerpo de él.
Sintió deseos de abalanzarse sobre él para ver si su cuerpo era tan firme y tan musculado como parecía.
Dios. Aquel hombre no solo era guapo, sino que era prácticamente magnético.
Y eso que había decidido mostrarse fría, distante y cortés. Se sentía acalorada, afectada y demasiado grosera.
La puerta se cerró tras él. Después, se tensó y, durante un instante, pareció palidecer. Bella se preguntó por qué, pero entonces él comenzó a mirarla de arriba abajo, deslizándole la mirada por el rostro, los senos, la cintura y más allá. Cuando el cuerpo de ella comenzó a vibrar de excitación, los labios de él se curvaron en una suave sonrisa. Bella centró su atención en aquella boca y, de repente, en lo único que pudo pensar fue en lo que sentiría si aquella boca recorriera su cuerpo. Deseaba sentirla sobre su piel. Cálida, húmeda y exigente.
La repentina oleada de lujuria que se apoderó de ella estuvo a punto de hacerle perder el equilibrio. Parpadeó dos veces y trató de recuperar el control. Tenía que dejar de comportarse así. No debía mostrarse contraria a una relación y, además, había decidido aprovechar las oportunidades que se le presentaran, pero no podía seducir a un cliente en su tienda.
Carraspeó y levantó la barbilla.
–Buenas tardes –dijo–. Soy Bella Scott.
–Will Cameron –respondió él. Entonces, estrechó la mano que ella le extendía con firmeza antes de soltársela.
Los dos sentidos que aún le faltaban siguieron el mismo camino que los anteriores. La voz profunda le acarició los oídos y su cuerpo entero vibró con las sensaciones que aquella mano le había producido.
El único sentido que permanecía sin afectar era el del gusto y eso podría corregirse muy fácilmente. Lo único que ella tendría que hacer era dar un paso hacia él y darle un beso en los labios. Rodearle el cuello con los brazos, apretarse contra él y deslizarle la lengua entre los labios. Así podría descubrir exactamente a qué sabía aquel hombre.
Ahhh… Era horrible. Tuvo que luchar frenéticamente para controlarse. Aquello no podía ser. Trató de recuperar su saber estar respirando profundamente.
–Por favor, siéntese –le dijo indicándole una silla que había junto a la mesa.
Will tomó asiento.
–Gracias por acceder a verme tan rápidamente.
–De nada.
–Mencionó que tenía algunas joyas que deseaba peritar –consiguió decir.
–Así es.
–¿Es para el seguro?
–Una herencia.
–Oh, lo siento –murmuró ella.
Él se encogió de hombre y sonrió ligeramente.
–Es tan solo una de las formalidades que hay que pasar.
Aquello no era a lo que Bella se había referido, pero la relación que Will Cameron tuviera con el fallecido no era asunto suyo. Para ser sincera, tampoco le interesaba tanto como lo que él le había llevado para que lo valorara. A pesar de que Bella había forjado su carrera en el diseño de joyas, lo que más le gustaba sería siempre la gemología.
–¿Me permite?
Will Cameron se metió la mano en el bolsillo y sacó algo, que le entregó a Bella. Ella bajó la mirada y tuvo que contener la respiración.
Dios santo.
Se mordió el labio y tomó el anillo que él le ofrecía. Estaba tan hipnotizada por la belleza de aquella joya que casi no sintió nada cuando los dedos de Cameron tocaron los suyos. Jamás había visto nada tan magnífico. Era un solitario con un diamante de talla esmeralda. La piedra tenía que tener al menos tres quilates y no tenía tara alguna, a juzgar por la perfecta simetría con la que la luz se reflejaba en ella.
–¿Qué le parece?
Bella sintió que se le hacía un nudo en el pecho. Cuando ella se prometiera, le encantaría que su anillo de compromiso se pareciera a aquel.
–Es muy hermoso.
–A mí me importa un comino cómo sea –dijo Will secamente–. Solo me interesa lo que vale.
Bella levantó los ojos con incredulidad. ¿Cómo podía alguien con un gramo de sentimiento en su cuerpo no emocionarse al ver algo tan bello? Tomó su lupa y se la colocó en el ojo. Podría ser que él odiara las joyas. Ciertamente, había algo en él que parecía indicar que él no era la clase de hombre que pudiera ser sentimental. De hecho, parecía más bien cínico. Si ese era el caso, entonces ciertamente no era el tipo de hombre que le gustara a Bella, por muy guapo que fuera.
Centró su atención en el anillo. Lo hizo girar entre sus dedos para examinarlo. Entonces, se sintió muy asombrada. Resultaba muy extraño.
Tal vez le ocurría algo a su lupa. O a su vista. Tal vez se trataba simplemente de que la mirada de Will sobre ella mientras trabajaba hacía que los dedos se movieran torpemente y provocara también que la cabeza no le funcionara bien.
–¿Ocurre algo?
Ocurrían muchas cosas. A muchos niveles. Bella bajó la lupa y esperó que su rostro no delatara sus pensamientos. Entonces, lo miró a él.
–¿Le importaría que hiciera otra prueba?
–Por supuesto que no.
Bella buscó en el cajón su piedra de toque y la frotó suavemente contra el anillo. Entonces, añadió una gota de un líquido y observó los resultados. Suponía que al menos eso era algo por lo que estar agradecida.
–¿Me ha traído algo más?
Will Cameron asintió. Se metió las manos en los bolsillos del abrigo y derramó el contenido de las mismas sobre la mesa. Bella no pudo evitar observar las manos. Bronceadas, fuertes y cubiertas de un fino vello oscuro. Maravillosas. Inmediatamente, se imaginó aquellas manos recorriendo su cuerpo, explorándola, buscando y encontrando, dejando que aquellos largos dedos la excitaran. La visión fue tan clara que, una vez más, la temperatura de su cuerpo subió hasta límites imposibles y el corazón comenzó a latirle con fuerza en el pecho.
Tenía que controlarse. Jamás se había sentido tan distraída en su trabajo. Y, en aquellos momentos, con el descubrimiento que acababa de hacer, no podía permitírselo.
Tragó saliva y centró su atención en las piezas que él había dejado sobre la mesa. Eran exquisitas. Si eran auténticas, valdrían una fortuna.
–¿Puedo? –le preguntó.
–Por supuesto.
Bella tomó un broche de zafiros y diamantes de estilo art decó y lo examinó. A continuación, tomó un collar de oro y esmeraldas. Se sentía como una niña en una tienda de caramelos. Nunca antes había visto joyas semejantes y, probablemente, no las volvería a ver. Si Will Cameron tenía más, sería el dueño de una impresionante colección.
Siempre y cuando, por supuesto, las sospechas de Bella no resultaran ciertas.
Pieza a pieza, fue realizando las pruebas pertinentes en todas ellas. Se tomó su tiempo para examinarlas todas. Quería asegurarse. Poder garantizar que no había cometido un error.
Sin embargo, con cada instante que pasaba, comenzó a sentir una profunda decepción.
Cuando dejó la última pieza sobre la mesa, ahogó un suspiro.
–¿Y bien? –preguntó él.
–Me temo que no puedo dar un valor a estas piezas –dijo Bella con cautela.
–¿Por qué no?
No había manera de que pudiera evitar responder. No había manera en la que pudiera suavizar el golpe. Solo podía esperar que él no fuera la clase de hombre que la tomaba con el mensajero.
Lo miró a los ojos y respiró profundamente.
–Porque son sintéticas.
SINTÉTICAS? Will se tensó. Eso era imposible. No podía ser. Debía de haber oído mal. Haber estado distraído por el efecto que Bella producía sobre él. Ciertamente era una mujer muy capaz de distraer a un hombre.
Desde el momento en el que la vio, con su larga melena oscura, un vestido ceñido al cuerpo y unas botas altas, se había sentido completamente atrapado por ella. Una profunda tensión y un intenso calor se había apoderado de su cuerpo.
En poco tiempo, las sensaciones se habían transformado en deseo, un deseo que había alcanzado proporciones prácticamente incontrolables cuando vio que ella se había sonrojado también y que en sus ojos también ardía la llama del deseo. Al darle la mano, sintió un deseo abrumador por tomarla entre sus brazos y tumbarla sobre la mesa.
Cuando consiguió refrenar aquella reacción tan extraña y tan violenta, sintió deseos de invitarla a cenar. Después de pasarse los dos últimos meses tratando de ordenar las propiedades de su padre, le hubiera venido bien un poco de distracción y algo de compañía femenina.
En eso, no había nada particularmente inusual. A Will le gustaban las mujeres. Y él les gustaba a ellas. Estaba soltero y no le importaba en absoluto tener una aventura, mientras esta fuera breve y apasionada. Todo lo demás, quedaba descartado.
Lo que sí era inusual era que él siguiera experimentando frustración y deseo mientras que ella había borrado toda chispa de atracción que pudiera haber experimentado y se había retirado detrás de una imagen profesional y distante.
En realidad, no era inusual, sino desconcertante. Y desilusionador, dado que apenas podía recordar cuándo había sido la última vez en la que había tenido oportunidad de explorar las delicias de la atracción mutua.
Tal vez era lo mejor. Por el modo en el que ella lo miraba, parecía estar esperando alguna clase de respuesta.
Will se frotó la barbilla con la mano y se centró en el hecho de que las joyas que había sacado de la caja fuerte para que fueran peritadas hubieran resultado ser sintéticas.
¿Cómo diablos podían ser sintéticas? Aquella colección se había reunido a lo largo de décadas. Generaciones de antepasados que habían regalado las joyas más delicadas a sus esposas. Estaba completamente seguro de que, aunque a ninguno de ellos se le había dado muy bien mantener sus votos matrimoniales, siempre habían comprado lo mejor.
–¿Sintéticas? –repitió.
Bella asintió.
–Los engastes son de verdad. El metal es el auténtico y original, pero las piedras son sintéticas.
–¿Está segura?
–Sí. ¿Ves esto? –le preguntó mientras le mostraba el anillo de compromiso que su padre le había dado a su madre inclinándose hacia delante.
El primer instinto de Will fue echarse atrás, pero como eso implicaría que la consideraba una especie de amenaza, algo absurdo, se mantuvo firme, aunque eso significara que la proximidad de ella le producía un extraño hormigueo en la piel.
Se obligó a mantener los ojos en el anillo en vez de mirar los labios de ella y el atractivo modo en el que se movían.
–El lustre es demasiado apagado y la luz que refleja lo hace en los ángulos equivocados. Necesitaría comprobarlo, pero sospecho que el original se ha visto sustituido por una circonita.
Al escuchar aquellas palabras, Will sintió que la sangre se le helaba, a pesar del efecto que Bella ejercía sobre él. ¿Cómo podía haber ocurrido algo así? Por lo que él sabía, la colección no había salido nunca de la caja fuerte en la que llevaba guardada desde hacía años.
–¿Cuándo?
–Resulta imposible decirlo, pero parece que los engastes han sido manipulados recientemente. Probablemente, en el último año.
Will tensó la mandíbula y se reclinó sobre el asiento. Tal vez la colección en sí misma no le importara, ni siquiera la imprevista caída de su valor, pero sí le importaba descubrir que alguien había estado expoliando algo que estaba bajo su tutela. Él era el guardián de todo aquello y, por lo tanto, le correspondía a él descubrir quién había hecho algo así, hasta dónde habría sido capaz de llegar el ladrón y por qué lo había hecho.
–Lo siento –dijo ella.
Will volvió a meterse las joyas en los bolsillos.
–Confío en que sus conclusiones seguirán siendo confidenciales.
–Por supuesto.
–Bien, en ese caso, me gustaría que echara un vistazo al resto de la colección.
–¿Hay más?
–Mucho más –respondió él, pensando en las docenas de cajas que había en la caja fuerte y en lo que podrían contener.
–¿Cuándo?
–¿Le viene bien ahora mismo?
–Iré a por mis cosas.
Para alguien que acaba de recibir la noticia de que las diez joyas que tenía en su poder eran falsas, Will parecía estar notablemente tranquilo. Bella estaba segura de que, si aquello le hubiera ocurrido a ella, su reacción no habría sido tan contenida. Ciertamente, ella no habría reaccionado con indiferencia.
Sin embargo, desde el momento en el que los dos se montaron en el coche de él, un vehículo con chófer y cristales tintados, Will se había limitado a sacar su teléfono inteligente y había permanecido pegado a él prácticamente desde entonces, dando incesantes instrucciones a los pobres infelices que lo escuchaban desde el otro lado de la línea con los que hacía negocios que sin duda justificaban el coche con chófer, el abrigo de cachemir y un reloj de cuyo precio era de seis cifras.
Durante la breve conversación que mantuvieron, ella había establecido que había sido Alex, el prometido de Phoebe, quien la había recomendado a Will Cameron. De hecho, durante un instante, se le había ocurrido que Will Cameron podría ser el hombre al que Phoebe se había referido en su correo. No había tardado en descartar aquella idea. No le parecía que Will Cameron fuera la clase de hombre que tenía citas a ciegas.
No obstante, no podía negar el efecto devastador e inmediato que había producido en ella. En aquellos momentos, en los confines del vehículo, se sentía aún más consciente de lo cerca que estaban. Aquel espacio cerrado intensificaba la presencia de Will Cameron. Su voz parecía llegar hasta el interior del cuerpo de Bella. La energía y la fuerza que emanaban de él la hacían temblar.
Por mucho que deseara que fuera de otra manera, sus hormonas se lo impedían. No podía apartar la mirada de los fuertes muslos que ceñía la tela vaquera de los pantalones. De vez en cuando, cuando tomaban una curva, el hombro de él rozaba el de ella. Entonces, Bella tenía que agarrarse las manos y retorcer los dedos para no aprovechar el incidente y caer a propósito encima de él.
Resultaba de lo más desconcertante, sobre todo, por que él no podía mostrarse menos afectado por ella. Ciertamente, Will Cameron no parecía estar sufriendo ninguna clase de distracción. Incluso cuando le parecía que él le estaba mirando las piernas, la expresión de su rostro y la mirada de sus ojos no revelaban absolutamente nada.
Cuando por fin el vehículo se detuvo en algún lugar de la City, Bella se encontraba en un estado tan agitado que, cuando el chófer se materializó frente a su puerta para abrírsela, estuvo a punto de caer sobre la acera por la prisa que tenía por escapar.