O todo o nada - Lucy King - E-Book

O todo o nada E-Book

Lucy King

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Beschreibung

Mezclar los negocios con el placer… ¡Acabó en una sorpresa!   Organizar el cumpleaños del multimillonario Zander fue todo un triunfo para la empresa de catering de Mia. ¿Y lo más picante del menú? ¡Aquella apasionante aventura de una noche! Sin embargo, un mes después, él estaba ilocalizable. Finalmente, Mia consiguió hacerle una emboscada y ¡anunciarle que estaba embarazada! A pesar de que estaba convencido de que era incapaz de amar, Zander se vio cegado por la necesidad de hacerlo mejor de lo que lo habían hecho sus padres ausentes e insistió en que Mia se mudara a su ático de Londres. Allí, temiendo que surgiera entre ellos una conexión más profunda, luchó contra la química. No obstante, esa Navidad Mia ya no se conformó con tener seguridad. Quería a Zander… ¡O todo o nada!

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Lucy King

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

O todo o nada, n.º 3087 - mayo 2024

Título original: A Christmas Consequence for the Greek

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411808927

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Capítulo 1

 

 

 

 

 

YA sé que tienes aversión a mezclar los negocios con el placer –Zander Stanhope susurró al oído de Mia Halliday mientras ella le entregaba una copa de champán con frambuesa y se contenía para no lanzarse a sus brazos–. Me lo has contado cientos de veces durante los últimos cuatro meses, pero a las dos de la madrugada, cuando termine la fiesta y cierre el local, ya no estarás trabajando para mí. Es solo una idea.

Zander se enderezó con una amplia sonrisa y mirada maliciosa y se volvió para marcharse. Mia permaneció mirándolo. Se había quedado anonadada tras su comentario y permanecía paralizada entre un malabarista y un tragafuego.

Su mente se aceleró al verle sentarse en una banqueta morada entre sus dos hermanos y comenzaba a devorar el postre. A medida que asimilaba el significado de sus palabras, su corazón latía cada vez más deprisa.

«Es solo una idea».

«Ese hombre es una amenaza», pensó ella mientras trataba de avanzar entre los bailarines, magos, acróbatas, plumas y pompas para pasar de la sórdida sensualidad a la tranquilidad de la cocina. Una amenaza, alta, bronceada y muy atractiva.

Se habían conocido en junio, poco después de que él la llamara para encargarle el servicio de catering que ofrecería en su fiesta de su treinta y cinco cumpleaños.

Al principio, ella pensó que todo era una broma, ya que ¿por qué iba a contratarla un magnate medio griego medio británico, dedicado a los transportes y la banca, que a menudo salía en periódicos y revistas? Halliday Catering tenía fama de servir comida fresca e innovadora y el negocio crecía poco a poco, sin embargo, todavía no servía a los miembros de la élite mundial, el círculo donde él se movía.

Una vez que asimiló la sorpresa y la incredulidad, se sintió halagada cuando él le comentó que había leído un artículo sobre ella en una revista y decidió que nadie más podría hacer el trabajo. Ella se entusiasmó pensando que su influencia quizá sirviera para darse a conocer a personas adineradas y que su negocio tendría el futuro asegurado.

Puesto que no solía quedar con los clientes durante las primeras etapas de la planificación de un evento, nunca imaginó que dos días más tarde él aparecería en la nave industrial donde ella tenía la oficina en Londres para hablar sobre el menú en persona. Y desde entonces, después de haber conocido su aspecto devastador y poderosa presencia, en lo único que había sido capaz de pensar en lo que a él se refería, era en el sexo.

Eso era lo que había pasado.

Sin más aviso que un mensaje de texto para informarla de sus intenciones, él apareció en su oficina aquella tarde provocando que todos sus sentidos se pusieran en alerta. Ella levantó la vista y se puso en pie inmediatamente, como si el ordenador le hubiese dado una descarga eléctrica. Le estrechó la mano y miró a sus ojos color chocolate mientras él se presentaba con un tono de voz que provocó que se derritiera por dentro. Al instante, Mia sintió una atracción implacable hacia él.

Durante las siguientes semanas, cada vez que recibía un mensaje en la bandeja de entrada de su correo electrónico, le daba un vuelco el corazón. Y al ver su nombre en la pantalla del teléfono se le secaba la boca y sentía como si la cabeza le diera vueltas. Para prepararse para las tres comidas de trabajo en las que se reuniría con él, Mia escogió la ropa y el maquillaje con mucho cuidado.

Él no disimulaba que se sentía atraído por ella, algo que Mia no podía concebir ya que él solía salir con las supermodelos y mujeres de la alta sociedad del planeta. Sin embargo, él le hablaba como si fuera la única mujer del mundo y la miraba como si la estuviera desnudando con los ojos. La intensidad de su atención la dejó sin aliento y cada vez más dispuesta a dejarse llevar por él.

No obstante, a pesar de su encanto y de su sexy sonrisa, Mia consiguió contenerse. Haciendo un gran esfuerzo, rechazó su invitación a cenar, incluso una copa, y se hizo inmune al brillo provocador de su mirada. Ella ignoraba el gesto que indicaba que él disfrutaba poniendo a prueba su voluntad al intentar destruir sus defensas y se convenció de que la expresión que había visto en su mirada cuando él rechazó su invitación debió de ser de incredulidad, ya que era imposible que un hombre como él se sintiera dolido.

Desde luego no pensaba poner en riesgo la oportunidad de que su nombre se hiciera conocido por ceder ante sus deseos y permitir que lo sentimental se entremezclara con un trabajo tan importante. Necesitaba permanecer centrada si lo que quería era que su empresa fuera el número uno de su sector. Conseguir la seguridad económica y ambiental que no había tenido de niña, una niña que a menudo faltaba a la escuela para poder cuidar de su madre enferma. Una niña que guardaba secretos y que vivía temiendo que se la llevaran los servicios sociales.

Tenía que ser fuerte.

Y lo había sido.

Hasta que él pronunció aquellas palabras en el coche y la hizo estremecer.

Tenía sentido.

Ella se había esforzado mucho en conseguir que la comida para el evento fuera novedosa, emocionante, perfecta e inolvidable. Y no se le ocurrió pensar que cuando terminara el evento también finalizaría la relación que tenía con él y ella sería libre para actuar, dejándose llevar por el deseo que la había atrapado desde hacía tanto tiempo. El deseo por un hombre que la atormentaba día y noche, un hombre que hacía que perdiera la razón y que, en teoría, pronto podría disfrutar. Era en lo único en que podía pensar.

«¿Y qué voy a hacer al respecto?», se preguntó con el corazón acelerado mientras sacaba una de trufas de chocolate del frigorífico y se la entregaba a Hattie, su amiga y única contratada en su negocio, que era la encargada de colocarlas en diferentes bandejas.

Nunca había sentido una atracción así y no podía recordar cuándo se había soltado la melena por última vez. La última relación desastrosa que había mantenido había finalizado dos años antes y, desde entonces, había estado centrada en el negocio y en alcanzar las metas que se había propuesto.

Además, tampoco pretendía tener una relación con él. Sabía quién era. Había leído artículos de prensa y había sido testigo de cómo gestionaba las llamadas personales que recibía.

Su actitud displicente hacia las mujeres era incompatible con la añoranza de mantener una relación sólida que le ofreciera el amor y la seguridad que ella anhelaba a causa de haber tenido una infancia complicada emocionalmente. Y aunque tenía fama de ser un rompecorazones despiadado, nunca partiría su corazón. Ella no le daría esa oportunidad. No tenía intención de cambiarle. No era estúpida. Tiempo atrás tendía a pensar que los hombres con los que salía podían ofrecerle algo más de lo que estaban dispuestos a dar, pero ya había aprendido.

Y sí, aunque alguna vez había detectado que bajo su mirada de playboy había emociones más profundas, no perdería tiempo dejándose llevar por ellas. Estaba a punto de llegar la Navidad y pronto estaría más ocupada que nunca.

Le había preocupado que Zander tuviera la capacidad de arruinar sus ambiciones. Había temido flaquear y perder el trabajo, o perder la oportunidad de reforzar su reputación y expandir la empresa. No obstante, el evento había sido un éxito. Habían devorado la comida y ella había entregado tantas tarjetas de negocio que tendría que encargar más.

Entonces, ¿qué impedía que celebrara el éxito disfrutando de una noche de sexo apasionado tal y como Zander y ella habían deseado desde hacía meses?

Nada.

 

 

Zander jugueteó con la copa de champán que tenía en la mano y observó cómo Mia se movía entre los asistentes ofreciendo los dulces que había preparado de postre.

Si hubiese sabido lo difícil que iba a resultarle acceder a ella, habría pasado la página de la revista que estuvo hojeando durante el vuelo de San Francisco a Tokio y no se habría fijado en la foto de aquella mujer de cabello cobrizo y ojos azules. Habría contratado el servicio de catering del club en lugar de pagarles dinero para compensar el hecho de no utilizar sus servicios y se habría ahorrado muchos problemas.

Cuatro meses de ardiente deseo. Cuatro meses de rechazo, frustración y falta de sueño.

–¿Por qué miras a la responsable del catering con el ceño fruncido?

Al oír la pregunta de Thalia, Zander cambió la expresión del rostro y sonrió mirando a su hermana pequeña.

–El risotto estaba demasiado grumoso, ¿no crees? ¿Y realmente es original el sabor de guisantes y menta?

Thalia le dio un golpecito en el brazo y sonrió.

–La comida era excelente y lo sabes. He oído comentarios maravillosos sobre el salmón y el curry de pollo era el mejor que había probado nunca –suspiró–. Los canapés temáticos sobre el circo estaban exquisitos y no te digo nada del postre. Es una fiesta increíble, a pesar de que casi me golpea un trapecio. Todo el mundo está disfrutando. Aparte de ti –lo miró fijamente–. ¿Y por qué diablos, Zan? Selene no ha venido a montar un numerito y el catering no puede ser el motivo, así que, ¿qué pasa? ¿Es el negocio? ¿Estás enfermo? ¿Qué pasa?

Aparentemente era la encargada del catering. No estaba enfermo y Stanhope Kallis, el imperio familiar de banca y transporte que él dirigía desde que su hermano Leo había dejado el puesto seis años atrás, era cada vez más fuerte. No le importaba nada que Selene, su escandalosa madre, ni siquiera hubiese respondido a la invitación que él le había enviado y que, por supuesto, no hubiese asistido al evento. ¿Cuándo se había interesado por él o por lo que hacía si no tenía relación con los dividendos que ella recibía? Por supuesto, la facilidad con la que interactuaban sus cinco hermanos y sus parejas respectivas, era algo que él nunca había conseguido comprender, pero no una novedad.

La actitud que Mia tenía hacia él era la causa de la tensión que sentía. ¿Por qué le molestaba tanto su obstinación y sentía la necesidad de retarla continuamente? ¿Por qué no podía aceptar que ella no quisiera hacer nada respecto a la química que compartían y continuar con su vida? ¿Por qué había tenido tanto interés en contratarla y por qué no se había echado atrás al ver que estaba librando una batalla que no podría ganar?

No tener respuesta a esas preguntas era lo que realmente le ponía nervioso. Y el hecho de estar sembrado de dudas. La idea de que ella pudiera ver a través de su armadura y percatarse de sus defectos lo abrumaba. Y peor aún, en algún lugar de su interior sentía una mezcla de emociones que había guardado en lo más profundo de su ser desde hacía casi tres décadas.

No había estado tan afectado por una mujer desde los diecinueve años, cuando fracasó en su primer intento de relación y decidió que no permitiría que volviera a pasar.

Ya estaba harto de obsesionarse con el hecho de que Mia hubiera rechazado cenar con él. Ella le había dicho que no y estaba bien. No sabía por qué le importaba tanto. ¿Quizá porque nunca le había pasado antes? ¿O porque quizá había malinterpretado la situación y estaba perdiendo facultades? Fuera lo que fuera, estaba harto del efecto desagradable que ella tenía sobre él. Mia no era tan atractiva. Conocía a cientos de mujeres más bellas e intrigantes que ella. Esa obsesión que tenía por ella era ridícula. Era una pérdida de tiempo y algo completamente inaceptable.

¿Cómo podía haber olvidado la lección que aprendió de sus padres cuando era niño? Desear cosas que no podía tener nunca salía bien y solo le provocaba dolor y confusión. ¿Desde cuándo había sido tan débil? ¿Y qué más daba que se hubiera estrellado y herido? Al parecer eso era lo que le había pasado.

Quizá Mia no lo deseara, pero había muchas otras mujeres que sí. Algunas estaban allí. Podría saciar la tensión física que sentía con cualquiera de ellas. No se resistirían. Estarían encantadas con una invitación a cenar o unas copas. ¿No era por eso por lo que seguían en contacto con él?

–¿Sabes qué? –le preguntó a Thalia, alejando a Mia de su cabeza y mirando a su alrededor para identificar posibles parejas de cama y seducirlas con una sonrisa.

–¿Qué?

–Tienes razón.

–Ah, ¿sí?

Al ver que media docena de mujeres se apartaban de la multitud y se acercaban hacia él poco a poco, Zander se terminó la copa y pidió más bebida.

–Empecemos con la fiesta de una vez.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

HACIA las dos menos diez de la madrugada Mia mandó a Hattie y al equipo a casa y regresó a la cocina.

Aquella tarde había imaginado que sobre esa hora de la noche se quedaría un rato a solas, en un lugar tranquilo y reflexionando sobre el trabajo bien hecho. Se había imaginado contando los minutos que faltaban hasta las dos y después yendo a buscar a Zander, diciéndole lo que deseaba exactamente y marchándose con él en busca de una noche de sexo ardiente y apasionado.

Sin embargo, mientras miraba el reloj, supo que no iría a buscarlo, que no le diría nada y que se marcharía a casa. Sola.

Estaba demasiado nerviosa como para pensar con tranquilidad sobre el evento de la tarde, así que, recorrió la habitación y se contuvo para no golpear los cacharros. Las sartenes, las cucharas. Su cabeza contra la pared.

«He sido una idiota», se amonestó. Y pensar que no mucho tiempo antes se había sentido orgullosa de su falta de estupidez, cuando una estúpida era exactamente lo que era.

¿Cómo se le había ocurrido que acostarse con Zander sería una buena idea?

Debía de haber estado fuera de sí.

Porque a pesar del comentario que él le había hecho cuando Mia le llevó el postre, y que había conseguido que se sintiera especial, durante el resto de la noche quedó bien claro que no lo era. Él no la deseaba. Solo quería a alguien a quien llevarse a la cama esa noche, alguien con quien alargar la celebración de su cumpleaños. Y, evidentemente, no le importaba quién fuera.

Mia había estado a punto de tirar la bandeja de trufas que estaba ofreciendo cuando lo vio sonreír de manera provocativa a unas invitadas, al mismo tiempo que les indicaba que se acercaran a él moviendo el dedo índice. Ellas respondieron enseguida.

«¿Qué está pasando?», se preguntó Mia sorprendida mientras intentaba mantener una sonrisa profesional en el rostro. ¿Qué había pasado con lo de las dos de la madrugada? ¿Él había cambiado de opinión? ¿Estaba jugando con ella?

Mia no encontró respuesta para esas preguntas a pesar de que rondaban en su cabeza desde hacía una hora, pero ya no le importaba porque había terminado con Zander. No era el juguete de nadie. Zander podía quedarse con todas las mujeres con las que había coqueteado y que habían pasado toda la velada tratando de captar su atención.

Ese sentimiento de rechazo era ridículo. ¿No había pasado los últimos cuatro meses sin querer que le prestara atención? Sí, ella había cambiado de opinión en el último minuto, pero era demasiado tarde. Zander era un hombre al que le gustaba coquetear. Era algo innato en él. No podía evitarlo.

Todo había terminado. Ella debía continuar avanzando. No tenía sentido desear haber aceptado su invitación a cenar y acostarse con él cuando tuvo la oportunidad. El arrepentimiento era una pérdida de tiempo. Al día siguiente se centraría en el trabajo y en la vuelta a la normalidad, sus propios deseos volverían a estar bajo su control y ella no echaría de menos nada de todo ello, ni el coqueteo, ni la atención, nada.

El reloj marcó la hora que señalaba la finalización de su contrato. Decidida, Mia salió de la cocina y se dirigió al recibidor. Abrió la puerta del guardarropa y se adentró en la habitación iluminada con luz tenue. Al ver a Zander poniéndose la chaqueta, se detuvo en seco.

–¿Qué haces aquí todavía? –preguntó con nerviosismo al ver al que seguía siendo el hombre más sexy que había visto nunca y al que seguía deseando.

–Acabo de despedir a los últimos invitados –repuso él–. ¿Y tú?

–Acabo de terminar en la cocina.

–Gracias por el trabajo de esta noche.

Ella sonrió y recogió su abrigo de la percha.

–De nada.

–La comida era excelente.

–Me alegro de que la disfrutaras.

Mia era consciente de que él observaba cada uno de sus movimientos, cuando curiosamente, mientras que estaba entretenido con sus admiradoras no le había dirigido ni una mirada. Ella agarró el abrigo de la percha y se lo puso atándoselo con el cinturón.

–¿Ocurre algo?

Mia lo miró sonrojada.

–¿Por qué iba a ocurrir algo?

–No lo sé –dijo él con frialdad mientras metía la mano en las mangas de la chaqueta para sacarse los puños de la camisa–. Pareces disgustada.

Disgustada era una palabra que no describía la mezcla de emociones que ella trataba de contener.

–Estoy bien –dijo ella con una sonrisa–. Solo cansada.

–¿Cómo te vas a casa?

En un momento de la velada ella pensó que se iría a casa con él. Era idiota.

–Tomaré un taxi.

–¿A estas horas de un sábado noche en el centro de Londres?