Deseos y mentiras - Lucy King - E-Book
SONDERANGEBOT

Deseos y mentiras E-Book

Lucy King

0,0
1,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 1,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Se suponía que tan solo iba a ser una mentira sin importancia... Zoe Montgomery se inventó un prometido en un acto de desesperación, una reacción irreflexiva ante una reunión de antiguas alumnas. Sin embargo, después de convencer al soltero más deseado de Londres para que representara el papel, la mentirijilla comenzó a escaparse a su control. Todo el mundo deseaba al magnate Dan Forrester. Incluso Zoe, en especial después de que él la llevara a su dormitorio... El compromiso entre ellos podría ser falso, pero Zoe no estaba fingiendo nada de lo que sentía. La reunión había terminado. Zoe y Dan habían convencido a todo el mundo de que estaban hechos el uno para el otro. Sin embargo, ¿se habían convencido mutuamente? Ese era un desafío completamente diferente...

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 184

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2013 Lucy King

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Deseos y mentiras, n.º 2436 - diciembre 2015

Título original: The Reunion Lie

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-7259-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

A lo largo de sus treinta y dos años, Zoe Montgomery jamás había tenido un pensamiento violento. Sin embargo, si alguien más volvía a preguntarle si tenía esposo o hijos para luego chascar la lengua compasivamente cuando ella respondiera que no, iba a tener que darle a algo muy fuerte. Posiblemente a la ginebra.

¿Acaso no importaba que tuviera su propia agencia de mystery shopping desde hacía cinco años y que fuera responsable de un beneficio de dos millones de libras? Aparentemente no. ¿Acaso le importaba a alguien que hubiera empezando reformando un pequeño estudio en una insalubre zona de Londres, que lo hubiera vendido después por el doble de lo que había pagado y que ello le hubiera permitido comprarse la espaciosa casa en la que vivía en Hoxton? Por supuesto que no. ¿Y el doctorado en el que había estado trabajando durante cinco largos pero felices años las dejaba boquiabiertas de asombro? De ningún modo.

Lo único que les importaba a las mujeres que se habían reunido en aquel bar para celebrar los quince años que habían pasado desde que terminaron el colegio era que Zoe seguía soltera y sin hijos.

Apretó los dientes y tomó un sorbo de Chablis. Aquellas mujeres no hacían más que hablar de los precios de la vivienda, de los distritos escolares y de la Toscana. ¿Cómo se hubiera ella podido imaginar que sus contemporáneas iban a evolucionar de aquella manera? Cuando estaban en el internado, a pesar de que estaban en uno de los mejores colegios del país y de que había algunas alumnas muy inteligentes, lo único que la mayoría de ellas esperaba de la vida era poder casarse con un aristócrata, tener una imponente casa y una cuenta bancaria aún más espectacular. A juzgar por la cantidad de apellidos compuestos, títulos y diamantes, gran parte de ellas lo habían conseguido.

Zoe suspiró con desesperación. Tanto dinero desaprovechado. Tanto potencial perdido. Tanta dedicación y ambición mal canalizada. Qué desperdicio.

Igual que aquella velada.

Llevaba allí quince minutos, pero le habían bastado cinco para darse cuenta de que tenía muy pocas posibilidades de conseguir cualquiera de las cosas que había esperado alcanzar con su asistencia al evento.

Cuando recibió el correo invitándola a la fiesta, su primer pensamiento fue ignorarlo. Ella apreciaba la fantástica educación que había recibido y los sacrificios de sus padres para que la tuviera, pero jamás se había llevado demasiado bien con sus compañeras. No tenía nada en común con la mayoría de ellas y algunas, una en particular, le habían hecho la vida insoportable durante la mayor parte de aquellos siete años. Por eso, sin dudarlo, se había apresurado a responder diciendo que le resultaba imposible asistir. Borró el correo y se olvidó.

Había vuelto a centrarse en su trabajo. El análisis estadístico de uno de sus mayores clientes debería haber sido suficiente para conseguir que se olvidara de todo, pero aquel correo había abierto la caja de Pandora de los recuerdos adolescentes. Como resultado, había estado dos semanas pensando con enojosa regularidad en sus años escolares.

No importaba lo mucho que se esforzara por dejarlo todo atrás ni por centrarse en otras cosas. Sus recuerdos regresaban a pesar de las barreras que había erigido para protegerse de aquellos años tan horribles y la transportaban de nuevo por caminos del pasado que tan solo conseguían abrir heridas ya cerradas hacía mucho tiempo. Nada pudo evitar que recordara el dolor y el sufrimiento que había tenido que soportar.

El acoso había empezado de un modo trivial. Libros que necesitaba para sus clases desaparecían sin explicación. Mensajes telefónicos. Cartas. Rumores que sugerían tendencias lésbicas que provocaron que las doce chicas que compartían el dormitorio con ella la miraran con sospecha y comenzaran a murmurar.

Después habían venido los comentarios despreciables, los que tenían como objetivo su familia, los que se burlaban de las becas que su hermana y ella necesitaban para estudiar, de que no pudieran irse de vacaciones a Barbados o de que no hubieran estado nunca cerca de Ascot, Glyndebourne o Henley.

Al principio, Zoe había apretado los dientes y había tratado de no prestar atención. Estaba segura de que todo terminaría si no hacía caso. No fue así. De hecho, su indiferencia había empeorado la situación hasta el punto de que el maltrato se hizo físico.

Delante de su ordenador, a Zoe le había parecido sentir aún los hematomas que le causaban los pellizcos a escondidas y las patadas que recibía casi diariamente. Le parecía escuchar el sonido de las tijeras con las que, una tarde, le cortaron la larga coleta que tenía desde los seis años.

Sobre todo, recordaba la horrible noche que siguió a la única vez que se atrevió a desquitarse. La inmovilizaron contra el suelo y la obligaron a beber ouzo. El bedel la encontró a medianoche cantando por los pasillos. El resultado fue que la expulsaron del colegio durante un mes, justo antes de los exámenes finales.

No había sido una buena época de su vida y, aunque lo había dejado todo atrás hacía ya años, lo último que necesitaba era que una velada con sus antiguas compañeras le recordara todo lo ocurrido.

Sin embargo, en algún momento de la semana anterior a la fiesta, su firme convicción de no asistir comenzó a flaquear. Comenzó a pensar que, por fin, tenía la oportunidad perfecta para recuperar el equilibrio.

«Ve a mostrarles lo que vales», le decía una vocecilla en su interior con creciente insistencia. «Ve a mostrarles lo bien que te va y que, a pesar de sus esfuerzos para quebrar la seguridad en ti misma y destruir tu autoestima, no consiguieron sus propósitos. Ve a mostrarles que no han ganado».

Trató de resistirse a ese impulso. Zoe odiaba el conflicto, odiaba tener que entablar conversación y evitaba los eventos sociales siempre que podía. La combinación de las tres cosas podría resultar letal. Sin embargo, aquella insistente vocecilla no se callaba. Al final, llegó a la conclusión de que, por su yo adolescente, debía intentarlo al menos. Si no lo hacía, no lograría un instante de paz.

Por lo tanto, había mandado un correo a la persona que organizaba el evento para decirle que había cambiado de opinión. Por fin, armada de adrenalina, de su espíritu de lucha y de una seguridad que raramente sentía al pensar que tenía que enfrentare a la gente, se había puesto un vestido negro con zapatos a juego y se había dirigido al pub en Chelsea en vez de pasar aquella noche de septiembre embutida en su pijama y con el ordenador sobre el regazo como era habitual en ella. Sin embargo, si hubiera sabido que las cosas no iban a salir como había anticipado, se habría quedado en casa.

Se tomó lo que le quedaba de vino en la copa y cuadró la mandíbula. A pesar de todo, sentía que no había fracasado en su vida. Había conseguido mucho más que la mayoría de las mujeres de su edad y se enorgullecía por ello. ¿Qué importaba que no estuviera casada ni tuviera hijos? ¿Qué importaba que no tuviera mucha suerte en el terreno sentimental? Tenía una profesión que adoraba, unos padres que la querían y la apoyaban y una hermana estupenda. A pesar de que no rehuía las citas ni le disgustaba la posibilidad de tener una relación, no necesitaba a un hombre para completar su vida y, ciertamente, no estaba segura de querer el caos que los niños producían.

No obstante…

A medida que las conversaciones empezaron a quitarle importancia a sus logros a favor de los de los maridos e hijos de aquellas mujeres, Zoe sintió que la adrenalina y la seguridad en sí misma la abandonaban para verse reemplazadas por una desesperación que no había experimentado desde hacía quince años.

Lo único que había deseado hacer aquella noche había sido vengarse, impresionar a todas aquellas mujeres con su éxito y que, para variar, se sintieran celosas de ella. No lo había logrado. La única clase de éxito que podría impresionarlas tenía que ver con su estado civil.

Aquellas mujeres no habían cambiado y parecía que ella tampoco porque, a pesar de todo lo que había logrado en la vida, aún le importaba lo que un puñado de amas de casa privilegiadas y mantenidas pensara de ella. Aún tenían la habilidad de destruir su autoestima con nada más que un gesto de desdén o un movimiento de ceja.

No había superado sus experiencias escolares tal y como había asumido. El descubrimiento fue demoledor. Sintió que el pánico se apoderaba de ella y las preguntas comenzaron a darle vueltas por la cabeza. ¿Por qué no había cambiado? ¿Por qué aún le importaba lo que ellas pensaran? ¿Dejaría eso alguna vez de importarle? Y, sobre todo, ¿había algo que ella pudiera hacer para contraatacar?

La conversación se centró en los relojes biológicos, en las mujeres trabajadoras y en lo que debía faltarles en la vida a las que no tenían hijos, todo ello acompañado de varias miradas en dirección de Zoe. De repente, eso provocó que la adrenalina comenzara a adueñarse de nuevo de ella. El corazón comenzó a latirle con fuerza. Entonces, incapaz de contenerse ni de pensar en lo que estaba haciendo, carraspeó y habló con una voz que no reconoció como suya.

–¿Quién ha dicho nada de estar soltera?

Capítulo 2

 

Si hubiera sabido que aquel pub, usualmente tan tranquilo, iba a verse inundado por un grupo de elegantes mujeres, aunque demasiado ruidosas y locuaces, Dan habría sugerido otro lugar para reunirse con Pete. La potente combinación de perfumes que flotaba en el ambiente le estaba revolviendo el estómago y el nivel de ruido le estaba produciendo un tremendo dolor de cabeza. En ese estado, resultaba casi imposible ponerse al día con un amigo al que no había visto desde hacía meses.

Además, Pete le había enviado un mensaje para decirle que se iba a retrasar y luego se había quedado sin cobertura, por lo que, desgraciadamente, a Dan no le quedaba más remedio que armarse con una pinta, encontrar una mesa al otro lado del pub y hacer todo lo posible para bloquear el ruido y la toxicidad del aire hasta que llegara Pete y pudieran marcharse a otro lugar.

Con esa idea en mente, Dan se quitó la americana, se arremangó la camisa y se armó de valor para empezar a abrirse paso hasta el otro lado del bar.

Estaba tan centrado en su destino que no se percató de que una de las mujer prendía los ojos de él y sonreía. Tampoco vio cómo ella dejaba su bebida sobre una mesa y se dirigía directamente hacia él. De hecho, no se dio cuenta de nada hasta que la mujer se colocó delante de él y le cortó el paso con una radiante sonrisa en los labios. Por supuesto, en ese momento resultó imposible no fijarse en ella.

Dan no tuvo tiempo de disculparse y de hacerse a un lado o de preguntarse por qué estaba frente a él con aquella maravillosa sonrisa. Ni siquiera tuvo tiempo de fijarse bien en ella. La mujer se abalanzó sobre él y le dio un beso que le habría parecido más apropiado si hubieran estado desnudos y en la intimidad.

Durante un instante, no pudo reaccionar. Después, su cuerpo se percató de que el de la mujer era suave, cálido y sugerente. La mano que ella le había colocado en la nunca era como un hierro candente y la boca que se movía sobre la de él cálida y jugosa. Todo aquello, excitó instantáneamente sus sentidos.

De repente, deseó abrazarla y estrecharla contra su cuerpo. Quería ceder a sus instintos y abrirle la boca para que se pudieran besar adecuadamente y así poder averiguar a qué sabía aquella desconocida. Estaba a punto de hacerlo cuando captó algo en su visión periférica. Una potente luz, que se abrió paso a través de la neblina que le había inundado el pensamiento y se le alojó en el cerebro con la fuerza de un dardo. Entonces, justo cuando estaba a punto de rodearle la cintura con las manos a aquella desconocida, se quedó completamente inmóvil. Sintió como si alguien le echara por la cabeza un cubo de agua helada y el deseo se evaporó inmediatamente, dejándolo insensible y aturdido. ¿Qué diablos estaba haciendo? ¿En qué estaba pensando? ¿Acaso no había aprendido nada al ver todos los detalles de su última relación sobre las páginas de los periódicos sensacionalistas?

La sangre se le heló al pensar en lo descuidado que había sido. Dio un paso atrás y apartó de sí a aquella mujer. No se podía creer que hubiera estado a punto de caer en lo que tenía que ser una trampa. ¿Quién se lanzaba a los brazos de un perfecto desconocido sin tener algún motivo oculto?

Observó a la mujer que estaba de pie frente a él y sintió que se le hacía un nudo en el estómago. Era rubia e iba ataviada con un vestido negro muy ceñido y con un profundo escote. Acompañaba el conjunto con el par de sandalias más sexy que había visto nunca. Sin poder evitarlo, se imaginó aquellos tacones deslizándosele por las pantorrillas mientras tumbaba a la mujer sobre su colchón para volver a relacionarse con su cuerpo…

Por supuesto, aquello no iba a ocurrir. La miró a los ojos y recobró el aplomo por el que era tan famoso. El aspecto de aquella mujer era irrelevante. Sin embargo, lo que acababa de ocurrir no lo era. Tenía que tenerlo presente.

–¿Quién diablos es usted y qué es lo que se piensa que está haciendo? – le preguntó secamente.

 

 

Aquella era la pregunta del siglo. Zoe miró al hombre al que había elegido como su presa. Ciertamente, después de lo que había hecho, no se reconocía ni tenía ni idea de lo que estaba haciendo, lo que resultaba bastante desconcertante para alguien que aplicaba la lógica, la razón y la consideración a todos los aspectos de su vida. Lo que había hecho había sido una locura.

Consideró brevemente echarle la culpa al cóctel que se había tomado, pero no sería justo porque tan solo se había tomado uno.

No. La verdad era que en el momento en el que había mencionado a su fabuloso, aunque ficticio, novio, comprobó un repentino cambio de actitud hacia ella. Al ver que, de repente, toda la atención de las presentes se centraba en ella, experimentó una fuerte sensación de triunfo y alivio al ver que, por fin, algo había funcionado.

Sus antiguas compañeras, como era de esperar, empezaron a preguntar más detalles sobre él. Poco a poco, las preguntas se hicieron más complicadas, pero ella se había visto tan embriagada por las exclamaciones de envidia y admiración y por la sensación de verse por fin aceptada que no se lo pensó dos veces a la hora de elaborar las mentiras que había empezado a tejer.

No le preocupó que se estuviera metiendo en demasiadas honduras. ¿Por qué iba a hacerlo cuando había tomado prestada la historia de amor de su hermana con su exmarido? Tal vez la relación había terminado en divorcio, pero había tenido unos inicios muy románticos y Lily le había contado lo ocurrido con todo lujo de detalles.

Las mentiras fluían de la lengua de Zoe con sorprendente facilidad, tanto que se había encontrado elevándolo hasta prácticamente el estatus de prometido e incluso sugiriendo que estaba a punto de pedirle matrimonio. Fue entonces cuando se dio cuenta de que la situación se le estaba escapando un poco de las manos, pero su audiencia estaba tan arrebatada por sus palabras que dejó a un lado sus preocupaciones sin miramientos.

La admiración y la envidia que sentían en aquellos momentos eran, por supuesto, completamente superficiales, pero estaba tan feliz al sentirse una igual para variar… Sintió que la autoestima se le ponía por las nubes. Todas sus preocupaciones ocuparon un segundo plano. Había conseguido que, por una vez, todas aquellas mujeres sintieran celos de ella. Resultaba particularmente gratificante la mirada agria de Samantha Newark, recientemente nombrada condesa de Shipley y la que había sido la torturadora número uno de Zoe y que, aparentemente, seguía dispuesta a ser su bestia negra.

A pesar de que inventarse un novio había sido algo precipitado y patético, había tenido éxito donde su habilidad profesional había fallado. Zoe tenía que admitir que no se lamentaba del todo. No obstante, sí se lamentaba de haberle hecho cobrar vida porque, para eso, no había tenido excusa alguna. Lo había estado haciendo maravillosamente, trazando hábilmente una fina línea entre las mentiras que estaba diciendo…

¿Qué había ocurrido? ¿Por qué había cometido aquella locura? Cuando Samantha se mofó de ella y dijo que ese hombre sonaba demasiado bueno para ser verdad, ¿por qué no se había limitado a encogerse de hombros y sonreír para dejar que ella pensara lo que quisiera? ¿Por qué había tenido que materializar al supuesto novio?

¿Se había dejado llevar por una falsa sensación de seguridad? ¿Se había empezado a creer su propia historia? ¿O acaso había empezado a desear que alguien tan fantástico como su novio inventado fuera de verdad real?

Fuera cual fuera la razón, había sido un error. De eso estaba segura. Al mismo tiempo que se le escapaban de los labios las palabras Ah, y aquí está, una vocecilla en su interior comenzó a decirle que se detuviera. La sensación de triunfo se convirtió rápidamente en alarma y pánico al darse cuenta de que por haber ido tan lejos estaba a punto de estropearlo todo.

Algo que no podía dejar que ocurriera. Por eso, no le quedó más remedio que encontrar un candidato adecuado.

Cuando le vio por primera vez, no tenía ni idea de si era el adecuado. Ni siquiera se había parado a pensar qué aspecto debería tener. Al ser más alto que el resto, fue simplemente el primer hombre en el que se fijó. Entonces, se percató del cabello oscuro, del apuesto rostro. Decidió que, al menos, cumplía con las cualidades físicas que debía tener su novio imaginario y no perdió el tiempo.

En realidad, no se había imaginado que iba a besarlo hasta que se colocó delante de él. De repente, se sintió presa de una cálida sensación. Le miró los labios y, sin poder contenerse, sintió la desesperada necesidad de sentir cómo era su tacto contra los suyos. Además, se recordó que, si hubiera sido su novio, habría sido completamente natural besarlo y que, aunque en realidad no lo fuera, la ayudaría a validar la ficción que había creado.

Durante un breve instante, le dio la sensación de que él quería devolverle el beso, pero luego la apartó de su lado, tal y como ella misma hubiera hecho en su situación. No obstante, decidió que no servía de nada el arrepentimiento. Tras haberse acercado a él, no podía dirigirse a otro hombre. De hecho, ni siquiera ella quería marcharse.

En aquellos momentos, lo único que podía hacer era apelar a su buena voluntad, contarle su caso lo mejor que pudiera y esperar que se apiadara de ella y accediera a ayudarla.

 

 

–¿Y bien? – le preguntó Dan.

–Me llamo Zoe Montgomery – respondió ella mirándole y dedicándole una resplandeciente sonrisa–. En cuanto a lo que estoy haciendo, eso es algo que llevo preguntándome la última media hora.

–Ilumíneme – le espetó él secamente.

Al escuchar el tono de su voz, la sonrisa se desvaneció para alivio de Dan. Los ojos de aquella mujer se nublaron un instante.

–No estoy segura de que pueda.

–Inténtelo.

–Mire, tiene todo el derecho del mundo a sentirse furioso – dijo ella encogiéndose de hombros a modo de disculpa–. No debería haberle acosado de ese modo y lo siento.

Dan apretó los dientes e ignoró la sensualidad con la que el vestido se le movía sobre el cuerpo con aquel movimiento.

–Si esa fotografía termina en los periódicos, lo sentirá.

Ella frunció el ceño.

–¿Cómo dice?

–El beso – respondió él–. La encerrona.

Zoe se quedó boquiabierta y pareció verdaderamente sorprendida.

–¿Esto le ha ocurrido antes? – le preguntó ella.

–En una ocasión.

Y le había bastado. Decidió cortar aquel pensamiento antes de que pudiera arraigar en el cerebro y devolverle todos los sentimientos de locura, desilusión y traición que había experimentado con su última exnovia.

–Creo que es mejor que sepa que no va a conseguir ni un penique. Mis abogados les demandarán a usted y a su amigo el fotógrafo tan rápido que la cabeza les dará vueltas – añadió.

–¿De qué amigo habla?

Dan miró a su alrededor para buscar al que había tomado la fotografía, pero quien hubiera sido había salido huyendo.

–La inocencia no le sienta bien a alguien que parece más bien un sensual ángel caído – comentó él tristemente tras volver a observarla atentamente.

Ella se ruborizó y se quedó boquiabierta.

–¿Cree que parezco un sensual ángel caído? – repitió. Su voz sonaba casi como un susurro.