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Beschreibung

Los adolescentes olvidan sus juguetes infantiles para vérselas con una nueva pareja: su cuerpo sexualizado que les produce extrañeza y los inquieta. Es allí donde la tentación del bullying aparece como una falsa salida: manipular el cuerpo del otro bajo formas diversas (ninguneo, agresión, exclusión, injuria) les permite poner a resguardo el suyo.

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© José Ramón Ubieto (ed.), Ramon Almirall, Lourdes Aramburu, Lidia Ramírez, Enric Roldán, Francesc Vilà

© De la imagen de cubierta: Eugenio Marongiu / Shutterstock.com

Montaje de cubierta: Silvio Aguirre García

Corrección: Marta Beltrán Bahón

© 2016, Nuevos emprendimientos editoriales, S. L., Barcelona

Primera edición: enero de 2016, Barcelona

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

Preimpresión: Editor Service, S.L.

Diagonal, 299, entlo. 1ª

08013 Barcelona

ISBN: 978-84-9444-24-7-6

Queda prohibida la reproducción parcial o total por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, de esta versión castellana de la obra.

Ned Ediciones

www.nedediciones.com

Índice

AUTORES

AGRADECIMIENTOS

PRÓLOGO

I INTRODUCCIÓN

II TENER UN CUERPO

III ¡TODOS VÍCTIMAS!

IV LA SATISFACCIÓN DE MIRAR

V ENCONTRAR UNA IDENTIDAD SEXUAL

VI LA ESCENA: ACOSADOR/ACOSADO/TESTIGOS

VII DOCENTES Y PADRES: ¿ADULTOS DIFUMINADOS?

VIII RESPUESTAS AL ACOSO

IX LOS «DEBERES» DE LA ESCUELA Y DE LA RED PROFESIONAL

X CONCLUSIONES Y RECOMENDACIONES

BIBLIOGRAFÍA

AUTORES

José Ramón Ubieto. Psicólogo clínico y psicoanalista. Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis y de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis. Colaborador docente de la UOC.

Ramon Almirall. Psicólogo. Asesor psicopedagógico y Terapeuta familiar. Profesor UB y Director adjunto revista Ámbitos de psicopedagogía y OrientaciónÀÁF.cat.

Lourdes Aramburu. Psicóloga especialista en Psicología clínica. Psicóloga de Servicios Sociales Básicos de Barcelona. Terapeuta familiar. Docente de la Diputación de Barcelona en el ámbito de Bienestar social.

Lidia Ramírez. Psicóloga clínica y psicoanalista. Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis y de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis.

Enric Roldán. Maestro. Ha sido Profesor de Matemáticas en el Instituto Rubió i Ors de l’Hospitalet de Llobregat.

Francesc Vilà. Psicoanalista. Director Sociosanitario de la Fundación Cassià Just. Miembro del Consell Assesor de Salut Mental i Addiccions del Departament de Salut de la Generalitat de Catalunya.

AGRADECIMIENTOS

En primer lugar queremos agradecer a todos los chicos y chicas, padres, madres y docentes que han participado activamente en los grupos de discusión o en entrevistas a título individual. Sus testimonios han resultado claves para la puesta a prueba de las hipótesis de trabajo.

Agradecer también a los diferentes centros educativos e instituciones que nos han facilitado el contacto con los participantes: Escola Virolai, Fundació Adsis, Institut Ferran Tallada, Institut Manuel Carrasco i Formiguera i Institut Oriol Martorell (Barcelona); Escola Pia (Igualada), Fundació LLindar (Cornellà de Llobregat), Institut Bellvitge (L’Hospitalet de Llobregat) i Institut Celestí Bellera (Granollers).

Agradecer la colaboración de los siguientes profesionales: Juan Carlos Arévalo, Eugenio Díaz, Elvira Duran, Begonya Gasch, Andrés González Bellido, Benet Martín, Raquel Martínez, Vidal Melero, Àngels Melgosa, Susana Plata, Miriam Perez, Mónica Pons, Miriam Redondo y Coral Regi por sus comentarios y observaciones precisas.

Finalmente, nuestro agradecimiento a Joan Subirats por su lectura atenta del texto y por el magnífico prólogo que nos ha regalado.

PRÓLOGO

El que un grupo de expertos conocedores del bullying o acoso escolar me pidan que introduzca su magnífico libro sobre el tema, sólo puede justificarse por el hecho de que piensan que mi aportación puede complementar o enmarcar de manera más general sus importantes y bien atinadas observaciones y recomendaciones. Si bien generalmente se admite que situaciones que hoy calificamos de bullying han existido siempre en escuelas e instituciones educativas, lo «nuevo» sería su volumen, intensidad y la existencia de nuevos medios para trasladar y desplazar fuera de los espacios tradicionales los mecanismos de acoso, degradación y sufrimiento que padecen algunos adolescentes en su trayectoria formativa. Ello explicaría que esa temática desborde el campo más específico de los psicólogos, pedagogos y demás especialistas en el tema, para convertirse en un tema que afecta e interesa a amplias audiencias.

¿Cuáles serían los elementos que nos pueden explicar esa mayor visibilidad y gravedad de un tema al que hace unos años no concedíamos una especial atención? De entrada, existiría un argumento que podríamos considerar no especifico, que sería el que hoy en día, temas que antes formaban parte de la esfera de lo privado, de lo estrictamente familiar o personal se han convertido en espacios de atención social e institucional más habituales. Temas como los de la violencia sobre las mujeres, los desajustes alimentarios o los acontecimientos vinculados con el suicidio o la eutanasia, por citar sólo algunos, son hoy objeto de atención habitual en medios y en debates públicos, sin que podamos afirmar que constituyen una novedad en las relaciones y dinámicas sociales. En cada una de esas problemáticas o situaciones se conforman comunidades epistémicas y/o de personas y grupos afectados que tienden a promover su mayor visibilidad, analizan las causas y promueven acciones remediales o de denuncia de lo que acontece, reclamando así una mayor presencia del asunto en la agenda pública e institucional. Por otro lado, se produce también una rápida especialización que si bien ayuda a contextualizar el fenómeno, a dimensionarlo y entender su ecología, puede también contribuir a difuminar fronteras, especializar y estigmatizar perfiles e incluso a contribuir a su equívoca difusión. Por otro lado, y en este caso de manera singular, la rápida proliferación de Internet en su vertiente más doméstica e individual (acceso generalizado a ordenadores, smartphones, etc.) ha permitido que de manera en muchos casos anónima, se alimenten y se profundicen y amplíen las situaciones anómalas, trasladando la presión y el acoso a cualquier lugar, momento y situación.

En el caso que nos ocupa, el libro que tengo el honor de prologar va bastante más allá de lo que sería un libro divulgativo o un mero documento descriptivo que pudiera generar errores o falsas popularizaciones. Se trata de un trabajo serio, riguroso y al mismo tiempo explicativo y clarificador, perfectamente puesto al día, y por tanto absolutamente consciente del nuevo entorno tecnológico en el que situar definitivamente este tipo de disrupciones de la trayectoria vital de adolescentes y jóvenes.

Hay muchos elementos en el texto que nos permiten relacionar con acierto los casos concretos que se describen o que podemos tener en mente, con las categorías analíticas necesarias para poder enmarcar esos casos y situaciones en un marco explicativo coherente y al mismo tiempo diverso y plural. Ya que, a diferencia de otros textos escrito a varias manos, no estamos ante un conjunto de ensayos más o menos bien relacionados entre sí, sino que se trata de un texto único, plural y diverso, pero trabajado y firmado colectivamente. Y eso sin duda redunda en ofrecer al lector un cuadro más completo y coherente del conjunto de temas que rodean al bullying.

Me interesa destacar la falta de tremendismo y de excepcionalidad con la que los autores plantean el tema, sin que ello implique su desconsideración. Recordemos que hablamos de un tránsito adolescente en el que el descubrimiento del propio cuerpo y del de los que rodean a cada individuo se hace con perplejidad y con la constante interrogación sobre la propia diversidad y la de los otros. Esto, en momentos de difuminado de fronteras y constantes interrogaciones de la sociedad en general sobre identidad, sexo, género y opciones de sexualidad. Ver, ser visto, aceptar, ser aceptado, los tuyos, los demás, los adultos, los familiares… son acompañantes más o menos activos, más o menos presentes, con los que ir comprobando tu propia normalidad y anormalidad y de los que formar o no parte.

El libro nos ayuda a seguir interrogándonos sobre cómo abordar, aceptar e incorporar la diversidad como valor en un entorno y en unas prácticas que han hecho de la estandarización y de la homogenización fordista y burocrática un recurso con el que simplificar y evitar itinerarios más costosos de personalización y de reconocimiento. Es más fácil, como bien apuntan los autores, buscar acomodo a esas disrupciones en el refugio que da el sistema sanitario y su tipología creciente de desórdenes mentales o en la respuesta aparentemente contundente de la judicialización.

En el libro se repasan caminos, procesos, líneas de respuesta que tratan de mejorar la convivencia y de ofrecer maneras de acompañar, de estar presente, de no dejar solos a los que más padecen esos procesos de transición, esos ritos de paso. No parece posible conseguir que ese tipo de situaciones dejen de darse. Forman parte de dinámicas que podemos considerar hasta cierto punto normales, pero que no por ello nos han de dejar insensibles o reducir nuestra reacción a dinámicas estrictamente terapéuticas o punitivas. Lo que se plantea es «estar allí», prevenir, «poner el cuerpo» y colaborar desde la lógica del trabajo en red entre profesionales, maestros y familiares en el abordaje de las situaciones que puedan darse. No hay atajos en un escenario de complejidad y de pluralidad de fuentes y ventanas tecnológicas para un tema como éste. Y el libro en este sentido ayuda a formular mejores preguntas y a descubrir mejores caminos de respuesta.

En el fondo, el texto apunta a una lógica ecológica de la respuesta albullying. Es decir, evitar especializaciones terapéuticas que cierren y estigmaticen, y abrir el espacio a que los distintos protagonistas y acompañantes se reconozcan y entiendan que lo que sucede acaba no teniendo sentido y perjudica y degrada a todos. Está en juego el reconocimiento de la diversidad, la fuerza de la autonomía de cada quién y la necesidad de evitar tratamientos homogeneizadores en nombre de una falsa igualdad. La dignidad de cada quién es el tema de fondo que los autores nos invitar a contrastar, permitiéndonos adentrarnos en un fenómeno de siempre, hoy teñido de tecnología, opacidad y arriesgada estigmatización. Espero que aprendan tanto como yo lo he hecho leyendo este trabajo comprometido e inteligente.

Joan Subirats

Septiembre de 2015

I INTRODUCCIÓN

El malestar en la infancia toma hoy formas diversas. Algunas son muy «ruidosas» y ponen en juego su reconocimiento, mediante la asignación de una etiqueta psicopatológica como respuesta privilegiada para tratar los factores que lo causan. Es el caso del TDAH (Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad), el TBI (Trastorno Bipolar Infantil), el TC (Trastorno de Conducta) o el TOD (Trastorno Oposicionista Desafiante), sin olvidar la epidemia del autismo.

En todas ellas vemos cómo el sujeto queda mudo, oculto tras la nominación que pretende absorberlo en categorías pseudocientíficas. De este modo parece fácil dominar lo que ocurre, controlarlo y ofrecer seguridad. Al tiempo, este encasillamiento es también una manera de impedir que el ser hablante testimonie de ese padecer y, al adoptar el discurso prêt-à-porter —igual para todos—, vele así su singularidad, aquello que le es más propio. Esta operación se refuerza con la medicalización creciente de la infancia en el abordaje de estas dificultades.

Los efectos de atrincheramiento (entrechment) del sujeto, de pegoteo con esa categoría descriptiva que parece definirlo, y sus beneficios secundarios son evidentes. Hoy vemos cómo muchos de ellos hacen un uso propio (off label) de la etiqueta, subvirtiendo así la homogeneización que la propia clase comporta y que lleva implícita la segregación (Laurent, 2014). Hay niños y adolescentes que se presentan diciendo «soy un TDAH» sin creer demasiado en ello pero sabedores que eso puede calmar a padres y docentes. Otros se presentan como maltratados o abusados, sin serlo, para reclamar la atención sobre algo que les inquieta. Es el caso de una adolescente que denuncia ser víctima de abusos sexuales del padre para, de esta manera, activar un protocolo institucional que descubre, finalmente, que era la madre quien «abusaba» al traer a su casa a amantes cuando el marido no estaba y los hijos presenciaban esos encuentros.

La patologización de muchas de estas conductas, por otra parte, genera un temor a la desaparición como sujeto, que lleva a reaccionar con violencia a su borramiento debajo de las siglas. Cuando alguien es reducido a la categoría, considerado como un código de barras, un epígrafe de una clasificación, hace efectiva su protesta por el boicot terapéutico, la falta de adherencia al tratamiento o directamente la violencia hacia los profesionales y los adultos.

Junto a estas clases que categorizan (Goodman, 1990) hay otras más discretas y silenciosas donde el sufrimiento del sujeto queda oculto en la cifra negra de su contabilidad (Ubieto, 2011). Una de las más importantes es el acoso escolar (bullying en inglés), al que ahora se suma el ciberacoso. Es sin duda la manifestación de la violencia escolar más importante tanto por el número de episodios registrados como por las consecuencias que implica (McDougall, 2015). Los expertos cifran en un 16% la situación de casos de acoso que no se conocen. Entre ellos se encuentra el 95% de los casos graves que terminan en cuadros depresivos graves o suicidios.1

Las cifras globales varían de un país a otro pero en todo el mundo occidental parece observarse un aumento en los últimos años. La tasa de prevalencia oscila, pero hay consenso en que se trata de cifras en crecimiento, como recuerda la profesora, y experta en el tema, Rosario Ortega. Hasta el punto —añade— que un 80% de la gente recuerda un episodio vivido de acoso, sea como agresor, víctima o testigo (Ortega, 2010). En el gráfico siguiente observamos datos recientes (2012) de la prevalencia en Euskadi, que oscila entre el 14-21% dependiendo de si se trata de los primeros cursos de laESOo los últimos de primaria.2

En nuestro trabajo no abordaremos el fenómeno por sus cifras, tarea que dejamos a otros estudios ya existentes y bien documentados. Nos interesa más captar la subjetividad que se pone en juego en la escena del acoso, tanto por parte de los acosadores como de las víctimas, los testigos o los adultos (padres y profesores).

Para nosotros elbullyinges una manifestación de crueldad entre iguales que tiene algunas características que lo hacen específico, y al tiempo lo convierten en la forma de violencia más temida por los propios afectados y el grupo (Olweus, 2006). Pero ante todo es un síntoma relacionado con esa «delicada transición» (Lacadée, 2010) que implica el tránsito adolescente entre la pubertad y la juventud. Es por eso que este libro trata sobre elbullyingpero principalmente sobre los adolescentes y el uso que hacen de esta manera sintomática de defenderse de losimpassesde este viaje hacia el mundo adulto.

La irrupción del cuerpo púber, con su correlato sexual y sobre todo con la perplejidad emergente, deja al sujeto falto de significación y sin palabras. Ese desamparo produce, como defensa sintomática, falsas salidas como es el acoso. Falsa salida porque es la imputación al otro, tomado así como chivo expiatorio, de ese enigma inquietante que perturba el cuerpo y la imagen del púber, hoy precozmente sexualizado. Baste como ejemplo de esta precocidad el reciente dato de la ONU según el cual los chicos de 12 a 17 años son el grupo que más porno consume en la red.3

El acoso surge pues en la primaria y continúa en la secundaria para declinar hacia los 16 años. Los primeros episodios de intranquilidad y nerviosismo (pequeños golpes, patadas, empujones y conductas de ninguneo) se registran en 3º de primaria, donde a veces se viven como conductas propias de la edad, con lo que se genera una cierta normalización. Se trata en este primer tiempo de un instante de ver, siguiendo la lógica del tiempo que plantea Lacan (1971 a). A veces se trata de una mirada, de un ruido, de un gesto, de una postura, de unas pocas palabras deshilvanadas. Algo que queda en suspense, que se ha iniciado y a la vez se ha detenido.

Luego deviene la latencia o su imposibilidad, un tiempo para comprender eso que ha surgido a veces como un suceso imprevisto. Los últimos cursos de primaria (5º y 6º) hacen más evidentes conductas que delatan que algo ha quedado en suspenso, pero también permiten que otras desaparezcan o no alcancen consistencia.

La pubertad, cuando no concluye, puede eclosionar como relaciones de acoso que se visibilizan, con acento sexual casi siempre, en el primer ciclo de la ESO. Se calcula que el 90% de los episodios de acoso escolar en la secundaria se iniciaron en primaria.

Este signo de erotización es clave para definir el acoso y por eso no podemos nombrar como tal a conductas de rivalidad o de marginación puntual, que a veces ya aparecen en la primera infancia y que en ocasiones son nombradas como acoso. Hablar de acoso implica tres factores que deben estar presentes: que haya una intencionalidad clara por parte del agresor, que exista una continuidad que vaya más allá de una agresión puntual y que exista un desequilibrio claro entre agresor y víctima que impida a ésta defenderse.

La clave de bóveda de esta crueldad es la imposición de una ley del silencio que perpetúa el patrón de dominio-sumisión de esta «extraña pareja» que analizaremos más adelante. Esta ley del silencio incluye a padres y docentes que, en muchas ocasiones, ignoran o no ven el fenómeno, lo cual revela la importancia de la cultura entre iguales en este momento vital preadolescente.

Las prácticas de acoso se deslizan ocultas a ojos del adulto, buscando su clandestinidad en los rincones de los patios y en losWC, fuera de la mirada adulta. Paradójicamente, su existencia requiere que sea perfectamente visible a ojos de los iguales. La escena del acoso es comparable a las empresasoffshorede la economía globalizada.4Se realiza en un espacio y un tiempo de zona franca, en la frontera del mundo escolar al que pertenece. Romper el silencio es transgredir cierto código de honor adolescente y eso no suele quedar sin efectos para el delator (Bellon, 2010).

Calibrar los efectos del acoso sobre los sujetos, acosadores y víctimas implica partir de la tesis de que el trauma se mide por la lectura aprés-coup (a posteriori) que cada uno hace de él, la significación y el goce asociado. Es decir, no se trata tanto del hecho en sí sino de la lectura que cada uno hace de ese hecho, y de cómo puede integrarlo en su realidad psíquica o queda como un hecho sinsentido, no elaborado, por tanto. Sabemos que hechos traumáticos, aparentemente muy graves, pueden dejar pocas secuelas en un sujeto al haber podido integrarlos y haberles dado una significación, En cambio otros, aparentemente menos graves, al no poder hacerse el duelo por la pérdida que implican, permanecen vivos en el psiquismo del sujeto y sus secuelas pueden alargarse en el tiempo.

La fenomenología, constatada en los centros educativos y en la práctica clínica, muestra una variedad de síntomas físicos: dolores de cabeza, estómago, espalda, fenómenos de vértigo y de malestares psicológicos: malhumor, irritabilidad, soledad, nerviosismo, impotencia, tristeza, ansiedad. Esta fenomenología enseña que lo que no se elabora como un relato —asunción subjetiva y significación de lo sucedido en la escena del acoso— retorna de manera ruidosa, ya sea desde el cuerpo sufriente o como tendencia a la inhibición o al acto compulsivo, que en ocasiones puede concluir en un acto suicida.

Claves de la actualidad del bullying

El bullying es además un síntoma social que forma parte del malestar en la civilización. Analizarlo implica tomar en cuenta dos ejes: aquello que aparece ligado al momento histórico donde emerge y lo atemporal: aquello que lo conecta con el pasado y con las razones de estructura. En el caso del bullying lo que no cambia, aquello que permanece fijo, es la voluntad de dominio y la satisfacción cruel que algunos sujetos encuentran al someter a otros a su capricho para así defenderse del desamparo ante lo nuevo. Otros «merecedores» de odio por ser diferentes. Eso ha existido siempre como el ejercicio del matonismo en la escuela, fundado en el goce que proporciona la humillación del otro, la satisfacción cruel de insultar y golpear a la víctima. La mayoría de los padres y madres que hemos entrevistado han presenciado o han sido objeto o autores de diferentes formas de acoso hacia otros niños.

¿Qué habría de nuevo en nuestra época para explicar las formas actuales que toma este fenómeno? Sin ánimo de exhaustividad, podemos aportar cuatro causas a considerar:

1. El eclipse de la autoridad encarnada tradicionalmente por la imagen social del padre y sus derivados (maestro, cura, gobernante). No se trata tanto de ausencia de normas —«haberlas, haylas»— sino de valorar la autoridad paterna por su capacidad para inventar soluciones, para transmitir un testimonio vital a los hijos, a esos que como Telémaco, hijo de Ulises, miran el horizonte escrutando la llegada de un padre que no acaba de estar donde se le espera, para acompañar al hijo en su recorrido y en sus impasses.2. La importancia creciente de la mirada y la imagen como una nueva fuente privilegiada de goce en la cultura digital. Ante eso se trata de no quedar al margen como un «friki» o un «pringao». Junto a la satisfacción de mirar y gozar viendo al otro-víctima hay también el pánico a ocupar ese lugar de segregado, de allí que los testigos sean muchas veces mudos y cómplices.3. La desorientación adolescente respecto a las identidades sexuales. En un momento en que cada uno debe dar la talla, surge el miedo y la tentación de golpear a aquel que, sea por desparpajo o por inhibición, cuestiona a cada uno en la construcción de su identidad sexual.4. El desamparo del adolescente ante la pobre manifestación de lo que quieren los adultos por él en la vida y la subsecuente banalización del futuro. Esta soledad ante los adultos y la vida supone una dificultad no desdeñable para interpretar las fantasías y las realidades que pueden llevar al extravío y a la soledad. Entre los refugios encontrados en los semejantes, la pareja del acoso es una solución temporal.

Estos cuatro elementos convergen en un objetivo básico del acoso que no es otro que evitar afrontar la soledad de la metamorfosis adolescente y optar por atentar contra la singularidad de la víctima. Esta «fórmula» genera un tiempo de detenimiento en la evolución personal. Elegir en el otro sus signos supuestamente «extraños» (gordo, autista, torpe, desinhibida...) y rechazar lo enigmático, esa diferencia que supone algo intolerable para cada uno, es una crueldad contra lo más íntimo del sujeto que resuena en cada uno y cuestiona nuestra propia manera de hacer.

El bullying genera, en su tipología ideal, una extraña pareja que comparte una experiencia siniestra: los signos extraños no son ajenos a ninguna de las partes, suenan a familiares. Tornan a cada componente de la pareja del bullying solidario con el otro. Este malentendido inconsciente que empareja al elemento actuador (agresión) con el inhibido (falta de respuesta del agredido) reclama ser elaborado, más allá del trabajo de evitación de las conductas, en un relato comprensible. La polaridad entre la actividad del acosador, que apunta a algo del acosado que flojea, y la inhibición de éste es una clave esencial en la lectura de la fenomenología del acoso.

Esta hipótesis explicaría dos fenómenos relevantes: la colaboración muda de los testigos que se aseguran así no ser incluidos en el bando de las víctimas, y el hecho de que el acoso se manifiesta en conductas de humillación y aniquilación psicológica del otro, más que en agresiones graves o abusos sexuales, que por otra parte resultan más difíciles de ocultar.

El libro que aquí presentamos es el resultado de un proceso de trabajo interdisciplinar llevado a cabo por un equipo de profesionales de la atención social, la educación y la salud. Para ello hemos revisado la literatura anterior sobre el tema, hemos formulado hipótesis de trabajo nuevas y hemos mantenido conversaciones con alumnos, padres y docentes para verificarlas o, en su caso, añadir otras nuevas. Este trabajo ha incluido la participación activa de 38 alumnos y alumnas de Institutos y centros de formación, 12 madres y padres y 13 docentes. A estos datos y reflexiones se añaden las extraídas de nuestra propia práctica como clínicos, profesores, psicopedagogos y profesionales de la intervención social a lo largo de las últimas tres décadas.

La participación de los alumnos/as se ha realizado de manera individual (entrevistas en profundidad a seis adolescentes) y grupal (cuatro grupos de discusión en diferentes centros educativos y de medio abierto). La elección de los participantes ha respondido al criterio de chicos/as que hayan vivido directamente (acosadores, acosados o testigos) experiencias de acoso escolar y estuvieran dispuestos a testimoniar de ellas. Su colaboración y excelente disposición, al igual que la de los padres y docentes, ha resultado crucial para la buena marcha del trabajo.

La participación de los padres la hemos organizado también en forma grupal (grupo de discusión con seis madres) y en forma individual (entrevistas a cinco madres y un padre). Hay una gran predominancia del discurso materno, tanto en la presencia en las entrevistas y grupo como en la implicación de las madres en el afrontamiento del problema. Se han mostrado altamente motivadas ante la idea de poder ayudar a otros padres. Ellas señalan, en todos los casos, que estuvieron muy perdidas y desorientadas ante lo que debían hacer. Son madres y padres que han sufrido mucho y durante varios años.

En lo que respecta a los docentes, se ha realizado un grupo de discusión con la presencia de diez docentes de diferentes centros educativos y se han mantenido entrevistas individuales con tres educadores de medio abierto.

Somos conscientes de las muchas lagunas y temas que no hemos podido abordar, entre ellos uno muy importante como el ciberacoso, que requeriría un estudio específico, pero esperamos que nuestras reflexiones y nuestras recomendaciones sean de utilidad para abordar una problemática cada vez más candente y que comporta un elevado sufrimiento para muchos de estos chicos y chicas.

Hemos focalizado también nuestra atención en adolescentes estudiantes de ESO, siendo conscientes que el fenómeno del acoso se inicia, generalmente y como muestra el gráfico anterior, en los últimos cursos de la primaria. Dicho esto conviene señalar algunas particularidades al respecto. Las manifestaciones del acoso en el final de primaria tienen un carácter menos erotizado, menos violento y con menos polarización de las posiciones en la clase, si bien su lógica es similar: acoso y marginación del alumno/a «elegido» como chivo expiatorio por cualquiera de las razones que luego detallaremos.

Notas:

1Véase el reciente relato de Nora Fraise «Marion. 13 ans pour toujours» (2015, ed. Calmann-Lévy) que habla del suicidio de su hija Marion, de 13 años, tras una dura experiencia de acoso escolar.

2Estos datos resaltan que durante los siete últimos años ha habido un incremento mayor del acoso en primaria que en secundaria. Consultado el 28/5/2015, http://www.isei-ivei.net/cast/pub/bullying2012/Informe_Ejecutivo%20_maltrato2012.pdf

3Unwomen, «Cyber violence against women and girls», septiembre de 2015, Nueva York.Consultado el 30/9/2015, http://www.unwomen.org/en/digital-library/publications/2015/9/cyber-violence-against-women-and-girls.

4Offshoreuoffshoringes un término del idioma inglés que literalmente significa «en el mar, alejado de la costa», «ultramar», pero es comúnmente utilizado en diversos ámbitos para indicar la deslocalización de un recurso o proceso productivo. Muchos tiempos de convivencia escolar como el tiempo del mediodía son espacios alejados del tiempo sagrado de las aulas, alejados del orden educativo sostenido por los maestros, y en ellos la lógica delbullyingse impone de manera feroz.

II TENER UN CUERPO

«Por las mañanas, su cuerpo se despierta mucho más temprano que ella. La boca se le abre ante el cepillo de dientes. Las manos le hacen la cama. Las piernas la llevan hasta el instituto… A veces se queda de pie en medio de la calle, preguntándose si no es sábado. Planteándose si de verdad tiene que ir al instituto. Pero es curioso, sus piernas siempre tienen razón. Llega al aula correcta el día correcto a la hora correcta. Su cuerpo se las apaña bien sin ella».

Asa Larsson, Aurora boreal

El bullying es un cuerpo a cuerpo, no es una disputatio entre ideas. Pone en primer lugar y en el centro de la escena el cuerpo púber golpeado, humillado o acosado. Es por ello que hemos querido iniciar el libro con una reflexión sobre qué quiere decir hoy, en la hipermodernidad, tener un cuerpo, y especialmente cuando se trata de adolescentes. ¿Cómo se hacen ellos ese cuerpo que tienen, cómo lo manipulan?

Si la represión que regía la modernidad volvía el cuerpo pesado, atrapado entre las reglas victorianas, el mundo líquido contemporáneo presenta a las adolescencias con nuevos perfiles, diferentes de aquellos engendrados en la modernidad por el velado del sexo y sus prohibiciones. El mundo de hoy es un mundo ganado gracias a las batallas libradas por los adolescentes del pasado, marcados por los ideales liberadores —apoyados en Freud— de las costumbres y de las cortapisas sexuales. Los jóvenes de hoy viven liberados de censuras intelectuales y tabús sexuales. Están en un mundo predispuesto a que los jóvenes «gestionen» su libertad para pensar y, sobre todo, para hacer. Y la contrapartida se presenta en forma de paradoja: las incertidumbres y riesgos florecen por todas partes.

Estos aires de permisividad, sumados a las tecnologías del conocimiento y la comunicación, dan lugar a nuevos estilos de vida donde la emoción del espacio y la aceleración del tiempo son centrales. Evocan imaginarios explosivos (Nothing is impossible) que inundan lo que encuentran a su paso y desbordan las costumbres del pasado. Desregulan los mundos familiares, escolares y laborales. Da la impresión de que todo es fluido y que el caudal que acumula arrastra lo que entorpece su curso. El obstáculo hoy no está en la sexualidad, no se trata ya del autoritarismo de El florido pensil ni de la culpabilidad que destilaban novelas adolescentes como La vida sale al encuentro.5 Hoy, el muro que saltar se concentra en la densidad del cuerpo y la incredulidad respecto al otro adulto. La levedad del ser, ese «todo está permitido», no parece una solución liberadora como se esperaba, devuelve más bien el peso del cuerpo como algo con lo que cargar.

Hacerse un cuerpo