Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
Relatos cortos, estimulantes y repletos de tensión erótica, protagonizados por gente común en situaciones extraordinarias. Katja Slonawski y Malin Edholm se enfocan en las sensaciones que erizan de placer, esas que solo pueden despertarse al contacto con otra piel y por el deseo expectante.Se trata de historias con personajes complejos, que desafían la idea del cuento erótico tradicional."Se desliza lentamente dentro de mí y la fuerza de su peso me empuja contra el cuerpo de Sofía. Yo lucho para que mi primer orgasmo se prolongue el mayor tiempo posible entre sus cuerpos resbaladizos. Me encuentro con la mirada y labios de Sofía..." La compilación contiene:Cita de San Valentín Pasión de PascuaEl huevo de PascuaSueño húmedo de una noche de veranoEl deseo de Navidad Nochevieja-
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 167
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Katja Slonawski, Malin Edholm
Translated by Begoña Romero, LUST
Lust
Calendario erótico - cuentos sexy para todo tipo de celebraciones
Translated by Begoña Romero, LUST
Original title: Calendario erotico - cuentos sexy para todo tipo de celebraciones
Original language: Swedish
Copyright © 2020, 2023 Katja Slonawski, Malin Edholm and LUST
All rights reserved
ISBN: 9788726775082
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
La camisa azul oscuro se ajustaba al pecho de Stefan y lo hacía ver definitivamente más musculoso de lo normal. El vibrante color acentuaba su cabello rubio como el trigo y sus ojos azules, haciendo que destacara por completo. Moa luchaba por concentrarse en la conversación. ¿Qué acababa de decir? ¿Acaso le había hecho una pregunta? Sintió que se sonrojaba, sus mejillas se tiñeron de rosado mientras respondía de forma evasiva:
—Pues, no estoy segura.
Stefan suspiró profundo. La camisa se tensó aún más. Y Moa se preguntó qué tan musculoso realmente era. Probablemente, mucho. No es apropiado pensar en un profesor de esa manera, ella lo sabía, pero Stefan hacía imposible controlar su imaginación.
—Moa, Moa —susurró Stefan—. Tienes un talento, un don inigualable. No lo desperdicies. Tú puedes hacerlo mejor.
Agitaba una hoja con el trabajo que acababa de escribir Moa; uno que le había enviado luego de una noche de chicas y vino. Estaba muy mal escrito, y obviamente Stefan la conocía bien. Después de año y medio de altas calificaciones y de observar su impecable rendimiento académico, estaba claro que ya no se estaba esforzando. Al mismo tiempo, su motivación había comenzado a agotarse, cosa que nunca creyó posible. De todos modo, ¿qué sentido tenía? Sin importar lo que sucediera, tendría que encontrar otro trabajo, uno adecuado, aparte de escribir. Con veinticinco años y sin perspectivas concretas, se vio obligada a tomar uno de los cursos de escritura más prestigiosos del país y ya no estaba entusiasmada. Ella medita cuidadosamente sus palabras antes de pronunciar cada una con cuidado:
—Es solo que... ya no creo que esto sea lo mio. Quizá ya lo dejé atrás. Quiero decir, muchos de los otros estudiantes son tan buenos.
Stefan se levantó con tal fuerza que la silla cayó hacia atrás. Parecía un actor en escena. «Un actor bastante guapo» pensó Moa para sus adentros.
—No digas eso. ¡Nunca digas eso! —gritó Stefan.
Parecía que una nueva chispa se hubiera encendido en sus ojos. Se giró y levantó la silla del piso, mucho con más tranquilidad. Suspiró de nuevo y se acercó a su biblioteca. Sin siquiera mirarla, le dijo:
—Te daré una segunda oportunidad. Tienes el resto de la semana para transformar esto en algo que demuestre tu talento. Y lo quiero de vuelta para el domingo a las tres de la tarde, a más tardar. Por hoy hemos terminado.
Moa se puso de pie, sin saber si debía decir algo más, pero decidió que era mejor marcharse rápidamente mientras tenía la oportunidad. «Oh, esa espalda fuerte y musculosa» pensó. «Lo que daría por poder arañarla»
—Vaya, por favor cambia de lugar conmigo—susurró Cilla cuando Moa le contó sobre su reunión con Stefan.
Cilla estaba idiotizada por Stefan desde que comenzó el curso, hace más de un año, y tenía mareada a Moa de tanto hablar de él. Al principio, Moa veía a Stefan como un escritor triste y fracasado que había terminado como profesor en un instituto de formación profesional. De joven, había formado parte de una élite cultural y se había casado con un artista exitosa, pero ya se había divorciado. Probablemente también tenía problemas de alcohol. Pero la palabrería de Cilla había logrado que Moa cambiara lentamente de opinión, y se había dado cuenta de que no sólo era un maestro carismático, sino un genio literario. Aunque nunca lo admitiera, ella también había empezado a fantasear con una cita secreta con su profesor de literatura favorito.
—Adelante, todo tuyo. —Bromeó Moa, aunque se sintió extrañamente celosa al decirlo.
—¿Qué quieres decir, te vas a retirar? —preguntó Cilla, tomando un gran trago del café que acababa de preparar en su habitación compartida.
Afuera estaba nevando, como si el invierno quería alargar la función, porque finalmente había llegado febrero y la oscuridad exterior parecía casi sólida. Moa ansiaba que llegara la primavera. Quizás todo sería más fácil cuando regresara la luz.
—No lo sé —respondió Moa—. Ya no sé nada.
Ese jueves por la mañana, Moa tomó un pequeño atajo de vuelta a su habitación. Era el día de San Valentín y algunos estudiantes del año anterior a Moa habían decorado las áreas comunes con corazones de papel rojo. En cada buzón del vestíbulo había una pequeña nota en forma de corazón con el mensaje: «¡Eres hermosa!» Moa sonrió y se preguntó cuántas horas les habría tomado hacer notas para cada estudiante de la universidad. El contenido de su buzón consistía en cartas de CSN, de su compañía de seguros, de una amiga que viajaba por Laos por el invierno y un pequeño sobre sellado. No había firma, ni dirección, ni sello. Moa lo abrió, y leyó el texto impreso:
“Virginia Woolf, Harper Lee y Mary Shelley
también dudaban de si mismas y de su obra.
Y todas se convirtieron en autoras increíbles.
Lo mismo te ocurrirá a ti.
Tu Stefan”
Moa sintió una ola de calor que se extendía por su cara. Situó la carta de última en el montón y se apresuró a su habitación. Su mente trabajaba a mil por hora. ¿Qué quería decir eso? Seguramente no era más que un gesto amable de un mentor hacia su alumno. ¿Y entonces por qué había firmado «tuStefan»? ¿Estaba siquiera segura de que era para ella? La habían metido en su casillero, pero no estaba dirigida a nadie en particular, así que pudo haberla insertado en el buzón equivocado. Y, sin embargo.... el pulso de Moa se aceleró al fantasear con la razón por la que él podría haberle escrito.
¿Era sólo su imaginación, o había realmente algo entre ellos? ¿Tal vez deseo? Moa se detuvo frente a la puerta de su habitación, había una cita atada a la manija con una rosa colgando. En la cinta también había una pequeña tarjeta con su nombre. Ella tomó la rosa y leyó la tarjeta escrita a mano.
“Olvidé decir que me gustas. Y mucho”.
El pulso de Moa se aceleró. ¿Qué estaba sucediendo? Con la rosa y las cartas en la mano, entró rápidamente a su habitación, cerró la puerta y desabrochó sus jeans. Se acostó en la cama y acercó la rosa a sus labios. Percibió un olor ligeramente dulce y los pétalos se sintieron como de terciopelo cuando los deslizó por su boca. Un hormigueo comenzó a extenderse a través de su rostro, desde sus labios. Deslizó una mano dentro de sus ropa interior y acarició su clítoris con suavidad. Al principio, con roces ligeros como de pluma y luego añadió más y más presión. Más rápido y con más fuerza. Todo su cuerpo palpitaba, pero sobre todo sus partes bajas. Moa podía sentir su pulso contra la punta de sus dedos.
Empezó a comprimir y relajar su pelvis, alternativamente, logrando que el ritmo se volviera más estable. Pensó en Stefan y en sus ojos azules, su cuerpo fuerte y masculino, juvenilmente atlético y autoritariamente maduro al mismo tiempo. Por la forma en que la miraba, seguramente la deseaba..... Moa imaginó que las manos de él acariciaban sus senos, su estómago, su rostro. Que el ritmo lo inducía él, no ella. Al llegar al clítoris, presionó con su mano una y otra vez, hasta que se sintió invadida por una fuerte sensación que hizo temblar todo su cuerpo. Después se quedó allí tendida e inmóvil durante un buen rato, hasta que volvió a recordar la carta y la rosa.
Esa noche, Moa había decidido dejar las dudas de lado y enfrentar a Stefan. Llevaba un vestido negro y corto, y se maquilló los ojos estilo ahumado. Sexy pero elegante. Había una fiesta en uno de los salones, y Moa planeaba usarla como excusa. Pasaría por la oficina de Stefan, y mencionaría de manera casual que planeaba ir a la fiesta. Luego lo confrontaría. Lo que pasara después, tendría que improvisarlo sobre la marcha. Pero con el plan que había ideado, podría salir de cualquier situación por muy embarazosa o incómoda que se volviera. Justo después de las ocho de la noche, se dirigió al departamento de docencia.
Todos los tutores tenían oficinas equipadas para pasar la noche en días de semana, pero la mayoría de ellos optaban por irse a casa los fines de semana. Como era jueves, Moa esperaba que Stefan estuviera sólo en su oficina, planificando las clases del viernes. Inhaló profundamente un par de veces y llamó a la puerta. Stefan abrió y llevaba la misma camisa de la última vez que hablaron, la azul oscuro. Moa recordó de pronto que el tono adecuado era cobalto, pero olvidó por completo lo que había planeado decir. Una leve sonrisa se extendió por la cara de Stefan mientras las mejillas de Moa se sonrojaban cada vez más. Finalmente, rió y dijo:
—¿Quieres pasar? —Y dejó la puerta abierta mientras le daba la espalda y se adentraba a su oficina.
Moa se paralizó y vaciló por un momento antes de seguirlo. Se aseguró de cerrar la puerta con llave. La oficina estaba tenuemente iluminada por una lámpara junto al sofá y un par de velas sobre la mesa.
—¿Quieres un poco de vino? —preguntó y tomó una copa llena del escritorio.
Como ella no respondió, él continuó:
—¿No vas a la fiesta? Escuché los preparativos en el salón. ¿O querías decirme algo?
Stefan inclinó la cabeza un poco a la derecha y le sonrió. Moa respiró profundamente y contestó:
—Recibí tu mensaje.
Stefan asintió y bebió un poco de vino.
—Qué bueno —dijo, con su sonrisa intacta, y volvió a dejar la copa sobre el escritorio.
Moa se dio cuenta de que la atmósfera había cambiado desde que entró a la oficina. Su mirada había cambiado. Era seductora y tentadora. Como poniéndola a prueba. Decidió morder el anzuelo. Sin perder el impulso, caminó rápidamente hacia él, lo tomó por la camisa y lo besó. Stefan se sobresaltó, pero luego se relajó y correspondió al beso con una lengua fuerte y decidida. El beso duró unos segundos, hasta que Stefan comenzó a reírse. Moa sintió se sintió invadida por una ola de terror. ¿Todo era parte de una broma desagradable?
—Eso fue inesperado —dijo él, tratando establecer contacto visual.
Moa hizo lo imposible por evitar su mirada.
—Pensé que… —ella empezó, pero su voz se quebró.
—No, no, esto no es tu culpa. Supongo que mi nota fue un poco ambigua —dijo y sonrió con amabilidad. Moa pasó saliva y lo miró a los ojos, con un aire desafiante.
—¿Y qué hay de la rosa... eso también fue ambiguo? —dijo ella con amargura y vio que la expresión de Stefan cambiaba. Estaba confundido.
—¿La rosa? —preguntó con timidez.
—Oh, Dios mío —dijo Moa y cerró los ojos, humillada—, soy tan estúpida.
La tarjeta de la rosa no tenía firma y estaba escrita a mano, no como la carta impresa de Stefan. Stefan pareció entenderlo al mismo tiempo que ella.
—Parece que tienes más de un admirador —dijo levantando una ceja.
Moa se cubrió el rostro con las manos y pensó en huir. Pero permaneció inmóvil.
—Mierda, lo siento mucho. Me siento como una tonta —murmuró.
—Yo no te envié la rosa —respondió Stefan—, pero...
Inclinó su rostro hacia arriba con un dedo bajo el mentón y la miró a los ojos. Entonces la volvió a besar. Moa se desorientó y perdió el equilibrio por un instante al dejarse llevar por el aura de sensualismo que emanaba de Stefan. El giro inesperado y el camino que tomó la conversación la desconcertaron. Todo pasó tan rápido.
—¿Pero,qué? —jadeó ella cuando Stefan separó los labios de los suyos.
—Pero sí te deseo —dijo y tiró de ella.
Moa no sabía qué hacer, pero aparentemente no había necesidad de hacer nada. Porque Stefan volvió a besarla, posó una mano sobre sus nalgas y aplicó una suave presión. Cuando Moa se apretó contra él, sintió su erección y se sintió desfallecer. Stefan tomó su mano, la guió hasta su pene, y ella lo empezó a acariciar sobre los pantalones. Deslizó una mano entre sus nalgas y el pulgar se abrió paso hacia su ano. Por unos minutos sintió un poco de estrechez, pero a medida que su cuerpo se relajaba y él comenzaba a mover su pulgar hacia adentro y hacia afuera, Moa sintió un placer que nunca había experimentado. Ella embistió contra su pulgar, y le dejó aumentar el ritmo. Otro de sus dedos se dirigió a su vagina, moviendo su mano hacia adelante y hacia atrás en sus ambos orificios húmedos Moa se aferró a su cuello, jadeando con lujuria.
Se movieron hasta el escritorio, Stefan retiró la mano, la sentó en el escritorio, le arrancó la ropa interior y se desabrochó los pantalones. Separó sus piernas y la atrajo hacia él, obligándola a apoyarse sobre los codos. Cuando la penetró, se sintió incluso mejor de lo que esperaba. Los huesos de sus caderas presionaban contra las nalgas de Moa a un ritmo rápido y constante, y apenas tenía tiempo de recuperarse entre las embestidas. Consumida por él, se deslizó sobre el escritorio, tumbando bolígrafos y papeles a su paso. Era demasiado bueno para ser verdad, pero definitivamente estaba pasando. El encuentro duró un tiempo, alternando entre el escritorio, el sofá, y el escritorio de nuevo, hasta que Moa explotó de deseo.
Cuando finalmente llegó a la fiesta, con varias horas de retraso, el resto de los estudiantes estaban mucho más intoxicados de lo que ella llegaría a estar esa noche. Moa quería contarle a Cilla sobre la cadena de eventos fortuitos, pero no pudo encontrarla por ningún lado. Una chica del año anterior a Moa, se acercó para que los "alcanzara", en sus propias palabras. Pero Moa la rechazó con amabilidad y se acercó a Simon, uno de los amigos de Cilla. Simon tenía una cerveza en la mano mientras hablaba con un tipo que estudiaba cinematografía. Moa le dio un golpecito en el hombro y cuando se dio la vuelta parecía sorprendido y un poco nervioso.
—¿Has visto a Cilla? Moa tuvo que gritar para que él pudiera escucharla por encima de la música.
Simon negó con la cabeza y se acercó a ella para no tener que gritar.
—Se fue hace un rato. Bebió demasiado, así que seguramente se sintió un poco mal.
Moa le dio las gracias y se dio la vuelta para marcharse, pero Simon la tomó por el brazo.
—Puedo ayudarte a buscarla —dijo y dejó su cerveza.
Registraron los salones donde se celebraba la fiesta y el pasillo exterior también, pero no había rastro de Cilla.
—¿Y si revisamos en la habitación? —sugirió Simon.
Moa asintió, sintiéndose repentinamente cansada después del emocionante encuentro de esa noche. Le dio un vistazo a Simon, que caminaba a su lado. Era guapo, a pesar de su estilo alternativo. Siempre lo había pensado, pero sabía que tenía novia y eso lo dejaba en la "zona de amigos", en palabras de Cilla. Cuando ya se acercaban a la habitación, Moa preguntó en broma:
—Entonces, ¿qué piensa tu novia de que andes por ahí buscando chicas?
—Eso se acabó en navidad —espetó Simon de golpe.
Moa se sobresaltó. De haberlo sabido lo habría abordado antes, siempre le había gustado Simon. Tenía un gran sentido del humor y claramente era un buen amigo que se preocupaba por Cilla.
—Oh, lamento escucharlo —dijo en voz baja y, sin poder evitarlo, agregó—. ¿Por qué?
—Porque me gustas tú, desde hace tiempo —musitó Simon con voz ahogada.
Acababan de llegar a la habitación que compartían Moa y Cilla. La puerta estaba ligeramente entreabierta. Moa no sabía qué decir, así que decidió abrir la puerta por completo y asomarse. Cilla yacía completamente inmóvil sobre su cama. Y había vómito en el piso.
—Oh, dulce Cilla —suspiró Simon y se acercó a la cama.
Moa seguía en trance por la conmoción y se quedó junto a la puerta, evitando desesperadamente acercarse a Simon.
—Voy a buscar con qué limpiar —dijo finalmente.
Media hora más tarde, Moa había limpiado todo el desastre de Cilla. Mientras que Simon le dio de beber un poco de agua, le ayudó a quitarse los zapatos y los pendientes. Eran las 2 de la madrugada cuando Simon finalmente se levantó de la cama de Cilla.
—¿Estarás bien? —le preguntó.
Moa asintió y le dio las gracias por ayudarla.
—Tal vez no debí decirte nada. —Titubeó, mirando al piso.
—¿La rosa era tuya? —preguntó Moa y señaló con la cabeza el vaso que había usado como jarrón.
Simon asintió.
—Es hermosa —dijo con una sonrisa. —Fue una larga noche, tal vez podamos discutirlo mañana. Si quieres, claro.
Simon le sugirió que pasara por su habitación en algún momento después de la cena, y ella prometió que lo haría. Sin saber realmente en lo que se estaba metiendo, se acostó y se quedó dormida en cuanto su cabeza tocó la almohada.
El día siguiente era viernes, y aunque Moa no había bebido nada de alcohol la noche anterior, sentía la cabeza llena de algodón y luchaba por concentrarse en el taller de literatura. Cilla, por supuesto, tenía una terrible resaca y había decidido quedarse acostada. No era el momento ni el lugar para hablar de los tumultuosos acontecimientos del día anterior, así que Moa decidió esperar hasta que Cilla estuviera en condición para chismes y secretos. Moa se preguntó si sería buena idea hablar con Stefan de lo ocurrido, pero decidió que lo mejor era asumir que era un hecho aislado y que la idea de una relación era imposible. Cuanto más lo pensaba, más se convencía de que tal vez no era muy buena idea contárselo a Cilla, ni a nadie.
Pasó la tarde transcurrió en un difuso estado de fatiga y finalmente Cilla se sintió mejor y quiso comer comida chatarra, viendo una serie. Moa dijo que había prometido ayudar a alguien con algo, despertando las sospechas de Cilla.
—Esa es la peor excusa del mundo. ¿Vas a encontrarte con tu amante secreto, o qué? —bromeó.
“Si supieras”, pensó Moa pero no dijo una palabra.
La habitación de Simon estaba en otro edificio, así que Moa tuvo que armarse con la chaqueta y zapatos adecuados para soportar el frío helado. Ya estaba oscuro afuera, a pesar de que aún no era de noche, pero el cielo estaba despejado y con estrellas. La luna estaba casi llena e iluminó su recorrido, mientras caminaba a toda prisa. Una vez dentro del edificio, encontró fácilmente la habitación en planta baja. Simon y su compañero de cuarto estaban sentados en sus respectivas camas, escuchando música, cuando Moa llamó a la puerta. Él le ofreció algo de beber a Moa, ella se sentó y escuchó la conversación de ambos, que parecía girar en torno a un disco que ella no había escuchado. Después de un rato, Simon sugirió que fueran a dar un pequeño paseo, solos, y salieron juntos a la oscuridad de la noche.
—Lo siento —dijo él cuando salieron al patio—. Se suponía que Jonas iría a casa por el fin de semana, pero cambió de planes. No me atreví a pedirle que se fuera.
—No hay problema —respondió Moa sacando una caja de cigarrillos de su bolsillo.
Le ofreció uno a Simon y ambos fumaron en silencio durante unos minutos. Eventualmente, Simon aclaró su garganta y dijo:
—No estás obligada a corresponderme... quiero decir, sólo quería ser sincerar mis sentimientos. Es un buen propósito de San Valentín, ¿verdad?
Moa asintió y dio una calada al cigarrillo.
—Me hizo muy feliz —dijo—. Pero pensé que era de alguien más.
—Auch. —Rió Simon—. ¿Alguien que te gusta?
Moa estuvo a punto de protestar y se dio cuenta de que no debió haberse expresado así, pero Simon intervino.
—No, en serio, no hay problema. Yo entiendo. De todos modos nunca te abordé ni te dije nada. Sólo es algo que tenía rato dando vueltas en mi cabeza. Golpeó su frente y sonrió un poco desanimado.
—Una rosa cuenta como cortejo, ¿no? —preguntó Moa.
—Supongo que sí —dijo Simon.
Moa asintió y tembló de frio. Se arrebujó en su chaqueta.
—Ah, esta fue una idea muy tonta, ¿no? —dijo Simon—. ¿Por qué quedarnos estar aquí afuera y soportar el frío cuando podríamos estar dentro de la biblioteca besándonos?
—Está cerrada. —Moa soltó una risita sorprendida.