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Unos texanos altos y guapos... Eran duros y fuertes... y los hombres más guapos y dulces de Texas. Diana Palmer nos presenta a estos cowboys de leyenda que cautivarán tu corazón. CALHOUN- ¿Cuándo se daría cuenta el ranchero de que los sentimientos que Abby despertaba en él eran la prueba indiscutible de que se había convertido en toda una mujer?
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Seitenzahl: 204
Editado por Harlequin Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1988 Diana Palmer
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
Calhoun, n.º 1385 - agosto 2014
Título original: Calhoun
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español en 2003
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-4628-9
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Portadilla
Créditos
Sumário
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Publicidad
Abby miró inquieta una vez más por encima del hombro mientras aguardaba su turno en la cola de la taquilla. Había logrado salir de casa diciéndole a Justin que iba a ver una exposición de arte, y Calhoun, gracias a Dios, estaba fuera comprando ganado y regresaría tarde. Cuando descubriera dónde había estado se pondría furioso, se dijo Abby sin poder reprimir que una sonrisa de satisfacción por su astucia.
Y desde luego hacía falta una gran dosis de astucia para engañar a Calhoun Ballenger. Justin, su hermano mayor, y él se habían convertido en sus tutores legales cuando ella solo tenía quince años. Iban a haber sido sus hermanastros, pero un desgraciado accidente de coche había segado la vida del padre de ellos y de la madre de Abby solo dos días antes de la boda.
Abby no tenía más familia, así que Calhoun había propuesto que Justin y él podían ocuparse de la inconsolable adolescente, Abigail Clark. Y así lo hicieron.
Abby, naturalmente, se sentía muy agradecida hacia ambos, pero la irritaba sobremanera el hecho de que Calhoun fuese incapaz de darse cuenta de que se había convertido en una mujer.
La joven dejó escapar un profundo suspiro. Sí, aquel era el problema. Eso, y que se había obsesionado con protegerla del mundo exterior, hasta tal punto, que durante los últimos cuatro meses había sido casi una odisea para ella acudir a una simple cita.
Estaba llegando a extremos tan surrealistas, que incluso a Justin, que raramente se reía, se le veía reprimir una sonrisa. A Abby, sin embargo, no le hacía ninguna gracia, porque, para mayor desgracia suya, se había enamorado perdidamente de Calhoun, y el fuerte y rubio vaquero solo la veía como a una chiquilla.
Sus intentos por demostrarle que había madurado, que ya era una mujer, habían resultado infructuosos: era imposible atravesar la dura coraza que lo rodeaba. Abby suspiró de nuevo. ¿Y cómo iba a hacer que se fijara en ella si ni siquiera sabía de qué modo podía atraerlo? Ya no era tan juerguista como había sido años atrás, pero Abby sabía que con frecuencia era visto en los clubes nocturnos de San Antonio con alguna belleza sofisticada. Y ella muriendo de amor por él... ¡Qué cruel era la vida! Lo tenía bastante difícil, porque ella no era ni una belleza, ni tampoco sofisticada. Era solo una chica provinciana, una chica normal y corriente, por mucho que su figura fuera mejor que la de muchas otras jóvenes de su edad.
Por eso, tras darle muchas vueltas al asunto, había llegado a la conclusión de que, si quería que se diera cuenta de que existía, tendría que convertirse en una mujer sofisticada. Tal vez ir a un espectáculo de striptease masculino no fuera lo más indicado como primer paso a la sofisticación, pero en un lugar como Jacobsville no había muchas más opciones. Ser vista allí le demostraría a Calhoun que no era la adolescente puritana que él quería que fuera. Abby volvió a esbozar una sonrisa de satisfacción al pensar en la cara que pondría cuando se lo contase algún vecino.
Se alisó la falda de tablas gris y la blusa color hueso que llevaba, observando su reflejo en el escaparate de la tienda que había junto a la taquilla. Se había recogido el largo y castaño cabello como solía hacer, pero si lo dejaba suelto, era uno de sus mayores encantos, ya que era ondulado, suave y abundante. Sus ojos, grandes y de un azul grisáceo, tampoco estaban mal; su piel tenía un tono cremoso; y sus labios no podían ser más perfectos. Sin embargo, si no se maquillaba con esmero, era simplemente una chica del montón. De hecho, sus senos eran más grandes de lo que le gustaría que fueran, y en su opinión sus piernas eran demasiado largas. En contraste con muchas de sus amigas, bajitas y de constitución delicada y femenina, se sentía tremendamente desgarbada.
Al menos la chaqueta de terciopelo burdeos le daba un aspecto algo mayor, y los ojos le brillaban de un modo inusual, probablemente por la pequeña travesura que estaba a punto de cometer. Una sonrisa sarcástica acudió a sus labios ante la palabra «travesura». En realidad no creía que hubiera nada de malo en ver un striptease masculino. De algún modo tenía que aprender ciertas cosas, y Calhoun desde luego no la ayudaba ahuyentando a los chicos con los que se citaba. Era muy estricto en ese sentido: solo le permitía salir con jóvenes de su edad, y encima se encargaba de hacerles los pertinentes comentarios acerca de la frecuencia con que limpiaba sus pistolas y rifles, y lo que pensaba de «divertirse» antes del matrimonio. Con un tutor así no era de extrañar que muchos de aquellos chicos no volvieran a pedirle salir.
El fresco aire de la noche hizo estremecer a Abby. Aunque se encontraban al sur de Texas, era febrero y hacía bastante frío. Se arrebujó en su chaqueta y dirigió una sonrisa a otra joven que también tiritaba de frío en la cola del Grand Theater. Era el único teatro de Jacobsville, y lógicamente había habido ciertas reticencias por parte de los más conservadores del lugar ante la idea de permitir que un espectáculo así se celebrase allí, pero finalmente se había hecho, y había una larga cola de mujeres esperando para comprar su entrada y averiguar si aquellos hombres eran tan increíbles como se mostraban en los anuncios que habían colocado por todas partes.
Calhoun se moriría cuando se enterase de dónde había estado. Se le pondrían los pelos de punta y querría fulminarla con la mirada. Justin, en cambio, haría lo que siempre hacía, no decir nada ni a favor ni en contra, y esperar tranquilamente a que a su hermano se le pasara el enfado.
Los dos tenían un gran parecido físico, ambos altos, musculosos y de ojos oscuros, aunque Justin tenía el cabello casi negro, y Calhoun era mucho más guapo. De hecho Justin tenía unos rasgos más duros, una personalidad muy reservada y, aunque se mostraba cortés con las damas, no salía con ninguna. Claro que todo el mundo sabía por qué: Shelby Jacobs había rechazado su proposición de matrimonio años atrás.
Por aquel entonces, sin embargo, antes de que el buen hacer de Justin y la intuición de Calhoun para el comercio los catapultara al éxito con una nave para engorde de ganado; los Ballenger eran bastante pobres. La familia de Shelby, por el contrario, era muy rica, y se extendió el rumor de que Shelby lo había rechazado porque lo consideraba inferior a ella. Cierto o no, aquello había herido tremendamente a Justin en su pundonor. Abby no acababa de comprenderlo. Parecía una mujer tan agradable... Y su hermano Tyler también.
Las dos mujeres que iban delante de ella en la cola se retiraban ya, y Abby se apresuró a sacar el monedero de la chaqueta, pero justo antes de que pudiera llegar a la taquilla, alguien la agarró con fuerza de la muñeca y la arrastró a un lado.
—¡Eh!
—Ya me había parecido a mí que conocía esta chaqueta... —murmuró una voz profunda.
Abby alzó la mirada incrédula al reconocerla. ¡Calhoun! ¿Por qué estaba allí? Había un sutil brillo de ira en sus ojos.
—Hice bien en pasar por aquí de camino a casa. ¿Dónde está Justin? ¿Sabe que estás aquí?
—Le dije que iba a una exposición de arte —contestó Abby. Al ver que Calhoun enarcaba una ceja incrédulo, añadió con picardía—: Bueno, en cierto modo es una exposición de arte, solo que las estatuas masculinas están vivas...
—Por amor de Dios... —fue la respuesta de Calhoun. Se quedó mirando un momento a las mujeres que hacían cola y tiró de la muñeca de Abby hacia su Jaguar blanco—. Vamos.
—No pienso irme a casa —replicó ella parándose en seco y luchando por zafarse de su agarrón. Le encantaba desafiarlo—. Voy a comprar un ticket y voy a entrar ahí —le aseguró soltándose y girándose.
Calhoun, sin embargo, no estaba de humor para seguir con aquella discusión, y la tomó en brazos para llevarla al coche.
—¡Calhoun! —chilló Abby al sentirse alzada en volandas.
—Es increíble que no pueda salir del estado ni un día sin que hagas una locura —murmuró él—. Recuerdo que la última vez que tuve que ausentarme por negocios te encontré a mi regreso a punto de marcharte al lago Tahoe con esa Misty Davies.
—Oh, sí, y me encantó: echaste a perder mi fin de semana esquiando. Muchas gracias —masculló ella ásperamente.
Enfurruñada como estaba, no lo admitiría ni aunque le pusieran una pistola en la sien, pero lo cierto era que estar en sus brazos era como estar en el séptimo cielo. Además, la calidez de su aliento en el rostro le estaba provocando un cosquilleo por todo el cuerpo que nunca antes había experimentado.
—Si no recuerdo mal... os acompañaban dos universitarios —apuntó Calhoun con sarcasmo.
—¿Y qué pasa con mi coche? —replicó Abby—. Lo tengo aparcado calle abajo. ¿No querrás que lo deje aquí?
—¿Por qué no? Dudo mucho que nadie vaya a intentar robar esa birria —contestó él. Su rostro permaneció impasible, pero el ligero peso y calor corporal de Abby empezaban a resultarle algo turbadores.
—No te metas con mi coche —protestó Abby. Estaba comenzando a sentirse mareada por el olor de su colonia—. Puede que sea pequeño, pero es un buen coche.
—Si hubiera ido yo contigo al concesionario en vez de Justin te aseguro que no te habrías comprado ese coche —le contestó él al momento—. Es increíble lo consentida que te tiene. Tenía que haberse casado con Shelby y haber tenido un montón de niños para malcriarlos como le viniera en gana. Ese condenado coche tuyo deportivo no es nada seguro.
—Pues es mío y me gusta, y además estoy pagándolo a plazos —repuso ella.
Calhoun buscó los ojos de Abby.
—Disfrutas haciendo cosas que me fastidian, ¿verdad? —murmuró bajando deliberadamente la mirada hacia los labios de la joven.
Abby apenas podía respirar, pero no iba a dejarse amilanar, no por él. No podía permitir que se diera cuenta del efecto que tenía sobre ella.
—Tengo casi veintiún años —le recordó.
Calhoun la miró otra vez, con cierto sarcasmo.
—No haces más que decirme eso —le contestó con aspereza—, y luego en cambio estás haciendo siempre chiquilladas como la de hoy.
—¿Qué tiene de malo que quiera hacer cosas de adultos? —farfulló ella—. A este paso nunca me enteraré de cómo va el mundo. Parece que quisieras que fuera virgen toda mi vida.
—Oh, se trata de eso... Pues si insistes en venir a este tipo de locales, desde luego no te durará mucho esa condición beatífica —replicó él enfadado.
Lo ponía nervioso cuando hablaba de ese modo. Además, llevaba meses con la misma cantinela, y no le parecía que el problema estuviera solucionándose, sino todo lo contrario. Apretó el paso, pisando furibundo los adoquines de la acera.
A Abby le divertía verlo así. Llevaba puesto un traje oscuro, y su viejo e inseparable sombrero texano. ¿Podía existir un hombre más perfecto?, se dijo la joven, ¿más masculino? Así, enfurruñado, le parecía todavía más sexy. Sin embargo, se había propuesto no dejarle entrever sus sentimientos, por lo que, como de costumbre, recurrió a las pullas para despistarlo.
—Estás de mal humor, ¿eh? —lo picó con voz dulce.
La expresión de Calhoun se endureció, pero Abby esbozó una nueva sonrisa de satisfacción. Le encantaba hacerlo rabiar. Aunque probablemente llevaba años haciéndolo de un modo inconsciente, no se había dado cuenta de ello hasta las últimas semanas. Sí, se divertía pinchándolo y observando sus reacciones.
—Ya soy mayor. Me gradué en la escuela de comercio el año pasado y estoy trabajando como secretaria en las oficinas de la nave de engorde...
—No he sufrido un ataque repentino de amnesia, Abby. Fui yo quien te pagó todos los cursos y también fui yo quien te dio el trabajo —le respondió Calhoun calmadamente.
Había llegado junto al coche. Calhoun la dejó en el suelo, abrió la portezuela e hizo un gesto para que entrara y se sentara
—Es verdad, fuiste tú —asintió Abby, sonriéndole con malicia mientras tomaba asiento.
Calhoun le cerró la puerta de un golpe y rodeó el vehículo. Cuando se sentó junto a ella, hubo una muda violencia en el modo en que rugió el coche blanco al arrancarlo, en cómo se alejó de un volantazo de la acera, y en cómo bajó la calle principal a toda velocidad.
—Abby, no puedo creer que estuvieras dispuesta a pagar dinero por ver a unos cuantos tíos quitarse la ropa —masculló.
—Me parece más divertido que dejarles que me quiten la mía —contestó ella con humor—. Y creo que tú debes opinar lo mismo cuando te pones histérico cada vez que intento tener una cita con un hombre con un mínimo de experiencia.
Calhoun frunció el ceño. Era verdad. Le ponía furioso la idea de que un hombre pudiera aprovecharse de Abby. No quería que la tocaran.
—Ya puedes jurarlo. Si un hombre tratara de desabrocharte un solo botón, le daría una paliza.
—¡Mi pobre futuro marido! —suspiró Abby—. No quiero ni pensarlo. Imagínatelo, llamando a la policía en nuestra noche de bodas...
—Eres demasiado joven como para hablar siquiera de casarte —repuso Calhoun.
—Dentro de tres meses cumpliré los veintiuno. Esa es la edad que tenía mi madre cuando me tuvo a mí —le recordó la joven.
—Pues yo tengo treinta y dos y aún no me he casado —contestó él—. Tienes mucho tiempo por delante. No tienes que precipitarte a dar ese paso. ¡Apenas has visto el mundo por un agujero!
—¿Y cómo puedo ver nada si tú no me dejas ni respirar? —exclamó ella airada.
Calhoun le lanzó una mirada furibunda.
—Lo que no me gusta es la parte del mundo a la que te tratas de asomar: ¡Un striptease masculino!, ¡por amor de Dios!
—¿Qué tiene de malo? Ni siquiera se lo quitan todo... —le aseguró ella—. Solo la mayor parte de la ropa.
—Dime una cosa: ¿Qué interés tienes en ver eso?
—No tenía nada mejor que hacer —suspiró ella—. Y además, Misty ya ha ido a verlo.
—Misty Davies... —murmuró Calhoun entre dientes—. Siempre Misty Davies... Ya te he dicho que no apruebo tu amistad con esa cabeza hueca. Es mayor que tú, y se da esos aires de chica sofisticada...
—«Es» sofisticada. ¿Y sabes por qué? Porque no tiene a un perro guardián pendiente de ella todo el día.
—Pues no le vendría mal. Una mujer que se comporta de ese modo no atrae a los hombres que buscan una relación seria.
—Eso es lo que tú dices... Además, al menos ella no se desmayará del susto cuando su marido se desnude la noche de bodas. Yo en mi vida he visto a un hombre sin ropa... Bueno, excepto en esa revista que tenía Misty de...
—¡Por todos los santos! No quiero que vuelvas a leer esa clase de revistas —ordenó Calhoun.
—¿Por qué no? —inquirió Abby enarcando las cejas y abriendo los ojos como platos.
—Porque... Porque... ¡Porque no y ya está!
—Pues a los hombres les encanta mirar las fotos de mujeres que salen esa clase de revistas —le espetó ella—. Si a nosotras pueden explotarnos... ¿Por qué a los hombres no?
—¿Es que no puedes mantener la boca cerrada ni un segundo? —rugió Calhoun dejándose llevar finalmente por su arrebato de mal humor.
—¿Eso es lo que quieres? Muy bien, pues me callaré —dijo ella cruzándose de brazos y fingiendo una rabieta. Sin embargo, lo miró por el rabillo del ojo, sonriendo por la facilidad con que lograba irritarlo. Tal vez no estuviera enamorado de ella, pero no había duda de que no le resultaba indiferente.
—Toda esta estúpida obsesión repentina con ver a un tío desnudo... —farfulló Calhoun para sí—. No sé qué es lo que te ha dado.
—Frustración —contestó Abby—, por la cantidad de noches que me he quedado en casa... sola.
—Yo nunca te he prohibido tener citas —repuso él.
—Oh, no... Ya lo creo que no... Simplemente te sientas con los chicos con los que quiero salir, y les empiezas a soltar toda esa bravuconada de la frecuencia con que limpias tus pistolas, y les aburres con tus arcaicas ideas sobre el sexo prematrimonial.
—No son arcaicas —respondió él con aspereza—. Hay un montón de hombres que piensan de ese modo.
—¿De veras? ¿A cuántos conoces? —dijo ella con sarcasmo, enarcando una ceja—. ¿Tú eres virgen?
Los ojos oscuros de él la miraron de soslayo, advirtiéndole que no siguiera por ese camino.
—¿Tú qué crees?
Abby se notó sonrojar. El tono sugerente de su voz y la sombra de arrogancia en la mirada la hicieron sentirse increíblemente estúpida y joven. Por supuesto que no era virgen. Apartó los ojos de él, turbada.
—¡Qué ingenua por mi parte! —murmuró con suavidad.
Calhoun pisó el acelerador. Por alguna razón le resultaba incómodo el haber sugerido siquiera a Abby cómo era su vida privada. Probablemente sabía más de lo que creía, sobre todo con una amiga como Misty Davies.
Misty solía frecuentar los mismos locales de moda que él en la ciudad, y lo había visto un par de veces con acompañantes ocasionales. Esperaba que no le hubiera contado nada a Abby, pero no podía estar seguro.
Aquel repentino silencio no agradó a la joven, del mismo modo que le ponía enferma pensar en las mujeres con las que habría salido y salía.
—¿Cómo has sabido dónde estaba? —le preguntó por hablar de algo.
—No lo sabía, cariño —le contestó Calhoun.
«Cariño». Aquel término le habría irritado viniendo de otro, por las connotaciones machistas, pero de sus labios sonaba tan natural, que a Abby no le molestaba jamás.
—¿Y entonces...?
—Como te dije, volvía a casa pasando por Jacobsville, y de repente, ¿a quién vi delante de esos ridículos posters sino a ti?
—Es mi destino —suspiró Abby con comicidad—, no puedo escapar de él.
Calhoun giró para tomar la carretera que llevaba a la casa donde vivían. Pasaron el hogar de los Jacob, una enorme construcción de estilo colonial, en cuyos vastos campos salpicados de robles, se podían ver varios caballos árabes purasangre. Sin embargo, no había demasiada hierba, ya que todavía hacía frío. De hecho, el día anterior, unas pequeñas ráfagas de nieve habían provocado la excitación general de los niños del lugar. En varios puntos del rancho se habían colocado no obstante grandes balizas de heno para que los animales pudieran comer.
—He oído que los Jacob tienen problemas financieros —comentó Abby distraídamente. Calhoun giró la cabeza hacia ella.
—Desde que el viejo murió el verano pasado están casi en la bancarrota. Es más, según parece había hecho tratos que Tyler desconocía por completo, y ha dejado a la familia endeudada hasta las cejas. Si pierden el rancho será un duro golpe para su honor.
—Y también para Shelby —apuntó Abby.
—Por Dios, no la menciones, ¿quieres? —dijo Calhoun con una mueca de desagrado.
—Si Justin no está aquí... —repuso ella.
—Sí, bueno, ahora no está, pero cuando sí está tampoco te acuerdas nunca de lo mal que le sienta que se hable de ella.
—¿Verdad que es gracioso como se pone?
—Yo no llamaría «gracioso» a que le entren ganas de pegarle un puñetazo a alguien.
—Pues yo te he visto a ti pegar uno o dos puñetazos —dijo Abby.
En ese momento estaba recordando un día, no hacía mucho, en que uno de los nuevos peones del rancho había golpeado a un caballo. Calhoun le había pegado tal puñetazo que lo había tirado al suelo, y lo había despedido en el acto, con una voz tan fría y aparentemente calmada, que un escalofrío le había recorrido la espalda a la joven. Ni a Calhoun ni a Justin les hacía falta elevar el tono de voz para imponerse, y cuando perdían la paciencia, la sola mirada en sus ojos hacía las palabras innecesarias.
¡Qué contradicción tan curiosa era Calhoun!, pensó Abby mirándolo, estudiándolo. Podía mostrarse tan tierno que, tras haber tenido que sacrificar un ternero, o cuando a uno de sus hombres le había ocurrido algo, desaparecía durante varias horas para estar solo. Y, otras veces, actuaba de un modo tan impetuoso, que los peones del rancho procuraban no cruzarse en su camino para escapar de su ira... igual que Justin. Sí, ambos hombres tenían un carácter muy fuerte, pero en el fondo subyacía esa ternura, esa vulnerabilidad que poca gente llegaba a ver. Abby, sin embargo, habiendo vivido con ellos tantos años, los conocía mejor que nadie.
—¿Y cómo es que volviste tan pronto? —le preguntó en un nuevo intento de romper el silencio.
Calhoun se encogió de hombros.
—Supongo que he desarrollado una especie de radar de peligro —murmuró sonriendo levemente—. De algún modo intuí que no estarías en casa con Justin viendo películas en blanco y negro.
—Yo pensaba que no volverías hasta mañana por la mañana.
—Ya, y por eso decidiste irte a ver a unos cuantos musculitos desnudarse y menearse sobre un escenario.
—Al menos lo intenté —repuso ella suspirando trágicamente—. En fin, por tu culpa ahora moriré ignorante a pesar de todo.
Calhoun se echó a reír ante aquella respuesta. Siempre acababa haciéndolo reír, algo que no le había sucedido jamás con otra mujer. Lo cierto era que últimamente estaba pensando en ella más de lo que debería, reflexionó. Llevaba demasiado tiempo solo, se dijo. Los ligues ocasionales que tenía no lo satisfacían realmente. Pero no podía hacerle aquello a Abby, no sería justo. Abby le importaba, la había protegido y cuidado durante años. Era la clase de chica que merecía respeto, la clase de chica que debía encontrar un buen hombre y casarse, no alguien para pasar el rato. Tenía que controlarse.
Cuando llegaron a la casa, encontraron a Justin sentado en uno de los sillones del salón, inclinado sobre la mesa baja, repasando el libro de cuentas con el ceño fruncido. Al entrar ellos, alzó la vista inexpresivo, pero sus ojos oscuros centellearon cuando leyó la irritación en el rostro de Calhoun y la frustración en el de Abby.
—¿Qué tal la exposición de arte?
—No era una exposición de arte —intervino Calhoun, arrojando el sombrero sobre la mesa—. Era un striptease masculino.
Justin miró a Abby espantado, y la joven se sintió incómoda, porque era todavía más anticuado y reaccionario que Calhoun a ese respecto. De hecho, jamás hablaba de nada que fuera un poco personal, ni siquiera con ellos.
—¡Abby! —exclamó en tono de reproche y asombro.
—¿Qué? Tengo casi veintiún años —replicó ella—. Conduzco, estoy trabajando, y podría estar ya casada y con hijos. Si quiero puedo ir a ver un striptease masculino. No tengo que pediros permiso.
Justin cerró el libro de cuentas y encendió un cigarrillo.
—Eso suena a declaración de guerra —dijo.
—Porque eso es lo que es —contestó Abby alzando la barbilla. Se volvió hacia Calhoun—. Si no dejas de avergonzarme delante de todo el mundo, me iré a vivir con Misty.
La paciencia de Calhoun se esfumó.
—¡Eso ni hablar! —gritó—. No pienso dejar que te vayas a vivir con esa mujer.
—¡Haré lo que me dé la gana!
—¿Os importaría...? —comenzó Justin calmadamente. Pero Calhoun y Abby no le estaban escuchando.
—¡Por encima de mi cadáver! —bramó su hermano acercándose a la joven—. ¡Celebra fiestas que duran días!
—¿Y qué tiene eso de malo? —exclamó Abby sin escucharlo—. Le gusta la gente, no es una persona asocial como tú —acusó a Calhoun con los ojos entornados y los brazos en jarras.
—Oye, ¿por qué no...? —intervino una vez más Justin.
—¡Tiene el cerebro de un mosquito y es una excéntrica! —repuso Calhoun sin hacerle ningún caso.
—¿Podríais escucharme un momento? —rugió Justin levantándose del sillón.
Calhoun y Abby se quedaron paralizados. Nunca antes le habían oído alzar la voz, ni siquiera en las ocasiones en que lo habían visto más enfadado.
—Maldita sea, hasta a mí me duelen los oídos del grito que os he pegado —murmuró Justin—. Muy bien, escuchadme: Así no vamos a ninguna parte. Además, seguro que de un momento a otro aparecerán María y López corriendo pensando que estamos matándonos... —y, antes de que terminara la frase se asomaron a la puerta un hombre y una mujer mayores en bata con expresión entre preocupada y aprensiva—. ¿Lo veis?