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Ir más allá consiste en pasar a un estado superior de consciencia, a un lugar de dicha, de mayor comprensión, amor y conexión, un reino donde podemos encontrar el significado de la vida. El científico y explorador espiritual Rupert Sheldrake combina las investigaciones científicas más recientes con su amplio conocimiento de las tradiciones místicas para analizar siete prácticas espirituales. Así, nos muestra cómo las actividades cotidianas –incluidos el deporte o nuestra relación con los animales– pueden acercarnos a dimensiones místicas. Asimismo, profundiza en prácticas religiosas tradicionales –como el ayuno, la oración y la celebración de festivales y días santos–. Y ahonda en los estados de consciencia inducidos por psicodélicos como la ayahuasca. Sheldrake investiga por qué funcionan estas prácticas, qué relación tienen con nuestro cerebro y hasta qué punto pueden abrirnos a formas expandidas de consciencia.
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Rupert Sheldrake
Caminos para ir más allá
Prácticas espirituales en la era de la ciencia
Traducción del inglés de Vicente Merlo
Título original: WAYS TO GO BEYOND
© Rupert Sheldrake, 2019
© de la edición en castellano:
2020 by Editorial Kairós, S.A.
www.editorialkairos.com
© de la traducción del inglés al castellano: Vicente Merlo
Revisión: Amelia Padilla
Composición: Pablo Barrio
Diseño cubierta: Editorial Kairós
Imagen cubierta Gerg Rakozy
Primera edición en digital: Abril 2020
ISBN papel: 978-84-9988-757-9
ISBN epub: 978-84-9988-793-7
ISBN kindle: 978-84-9988-794-4
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Para Rick Ingrasci y Peggy Taylor, amigos e inspiradores durante 35 años
Soy un firme creyente en el método científico y en la investigación empírica. Soy investigador científico y he realizado cientos de experimentos yo mismo, resumidos en más de cincuenta y ocho artículos en revistas científicas revisadas por expertos, además de artículos en muchos libros técnicos y en varias enciclopedias científicas. He pasado buena parte de mi tiempo realizando investigación experimental.
También creo que solo a través de las prácticas espirituales y las experiencias directas podemos profundizar de manera efectiva en nuestras propias conexiones con los ámbitos más-que-humanos de la conciencia, y hacernos más conscientes de la fuente subyacente de toda conciencia y toda naturaleza.
Estas prácticas nos dicen algo acerca de nuestra propia naturaleza. También nos dicen algo sobre la naturaleza del reino espiritual, el reino que hay más allá de lo mundano, con lo cual me refiero al ámbito de la conciencia más-que-humana.
Este texto es continuación de mi libro La ciencia y las prácticas espirituales. En ese libro analizo siete prácticas espirituales muy diferentes: la gratitud, la meditación, el conectar con la naturaleza, el relacionarse con las plantas, el cantar y salmodiar, los rituales, y las peregrinaciones. En este libro, analizo otras siete prácticas, entre ellas algunas que generalmente no se piensa que tengan una dimensión espiritual, como el aprender de los animales y el participar en deportes.
La exploración científica de las prácticas espirituales es un aspecto muy positivo del mundo moderno. La separación autoimpuesta entre la ciencia y el ámbito espiritual está viniéndose abajo, a medida que los científicos investigan las prácticas espirituales y a medida que el campo de estudios sobre la conciencia se desarrolla. Tanto la ciencia como las experiencias espirituales son empíricas, basadas en la experiencia. La investigación sistemática de las experiencias propiciadas por las prácticas espirituales produce una convergencia entre ciencia y espiritualidad. Esta nueva sinergia podría conducir hacia mejores modos de relacionarse con el ámbito de la conciencia más-que-humana, y también a la profundización en la comprensión de las experiencias espirituales.
En el prefacio a La ciencia y las prácticas espirituales, escribí sobre mi formación personal y mi prolongado interés, tanto por la investigación científica como por la exploración de las prácticas espirituales, no solo en Europa y Norteamérica, sino también en Asia. En resumen, después de una educación cristiana convencional, en cuanto joven estudiante de ciencias me volví ateo, aceptando la visión científica convencional de que la ciencia era esencialmente atea y que la ciencia y la razón habían sustituido a las supersticiones, como la creencia en Dios y los dogmas religiosos.
Pero por mis estudios en las Universidades de Cambridge y Harvard, y por mi investigación en biología del desarrollo en Cambridge, mi fe atea quedó debilitada por las dudas científicas acerca de la teoría mecanicista de la vida. Cada vez me parecía más difícil creer que los animales y las plantas no son más que mecanismos inconscientes programados por genes que habían evolucionado por azar y por las fuerzas ciegas de la selección natural.
Siendo profesor del Clare College, en Cambridge, y director de Estudios en Biología celular, comencé a cuestionarme también el presupuesto materialista de que las mentes no son nada más que la actividad de los cerebros. Viajar por Asia, descubrir los psicodélicos y comenzar la práctica de la meditación amplificó estas dudas.
Pasé un año en Malasia investigando sobre plantas tropicales en la Universidad de Malaya. También pasé siete años en la India, cinco de ellos como director fisiólogo de Plantas y consejero fisiólogo de Plantas en el Instituto Internacional de Investigación de Cosechas de Plantas Tropicales Semiáridas (ICRISAT), cerca de Hyderabad, donde colaboré en el cultivo de nuevas variedades del garbanzo y el guandú, así como en el desarrollo de nuevos sistemas de cultivo que actualmente son muy utilizados por los agricultores. También pasé dos años en un ashram cristiano a orillas del río Cauvery en Tamil Nadu, donde escribí mi primer libro, Una nueva ciencia de la vida.
Mi esposa, Jill Purce, es profesora de canto y ha sido pionera en nuevos modos de trabajar con el canto grupal. Sus talleres y seminarios abrieron ciertas prácticas espirituales con la voz a todo el que estuviera interesado. El trabajo de Jill me ha mostrado una y otra vez cómo las prácticas espirituales pueden enriquecer las vidas de las personas, se consideren religiosas o no, y constituye una de las inspiraciones de este libro.
Mi propósito en este libro no es realizar un catálogo exhaustivo de todas las prácticas espirituales posibles, sino ilustrar la existencia de muchos modos diferentes de acercarse al mundo espiritual, y que tienen efectos científicamente medibles.
Espero que este libro ayude a quienes ya realicen esas prácticas espirituales a verlas a una nueva luz, evolucionista y científica. En el caso de quienes no estén familiarizados con algunas de estas prácticas, espero que estos análisis les abran nuevas posibilidades personales.
Hampstead, Londres, julio del 2018
Nunca antes una civilización había tenido acceso a casi todas las prácticas espirituales del mundo. En las principales ciudades cosmopolitas, actualmente es posible asistir a rituales de un amplio espectro de tradiciones religiosas, para aprender a meditar, practicar yoga o chi gong, participar en prácticas chamánicas, explorar la conciencia mediante drogas psicodélicas (aunque ilegalmente en la mayoría de los lugares), cantar y salmodiar, participar en un amplio abanico de oraciones, aprender artes marciales y practicar una asombrosa variedad de deportes.
Todas estas prácticas pueden llevarnos más allá de los estados de conciencia normales, familiares, cotidianos. Pueden conducir a experiencias de conexión con la conciencia más-que-humana, a un sentimiento de una presencia consciente más grande. Tales experiencias se describen a menudo como espirituales.
Las propias experiencias dejan abierta la cuestión de la naturaleza del mundo espiritual. Como analizo en este libro, hay varias interpretaciones posibles de las experiencias espirituales, incluyendo la concepción materialista de que se hallan dentro del cerebro y que no existen formas de conciencia más-que-humanas.
Al mismo tiempo, las prácticas espirituales se están investigando científicamente como nunca antes. Estamos al comienzo de una nueva fase de desarrollo científico, filosófico y espiritual.
La filosofía de la naturaleza que ha dominado las ciencias naturales desde finales del siglo XIX es el materialismo mecanicista, la creencia de que toda la naturaleza es una especie de máquina constituida de materia no consciente cuyo comportamiento está determinado por leyes matemáticas, incluyendo las leyes probabilísticas de la mecánica cuántica, junto con sucesos al azar. La Naturaleza carece de propósito, y la evolución no tiene dirección ni sentido. Las mentes no son más que la actividad de los cerebros, y están encerradas en el interior de las cabezas. La conciencia es una ilusión, o un subproducto de la actividad cerebral que no desempeña ninguna función. También la libertad es una ilusión.1
Este tipo de ciencia ha tenido mucho éxito en la física, la química, la ingeniería y la tecnología. También ha llevado a grandes avances en biología, en particular a una descripción de los mecanismos moleculares de la herencia genética y del papel de los genes en la síntesis de las moléculas de proteína. En medicina ha habido avances enormes, a través de una cirugía cada vez más hábil y mediante el desarrollo de una enorme cantidad de medicamentos y de vacunas.
Ahora bien, la ciencia de la mente, la psicología, ha tenido mucho menos éxito. Una ciencia que presuponía que todo está hecho de materia no consciente no se hallaba bien equipada para tratar con la conciencia. Durante buena parte del siglo XX, la psicología académica en el mundo angloparlante estuvo dominada por la escuela del conductismo, que trataba las experiencias subjetivas como irrelevantes y no científicas, porque no podían medirse objetivamente. Los conductistas valoraban solo las mediciones objetivas de la actividad corporal o las secreciones glandulares.
Cuando el dominio del conductismo menguó a finales del siglo XX, la nueva ortodoxia académica fue la psicología cognitiva, basada en la idea de que la mente no es sino la actividad del cerebro, y que el cerebro es una especie de ordenador que procesa algoritmos. La mente es como el software y el cerebro es como el hardware.
En la década de los 1990, el psicólogo Antonio Damasio ayudó a trastocar el modelo de la actividad cerebral, un modelo centrado en el ordenador, que era el dominante, sugiriendo que el pensamiento está influenciado por las emociones, y que las emociones están enraizadas en las reacciones del cuerpo, como la reacción luchar-o-huir, mediada por la hormona adrenalina. En su influyente libro El error de Descartes: la emoción, la razón y el cerebro humano, propuso que las emociones guían la conducta y la toma de decisiones.2 Para la mayoría de la gente ajena al mundo académico, la idea de que las emociones influencian el comportamiento humano y la toma de decisiones no resulta ni chocante ni original, es de sentido común; pero en el mundo de la psicología académica era una innovación radical.
Otra innovación fue la escuela de psicología positiva, establecida oficialmente en el mundo académico en 1998, que se marcó el objetivo de descubrir lo que hace que la vida merezca la pena vivirla.3 Cuando los psicólogos positivos investigaron lo que hace feliz a la gente, hallaron un amplio abanico de actividades que lo hacen, incluyendo el estar absorto en el propio trabajo, tener una buena conversación, cantar, bailar, hacer el amor y jugar. El factor común es un estado de absorción, o lo que se ha denominado «fluir».4 Por el contrario, las personas son menos felices cuando están separadas, desconectadas, alienadas o en conflicto. Los psicólogos positivos han contribuido al estudio de las prácticas espirituales estudiando los efectos de la gratitud (analizada en La ciencia y las prácticas espirituales [CPE], capítulo 2), y la inducción de estados de fluir a través de los deportes, el canto y la danza.
La década de 1990 vio también la emergencia del campo de estudios de la conciencia, que fue mucho más allá de las limitadas perspectivas del conductismo y la psicología cognitiva, abriendo áreas de investigación que la mayoría de los científicos había ignorado o rechazado como no científicas. Los investigadores de este campo investigan las experiencias cercanas a la muerte, la meditación, los efectos de conectar con la naturaleza, las experiencias fuera del cuerpo, los estados místicos de unión, los estados al cantar y salmodiar en grupo y las experiencias psicodélicas. Todas estas investigaciones llevan a las ciencias mucho más allá del materialismo mecanicista de viejo cuño.5 Ciertamente, algunos materialistas y ateos están explorando ahora su propia conciencia mediante prácticas como la meditación y los psicodélicos. Sam Harris, por ejemplo, uno de los Nuevos Ateos, es meditador y enseña meditación online.6
Esta convergencia de la ciencia y las prácticas espirituales resulta sorprendente desde el punto de vista de la ortodoxia materialista, en la que se han formado la inmensa mayoría de los científicos contemporáneos. No obstante, resulta del todo coherente con el método científico, que implica la formación de hipótesis (conjeturas acerca de cómo funciona el mundo) y luego ponerlas a prueba experimentalmente. El árbitro último es la experiencia, no la teoría. En francés, la palabra experience significa tanto «experiencia» como «experimento». El término griego para experiencia es empeiria, la raíz de la palabra inglesa empirical. La exploración de la conciencia mediante la propia conciencia es literalmente empírica, basada en la experiencia. Las prácticas espirituales proporcionan modos a través de los cuales la conciencia puede ser explorada empíricamente.7
Este libro continúa la investigación que comencé en mi libro La ciencia y las prácticas espirituales, en el que analizo siete prácticas diferentes que se han investigado empíricamente, tanto por los propios practicantes como por los científicos que estudian los efectos de sus prácticas. Los capítulos que analizan estas prácticas se titulan:
La meditación y la naturaleza de la mente.El fluir de la gratitud.Reconectando con el mundo más-que-humano.Relacionarse con las plantas.Los rituales y la presencia del pasado.El canto, la salmodia y el poder de la música.Peregrinaciones y lugares sagrados.En este libro analizo siete prácticas más bajo los siguientes encabezamientos:
El aspecto espiritual de los deportes.Aprender de los animales.El ayuno.El cannabis, los psicodélicos y las aperturas espirituales.Los poderes de la oración.Días festivos y festivales.Cultivar buenos hábitos, evitar los malos hábitos y ser amables.Termino con un comentario de por qué estas prácticas funcionan.
Estos dos libros no constituyen un estudio exhaustivo de todas las prácticas espirituales. Hay muchas otras, por ejemplo: el yoga, el servicio a los otros, el taichi, el chi gong, la adoración devocional o bhakti, el sexo tántrico, el cuidado de moribundos, el yoga del sueño, y las prácticas de las artes. Unas prácticas convienen a algunas personas mejor que otras; algunas prácticas son mejores en unos momentos de la vida que otras, y todas las tradiciones religiosas tienen sus propias combinaciones.
He participado en todas las prácticas que analizo en este libro. Muchas personas son más expertas que yo en cada una de estas prácticas. No soy un gurú, sino un explorador. Mi finalidad es continuar el proyecto que comencé en La ciencia y las prácticas espirituales, para mostrar que hay una gran variedad de maneras de conectar con realidades conscientes más grandes, no importa cómo las concibamos, y que los efectos de estas prácticas pueden investigarse científicamente. Al final de cada capítulo, tras el análisis de un tipo particular de práctica, sugiero dos maneras para que los lectores puedan experimentar esta práctica por sí mismos.
Estamos en el umbral de una nueva era de la exploración de la consciencia, tanto a través de un renacimiento de las prácticas espirituales como mediante su estudio científico. Después de varias generaciones en las que la ciencia y la espiritualidad parecían estar en oposición, se están volviendo complementarias. Juntas contribuyen a una fase sin precedentes de la evolución espiritual, que comienza ahora.
La mayoría de la gente no piensa en los deportes como prácticas espirituales; los deportes parecen supremamente laicos. Sin embargo, en las sociedades laicas modernas, los deportes pueden ser uno de los modos más comunes a través de los cuales la gente experimenta la autotrascendencia que puede vivirse al estar en el presente. Un meditador puede hallar que su mente vagabundea y solo ocasionalmente regresar a una sensación total de presencia, pero un futbolista en un partido importante está totalmente en el presente, o se queda fuera de juego. Alguien que está esquiando colina abajo a 100 kilómetros por hora ha de estar completamente concentrado, como lo está un surfista sobre una ola gigante, o un alpinista en una pared rocosa sin cuerdas, o un cazador acechando a un ciervo, cuando el menor ruido o el movimiento más ligero puede provocar que la presa huya.
Sorprendentemente, la palabra deporte/sport deriva de forma indirecta de la raíz latina portare, que significa llevar, como en las palabras inglesas export (llevar fuera), deport (llevarse a otro lugar) y disport (entretenerse) –que llegó a significar divertirse, disfrutar, o jugar–. El término inglés sport viene de disport.
El inglés play viene del inglés antiguo plega, retozar, juguetear.8 Los significados principales en inglés son ejercitarse, actuar o moverse enérgicamente. Play significa también involucrarse en un juego, apostar fuerte en un juego de azar, participar en un deporte, tocar un instrumento musical, o actuar en un escenario, como en una obra de teatro. No solo los seres humanos y los animales no humanos juegan, también las llamas de fuego y las fuentes juegan, metafóricamente, a través de su libertad y su espontaneidad, como lo hace la luz que se mueve en el «juego de luces y sombras».9
La palabra del inglés medieval gamen, relacionada con el alto alemán antiguo gaman, algarabía, alegría, significaba un juego o un deporte, y llegó a significar jugar, en el sentido de juego de azar. Game significa también animales salvajes a los que se caza por deporte, como en el game pie, «pastel de caza», elaborado con carne de caza.
Todas estas palabras tienen un amplio espectro de significados, pero lo que tienen en común es el hallarse lejos de los negocios habituales de la vida. El filósofo David Papineau, él mismo un gran deportista, ha reflexionado sobre los deportes más que la mayoría, y ha sintetizado sus conclusiones con admirable claridad: el valor del logro deportivo se halla en «el goce de la habilidad puramente física».10
Los seres humanos perfeccionan sus habilidades físicas y disfrutan ejercitándolas. Esta definición explica por qué muchos deportes no son juegos, como esquiar o el tiro al faisán, aunque algunas habilidades deportivas existen solo en juegos, como el golpe de revés en el tenis. Otros deportes se basan en habilidades que ya se dan en la vida diaria, como correr, saltar, remar, disparar, levantar o lanzar.
Papineau concluye: «Estas actividades ordinarias se convierten en deportes en cuanto la gente comienza a realizarlas por sí mismas, y se esfuerzan por lograr la excelencia en su ejercicio».11 Un amplio abanico de otras actividades físicas que no forman parte de la vida cotidiana pueden convertirse también en deportes, como el surf con vela y el paracaidismo.
¿Y qué pasa con el papel de la competición? Algunos deportes, especialmente los deportes con espectadores, son competiciones, como la lucha libre y el críquet. Papineau señala que la competición desempeña una parte importante en el deporte, porque hace posible medirse con otros: «Ejercitar una habilidad es querer hacer algo bien; de hecho, tan bien como sea posible».12 Pero algunos deportes no son directamente competitivos. Los alpinistas pueden buscar escalar una cumbre muy difícil, pero su logro no se halla fundamentalmente en competición con otros, sino que más bien constituye un reto para ellos mismos.
En este capítulo examino primero el contexto evolutivo y antropológico de los deportes modernos. Aunque los deportes no se emprenden normalmente como ejercicios espirituales, pueden tener un amplio espectro de efectos espirituales que analizaré. Estos efectos incluyen el estar intensamente presente, y sentirse parte de algo más grande que uno mismo.
En su libro El origen del hombre, Charles Darwin enfatizó la importancia de la selección sexual en una amplia gama de animales. Entre los pájaros, señaló que la mayoría de los machos son «altamente combativos» en la época reproductora, pero incluso los más agresivos rara vez dependen de manera exclusiva de su habilidad para alejar a los rivales; tienen una amplia gama de modos de «encantar a las hembras». Unos dependen del poder del canto, otros de las danzas de cortejo, y todavía otros de «adornos de muchas clases, los tonos, las crestas y las barbas más brillantes, hermosos penachos, plumas alargadas, copetes, etcétera».13
Por el contrario, entre los mamíferos, la fuerza es más importante: «El macho parece ganarse a la hembra más a través de la ley de la batalla que mediante el despliegue de sus encantos. Los animales más tímidos, carentes de armas especiales para la lucha, se debaten en conflictos desesperantes durante las estaciones del amor […] las ardillas machos se enzarzan en combates frecuentes, y a menudo se hieren unos a otros de manera grave, igual que hacen los castores machos, de modo que apenas quedan pieles sin cicatrices».14
En la mayoría de las especies de mamíferos, los machos son más grandes que las hembras, y la diferencia es mayor en las especies en las que los machos luchan más. En una especie polígama de focas, los machos son unas seis veces más pesados que las hembras, mientras que en las especies monógamas hay poca diferencia entre los sexos. De forma parecida, las ballenas francas machos que no luchan entre sí tienen el mismo tamaño que las hembras; los cachalotes machos que luchan por compañeras son el doble de grandes que las hembras.
Darwin mostró también que en muchas especies mamíferas, solo los machos tienen colmillos o cuernos, y los usan para luchar y para defenderse. En algunas especies, las hembras tienen colmillos o cuernos, pero más pequeños y menos desarrollados que en los machos. Darwin concluyó que habían evolucionado fundamentalmente en los machos en el contexto de la selección natural y luego, en segundo lugar, habían pasado a las hembras. De manera similar, las características defensivas son mucho más pronunciadas en los machos que en las hembras, como en las melenas de los leones machos, que protegen sus cuellos para no ser mordidos por los otros leones machos con los que luchen. Faltó un paso muy pequeño para que Darwin señalara que en las sociedades humanas estaban extendidas formas similares de selección sexual. Citó un informe de Samuel Hearne, que exploró partes remotas de Canadá del Norte a finales del siglo XVIII. Hearne escribió:
Siempre ha sido costumbre entre estos pueblos que los hombres luchen por cualquier mujer por la que se sienten atraídos, y, desde luego, la parte más fuerte siempre se lleva el premio. A un hombre débil, a menos que sea un buen cazador, y sea muy amado, rara vez se le permite mantener una esposa que un hombre más fuerte considere que merece la pena. Esta costumbre prevalece en todas las tribus, y provoca un gran espíritu de emulación entre los jóvenes, que intentan desde su niñez, en cualquier ocasión, mostrar su fuerza y su habilidad en la lucha.15
Donde Darwin se quedó, allí siguieron los psicólogos evolutivos del siglo XXI, considerando los deportes como «rituales de cortejo inventados culturalmente».16 Muchos estudios han mostrado que los niveles de la hormona testosterona aumentan antes de los deportes competitivos tanto en los hombres como en las mujeres, y en los hombres estos niveles aumentan más después de una victoria, y disminuyen tras una derrota.17 Este efecto ocurre no solo en los participantes, sino también en los espectadores masculinos.18 Los efectos consistentes en mejorar el rendimiento, procedentes de la testosterona, se conocen desde la década de 1930, y se han utilizado mucho para mejorar la actuación en los acontecimientos deportivos. Ahora está prohibido en las competiciones, pero esta regla es difícil de hacer cumplir, porque los niveles naturales de testosterona son muy variables.19
Las antiguas raíces evolutivas de la competición en los deportes pueden desempeñar también un papel en el fenómeno bien conocido de «la ventaja de jugar en casa», por lo que los equipos, en diversos deportes, lo hacen mejor constantemente cuando juegan en casa, como si defendieran su territorio. Las mediciones de testosterona en muestras de saliva de los jugadores de fútbol mostraron que los niveles eran más elevados en los partidos en casa que en los de fuera, y eran más altos antes de jugar con un rival peligroso que con un rival moderado.20
Si los deportes son rituales de apareamiento elaborados, entonces, ¿por qué tanta gente disfruta viendo a miembros de su propio sexo competir? Una respuesta sugerida por los psicólogos evolutivos es que esto permite valorar a los jugadores como compañeros cooperativos y posibles líderes.21 Pero este argumento no explica la contemplación de combates entre otras especies, como las peleas de gallos, que fueron un deporte con espectadores muy popular en varias culturas antiguas, entre ellas la India, China y Persia, y todavía abundan en muchas partes del mundo, especialmente en el Sudeste asiático, aunque actualmente son ilegales en muchos países debido a su crueldad.
Estas perspectivas evolucionistas se aplican más claramente en la competición entre individuos, como en la lucha libre, el boxeo, las artes marciales, la esgrima, el tiro al arco, el lanzamiento de jabalina y el tenis. Los mismos principios se aplican a la competición en la caza, el tiro y la pesca. En contraste con ellos, en los juegos de equipo no solo hay competición entre los equipos, sino también cooperación dentro de cada uno de ellos. En algunas culturas, tales juegos no estaban muy alejados de las guerras, como analizaremos más tarde.
Muchos deportes tradicionales se basan en la rivalidad masculina, pero hay grandes diferencias culturales en los deportes que se juegan. El tipo de combate más común en todo el mundo es la lucha entre jóvenes. Por ejemplo, entre los yaganes, un pequeño grupo de recolectores-cazadores que viven en el extremo sur de Sudamérica, la lucha libre era el deporte más popular. Antes de empezar el combate, un joven eligía a su oponente de entre la audiencia y le retaba dejando una pequeña pelota a sus pies. Este hombre tenía que aceptar si no quería ser considerado un cobarde. Entonces los dos hombres entraban en el gran círculo de espectadores. Luchaban hasta que uno ponía de espaldas al otro.
El vencido sufría una afrenta a su honor y al de sus amigos, de modo que inmediatamente uno de sus simpatizantes entraba en el círculo, tomaba la pelota y la colocaba a los pies del ganador, quien tenía que demostrar su habilidad con este nuevo oponente.
Las chicas preferían a los luchadores vencedores como cónyuges. Como era tan importante, a un perdedor se le daban varias oportunidades para salvar el honor. Si el ganador seguía ganando, el juego podía desembocar en una melé general, de modo que nadie resultaba claramente vencedor, salvando así la reputación.22
Igual que los deportes de lucha, los juegos de pelota son comunes en muchas partes del mundo. Entre los pueblos kunai de Australia, la pelota era el escroto de un canguro bien relleno de hierba.23 En las culturas de Mesoamérica, los juegos de pelota formaban una parte importante de la cultura, pero aquí las pelotas generalmente estaban hechas de caucho y los juegos se celebraban en canchas. Los hallazgos arqueológicos sugieren que estos juegos se practicaban al menos desde 1500 a.C., siendo las canchas de pelota una parte importante de los yacimientos arqueológicos mayas. En realidad, no eran solo juegos, sino complejos rituales en los que el movimiento de la pelota simbolizaba el movimiento de los cuerpos celestes a través del firmamento, y la mitología del juego estaba llena de batallas entre los dioses.24 Se hacían apuestas extravagantes en esos juegos de pelota, y los artículos apostados incluían joyas, esclavos, mujeres, niños, e incluso reinos enteros.
Entre los aztecas y los mayas, el resultado del juego, en el caso de algunos jugadores, era la muerte. En el yacimiento maya de Chichén Itzá, en México, un bajorrelieve en la pared de la gran pista para el juego de pelota representa al capitán de un equipo perdedor siendo sacrificado. Las cabezas de las víctimas se exhibían en estanterías. El juego de pelota era un simulacro de guerra e incluso podía funcionar como sustituto de la misma.25
Uno de los pocos grupos sociales estudiados por los antropólogos, grupos que no celebraban juegos, fueron los dani, que viven en los altiplanos del oeste de Nueva Guinea. Su vida ritual estaba muy ocupada en propiciar y apaciguar a los fantasmas y los espíritus para protegerse contra intrusiones indeseadas. Aunque los dani no tenían juegos, eran grandes luchadores, y uno de sus motivos era vengar la muerte de un antepasado, porque el espíritu del antepasado lo pedía. Por cada persona asesinada, alguien tenía que pagar; para equilibrar la cuenta, había que quitar otra vida. Pero la cuenta nunca quedaba equilibrada, y así las batallas seguían sin parar nunca.
Estas batallas al estilo de los deportes generalmente se realizaban en las llanuras abiertas del fondo de un valle, con lanzas, arcos y flechas de madera, y rodeadas de mucha pompa y entusiasmo. Se llevaban a cabo según una serie de reglas y estaban marcadas por una actitud lúdica que era más importante que la idea de que alguien tenía que morir.
Estas batallas eran un ejemplo de lo que los antropólogos llaman «guerra social». Las guerras sociales, a diferencia de las guerras económicas, no se luchan para conquistar territorios, apresar recursos o subyugar pueblos; tienen que ver con el prestigio, el honor, la venganza y el entretenimiento. Mientras prevaleció este sistema, más de una cuarta parte de las muertes de los jóvenes entre los dani fue consecuencia de la guerra. No obstante, los jóvenes encontraban las batallas estimulantes. Según un observador antropológico:
Hay una enorme cantidad de gritos, chillidos y bromas. La mayoría conocen a los individuos del otro bando, y las palabras que volaban de un lado para otro podían ser muy personales. Una vez, ya caída la tarde, una batalla había perdido fuelle. Nadie estaba realmente interesado en luchar más y algunos hombres empezaron a marcharse a casa. Otros se sentaron en las rocas que había por allí y se turnaban gritando insultos de un lado a otro de las líneas, y los expertos de ambos bandos se reían abundantemente cuando descubrían algo gracioso.26
Hay muchas tradiciones de juegos sagrados. En la Grecia antigua, los Juegos Olímpicos se celebraban cada cuatro años en honor del dios del cielo, Zeus, en la ciudad de Olimpia. No eran simplemente juegos; sacralizaban los principios fundamentales de estos concursos regidos por reglas, a saber: imparcialidad y acatamiento de las normas. El filósofo Platón, cuyo nombre significa «espaldas anchas», era un luchador, y abogaba por el cultivo de las virtudes físicas para la formación del carácter.27 En la Roma clásica, los juegos sagrados se consideraban esenciales para el bienestar del Estado.28
Los Juegos Olímpicos modernos se basan en estos modelos antiguos y, aunque se desarrollan en un espíritu secular, proporcionan un incentivo que produce que muchos miles de personas se entrenen y aspiren a mostrar sus habilidades más elevadas. Algunos, movidos por un espíritu competitivo, toman esteroides anabólicos ilegales u otras ayudas químicas para estimularse hacia niveles superiores de rendimiento. Y muchos rezan y piden las bendiciones de Dios, o las bendiciones de sus santos patronos o sus deidades favoritas.
En la China feudal, la guerra se trataba como si fuera un juego, una especie de ajedrez jugado en la vida real. Los señores de la guerra dirigían sus batallas sentados muy por encima de la propia batalla, y cada señor ordenaba las maniobras de sus soldados en el campo de batalla en términos de jugadas. En un momento determinado, las batallas se detenían y las posiciones de las tropas se marcaban, para que la batalla pudiera reanudarse en el mismo punto al día siguiente. Entonces, los señores de la guerra rivales se reunían para descansar, analizar los éxitos y los fracasos del día, y comparar la ejecución de sus tropas.29
En muchas sociedades tradicionales, los deportes desempeñaban un papel principal en el ejercitamiento y el refinamiento de las habilidades necesarias para la guerra. Entre los zulúes de Sudáfrica, por ejemplo, una de las actividades favoritas de los chicos era el simulacro de luchas con palos. Cada chico, como cada hombre, cuando se alejaba de casa llevaba un par de palos fuertes. Un palo, sostenido por el medio, en la mano izquierda, se utilizaba para parar, y el otro para golpear.
Cuando se introdujo el fútbol en Zululandia, pronto se convirtió en una actividad principal del tiempo libre y muchos de los mismos principios se aplicaban tanto a los juegos de fútbol como a la guerra. Los equipos de fútbol zulú emplean sus propios brujos curanderos, que hacen magia para ayudar a su propio equipo, y lanzan hechizos para debilitar a sus oponentes, como si fueran a la guerra. Los equipos también utilizan una disciplina estricta. Acampan las noches anteriores a los partidos, y llevan a cabo ritos de purificación similares a los que se realizaban antes de la batalla. Los equipos se dirigen al campo de juego en formación militar.30
En los Estados Unidos, el juego británico del rugby se ha convertido en el fútbol americano, que es más violento incluso que el propio rugby. Dave Meggyesy, un futbolista universitario de la Universidad de Siracusa y posteriormente jugador profesional con el St. Louis Cardinals, ha escrito un libro fascinante sobre sus experiencias, Out of their League
Describe un partido en el que él jugaba con los Cardinals contra los Pittsburgh Steelers. Su tarea consistía en bloquear a uno de los hombres del equipo de los Pittsburgh: «Correr a toda velocidad y no mirar a ninguna parte. Yo sabía que él no me veía y decidí agarrarlo por abajo. Reuní toda mi fuerza y le golpeé. Al hacerlo, oí cómo su rodilla estallaba en mi oído, un sonido irregular, desgarrador de músculos y ligamentos que se partían. Lo siguiente que supe es que se pidió tiempo y que él estaba retorciéndose de dolor en el campo. Se lo llevaron en una camilla y sentí pena, pero al mismo tiempo, sabía que era un bloqueo excelente y que era para lo que se me pagaba».31
Meggyesy destacaba en el fútbol en su universidad de Ohio y, como capitán de su equipo tenía que dar un discurso para animar a los jugadores: «Al comienzo del partido, daría mi discurso: “A por ellos, a por ellos”. Estábamos realmente encendidos y sentíamos que íbamos a aniquilarlos. Yo no quería ver sus rostros, porque cuanto más anónimos fueran, mejor era para mí; y estoy seguro de que la mayoría de los otros jugadores sentían lo mismo: era un enemigo sin rostro con el que teníamos que encontrarnos».
Cuando estuvo en el equipo de su universidad, tenía un maestro que «tenía en él la cualidad de un asesino» y que explicaba su filosofía de este modo: «En fútbol, los rojos están a una parte de este balón y nosotros, en la otra parte. En esto consiste este juego, no os equivoquéis».32 A veces, escribió Meggyesy: «Experimentaba un gran placer y liberación por la pura violencia física del juego. En ocasiones, después de lograr un tiro limpio del balón, sentía ese tremendo flujo de energía y no sentía el dolor del contacto en lo más mínimo. A veces podía sentirme tan fuerte que me creía indestructible».33
Meggyesy padecía algunas lesiones importantes, pero se esperaba que siguiera jugando a pesar de ellas, si era necesario con inyecciones de un anestésico local para reducir el dolor. Y había un fuerte incentivo para minimizar la importancia de las lesiones. Descubrió que una de las peores cosas que podía ocurrirle a un jugador era sufrir una lesión grave en el entrenamiento. Quedaba por detrás de todos los demás a la hora de aprender y de practicar y podía ser excluido por el equipo técnico. «A los jugadores sanos no les gusta fraternizar con alguien lesionado. Es como una especie de vudú en el que el jugador lesionado se convierte en una especie de leproso».
Los deportes constituyen un negocio que mueve miles de millones y los jugadores profesionales no están simplemente entreteniéndose. Tienen trabajos importantes y a menudo bien pagados. El goce intrínseco al ejercicio físico puede dar paso fácilmente al deseo de aprobación, dinero, fama y adulación.34 Sin embargo, aunque la comercialización ha transformado los deportes, mucho millones de personas todavía juegan como amateurs, y cientos de millones de personas participan en los deportes de manera indirecta, como espectadores, tanto asistiendo a los propios eventos como viéndolos por televisión. Ser parte de una multitud de aficionados, unidos en apoyo a un equipo, puede ser una experiencia vinculante poderosa, especialmente cuando se aumenta cantando juntos, como la canción You’ll never walk alone, cantada antes de los partidos, por miles de hinchas del Liverpool Club de Fútbol.35
Michael Murphy fue cofundador del Esalen Institute en California en 1962 y pionero del movimiento del potencial humano. Fue de los primeros en señalar que los deportes constituyen una de las maneras más frecuentes en el mundo moderno a través de las cuales la gente experimenta estados alterados de conciencia, e incluso experiencias místicas. Su novela Golf in the Kingdom, publicada por primera vez en 1972, fue un éxito de ventas internacional; cuenta la historia de un joven, el propio Michael Murphy, que se detuvo en Escocia cuando iba de California a la India. Su vida cambió cuando jugó una partida de golf con un golfista profesional místico llamado Shivas Irons, quien explicaba:
El juego exige que nos unamos al tiempo atmosférico, para conocer las energías sutiles que cambian cada día, así como los sentimientos sutiles de quienes nos rodean. Esto nos recompensa cuando conseguimos unir nuestros cuerpos y nuestras mentes, nuestros sentimientos y nuestras fantasías: nos recompensan cuando lo hacemos y nos tratan mal si no lo hacemos. El juego es un maestro potente […] La gracia que procede de tal disciplina, la sensación extra en las manos, la fuerza y el conocimiento extra, todos esos poderes especiales que has sentido de vez en cuando comienzan a entrar en nuestras vidas.36
En la vida real, Murphy pasó un año y medio en el ashram de Sri Aurobindo en Pondicherry, la India, y le influyó mucho la filosofía evolucionista de Aurobindo, quien enfatizó no solo la evolución espiritual de la humanidad, sino también su evolución física como parte de lo que llamaba el Yoga Integral. Murphy, que era un agudo golfista y corredor de maratón, llegó a ver los deportes como «el yoga de Occidente», y su visión del potencial humano incluía el desarrollo de nuevos potenciales a través de los deportes:
En ningún otro campo de la actividad humana hay tal proliferación de cuerpos físicos especializados. Pues a medida que los deportistas se han desarrollado en el mundo moderno, han necesitado una variedad cada vez mayor de habilidades y de estructuras corporales que los apoyen, sea en la fórmula muscular de un placaje defensivo de 122 kg [en el fútbol americano], en las juntas elásticas de un gimnasta, el prodigioso sistema cardiopulmonar de un corredor de maratón, o la mano firme de un arquero. Nunca antes ha habido tantos experimentos con los límites del cuerpo.37
En su libro The Psychic Side of Sports, del que es coautor con Rhea White y que fue publicado en 1978, documentó muchas experiencias de deportistas y atletas que sugerían la existencia de telepatía entre los miembros de los equipos, de experiencias extracorpóreas, de extraordinarias hazañas de fuerza, así como de estados alterados de conciencia. Mostró que los deportes y la religión tienen muchos rasgos en común:
En la mayoría de las enseñanzas religiosas se dice que no puede lograrse ninguna realización duradera sin muchos años de práctica constante […] Muchos atletas le dedican esa especie de compromiso a su deporte, al menos durante una parte de sus vidas. Los elementos espiritualmente evocadores que hemos analizado: compromiso a largo plazo, concentración sostenida, creatividad, autointegración, estar en tiempos y lugares sagrados, y extender los límites de la propia capacidad, son comunes al deporte y a la disciplina religiosa. Estas similitudes entre ambos tipos de actividad a menudo conducen a los mismos tipos de experiencia.38
La obra magna de Murphy es The Future of the Body: Explorations into the Further Evolution of Human Nature,39 publicada en 1992, en la que reúne muestras de más de 3.000 estudios sobre capacidades humanas excepcionales del cuerpo, la mente y el espíritu. A diferencia de la mayoría de los estudios académicos y científicos de la evolución humana, que limitan su atención a las capacidades intelectuales y los desarrollos de la tecnología, Murphy incluye las capacidades psíquicas, espirituales y corporales, ofreciendo una visión general de los potenciales evolutivos humanos. Murphy ha influido en el pensamiento de mucha gente en el mundo de los deportes, y ha ayudado a inspirar una nueva organización llamada Deportes, energía y conciencia grupal, que reúne a jugadores-estrella de fútbol, esquiadores expertos, jugadores de tenis, remeros, entrenadores, científicos, psicólogos, meditadores y atletas. La misión de este grupo es «acelerar la evolución global de la conciencia humana proporcionando prácticas transformativas que traducen la sabiduría del “Estado de rendimiento ideal” del deporte en métodos de entrenamiento práctico que incluyen estados de conciencia energéticos, despiertos, y la unificación del cuerpo, la mente y el espíritu».40 A partir de los años 1970, otra línea de investigación convergió con el enfoque de Murphy: el estudio de la psicología positiva.
A partir de los años 1970, la investigación de los psicólogos positivos mostró que los mejores momentos de la gente no son aquellos en los que se encuentran en un modo pasivo, receptivo o relajado. Sus experiencias más positivas ocurren generalmente cuando su cuerpo y su mente se llevan al límite en un esfuerzo voluntario por realizar algo difícil y que valga la pena, resumido en la palabra «fluir». Para empezar, estas investigaciones examinaron a artistas, atletas, músicos, maestros de ajedrez y cirujanos, porque eran personas que parecían pasar su tiempo en actividades con las que disfrutaban.
Sus mejores experiencias dependían de un sentido de maestría, o de participación, en un estado de flujo, estado en el que uno siente que fluye.41 Las personas entran en estados que fluyen, a través de muchos tipos diferentes de actividad, entre los que están interpretar música y bailar, pero los deportes son uno de los modos más comunes en los que la gente se encuentra fluyendo. Tres condiciones han de darse para lograr el estado en el que se fluye, a veces expresado como «estar en el área»:
La actividad debe tener un conjunto claro de objetivos, con una estructura y una dirección dada.La tarea tiene que ser clara, con una retroalimención inmediata, para que el rendimiento pueda ajustarse y mantener el estado de flujo.Tiene que haber un buen equilibrio entre los desafíos que presenta la tarea en cuestión y las capacidades percibidas de la persona. Hay que tener confianza en la capacidad para completar la tarea.42Los factores que inhiben el estado de flujo incluyen la apatía y el aburrimiento, que ocurren cuando los retos son demasiado bajos para la capacidad de una persona, y la ansiedad, que se produce cuando los retos son demasiado elevados.
Muchas prácticas espirituales tradicionales enfatizan la necesidad de estar en el presente, lo que puede lograrse mediante la meditación, por ejemplo, o cantando, salmodiando y danzando (como analicé en La ciencia y las prácticas espirituales, capítulos 1 y 6). Los deportes proporcionan un modo extraordinariamente efectivo de estar plenamente presente. Una de sus grandes ventajas es que proporcionan objetivos claros y retroalimentación. Un tenista sabe lo que tiene que hacer: devolver la pelota a la pista del adversario, y cada vez que golpea la pelota, sabe si lo ha hecho bien o no. Un equipo de fútbol tiene un objetivo literalmente claro, a saber, marcar más goles que el equipo contrario. En algunas áreas de la actividad humana, como la creación artística, los objetivos no están tan bien definidos, o han de ser definidos por los propios artistas; los objetivos en los deportes son mucho más claros.
Los deportes exigen también un alto grado de concentración. Un escalador entusiasta, cuyo trabajo diario es el de profesor de física, dijo: «Es como si la entrada de mi memoria se hubiera desconectado. Lo único que puedo recordar son los últimos treinta segundos, y lo único que puedo pensar respecto del futuro son los cinco minutos siguientes».43 El piloto de carreras Jochen Rindt comentaba que al conducir, «ignoras absolutamente todo y solo te concentras. Olvidas todo el mundo y simplemente […] formas parte del coche y de la pista […]. No hay nada igual».44
Un nadador profesional explicaba: «Cuando más feliz soy en mi actuación, me siento uno con el agua, con mi brazada y con todas las cosas».45 El golfista profesional Tony Jacklin reveló: «Cuando estoy en ese estado, en esa alta concentración, vivo plenamente el presente, sin salirme de él. Soy consciente de cada pulgada de mi balanceo».46
Los participantes en muchos otros deportes ofrecen descripciones similares de estados de fluir utilizando un abanico de palabras para describir este estado, como «estar en el área», «concentrado», «todo encaja», «en la cresta de la ola», «sintonizado», «conectado», «ir realmente bien», «flotando», y «supervivo».47
Algunos deportistas describen explícitamente este estado de flujo como una experiencia espiritual. El jugador de baloncesto Patsy Neal escribió: «Hay momentos de gloria que van más allá de las expectativas humanas, más allá de la capacidad física y emocional del individuo. Algo inexplicable toma el mando e instila vida en la vida conocida […]. Llámalo estado de gracia, acto de fe […] o acto de Dios. Está ahí, y lo imposible se vuelve posible […], el atleta va más allá de sí mismo, trasciende lo natural, todo un trozo de cielo y se convierte en el recipiente de poder de una fuente desconocida».48
Una manera de fluir en el sentido más literal es yendo a gran velocidad. Mucha gente encuentra la velocidad apasionante. Los modernos deportes de velocidad, como el esquí alpino, el motociclismo y las carreras de coches llevan la experiencia humana a niveles desconocidos antes del siglo XX, y el avión lleva la velocidad todavía más lejos. Los récords de velocidad aerodinámica en pilotos de aviones a reacción están ahora sobre los 3.200 kilómetros por hora, unas tres veces la velocidad del sonido.
Mi propia experiencia de excitación por la velocidad comenzó de niño en los sueños en que volaba, en los cuales podía moverme a voluntad muy rápidamente, volando por el aire. Los sueños en que se vuela son bastante comunes, especialmente en los niños, y es posible que la mayoría de la gente tenga sus primeras experiencias de velocidad en el mundo onírico más que en la realidad física. A lo largo de la historia humana, los sueños relacionados con volar precedieron con mucho la capacidad tecnológica de los humanos de volar, y de ahí las imágenes de dioses y diosas voladores, como en la antiguo Sumeria y el Egipto antiguo, así como en las imágenes judías, cristianas e islámicas de ángeles como seres alados.
El sueño de volar se expresó también en los mitos. En las narraciones de la Grecia antigua, Ícaro adquirió la capacidad de volar con alas hechas de plumas y cera, pero llegó demasiado cerca del sol y la cera se derritió. Se lanzó a su destino en el mar. Su hybris, su orgullo, fue seguido por su caída.
En mi infancia, mi primera experiencia de la emoción por la velocidad física fue yendo en bicicleta colina abajo, algo que era más emocionante que correr todo lo rápido que pudiera. La velocidad no es tan apasionante cuando depende totalmente de nuestros esfuerzos musculares sin ayuda externa, como al correr o al nadar. Adopta una cualidad especial cuando el poder motivador no es nuestro, pero lo controlamos.
Antes de la llegada de las tecnologías motorizadas modernas, había varios modos de experimentar la velocidad que no dependían fundamentalmente del esfuerzo muscular humano, como montar en caballo al galope, hacer kayak descendiendo un río rápido, surfear las olas del océano en Hawái, hacer esquí alpino en Noruega y zambullirse desde un acantilado. A estas actividades tradicionales, las tecnologías del siglo XX y XXI han añadido muchos modos nuevos de velocidad, como con el snowboard, patines en línea, motocicletas, coches, veleros de competición, aviones y paracaidismo.
Parte de la excitación de la velocidad procede del fluir, estando en el presente, especialmente cuando cambios pequeños pueden tener grandes efectos. Cambios sutiles en el equilibrio de los esquís, o movimientos mínimos de las manos en el volante de un coche de carreras pueden marcar la diferencia entre la vida y la muerte. En efecto, el peligro forma parte de la emoción de la velocidad. Como el escritor americano Hunter S. Thompson escribió respecto al motociclismo: «Más rápido, más rápido, más rápido, hasta que la emoción de la velocidad supere al miedo a la muerte».49 Pero incluso cuando ese miedo se supera, el peligro sigue estando ahí, incluso en el caso de los profesionales. Las carreras de motos se han cobrado cientos de vidas,50 como lo han hecho también las carreras de coches.51
Ayrton Senna, uno de los más grandes pilotos de carreras de todos los tiempos, y tres veces campeón de Fórmula Uno, recordó que en 1988 alcanzó niveles anteriormente inaccesibles de rendimiento por su deseo de batir a un rival. Mientras conducía a una velocidad enorme, alcanzó un estado mental en el que su mente subconsciente pasó al primer plano. «De repente me di cuenta de que ya no estaba conduciendo el coche conscientemente. Era como si condujera por instinto, solo que yo estaba en una dimensión diferente […]. Me aterroricé porque me di cuenta de que estaba más allá de mi comprensión consciente.» Esto fue como una experiencia religiosa para Senna,52 quien murió en un accidente durante una carrera de coches en 1994.
Vivimos en un mundo en el que la legislación y la responsabilidad refuerzan los estándares estrictos de reducción del riesgo en la mayoría de nuestras actividades cotidianas. Pero estas preocupaciones son literalmente lanzadas por la borda por aquellos para quienes el peligro de muerte ocupa un segundo lugar tras la excitación de la velocidad.
En los juegos de equipo, a veces los jugadores se descubren jugando juntos de modos que parecen ir más allá de la suerte o la coincidencia, o recogiendo pistas sensoriales sutiles; parecen tener telepatía entre ellos.
Jayne Torvill y Christopher Dean se convirtieron en los bailarines de patinaje sobre hielo más famosos de su generación, y fueron célebres por su extraordinaria relación. Los dos cuerpos «se movían como si fuera uno». Como el propio Dean comentó: «Sobre el hielo somos telepáticos. Simplemente no hay otra manera de explicarlo».53 Las claves sensoriales deben haber desempeñado una parte importante en su relación, pero es posible que hubiera algo más, exactamente como Dean decía.
El famoso futbolista brasileño Pelé iba más allá. De él se decía: «Intuitivamente, en todo instante, parecía conocer la posición de todos los demás jugadores que había en el campo, y ver lo que cada uno iba a hacer a continuación».54 No cabe duda de que en parte era una cuestión de estar alerta, de concentración y de buena visión periférica, pero puede que hubiera algo más. La telepatía y los sentidos normales no son mutuamente excluyentes, sino que a menudo funcionan juntos.55
Los equipos son grupos sociales, en los que los miembros individuales se vuelven como un organismo único para lograr metas comunes, como la anotación de goles. Los vínculos entre ellos pueden servir de canales para la comunicación telepática, como en otros grupos sociales. Pero no todos los individuos están realmente vinculados, y no todos los equipos funcionan bien como organismos. Incluso en un equipo bien consolidado, cuyos miembros han compartido muchas experiencias, este estado puede ir y venir. Llega como una confianza contagiosa que se propaga por el equipo; se marcha cuando los miembros están cansados o desmoralizados.
Michael Novak, un perspicaz escritor sobre deportes, lo expresó como sigue:
Cuando un grupo de individuos cuaja como un equipo, realmente comienza a reaccionar como una unidad de cinco o de once cabezas más que como un agregado de cinco u once individuos, hasta tal punto que casi se puede oír el clic: un nuevo tipo de realidad viene a la existencia en un nivel nuevo del desarrollo humano […]. Para aquellos que han participado en un equipo que ha conocido el clic de la comunidad, la experiencia es inolvidable, como haber alcanzado, al menos por unos momentos, un nivel superior de la existencia.56
La vinculación entre los miembros de un grupo tiene una enorme importancia en las fuerzas armadas, y los programas de entrenamiento militar están diseñados para inculcar el espíritu de equipo. La experiencia del combate real es todavía más efectiva.
Experiencias similares ocurren en muchos otros tipos de actividades de grupo, como al cantar y tocar música. Catherine Baker, una fagotista profesional, me comentó que los músicos que tocan juntos utilizan la comunicación no verbal todo el tiempo, incluyendo a veces lazos telepáticos entre los músicos, así como entre los músicos y los directores de orquesta. «Parece que cuando una orquesta de cámara logra su “vínculo” psíquico en una actuación, la audiencia sabe, de manera auténtica, que ha formado parte de algo especial (y por supuesto lo saben los intérpretes).»
Otros músicos que hacen música folk o grupos de jazz me han comentado cosas muy parecidas. Lo mismo sucede con actores que trabajan en grupos de teatro, especialmente cuando improvisan juntos. Y también los que bailan juntos.
Como analizo en el capítulo 2, la telepatía en los grupos humanos es parte de nuestra herencia evolutiva y está enraizada en el modo en que los grupos animales se coordinan a través de los campos sociales, por ejemplo, cuando las bandadas de estorninos cambian de dirección muy rápidamente, mientras vuelan, sin chocar entre sí. No solo cada pájaro sabe dónde están los otros miembros de la bandada, sino que también anticipa dónde estarán a continuación. Lo mismo se aplica a los bancos de peces.57
Los principios del fluir en grupo se aplican no solo a los equipos, sino también a sus seguidores o fans, los cuales a menudo se unen por las emociones que comparten, así como por los cánticos, las canciones y los movimientos colectivos, como las olas mejicanas. A menudo, los jugadores se ven afectados muy positivamente al estar inmersos en una atmósfera de apoyo. El comentarista deportivo Jerry Remy observaba que en los partidos en casa del equipo de béisbol Boston Red Sox, la intensidad del apoyo de los seguidores «no solo potenciaba al Sox, sino que también intimidaba a los otros jugadores».58
Todo tiene un lado oscuro, y así sucede con el fluir. En la antigua Roma, la gente disfrutaba viendo luchar a muerte a los gladiadores, o viendo cómo los leones devoraban a los cristianos, y muchas personas todavía disfrutan viendo corridas de toros, peleas de gallos y peleas de perros, así como diversas formas de peleas humanas. Infligir daño puede ser una fuente de placer para algunas personas, como dejó claro el marqués de Sade; su nombre dio lugar a la palabra «sádico».
Algunos encuentran excitante luchar en las guerras. Los veteranos de Vietnam y de otros conflictos a veces hablan con nostalgia de la acción en la línea de combate, algo que describen como una experiencia de fluir. Uno de ellos comentaba que cuando estaba sentado en una trinchera cerca de un lanzacohetes, la vida se vivía con gran intensidad. Había un objetivo claro, destrozar al enemigo, y las distracciones quedaban eliminadas. Desde luego, para muchos veteranos, algunas de sus experiencias de guerra fueron mucho más emocionantes que cualquier otra cosa que hubieran conocido en su vida civil.
Los criminales experimentan a menudo un estado de flujo cuando cometen sus crímenes. Uno de ellos dijo: «Si me mostrases algo que pueda hacer que sea tan divertido como entrar en una casa de noche y robar sus joyas sin despertar a nadie, lo haría». Y muchos actos de delincuencia juvenil, como robar coches, el vandalismo y el comportamiento camorrista, están motivados por el deseo de experiencias relacionadas con el fluir.
Mientras tanto, muchos juegos de vídeo están diseñados deliberadamente para estimular estados de fluir en quienes los juegan,59 aplicando los principios descubiertos por los psicólogos positivos. Esta es la razón por la que pueden ser adictivos: algunas personas juegan durante muchas horas al día, descuidando la higiene personal, perdiendo los patrones de sueño regulares y evitando la vida social normal. La Asociación Psicológica Americana incluso ha propuesto una definición de este problema: trastorno de videojuegos en internet.60
Todos estos son ejemplos de experiencias individuales del fluir que van en una dirección destructiva. Resulta también claro que los grupos en estado de fluir pueden ser muy peligrosos, como en las muchedumbres amotinadas, en conflictos sectarios violentos, o en linchamientos por multitudes.
Ahora bien, ninguno de estos ejemplos de los efectos negativos de las experiencias de fluir son argumentos contra la importancia del propio fluir, igual que los abusos sexuales no son argumentos contra el sexo. El efecto positivo del fluir y su valor espiritual dependen del contexto, como analizaré más adelante.
Las artes marciales orientales, que se desarrollaron sobre todo en la India, China, Corea y Japón, se relacionan con las prácticas y las tradiciones espirituales más abiertamente que en la mayoría de las otras culturas. En particular, reconocen explícitamente la importancia del fluir de la energía, que en la India se llama prana y en China y Japón chi, qi o ki. Por el contrario, a muchos atletas y deportistas occidentales sus entrenadores les enseñan a pensar en sus cuerpos como máquinas, siguiendo la ortodoxia científica estándar.
Dave Meggyesy, recordando su época de futbolista profesional, hacía la siguiente reflexión: «Yo conocía mi cuerpo más minuciosamente de lo que la mayoría de los hombres pueden hacerlo, pero lo había utilizado y había pensado en él como una máquina, algo que tenía que estar bien engrasado, bien alimentado y bien cuidado, para realizar un trabajo específico».61