Canción de seducción - Carole Mortimer - E-Book
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Canción de seducción E-Book

Carole Mortimer

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Beschreibung

January Calendar era como la Cenicienta, siempre ayudando a sus hermanas y esperando al Príncipe Azul. Max Golding pensaba que January era demasiado fría con él, y estaba decidido a derretir su corazón de hielo. Sin embargo, January sospechaba que el millonario abogado quería arrebatarles la tierra de su familia, y que para ello deseaba llevársela a la cama. Pero Max era muy atractivo e irresistiblemente encantador. ¿Sería tan terrible si January no regresara a casa antes de medianoche… y se quedara con Max?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Carole Mortimer

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Canción de seducción, n.º 1513 - diciembre 2018

Título original: His Cinderella Mistress

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-029-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

 

ME PERMITES que te invite a una copa?

Sentada en la barra bebiendo soda, disfrutando del merecido descanso tras una hora cantando, January se giró para rehusar la invitación amablemente. Hasta ver al hombre que se la hacía. Era él, el hombre que había estado sentado al fondo del bar del hotel mientras ella tocaba el piano y cantaba, el hombre que la miraba con tal intensidad, que era imposible no percatarse de su presencia.

Hubiera debido rechazar la invitación. Había aprendido a mantener las distancias con los clientes del prestigioso hotel, gente que estaba allí sólo de paso. Su hermana May le habría recomendado que se acordara de lo ocurrido en la granja el año anterior. Y January se acordaba. Demasiado bien. Y March le habría recordado que confiar en la gente sólo por la apariencia no traía más que problemas.

–Me encantaría, gracias –contestó January en cambio, aceptando la invitación con voz ronca.

El hombre inclinó cortésmente la cabeza y le pidió a John, el barman, una botella de champán. Luego le cedió el paso y la guió a su mesa en el rincón del lujoso bar adornado para Navidad.

La gente los miró al pasar. January vio los reflejos de ambos en uno de los espejos de las paredes. Ella alta y esbelta, con el vestido negro de noche que utilizaba para salir a escena y cantar, los cabellos castaños sueltos y los ojos de un verde grisáceo misterioso. Él, caminando con seguridad tras ella, alto, moreno y guapo, con un traje de etiqueta negro y camisa blanca inmaculada, la mirada profunda y los ojos de un azul cobalto indescifrables.

Eran aquellos ojos, de mirada intensa y atractiva, lo que había llamado la atención de January nada más empezar a cantar. Los mismos ojos que contemplaban en ese momento el balanceo de sus caderas al caminar.

January se sentó en uno de los sillones que rodeaban la pequeña mesa, y sólo entonces él tomó asiento frente a ella. Sin dejar de mirarla.

–¿Champán? –preguntó January minutos más tarde, cuando se hizo evidente que él no iba a hacer ningún esfuerzo por charlar, contentándose con mirarla.

–Al fin y al cabo es Noche Vieja –contestó él escueto.

Aquél era el fin de la conversación, comprendió January segundos más tarde al ver que él no añadía nada más. Quizá no hubiera debido aceptar la invitación.

–Sí, así es –comentó January.

John se acercó con dos copas y una botella de champán metida en una cubitera de hielo. Abrió la botella, miró a January con un gesto especulativo y se marchó. Sabía que ella jamás se acercaba a los clientes, y debía extrañarle que hiciera una excepción. También le extrañaba a ella.

–January –dijo ella decidida volviéndose al desconocido.

El hombre sonrió débilmente y se inclinó para servir las copas.

–Sí, enero suele seguir siempre a diciembre –contestó él.

–No, no era eso lo que pretendía decir –sacudió ella la cabeza sonriente–. Mi nombre es January.

–Ah –sonrió él–. Max.

No era precisamente un gran conversador, decidió January escrutando su rostro. Debía ser uno de esos hombres fuertes y silenciosos, un hombre que sólo abría la boca cuando tenía algo importante que decir.

–¿Diminutivo de Maximillian?

–De Maxim. Mi madre era una gran lectora, tengo entendido –añadió él con un gesto de mal humor.

–¿Es que no lo sabes? –preguntó ella abriendo inmensamente los ojos.

–No.

Evidentemente aquel tema era delicado.

–¿Estás aquí por asuntos de negocios, Max? –preguntó ella con curiosidad.

Después de todo era Noche Vieja, un momento que la mayor parte de la gente celebraba en familia.

–Algo así –asintió él tenso–. ¿Trabajas en el hotel todas las noches, o sólo en Noche Vieja?

–Trabajo las noches de los jueves, viernes y sábados.

–Y como hoy es viernes…

–Sí –confirmó January–. Escucha, me temo que tengo que volver a trabajar dentro de unos minutos…

–Te esperaré hasta que termines –asintió él.

Él no había bebido una gota de champán, sencillamente miraba a January con aquellos ojos profundos sin tan siquiera parpadear. Ella había aceptado la invitación dejándose llevar por un impulso, movida quizá por la curiosidad. Pero se arrepentía. Resultaba terriblemente incómodo que la observara de esa manera. January sacudió la cabeza y contestó:

–No, gracias.

Acto seguido sonrió, tratando de restarle importancia a sus palabras. Después de todo él era cliente del hotel, y ella no era más que una empleada.

–Por lo general termino a la una y media de la madrugada o las dos, según la gente que haya, pero esta noche, como es Noche Vieja, no termino hasta las tres.

Serían las cuatro de la madrugada cuando llegara a casa, y a esas horas estaría tan agotada y alterada que ni siquiera podría dormir. Así que esperaría a que se levantaran sus hermanas a eso de las seis de la madrugada. No es que fuera lo ideal, pero January sabía que tenía suerte de haber encontrado un empleo tan cerca de casa.

–Aun así esperaré –contestó Max.

January frunció el ceño perpleja. Ésa era precisamente la razón por la que siempre se había mostrado educada pero distante con los clientes del hotel. ¿Por qué había hecho una excepción con aquel hombre?

January sintió un escalofrío recorrerle la espalda. ¿De placer, o de aprensión? Él la observaba de arriba abajo con sus profundos ojos azules, deteniéndose en los hombros desnudos, en los pechos, en la cintura de avispa. Sentía casi como si la tocara con sus dedos largos y elegantes.

–Esperaré –repitió él en voz baja–. Después de todo, ¿qué más dan unas cuantas horas más? –añadió Max enigmáticamente.

Resultaba inquietante. Tanto, que January sintió un cosquilleo en el estómago. Recordaba las recientes noticias del periódico acerca de mujeres que habían sido atacadas últimamente durante la noche. Y no era porque aquel hombre, que evidentemente gozaba de una buena posición social y económica, pareciera el Asaltante Nocturno, tal y como lo llamaban por la televisión. Aunque, en realidad, ¿qué aspecto tenía un asaltante? Seguramente el verdadero asaltante tenía un aspecto normal y corriente de día, sólo de noche se convertía en un monstruo. Y ella no creía que…

–Dime, January… –preguntó Max inclinándose hacia delante y mirándola a los ojos con una expresión indescifrable–, ¿crees en el amor a primera vista?

Ante lo inesperado de la pregunta, January dejó la copa de champán sobre la mesa con movimientos deliberadamente lentos y cautos. ¿Adónde habían ido a parar las cortesías habituales entre personas que apenas se conocían?, ¿qué había sido de las preguntas típicas, como: «¿qué tal?», «¿a qué te dedicas cuando no tocas el piano?» ¿Cómo era posible pasar directamente a preguntar si creía en el amor a primera vista? La respuesta, indudablemente, era no. January adoptó un gesto burlón y contestó:

–En una palabra, no. Creo en la atracción sexual a primera vista, quizá. ¿Pero en el amor? Imposible, ¿no te parece?

–Era yo quien preguntaba –contestó él sin parpadear siquiera.

–Y yo te he dicho que no –dijo ella nerviosa, comenzando a enfadarse–. ¿Cómo puede nadie enamorarse de alguien al que ni siquiera conoce?, ¿qué pasa cuando descubre todas esas molestas costumbres que no conocía al principio? Como por ejemplo apretar el tubo de la pasta de dientes por en medio, dejar el periódico hecho un asco después de leerlo, andar descalzo…

–No hace falta que sigas, January –la interrumpió él seco, con un brillo cálido en la mirada de intenso azul–. ¿Me estás diciendo que tú haces todas esas cosas?

¿Era eso? Bueno, sí. Lo del tubo de la pasta de dientes ponía a March a cien. Y May siempre se estaba quejando del estado en que encontraba el periódico. Y en cuanto a lo de andar descalza… era algo que hacía desde que era pequeña, aunque fuera poco práctico en una granja. En una ocasión había caminado sobre un montón de madera y había acabado clavándose un clavo. E inmediatamente había tenido que acudir al hospital a ponerse la inyección contra el tétanos. En otra ocasión había pisado el carbón de una hoguera, y de nuevo había tenido que ir al hospital.

–Siempre me han asegurado que el amor es ciego para esas cosas –añadió Max al ver que ella callaba–. Después de todo nadie es absolutamente perfecto.

January tenía la sensación de que él sí lo era. Intuía que jamás apretaba el tubo de pasta de dientes por el centro, que jamás dejaba el periódico hecho un asco ni andaba descalzo. No, todo lo que hacía aquel hombre estaba bien meditado, cuidadosamente pensado y planeado. Sin tacha. Aunque quizá precisamente en eso radicara su fallo…

January no comprendía por qué daba tanta importancia a aquella pregunta. Sencillamente era ridículo sugerir que alguien pudiera enamorarse sólo por el aspecto.

–Puede ser, Max, pero a pesar de todo cientos de parejas se divorcian cada año alegando incompatibilidad de caracteres, debido al «comportamiento irracional» de uno de los dos –concluyó January.

–No creo que con eso se refieran a la forma de apretar el tubo de la pasta de dientes –sonrió Max esa vez calurosamente.

–No, probablemente –contestó ella encogiéndose de hombros–, pero a pesar de todo creo que he contestado a tu pregunta.

Lo que no acababa de comprender era por qué se la había hecho. No volvería a aceptar ninguna invitación de ningún cliente del hotel. Por atractivo y misterioso que resultara.

–Sí, así es. Y tengo que decirte, January, que es muy poco frecuente encontrar a una mujer con un punto de vista tan sincero acerca de lo que la gente prefiere llamar románticamente amor.

January lo miró cauta. No creía haber expresado con ello su opinión acerca del amor.

–¿Te parece?

–Sí, lo es –confirmó él–, pero…

–January, lamento interrumpirte –se disculpó John, el barman, acercándose a la mesa.

–En absoluto –contestó ella volviéndose hacia él aliviada–. ¿Ya es hora de volver a cantar? –añadió esperanzada.

–Me pareció conveniente venir a decirte que Meridew está otra vez de ronda por el bar –advirtió John refiriéndose al director del hotel, que acababa de entrar y miraba críticamente a su alrededor.

January no era una empleada del hotel estrictamente hablando, pero eso no impedía que Peter Meridew tuviera con ella unas palabras si lo creía conveniente. Ella no sabía cuál sería su actitud ante aquellas circunstancias porque jamás había tomado una copa con un cliente, pero quizá entrara dentro de lo que el director del hotel consideraba inadecuado. Fuera como fuera, necesitaba demasiado aquel empleo como para arriesgarlo por culpa de un hombre al que ni siquiera volvería a ver.

–Gracias, John –sonrió January volviéndose hacia Max–. Ahora sí que tengo que irme.

–¿Quieres que hable yo con él? –se ofreció Max.

–¿Con el director? ¡No, claro que no! –exclamó January molesta–. De todos modos es hora de volver a cantar.

–Esperaré aquí a que termines –asintió Max.

January abrió la boca para protestar por tercera vez, pero luego lo pensó mejor. ¿De qué serviría? Además, podía perfectamente escabullirse de aquel hombre en cuanto terminara su turno. Se puso en pie y añadió:

–Gracias por el champán.

–De nada –asintió él.

January fue consciente de su observadora mirada mientras cruzaba el bar en dirección al piano. Max no sabía nada de ella, sólo su nombre. Hubiera debido verla a las seis de la madrugada, cubierta de barro, vigilando el primer turno de ordeñar a las vacas de la mañana.

 

 

¿Qué diablos estaba haciendo?, se preguntó Max sin dejar de hacerse reproches. ¿Acaso trataba de ahuyentar a aquella mujer antes incluso de conocerla? O, más importante aún, antes de que ella tuviera oportunidad de conocerlo a él. Si era eso, el éxito estaba garantizado.

Max no quería en absoluto hacer aquel viaje de negocios. Hubiera preferido quedarse donde estaba hasta después de Año Nuevo. Hubiera preferido seguir flirteando, aunque sin éxito, con la actriz April Robine, una mujer al menos diez años mayor que él, que tenía treinta y siete, pero que aparentaba veinte menos.

Sin embargo su amigo y jefe había recalcado vehementemente que necesitaba terminar aquellas negociaciones cuanto antes, y al fin y al cabo era su trabajo. De nada servía que de hecho a Jude le importara tanto April Robine como a él, aunque probablemente él tuviera más suerte. Sí, conocía a April lo suficiente como para saber que Jude tendría más suerte. La conocía demasiado bien.

¿Y cómo iba él a saber que una sola noche en el bar del hotel en el que se hospedaba borraría a April por completo de su mente?, ¿cómo adivinar que una sola noche bastaría para borrar a cualquier mujer de su mente, que aquella noche conocería a la mujer que necesitaba poseer?

Bueno, sólo temporalmente. Para ser sinceros, no había una sola mujer en el mundo a la que Max deseara tener a su lado de modo permanente. Por preciosa que fuera. Y January era increíblemente preciosa.

Era perfecta. De la cabeza a los pies: de los cabellos de ébano a los delicados pies, calzados con aquellas ridículas sandalias. Tan perfecta que había sido incapaz de apartar los ojos de ella, tan perfecta que apenas había podido pronunciar palabra en su presencia. Excepto para preguntarle si creía en el amor a primera vista…

Y quedarse de piedra, aunque agradablemente sorprendido, al oír su respuesta. Lo cierto era que se había quedado de piedra desde el primer instante de verla. Se sentía como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Sobre todo después de oír su voz sexy, de hablar con ella, de mirarla de cerca… ¡Y en cuanto a su cuerpo…! Quizá fuera mejor no pensar en la maravilla de su cuerpo en ese momento. Después de todo ni siquiera era medianoche, lo cual significaba que faltaban aún por lo menos tres horas para sacarla de allí.

Aquellas fueron las tres horas más largas de su vida, pensó Max mientras escuchaba a January cantar la última canción. No había tenido oportunidad de acercarse a ella al dar las campanadas de medianoche. Max había tenido que conformarse con observarla de lejos durante la cuenta atrás. January estaba rodeada de gente, en su mayoría hombres. Max hubiera querido darles a todos un puñetazo al verlos pedirle un beso por Año Nuevo.

Durante el siguiente descanso el director del hotel había reclamado la presencia de January. Los dos habían estado hablando amistosamente hasta que llegó la hora de January de volver al piano. Y mientras tanto Max seguía sentado en la misma mesa, mirándola frustrado. Cosa que ella no se había molestado siquiera en hacer.

¿Deliberadamente? No sería de extrañar, después de haberla abordado él de aquella manera. ¡Cómo se habría reído Jude, su jefe y amigo, de él! O mejor aún, habría tratado de flirtear con January. Pero lo mejor era no pensar en ello.

Por lo general a Max no le molestaba que Jude se interesara por la misma mujer que él. Sin embargo sabía que con January era diferente. Sin duda su larga amistad se habría puesto a prueba.

January tenía aspecto cansado cuando al fin terminó de cantar, observó Max acercándose a ella. Y no era que el cambio de horario no lo hubiera afectado a él, pero había dormido toda la tarde y a esas horas estaba desvelado.

–¿Adónde vas? –preguntó Max al verla darse la vuelta sin alzar siquiera la vista.

–A casa –repuso January.

–Te dije que te esperaría –le recordó él.

January hizo un gesto de mal humor dispuesta a protestar, pero al ver la expresión decidida de Max se encogió de hombros y contestó:

–Voy un momento a recoger mi bolso y mi abrigo.

–Iré contigo –dijo él resuelto.

–¿Al vestuario de señoras? –se burló ella.

–Bueno, te esperaré fuera.

–De acuerdo –repuso January evidentemente molesta ante tanta insistencia–. Dame unos minutos –añadió antes de desaparecer detrás de una puerta en la que había un cartel que decía «Sólo Empleados».

Max no sabía cuánto tiempo más podía esperar para estar a solas con ella. La paciencia jamás había sido una de sus virtudes. Pero los minutos fueron pasando sin el menor rastro de ella.

–¿Puedo ayudarlo? –preguntó el director del hotel, Peter Meridew, educadamente.

–¿Hay alguna otra salida de los vestuarios de empleados? –preguntó Max de mal humor.

El director volvió la vista a la puerta, alzó las cejas sorprendido y contestó:

–Sí, claro que la hay. Los vestuarios tienen otra puerta que da a un pasillo, pero… ¿puedo ayudarlo en algo?

–No, a menos que se llame usted January –musitó Max impaciente–, cosa imposible, por cierto.

Ella se había escabullido, estaba seguro. Sabía a ciencia cierta que se había marchado deliberadamente de los vestuarios por la otra puerta. ¿Pero por qué lo sorprendía? Su forma de abordarla horas antes le hacía parecer el típico hombre de negocios aburrido, siempre de viaje, ansioso por compartir la cama aquella noche. ¿Y no era eso lo que era? No, no lo era. Max sabía perfectamente que una sola noche con January no le bastaría. Y en cuanto consiguiera verla la convencería… quizá.

–¿Cómo dice? –preguntó el director del hotel, confuso ante sus murmullos–. ¿Es usted amigo de January?

Max respiró hondo recordando que Meridew había acaparado la atención de January durante el segundo descanso y la había hecho desaparecer de su lado durante el primero nada más presentarse en el bar. Aunque, después de todo, mañana sería otro día, se dijo. Y como casualmente sería sábado, al menos sabría dónde encontrarla.

–No, aún no –contestó Max enigmáticamente–. A propósito, quería felicitarlo por la eficiente gestión del hotel. Yo viajo mucho por negocios, y definitivamente éste es de los mejores hoteles que conozco.

El director del hotel hinchó el pecho orgulloso tal y como Max pretendía. Lo último que quería era ponerle las cosas difíciles a January en su trabajo.

–Es usted muy amable al decirlo.

–En absoluto, resulta refrescante hospedarse en un hotel tan bien gestionado.

–Si necesita mi ayuda durante su estancia aquí, por favor, no dude en llamarme personalmente –se despidió Peter Meridew.

Bien, al menos una persona salía de allí feliz, se dijo Max observándolo marcharse. No podía olvidar la forma en que January se había escabullido de él. Pero si creía que iba a conseguirlo una segunda vez, la esperaba una sorpresa. Una enorme sorpresa.