Chantaje amoroso - Maxine Sullivan - E-Book
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Chantaje amoroso E-Book

MAXINE SULLIVAN

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Beschreibung

La venganza es tan dulce... ¿Qué mejor manera de vengarse de una traición que seducir a la mujer del traidor? El rico y poderoso Flynn Donovan había ideado el plan perfecto para conseguirlo. Sabiendo que Danielle Ford no tendría manera de saldar la deuda de su difunto esposo, Flynn le exigió el pago del préstamo… y la chantajeó para que se convirtiera en su amante. Pero entonces descubrió que Danielle estaba embarazada… de su enemigo.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2007 Maxine Sullivan

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Chantaje amoroso, n.º 6 - enero 2022

Título original: The Tycoon’s Blackmailed Mistress

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Este título fue publicado originalmente en español en 2008

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-398-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

–Por fin nos encontramos, señora Ford –Flynn Donovan clavó sus ojos oscuros en unos fantásticos, cautivadores ojos azules. Y, en ese instante, la deseó. Con una pasión tan absurda como inesperada.

La mujer pareció alarmada, pero después, enseguida, recuperó su aparente tranquilidad.

–Siento molestarlo…

¿Molestarlo? Danielle Ford irradiaba un atractivo sexual que lo tenía agarrado por… el cuello.

–Señor Donovan, me envió usted una carta exigiendo el pago de un préstamo que, según dice, mi marido y yo…

De repente, Flynn se puso furioso con ella por ser tan hermosa por fuera y tan deshonesta por dentro. Conocía bien a ese tipo de mujer. Robert Ford le había dicho que su esposa era una fantástica actriz y que, con su aspecto «inocente», podría sacarle a un hombre todo lo que tuviera.

Él no era tan tonto como para creer todas las cosas que decía Robert Ford, pero una mujer que había estado casada con ese tramposo tenía que ser una tramposa también.

–Se refiere a su difunto marido, supongo.

–Mi difunto marido, sí –asintió ella–. Sobre esa carta… dice que le debo doscientos mil dólares, pero no sé a qué se refiere.

–Venga, señora Ford. Lo que ha pensado es que podría convencerme para no pagar la deuda que tiene contraída con mi empresa.

Danielle Ford parpadeó, confusa.

–Pero es que yo no sé nada de esa deuda. Tiene que ser un error.

¿Y él tenía que creer eso?

–No se haga la tonta.

Sus mejillas se cubrieron de rubor, dándole un aspecto inocente. O culpable. Aunque una persona sólo podía sentirse culpable si tenía conciencia. Y dudaba de que aquella mujer la tuviera.

–Le aseguro que no me estoy haciendo la tonta, señor Donovan.

–Su marido nos aseguró también que nos pagaría el dinero que le prestamos –Flynn empujó unos papeles hacia ella–. ¿No es ésta su firma, al lado de la firma de su marido?

Ella dio un paso adelante para mirar el papel y se puso pálida.

–Parece mi firma, pero…

«Ah, ahora va a decir que ella no lo ha firmado». Robert tenía razón sobre su mujer. No iba a admitir nada, ni siquiera teniendo enfrente la prueba de su culpabilidad.

–Es su firma, señora Ford. Y me debe doscientos mil dólares.

–Pero yo no tengo ese dinero.

Flynn lo sabía. Después de una exhaustiva investigación había descubierto que tenía exactamente cinco mil dólares en una cuenta allí, en Darwin. El resto eran cuentas vacías repartidas por todo Australia. Y empezaba a sentir pena por el pobre hombre que se había casado con ella.

Claro que era preciosa.

Y ese cuerpo…

Flynn admiró el sencillo vestido rosa con chaqueta a juego y las torneadas piernas.

Bonitas.

Muy bonitas.

Estaría muy seductora en una bañera llena de espuma, con una rodilla levantada, el agua cubriéndole justo a la altura del pecho. La imagen lo excitó sobremanera. Sí, necesitaba una mujer, pensó.

Aquella mujer.

–Entonces quizá podamos llegar a un compromiso –dijo, echándose hacia atrás en el sillón.

–Quizá podría pagarle poco a poco. Tardaré algún tiempo, pero…

–No es suficiente –la interrumpió él. Sólo había una manera de pagarle.

–¿Entonces?

–Tendrá que ofrecerme algo mejor.

–No le entiendo…

–Es usted una mujer bellísima, señora Ford.

Ella levantó los ojos un momento y Flynn vio el latido de una venita en su cuello.

–Soy viuda desde hace dos meses, señor Donovan. ¿Es que no tiene usted vergüenza?

–Aparentemente, no –contestó él.

–Pero debe decirme cómo puedo pagarle. Ahora mismo no tengo dinero.

Ah, sí. Dinero. Eso era lo único que le importaba.

–Lo siento, pero no voy a darle un céntimo hasta que me haya pagado el total de la deuda.

–¿Darme dinero? Yo no quería decir…

–Sí quería decir.

Ella pareció atrapada un momento, pero enseguida se recompuso.

–Sí, claro, por supuesto. Aceptaré todo el dinero que me dé. Eso es lo mío, ¿no?

–Sí, es usted buena sacando dinero a los hombres.

–Me alegro de que pueda leer mis pensamientos. Y espero que pueda leer lo que estoy pensando en este momento.

–Una señora no debería pensar esas palabrotas –sonrió Flynn.

–Una señora no debería tener que soportar un chantaje.

–Chantaje es una palabra muy fea, Danielle –Flynn deslizó su nombre como le gustaría deslizarse sobre ella en la cama–. Yo sólo quiero lo que es mío.

Y aquella mujer debía ser suya.

Ella apretó los labios con fuerza.

–No, usted quiere venganza. Lo siento, pero no puede culparme a mí por los errores de mi marido.

–¿Y tus errores, Danielle? Tú misma firmaste este documento, ¿no es así? De modo que estás obligada a devolver lo que has pedido.

–¿Con mi dinero o con mi cuerpo?

Él levantó una ceja.

–Me pregunto cuántas noches tropicales pueden comprar doscientos mil dólares… quizá tres meses.

Cara, sí, pero él pagaría esa cantidad por una sola noche con ella.

Danielle lo miró, incrédula.

–¡Tres meses! ¿Pretende que me acueste con usted durante tres meses?

Flynn miró su boca. Tan perfecta.

–¿Te parece mucho tiempo? Te garantizo que no sería tan difícil –contestó, mientras la fragancia de su delicado perfume le llegaba desde el otro lado de la mesa–. Pero no es eso; tengo muchos compromisos y me vendría bien contar con una… una acompañante.

Danielle se levantó.

–Señor Donovan, está soñando si cree que voy a entregarle mi tiempo… o mi cuerpo a un hombre como usted. Le sugiero que busque una mujer que agradezca su compañía.

Y después de decir eso se dio la vuelta y salió del despacho.

Flynn la observó con expresión cínica. Luego se levantó del sillón para mirar el puerto desde el ventanal de Donovan Towers. Le había gustado su respuesta, por falsa que fuera. Sí, Danielle Ford era muy diferente a las mujeres con las que había salido últimamente, que lo dejaban frío con su desenvoltura para meterse en la cama.

Pero Danielle era más una pecadora que una santa. Su resistencia sólo era un juego, uno al que ya había jugado con su marido. Por lo que le había dicho Robert Ford, ella lo había obligado a gastar grandes sumas durante su matrimonio, aunque dudaba que Robert hubiera necesitado que nadie lo empujase. Evidentemente, se merecían el uno al otro. No, no olvidaría que había sido de Robert Ford y que, entre los dos, le debían doscientos mil dólares. Eran tal para cual.

Murmurando una palabrota, Flynn volvió a su escritorio sabiendo que tenía una mañana de videoconferencias con el personal de Sidney y Tokio. Y, sin embargo, por una vez, no le apetecía trabajar. Ni siquiera lo animaba la adquisición que haría al día siguiente.

Preferiría otro tipo de adquisición, la de una mujer de preciosos ojos azules, pelo dorado y cuerpo de pecado.

A pesar de sus protestas, la convertiría en su amante. Y, sin duda, ella vendería su alma por la oportunidad de compartir sus millones.

 

 

Danielle seguía temblando cuando entró en su apartamento. Vivía en un paraíso tropical, en Darwin, una vibrante capital al norte de Australia, pero ahora había una serpiente en el paraíso llamada Flynn Donovan.

Debía estar loco si pensaba que iba a pagar las deudas de Robert con su cuerpo.

Las deudas de Robert y las suyas.

Tragando saliva, se dejó caer sobre el sofá de piel negra. ¿Por qué habría falsificado Robert su firma en aquel documento? Porque era una falsificación. Incluso recordaba cuando su difunto marido intentó convencerla para que firmase cierto documento. Le dijo que era una cuestión de negocios y que necesitaba su firma… pero no quiso explicarle qué era y ella se sintió incómoda, de modo que decidió perderlo. No había vuelto a oír nada más sobre el asunto. Una pena que no lo hubiera leído antes de tirarlo.

¡Doscientos mil dólares! ¿Para qué los querría? ¿Lo habría hecho más veces? Eso hizo que se preguntara si de verdad conocía a su marido.

Aunque Flynn Donovan no la habría creído si le hubiera contado la verdad. Evidentemente, pensaba que era tan culpable como Robert.

Danielle tuvo que parpadear para contener las lágrimas. Aquel debía ser un nuevo principio para ella. Después de tres años soportando a Robert y a su madre, por fin era libre y por fin podía vivir sola. Vivir con su suegra había sido horrible, pero tras la muerte de Robert, Monica había intentado manipularla como había manipulado a su «Robbie». Y, sintiendo compasión por ella, Danielle se había dejado manipular demasiadas veces.

Pero, al final, decidió que ya era suficiente. Un amigo de Robert le había ofrecido aquel ático por un alquiler irrisorio y firmar el contrato le había quitado un peso de encima. Era un sitio precioso y se sentía feliz allí. Le encantaban el espacioso salón, la cocina y la terraza que daba al mar. Rodeada de tal belleza sintió que podía respirar otra vez. Sí, eso era exactamente lo que necesitaba y, además, era sólo suyo. Durante un año, al menos.

Y ahora esto.

Ahora le debía doscientos mil dólares a la compañía Donovan y no sabía cómo iba a pagarlos. Pero los pagaría. No se sentiría bien si no lo hiciera. Robert había pedido el dinero prestado y ella era su viuda…

Pero los cinco mil dólares que había ahorrado de su trabajo a tiempo parcial no eran nada. Y no pensaba darle ese dinero a Donovan. No podía hacerlo. Era la única seguridad que tenía, en una cuenta de la que Robert no sabía nada. Afortunadamente. Él no quería que fuese independiente, de modo que había tenido que pelear mucho con Robert y con su madre para conservar su trabajo.

Tendría que encontrar alguna manera de pagar ese dinero, pero no acostándose con Flynn Donovan. Aunque no podía negar que su corazón se había acelerado al verlo.

El magnate era muy bien parecido. Más que eso, tenía unos rasgos tan masculinos que acelerarían el corazón de cualquier mujer.

Alto, fuerte, sexy. Con unos hombros que a una mujer le gustaría acariciar y un espeso pelo oscuro en el que una mujer querría enterrar los dedos.

Quizá algunas mujeres no habrían dudado en acostarse con un hombre de preciosos ojos negros, boca firme y aspecto descaradamente sensual. Pero para ella era una cuestión de supervivencia.

Flynn Donovan era uno de esos hombres que daba una orden y esperaba que todo el mundo la obedeciera al instante. Pero ella había pasado tres años sintiéndose asfixiada por un hombre que quería controlarla en todo momento y no pensaba volver a mantener una relación así… por mucho dinero que tuviera Flynn Donovan.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Danielle acababa de inclinarse para recoger unos cristales del suelo cuando sonó el timbre. Sobresaltada, se cortó un dedo y, sin pensar, se lo llevó a la boca como cuando era niña. Afortunadamente, era un corte pequeño.

El pesado marco que le había caído en la cabeza mientras estaba intentando colocarlo ya le había provocado un chichón. Le daban ganas de tirarlo a la basura.

Pero todo eso quedó olvidado cuando abrió la puerta y se encontró a Flynn Donovan al otro lado, con un traje de chaqueta que, evidentemente, era hecho a medida.

–He oído ruido de cristales rotos –dijo él, sin preámbulos, mirándola de arriba abajo.

Era una mirada seductora, sensual… y Danielle sacudió la cabeza, recordando quién era aquel hombre y qué quería de ella. Como mínimo, querría dinero.

Y en el peor de los casos…

–¿Cómo ha entrado en el edificio? Se supone que el código de seguridad sirve para alejar a los indeseables.

–Tengo mis contactos –respondió él, con la arrogancia de los hombres muy ricos–. ¿Y los cristales rotos?

–Se me ha caído un cuadro.

–¿Te has hecho daño?

–No, un cortecito nada más –Danielle levantó el dedo para enseñárselo, pero al ver que el pañuelo estaba manchado de sangre se asustó.

–Eso no es un cortecito –murmuró él, tomando su mano.

Ella intentó apartarse, intentó que no le gustase el roce de su piel, pero Flynn no la soltaba.

–No me habría cortado si usted no hubiera llamado al timbre. Estaba recogiendo los cristales.

–La próxima vez dejaré que te desangres –murmuró él, quitándole el pañuelo para observar la herida–. No creo que tengan que darte puntos. ¿Alguna otra herida?

«Dile que no, dile que se vaya».

–Sólo un chichón en la cabeza.

–A ver, enséñamelo.

–No es nada…

–Está sangrando.

Danielle tragó saliva.

–Me lo curaré ahora mismo.

–¿Dónde tienes el botiquín?

–En la cocina, pero…

Flynn la tomó del brazo.

–Vamos a limpiar la herida.