Domando al jefe - Maxine Sullivan - E-Book

Domando al jefe E-Book

MAXINE SULLIVAN

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Beschreibung

Enamoramiento secreto, seducción pública ¡Nadie dejaba a Blake Jarrod! Por eso, cuando su leal ayudante presentó su renuncia, el ejecutivo exigió respuestas. Pero Samantha Thompson no estaba dispuesta a dárselas. Blake consiguió alargar su aviso de dos semanas a cuatro y se dio a sí mismo un mes para seducirla y descubrir la verdad. Y a pesar de que tenía muy clara su norma de no mezclar los negocios con el placer, tuvo que esforzarse al máximo para cumplirla.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2010 Harlequin Books S.A.

Todos los derechos reservados.

DOMANDO AL JEFE, N.º 70 - octubre 2011

Título original: Taming Her Billionaire Boss

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicado en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios.

Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-011-0

Editor responsable: Luis Pugni

Epub: Publidisa

Inhalt

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Promoción

Capítulo Uno

–¿Qué estás haciendo aquí?

A Samantha estuvo a punto de caérsele el bolígrafo cuando alzó la cabeza. La luz del escritorio arrojaba suficiente luz como para que pudiera ver al guapísimo hombre que estaba de pie en el umbral.

–Blake, me has asustado.

El corazón no se le tranquilizó cuando vio quién era, de hecho se le aceleró al verlo vestido con aquel traje oscuro que tan bien se ajustaba a su tonificado cuerpo. Su imponente presenciaera la de un hombre nacido para mandar. Ése era Blake Jarrod, dueño de Empresas Blake Jarrod, los hoteles de Las Vegas y ahora nuevo presidente de Jarrod Ridge, el conocido complejo propiedad de su familia en Aspen, Colorado.

Ella era su asistente desde hacía dos años, así que no tenía nada de raro que estuviera en su despacho a las diez de la noche. El hecho de que en aquel momento estuvieran en Aspen, en Jarrod Manor, y que estuviera utilizando el escritorio del despacho del difunto padre de Blake no cambiaba las cosas. Tenía sus motivos para estar allí. Y estaban relacionados con su jefe.

O con su futuro exjefe.

–Es tarde –dijo él interrumpiendo sus pensamientos como solía hacer.

Samantha aspiró con fuerza el aire y miró la carta que tenía delante, dándose una última oportunidad para cambiar de opinión. Entonces recordó aquella última noche. La gota que colmó el vaso fue ver a una famosa actriz rubia coquetear descaradamente con Blake mientras él se quedaba sentado disfrutando de ello.

Samantha no podía culparlo por querer probar lo que se le ofrecía. El problema estaba en que ella también quería probar un poco. Normalmente se vestía con finos trajes de chaqueta tanto si estaba en Las Vegas con Blake o allí en Aspen, pero aquella noche se había excedido. Se había puesto un ajustado vestido de noche de color crema pensado para llamar su atención y se había recogido el largo y castaño cabello en un moño, cuando normalmente lo llevaba sujeto en la nuca con una pinza. Pero ahora tenía claro que entre Blake y ella nunca iba a suceder nada.

Se dio cuenta de ello cuando la miró y ella sonrió con todas sus fuerzas. Entonces Blake se dio la vuelta y volvió a centrarse en la actriz sin mirar atrás, rechazándola como lo había hecho Carl. Su momento de gloria había sido así de breve. Entonces tomó la decisión. La única que podía tomar.

Alzó la vista.

–Sí, Blake, es tarde.

Demasiado tarde.

Él se acercó al escritorio como si hubiera presentido que algo no iba bien.

–Creí que habías dicho que ibas a volver a Pine Lodge.

Ésa había sido su intención. Incluso estuvo en el vestíbulo con el abrigo en los hombros, esperando al lado del portero a que el aparcacoches le llevara su todoterreno. Estaba decidida a regresar a su alojamiento privado en el complejo, ella en su habitación y Blake en la suite principal.

Entonces alguien entró en el hotel y las puertas se abrieron. El helado viento de la noche la golpeó en la cara, congelándola hasta los huesos, haciéndole recordar que no importaba lo que se pusiera ni lo que hiciera, su jefe nunca se fijaría en ella. Entonces se dio la vuelta y se dirigió al ascensor privado para subir al despacho situado en la zona familiar del hotel.

–Tenía algo que hacer antes –dijo.

Los ojos de Blake reflejaban un brillo de alerta.

–Es viernes por la noche. El trabajo puede esperar a mañana.

Habían trabajado todos los sábados para tratar de mantener el ritmo necesario hasta que se fueran a vivir allí de forma permanente. Pero eso no iba a ocurrir. Al menos, no en su caso.

–Esto no puede esperar.

Blake se detuvo y la miró con sus azules ojos entornados.

–¿A qué te refieres?

Ella tragó saliva.

–A mi dimisión.

Los ojos de Blake mostraron un destello de asombro.

–¿De qué estás hablando? –le preguntó con voz pausada.

Controlada. Él siempre se controlaba, sobre todo en lo que a ella se refería.

–Es hora de que siga adelante, Blake. Eso es todo.

–¿Por qué?

La pregunta le cayó como un perdigón, pero se las arregló para encogerse de hombros.

–Porque sí.

Blake apoyó las manos en el escritorio y se inclinó hacia ella.

–¿De qué va esto, Samantha? ¿Cuál es la verdadera razón por la que te quieres ir?

Se había enfrentado a él alguna vez por asuntos de trabajo, pero aquello… aquello era personal. Samantha se levantó cuidadosamente de la silla quedando sobre sus altos tacones y luego se acercó a mirar por la ventana que tenía detrás.

La escena que había abajo en el lujoso complejo resultaba sorprendentemente encantadora en octubre. Aquella noche, escondidas entre los altos picos, las parpadeantes luces de la dormida aldea brillaban en la brisa alpina. Para una chica del sur de California que ahora vivía en Las Vegas, aquel lugar tenía algo distinto. Tenía corazón.

–Es hora de que me vaya –dijo sin dejar de darle la espalda.

–¿No eres feliz aquí?

–¡Sí! –le espetó girándose. Entonces se estremeció por dentro, consciente de que sonaba contradictoria.

Lo cierto era que se sentía un poco tristona desde que Melissa, la hermana de Blake, anunció unas semanas atrás que estaba embarazada. Se alegraba por ella, así que no entendía por qué se sentía molesta. Pero desde entonces no había sido capaz de sacudirse la sensación de tristeza.

Blake se apartó del escritorio.

–Entonces, ¿cuál es el problema?

«Tú. Quiero que te fijes en mí. Maldita sea, te deseo».

Pero, ¿cómo decirle eso a un hombre que no la veía como a una mujer? Era su ayudante, la persona en la que confiaba. Samantha nunca había actuado de forma femenina con él. Mantenía una actitud estrictamente profesional. Mirando ahora hacia atrás, pensó, tal vez tendría que haber mostrado su lado femenino. Si lo hubiera hecho, tal vez ahora no se vería en esa situación.

Tampoco es que estuviera enamorada de él. Se sentía intensamente atraída. Era un hombre excitante y carismático que encandilaba a las mujeres sin esfuerzo.

Y Samantha quería que la encandilara.

Quería estar entre sus brazos en la cama.

Oh, Dios, ahora sabía que nunca se fijaría en ella. Hasta el momento había mantenido un brillo de esperanza, pero tras el rechazo que había sufrido por su parte aquella noche era consciente de que si Blake sabía que lo deseaba, todo cambiaría. Se sentiría completamente avergonzada, y él también. No podría trabajar así. Se sentiría tan humillada como con Carl. Era mejor marcharse con cierta dignidad.

–¿Samantha?

Escuchar su nombre de sus labios la afectó como nunca antes. Inclinó la cabeza para mirarlo.

–¿Sabes qué, Blake? Nunca me has llamado Sam. Ni una sola vez. Siempre soy Samantha.

Él frunció el ceño.

–¿Qué tiene eso que ver?

Todo.

Quería ser Sam de vez en cuando. Sam, la mujer que había dejado su vida sencilla en Pasadena para abrazar la emoción de Las Vegas después de que una relación amorosa le saliera mal. La mujer que quería tener una relación puramente física con un hombre al que admiraba, sin volver a arriesgar su corazón. No Samantha la asistente personal que lo ayudaba con el trabajo y con sus asuntos personales y lo mantenía todo en orden, tal y como a él le gustaba. No podía creer que hubiera pensado que podría tener una oportunidad con él.

Y seguía esperando una respuesta.

–Tengo mis motivos para dimitir, y creo que eso es lo único que necesitas saber.

–¿Alguien te lo está haciendo pasar mal? –le preguntó con sequedad–. ¿Alguien de mi familia? Hablaré con ellos si es así. Cuéntamelo.

Ella sacudió la cabeza.

–Tu familia es maravillosa. Son… –Samantha vaciló y lamentó no haberse dado más tiempo para que se le ocurriera una respuesta adecuada.

No esperaba estar allí aquella noche escribiendo su carta de dimisión. Ni que Blake apareciera. Dio por hecho que habría ido a alguna discoteca con Miss Hollywood.

–Sencillamente, quiero algo más, ¿de acuerdo? No tiene nada que ver contigo ni con tu familia.

Blake alzó una ceja.

–¿Quieres algo más que viajar en primera clase y vivir en un lugar privilegiado?

–Sí –tenía que andarse con cuidado–. De hecho, estoy pensando en volver durante un tiempo a casa, a Pasadena –improvisó y se dio cuenta de que no era tan mala idea después de todo–. Hasta que decida qué quiero hacer después.

–Creo recordar que dijiste que te habías marchado de Pasadena porque buscabas un poco más de emoción.

Sí, lo había dicho. Y era cierto, quería algo más que las clases semanales de piano y los fines de semana de compras con sus amigas. Pero de eso hacía más de cuatro años. Se había enamorado de un joven arquitecto que se marchó a recorrer mundo después de que ella le dijera que lo amaba, así que decidió divertirse ella también.

Su trabajo con Blake le había proporcionado esa emoción sin ninguna implicación emocional. Hasta ahora. Aunque se trataba de deseo, no de amor.

Los ojos de Blake la atravesaron como dardos.

–Parecías bastante contenta antes de que nos trasladáramos a Aspen.

–Lo estaba… lo estoy… Quiero decir…

Oh, diablos. Se estaba haciendo un lío. Cuando Blake le dijo que iba a volver a casa y que quería que fuera con él, se sintió encantada. Su extraño padre había establecido que todos sus hijos debían volver a Jarrod Ridge y pasar allí un año si no querían perder su herencia. Blake, que era el mayor por haberse adelantado unos minutos a su gemelo Guy, había asumido el reto de llevar el complejo.

A Samantha le había encantado la idea y habían estado viajando entre Aspen y Las Vegas durante los últimos cuatro meses arreglándolo todo. Blake mantendría sus hoteles pero pasaría la mayor parte del tiempo en Aspen. Ella estaba entusiasmada con la idea. Hasta esa noche.

Se aclaró la garganta.

–Toda mi familia y mis amigos están en Pasadena. Los echo de menos.

–No sabía que tuvieras amigos.

Samantha torció el gesto.

–Muchas gracias.

–Ya sabes a qué me refiero –respondió él con impaciencia–. Siempre estás trabajando o viajando conmigo, y sólo vuelves a casa por vacaciones. Tus amigos no habían sido nunca antes una prioridad.

–Supongo que eso ha cambiado.

Por suerte, Carl no había regresado nunca. Se enteró de que se había casado con una joven inglesa. Por supuesto, el tiempo y la distancia acabaron demostrándole que en realidad nunca había estado enamorada de él. Se enamoró de la idea de estar enamorada de un hombre que hablaba de aventuras en lugares lejanos. Pensó que podrían emprenderlas juntos. Dios, ¿por qué se empeñaba en desear a hombres que no la deseaban a ella?

Blake le sostuvo la mirada.

–Entonces, ¿qué vas a hacer después de pasar por Pasadena?

–No estoy segura. Ya encontraré algo. Tal vez alguno de los pocos amigos que tengo me ayude a encontrar un trabajo –se mofó.

Lo único que sabía era que no seguiría trabajando para Blake ni en Aspen ni en Las Vegas. Necesitaba cortar de raíz.

Blake la miró con fijeza.

–Tienes muchos contactos. Podrías utilizarlos.

Samantha sintió un nudo en la garganta. Parecía que estaba empezando a aceptar su decisión. Y eso demostraba mejor que nada que ella no le importaba. Sólo era una empleada más para él.

–Estoy pensando en dejar el trabajo de secretaria.

–¿Y hacer qué?

–No lo sé –inspiró con fuerza–. En cualquier caso, me gustaría dejar Aspen lo antes posible para poder arreglar las cosas en Las Vegas antes de volver a casa. No me llevará más de un par de días.

Blake le escudriñó el rostro.

–No me lo estás contando todo –aseguró.

–No hay nada más que contar –Samantha sintió que el corazón le golpeaba con fuerza contra las costillas–. Tengo una vida y una familia aparte de ti, Blake, por mucho que te cueste creerlo –no podía seguir soportando aquello, así que se acercó al escritorio y agarró la carta–. Por eso te agradecería que aceptaras mi dimisión –se acercó a él–. Me gustaría marcharme de aquí lo antes posible. Mañana, incluso –le tendió la carta.

Blake no la agarró.

Se hizo el silencio, y luego él dijo:

–No.

Samantha contuvo el aliento.

–¿Cómo?

–No, no acepto tu carta de dimisión, y menos avisando con tan poco tiempo. Te necesito aquí conmigo.

Sus palabras provocaron un escalofrío en ella hasta que recordó lo sucedido aquella noche. Había sido una tortura ver cómo coqueteaba con aquella actriz. ¿Cómo iba a quedarse y fingir que no quería a Blake para ella? Continuó tendiéndole la carta.

–No puedo quedarme, Blake. De verdad, me tengo que ir.

Blake ignoró el trozo de papel hasta que Samantha bajó la mano.

–Soy el nuevo presidente aquí. No sería profesional que me dejaras en la estacada ahora.

Se sentía un poco mal por eso, pero se trataba de su supervivencia emocional.

–Lo sé, pero hay otras personas capaces de reemplazarme. Ponte en contacto con una buena agencia de empleo. Si quieres lo haré yo por ti antes de irme. Habrá otra persona encantada de trabajar en Jarrod Ridge. Podría estar aquí el lunes.

Blake apretó los labios.

–No.

Ella alzó la barbilla.

–Me temo que no tienes elección.

–¿Ah, no? –Blake se acercó un poco más–. No puedes marcharte sin avisar con un mes de antelación. Está en tu contrato.

Ella contuvo el aliento.

–Pero podrás hacer la vista gorda por mí, ¿no? Te he dado dos años de mi vida, Blake, y he trabajado muy bien. He estado a tu servicio permanentemente. Creo que me debes esto.

–Si insistes en marcharte antes de que acabe tu contrato, te veré en los tribunales –Blake hizo una pausa significativa–. No creo que eso quedara muy bien en tu currículum, ¿verdad?

–¡No te atreverás!

–¿Crees que no? Esto son negocios –afirmó él–. No te lo tomes como algo personal.

Samantha estuvo a punto de atragantarse.

Ése era el problema. Todo era una cuestión profesional entre ellos. No había nada personal.

Le temblaron las manos de rabia mientras doblaba la carta en cuatro. Luego se inclinó hacia delante y se la guardó a Blake en el bolsillo de la chaqueta.

–De acuerdo. Tendrás tu mes. Dos semanas aquí y dos semanas en Las Vegas para terminar. Y después me marcharé a Pasadena –pasó por delante de él.

Blake le agarró rápidamente el brazo y la miró a los ojos. Era la primera vez que la tocaba adrede y algo ocurrió entre ellos. Samantha vio el destello de sorpresa en su mirada antes de que le soltara el brazo. A ella también le había sorprendido.

–Nunca acepto un no por respuesta, Samantha. No lo olvides.

–Siempre hay una excepción para toda regla. Y yo soy esa excepción, señor Jarrod.

Samantha seguía temblando cuando salió del todoterreno y subió a su habitación de Pine Lodge. Estaba enfadada por la negativa de Blake a dejarla ir sin un mes de aviso, y emocionada por el brillo que habían mostrado sus ojos cuando la tocó. ¿Estaba loca por buscar más de lo que había?

El corazón se le aceleró al pensar que pudiera sentirse atraído por ella. Sólo había hecho falta una décima de segundo para que supiera lo que era que aquel hombre la deseara. ¿Se dejaría Blake llevar por los impulsos? Al recordar cómo le había soltado la mano al instante, supo que no.

Pero le habría gustado, y ésa era la diferencia entre Carl y él. Había tenido otra relación física muchos años atrás, cuando era adolescente, pero al mirar atrás sabía que había sido una relación inmadura. Desde entonces sólo había estado Carl, que sólo estaba interesado en darle algún que otro beso.

Pero esa noche con Blake había sabido por un instante lo que era sentirse deseada de verdad por un hombre. Y eso le daba esperanzas de que con un poco de impulso, podría hacerlo suyo. ¿Qué tenía que perder ahora? Si volvía a casa sin aprovechar la oportunidad de convertirse en la amante de Blake, siempre se preguntaría qué se sentiría al recibir sus besos, sus abrazos, al unir sus cuerpos. Y siempre lamentaría lo que podría haber sido y no fue.

Frunció el ceño. ¿Cómo podría volver a captar su atención y mantenerla? Hasta el momento lo había intentado todo y nada había funcionado. Había tratado de mostrarse lo más atractiva posible para él sin ningún resultado. Había tratado incluso de coquetear durante la cena y a cambio había terminado sintiendo celos de la habilidad de aquella actriz para flirtear con tanta naturalidad. Si ella fuera capaz de actuar como…

Entonces se le encendió una luz. No podía creer que no se le hubiera ocurrido antes, pero si coquetear con Blake no había servido para que se fijara en ella, entonces tal vez necesitara que lo despertaran. Tal vez necesitara una actuación de Oscar. Y un poco de celos.

Pero Blake no era la clase de hombre al que le gustaban las cosas fáciles. La manera de hacerlo tenía que ser mostrándose un poco reacia al menos. En caso contrario no estaría interesado.

¿Y qué mejor forma de llamar su atención que mostrándole que otros hombres la deseaban? Blake no sería capaz de resistirse al reto. Durante la última semana, al menos dos hombres atractivos habían querido invitarla a cenar pero ella los había rechazado. No quería estar con otro hombre que no fuera Blake. Seguía sin querer, pero no hacía falta que él lo supiera.

A partir del día siguiente se dejaría cortejar por los hombres que la desearan. No estaba dispuesta a ir más lejos que tomar una copa o cenar, pero quería seguir siendo Samantha la estirada el tiempo que le quedaba allí. Sam Thompson estaba a punto de salir del cascarón.

Cuando Samantha salió de su despacho, Blake se quedó allí de pie durante un minuto, asombrado por el encuentro que había tenido con su ayudante, y no sólo porque ella quisiera dimitir. Cuando la tocó sintió un deseo irrefrenable de estrecharla entre sus brazos y hacerle el amor. Ella también lo había sentido. Lo vio en sus ojos azules aunque tratara de ocultarlo. Extrañamente, aquello lo excitaba. No estaba acostumbrado a que las mujeres guapas se contuvieran. Normalmente se entregaban a él.

Estaba claro que a Samantha la había pillado tan de sorpresa como a él. Y estaba igual de claro que no iba a hacer nada al respecto. Seguramente no sabría cómo actuar. Durante los dos años que había trabajado para él no la había visto salir con nadie. Era una mujer bella que socializaba con clase y elegancia en los actos sociales a los que acudían juntos, pero no parecía que hubiera ningún hombre en su vida.

Cierto que él la mantenía muy ocupada, pero muchas veces se había preguntado si no habría tenido alguna mala relación en el pasado. Aunque ahora nada de aquello importaba, se dijo mientras se acercaba a la ventana y veía el todoterreno de Samantha recorrer la corta distancia hasta el alojamiento que compartían. Esperó a ver cómo desaparecía entre las cabañas hasta perderse de vista antes de dar rienda suelta a sus pensamientos.

Maldita fuera.

No estaba acostumbrado a quedarse de piedra, pero ella le había lanzado una bomba aquella noche. ¿Cómo se le ocurría dejarlo en un momento así? Era su mano derecha. La asistente que se aseguraba de que todo marchara como un reloj. No podría hacerlo sin ella, y menos ahora que había vuelto a casa para encargarse del complejo. Su hermano Gavin y él ya habían hablado de construir un nuevo bungaló de alta seguridad para sus clientes más elitistas en una zona apartada.

Entonces, ¿por qué justo cuando más la necesitaba quería dejarlo en la estacada? Esperaba algo más de ella que aquella deserción. La excusa de que quería volver a casa una temporada no tenía sentido. No era de las que se dejaban llevar por las emociones, igual que él. Eso era lo que más le había gustado de ella desde el principio. Ahora el instinto le decía que no le estaba contando toda la verdad.

Pero si no podía ser sincera después de haber trabajado juntos codo con codo, entonces algo no iba bien. Le servía como recordatorio de que no se podía confiar en nadie. Una persona podía creer que lo tenía todo, y un instante después se veía sin nada. ¿No había sido así desde que su madre murió de cáncer cuando él tenía seis años y su padre se apartó emocionalmente de todos? Fue como si su padre y su madre hubieran muerto al mismo tiempo. Blake había crecido decidido a mantenerse completamente alejado de cualquier atadura emocional.

De acuerdo, Donald Jarrod tuvo el coraje suficiente para conseguir que sus cinco hijos fueran unos triunfadores, pero ¿a qué precio? Cuatro de sus hijos habían partido años atrás para conseguir sus propios objetivos en otros lugares del país. Guy poseía un famoso restaurante francés en Manhattan y dirigía otras empresas. Gavin era ingeniero de obras y Melissa era masajista licenciada con su propio spa en Los Ángeles. Trevor era el único que se había quedado en Aspen, pero había decidido no tener nada que ver con el complejo y había emprendido su propio y exitoso negocio de marketing.

Blake no había visto mucho a sus cuatro hermanos pequeños durante los últimos diez años. Se sentía más cerca de Guy porque era su hermano gemelo, pero había seguido echándoles un vistazo a los demás. Si le hubieran necesitado, habría estado allí. Por supuesto, también tenía en cuenta a su hermanastra Erica, que había aparecido hacía poco y ahora formaba parte de la familia.

Desgraciadamente, ahora tenía que apoyarse en todos ellos para asegurarse de que aquel lugar siguiera siendo un éxito. No era una sensación que le resultara agradable. No le gustaba apoyarse en nadie, aunque siempre había pensado que podía contar con Samantha.

Pero estaba claro que no podía.

Sintiéndose inquieto, miró por la ventana hacia el conocido complejo de esquí que había sido desde siempre su único hogar. Por mucho que tratara de olvidarlo, llevaba a Jarrod Ridge en la sangre.

Ahora era su director, una gran responsabilidad, y no estaba dispuesto a permitir que Samantha lo dejara colgado cuando más la necesitaba. Aunque transcurriera un mes, seguiría necesitándola a su lado. Era importante para el complejo que el cambio de dirección fuera lo más suave posible, y sólo Samantha podía ayudarlo a hacerlo. Era la mejora asistente que había tenido en su vida y no estaba dispuesto a perderla. Encontraría la manera de hacer que se quedara, al menos hasta que el nuevo bungaló estuviera construido y en funcionamiento.