Engaño y amor - Maxine Sullivan - E-Book
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Engaño y amor E-Book

MAXINE SULLIVAN

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Beschreibung

El millonario playboy Adam Roth necesitaba una amante para librarse de las atenciones de la esposa de su mejor amigo. Por eso, cuando Jenna Branson se enfrentó a él exigiéndole que le devolviera a su hermano el dinero que los Roth le habían robado, Adam pensó que era la mujer perfecta para el papel. Él se ofreció a tener en cuenta su reclamación a cambio de que ella fingiera ser su amante. Pero una confrontación ineludible les obligó a elegir entre la lealtad a sus familias y la oportunidad de encontrar el amor verdadero.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2010 Maxine Sullivan. Todos los derechos reservados.

ENGAÑO Y AMOR, N.º 1786 - mayo 2011

Título original: High-Society Seduction

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-318-3

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Inhalt

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Promoción

Capítulo Uno

–Y ésta es Jenna Branson. Es una de nuestras diseñadoras de joyas más prometedoras.

Jenna escuchó las palabras de su jefe, intentando recuperarse del shock. Hacía unos minutos, la llegada de Adam Roth al palco reservado para la empresa Conti en el hipódromo australiano Flemington la había dejado estupefacta.

Adam era el hijo mediano de Laura y Michael Roth, los propietarios de la cadena de tiendas de lujo Roth. Su familia pertenecía a la aristocracia australiana. Pero Jenna nunca había tenido deseo de conocerlo. No, después de lo que Liam Roth le había hecho a su hermano.

Jenna observó en silencio, horrorizada, mientras Adam Roth se sentaba frente a ella. Él la miró con atención. Y el corazón de ella se paralizó unos instantes.

–Es un placer conocerte, Jenna –saludó Adam, repasando con la mirada el lustroso pelo moreno de ella, su rostro y su vestido con estampado de flores.

–Lo mismo digo –consiguió responder ella, con gran esfuerzo. ¿Por qué diablos había tenido que aceptar ir allí ese día? Si no hubiera sido por la insistencia de su jefe, Roberto, y su encantadora esposa, Carmen, en ese momento estaría disfrutando de un sábado de relax en su casa.

–¿Has acertado a algún caballo ganador? –preguntó él con voz profunda y suave.

–No, todavía no.

Adam sonrió con confianza.

–Pues quizá cambie tu suerte.

–Quizá.

En ese momento, el hijo del jefe de Jenna regresó a la mesa y se sentó a su lado. Jenna se estremeció, molesta. Marco llevaba meses pidiéndole salir. Y pensaba que, al fin, iba a conseguirlo. Nada más lejos de la realidad.

–¿Has traído pareja? –preguntó Marco a Adam, después de saludarlo.

–No. Esta vez, no.

–No es propio de ti, amigo –bromeó Marco y, al mismo tiempo, le pasó el brazo por la cintura a Jenna con gesto posesivo.

Jenna miró a ambos hombres con aprensión. No quería que nadie creyera que ella y Marco eran pareja. Y tampoco quería que ninguno de los dos pensara que estaba disponible para tener una aventura fácil.

Por desgracia, a lo largo de la tarde, Adam no hizo más que prestarle atención. Jenna intentó no reaccionar, pero su interés le hacía sentir incómoda, aunque de una forma distinta a lo que sentía en compañía de Marco. Adam Roth era un mujeriego. Un sofisticado y experto mujeriego, a pesar de que se había quedado viudo hacía cuatro años cuando su esposa había muerto en un accidente de coche.

Al menos, Jenna tenía un as en la manga. Al recordar lo que Stewart había pasado, se sentía más fuerte para resistirse al guapo playboy que tenía delante. Ella sabía de lo que eran capaces los Roth y eso la ayudaba a poner una invisible barrera protectora a su alrededor.

Cuando hubieron terminado de comer, Jenna pensó que era buen momento para ir al tocador. Marco estaba ocupado siguiendo una carrera, así que aprovechó para salir del palco sin ser vista. Sin embargo, Adam se percató de su escabullida y ella intuyó que la seguiría.

Una vez en el pasillo, se apresuró en buscar el baño de señoras. Tenía el presentimiento de que Adam quería pedirle salir.

Justo cuando iba a abrir la puerta del baño, una voz la detuvo.

–Jenna.

Ella se quedó quieta, tuvo la tentación de ignorarlo y entrar al baño sin más, pero se dijo que él la esperaría a la salida. Así que respiró hondo y se volvió.

Adam estaba detrás de ella, demasiado cerca. Jenna se quedó paralizada y él sonrió.

–Creo que eso no es lo que quieres –susurró él con voz llena de sensualidad.

–¿Ah, no? –replicó ella, parpadeando.

Adam señaló al cartel que había en la puerta.

–Esto es el almacén.

–Ah –dijo ella. Había tenido tanta prisa por huir de él que ni se había dado cuenta. Miró al otro lado del pasillo, esperando vislumbrar el baño de señoras. Entonces, se le ocurrió algo. ¿Acaso no debía aprovechar la oportunidad para hablar con Adam Roth e intentar ayudar a Stewart?

Jenna respiró hondo y abrió la boca, pero la cerró de nuevo cuando una persona pasó junto a ellos. Un pasillo no era el lugar adecuado para hablar de algo tan privado. Así que señaló hacia el almacén.

–¿Te parece bien si hablo a solas contigo?

–¿Ahí dentro? –preguntó él con ojos brillantes.

–Sí –afirmó ella, decidida a aprovechar la oportunidad–. Por favor.

Adam no se movió. La miraba con un gesto extraño… como si ella le hubiera decepcionado.

–Lo siento, preciosa. Eres impresionante, debo admitir que me siento tentado, pero un revolcón rápido en el cuarto de las escobas no es lo mío. Prefiero salir a cenar con una mujer primero.

–¿Q-qué?

–Sin duda, muchos hombres estarían encantados de aceptar tu oferta, pero yo creo que el romanticismo es más… satisfactorio –señaló él y se giró para irse–. Iba a pedirte que salieras conmigo, pero…

Ella se recompuso y lo agarró del brazo.

–¿Crees que estoy buscando sexo? –le espetó Jenna, ofendida–. Puedo asegurarte que no estaba pensando en eso para nada.

Adam posó la mirada en la mano que lo sujetaba y, luego, en Jenna. Sin embargo, ella se negó a soltarlo.

–Quiero hablar contigo. Prefiero hacerlo en privado –afirmó ella y tragó saliva–. Pero también puedo hacerlo delante de todos.

–Teniendo en cuenta que acabamos de conocernos, no creo que tengas nada importante que decirme.

–Pues te equivocas –aseguró ella, sin soltarlo.

–¿La reunión de hoy ha sido idea tuya? –preguntó él tras un silencio.

–No. Pero tengo una queja que hacerte sobre tu familia.

–¿Mi familia?

–Si quieres, te lo puedo explicar en privado.

Una pausa. Adam inclinó la cabeza.

–Bien.

Adam abrió la puerta y dejó que ella pasara delante. Una vez dentro, la cerró.

–De acuerdo, habla.

–Quiero que le des a mi hermano el dinero que tu hermano Liam le ha estafado.

Adam se quedó petrificado.

–Rebobina y dilo otra vez.

–Esperaba que lo negaras –señaló ella, pensando que Adam habría tenido que defender a su hermano cientos de veces–. Los Roth estáis muy unidos.

–No puedo negar nada si no sé de qué estás hablando –repuso él, con actitud molesta–. ¿Y se puede saber quién es tu hermano?

–Stewart Branson.

–¿Se supone que lo conozco? Me temo que estás hablando con el tipo equivocado, tesoro. Mi familia no tiene nada que ver con esto.

–Yo sé lo que mi hermano me contó –insistió ella.

–Pues me gustaría escucharlo.

Jenna tomó aliento, aliviada porque él pareciera dispuesto a hablar.

–Hace seis semanas, una noticia en la televisión informó del funeral de Liam –indicó ella. Liam, el hermano menor de Adam, había muerto hacía unos meses de una enfermedad terminal.

–Continúa.

–Stewart se pasó por mi casa. Tenía un aspecto terrible. Yo le iba a preguntar qué le pasaba, cuando vio las imágenes del funeral en la televisión y se derrumbó. Dijo que tu hermano le había engañado para que le diera una cantidad enorme de dinero que él no tenía.

–Liam no haría eso.

–Me temo que sí.

–Él tenía su propio dinero. No necesitaba pedirle nada a nadie.

–¿No invirtió en un parque temático que no tuvo éxito? Ha salido en los periódicos.

Eso llamó la atención de Adam.

–Sigue.

–Hace dos años, Stewart conoció a Liam en una fiesta y…

–En esa época es cuando mi hermano supo que estaba enfermo.

–Lo sé –afirmó ella en voz baja–. Pero eso no cambia nada. Tu hermano se llevó el dinero de todos modos.

–No te creo.

–Al parecer, hablaron del parque temático y Liam le aseguró a mi hermano que no habría ningún riesgo. Stewart lo creyó y usó su casa como aval para darle trescientos mil dólares.

–¿Trescientos mil dólares? ¿Y se los dio sin titubear?

–Stewart confiaba en tu hermano –señaló ella–. Se supone que la integridad de la familia Roth está fuera de duda.

–Está fuera de duda –repuso él, ofendido.

–¿Entonces dónde está el dinero de mi hermano? Iban a empezar a construir el parque temático hacía seis meses, pero no ha habido más que retrasos. Al fin, la compañía quebró, como sabes –explicó ella. La noticia estaba en todos los periódicos–. Mi hermano cree que Liam se llevó el dinero bajo falsas pretensiones, y yo también lo creo. Tu familia debe devolvérselo todo a Stewart.

Adam la recorrió con la mirada.

–¿Dónde está tu hermano ahora?

–Es arquitecto. Se ha ido a Oriente Medio para ganar dinero rápido, para que su familia no pierda la casa. Por suerte, ha podido mantener el pago del préstamo hasta ahora, pero… –dijo ella y se le contrajo el corazón–. Tiene esposa y dos hijos que lo echan mucho de menos. Quieren que vuelva, pero él no puede hacerlo hasta que reúna lo suficiente para devolverle el dinero al banco.

Lo peor para Jenna era que no había podido hablar de ello con nadie. Tanto sus padres como la esposa de Jenna pensaban que él se había ido sólo para pagar antes la hipoteca de la casa. La pobre Vicki no tenía ni idea de que corrían el riesgo de perder su hogar.

–¿Por qué no ha venido a verme él mismo? –preguntó Adam–. ¿O es que te ocupas de hacerle el trabajo sucio a tu hermano?

–Stewart me dijo que no serviría de nada hablar con tu familia porque os defenderíais unos a otros –repuso ella–. Ahora entiendo por qué lo decía.

–El sistema legal lo ampara. ¿Lo ha denunciado?

–¿Cómo iba a hacerlo? No tiene dinero para contratar a un abogado. Además, su prioridad es impedir que su esposa y sus hijos se queden sin casa. Cuando consiga hacerlo, te aseguro que lo primero que va a hacer es llevaros a los tribunales –afirmó ella y apretó los labios–. Aunque, sin duda, vuestro equipo legal encontrará la manera de librarse de devolverle el dinero.

–No me gusta que insulten a mi familia –replicó él, tenso.

–Es una pena –se burló ella. No tenía por costumbre ser grosera con nadie pero, después de lo que el hermano de Adam le había hecho a su hermano, no pudo evitarlo.

–¿Qué quieres de mí?

–Que le des su dinero para que pueda volver a casa y estar con su familia.

–¿Esperas que os dé trescientos mil dólares basándome sólo en tu palabra y la de tu hermano? –le espetó él y soltó una carcajada de desdén.

–Ahorraría muchos problemas… a tu familia.

Él le lanzó una mirada heladora.

–No intentes chantajearme.

–No es chantaje. Es una promesa.

Si tenía que hacerlo, Jenna le hablaría del tema a los padres de Adam, o a su hermano Dominic, que acababa de casarse con Cassandra, la viuda de Liam.

–Si haces algo que disguste a mis padres, te lo haré pagar con creces –le advirtió él con frialdad.

–Entonces, ¿por qué no le devuelves su dinero a mi hermano y todos nos ahorramos disgustos?

–Yo no hago negocios así.

–Es obvio.

Adam la observó un momento en silencio.

–Veo que Carmen y Roberto te tienen en muy buena estima –comentó él con tono malicioso–. Me preguntó qué pensaría Roberto si supiera que estás aprovechando su hospitalidad de hoy para tus propios intereses.

–¿Quién está chantajeando a quién?

Él se encogió de hombros.

–Sólo digo que, si les hago saber que me has molestado, perderás tu trabajo. Dudo que puedas conseguir otro igual con una empresa tan prestigiosa.

–Entiendo, pero eso no cambia nada –afirmó ella con un nudo en la garganta–. Si no arreglas lo que hizo tu hermano, se lo haré saber todo a tu familia.

–Me gusta tu estilo –dijo él con un brillo de admiración en los ojos–. No te echas atrás.

–No.

–Necesito tiempo para investigar y saber si te lo estás inventando todo.

–No me lo estoy inventando.

–Entonces, déjame comprobarlo –pidió él y la observó con detenimiento–. Mientras, podrías hacerme un favor.

–¿Hacerte un favor? No se me ocurre ninguno que pueda hacerte –dijo Jenna, tensa.

–Déjame acabar. Necesito una acompañante… femenina.

–¿Quieres que sea tu amante? –preguntó ella, sin dar crédito.

–No. Quiero que seas mi acompañante durante unas semanas.

–No. Claro que no.

–¿No?

–Prefiero ir a los medios de comunicación y contárselo todo.

–Ya sabes que toda historia tiene dos caras, Jenna. Los dos tenemos una familia y no queremos que sufran –afirmó él y achicó la mirada–. ¿Verdad?

–No, no queremos.

–Pues hagamos un trato –propuso él con satisfacción–. Yo estudiaré lo que me has contado, pero tú debes darme unas semanas de tu tiempo.

–¿Por qué yo?

–Es una buena pregunta… Pero no quiero hablar de eso ahora. ¿Cenamos esta noche?

–Bueno –aceptó ella, sintiéndose al borde de un precipicio.

–Qué poco interés muestras.

–Acostúmbrate a ello.

Adam ignoró su comentario y le tendió una tarjeta de visita.

–Llama a este número y dales tu dirección. Un chófer te recogerá a las ocho y te llevará a mi casa.

–Tengo mi propio coche. Y prefiero cenar en un restaurante, si no te importa.

–Y yo prefiero hablar en la privacidad de mi hogar –replicó él–. Mi chófer está disponible. Aprovéchalo.

Dicho aquello, Adam salió del almacén y cerró la puerta tras él.

Jenna se quedó allí dentro unos minutos, recuperando el aliento y pensando en lo que había pasado. De alguna manera, él había conseguido que ella aceptara su invitación a cenar. ¿Y ser su acompañante durante unas semanas?

¿Por qué ella?

Lo cierto era que Jenna se sentía intrigada y halagada, pero no tenía ninguna intención de aceptar una oferta tan ultrajante. Iría a hablar con él y escucharía lo que tuviera que decirle, si eso iba a ayudar a Stewart, pero no haría nada más.

Con determinación, Jenna salió del almacén y decidió que no se encontraba de humor para ver a sus anfitriones ese día. Así que dejó una nota en la recepción dándoles las gracias por la invitación y diciendo que no se encontraba bien y se iba a casa. Seguro que Roberto y Carmen lo entenderían. Y Marco ni se daría cuenta de que se había ido.

Capítulo Dos

Adam terminó de vestirse y se miró el reloj de oro que llevaba en la muñeca. Eran las siete y media. Jenna Branson llegaría pronto.

Ella no había vuelto al palco de su empresa después de su conversación en el almacén. Era una mujer hermosa y sensual, pensó Adam. Y sería todo un reto pasar el mes siguiente con ella. Sobre todo, sería una manera de solucionar uno de sus problemas más acuciantes: la esposa de su mejor amigo no dejaba de demostrarle su interés. Él temía que Chelsea acabara por ponerse en evidencia delante de Todd. Y no quería dejar que algo así sucediera, ni por su amigo, ni por él mismo.

Por eso, en ese momento, Adam necesitaba a alguien como Jenna. Alguien capaz de mantenerse firme y que supiera mantener las distancias en el plano emocional. Alguien que, al terminar el mes, se iría sin que tuviera necesidad de pedírselo. Sí, sin duda, Jenna estaría deseando librarse de él. No se parecía en nada a otras mujeres, siempre dispuestas a complacerle y a doblegarse ante él.

Por su puesto, no todas las mujeres que Adam conocía eran así. Algunas merecían su admiración, como su cuñada Cassandra, que le recordaba mucho a su madre. Las dos tenían una gran integridad y compasión, y sabían luchar por aquello en lo que creían. Y, para las dos, la familia era una prioridad. Eso era importante para él.

No debía perder de vista al enemigo, se dijo Adam. Y Jenna Branson era el enemigo. Esa mujer era capaz de llenar de angustia a sus padres si difundía la historia de que Liam había timado a su hermano.

El problema era que Adam no estaba seguro de que Liam no hubiera hecho algo así. Echaba de menos a su hermano y deseaba que no hubiera muerto tan joven, pero también sabía que Liam siempre había ido por la vida tomando lo que había querido.

¿Cómo podía estar seguro de que Liam no había convencido a Stewart Branson para invertir en el parque temático que había sido un fracaso?, se preguntó Adam con un nudo en el estómago. No descansaría hasta no descubrir la verdad.

Entonces, el conserje lo llamó para avisarle de que Jenna estaba subiendo a su piso. Adam sintió una punzada de excitación mientras se acercaba a recibirla al ascensor.

Las puertas se abrieron y dejaron ver a una mujer impresionante, hermosísima con un vestido negro largo y zapatos de tacón. Era todavía más guapa de lo que él recordaba, se dijo.

–Es obvio que has tenido tiempo para ponerte guapa –murmuró él.

–Deberías guardarte los cumplidos para otra –repuso ella, un poco sonrojada.

–¿Por qué no para ti?

–Porque pienso ser tu peor pesadilla.

Adam rió.

–Es la primera vez que una mujer me dice eso.

–Siempre hay una primera vez.

–Estoy de acuerdo con eso. Y la primera vez siempre es especial.

Jenna pasó por delante de él, envolviéndolo en su seductor aroma.

–Tu casa no está mal –comentó ella, mirando a su alrededor–. Está decorada con mucho gusto. Me sorprende un poco que no la hayas amueblado como un harén.

–Tengo mi harén en otro sitio.

Ella sonrió.

–Bien. Sabes sonreír –dijo él.

–No te acostumbres –repuso ella, poniéndose seria–. Sólo sonrío a la gente que me gusta. ¿Pasamos a los negocios?

–Tomemos una copa antes de cenar –propuso él y se giró hacia el mueble bar–. ¿Te parece bien vino blanco?

–Sí… bueno, gracias –contestó ella tras una pequeña pausa.

Adam le tendió una copa.

–Salgamos a la terraza para disfrutar de las vistas.

–Ya las he visto.

–Desde mi terraza, no –insistió Adam, tomándola del brazo con suavidad. Salieron y él le mostró algunos sitios de interés–. Allí está el Jardín Botánico –señaló, acercándose a ella–. Y la cordillera Dandenong está por allí –añadió, acercándose más.

–Deja de ponerme a prueba, Adam.

–¿Es eso lo que estoy haciendo? –preguntó él. Era una mujer astuta, pensó.

–Sabes que sí. Y no me gusta –afirmó ella y se mantuvo en el sitio, sin moverse.

Adam percibió que, en parte, ella se sentía atraída por él, pero no estaba dispuesta a dejarse llevar. Era una nueva experiencia para él. Ni siquiera Maddie…

De pronto, a Adam se le encogió el corazón al recordar. Maddie había muerto hacía cinco años. Su hijo podría tener cuatro años, si no hubiera muerto a la vez que su madre.

–Comamos –indicó él, para no pensar en ello. Y, sin más, entró y se dirigió a la cocina.

Sacó de la nevera los dos platos de pollo y ensalada de mango que había preparado su ama de llaves y los llevó al comedor. Se sentó frente a Jenna y comenzó a comer con apetito. Jenna, sin embargo, apenas comía.

–¿No te gusta la comida?

–La comida está bien –repuso ella con una mirada cándida––. Lo que no me gusta es estar aquí, eso es todo.

Adam se sintió irritado. La reticencia de su invitada comenzaba a enervarlo. Estaba acostumbrado a que las mujeres se pelearan por poder ir a cenar con él. Y a su cama.

–Háblame de tu familia –propuso él y le dio un trago a su copa.

–Preferiría que me contaras por qué quieres que sea tu… acompañante. Por eso he venido esta noche.

–Podría servirme para conocer mejor a tu hermano –insistió él, sin abandonar el tema.

–Mis padres están vivos y bien de salud –explicó ella, rindiéndose–. Stewart es mi único hermano, cinco años mayor que yo. Él y su esposa Vicki tienen dos niñas.

–¿Cuántos años tienen?

–Cinco y tres –contestó ella con tono cortante–. Son lo bastante mayores como para echar de menos a su padre.

–No lo dudo –dijo Adam, pensando que él no sería capaz de alejarse de sus hijos durante meses. Si los tuviera, claro. Pero no pensaba tenerlos.

De pronto, sonó el teléfono, sin embargo, Adam no se movió. Quienquiera que fuera, podía llamar después. Sobre todo, si era quien él pensaba.

–¿No vas a responder?

–No.

–Por mí, no lo hagas –dijo Jenna al ver que el teléfono seguía sonando.

–No es por ti –replicó él con tono abrupto. Estaba cansado de esas llamadas tan insistentes.

Entonces, el contestador se conectó, dejando que el mensaje se oyera en la habitación.