¿Venganza o pasión? - Maxine Sullivan - E-Book
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¿Venganza o pasión? E-Book

MAXINE SULLIVAN

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Beschreibung

Ella había vuelto a su vida, pero no sola... Tate Chandler jamás había deseado a una mujer tanto como a Gemma Watkins... hasta que ella lo traicionó. Sin embargo, cuando se enteró de que tenían un hijo, le exigió a Gemma que se casara con él o lucharía por la custodia del niño. Tate era un hombre de honor y crearía una familia para su heredero, aunque eso significara casarse con una mujer en la que no confiaba. Su matrimonio era sólo una obligación. No obstante, la belleza de Gemma lo tentaba para convertirla en su esposa en todos los sentidos…

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Maxine Sullivan. Todos los derechos reservados.

¿VENGANZA O PASIÓN?, N.º 1821 - noviembre 2011

Título original: Secret Son, Convenient Wife

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-062-2

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo Uno

Gemma Watkins se detuvo en seco mientras salía de la sala de espera del hospital. Un hombre alto avanzaba a grandes zancadas por el pasillo. Sus anchos hombros, su andar decidido le recordaban a…

«Por favor, Dios mío, que no sea Tate Chandler…».

En ese instante, él la vio. Dudó un instante y luego apretó el paso hasta que llegó junto a ella.

–Gemma…

La voz de Tate se le deslizó por la piel provocándole un temblor de aprensión. Aquel hombre había sido su amante. El hombre del que había estado enamorada. El hombre que le había roto el corazón hacía casi dos años.

No se podía creer que fuera él. Tate Chandler era un empresario australiano que había llevado el negocio familiar de relojes de lujo a un nivel nunca conocido hasta entonces y le había dado un gran prestigio internacional. Era un hombre con una presencia imponente fuera cual fuera el lugar en el que se encontraba, tanto si se trataba de su despacho en una de las calles más prestigiosas de Melbourne, su ático de lujo en uno de las zonas más ricas de la ciudad o en los pasillos de aquel hospital. Era un multimillonario cuya poderosa apariencia iba más allá de su increíble atractivo. Todo lo que tocaba se convertía en oro y sus caricias también lo eran. Gemma lo sabía de primera mano.

Tragó el pánico que se le formó en la garganta.

–Hola, Tate.

Los ojos azules de él recorrieron la larga melena rubia que cubría delicadamente los hombros de Gemma. Observó el rubor que teñía las mejillas y, entonces, entornó la mirada.

–Espero que el hecho de que estés aquí sea una mera coincidencia.

–No sé a qué te refieres.

–Mi familia ha inaugurado hoy el nuevo pabellón de pediatría en memoria de mi abuelo. ¿No te habías enterado? Ha salido en todos los medios de comunicación.

–No, no me había enterado –replicó ella. Había estado demasiado ocupada trabajando y tratando de mantener la cabeza fuera del agua–. ¿Significa eso que tu abuelo ha… muerto?

–Hace tres meses.

–Lo siento mucho. Bueno, tengo…

–¿Qué es lo que estás haciendo aquí?

–Estoy con… una persona.

–¿Se trata de un hombre?

–Mmm… sí.

–Por supuesto que se trata de un hombre –se mofó él–. Nada ha cambiado en ese aspecto, ¿verdad?

–Esto no tiene nada que ver contigo, Tate. Adiós.

Hizo ademán de pasar al lado de él, pero Tate le agarró el brazo y la obligó a detenerse.

–¿Sabe ese pobre infeliz que es tan sólo uno de muchos?

–Yo…

–¿Tú qué? ¿Que no te importa? Créeme si te digo que sé eso mejor que nadie.

Aquellas palabras escocieron a Gemma. Se había entregado de buen grado a Tate el día en el que lo conoció en una fiesta celebrada por el arquitecto para el que ella trabajaba. Se había enamorado instantáneamente de Tate.

Después de lo ocurrido con él, sólo podía dar gracias a Dios por no haberle dicho lo que sentía. Por alguna razón, se había reservado aquel secreto y había conseguido mantener su orgullo intacto en parte cuando él le dio la espalda después de llevar un mes de relación. Durante las breves semanas que pasaron juntos, apenas salieron del ático de Tate. El mejor amigo de Tate era el único que conocía su relación.

El recuerdo de todo lo ocurrido le hizo echarse a temblar. Aquel inesperado encuentro resultaba muy injusto, pero, a pesar de todo, no podía decirle a Tate la verdad. No podía. Podría ser que él decidiera…

–Ah, ahí estás, Gemma –dijo una voz femenina a pocos metros de distancia. Gemma contuvo el aliento y se volvió a mirar a la enfermera que salía de la sala de reanimación–. Está bien, cielo –añadió, Deirdre, la enfermera, antes de que ella pudiera preguntar–. Y ya se ha despertado.

–¡Gracias a Dios! –exclamó. Gemma se olvidó de Tate cuando un intenso alivio se apoderó de ella. Era una operación sin importancia, pero, como toda cirugía, no estaba exenta de riesgos.

Deirdre observó a Tate y vio que él tenía agarrada a Gemma por el brazo. Entonces, frunció el ceño. Gemma comprendió que tenía que actuar con rapidez. Se sobrepuso a lo que se sentía y esbozó una sonrisa tranquilizadora. No quería tener que dar explicaciones de nada. Por eso, cuanto antes se alejara de Tate, mejor.

–Ya voy, Deirdre. Muchas gracias.

La enfermera permaneció inmóvil un instante antes de que pareciera que aceptaba que no había ningún problema.

–En ese caso, voy a decirle a Nathan que mamá va a ir a verlo enseguida.

Con eso, la enfermera regresó a la sala de reanimación.

–¿Tienes un hijo?

–Sí –respondió. No podía negarlo.

De repente, la expresión de Tate reflejó una cierta dosis de sospecha.

–¿Y se llama Nathan?

Gemma asintió.

–El nombre de mi abuelo era Nathaniel.

–Es un nombre bastante común –repuso ella mientras se maldecía en silencio por haberse permitido aquella única debilidad.

De repente, él lanzó una maldición. Entonces, soltó el brazo de Gemma y se le adelantó. Ella, como una fiera, se colocó delante de Tate y se interpuso entre la puerta y él.

–Sólo tiene diez meses, Tate –mintió.

–¿Es de Drake?

–¡No!

Tate nunca la había considerado inocente en lo que se refería a lo ocurrido con su amigo. Drake Fulton siempre la había puesto nerviosa dado que se mostraba demasiado amistoso cuando Tate los dejaba a solas juntos, dejando bien claro que la deseaba. Al final, no la había conseguido, pero se había asegurado de que Tate tampoco se quedara con ella.

–Por lo tanto, tu hijo es de otro hombre.

–Sí.

De él.

Rezó para que Tate se diera la vuelta y se marchara. Por el contrario, él la sorprendió y siguió avanzando. Ella lo alcanzó rápidamente. Estaba muy preocupada.

–¿A… adónde vas?

Tate siguió andando en dirección a la sala de reanimación.

–Bueno, me has mentido antes.

–No te mentí. Yo…

Gemma tuvo que esquivar a una joven pareja que andaba por medio del pasillo y luego volvió a alcanzar a Tate.

Él la ignoró y apretó el botón que había en el exterior de la sala de reanimación para abrir las puertas. Gemma entró con él. Deirdre estaba atendiendo a uno de los pacientes. Ella vio cómo examinaba la sala y cómo su mirada reparaba en una cuna que estaba más allá del puesto de enfermeras, apartada del resto de las camas.

En ese momento, prácticamente con un movimiento sincronizado, los dos echaron a andar. Se detuvieron cuando llegaron junto a la cuna, en la que un niño muy pequeño de cabello rubio jugaba con un osito de peluche. Nathan levantó la mirada y Gemma contuvo el aliento.

Tate no podía saberlo. Simplemente no podía…

Entonces, Tate se volvió para mirarla. Tenía el rostro muy pálido, pero parecía querer asesinarla con la mirada.

Ella iba a pagar muy caro por lo que había hecho.

Tate sintió que la respiración se le cortaba en el momento en el que el niño levantó la mirada y le atrapó el corazón para siempre.

Durante un instante, Tate estuvo a punto de desear que el niño no fuera suyo, que pudiera darse la vuelta, salir huyendo y no tener que ver a Gemma nunca más. No quería que ella volviera a formar parte de su vida.

Sin embargo, con una mirada había sido suficiente. Aquel niño era su hijo. Él no iba a irse a ninguna parte.

Justo en aquel momento, el niño vio a su madre. Dejó el osito y le ofreció los brazos mientras empezaba a llorar. Gemma empezó a sollozar y echó a correr hacia la cuna para tomarlo en brazos.

–Calla, cariño. Mamá está aquí –murmuró mientras lo abrazaba cariñosamente para tranquilizarlo.

–¿Qué es lo que le ocurre? –preguntó Tate.

–Han tenido que ponerle una especie de drenaje en los oídos. Tenía una otitis detrás de otra y los antibióticos ya no funcionaban. Sin el drenaje, podría sufrir perdida de audición y eso podría afectarle al lenguaje y al desarrollo en general.

A pesar de que parecía ser algo muy serio, Tate sintió que la tensión desaparecía. Dio gracias a Dios porque no fuera nada grave.

Entonces, recordó las mentiras de Gemma y la tensión volvió a adueñarse de él.

–¿No se te ocurrió decírmelo? –le espetó en voz baja, consciente del resto de personas que había en la sala.

–¿Y por qué iba a hacerlo?

–Porque este niño es mío, maldita sea.

Gemma abrazó con fuerza a su hijo.

–No. No es tuyo.

–No me mientas, Gemma. Tiene mis ojos.

El miedo se apoderó de ella.

–No. Tiene el cabello rubio como yo. Se parece a mí. No se parece a ti en absoluto. Y, además, sólo tiene diez meses.

Efectivamente, Nathan se parecía a ella… a excepción de los ojos.

–Es mío. Y tiene un año. Yo lo sé y tú también.

–Tate, por favor… –susurró ella–. No creo que éste sea el lugar o el momento apropiado para hablar de esto.

–Gemma… –insistió él. Tenía que saberlo. Tenía que estar seguro.

Ella se echó a temblar. Entonces, suspiró profundamente.

–Está bien. Sí, es tuyo.

Al oír aquellas palabras en voz alta, Tate se sintió como si estuviera siendo engullido por una ola. Durante un instante, no pudo respirar. Entonces, miró a su hijo. Quería tomarlo en brazos y sentir el momento, pero, por mucho que lo deseara, se imaginó que había que tomarse con calma la situación.

Gemma parecía estar aterrorizada.

–¿Qué… qué es lo que vas a hacer ahora?

–En primer lugar, haremos una prueba de paternidad.

Ella lo miró asombrada.

–¿Pero no estabas tan seguro de que es hijo tuyo?

–Lo estoy, pero quiero que no quede duda alguna al respecto. Además, no sería la primera vez que me has engañado, ¿verdad?

Tate jamás olvidaría el momento en el que la encontró besando a su mejor amigo. Ni el instante en el que Drake le confesó muy apesadumbrado que ella había estado insinuándosele desde un principio. El incidente había provocado que Tate sintiera deseos de matarlos a ambos. Tenía que admitir que, al menos, Drake había sido lo bastante honorable para no permitir que ella lo sedujera. El hecho de que hubiera podido resistirse a una mujer tan hermosa decía mucho de él como hombre. En el pasillo le había preguntado si el niño era de Drake, pero estaba completamente seguro de que su amigo no se había acostado con ella. Drake sería incapaz de hacer algo así. Él siempre mantenía su palabra.

Al contrario de Gemma.

–Yo he admitido que él es tu hijo, Tate. No hay necesidad alguna de una prueba de paternidad.

–Me temo que tu palabra no es suficiente –le espetó él–. Ya hablaremos de todo más tarde.

Ella se irguió.

–No. Tendrá que esperar. Me voy a llevar a Nathan a casa en cuanto el médico le dé el alta.

–Nos vamos a ir a mi casa.

–No hay necesidad de eso –dijo ella, mirándolo con temor.

–¿No?

Gemma tragó saliva.

–Ya se encuentra bastante desorientado por estar aquí. Quiero llevarlo tan pronto como sea posible a un ambiente más familiar. Necesita el consuelo de sentirse en su propia casa en estos momentos.

Tate cedió tan sólo por el bien de su hijo.

–En ese caso, yo iré a pasar la noche a tu casa, pero mañana nos marcharemos a mi casa.

–¿Qué has dicho?

–No te preocupes. Yo dormiré en el sofá. Tenemos que hablar y no pienso perder a mi hijo de vista.

–¿No podemos dejarlo hasta mañana? Ahora es tan sólo mediodía. Estoy segura de que querrás regresar a tu despacho para poder trabajar.

–No.

No iba a decir nada más. Ya se había perdido el primer año de vida de su hijo y no se iba a perder ni un minuto más. El hecho de que Gemma hubiera tenido un hijo suyo sin decírselo era imperdonable. ¿Y si algo había ido mal con la operación? ¿Y si no se hubiera enterado de que su hijo existía? ¿Y si Nathan lo había necesitado antes? Tate sintió que un dolor muy extraño le oprimía el pecho.

Justo en aquel instante, la enfermera apareció a su lado.

–¿No te dije que tu niño estaría perfectamente? –le dijo a Gemma en tono de broma.

Ella asintió.

–Gracias, Deirdre. Has sido maravillosa.

–De nada –replicó la enfermera–. Mira, acaba de llegar el doctor, por lo que deberías poder llevarte a tu hijo en breve.

El médico apareció al lado de Deirdre y observó a Tate. Entonces, miró al niño y volvió de nuevo a mirar a Tate.

–Entonces, usted es el padre –dijo, sin cuestionar sus palabras.

Gemma emitió un sonido que podría haberse confundido con un sollozo. Tate, por su parte, sintió que el orgullo paterno le henchía el pecho. El médico había deducido el parentesco con tan sólo mirarlos. Padre e hijo.

Tate se aclaró la garganta.

–Sí. Soy el padre de Nathan.

El médico aceptó sus palabras y luego centró su atención en el niño.

Tate envió a Gemma una mirada que lo decía todo. Ya no había vuelta atrás.

Capítulo Dos

–Mantén la vista al frente y sigue caminando en dirección a la limusina.

Tate le había colocado el brazo alrededor de la cintura como si estuviera protegiéndola del hombre que había en el aparcamiento. Lo más probable era que estuviera protegiendo a su hijo. Gemma decidió que esto era lo más posible mientras trataba de ignorar el tacto protector del hombre que caminaba a su lado mientras llevaba a Nathan en brazos.

–¿Quién es?

–Un fotógrafo. Estaba aquí durante el homenaje a mi abuelo. No estoy seguro de por qué sigue aquí. Seguramente será tan sólo mala suerte que se esté marchando al mismo tiempo que nosotros.

La puerta abierta del coche los esperaba. El instinto los empujó a meterse en la parte trasera del vehículo. Entonces, el chófer rodeó el coche y ocupó su lugar tras el volante. En ese momento, Tate apretó el botón que accionaba la pantalla que separaba la parte posterior de la delantera de la limusina.

–Vamos directamente a casa, Clive, pero con calma.

La pantalla se subió automáticamente.

–Yo quiero irme a mi casa, Tate.

–¿Y dejar que los medios tengan fácil acceso a Nathan y a ti?

–Sólo había un fotógrafo, Tate, y es imposible que sepa nada –dijo ella–. Antes dijiste que me llevarías a mi casa y que harías que alguien recogiera mi coche. Estoy segura de que deseas volver a tu despacho. Puedes venir esta noche para que podamos hablar –añadió. Ella misma necesitaba tiempo para tranquilizarse.

–Y entonces, cuando yo regrese, descubriré que Nathan y tú habéis desaparecido.

–¿Y adónde podríamos ir?

–Para empezar, a casa de tus padres.

–Me encontrarías enseguida.

En realidad, ella no iría nunca a la casa de sus padres. Ni siquiera podría hacerlo. Sus padres la habían apartado por completo de sus rancias y virtuosas vidas, pero eso era algo que no le podía decir a Tate. Aparte de que le dolía demasiado, no le daría ese poder sobre ella.

No tenía más parientes a los que pudiera recurrir. Como sus padres habían empezado una nueva vida en Australia muchos años atrás, abandonando Inglaterra inmediatamente después de su matrimonio, los pocos parientes que pudiera tener estaban muy lejos.

Tate tomó su teléfono móvil y comenzó a hablar con una tal Peggy, quien, por las órdenes que le estaba dando, era su ama de llaves.

Como se había dado cuenta de que no podía cambiar nada, Gemma dejó de prestar atención a lo que él decía. Aún estaba temblando por todo lo ocurrido aquel día, y en su vida en general, durante los últimos dos años. No se arrepentía de haber tenido a Nathan, pero su vida había cambiado de un modo increíble desde el momento en el que conoció a Tate.

Para que Tate no se enterara de que iba a tener un hijo suyo, decidió abandonar su trabajo en el estudio de arquitectura y cambiar su piso en el centro de la ciudad por un apartamento en una zona más tranquila. Como ir y venir al centro de la ciudad habría resultado imposible cuando tuviera a Nathan, había aceptado un trabajo más cerca de su casa.

Lo había hecho lo mejor posible y lo había hecho bien, pero no le había resultado fácil contenerse para no ir a buscar a Tate y pedirle que él les apartara de todo aquello. Había tenido miedo de que él se limitara a apartar a Nathan. Tate ya la había echado a patadas de su vida en una ocasión. No le cabía la menor duda de que si creía que estaba haciendo lo correcto, volvería a darle la patada y se quedaría con su hijo.

No obstante, todo aquel sufrimiento se podría haber evitado si Tate la hubiera creído dieciocho meses atrás. Él había dado una fiesta para celebrar el cumpleaños de su amigo y le había pedido que hiciera el papel de anfitriona. Ella se había sentido tan emocionada… Aquella misma noche, más tarde, le había escrito una nota a Tate en la que le decía que se reuniera en su despacho con ella para darle un beso. Le había pedido a un camarero que se la entregara.

El despacho había estado a oscuras cuando él entró. Gemma se había abalanzado sobre él, pero… desgraciadamente aquel hombre no era Tate. El verdadero Tate había abierto la puerta segundos más tarde y la había sorprendido besando apasionadamente a su amigo Drake. Parecía que Drake la había seguido al interior del despacho, pero era ella la que parecía culpable.

Pensar en aquella noche hacía que ella se pusiera enferma, por lo que lo apartó todo del pensamiento. Un rato después, la limusina se detuvo frente a un muro. Un guardia de seguridad abrió dos grandes puertas que dejaron al descubierto una hermosa mansión.

–Esto no es tu apartamento –dijo Gemma.

–Ahora es mi casa.

–¿Estabas pensando en casarte? –preguntó ella, sin poder contener un escalofrío. Aquella casa era enorme incluso para una familia.

–Algún día.

–¿Significa eso que hay alguien especial en tu vida?

–Sólo mi hijo.

Después de que se bajaran del coche, todo ocurrió muy rápido. Ella insistió en llevar a Nathan mientras entraban en la casa. Normalmente, era un niño muy alegre, pero tenía los ojos abiertos de par en par. Gemma sentía que estaba muy confuso por todo lo ocurrido aquel día. No era el único.

Tate la presentó rápidamente al ama de llaves, quien les dedicó a ambos una sonrisa.

–Es precioso, señor Chandler.

El rostro de Tate se suavizó mientras observaba a su hijo.

–Así es, Peggy –comentó. Entonces, miró a Gemma y sus ojos se endurecieron–. ¿Está lista la suite que hay al lado de la mía? –añadió, mirando de nuevo a Peggy.

–Por supuesto. Señor Chandler –dijo la mujer, con una cierta inseguridad–… estaba pensando que… Bueno, tengo una cuna que pueden utilizar temporalmente. Es una cuna barata, pero Clive y yo la tenemos en nuestras habitaciones para cuando cuidamos de los nietos. Él podría ponerla en la suite… es decir, hasta que usted compre una. Nosotros ahora no la vamos a necesitar.

Tate asintió.

–Buena idea, Peggy. Gracias por haber pensado en ello.

Peggy sonrió encantada.

–De nada. Haré que Clive se ponga enseguida con ello.

Tate agarró a Gemma por el codo y la empujó hacia la escalera.

–Estupendo. Luego iré a hablar contigo sobre las demás cosas que necesitamos.

Gemma pensó aliviada que era lógico que Tate quisiera que ella durmiera en una suite separada. No había querido nada con ella desde el momento en el que la vio con Drake. Nada había cambiado.

Mientras abría la puerta del dormitorio, indicó otra puerta más adelante del pasillo. Afortunadamente, la distancia era considerable.

Aquella suite era más grande que su apartamento. El enorme dormitorio tenía una cama enorme, un salón y un lujoso cuarto de baño. Era todo lo que se podía esperar de una suite en aquella casa, pero, aunque el dormitorio sí era adecuado para un niño que empezaba a andar, el salón decididamente no lo era.

–Creo que podría necesitar apartar algunas cosas. Y ese sofá sería mejor taparlo –dijo ella. Parecía estar hecho de terciopelo, por lo que no resultaba muy adecuado para las manitas sucias de un niño.

–Los muebles no me importan –replicó Tate–, pero no quiero que el niño se haga daño. Haz lo que tengas que hacer. Me aseguraré de que Peggy se ocupe de que el resto de la casa sea segura para un niño tan pronto como le sea posible –comentó mientras dejaba la bolsa que ella había llevado al hospital sobre una de las sillas–. ¿Necesita que le calienten algo?

–No. Esto está bien –respondió ella. Tenía un zumo en la bolsa–. Seguramente se echará una siesta.

Dejó al niño sobre una alfombra, acompañado de su osito y luego fue a cerrar la puerta del salón para que él no pudiera entrar. Aún no andaba del todo, pero gateaba muy bien y al menos allí ella podía vigilarlo sin complicaciones.