¿Venganza o pasión? - Esposa olvidada - La cautiva del jeque - Maxine Sullivan - E-Book

¿Venganza o pasión? - Esposa olvidada - La cautiva del jeque E-Book

MAXINE SULLIVAN

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Beschreibung

¿Venganza o pasión? Maxine Sullivan Tate Chandler jamás había deseado a una mujer tanto como a Gemma Watkins... hasta que ella lo traicionó. Sin embargo, cuando se enteró de que tenían un hijo, le exigió a Gemma que se casara con él o lucharía por la custodia del niño. Tate era un hombre de honor y crearía una familia para su heredero, aunque eso significara casarse con una mujer en la que no confiaba. Esposa olvidada Brenda Jackson Tras una separación forzosa de cinco años, Brisbane Westmoreland estaba dispuesto a recuperar a su esposa, Crystal Newsome. Lo que no se esperaba era encontrarse con que una organización mafiosa estaba intentando secuestrarla. Crystal no podía perdonarle a Bane que se casara con ella para después desaparecer de su vida, pero estaba en peligro y necesitaba su protección. La cautiva del jeque Anna DePalo Era el hombre más codiciado de la ciudad y quería que Lauren Fletcher le buscase esposa. Formar parejas era el trabajo de Lauren, pero jamás habría creído que un hombre guapo, rico y poderoso como Matt Whittaker pudiera necesitar su ayuda. Sin embargo, el empresario estaba empeñado en que solo Lauren podía encontrarle la mujer que él quería…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 495 - julio 2022

 

© 2011 Maxine Sullivan

¿Venganza o pasión?

Título original: Secret Son, Convenient Wife

 

© 2015 Brenda Streater Jackson

Esposa olvidada

Título original: Bane

 

© 2007 Anna DePalo

La cautiva del jeque

Título original: Captivated by the Tycoon

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2011, 2016 y 2007

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-957-2

Capítulo Uno

Gemma Watkins se detuvo en seco mientras salía de la sala de espera del hospital. Un hombre alto avanzaba a grandes zancadas por el pasillo. Sus anchos hombros, su andar decidido le recordaban a…

«Por favor, Dios mío, que no sea Tate Chandler…».

En ese instante, él la vio. Dudó un instante y luego apretó el paso hasta que llegó junto a ella.

–Gemma…

La voz de Tate se le deslizó por la piel provocándole un temblor de aprensión. Aquel hombre había sido su amante. El hombre del que había estado enamorada. El hombre que le había roto el corazón hacía casi dos años.

No se podía creer que fuera él. Tate Chandler era un empresario australiano que había llevado el negocio familiar de relojes de lujo a un nivel nunca conocido hasta entonces y le había dado un gran prestigio internacional. Era un hombre con una presencia imponente fuera cual fuera el lugar en el que se encontraba, tanto si se trataba de su despacho en una de las calles más prestigiosas de Melbourne, su ático de lujo en uno de las zonas más ricas de la ciudad o en los pasillos de aquel hospital. Era un multimillonario cuya poderosa apariencia iba más allá de su increíble atractivo. Todo lo que tocaba se convertía en oro y sus caricias también lo eran. Gemma lo sabía de primera mano.

Tragó el pánico que se le formó en la garganta.

–Hola, Tate.

Los ojos azules de él recorrieron la larga melena rubia que cubría delicadamente los hombros de Gemma. Observó el rubor que teñía las mejillas y, entonces, entornó la mirada.

–Espero que el hecho de que estés aquí sea una mera coincidencia.

–No sé a qué te refieres.

–Mi familia ha inaugurado hoy el nuevo pabellón de pediatría en memoria de mi abuelo. ¿No te habías enterado? Ha salido en todos los medios de comunicación.

–No, no me había enterado –replicó ella. Había estado demasiado ocupada trabajando y tratando de mantener la cabeza fuera del agua–. ¿Significa eso que tu abuelo ha… muerto?

–Hace tres meses.

–Lo siento mucho. Bueno, tengo…

–¿Qué es lo que estás haciendo aquí?

–Estoy con… una persona.

–¿Se trata de un hombre?

–Mmm… sí.

–Por supuesto que se trata de un hombre –se mofó él–. Nada ha cambiado en ese aspecto, ¿verdad?

–Esto no tiene nada que ver contigo, Tate. Adiós.

Hizo ademán de pasar al lado de él, pero Tate le agarró el brazo y la obligó a detenerse.

–¿Sabe ese pobre infeliz que es tan sólo uno de muchos?

–Yo…

–¿Tú qué? ¿Que no te importa? Créeme si te digo que sé eso mejor que nadie.

Aquellas palabras escocieron a Gemma. Se había entregado de buen grado a Tate el día en el que lo conoció en una fiesta celebrada por el arquitecto para el que ella trabajaba. Se había enamorado instantáneamente de Tate.

Después de lo ocurrido con él, sólo podía dar gracias a Dios por no haberle dicho lo que sentía. Por alguna razón, se había reservado aquel secreto y había conseguido mantener su orgullo intacto en parte cuando él le dio la espalda después de llevar un mes de relación. Durante las breves semanas que pasaron juntos, apenas salieron del ático de Tate. El mejor amigo de Tate era el único que conocía su relación.

El recuerdo de todo lo ocurrido le hizo echarse a temblar. Aquel inesperado encuentro resultaba muy injusto, pero, a pesar de todo, no podía decirle a Tate la verdad. No podía. Podría ser que él decidiera…

–Ah, ahí estás, Gemma –dijo una voz femenina a pocos metros de distancia. Gemma contuvo el aliento y se volvió a mirar a la enfermera que salía de la sala de reanimación–. Está bien, cielo –añadió, Deirdre, la enfermera, antes de que ella pudiera preguntar–. Y ya se ha despertado.

–¡Gracias a Dios! –exclamó. Gemma se olvidó de Tate cuando un intenso alivio se apoderó de ella. Era una operación sin importancia, pero, como toda cirugía, no estaba exenta de riesgos.

Deirdre observó a Tate y vio que él tenía agarrada a Gemma por el brazo. Entonces, frunció el ceño. Gemma comprendió que tenía que actuar con rapidez. Se sobrepuso a lo que se sentía y esbozó una sonrisa tranquilizadora. No quería tener que dar explicaciones de nada. Por eso, cuanto antes se alejara de Tate, mejor.

–Ya voy, Deirdre. Muchas gracias.

La enfermera permaneció inmóvil un instante antes de que pareciera que aceptaba que no había ningún problema.

–En ese caso, voy a decirle a Nathan que mamá va a ir a verlo enseguida.

Con eso, la enfermera regresó a la sala de reanimación.

–¿Tienes un hijo?

–Sí –respondió. No podía negarlo.

De repente, la expresión de Tate reflejó una cierta dosis de sospecha.

–¿Y se llama Nathan?

Gemma asintió.

–El nombre de mi abuelo era Nathaniel.

–Es un nombre bastante común –repuso ella mientras se maldecía en silencio por haberse permitido aquella única debilidad.

De repente, él lanzó una maldición. Entonces, soltó el brazo de Gemma y se le adelantó. Ella, como una fiera, se colocó delante de Tate y se interpuso entre la puerta y él.

–Sólo tiene diez meses, Tate –mintió.

–¿Es de Drake?

–¡No!

Tate nunca la había considerado inocente en lo que se refería a lo ocurrido con su amigo. Drake Fulton siempre la había puesto nerviosa dado que se mostraba demasiado amistoso cuando Tate los dejaba a solas juntos, dejando bien claro que la deseaba. Al final, no la había conseguido, pero se había asegurado de que Tate tampoco se quedara con ella.

–Por lo tanto, tu hijo es de otro hombre.

–Sí.

De él.

Rezó para que Tate se diera la vuelta y se marchara. Por el contrario, él la sorprendió y siguió avanzando. Ella lo alcanzó rápidamente. Estaba muy preocupada.

–¿A… adónde vas?

Tate siguió andando en dirección a la sala de reanimación.

–Bueno, me has mentido antes.

–No te mentí. Yo…

Gemma tuvo que esquivar a una joven pareja que andaba por medio del pasillo y luego volvió a alcanzar a Tate.

Él la ignoró y apretó el botón que había en el exterior de la sala de reanimación para abrir las puertas. Gemma entró con él. Deirdre estaba atendiendo a uno de los pacientes. Ella vio cómo examinaba la sala y cómo su mirada reparaba en una cuna que estaba más allá del puesto de enfermeras, apartada del resto de las camas.

En ese momento, prácticamente con un movimiento sincronizado, los dos echaron a andar. Se detuvieron cuando llegaron junto a la cuna, en la que un niño muy pequeño de cabello rubio jugaba con un osito de peluche. Nathan levantó la mirada y Gemma contuvo el aliento.

Tate no podía saberlo. Simplemente no podía…

Entonces, Tate se volvió para mirarla. Tenía el rostro muy pálido, pero parecía querer asesinarla con la mirada.

Ella iba a pagar muy caro por lo que había hecho.

Tate sintió que la respiración se le cortaba en el momento en el que el niño levantó la mirada y le atrapó el corazón para siempre.

Durante un instante, Tate estuvo a punto de desear que el niño no fuera suyo, que pudiera darse la vuelta, salir huyendo y no tener que ver a Gemma nunca más. No quería que ella volviera a formar parte de su vida.

Sin embargo, con una mirada había sido suficiente. Aquel niño era su hijo. Él no iba a irse a ninguna parte.

Justo en aquel momento, el niño vio a su madre. Dejó el osito y le ofreció los brazos mientras empezaba a llorar. Gemma empezó a sollozar y echó a correr hacia la cuna para tomarlo en brazos.

–Calla, cariño. Mamá está aquí –murmuró mientras lo abrazaba cariñosamente para tranquilizarlo.

–¿Qué es lo que le ocurre? –preguntó Tate.

–Han tenido que ponerle una especie de drenaje en los oídos. Tenía una otitis detrás de otra y los antibióticos ya no funcionaban. Sin el drenaje, podría sufrir perdida de audición y eso podría afectarle al lenguaje y al desarrollo en general.

A pesar de que parecía ser algo muy serio, Tate sintió que la tensión desaparecía. Dio gracias a Dios porque no fuera nada grave.

Entonces, recordó las mentiras de Gemma y la tensión volvió a adueñarse de él.

–¿No se te ocurrió decírmelo? –le espetó en voz baja, consciente del resto de personas que había en la sala.

–¿Y por qué iba a hacerlo?

–Porque este niño es mío, maldita sea.

Gemma abrazó con fuerza a su hijo.

–No. No es tuyo.

–No me mientas, Gemma. Tiene mis ojos.

El miedo se apoderó de ella.

–No. Tiene el cabello rubio como yo. Se parece a mí. No se parece a ti en absoluto. Y, además, sólo tiene diez meses.

Efectivamente, Nathan se parecía a ella… a excepción de los ojos.

–Es mío. Y tiene un año. Yo lo sé y tú también.

–Tate, por favor… –susurró ella–. No creo que éste sea el lugar o el momento apropiado para hablar de esto.

–Gemma… –insistió él. Tenía que saberlo. Tenía que estar seguro.

Ella se echó a temblar. Entonces, suspiró profundamente.

–Está bien. Sí, es tuyo.

Al oír aquellas palabras en voz alta, Tate se sintió como si estuviera siendo engullido por una ola. Durante un instante, no pudo respirar. Entonces, miró a su hijo. Quería tomarlo en brazos y sentir el momento, pero, por mucho que lo deseara, se imaginó que había que tomarse con calma la situación.

Gemma parecía estar aterrorizada.

–¿Qué… qué es lo que vas a hacer ahora?

–En primer lugar, haremos una prueba de paternidad.

Ella lo miró asombrada.

–¿Pero no estabas tan seguro de que es hijo tuyo?

–Lo estoy, pero quiero que no quede duda alguna al respecto. Además, no sería la primera vez que me has engañado, ¿verdad?

Tate jamás olvidaría el momento en el que la encontró besando a su mejor amigo. Ni el instante en el que Drake le confesó muy apesadumbrado que ella había estado insinuándosele desde un principio. El incidente había provocado que Tate sintiera deseos de matarlos a ambos. Tenía que admitir que, al menos, Drake había sido lo bastante honorable para no permitir que ella lo sedujera. El hecho de que hubiera podido resistirse a una mujer tan hermosa decía mucho de él como hombre. En el pasillo le había preguntado si el niño era de Drake, pero estaba completamente seguro de que su amigo no se había acostado con ella. Drake sería incapaz de hacer algo así. Él siempre mantenía su palabra.

Al contrario de Gemma.

–Yo he admitido que él es tu hijo, Tate. No hay necesidad alguna de una prueba de paternidad.

–Me temo que tu palabra no es suficiente –le espetó él–. Ya hablaremos de todo más tarde.

Ella se irguió.

–No. Tendrá que esperar. Me voy a llevar a Nathan a casa en cuanto el médico le dé el alta.

–Nos vamos a ir a mi casa.

–No hay necesidad de eso –dijo ella, mirándolo con temor.

–¿No?

Gemma tragó saliva.

–Ya se encuentra bastante desorientado por estar aquí. Quiero llevarlo tan pronto como sea posible a un ambiente más familiar. Necesita el consuelo de sentirse en su propia casa en estos momentos.

Tate cedió tan sólo por el bien de su hijo.

–En ese caso, yo iré a pasar la noche a tu casa, pero mañana nos marcharemos a mi casa.

–¿Qué has dicho?

–No te preocupes. Yo dormiré en el sofá. Tenemos que hablar y no pienso perder a mi hijo de vista.

–¿No podemos dejarlo hasta mañana? Ahora es tan sólo mediodía. Estoy segura de que querrás regresar a tu despacho para poder trabajar.

–No.

No iba a decir nada más. Ya se había perdido el primer año de vida de su hijo y no se iba a perder ni un minuto más. El hecho de que Gemma hubiera tenido un hijo suyo sin decírselo era imperdonable. ¿Y si algo había ido mal con la operación? ¿Y si no se hubiera enterado de que su hijo existía? ¿Y si Nathan lo había necesitado antes? Tate sintió que un dolor muy extraño le oprimía el pecho.

Justo en aquel instante, la enfermera apareció a su lado.

–¿No te dije que tu niño estaría perfectamente? –le dijo a Gemma en tono de broma.

Ella asintió.

–Gracias, Deirdre. Has sido maravillosa.

–De nada –replicó la enfermera–. Mira, acaba de llegar el doctor, por lo que deberías poder llevarte a tu hijo en breve.

El médico apareció al lado de Deirdre y observó a Tate. Entonces, miró al niño y volvió de nuevo a mirar a Tate.

–Entonces, usted es el padre –dijo, sin cuestionar sus palabras.

Gemma emitió un sonido que podría haberse confundido con un sollozo. Tate, por su parte, sintió que el orgullo paterno le henchía el pecho. El médico había deducido el parentesco con tan sólo mirarlos. Padre e hijo.

Tate se aclaró la garganta.

–Sí. Soy el padre de Nathan.

El médico aceptó sus palabras y luego centró su atención en el niño.

Tate envió a Gemma una mirada que lo decía todo. Ya no había vuelta atrás.

Capítulo Dos

–Mantén la vista al frente y sigue caminando en dirección a la limusina.

Tate le había colocado el brazo alrededor de la cintura como si estuviera protegiéndola del hombre que había en el aparcamiento. Lo más probable era que estuviera protegiendo a su hijo. Gemma decidió que esto era lo más posible mientras trataba de ignorar el tacto protector del hombre que caminaba a su lado mientras llevaba a Nathan en brazos.

–¿Quién es?

–Un fotógrafo. Estaba aquí durante el homenaje a mi abuelo. No estoy seguro de por qué sigue aquí. Seguramente será tan sólo mala suerte que se esté marchando al mismo tiempo que nosotros.

La puerta abierta del coche los esperaba. El instinto los empujó a meterse en la parte trasera del vehículo. Entonces, el chófer rodeó el coche y ocupó su lugar tras el volante. En ese momento, Tate apretó el botón que accionaba la pantalla que separaba la parte posterior de la delantera de la limusina.

–Vamos directamente a casa, Clive, pero con calma.

La pantalla se subió automáticamente.

–Yo quiero irme a mi casa, Tate.

–¿Y dejar que los medios tengan fácil acceso a Nathan y a ti?

–Sólo había un fotógrafo, Tate, y es imposible que sepa nada –dijo ella–. Antes dijiste que me llevarías a mi casa y que harías que alguien recogiera mi coche. Estoy segura de que deseas volver a tu despacho. Puedes venir esta noche para que podamos hablar –añadió. Ella misma necesitaba tiempo para tranquilizarse.

–Y entonces, cuando yo regrese, descubriré que Nathan y tú habéis desaparecido.

–¿Y adónde podríamos ir?

–Para empezar, a casa de tus padres.

–Me encontrarías enseguida.

En realidad, ella no iría nunca a la casa de sus padres. Ni siquiera podría hacerlo. Sus padres la habían apartado por completo de sus rancias y virtuosas vidas, pero eso era algo que no le podía decir a Tate. Aparte de que le dolía demasiado, no le daría ese poder sobre ella.

No tenía más parientes a los que pudiera recurrir. Como sus padres habían empezado una nueva vida en Australia muchos años atrás, abandonando Inglaterra inmediatamente después de su matrimonio, los pocos parientes que pudiera tener estaban muy lejos.

Tate tomó su teléfono móvil y comenzó a hablar con una tal Peggy, quien, por las órdenes que le estaba dando, era su ama de llaves.

Como se había dado cuenta de que no podía cambiar nada, Gemma dejó de prestar atención a lo que él decía. Aún estaba temblando por todo lo ocurrido aquel día, y en su vida en general, durante los últimos dos años. No se arrepentía de haber tenido a Nathan, pero su vida había cambiado de un modo increíble desde el momento en el que conoció a Tate.

Para que Tate no se enterara de que iba a tener un hijo suyo, decidió abandonar su trabajo en el estudio de arquitectura y cambiar su piso en el centro de la ciudad por un apartamento en una zona más tranquila. Como ir y venir al centro de la ciudad habría resultado imposible cuando tuviera a Nathan, había aceptado un trabajo más cerca de su casa.

Lo había hecho lo mejor posible y lo había hecho bien, pero no le había resultado fácil contenerse para no ir a buscar a Tate y pedirle que él les apartara de todo aquello. Había tenido miedo de que él se limitara a apartar a Nathan. Tate ya la había echado a patadas de su vida en una ocasión. No le cabía la menor duda de que si creía que estaba haciendo lo correcto, volvería a darle la patada y se quedaría con su hijo.

No obstante, todo aquel sufrimiento se podría haber evitado si Tate la hubiera creído dieciocho meses atrás. Él había dado una fiesta para celebrar el cumpleaños de su amigo y le había pedido que hiciera el papel de anfitriona. Ella se había sentido tan emocionada… Aquella misma noche, más tarde, le había escrito una nota a Tate en la que le decía que se reuniera en su despacho con ella para darle un beso. Le había pedido a un camarero que se la entregara.

El despacho había estado a oscuras cuando él entró. Gemma se había abalanzado sobre él, pero… desgraciadamente aquel hombre no era Tate. El verdadero Tate había abierto la puerta segundos más tarde y la había sorprendido besando apasionadamente a su amigo Drake. Parecía que Drake la había seguido al interior del despacho, pero era ella la que parecía culpable.

Pensar en aquella noche hacía que ella se pusiera enferma, por lo que lo apartó todo del pensamiento. Un rato después, la limusina se detuvo frente a un muro. Un guardia de seguridad abrió dos grandes puertas que dejaron al descubierto una hermosa mansión.

–Esto no es tu apartamento –dijo Gemma.

–Ahora es mi casa.

–¿Estabas pensando en casarte? –preguntó ella, sin poder contener un escalofrío. Aquella casa era enorme incluso para una familia.

–Algún día.

–¿Significa eso que hay alguien especial en tu vida?

–Sólo mi hijo.

Después de que se bajaran del coche, todo ocurrió muy rápido. Ella insistió en llevar a Nathan mientras entraban en la casa. Normalmente, era un niño muy alegre, pero tenía los ojos abiertos de par en par. Gemma sentía que estaba muy confuso por todo lo ocurrido aquel día. No era el único.

Tate la presentó rápidamente al ama de llaves, quien les dedicó a ambos una sonrisa.

–Es precioso, señor Chandler.

El rostro de Tate se suavizó mientras observaba a su hijo.

–Así es, Peggy –comentó. Entonces, miró a Gemma y sus ojos se endurecieron–. ¿Está lista la suite que hay al lado de la mía? –añadió, mirando de nuevo a Peggy.

–Por supuesto. Señor Chandler –dijo la mujer, con una cierta inseguridad–… estaba pensando que… Bueno, tengo una cuna que pueden utilizar temporalmente. Es una cuna barata, pero Clive y yo la tenemos en nuestras habitaciones para cuando cuidamos de los nietos. Él podría ponerla en la suite… es decir, hasta que usted compre una. Nosotros ahora no la vamos a necesitar.

Tate asintió.

–Buena idea, Peggy. Gracias por haber pensado en ello.

Peggy sonrió encantada.

–De nada. Haré que Clive se ponga enseguida con ello.

Tate agarró a Gemma por el codo y la empujó hacia la escalera.

–Estupendo. Luego iré a hablar contigo sobre las demás cosas que necesitamos.

Gemma pensó aliviada que era lógico que Tate quisiera que ella durmiera en una suite separada. No había querido nada con ella desde el momento en el que la vio con Drake. Nada había cambiado.

Mientras abría la puerta del dormitorio, indicó otra puerta más adelante del pasillo. Afortunadamente, la distancia era considerable.

Aquella suite era más grande que su apartamento. El enorme dormitorio tenía una cama enorme, un salón y un lujoso cuarto de baño. Era todo lo que se podía esperar de una suite en aquella casa, pero, aunque el dormitorio sí era adecuado para un niño que empezaba a andar, el salón decididamente no lo era.

–Creo que podría necesitar apartar algunas cosas. Y ese sofá sería mejor taparlo –dijo ella. Parecía estar hecho de terciopelo, por lo que no resultaba muy adecuado para las manitas sucias de un niño.

–Los muebles no me importan –replicó Tate–, pero no quiero que el niño se haga daño. Haz lo que tengas que hacer. Me aseguraré de que Peggy se ocupe de que el resto de la casa sea segura para un niño tan pronto como le sea posible –comentó mientras dejaba la bolsa que ella había llevado al hospital sobre una de las sillas–. ¿Necesita que le calienten algo?

–No. Esto está bien –respondió ella. Tenía un zumo en la bolsa–. Seguramente se echará una siesta.

Dejó al niño sobre una alfombra, acompañado de su osito y luego fue a cerrar la puerta del salón para que él no pudiera entrar. Aún no andaba del todo, pero gateaba muy bien y al menos allí ella podía vigilarlo sin complicaciones.

–Clive te subirá la cuna. Yo volveré enseguida. Peggy necesitará una listado de todo lo que Nathan necesite. Encargaremos una cuna y otras cosas mañana. Quiero que las traigan tan pronto como sea posible.

–Yo tengo todo lo que él necesita en casa.

–Mi intención es que mi hijo tenga lo mejor –replicó él rezumando arrogancia.

–Y lo tiene. Me tiene a mí.

–Por supuesto. Y ahora, tú no tienes necesidad de preocuparte por nada más.

–¿Qué quieres decir?

–Que nos vamos a casar.

–¿A… a casar? –susurró ella débilmente–. Entonces, ¿no vas a intentar quitarme a Nathan?

–No. Por supuesto, si no te casas conmigo, pediré la custodia compartida. Un niño debería poder disfrutar de su padre y de su madre.

–¿Aunque no nos amemos?

–Sí.

–¿Aunque me consideres una mentirosa?

–Sí.

–Eso no será un matrimonio, Tate. Será una pesadilla, no sólo para nosotros sino también para Nathan.

Él tensó la boca.

–Si quieres a tu hijo, harás que funcione.

–Eso es injusto.

–¿Sí?

–Tal vez la custodia compartida –comentó ella, sabiendo que ya había perdido la batalla. Tate siempre ganaba.

–No.

–Escúchame. Yo…

En aquel momento, el niño balbuceó algo. Cuando ella lo miró, vio que Nathan se había puesto de pie al lado de la cama y se había agarrado al edredón con una encantadora sonrisa con la que parecía estar diciéndole lo listo que era. El corazón de Gemma se llenó de amor.

Entonces, miró a Tate. En sus ojos, había una expresión de anhelo de doce meces por un hijo al que nunca había conocido.

–Tate, yo…

–No digas nada, Gemma –replicó secamente–. No digas ni una palabra más.

Con eso, se dio la vuelta y se marchó de la habitación.

Tate estaba de pie junto a la ventana del salón, con un nudo en el centro del pecho. Aún se sentía en estado de shock por los acontecimientos ocurridos aquel día. Comprendió que había una razón para que se hubiera encontrado con Gemma aquel día. Su hijo tenía una madre, pero también necesitaba a su padre. Tate jamás se había sentido más seguro de nada en toda su vida.

Dios… ¿cómo había sido capaz Gemma de mantener a Nathan alejado de él? ¿Cómo había sido capaz de hacerle creer, aunque brevemente, que había tenido un hijo con otro hombre? Se había sentido físicamente enfermo en el pasillo de aquel hospital. Recordarla con otro hombre, pensar que había tenido un hijo con otro hombre, le había impedido respirar.

Sólo había habido dos veces más en su vida cuando se había sentido tan destrozado. Una había sido cuando sorprendió a Gemma besando a Drake y la otra cuando tenía doce años y su madre dejó a su padre por otro hombre.

Supuestamente, Darlene Chandler se había marchado de viaje para visitar a una prima enferma, pero Tate había oído cómo su padre hablaba con ella por teléfono. Tate jamás habría pensado que escucharía a su alto y fuerte padre suplicarle a su esposa que regresara con él. Nada había funcionado y Jonathan Chandler pareció encogerse, como si hubiera perdido una parte de su ser. Ni siquiera Bree, la hermana pequeña de Tate, que era la favorita de su padre y demasiado joven para darse cuenta de lo que ocurría, había podido llegar a él.

Una semana más tarde, su madre regresó.

Después de aquel incidente, Tate siempre se había sentido muy protector hacia su padre. Amaba a su madre y, de algún modo, el matrimonio de sus padres había sido mejor que antes, pero Tate no podía olvidar cómo el hecho de amar a una mujer podía desgarrar a un hombre. Estaba decidido a no permitir que eso le ocurriera nunca a él.

Y mucho menos con Gemma.

Entre ellos, sólo había habido sexo. Nada más. Tate jamás había deseado a una mujer como la había deseado a ella. Desde el momento en el que la vio, la había necesitado con un ímpetu que lo había atravesado por completo. Se había pasado todo un mes tratando de aliviar ese dolor. No se podía decir que ella se hubiera marchado a vivir con él a su ático, pero se habían pasado mucho tiempo allí, por lo que prácticamente era como si lo hubieran hecho.

Los recuerdos volvieron sin que pudiera impedirlo. Era el cumpleaños de Drake y Tate le había pedido a Gemma que fuera la anfitriona de la fiesta. No era de extrañar que ella hubiera accedido con tanto entusiasmo. Él había pensado que era porque por fin ella podía conocer a sus amigos. En realidad, era porque había planeado seducir a Drake.

Dios, había sido tan estúpido… Ella lo había utilizado dos años atrás y le había hecho pensar que era la clase de mujer en la que él podía confiar. ¿Cómo podía seguir deseando a una mujer como ella? Por supuesto, era muy hermosa, incluso con aquellas líneas de agotamiento que tenía bajo los ojos y un cansancio en los hombros que no se podía fingir. Sin embargo, ella no conseguiría compasión alguna por su parte. En aquella ocasión, iba un paso por delante.

Se había visto engañado por su encanto. No dejaría que eso volviera a ocurrir.

Después de que Clive llevara la cuna y de que Peggy le subiera una bandeja con un plato de bocadillos, café y dos tazas, Gemma les dio las gracias y acostó a Nathan. Sola por fin en el salón, se sirvió una taza de café y se sentó en el sofá. Hasta entonces no se había dado cuenta de la sequedad que tenía en la garganta. Dejó los bocadillos intactos. En aquellos momentos, no era capaz de comer nada.

Mientras se calentaba las manos con la taza, resultaba difícil creer cómo las cosas se habían escapado a su control en tan sólo unas pocas horas. Dios, ¿por qué había tenido que empezar una relación con Tate Chandler en primer lugar? ¿Por qué no se podía haber enamorado de un hombre más sencillo? Rico o pobre, lucharía por tener a su hijo. Por supuesto, eso la dejaba a ella sin opción alguna.

Justo entonces, oyó que alguien llamaba a la puerta. Se apresuró en responder, sabiendo que Tate llamaba con suavidad pensando en Nathan.

Lo primero que hizo Tate al entrar en la suite, fue mirar a su hijo dormido en la cuna. Entonces, la miró a ella.

–¿Todo bien?

–Sí. ¿Te apetece un café?

Sin esperar a que él respondiera, lo condujo hasta el salón y cerró cuidadosamente la puerta que lo conectaba con el dormitorio. Inmediatamente, se dio cuenta de que Tate estaba a sus espaldas, mirándola y siguiéndola, observándola mientras servía el café.

Le entregó la taza y le indicó que se sentara.

Tate no se sentó. Se tomó el café de un trago y fue a la ventana para mirar al exterior.

–Por cierto, no vas a tener tu coche.

Gemma había estado a punto de dejar la taza en la mesa, pero la mano se le detuvo a medio camino.

–¿Qué quieres decir?

Tate se dio la vuelta lentamente.

–Ni siquiera pudieron arrancarlo y mucho menos sacarlo del aparcamiento del hospital. Le he dicho a Clive que se deshaga de él.

Gemma estuvo a punto de dejar caer la taza al suelo.

–¿Qué has dicho? –exclamó, aunque sin levantar demasiado la voz para no despertar a su hijo–. No tenías derecho alguno a hacer eso.

–No voy a permitir que lleves a mi hijo en esa cosa.

Gemma ignoró el hecho de que a él no le importaba que ella también fuera en el vehículo.

–Mi coche sólo tiene cinco años. Admito que, en ocasiones, puede ser algo temperamental al arrancar, pero aparte de eso, funciona bien –dijo. Había sido una buena compra y ella tenía que tener mucho cuidado con el dinero–. De todos modos, necesito ese coche para ir a trabajar.

–¿Tú trabajas? –le preguntó él con arrogancia.

–Sí, así es como nosotros los mortales pagamos nuestras facturas –le espetó ella con sarcasmo.

–Si me hubieras dicho lo de Nathan desde el principio, no habrías tenido que preocuparte de las facturas.

–Y, entonces, tendría más problemas, ¿verdad?

–Ya los tienes.

–Maldito seas, Tate.

–¿Por qué no me dijiste lo de Nathan? –replicó él, después de un tenso silencio.

–Tenía mis razones.

–Tú sola tomaste la decisión de mantener a mi hijo apartado de mí. Espero que esas razones fueran lo suficientemente buenas.

Gemma no le habría permitido bajo ninguna circunstancia que él viera lo dolida que aún estaba por todo lo ocurrido entre ellos o dejar que él lo utilizara en su contra.

–Tú ya pensabas lo peor de mí. No tenía nada que perder ocultándotelo.

Tate entornó la mirada.

–Entonces, ¿no querías compartirlo conmigo?

No se había tratado de eso. Habría estado encantada compartiéndolo con él, pero no estaba convencida de que Tate quisiera compartir al niño con ella.

–Al menos, sólo tenía que agradarme a mí misma –dijo, como si no le importara.

Él tensó la boca.

–El niño nos necesitaba a los dos, Gemma. Aún nos necesita.

–Nos ha ido muy bien sin ti.

La ira se reflejó en los ojos de él.

–¿De verdad?

Gemma se preguntó si de algún modo él sabía lo mucho que le había costado poner comida sobre la mesa, no para su hijo sino para sí misma. Sin embargo, ¿cómo podía saberlo?

–Tate, piénsalo. Si nos casamos, ¿de verdad quieres que tu hijo viva en un ambiente tan estresante? Porque estoy segura de que eso será lo que pasará. Tú lo sabes igual que yo.

–Pues en estos momentos no parece demasiado estresado –replicó él indicando la puerta que separaba el salón del dormitorio.

–Seguramente será la anestesia. Tal vez aún no se le haya pasado. Mira, no tengo duda alguna de que le dedicarás todas tus atenciones mientras él sea una novedad para ti, al principio, pero eso no puede durar. Ser padre es mucho más que reclamar a un hijo como propio.

–¿Y me lo dices tú cuando ni siquiera me has dado una oportunidad?

–Bueno, te deshiciste de mí tan rápidamente como si fuera una patata caliente –replicó ella.

–No se puede comparar las dos cosas –dijo él–. Y, en realidad, yo diría más bien que fue al revés. Yo diría que eres la persona que se consideraría menos apropiada de los dos para tener un hijo.

Eso le dolió.

–Soy una buena madre.

–Y yo seré un buen padre.

–¿Quién cuida de Nathan cuando tú estás trabajando? –añadió él.

–Va a la guardería. Y es una muy buena –dijo ella a la defensiva–. Si no lo fuera, no le dejaría allí.

–¿Y en qué trabajas? Me encontré con tu jefe hace mucho tiempo y me dijo que te habías marchado.

–Trabajo para una empresa de paquetería. En el departamento de envíos.

–Has bajado unos peldaños, ¿no?

–No hay nada de malo en trabajar allí. Todos trabajamos muy duro.

–No estaba denigrando el negocio de la paquetería.

–Es cierto. Sólo me estabas denigrando a mí –replicó ella.

Tate la miró de un modo que le dijo claramente que había acertado.

–Cuando seas mi esposa, no tendrás que trabajar.

–No voy a dejarles en la estacada…

–No creo que lo hayas pensado lo suficiente, Gemma. Hay mucha gente buscando trabajo y algunos de ellos tal vez no les sentara bien que la esposa de un hombre rico aceptara un trabajo que otra persona necesita. ¿Te sentirías cómoda con eso?

Ella lo miró con amargura. ¿Por qué aquel día nada le salía como ella quería? Tate tenía razón. Si seguía trabajando allí, se podría producir perfectamente la situación que él acababa de describir. Además, dado que ya no tenía coche, no podría aparecer en la limusina de Tate todos los días.

–¿No preferirías quedarte en casa con Nathan? –le preguntó él más tranquilamente.

–Es cierto que echo de menos estar más tiempo con él…

–Pues ya está. Problema resuelto.

–Para ti todo es blanco o negro, ¿verdad? No hay grises. Ni espacio para el error.

–Las cosas son lo que son. Por el momento, tómate tiempo libre para estar en casa con Nathan y ya nos preocuparemos por el futuro más adelante. Él necesita a su madre y, por lo que parece, a ti te vendría bien un largo descanso. Al menos, sé que no te quedaste embarazada deliberadamente –dijo él sorprendiéndola con aquel cumplido.

–Tal vez pinché uno de los preservativos –replicó ella sin poder contenerse.

–¿Lo hiciste?

–Por supuesto que no. ¿Por qué iba a hacerlo?

–A mí me parece muy claro. Tenías mucho que ganar.

Gemma se sintió ofendida por aquel comentario.

–Creo que no te he pedido nada. De hecho, no quiero nada tuyo. Nada en absoluto.

Tate la miró con una expresión burlona en el rostro.

–¿Sabes una cosa? Te miro y me pregunto cómo pude haber sido tan necio. Por supuesto –añadió, mirándola de arriba abajo–, tienes un cuerpo estupendo y puedes encandilar a un hombre hasta volverlo loco, pero eso ya lo sabes, ¿verdad? No necesitas que te recuerde lo rápidamente que te llevé a mi cama… y lo rápidamente que tú me lo permitiste.

Enseguida, Gemma comprendió que estaba luchando por algo más que por su hijo. No estaba segura de qué se trataba. Tal vez el derecho a ser juzgada justa y honestamente.

–Tate, a pesar de lo que haya ocurrido entre nosotros en el pasado, no me arrepiento de haber tenido a Nathan –dijo en tono desafiante–. Así que, si quieres hacerme daño, házmelo a mí.

Una cierta admiración se reflejó en los ojos de Tate, pero desapareció cuando alguien llamó repentinamente a la puerta. Él mismo fue a abrir.

–Señor Chandler –dijo el ama de llaves–, tiene una llamada. Es de su padre. Dice que es urgente.

Tate pareció tensarse. Se volvió a Gemma y asintió. Entonces, salió al pasillo y cerró la puerta. Gemma se dejó caer sobre el sofá, aliviada de que se hubiera marchado. Necesitaba estar a solas. Necesitaba no pensar. Dios, había sido un día tan largo…

Tate regresó demasiado pronto. Aquella vez, no se molestó en llamar. Su rostro parecía estar tallado en piedra.

–¿Qué ocurre?

–El hospital anunció hace unas pocas semanas que mi familia iba a recibir un premio por el apoyo que hemos demostrado al hospital, en especial al ala de pediatría, en los últimos años.

–Me alegro mucho –comentó ella.

Sin embargo, Tate no parecía estar muy contento.

–Una publicación acaba de llamar a mi padre. Querían saber cómo se siente al ser abuelo… Saben lo de Nathan.

–¿Qué?

–Maldita sea, Gemma. Querían saber por qué le di la espalda a mi hijo.

–¡No!

–¿Y qué otra cosa podrían pensar? –preguntó, mirándolo con sospecha–. ¿Le hablaste a esa enfermera sobre nosotros antes de que nos marcháramos del hospital? Me parece extraño que un fotógrafo esperara tanto tiempo después de que terminara la ceremonia.

–¡Yo no dije nada a nadie! –exclamó ella–. ¿Y por qué iba a hacerlo?

–Sabías que no abandonaría a mi hijo. Tal vez pensaste que podrías poner al público de tu lado para que todo el mundo piense que soy un pésimo padre. Así, si les dices lo mala persona que soy, podrías ganar en el futuro una posible batalla por la custodia.

–¡No! –repitió ella, escandalizada de que él pudiera pensar que era capaz de algo así. Jamás le haría algo parecido a Nathan. Cuando creciera, quería que él respetara a su padre a pesar de lo que ella personalmente sintiera por Tate–. Yo jamás utilizaría a mi hijo de ese modo.

Tate la miró fijamente a los ojos.

–Me alegra oírte decir eso sobre nuestro hijo –dijo él–. Debe de haber sido alguien del hospital.

¿Tate la creía? Gemma quiso llorar de alivio. Se obligó a pensar.

–No creo que haya sido Deirdre. Es demasiado profesional. Y el doctor no pareció reconocerte. Había muchas otras personas en la sala de reanimación. Cualquiera de ellas podría haber sumado dos y dos –dijo. Entonces, recordó que la cuna había estado bastante alejada del resto de los pacientes–. Tal vez nuestro lenguaje corporal pudo haber sido suficiente.

–Cierto. Maldita sea. Si una de las revistas lo sabe, puedes estar segura de que el resto lo sabrá también. Mi abuela se llevará un gran disgusto si el hospital decide no conceder ese premio. Mi abuelo y ella trabajaron mucho para apoyarlos y mis padres siguieron con la tradición.

–¿Crees que serían capaces de hacer algo así?

–Mi familia recibe un premio de esas características, pero parece que ni siquiera sabemos cuidar a un niño de nuestra familia –replicó él–. ¿A ti qué te parece?

Tate tenía razón.

–Maldita sea, el momento no había podido ser peor…

Gemma levantó la barbilla.

–Siento que te parezca que nuestro hijo es un inconveniente.

–No me refería a eso y lo sabes –dijo él mesándose el cabello. Por primera vez, pareció realmente disgustado.

Era una visión tan poco frecuente que Gemma sintió una inesperada compasión hacia él.

–Tal vez podrías apelar a la buena voluntad del comité –comentó, aunque sabía que era una tontería.

–¿Acaso crees que eso funcionaría? No. Por mucho que odie ceder ante ellos, tendré que hacer una declaración reconociendo a Nathan como hijo mío y declarando que nos casaremos tan pronto como sea posible.

–Pero si nos íbamos a casar por el bien de Nathan de todos modos –señaló ella.

–Sí, pero ahora vamos a tener que hacer una representación más convincente. No quiero que el escándalo persiga a mi hijo toda la vida.

–¿A qué te refieres exactamente?

–Diremos que tuvimos un malentendido que ya ha sido subsanado y tendremos que demostrarles lo enamorados que estamos. Estoy seguro de que a ti no te costará nada representar tu papel. Ya lo hiciste una vez, ¿recuerdas? Me engañaste completamente. Estoy seguro de que podrás volver a hacerlo de nuevo.

Volvían a lo mismo.

Gemma levantó la cabeza con dignidad. Ya había tenido más que suficiente.

–Te ruego que te marches.

Evidentemente, nadie le había dicho algo así antes. Se le tensó un músculo en la mandíbula. Con eso, se dio la vuelta y agarró el pomo de la puerta.

–Mis padres estarán aquí dentro de una hora. Quieren conocer a su nieto.

Se fue.

Había dicho que sus padres querían conocer a su nieto. No a ella.

Gemma se quedó allí, sintiéndose insignificante y pequeña, una don nadie que no representaba nada en las vidas de la familia de la que estaba a punto de formar parte.

Bienvenida al mundo de los Chandler.

Capítulo Tres

Diez días después, Tate estaba sobre la alfombra roja de la finca que su familia tenía al norte de Melbourne. Observó que una figura descendía por la espectacular escalera para dirigirse al antiguo salón de baile. Oyó cómo los invitados contenían el aliento y demostraban así su apreciación por lo que veían, lo que provocó que se sintiera muy orgulloso. Gemma estaba bellísima y muy elegante con un vestido de novia blanco, con escote palabra de honor. Si hubiera estado enamorado de ella, se le habría hecho un nudo en la garganta en aquel instante. En las circunstancias adecuadas, se habría sentido feliz por tenerla como su esposa.

Efectivamente, aquella mujer sabía muy bien cómo efectuar una entrada espectacular, incluso en su propia boda. Vio como ella agarraba ligeramente la barandilla. Tal vez no se sentía tan segura de sí misma como parecía. Con Gemma, nada era siempre como aparentaba.

Los padres de ella estaban en ultramar y había dicho que no tenía más parientes por lo que el padre de Tate se había ofrecido a acompañarla al altar. Ella le había dado las gracias y los había sorprendido a todos rechazando la oferta. No había habido manera de convencerla.

A pesar de todo, la boda se iba a celebrar aquel día. Sólo la familia más cercana de Tate sabía que no estaban enamorados, pero el resto de los invitados tenían que convencerse de que sí lo estaban. Tate no quería que su hijo creciera viciado por los rumores de que su padre no lo había querido. Aquella boda era por él. Si Gemma defraudaba a Tate, estaría también defraudando a Nathan. Sabía que había mucho en juego en la imagen que dieran aquel día, de ahí su espectacular entrada.

Cuando llegó al pie de las escaleras, se detuvo un segundo para tomar fuerzas con un gesto encantador y comenzó a dirigirse hacia el altar.

El corazón de Tate latía a toda velocidad mientras ella se dirigía hacia él sin dejar de mirarlo. Entonces, cuando había recorrido gran parte del camino, miró hacia la primera fila y vio a Nathan, monísimo con un minúsculo esmoquin entre los brazos de su abuela.

Sin previo aviso, se desvió un instante para darle un beso a su hijo y provocó un murmullo de aprobación. Las cámaras inmortalizaron el instante. Tate se preguntó inmediatamente si aquel gesto había sido sólo para ganarse los corazones de los presentes. Si ésa había sido su intención, lo había conseguido.

Ella regresó a la alfombra roja y siguió con su camino. Entonces, se miraron a los ojos. Tate sintió el nerviosismo que la atenazaba y, sin poder contenerse, extendió la mano. Después de un breve instante de duda, ella levantó la mano. Cuando Tate la atrapó, se la llevó a los labios y la besó. Gemma no era la única que podía disimular gestos de cariño.

La ceremonia comenzó. Tate se concentró en eso, pensando que debían resultar convincentes en su representación. Pareció que los votos matrimoniales los decía otra persona y que era otra pareja la que intercambiaba las alianzas. Tate no se iba a dejar llevar por los sentimientos.

Muy pronto, llegó el momento de besar a la novia y fue entonces cuando Tate sintió que algo se desmoronaba en su interior. Había echado de menos besarla.

Consiguió mirarla profundamente a los ojos, consciente de que todo el mundo pensaría que aquella mirada significaba amor. Sólo Gemma comprendería lo que él le estaba diciendo en realidad.

«Bésame como si significara algo».

Él bajó la cabeza y acercó los labios a los de ella. Estaban fríos. Mejor. Quería frialdad entre ellos. Aquel espectáculo no tenía nada que ver con la pasión. Sólo tenía que ver con sellar los votos que acababan de compartir.

Entonces, los labios de Gemma temblaron ligeramente y, sin previo aviso, la boca de Tate adquirió vida propia. Ella separó los labios y su sabor inundó la boca de él.

Un fuerte ruido los separó, aunque a ambos les costó separarse. Sintió la misma sorpresa que vio reflejada en los ojos de Gemma antes de volverse para ver que Nathan había dejado caer su coche de juguete contra el suelo.

–Creo que tu hijo quiere que le prestes atención ahora a él –comentó una invitada. Todo el mundo se echó a reír.

La ceremonia se dio por terminada.

–A mí me parece lo mismo –afirmó Tate, aliviado de ignorar cómo la suavidad de los labios de Gemma se había apoderado de los de él. ¿Para realizar una representación?

No lo creía. Tampoco se alegraba de la parte que él había representado en aquel beso ni el modo en el que lo había afectado. Había pensado que era inmune a Gemma, pero acababa de descubrir que no lo era y lo fácilmente que podía volver a sucumbir ante sus encantos. Tendría que asegurarse de que no la besaba demasiado frecuentemente. Aquel día era la excepción.

–Es mejor que te acostumbres a las interrupciones –le dijo un tío acercándose a él acompañado de su esposa–. Mira, Gemma ya se está sonrojando.

Tate vio como, efectivamente, el rubor cubría ya las mejillas de Gemma.

–Mi cándida esposa… –bromeó él para que los ojos brillaran mientras entrelazaba un brazo con el de ella.

El fotógrafo oficial tomó un par de instantáneas. Después, los demás también se acercaron a darles la enhorabuena y, afortunadamente, Gemma y él se separaron unos instantes. Francamente, a él le sorprendía que hubieran acudido tantos invitados con tan poco tiempo, pero, por otro lado, a todo el mundo le gustaba tener algo de qué hablar.

En el extenso jardín se había instalado una carpa bajo la que se cobijaban mesas, sillas e incluso una pista de baile. Habían decidido que no sería un banquete de bodas formal, sino simplemente una ceremonia seguida de un bufé.

La madre de Tate se acercó a él, pero ya sin su nieto.

–¿Dónde está Nathan? –le preguntó.

–Bree está presumiendo de él.

Tate sonrió y vio como su hermana hacía que Nathan aplaudiera para algunos invitados.

–Ha sido una ceremonia preciosa, cariño.

–Sí –dijo él mirándola de nuevo–. Muy convincente.

–Me habría gustado mucho que los padres de Gemma hubieran podido estar presentes. Habría sido muy agradable que su padre la hubiera acompañado al altar.

–Ella insistió mucho en que no quería interrumpir el crucero que están realizando sus padres por el Mediterráneo.

–Hmm –comentó su madre–. Ahí hay algo raro…

Tate estaba completamente de acuerdo con el comentario de su madre, pero tenía demasiado en mente como para preocuparse sobre algo que no le interesaba.

–Eso es lo que Gemma quería, por lo que lo hemos respetado. No es asunto nuestro.

Darlene suspiró.

–¡Qué pena que Drake tampoco haya podido venir!

–Sí –mintió él.

No había llamado a su mejor amigo hasta hacía unos días. Había tenido la intención de decirle que era mejor que él no acudiera a la boda, pero antes de que pudiera expresarse, Drake le había deseado lo mejor y le había dicho que no podía acudir. Tate sabía que era el modo en el que Drake estaba demostrándole que era un buen amigo, pero a pesar de todo había sido un alivio.

–Dijiste que está en Japón –añadió su madre mientras que Gemma se unía a ellos.

–Drake está cerrando unas negociaciones muy importantes –dijo. Sintió que Gemma se quedaba helada.

Tate quería cambiar de tema. Inmediatamente.

–No obstante, es tu mejor amigo. Debería haber estado aquí.

Tate esbozó una sonrisa para su esposa y volvió a entrelazar el brazo con el de ella. Deseó que su madre guardara silencio.

–Todo está precioso, ¿no te parece, Gemma? Durante un instante, pareció que ella ni siquiera podría esbozar una sonrisa. Al final, aunque débilmente, lo consiguió.

–Sí. Has hecho un trabajo estupendo, Darlene.

Darlene sonrió afectuosamente a su nuera.

–Gracias. Quería que fuera un día especial para los dos.

En ese caso, había sido una pena que hubiera mencionado a Drake. A pesar de todo, Tate se sentía muy sorprendido de lo bien que habían encajado Gemma y su madre. Aunque las dos mujeres no lo sabían, tenían mucho en común. Las dos habían traicionado a los hombres de sus vidas. Tal vez por eso su madre sentía debilidad por Gemma. Y tal vez ésta lo presentía.

En aquel momento, Bree se acercó a ellos con Nathan en brazos. Afortunadamente. Tate no quería pensar en lo que había ocurrido entre Gemma y Drake. En aquellos momentos, ella era su esposa. No habría oportunidad para que, en el futuro, aquellos dos volvieran a reunirse. Él se aseguraría de ello.

Gemma fue a tomar a su hijo en brazos.

–Deja que lo cargue yo ahora –le dijo a Bree.

Fingió no haber oído como Darlene y Tate hablaban de Drake. Al menos ya sabía por qué Drake no había asistido a la boda. Menos mal. No había querido verlo en la ceremonia de su boda, pero no se había atrevido a hablar de él para que Tate no pensara que estaba interesada. Porque no lo estaba. En absoluto.

Su cuñada dio un paso atrás.

–No, no. Nathan está bien. Además, no quiero que te manches ese precioso vestido.

–No importa, Bree.

–No. Insisto. Además, Tate y tú tenéis que hablar con los invitados –dijo, como si quisiera recordarle el porqué se estaba celebrando aquella boda–. Estoy encantada cuidando a mi sobrino –añadió. Con eso, se marchó con Nathan en brazos.

Bajo otras circunstancias, Gemma habría ido tras Bree y le habría quitado al niño. Sin embargo, lo dejó pasar. Sabía que Bree realmente apreciaba al niño y que su cuñada tenía sólo problemas con ella, no con Nathan. Cuando ella se lo había comentado a Tate, él le había dicho que su familia no la culpaba de nada, pero Gemma sentía que todos, a excepción de Darlene, se sentían molestos por el hecho de que les hubiera ocultado la existencia de Nathan. Darlene era la única que mostraba algo de compasión hacia ella y había tenido que pagar un precio por ello. Gemma había notado cierta tensión en el aire. Incluso Tate mostraba cierta reserva hacia su madre, aunque no comprendía por qué.

En aquel momento, dos señoras de cierta edad se acercaron a ellos.

–Ha sido una ceremonia preciosa –comentó una.

–Y un gesto adorable que te detuvieras para besar a tu hijo camino del altar –dijo la otra.

–Sí. Ha sido una inspiración –replicó Tate, dejando muy claro para Gemma lo que en realidad quería decir. Darlene también pareció percatarse, pero no dijo nada.

–Gracias –dijo Gemma–. Quería que Nathan también formara parte.

–Pues lo has hecho muy bien, querida.

–Es estupendo que ya tenga a sus padres juntos, ¿no os parece? –observó la otra señora.

Antes de que Gemma pudiera hablar, Darlene intervino y los alejó de ellas.

–Hay alguien allí a quien quiero que conozcáis los dos.

–Yo no besé a Nathan como parte del espectáculo –le espetó Gemma a Tate en voz baja–, a pesar de lo que tú, evidentemente, puedas pensar.

–¿De verdad? Con eso hiciste mucho más de lo que era tu obligación.

–No era una obligación.

–Eso es lo que dices tú.

–Muérete, Tate –dijo, sin poder contenerse.

Él pareció divertido.

–Te gustaría mucho, ¿verdad?

–¿Casada y viuda de ti en el mismo día? Me parece estupendo.

–No te mostrarás tan irónica cuando estemos los dos solos más tarde.

–¿Cómo… cómo has dicho?

–Nada –murmuró él–. No he dicho nada.

Le daba la sensación de que, como ella, Tate había hablado sin pensar. Había sido la clase de comentario que solían hacer cuando eran amantes. No lo habían hablado, pero sabía que Tate no se permitiría volver a desearla. El beso de boda había sido un gesto para la galería que no volvería a repetirse.

Se les acercaron más invitados. Gemma trató de comportarse relajadamente, pero se alegró cuando Tate se excusó para hablar con su abuela y su padre que estaban al otro lado de la sala. Bree se les acercó y, cariñosamente, Tate tomó a su hijo de los brazos de su hermana. El corazón de Gemma se detuvo durante un instante. Llevaba diez días observando a Nathan con Tate y no tenía duda alguna de que amaba a su hijo. Nathan también se había acostumbrado a su padre. Aquellas cuatro generaciones de Chandler parecían estar muy relajadas y cómodas juntas.

Ella era la intrusa. Probablemente, jamás sería una parte verdadera de aquella familia. Añadido esto al hecho de que sus padres hubieran cortado toda relación con ella, Gemma se sintió como si el mundo entero la hubiera abandonado.

Todo el mundo menos su hijo. Nathan la amaba y la necesitaba como ningún otro. ¡Cómo habría deseado que todo fuera diferente con su propia familia! Por Nathan, incluso había llamado a sus padres para invitarlos a la boda con la esperanza de que la noticia les agradara. Después de no recibir respuesta, llamó al despacho de su padre y allí se enteró de que se habían ido de crucero por el Mediterráneo. Tenía que admitir que se había alegrado de que no pudieran venir. No estaba segura de que hubiera podido mantener las apariencias con ellos presentes. Le habían hecho demasiado daño. Estaba segura de que Tate sería mejor padre para Nathan de lo que los suyos habían sido para ella.

El llanto de su hijo la devolvió al presente. El pequeño estaba abrumado y demasiado cansado. El médico le había dicho que todo iba perfectamente después de la operación, pero Nathan podría estar aún algo molesto.

–Calla, cariño. Mamá está aquí –dijo mientras tomaba a su hijo en brazos–. Es su hora de la siesta –añadió mirando a los demás–. Lo llevaré arriba.

Estaba a punto de marcharse cuando el chófer de Tate apareció a su lado.

–Señor Chandler, los periodistas han llegado. Quieren saber cuándo usted y Gem… la señora Chandler, van a salir a verlos.

Gemma lanzó un gruñido interiormente. Sabía que aquello era parte del trato, pero no en aquellos momentos.

–Diles que irán enseguida, Clive –dijo Jonathan Chandler antes de que Tate pudiera hablar. Entonces, su suegro fue a quitarle el niño de los brazos a Gemma–. Diremos a alguien que se lleve a este niño a la cama mientras Tate y tú hacéis lo que tenéis que hacer.

Gemma apartó inmediatamente al pequeño.

–Lo siento, Jonathan, pero tengo la intención de acostar a mi hijo personalmente.

–Pero los periodistas…

–Pueden esperar –afirmó Gemma. Nathan la necesitaba más que a nadie y a ella también le vendría bien un respiro.

–Gemma tiene razón, papá –dijo Tate, para sorpresa de Gemma–. Las necesidades de Nathan son más importantes. Los periodistas pueden esperar. No se van a marchar, desgraciadamente.

Jonathan miró a su hijo y luego a Gemma. Entonces, asintió.

–Está bien, hijo.

–Yo iré a hablar con ellos mientras Gemma sube con el niño –dijo. Entonces, la miró a ella–. Baja cuando hayas terminado.

Gemma se sintió muy agradecida de poder escapar, pero no estaba segura de que alguna vez tuviera fuerzas para enfrentarse a los periodistas. Ojalá aquel día terminara pronto.

Ya en su suite, le dio a Nathan un biberón y le cambió el pañal.

–Ya estás, cielo –susurró mientras lo metía en la cuna. Los ojos del niño se cerraron en cuanto su cabecita tocó la almohada.

Gemma estuvo observándolo unos minutos con todo el amor de su corazón. Hasta que no se dispuso a salir de la suite, no se dio cuenta de que tenía un dilema. Tate había comprado el intercomunicador más sofisticado que había encontrado en el mercado para que pudiera escuchar a Nathan en cualquier parte de la fiesta, pero ella no estaba dispuesta a dejar a su hijo a solas allí cuando la casa estaba llena de desconocidos.

Ni hablar.

Miró en el pasillo con la esperanza de ver a alguien que pudiera llevarle un mensaje a Tate, pero no había nadie. Incluso utilizó el interfono de la cocina, pero no respondió nadie. Seguramente todos estaban demasiado ocupados y ni siquiera lo oían. No le quedó más remedio que permanecer allí sentada y esperar. Tate terminaría subiendo a buscarla. Estaba segura. La necesitaba para las fotografías.

Unos quince minutos más tarde, alguien llamó a la puerta. Ella se apresuró a abrirla. Era Tate. La ira se le reflejaba en los ojos.

–¿Es esto una especie de protesta?

–No voy a dejar a Nathan aquí solo.

Tate la observó y asintió.

–Iré por Sandy para que suba a cuidar de él.

Sandy era la hija de Peggy y Clive.

Tate regresó diez minutos más tarde. Gemma y él volvieron a bajar la escalera. Ella tenía el brazo entrelazado con el de él como si el gesto fuera lo más natural del mundo.

–Antes has hecho una entrada espectacular.

Gemma no consentiría que él supiera que había estado muerta de miedo.

–Era lo que esperabas, ¿no?

–Sí. Definitivamente era lo que esperaba de ti.

A Gemma no le gustó el modo en el que él pronunció aquellas palabras.

–En realidad, fue tu madre quien me lo sugirió.

–¿De verdad?

Tate no dijo nada más. Gemma no estaba segura de lo que él pensaba sobre lo que ella le había dicho.

Por fin llegaron a la puerta principal. Todo estaba preparado.

–Sólo van a ser un par de fotografías, ¿verdad?

Tate la miró con extrañeza. Entonces, le apretó el brazo.

–Sí, eso es todo. Yo responderé las preguntas, pero si te preguntan algo a ti, haz lo que puedas.

–Está bien.

Tate la estrechó contra su cuerpo.

–¿Estás lista?

Gemma se sorprendió con aquel gesto.

–Sí. Jamás estaré más lista que ahora.

No estuvo segura de cómo lo consiguieron, pero Tate y ella dieron la imagen de una pareja muy enamorada mientras se colocaban delante de la espectacular fuente que había en el jardín frontal de la casa y los periodistas hacían fotografías.

Entonces…

–Un beso para la cámara –sugirió un hombre.

Casi imperceptiblemente, el brazo de Tate se tensó bajo el de ella. Durante un instante, Gemma creyó que él iba a negarse. Ojalá. No quería revivir las sensaciones experimentadas en el último beso.

Entonces, él giró la cabeza hacia ella. La tomó entre sus brazos como si fuera el protagonista de una película.

Luces.

Cámaras.

Acción.

Incluso sabiendo que todo aquello era tan sólo una actuación, Gemma sintió que se le hacía un nudo en la garganta. Se esforzó para que él no pudiera profundizar el beso en aquella ocasión, pero éste se prolongó… Entonces, justo cuando ella empezaba a rendirse, él la soltó.

Los ojos de Tate no revelaban nada, pero Gemma notó que tenía algo de rubor en las mejillas. Este hecho, al menos, le hizo sentirse menos indefensa.

Con la facilidad de alguien que estaba acostumbrado a los flashes, él se dirigió de nuevo a los fotógrafos con una sonrisa en los labios.

–¿Os sirve con eso?

–¡Genial!

–¿Qué tiene la señora Chandler que decir al respecto? –preguntó una periodista.

Gemma trató de recomponerse. Tenía que seguir el juego. Si mostraba lo asustada que estaba de los focos, se la comerían en un santiamén.

Sonrió.

–Decididamente, la práctica conduce a la perfección.

Todos los presentes se echaron a reír mientras las cámaras se disparaban.

–¡Estupenda frase! ¿Y qué…?

Tate levantó la mano.

–Hemos terminado. Mi esposa y yo tenemos una boda de la que ocuparnos… y también una luna de miel.

–¿Y qué hay del premio? ¿Qué le parece?