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Chantaje emocional Carole Mortimer No estaba dispuesta a sucumbir a un chantaje emocional. Georgie seguía enamorada de su exmarido, Jed, pero se había resignado a seguir viviendo sin él porque estaba segura de que jamás podría darle lo que ella quería: amor; y ella nunca podría darle lo que él deseaba: un hijo. Pero Jed Lord siempre conseguía lo que quería. Y, en ese momento, lo único que le preocupaba era recuperar a su esposa... e iba a lograrlo aunque para ello tuviera que chantajearla. Esperanza de un futuro Penny Jordan El país del príncipe Luc D'Urbino estaba inmerso en el caos y solo una boda real podía resolver sus problemas. Años atrás, Carrie Broadbent había compartido una noche de pasión con Luc, pero después él la había rechazado. Por eso se quedó tan sorprendida cuando regresó para pedirle que se casara con él... naturalmente su orgullo le dijo que debía negarse. Pero entonces él amenazó con sacar a la luz un secreto familiar que podía arruinar su reputación. Carrie tenía que aceptar aquella proposición... y quedarse a su lado para siempre. Sería su reina y su amante.
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Seitenzahl: 311
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 79 - junio 2022
© 2003 Carole Mortimer
Chantaje emocional
Título original: Bride by Blackmail
© 2003 Penny Jordan
Esperanza de un futuro
Título original: The Blackmail Marriage
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2010
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1105-754-7
Créditos
Chantaje emocional
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Esperanza de un futuro
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
NO ME habías dicho que tus padres tenían otros huéspedes en casa este fin de semana –comentó Georgie a su novio con curiosidad mientras se acercaban a la casa.
Un pequeño coche deportivo de color rojo delataba la presencia de Sukie, la hermana mayor de Andrew, que rara vez visitaba a sus padres, pero, además, había otro coche aparcado al lado del todoterreno de Gerald Lawson: un precioso Jaguar plateado. El que solo pudiera transportar a dos personas hizo pensar a Georgie que no podrían haber llegado muchos invitados. Se alegró, porque no hacía demasiado que conocía a la familia de su prometido y le parecían suficientes de momento. La componían sir Gerald, lady Annabelle Lawson y Suzanna Lawson, a quien la familia y los amigos llamaban Sukie. Sir Gerald se había retirado de la política al cumplir los cincuenta, y había sido nombrado caballero hacía dos años. Sukie trabajaba como modelo.
–No tenía ni idea –se disculpó Andrew ante el comentario de Georgie–. Puede que sea algún amigo de Sukie –se lamentó.
Las vidas de los dos hermanos no podían ser más opuestas: Andrew era un serio abogado de éxito y Sukie una modelo con una vida y unos amigos bastante bohemios, por lo que no se llevaban demasiado bien.
–Alguien a quien le va bien en la vida, a juzgar por el coche que conduce –dijo Andrew al tiempo que aparcaba su BMV negro al lado del Jaguar.
Georgie se bajó del coche, y la gravilla del aparcamiento hizo ruido bajo sus zapatos planos marrones a juego con un vestido del mismo color que le llegaba por la rodilla. Había escogido aquel atuendo tan serio porque su llegada a la casa coincidía con la hora de la cena. Alta y delgada, Georgie llevaba el pelo de un tono rojizo muy corto y con algunos pelillos que le caían sobre la frente y las sienes para hacer más desenfadado un corte de estilo tan severo. Tenía los ojos verdes y la nariz pequeña y pecosa. Solo se había maquillado sus labios carnosos con un ligero tono melocotón, y la decisión con que levantaba la barbilla delataba, según su abuelo, un carácter bastante testarudo oculto bajo una sonrisa inocente.
Nada más pensar en su abuelo, la sonrisa de Georgie se desvaneció de sus labios y frunció el ceño. El recuerdo de su abuelo era la única sombra en su vida. Por lo demás, le iba todo de maravilla. Estaba prometida con el dulce Andrew, y acababa de publicar su primer libro para niños, que parecía venderse bastante bien. Además, tenía su propio apartamento decorado y amueblado a su gusto.
–¿Estás bien, cariño? –le preguntó Andrew, que ya había sacado el equipaje del maletero y la esperaba a la puerta de la casa.
–Perfectamente –le aseguró Georgie, sacudiéndose de encima la nube que el recuerdo de su abuelo había colocado sobre su cabeza. Sonrió con cariño a Andrew, y se agarró de su brazo.
Andrew tenía veintisiete años y medía uno ochenta de estatura. Tenía un rostro juvenil; su pelo rubio la mayor parte de las veces le caía de forma simpática sobre sus ojos azules. Para mantenerse en forma le bastaba jugar al bádminton un par de veces por semana en el gimnasio que frecuentaba. Era socio júnior de un bufete de abogados, y no debía su éxito a ser el hijo de sir Gerald Lawson, sino a la calidad de su trabajo.
Andrew tenía todas las cualidades que Georgie requería para su futuro marido: era muy educado, considerado, cariñoso y, sobre todo, se alteraba en raras ocasiones. Todo lo contrario a...
–Stop –murmuró para sí, al darse cuenta de que estaba recordando a su exmarido. Ya había tenido bastante con el desagradable recuerdo de su abuelo.
–Sus padres y la señorita Sukie están en el salón –dijo el mayordomo al tiempo que recogía el equipaje que traía Andrew.
–¡Andrew! –le recibió con cariño lady Annabelle cuando entraron en el salón.
La dama se levantó, y fue a abrazar a su hijo. Era menuda y rubia. Muy hermosa aún a pesar de estar en los cincuenta.
Sir Gerald Lawson se levantó también, y besó a Georgie ligeramente en la mejilla antes de estrechar la mano de su hijo calurosamente.
A Georgie le había resultado fácil desde el primer momento llevarse bien con sir Gerald, porque era como Andrew, pero con muchos más años encima. No estaba tan segura de llevarse bien con Annabelle, a pesar de que la dama también se acercó a ella y la besó en la mejilla. Aunque siempre era muy amable con ella, notaba en Annabelle una cierta frialdad, que achacaba al hecho de que Andrew era su único hijo varón y además el pequeño de la familia, por lo tanto quería lo mejor para él. Georgie sabía que debía convencerla de que eso era ella.
–¡Verdad que hace una noche estupenda! –dijo Gerald con entusiasmo mientras servía unas copitas de sherry–. Incluso hace bueno para cenar fuera.
–No seas provinciano, Gerald –le reprochó Annabelle con suavidad–. Además tenemos invitados –le recordó.
Andrew guiñó el ojo con complicidad a Georgie antes de hablar a su madre.
–He visto el coche de Sukie en la puerta. ¿Dónde se esconde?
–¿Otra vez estás pronunciando mi nombre en vano, hermanito? –le preguntó Sukie, que venía del invernadero, situado al lado del salón.
Sukie se parecía mucho a su madre, pero era tan alta como su padre. Era un año mayor que Andrew y sus ojos azules reflejaban la dureza de su carácter. Llevaba puesto un vestido corto de color azul que ponía de relieve la esbeltez de su figura y sobre todo de sus piernas. Georgie no estaba muy segura de cómo le caía a aquel miembro de la familia.
–No tenía ni idea de que te interesaran las flores, Sukie –bromeó Andrew con su hermana mientras ella se acercaba a darle un beso en la mejilla.
–Solo las que me traen de la floristería, querido –le respondió con desdén–. Estaba enseñándole la casa a nuestro invitado.
Georgie dio un respingo cuando el invitado entró en el salón, detrás de Sukie. Se le quedó helada la sonrisa en los labios, y por un momento pensó que había dejado de respirar. Aquello no era solo una nube negra, sino un huracán.
¡Un huracán llamado Jed Lord!
Unos ojos grises impenetrables la miraron desde el otro lado del salón. Georgie notó que se había dado cuenta del impacto que le había causado su repentina aparición, sin embargo él parecía tan tranquilo, lo que le hizo pensar que Jed ya sabía que iba a encontrarla allí aquella noche.
Tendría unos treinta y cinco años y medía más de uno ochenta. Llevaba puesto un traje de buen corte que dejaba bien a la vista que quien lo llevaba poseía una personalidad muy fuerte. Tenía el pelo negro, y la forma escrutadora con que miraban sus ojos grises dejaba traslucir la dureza de su carácter. Sus labios esculpidos esbozaban una sonrisa burlona en aquel momento.
Georgie, que había esperado no volverlo a ver, estaba atónita por lo inesperado de aquel encuentro, y segura de que Jed había estado al tanto.
Por un momento, se preguntó si lo habrían invitado los padres de Andrew pero, al ver cómo lo miraba Sukie, se dio cuenta de que había venido con ella. No le extrañó. Jed siempre había resultado muy atractivo para las mujeres.
–Jed, ven que te presente al resto de la familia –le dijo Gerald, animándolo a que se uniera a ellos–. Jed Lord, te presento a mi hijo Andrew y a su prometida Georgina Jones. Aunque todos la llamamos Georgie –explicó con cariño.
–Andrew –dijo Jed, y se acercó a estrechar la mano del joven.
Georgie se dio cuenta de que estaba conteniendo la respiración cuando lo vio dirigirse a ella. No tenía ni idea de lo que iba a suceder en los próximos minutos. Se preguntó, asustada, si Jed admitiría conocerla, o si se comportaría como si no se conocieran de nada.
–Georgina –la saludó Jed con voz profunda, al acercarse a ella.
Georgie se quedó mirando aquella mano tan masculina, y se preguntó cómo iba a estrecharla si ni siquiera quería tocarla.
–¿O puedo llamarte Georgie? –le preguntó de repente, sin dejar de mirarla fijamente con sus impenetrables ojos grises.
–Por supuesto –respondió Georgina cuando consiguió reaccionar. Se limitó a rozar sus dedos con los de Jed, y sintió un escalofrío que le recorrió toda la columna, y continuó incluso cuando ya había soltado la mano masculina. Aquel ligero roce la había hecho darse cuenta de que todavía no podía soportar estar cerca de aquel hombre.
–La cena está servida –anunció el mayordomo.
–Gracias Bancroft –le dijo sir Gerald con jovialidad–. ¿Vamos al comedor? –sugirió a sus invitados.
Georgie pensó que no sería capaz de probar bocado sentada a la misma mesa que Jed Lord, pero sabía que no le quedaba más remedio que hacerlo. Se preguntó con curiosidad qué razones tendría Jed para no haber declarado que la conocía. Porque estaba segura de que tales razones existían. Sabía que no hacía nada a la ligera.
–¿Puedo? –le dijo Gerald, ofreciéndose a escoltarla hasta la mesa.
–Gracias –respondió, feliz de que no fuera Jed el que la acompañara.
Andrew acompañó a su madre, y Sukie se apresuró a colgarse del brazo de Jed Lord.
Mientras se dirigían al comedor, Georgie sintió la mirada de Jed quemándole la espalda. Aquella enigmática mirada que podía dejarla congelada con su frialdad, o abrasada por el deseo.
Georgie había estado deseando pasar aquel fin de semana con los Lawson en su casa de campo, pero la presencia de Jed lo había convertido en una pesadilla de la que no sabía si lograría despertar.
Para empeorar las cosas, Jed se sentó frente a ella en la mesa oval aunque, tal vez prefiriera eso a que se hubiera sentado a su lado. No pudo evitar pensar que lo mejor habría sido que no estuviera allí.
Lo miró con disimulo mientras les servían el primer plato. No había cambiado mucho desde hacía un año, última vez en que lo había visto. Tal vez tenía alguna arruga más en los ojos o alrededor de la boca y el pelo algo más canoso en las sienes, lo que le hacía aún más atractivo.
–¿No te gusta el salmón, Georgie? –le preguntó Jed con suavidad–. No estás comiendo nada.
Georgie se puso muy roja al notar que era el centro de atención de todos. Le bastó una mirada a Jed para darse cuenta, por su cara de satisfacción, de que era lo que había querido hacer y lo había conseguido. Estaba disfrutando mucho a su costa.
–La verdad, señor Lord, es que me encanta el salmón –le dijo con la mejor de sus sonrisas fingidas, y se puso a comer.
–Por favor, llámame Jed –le pidió él con sequedad.
–Es un nombre poco común –comentó Annabelle.
–La verdad es que sí –corroboró Georgie–. Debe de ser el diminutivo de algo... –afirmó mirando retadora a Jed.
La mirada de Jed se endureció y su boca se torció en una mueca.
–De Jeremiah –se limitó a decir.
–¡Dios mío! –exclamó Georgie riendo–. No me extraña que prefieras Jed.
–Georgie, estás siendo poco amable con nuestro invitado –le recriminó Annabelle Lawson.
–La verdad, Annabelle –dijo Jed, dirigiendo una sonrisa forzada a su anfitriona–, es que estoy totalmente de acuerdo con Georgie.
–No quería incomodarte –le dijo ella, aunque estaba segura de que a Jed no se le pasaría por alto su tono burlón–. Se trataba de un simple comentario sobre los nombres que algunos padres les ponen a sus hijos sin pensar, tal vez, que son para toda la vida.
–El tuyo es uno de ellos, por ejemplo –le dijo Jed con suavidad.
–Tienes razón –no tuvo más remedio que decir Georgie. No había olvidado que Jed siempre tenía que decir la última palabra–. Me lo pusieron por mi abuelo.
Jed levantó las cejas.
–¿Tienes un abuelo llamado Georgina?
–Yo...
Georgina trató de replicar, pero se lo impidió la risa de Sukie, que estaba sentada al lado de Jed. La joven parecía no poder parar de reír, a pesar de lo poco gracioso que le parecía a Georgie el comentario.
–Creo que te lo has buscado, cariño –le dijo Andrew, apretando la mano de su prometida con ternura.
Georgie pensó que podía tener razón, pero seguía sin encontrarle la gracia al comentario.
De repente, se dio cuenta de que Jed no dejaba de mirar con el ceño fruncido la mano que Andrew tenía puesta sobre la suya.
–La esmeralda de tu anillo de prometida es del mismo color de tus ojos –comentó Jed, de repente.
Georgie pensó que era el mismo comentario que había hecho Andrew el día en que habían elegido el anillo. Pero estaba segura de que en el de Jed no había ni un ápice de romanticismo. Aunque nadie más se diera cuenta, ella detectaba un tono acusador.
–¿Cuándo es la boda? –preguntó Jed, mirando a Georgie.
–En Semana Santa.
–Todavía falta mucho tiempo –comentó con un tono enigmático.
Georgie lo miró con dureza, y se preguntó qué habría querido decir con aquello exactamente. A pesar de que la expresión de su rostro permanecía impasible, Georgie sabía que había querido decir algo. Jed era hombre de pocas palabras, pero cuando hablaba no lo hacía en vano.
–Estamos deseando que llegue Semana Santa –dijo Andrew, apretando la mano de Georgie–. ¿Estás casado, Jed? –le preguntó con interés.
Georgie se dio cuenta, de repente, de que estaba aguantando la respiración mientras aguardaba la respuesta de Jed.
–Ya no –dijo con la boca apretada–. Hace poco que entré en las estadísticas de los hombres divorciados –dijo con sentido del humor.
–¡Qué lástima! –intervino Annabelle.
Jed sonrió a la dama.
–Gracias por tu apoyo, Annabelle, pero no creo que mi exesposa piense lo mismo. Fue ella quien pidió el divorcio –añadió con cierta amargura.
–¡Qué mujer tan idiota! –comentó Sukie con voz ronca mientras miraba a Jed de manera invitadora con los ojos entornados.
–No, en absoluto –dijo Jed, y tomó un sorbo del vino blanco que acompañaba al salmón–. Las razones para el divorcio fueron las habituales... ¡mi esposa me comprendía! –dijo con sorna.
–¿No debería ser que no te comprendía? –preguntó Annabelle, atónita, y nada contenta con el tema de conversación que había surgido en la cena.
–No, Annabelle, te aseguro que me he expresado correctamente –replicó Jed.
Sukie se echó a reír.
–¿Es que eras un chico muy malo? –le preguntó divertida.
Jed se encogió de hombros.
–Eso debió de pensar mi mujer. De lo contrario, no se habría divorciado de mí.
–Come un poco más de salmón, Jed –lo animó Annabelle–. Tengo entendido que has pasado una temporada en Norteamérica recientemente. Cuéntanos algo.
Georgie se dio cuenta de que Annabelle daba por terminada la conversación del divorcio. Georgie se alegró mucho, porque estaba segura de que si Jed hubiera vuelto a referirse de nuevo a la esposa que se había divorciado de él porque lo comprendía no habría podido evitar levantarse de la mesa y golpearlo, porque hasta tan solo hacía seis meses, ¡ella había sido su esposa!
ESTUVISTE muy callada durante toda la cena, cariño. ¿Te encuentras bien? –le preguntó Andrew una vez que el grupo se había trasladado ya al salón para tomar el café y los licores.
Georgie se acercó más a su novio en el sofá donde estaban sentados, y trató por todos los medios de no mirar hacia donde estaban Jed y Sukie conversando en voz baja.
–Me encuentro bien –respondió Georgie–. Solo me duele un poco la cabeza. Estoy segura de que lo único que necesito es dormir bien esta noche –añadió, aunque con Jed en la misma casa no estaba segura de poder conseguirlo.
–¿Qué opinas de Jed Lord? –le preguntó Andrew, de repente.
Georgie pensó que si le decía a su novio lo que de verdad pensaba de Jed Lord, se quedaría muy sorprendido. Sin embargo había llegado a la conclusión de que después de aquella noche tendría que hablarle de él en un futuro próximo.
Durante sus cinco meses de noviazgo, Georgie había estado evitando decirle a Andrew que, aunque solo tenía veintitrés años, ya se había divorciado una vez. Se preguntó cuáles serían las razones que había tenido Jed para no delatarla en la mesa.
–¿Opinar de él? ¿En qué sentido? –preguntó a Andrew alegremente.
–En todos los sentidos. Sukie parece encontrarlo fascinante... y a mi hermana mayor no se la impresiona con facilidad.
Georgie pensó que Sukie no lo conocía igual que ella, y que por eso le impresionaba su tremendo atractivo y la seguridad en sí mismo que mostraba. Lo mismo le había pasado a ella una vez.
Georgie evitó dar una respuesta directa a la pregunta de Andrew.
–Si no le pareciera fascinante, no creo que lo hubiera traído aquí este fin de semana.
–No, Lord no ha venido con Sukie. Mi padre me ha dicho que es un conocido suyo del mundo de los negocios –le confió Andrew.
Georgie miró a Jed con el ceño fruncido, y recordó que Gerald Lawson había regresado a sus antiguos negocios tras retirarse de la política. Pero, que ella supiera, dichos negocios no incluían hoteles, que era a lo que se dedicaba la familia de Jed.
–¿Ah, sí? Pues entonces se ve que Sukie trabaja deprisa –comentó Georgie, al ver la manera en que coqueteaba con Jed.
–Está perdiendo el tiempo con un hombre como Jed –comentó Andrew.
Georgie lo miró con curiosidad.
–¿Qué es lo que quieres decir?
–Tengo entendido que ese hombre acaba de salir de una relación sentimental desastrosa, así que no creo que esté dispuesto a embarcarse en otra. Además, no es muy difícil ver que mi hermana es una mujer conflictiva que le puede traer muchos problemas.
–Pues a mí no me da la impresión de que sea un hombre que huya de los problemas –afirmó Georgie, que sabía muy bien que no lo era–. Además –se volvió hacia él con una sonrisa pícara, decidida a terminar lo antes posible aquella conversación sobre Jed–, ¿cuándo te has convertido en un experto en hombres con experiencia?
Andrew sonrió.
–Tengo veintisiete años, Georgie, no siete.
Aquello era lo que le gustaba a Georgie de Andrew. Se sentía libre para decir lo que pensaba en cada momento porque era muy difícil que su prometido se enfadara por un comentario que le hiciera. Era una persona con la que se convivía fácilmente, y se sentía muy relajada en su compañía. Algo que no había conseguido nunca con Jed.
Frunció el ceño al recordar lo que había sentido cuando Jed había rozado sus dedos al ser presentados. Tras seis meses de divorcio, creía haberse desligado emocionalmente de él por completo, pero aquel día se había dado cuenta, muy a su pesar, de que no era así.
–Solo bromeaba, Georgie –afirmó Andrew–. Nunca he fingido ser un inocente, pero, la verdad, es que tampoco me considero un hombre con experiencia en asuntos amorosos. He estado demasiado ocupado labrándome un futuro para tener tiempo de otras cosas.
–No te importa que la boda sea en Semana Santa, ¿verdad? –le preguntó Georgie, que había sido quien había tomado la decisión de esperar.
Quería estar segura de no volver a cometer otro error en su vida. Aunque confiaba casi por completo en que Andrew nunca le fallaría. Además, no quería volver a casarse en Navidades como había hecho con Jed. Todavía se ponía mala al pensar en lo joven, inocente y confiada que había sido entonces. Una verdadera idiota.
–Será bonito celebrar la boda en Semana Santa –le dijo Andrew, mientras la abrazaba.
–Espero que no os moleste la interrupción, tortolitos –oyeron decir, de repente, a una voz familiar.
Georgie se puso muy rígida al oír la voz de Jed. De repente, se dio cuenta de que él y Sukie estaban al lado del sofá en que se encontraba sentada con Andrew. Sukie parecía tan contrariada como ella por estar allí, así que Georgie dedujo que había sido idea de Jed desplazarse hasta donde ellos estaban.
Lo miró desafiante, y no consiguió entender por qué parecía mirarla tan contrariado después de referirse a ellos como «tortolitos». No era problema suyo a quién dedicara ella sus gestos cariñosos. Además, Andrew era su prometido, el hombre con el que iba a casarse.
–No os preocupéis –respondió con suavidad, y se levantó del sofá. No quería dar ninguna ventaja a Jed.
Andrew se levantó también, y la mantuvo sujeta ligeramente por la cintura.
–Mi padre me ha dicho que tu familia y tú os dedicáis a los hoteles –dijo Andrew con educado interés.
–Sí –respondió Jed bruscamente, sin dejar de mirar a Georgie.
Georgie sabía que a Jed nunca le había preocupado lo que pensaran los demás, pero estaba sintiéndose cada vez más incómoda porque no dejaba de mirarla. Si seguía comportándose así, alguien de la familia Lawson, seguramente la perspicaz Sukie, acabaría dándose cuenta de que se conocían de antes.
–Debe de ser un negocio muy interesante –apuntó Georgie, advirtiendo con los ojos a Jed que dejara de mirarla de aquel modo.
–Puede serlo –respondió con frialdad.
Georgie pensó que aquello era como tratar de sacar sangre de una piedra o como tratar de encontrarle corazón a esa piedra...
–Me han dicho que eres escritora, Georgie –dijo Jed con suavidad.
–Sí –le confirmó ella con desconfianza.
–¿Encontraré alguno de tus libros en las librerías?
–No lo creo, a no ser que estés buscando libros para niños –le respondió Georgie.
Se preguntó adónde exactamente les estaría llevando aquella conversación. Si es que iba a algún sitio.
Estaba segura de que Jed ya sabía que el libro que había publicado era para niños, lo que no entendía era cómo lo había averiguado, porque en los últimos meses de su matrimonio solo se habían comunicado a través de sus abogados, y Georgie había evitado ver a amigos comunes.
–Me temo que no es una literatura que me interese personalmente. De todos modos es un trabajo bastante extraño –añadió con suavidad.
–¿Qué es lo que tiene de extraño? –preguntó Georgie a la defensiva.
Jed se encogió de hombros.
–Tal vez piense así, porque nunca había conocido a un escritor hasta ahora.
Georgie pensó que no era eso lo que había querido decir, pero solo ellos dos lo sabían.
–Yo estoy muy orgulloso de Georgie –dijo Andrew, apretándola contra sí con una sonrisa.
–¿Y tú, Georgie? ¿Estás orgullosa de tus logros?
–Por supuesto –respondió ella, muy rígida.
–¿Es algo que siempre habías querido hacer?
–¿Te apetece tomar otro brandy, Jed? –sugirió Sukie, que no estaba nada contenta de que la conversación se hubiera centrado en Georgie.
–No, gracias –dijo Jed, sin ni siquiera mirar a Sukie–. ¿Siempre habías deseado ser escritora, Georgie?
Georgie lo miró con los ojos entornados. No entendía a qué venía aquella pregunta cuando sabía perfectamente que hasta que se divorciaron su única ambición había sido ejercer como su esposa.
–Siempre había sabido que quería ser algo, y he tenido la suerte de encontrar una profesión que no solo me gusta, sino que además, por lo menos un editor piensa que se me da bien.
–¿Qué te parece tener una futura esposa trabajadora, Andrew? –preguntó con cierta sorna mirando al joven.
–Me parece muy bien –le respondió Andrew, asombrado por la pregunta–. La mayor parte de las mujeres de hoy en día trabajan para ser algo más que esposas.
–¿Ah, sí? –preguntó Jed.
–Por supuesto que sí, Jed –intervino Sukie con suavidad, enlazando su brazo con el de él–. Tal vez fuera esa manera tuya de pensar la que hizo fracasar tu matrimonio –añadió en broma.
Jed siguió mirando a Georgie unos minutos, y después se volvió hacia Sukie.
–Tal vez se tratara de eso. Aunque según mi mujer fueron pocas las cosas que hice bien.
–Exmujer –se oyó corregir Georgie, y notó que enrojecía.
–Tienes razón –le dijo Jed con una sonrisa burlona.
–¿Piensas quedarte todo el fin de semana? –le preguntó Georgie para cambiar de tema–. Es una zona preciosa, y estoy segura de que a Sukie le encantará enseñártela –dijo, y recibió una sonrisa de agradecimiento por parte de su futura cuñada.
–Desde luego es una zona preciosa, pero por desgracia me tengo que marchar mañana por la mañana.
Georgie tuvo que hacer un esfuerzo por ocultar su alegría ante lo que acababa de oír.
–¡Qué lástima! –exclamó solo por educación.
–¿Te lo parece? –le preguntó Jed con la misma falsedad y una sonrisa sardónica.
Georgie respiró profundamente. Sabía que si seguían comportándose así suscitarían las sospechas de todos. Aquella batalla verbal tenía que terminar de inmediato.
–Cariño, ¿qué te parece si presentamos nuestras excusas a tus padres y nos retiramos? –dijo, dirigiéndose a Andrew–. Creo que los dos hemos tenido una semana muy dura y necesitamos descansar.
–Espero que nos disculpes, Jed –le pidió Andrew con educación–. Ha sido un placer conocerte –le dijo, estrechándole la mano. Después, sujetó firmemente a Georgie por la cintura, y se encaminaron hacia donde sus padres se encontraban charlando.
–¿Que es un gran placer haberlo conocido? –murmuró Georgie cuando se alejaban.
Andrew le apretó la cintura, ligeramente.
–Ya te lo explicaré más tarde.
Tras haber presentado sus excusas a los padres de Andrew se dirigieron a la puerta. Georgie notó en todo momento la mirada de Jed clavada en su espalda. Pensó que no se sentiría relajada hasta que no salieran del salón, o mejor aún hasta que Jed Lord no abandonara la casa de los Lawson.
Una vez en el pasillo, Georgie se dio cuenta de que conseguía respirar con más facilidad.
–No te lo has pasado bien esta noche, ¿verdad? –le preguntó Andrew una vez en el pasillo.
–¿Por qué crees eso? –inquirió preocupada porque todo el mundo se hubiera dado cuenta al final de que había habido algo entre ella y Jed. No le extrañaría. Después de todo, no habían conversado como dos personas que acababan de ser presentadas.
Andrew se echó a reír.
–Sé perfectamente que no es fácil tratar con mi familia, como para encima haber tenido que soportar también a Jed Lord.
Georgie frunció el ceño.
–Hace unos minutos pensaba que ese hombre te caía bien.
Andrew sonrió.
–Esa era la impresión que quería dar.
Georgie estaba tan acostumbrada a la transparencia de Andrew, que le extrañó aquella actitud.
–Pero, ¿por qué?
Andrew se lo explicó mientras subían las escaleras.
–Mi padre posee un terreno que interesa al grupo L&J para construir otro de sus hoteles. Has oído hablar de esa empresa, ¿verdad?
–Todo el mundo ha oído hablar de ellos –respondió Georgie.
–Bueno, pues mi padre está tratando de conseguir que le paguen una buena suma de dinero por ese terreno.
–Me alegro por él –dijo Georgie con excesiva vehemencia. Andrew se quedó mirándola sorprendido–. Aunque lo acabo de conocer, me parece que el señor Jeremiah Lord está acostumbrado a salirse siempre con la suya.
Andrew asintió.
–Da esa impresión, ¿verdad? Lo cierto es que al tratarlo uno casi puede sentir lástima por su pobre exmujer.
Georgie volvió a mirarlo con el ceño fruncido.
–¿Solo casi...?
–Bueno, ya te he dicho que no es mi tipo, pero me da la impresión, sobre todo al ver cómo se comporta Sukie con él, de que debe de resultarle bastante atractivo a las mujeres.
–A mí no me resulta nada atractivo –afirmó Georgie con vehemencia.
–Lo sé, cariño. La verdad es que habría resultado más políticamente correcto, sobre todo por el buen resultado de los negocios de mi padre, que no hubieras mostrado con tanta claridad cuánto te desagradaba ese hombre.
Georgie se quedó boquiabierta ante la acusación.
–No puedo comportarme de otro modo distinto a mi manera de ser. Actuar de forma agradable con un hombre que me cae mal...
–No te lo tomes tan en serio –le dijo Andrew que comprendió que había ido demasiado lejos–. Te quiero tal y como eres.
Georgie lo miró insegura en la penumbra del pasillo.
–Yo también te quiero, Andrew –afirmó sin mucho convencimiento.
–Eso es lo único que importa, ¿no te parece? –murmuró Andrew antes de besarla.
Al principio, se sintió un poco rígida recordando la falsedad con que se había comportado Andrew respecto a Jed, y cómo la había criticado a ella también por su manera de actuar, pero a medida en que Andrew la seguía besando, fue relajándose, y le correspondió con una pasión que casi bordeaba la desesperación. Lo último que deseaba en aquel momento era dudar de los sentimientos que Andrew y ella tenían el uno por el otro.
–¡Vaya! –murmuró Andrew unos minutos después, cuando dejaron de besarse–. Tal vez no deberíamos esperar hasta Semana Santa para casarnos.
Georgie se quedó pensativa. Por un lado quería casarse de inmediato con Andrew, pero por otro no conseguía olvidar el extraño comportamiento de su prometido hacia Jed, aunque solo hubiera sido para que salieran bien los negocios de su padre.
También sabía que el hecho de haber vuelto a ver a Jed le había producido todas aquellas dudas sobre esperar o no a Semana Santa para casarse con Andrew.
–Si te lleva tanto tiempo pensarlo...
Georgie frunció el ceño. Le había parecido que Andrew se había enfadado.
–Solo estaba bromeando, Georgie –le aseguró al ver lo consternada que parecía la joven–. Me parece bien que nos casemos en Semana Santa. Por cierto, deberíamos empezar con los preparativos. Mi madre dice que lleva meses organizar una boda.
Georgie pensó que al estar divorciada, la boda no debería ser de tanto boato.
Tenía que hablar con él, pero no en aquel momento. Cuando terminara el fin de semana se sentarían juntos, y hablarían de su futuro y del tipo de boda que celebrarían. Tendría que decirle que no pensaba invitar a nadie de su propia familia.
Andrew sabía que sus padres habían muerto y que la había criado su abuelo, pero no habían hablado demasiado sobre ello. Georgie pensó que Andrew aceptaría sus deseos, pero no estaba tan segura de que Annabelle Lawson hiciera lo mismo, sobre todo si se enteraba de quién era su abuelo.
–Si estás seguro de que puedes esperar, todavía tenemos mucho tiempo para los preparativos –afirmó Georgie.
Andrew la miró preocupado.
–Espero que toda la conversación que hemos tenido hoy sobre el tema del divorcio no te haya quitado las ganas de casarte –le preguntó.
–En absoluto –dijo Georgie con firmeza–. Tú no tienes nada que ver con Jed Lord. No me extraña que su mujer quisiera marcharse de su lado.
Andrew la miró preocupado.
–No te cae nada bien, ¿verdad?
–No –aseguró Georgie. Para ella Jed era el tipo de hombre al que solo se podía odiar o querer, y ella tenía muy claro el sentimiento que la inspiraba.
–Bueno, con un poco de suerte no tendrás que volver a verlo –dijo Andrew–. No creo que mi padre tarde en darle una respuesta respecto a la venta de ese terreno.
Georgie lo miró preocupada.
–¿Va todo bien? Con tu padre, quiero decir –preguntó, tratando de encontrar una respuesta al extraño comportamiento que Andrew había tenido aquella noche respecto a Jed.
–Por supuesto –aseguró Andrew–. Bueno, ya es hora de que nos vayamos a la cama, señorita. Yo, por lo menos, estoy agotado –dijo, y lo corroboró con un bostezo involuntario–. Hasta mañana.
–Hasta mañana –se despidió Georgie con una sonrisa.
–No hace falta que nos levantemos muy temprano, ¿vale? –dijo Andrew con cansancio.
–Todo lo tarde que tú quieras –le aseguró Georgie, que se quedó pensando que con un poco de suerte, Jed ya se habría marchado para cuando se levantaran.
LAWSON no tiene ni idea de que has estado casada conmigo, ¿verdad?
Georgie se quedó petrificada al salir del baño que tenía en la habitación, y ver a Jed tumbado en su cama.
Sintió que una oleada de rabia se apoderaba de ella. No entendía cómo podía haberse atrevido a entrar en su dormitorio. Aunque, en realidad, debería recordar que Jed estaba acostumbrado a comportarse siempre como le venía en gana.
Georgie dio unos pasos dentro de la habitación, aliviada de haberse puesto el camisón y la bata tras ducharse.
–Sal de aquí –le dijo con frialdad.
Jed se movió.
–¿Cuándo vas a hablarle a Lawson sobre mí? Espero que antes de la boda –le dijo con tono burlón.
–No creo que sea asunto tuyo –le respondió Georgie con frialdad.
–¿Ah, no?
–No, y creo haberte dicho que te marcharas.
–Creo habértelo oído decir –afirmó Jed sin moverse aún–. ¿Estás esperando a Lawson?
Georgie se dio cuenta de la intensidad con que estaba mirándola, como si pudiera ver su cuerpo a través de la ropa de noche. Sintió que le invadía una oleada de calor.
–Vuelvo a decirte que no creo que sea asunto tuyo.
Jan se sentó en la cama.
–A lo mejor tú no lo crees, pero yo sí.
Georgie abrió mucho los ojos.
–Eres...
–Estás muy guapa, Georgie –le dijo mirándola lentamente de arriba abajo–. Pero que muy guapa –volvió a decir con admiración.
Para cuando aquella mirada acariciadora regresó a su rostro, Georgie lo tenía ya tan rojo como sus cabellos.
Se preguntó cómo conseguiría aquel hombre excitarla tanto solo mirándola. Sentía la piel ardiente bajo el camisón, los pezones rígidos y un calor intenso entre los muslos.
–Pues tú estás horrible –le dijo claramente.
No era verdad. Tenía alguna arruga más en los ojos y alrededor de la boca; alguna cana más en las sienes, pero estaba muy atractivo, tan atractivo como siempre.
–Veo que sigues siendo tan sincera como de costumbre, al menos en lo que se refiere a mí.
Georgie sintió que aludía de nuevo a su falta de sinceridad para con Andrew.
–Y tú ya veo que sigues tan dogmático como siempre –le respondió–. ¿Qué es lo que quieres, Jed?
Jed movió la cabeza lentamente.
–No estoy seguro de que quieras oírlo –murmuró con suavidad.
–¿Cómo? –preguntó Georgie sobresaltada, y dio un paso atrás al verlo levantarse de la cama.
–Veo que no tienes tanta seguridad en ti misma como quieres hacerme creer –le dijo, mirándola intensamente, satisfecho de verla asustada.
–Hasta un zorro sabe cuándo tener miedo de un perro de caza.
–¿Miedo tú? –le dijo enfadado–. Me has demostrado en más de una ocasión que me odiabas, pero no que me temieras.
–Tal vez sea cautela entonces –se corrigió Georgie con cansancio–. Jed, es tarde, y yo...
–Has hablado de miedo –insistió con testarudez.
Georgie pensó que, tal vez, fuera esa la palabra más adecuada. Hacía cinco años, cuando solo era una chica inexperta de dieciocho, había sentido miedo de la intensidad de los sentimientos que experimentaba hacia aquel hombre. A veces lo amaba tanto que no podía ni respirar. Al convertirse en su mujer, aquellos sentimientos se habían intensificado, hasta el punto de haberse fundido totalmente con él y haber perdido su personalidad.
–Pues tal vez sea así –reconoció Georgie–. Pero, como ya te he dicho, es tarde, estoy cansada, y tal vez no haya empleado la palabra adecuada –suspiró profundamente–. Me llevé una tremenda sorpresa al encontrarte aquí esta tarde. Si hubiera sabido que ibas a estar aquí...