COLTRAIN - Diana Palmer - E-Book
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COLTRAIN E-Book

Diana Palmer

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Beschreibung

Eran duros y fuertes... y los hombres más guapos y dulces de Texas. Diana Palmer nos presenta a estos cowboys de leyenda que cautivarán tu corazón. Louise Blakely y Jebediah Coltrain eran enemigos desde el día en que se conocieron; pero bajo esa enemistad se escondía una poderosa atracción. El padre de Louise había tenido una aventura con la prometida de Coltrain y eso había provocado un escándalo en el pueblo. Ahora, para acallar los rumores que circulaban de que Coltrain estaba manteniendo una relación con una mujer casada, Louise aceptó fingir un compromiso con él. Aunque, tarde o temprano, ambos tendrían que hacer frente a sus verdaderos sentimientos...

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 1995 Diana Palmer. Todos los derechos reservados.

COLTRAIN, Nº 1463 - septiembre 2012

Título original: Coltrain’s Proposal

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicada en español en 2004

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0837-9

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

La pierna del chiquillo no dejaba de sangrar. La doctora Louise Blakely sabía exactamente lo que tenía que hacer, pero no era fácil conseguir aplicar la presión adecuada sobre la herida para evitar que la arteria cortada siguiera vaciándose sobre el césped.

—¡Me duele! —gimoteó el niño.

—Lo sé, pero tenemos que conseguir que pare de sangrar —le respondió ella, esbozando una sonrisa tranquilizadora—. Vamos, sé fuerte. Si te portas bien tu mamá te comprará una chocolatina cuando te hayamos curado, ¿verdad que sí? —dijo alzando el rostro hacia la mujer, blanca como una sábana, que asintió rápidamente—. Ya verás, enseguida estarás bien —le prometió al chiquillo, mirando hacia el final de la calle.

El chico iba montado en su bicicleta y se había salido de la acera, siendo golpeado por un coche que iba conduciendo a demasiada velocidad. Lou, que estaba almorzando en una cafetería, al ver lo ocurrido a través de los grandes ventanales, había corrido a socorrer al niño, y había pedido a un viandante que llamara a la policía y a una ambulancia. A los pocos minutos había llegado un coche patrulla, y a lo lejos se podía oír ya la sirena de la ambulancia. Aunque Jacobsville era una ciudad pequeña, el servicio médico era bastante rápido y eficaz.

—Verás la envidia de tus amigos cuando vayas al colegio el lunes y les cuentes que has montado en una ambulancia... —le dijo al niño cuando la vieron acercarse.

—¿Y no me puedo quedar una semana en el hospital? —inquirió el chico entusiasmado ante la idea.

—Bueno, me temo que no pasarás más que un par de horas como mucho en el pabellón de urgencias —le dijo Lou riendo.

La ambulancia se detuvo a un par de metros del coche de la policía. Uno de los agentes estaba pidiendo al conductor la documentación, e increpándolo por conducir a más velocidad de la permitida dentro de la ciudad. Dos técnicos de urgencias médicas bajaron de la ambulancia y sacaron una camilla sobre la que pusieron al chico mientras Lou, que era parte de la plantilla médica del hospital de Jacobsville, les explicaba lo sucedido y les daba instrucciones.

—Os seguiré con mi coche —les dijo—. Le he prometido a la madre del chico que iría con ellos.

—Ha sido una suerte que estuviera usted aquí cerca —le dijo el otro agente de policía a Lou, acercándose—. Parece un corte bastante serio.

—Se pondrá bien —respondió ella cerrando su maletín. El día anterior, al llegar a casa, había olvidado sacarlo del coche, y en ese momento no pudo menos que alegrarse de ello.

—Es la nueva ayudante del doctor Coltrain, ¿verdad? —le preguntó el agente.

—Sí —respondió ella.

No añadió nada más. La expresión curiosa en el rostro del policía ya lo decía todo. Y es que corrían rumores de que al doctor Coltrain no le caía precisamente en gracia. Tampoco era que a ella le hubiera pasado desapercibido. Llevaba casi un año compartiendo la consulta con él, y era más que obvio, aunque no lograba comprender ese antagonismo.

—Un gran médico —dijo el agente—. Salvó a mi esposa de un colapso respiratorio —añadió sonriendo—. Tiene unos nervios de acero. Y usted también, a juzgar por lo que acabo de ver. Ha sido usted de mucha ayuda.

—Gracias —respondió ella.

Y, tras esbozar una breve sonrisa, se dirigió a su pequeño Ford plateado para seguir a la ambulancia hasta el hospital.

El pabellón de urgencias estaba abarrotado, como de costumbre. Era sábado, y los accidentes siempre se doblaban los fines de semana. Lou saludó con una inclinación de cabeza a un par de pacientes que reconoció, y siguió caminando tras la camilla con ruedas en la que llevaban al chiquillo.

El doctor Coltrain salía en ese momento del quirófano, y se topó con ella en el pasillo. El uniforme verde, que a otros médicos les sentaba como un tiro, a él le quedaba increíblemente bien, y a pesar del gorro, que ocultaba la mayor parte de su cabello pelirrojo, tenía un aspecto elegante y formidable.

—¿Qué hace aquí? —la increpó al verla—. Soy yo quien tiene guardia hoy, no usted.

«Ya está otra vez», pensó Lou, «sacando conclusiones precipitadas como siempre».

—Me he visto envuelta en un accidente de tráfico —comenzó—. No he...

—El hospital paga al personal de ambulancias para que atienda esos accidentes —la cortó él, mirándola furibundo mientras los empleados del centro iban y venían por el pasillo, esquivándolos.

—Pero si yo no he... —trató de explicarse de nuevo ella, acaloradamente.

—Que esto no vuelva a ocurrir —la cortó él de nuevo—, o tendré que tener unas palabras con Wright y acabará usted de patitas en la calle, ¿me ha entendido?

Wright era el director del hospital, y Coltrain jefe de personal, así que tenía autoridad para llevar a cabo su amenaza.

—¿Quiere escucharme? —le dijo ella exasperada—. ¡Yo no salí con la ambulancia...!

—Doctora, ¿viene usted? —la llamó uno de los hombres que llevaban la camilla del chico.

Coltrain le lanzó una mirada al joven y luego se volvió hacia Louise, quitándose con irritación el gorro y la mascarilla, que colgaba aún de su cuello. La dura expresión en sus claros ojos azules era tan intimidante como su postura.

—Si su vida social está así de mal, doctora, tal vez debería considerar hacer algo al respecto —añadió con un sarcasmo mordaz.

Lou iba a contestarle, pero antes de que pudiera hacerlo, él la había dejado allí con la boca abierta y estaba alejándose por el pasillo. La joven gruñó de pura frustración. Odiaba que hiciese aquello. Siempre la dejaba con la palabra en la boca. De todos modos era inútil discutir con él, dijera lo que dijera en su defensa, para él siempre era ella la que estaba equivocada. Resoplando, se giró y reunió con los enfermeros que estaban esperándola.

Una hora después ya habían curado y dado puntos al chico, y Louise estaba despidiéndose de él y de su madre en el área de recepción, con una sonrisa y una leve amonestación sobre el modo correcto de montar en bicicleta en una ciudad.

—Por eso no tiene que preocuparse —le dijo la madre con firmeza—. ¡No pienso dejar que vuelva a ir en bicicleta por la calle nunca más!

Cuando se hubieron marchado, Lou se quedó repasando el informe del alta antes de entregarlo en el área de administración. Con el cabello recogido en una coleta, sin maquillaje alguno que resaltara sus ojos castaños y sus carnosos labios, y ataviada con zapatillas de deporte, pantalón vaquero y sudadera, parecía más una estudiante que una profesional de la medicina. ¿Por qué iba a preocuparse por su apariencia? El único hombre al que desearía impresionar, el hombre del que estaba enamorada, no se fijaría en ella aunque se pusiera un cartel en la frente que dijera «MÍRAME». Ese hombre era Jebediah Coltrain, quien no veía en ella más que a una compañera de trabajo, y ni siquiera reconocía su eficiencia, sino que, en lugar de eso, siempre encontraba algún motivo injustificado para criticarla. Louise no podía dejar de preguntarse por qué, para empezar, la habría aceptado como ayudante, cuando daba la impresión de que no podía ni verla. Claro que también se preguntaba por qué seguía allí, soportándolo. Por lo que sentía por él, sólo por eso, se respondió, y, si seguía con esa actitud tan beligerante, un día ni eso ya sería suficiente razón para no dimitir.

Tras entregar el informe, Lou se había colgado el bolso del hombro y se disponía a salir del pabellón de urgencias cuando se encontró con el doctor Drew Morris. Drew también era miembro de la plantilla del hospital y un viejo amigo; fue precisamente él quien la llamó al hospital de Austin, donde trabajaba entonces, para decirle que había una vacante que podría interesarle. Sus padres acababan de fallecer, y, por supuesto, ella no había querido dejar escapar la oportunidad de un nuevo comienzo, y además, como por una caprichosa coincidencia del destino, en el lugar del que sus padres procedían. Lo que jamás hubiera esperado era que fuera a despertar semejante animosidad en Coltrain.

—Lou... ¿qué estás haciendo aquí? Creía que era Copper quien tenía guardia hoy —le dijo al verla.

La joven contrajo el rostro. Copper era el apodo que utilizaban con el doctor Coltrain sus amigos, por el color cobrizo de su cabello. No ella, claro, ella no tenía esas confianzas con él.

—Hubo un accidente frente a la cafetería en la que estaba almorzando —le explicó.

—Ya veo. ¿Te vas a casa?

—No, al supermercado —añadió con una mueca—. Odio hacer la compra.

—¿Quién no? —respondió Drew con una sonrisa—. Bueno, ¿y cómo vas?

Lou se encogió de hombros.

—Bueno —dijo—, si obvias el hecho de que Coltrain no puede verme ni en pintura, supongo que podría decirse que no me va mal del todo.

Drew metió las manos en los bolsillos de su bata blanca y meneó la cabeza.

—Lo siento, todo esto es culpa mía. Pensé que con el tiempo se daría cuenta de que está siendo injusto, pero ya llevas casi un año trabajando aquí y sigue en pie de guerra contigo.

El rostro de Lou se contrajo y, aunque giró la cabeza, Drew pudo ver su expresión.

—Pobre Lou —murmuró—. De veras que lo siento. Supongo que me entusiasmé con la idea de que pudieras trabajar aquí, y así poder vernos más a menudo, y... la verdad es que creí que necesitabas un cambio después de... bueno, después de la muerte de tus padres, y me pareció que sería una buena oportunidad para ti. Copper es uno de los mejores cirujanos que he conocido, y tú eres una gran profesional de la medicina general. No sé, me pareció que sería una buena combinación de talentos. De hecho tú le has quitado una enorme carga de trabajo, y gracias a ti puede dedicar más tiempo a su especialidad de cirugía. Debería estar contento y en cambio... —exhaló un profundo suspiro y volvió a menear la cabeza—. En fin, ¿quién entiende a ese hombre?

Lou se encogió de hombros.

—Todo eso ya da igual. El contrato que firmé era por un año, y el año está a punto de acabar —le recordó.

—¿Y qué piensas hacer después?

—Volveré a Austin.

—Podrías conseguir un puesto aquí en el pabellón de urgencias —la picó Drew.

Aquella era una broma generalizada entre el personal del hospital. El trabajo en el pabellón de urgencias era tan agotador, que ninguno de los médicos locales quería allí un puesto permanente, y la dirección tenía que traerlos de fuera de Jacobsville.

—No, gracias —respondió Lou con una sonrisa—. Me gustaría poner mi propia consulta, pero no tengo dinero como para hacerlo, así que supongo que tendré que empezar de nuevo, me conformaré con lo que me den.

—Es una lástima que nos dejes. Estás haciendo un trabajo excelente aquí.

—Pues si le preguntas a Coltrain seguro que no opina lo mismo —dijo ella—. Según él, no hago nada bien. En cualquier caso estoy cansada de todo esto, Drew, de levantarme cada mañana y sentir que vengo a un campo de batalla. Me hace falta un cambio.

—Tal vez sí —murmuró su amigo, frunciendo los labios y esbozando a continuación una sonrisa extraña—. Lo que necesitas es salir por ahí a pasarlo bien —le echó un vistazo a su reloj de pulsera—. Vaya, ¿ya es esta hora? Tengo que irme. Te llamaré, ¿de acuerdo?

Lou lo vio alejarse por el pasillo con una mirada de preocupación. Esperaba estar equivocándose, porque le había dado la impresión de que Drew tenía intención de pedirle salir, y ella no sentía nada por él en ese sentido, por mucho que lo quisiera como amigo. Era un hombre amable, un viudo que había estado muy enamorado de su esposa, y que todavía lo estaba, cinco años después de su muerte. Drew había nacido en Jacobsville, y había conocido a sus padres. De hecho, había sentido un aprecio muy sincero por su madre, y había sido alumno de su padre en el hospital clínico de Austin, después de que se trasladaran allí. Había sido entonces cuando Lou lo había conocido.

En fin, lo mejor sería que no le diera demasiadas vueltas a lo que le había dicho, pensó. Probablemente había sido sólo una impresión suya. Salió del pabellón de urgencias y se dirigió hacia el aparcamiento, observando irritada que el doctor Coltrain iba también en aquella dirección vestido con un caro traje gris. Lou apretó los dientes y aminoró el paso, pero él se detuvo a esperarla y echó a andar a su lado cuando ella pasó junto a él.

—Le agradecería que la próxima vez que le dé por pasearse por ahí con el servicio de ambulancias se vista al menos de un modo más profesional —dijo lanzándole una fría mirada de reojo.

Louise se paró en seco y lo miró furiosa.

—Yo no voy paseándome por ahí con el servicio de ambulancias —masculló—. Ya le he dicho que...

Pero Coltrain no parecía dispuesto a escucharla.

—Y de momento no necesitamos más personal de ambulancias. Si nos hiciera falta...

—¡Cállese! —lo cortó ella, sorprendiéndolo con ese arranque de mal humor—. ¡Por una vez en su vida va a escucharme, y no va a interrumpirme! —añadió al ver que él abría la boca—. Hubo un accidente frente a la cafetería donde estaba almorzando, así que salí a socorrer al niño herido. ¡No me hace falta ir por ahí con el personal de ambulancias para pasármelo bien! ¡Y el cómo me vista en mis días libres no es asunto suyo! —le espetó, reprimiendo a duras penas un improperio.

Coltrain la agarró por la muñeca izquierda, y tiró de ella para atraerla hacia sí. Louise aspiró hacia dentro y trató de liberarse, pero la presión de los dedos de él sólo se hizo más firme. Aquella muda violencia había hecho que volvieran a su mente sucesos del pasado que no quería recordar. Se quedó quieta, mirándolo con los ojos desorbitados y el aliento contenido.

Y entonces, con la misma brusquedad con que había asido su muñeca, Coltrain la soltó, y la observó entornando sus ojos azules.

—Fría como el hielo... —farfulló burlón—. Sería usted capaz de congelarle los ánimos a cualquier hombre. ¿Es esa la razón por la que no está casada, doctora?

Lou no se había sentido tan insultada en toda su vida.

—Piense lo que quiera de mí —masculló.

—Le sorprendería saber lo que pienso de usted —fue la contestación de él. Bajó la vista hacia la mano que le había agarrado, y se rió de un modo despectivo—. Un verdadero témpano de hielo —volvió a acusarla—. No me extraña que ningún miembro del personal le haya pedido salir. Necesitaría un soplete para llegar hasta ese corazón de piedra que tiene —añadió mirándola fijamente.

—Puede, pero usted necesitaría un lanzagranadas —le espetó ella sin pararse a pensar.

Coltrain enarcó una ceja y le dirigió una mirada mezcla de desprecio y antipatía.

—Ya le gustaría.

La petulancia de su respuesta hizo que a Lou le hirviera la sangre, pero apretó los puños, dispuesta a no dejarle ver su irritación.

—¿Eso cree? —le espetó a su vez, enarcando las cejas y dejando escapar una risa seca.

Satisfecha al ver cómo se tensaba, echó a andar de nuevo y pasó por delante del Mercedes de Coltrain sin mirarlo siquiera.

«¡Chúpate esa!», se dijo furiosa. No le importaba nada lo que opinara de ella, nada en absoluto... Llegó junto a su pequeño utilitario, y se metió dentro, exhalando un pesado suspiro. ¿A quién quería engañar? Por supuesto que le importaba, ése era el problema. Haberse enterado de que la tenía por una mujer fría y sin sentimientos la había dejado planchada. Si él supiera que en lo que a él se refería era precisamente todo lo contrario... Cuando se acercaba a ella o la rozaba, Lou siempre se apartaba, pero no porque la desagradara, sino porque su contacto y su proximidad la excitaban demasiado. La respiración se le entrecortaba, y las piernas y la voz le temblaban, y la única manera de evitarlo era distanciarse de él físicamente, de modo que eso era lo que hacía.

Había otras razones por las que rehuía a Coltrain, las mismas por las que no quería tener ninguna relación amorosa, pero no eran asunto suyo ni de nadie. En cualquier caso no se merecía que la tratase como la trataba. Ella hacía su trabajo y no buscaba problemas.

Puso el coche en marcha y salió del aparcamiento. Unos quince minutos después, detenía el vehículo delante de la pequeña casa que había alquilado en las afueras de la ciudad y entraba en ella, dejándose caer en el sofá. Aquel era un barrio tranquilo, y por la zona en la que estaba el alquiler era barato. Poco a poco había ido añadiendo algunos toques personales, y la casa ya ofrecía un aspecto un poco más acogedor. En las paredes desnudas había colgado cuadros que ella misma pintaba, algunos abstractos, en tonos rojos, negros y blancos, que se arremolinaban de un modo caótico, y otros en cambio composiciones de flores hechas con pasteles. El contraste le habría parecido bastante intrigante a cualquier persona que la visitara, y Lou lo sabía, pero hasta la fecha no había tenido ninguna visita. Era muy reservada.

Coltrain también era reservado, por lo general, pero Lou había oído que de cuando en cuando invitaba a amigos y conocidos a su rancho. Claro que, aun cuando en el grupo se incluyeran miembros de la plantilla del hospital, ella jamás se había contado entre ellos. Aquel hecho había causado rumores, pero nadie se había atrevido a preguntarle a Coltrain al respecto. A Lou al principio le había dolido ese rechazo, pero luego se había dicho que al fin y al cabo tampoco había razón para que la invitara a su casa cuando ella tampoco lo había invitado a la suya.

Sin embargo, había algo más. Lou sospechaba que, tal y como decían las malas lenguas, Coltrain seguía penando por Jane Parker, la mujer de la que había estado perdidamente enamorado y que se había casado con un tal Todd Burke. Jane era rubia, tenía los ojos azules, y era muy guapa, además de haber sido una estrella del rodeo, tener un gran corazón y un carácter dulce y tranquilo.

Pero si había algo de Coltrain que tuviera perpleja a Louise, era la antipatía que sentía hacia ella. A menudo se preguntaba por qué la habría aceptado en la plantilla si desde un principio no le había caído bien. Había tratado de interrogar a Drew al respecto, pero éste no soltaba prenda, y siempre cambiaba de tema.

Aún más raros le habían parecido a la joven los cuchicheos a sus espaldas durante sus primeras semanas en el hospital. Incluso había oído un críptico comentario de una de las enfermeras con más antigüedad a otra, sobre alguien que «debía sentirse muy incómodo con la hija del doctor Blakely trabajando allí». Lou había sentido deseos de preguntarle de quién estaban hablando, pero cuando las mujeres se dieron cuenta de que estaba escuchándolas, se fueron cada una a sus quehaceres.

Louise no había llegado a averiguar quién era esa persona, ni por qué le resultaba incómodo que ella estuviera trabajando allí, pero sí estaba empezando a comprender que había ocurrido algo en el pasado en aquel hospital, y que su padre había tenido algo que ver en ello.

En una ocasión le preguntó a Drew al respecto, y él pareció violentarse.

—Bueno, tu padre aquí era cirujano, igual que lo soy yo —le respondió tras una leve vacilación.

—Pero cuando se marchó de aquí, fue envuelto en alguna clase de escándalo, ¿no es verdad? —insistió ella.

—No hubo ningún escándalo —replicó Drew sacudiendo la cabeza—, ninguna mancha en su reputación. Fue un gran cirujano, muy respetado, pero eso tú ya lo sabes. Aunque como padre y marido dejara mucho que desear, como médico no puede negarse que fue excepcional.

—Y entonces, ¿por qué la gente murmuraba a mis espaldas sobre él cuando llegué?

—No tiene nada que ver con su trabajo —le aseguró Drew—. De hecho no es nada que te concierna a ti directamente.

—Pero, ¿qué...?

En ese momento un anestesista los había interrumpido, y Lou no había vuelto a preguntarle, aunque no le había pasado desapercibido el hecho de que Drew había parecido aliviado de que los hubiesen interrumpido, y no había logrado sacárselo de la cabeza. ¿Tendría aquello algo que ver con el doctor Coltrain y que fuera ése el motivo por el que él la detestaba tanto? No, era imposible. De haber sido así, él le habría mencionado algo durante los casi doce meses que llevaban trabajando juntos.

Sin embargo, volviendo la vista atrás, Lou recordó que Coltrain no había sido desagradable con ella desde el principio. La primera semana se había comportado con normalidad, y había sido luego, de repente, cuando se había vuelto hostil.

Respecto al comentario que le había hecho en el aparcamiento, sobre su frialdad, aquello venía de lejos. En la fiesta de Navidad del hospital, justo a la semana y media de haber comenzado ella a trabajar con él, la había pillado desprevenida debajo de unas ramitas de muérdago y había intentado besarla, pero ella se había apartado. La sola idea de sentir sus labios sobre los suyos había hecho que le temblaran las rodillas, y que los latidos del corazón se le disparasen. La atracción que sentía por él era tan fuerte, tan devastadora, que la asustaba muchísimo, sobre todo después de la vida casi monacal que había llevado hasta entonces, siempre dedicada al estudio. Desde el instituto no había tenido apenas vida social, porque aquello era lo único que frenaba los sarcásticos y crueles comentarios de su padre sobre su valía y su intelecto. Lo único que le importaba era que sacase buenas notas y que destacase.

Sí, los logros académicos habían sido su tabla de salvación en su disfuncional familia. Había estudiado cada noche hasta bien entrada la madrugada, ganado premios y becas..., todo para mantener contento a su padre, quien, sin embargo, jamás se había mostrado orgulloso de ella. Era un hombre cruel, y a medida que su adicción a las drogas fue creciendo, año tras año, se acentuó también ese rasgo de su carácter.

Las drogas habían sido precisamente la causa de que se estrellase su avioneta. Su madre había muerto con él, a su lado, igual que había permanecido junto a él toda su vida a pesar de los engaños, de su brutalidad, y de su adicción. Se lo había disculpado todo en aras del amor ciego que sentía por él.

Lou se abrazó, sintiendo una vez más el escalofrío del miedo por los recuerdos del pasado. Ella jamás se casaría. Cualquier mujer que entregara su corazón a un hombre podía encontrarse atrapada de repente en una relación tan destructiva como la que habían tenido sus padres, se decía. Era tan sencillo como enamorarse, mostrarse vulnerable, y empezar a hacer concesiones, para finalmente rendirse y permitir ser dominada hasta que su voluntad y su amor propio hubiesen sido anulados por completo. Por eso Lou se había prometido firmemente no mostrarse nunca vulnerable, para no encontrarse jamás a merced de un hombre, como lo había estado su madre. Sin embargo, «Copper» Coltrain la hacía sentirse vulnerable, y ése era el verdadero motivo por el que evitaba cualquier contacto físico con él. Tenía miedo de abandonarse a los sentimientos que despertaba en ella, de convertirse en una víctima. La soledad podía ser muy penosa, pero era algo a lo que estaba acostumbrada. El amor, en cambio, jamás lo había conocido, y le asustaba perder el control de sus emociones y sus actos.