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Algunos lazos son eternos. Cuando el multimillonario Gabriel Messena descubrió que su antigua novia, Gemma O'Neill, podría estar a punto de casarse con otro hombre, supo que la deseaba y que utilizaría cualquier excusa para recuperarla. Necesitaba una prometida para hacerse de nuevo con el control del negocio familiar y Gemma sería perfecta para ese papel. La proposición de Gabriel era exactamente lo que ella necesitaba para recuperar la custodia de su hija. La hija de los dos. Volver a la cama de Gabriel era maravilloso, pero ¿qué ocurriría cuando él descubriese lo que le había ocultado durante seis años?
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Seitenzahl: 166
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2013 Fiona Gillibrand
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
Conflicto de amor, n.º 1965 - febrero 2014
Título original: The Fiancée Charade
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-4042-3
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
«Zane Atraeus tiene una nueva aventura».
El titular de la revista de cotilleos hizo que el multimillonario banquero Gabriel Messena se detuviera de golpe.
Exasperado, pagó la revista en el quiosco del aeropuerto de Auckland y siguió leyendo el artículo, para ver con qué chica salía su primo Zane Atraeus esa semana.
Su mirada se clavó en la foto que iba con el artículo... y todos los músculos del cuerpo se le tensaron al ver el familiar cabello rojo, la complexión de porcelana, los ojos oscuros, el cuerpo esbelto y sensual.
No era cualquier mujer, pensó, mientras estudiaba el rostro de Gemma O’Neill. De nuevo, Zane estaba saliendo con su chica...
La primera vez que publicaron una foto de Zane con Gemma, Gabriel no se preocupó porque sabía que solo era una relación profesional. Aunque, según las revistas de cotilleos, en algún momento eso había cambiado.
Que Zane se sintiera atraído por Gemma resultaba comprensible, porque era una mujer guapísima e inteligente, con una fascinante naturalidad que lo había cautivado desde que empezó a ayudar a su padre a cuidar el jardín de la finca Messena. Aunque no podía entender qué le atraía a Gemma de su primo, nunca había sido una chica aficionada a las fiestas.
Apretando los dientes, Gabriel intentó entender el sentimiento posesivo que experimentaba en ese momento, el poderoso deseo de reclamar a Gemma como suya a pesar de no haberla visto en seis años.
No comprendía que Zane, que tenía mujeres haciendo cola y, por lo visto, suficiente tiempo libre como para salir con todas, no dejase en paz a su antigua ayudante personal.
Maldita fuera, pensó. Era fácil identificar la emoción que lo ahogaba, destruyendo su calma habitual. Estaba celoso de Zane.
Era una emoción que no tenía sentido, dado el tiempo que había pasado y, sobre todo, que Gemma y él no habían compartido más que un encuentro sexual durante unas cuantas horas incandescentes.
Horas que seguían grabadas en su memoria porque habían sido literalmente la última aventura de su juventud.
Dos días más tarde, su padre había muerto en un accidente de coche junto con su amante, la hermosa Katherine Lyon, una mujer que era, además, el ama de llaves de la familia.
Entre la pena, el escándalo, la responsabilidad de dirigir el banco, su excéntrica familia y los medios de comunicación, que se lanzaron sobre él como buitres, Gabriel había tenido que olvidarse de Gemma. Repetir el error de su padre manteniendo una relación con una empleada, por atractiva que fuese, era sencillamente impensable.
Hasta aquel momento.
Frunciendo el ceño ante el repentino deseo de retomar una relación basada en la misma atracción fatal que había llevado a su padre a la ruina, Gabriel dobló la revista y se dirigió al mostrador de primera clase para entregar su pasaporte a la empleada. Mientras esperaba, siguió leyendo el artículo, en el que hablaban de los innumerables romances de su primo. Unos romances que, aparentemente, seguía teniendo mientras salía con Gemma.
Lo enfadó que ella hubiese tirado su orgullo por la ventana, que se dejase tratar como si fuera una mujer sin importancia. No se correspondía con la fuerte personalidad y la independencia que la hacían tan atractiva.
Sus ojos se clavaron entonces en una frase que lo hizo apretar los dientes. De repente, el extraño comportamiento de Gemma empezaba a tener sentido.
Tenía una hija. Tal vez hija de Zane.
Gabriel respiró profundamente para calmarse, pero no podía controlar los salvajes latidos de su corazón ni la curiosa sensación de vacío que experimentaba.
Debería haber hecho caso a lo que las revistas decían de su primo: que en los últimos dos años, Zane había decidido que tener a Gemma como ayudante personal no era suficiente y la había convertido en su amante.
Tuvo que aflojarse el nudo de la corbata porque le faltaba oxígeno. Necesitaba calmarse, recuperar el control que tanto se había esforzado por conseguir en lugar de dar rienda suelta a la vena apasionada que había heredado de sus antepasados. Pero que Gemma hubiera tenido un hijo con Zane, su primo, era como echar sal en una herida.
Formar una familia era algo para lo que Gabriel, a los treinta años, no había tenido tiempo y que no veía en un futuro próximo.
Zane, con la irresponsabilidad de la juventud, había tenido un hijo y evidentemente ya no quería a la mujer que se lo había dado.
Pero él sí.
Ese pensamiento apareció con la intensidad de una piedra cayendo en un riachuelo.
Habían pasado seis años, pero parecía como si hubiera sido el día anterior. Se sentía como un sonámbulo; todas sus emociones, de las que se había alejado tras la muerte de su padre, volviendo a la vida con la misma intensidad de antes.
Estudió la fotografía de nuevo, notando cómo Gemma se agarraba al brazo de Zane, la intimidad de la pose...
La oleada de furia que experimentó hizo que deseara reclamar a aquella mujer de la que se había alejado para preservar su familia y su negocio.
Gemma había tenido una hija, pensó, incrédulo.
Una pena que el negocio y su familia lo hubieran cegado seis años antes, haciendo que rompiera esa relación.
No sabía casi nada de la vida de Gemma en ese tiempo, pero dirigir un imperio con el obstáculo de un anciano fideicomisario que, en su opinión, sufría los primeros síntomas de demencia senil, apenas le dejaba tiempo para nada más.
Y casi nunca tenía tiempo para relaciones personales. Cuando salía con alguien era una simple acompañante para alguna cena benéfica. Volver a su solitario apartamento cada noche, cuando no estaba viajando, nunca lo había molestado.
Hasta aquel momento.
Gabriel tomó su tarjeta de embarque dando las gracias automáticamente y atravesó el abarrotado aeropuerto sin fijarse en los viajeros que se movían a su alrededor. Era extraño aceptar la verdad: que su vida personal era tan estéril y vacía como un desierto.
Pero eso estaba a punto de cambiar. Se dirigía a la isla mediterránea de Medinos, el hogar ancestral de la familia Messena y el sitio en el que residía Gemma en aquel momento.
Si tuviese una vena mística sentiría la tentación de pensar que la coincidencia de que Gemma y él se encontrasen por fin en el mismo sitio era cosa del destino. Pero el misticismo nunca había estado en la psique de los Messena.
Aparte de la vena apasionada, los hombres de la familia habían heredado otra cosa de sus antepasados: eran implacables, tácticos, habían florecido en la batalla, ganando tierras y fortalezas. La costumbre de ganar siempre había pasado a sus herederos, una familia rica en hijos varones, culminando en grandes propiedades y una vasta fortuna.
El pillaje ya no estaba de moda. En el presente, los hombres de la familia Messena conseguían lo que querían en las mesas de negociación, pero el principio básico seguía siendo el mismo: identificar el objetivo, ejecutar un plan y obtener el botín.
En su caso, el plan era muy simple: apartar a Gemma de las garras de Zane y hacer que volviera a su cama.
–Gabriel estará comprometido antes de que acabe el mes.
La conversación en la terraza de una de las suites más lujosas del resort Atraeus hizo que Gemma O’Neill se detuviera de golpe, las tazas y platos que llevaba en el carrito tintineando suavemente. Ese nombre la devolvía al pasado, a un sitio al que se había negado a volver en seis años, haciéndola experimentar una emoción que en general solía ser capaz de controlar.
Una bahía serena, un cielo nocturno cubierto de estrellas y Gabriel Messena, su largo y musculoso cuerpo enredado con el suyo, el pelo negro como la noche, los pómulos marcados y ligeramente exóticos recordándole a un jeque en la alcoba de un palacio árabe.
Gemma parpadeó para apartar de sí tan vívida imagen, seguramente el resultado de estar en Medinos, un destino romántico que atraía a hordas de recién casados.
Nerviosa, detuvo el carrito al lado de la mesa y el ruido atrajo la atención de las dos clientas a las que iba a atender. Eran clientas importantes porque tenían conexión con la familia Atraeus.
Una de ellas era más que eso. Aunque Luisa Messena, la madre de Gabriel, no supiera que la persona que le llevaba el té había sido empleada suya.
Y amante de su hijo.
Gemma murmuró una disculpa, bajando la cabeza para mantener el anonimato.
Después de poner un mantel de damasco en la mesa, empezó con la precisa tarea de colocar platos, tazas, cubiertos y una antigua tetera de plata que seguramente valía más que el coche que tanto necesitaba pero no podía comprar. Ella no era camarera, pero faltaba personal en el resort y, cuando le pidieron que echase una mano, no había podido negarse.
–Gabriel la ha esperado durante mucho tiempo y es perfecta. Pertenece a una familia acomodada, por supuesto...
Aunque estaba haciendo lo imposible para no escuchar, porque Gabriel Messena era historia, Gemma apretó los labios, irritada. Por lo visto, Gabriel estaba a punto de pedir en matrimonio a una criatura perfecta, probablemente una guapísima chica de la alta sociedad que había sido educada para casarse con un multimillonario.
Saber que iba a casarse no debería afectarla. Se alegraba por él. Incluso debería enviarle una nota de felicitación.
Podía hacerlo porque lo había dejado atrás.
Cuando las mujeres dejaron el tema de Gabriel para charlar de otros asuntos, Gemma tuvo que disimular un suspiro de alivio.
No podía mostrarse enteramente fría porque él había sido el hombre de sus sueños. Se había enamorado de Gabriel a los dieciséis años y había seguido enamorada durante mucho tiempo. Desgraciadamente, había perdido el tiempo porque ella no tenía ni el dinero, ni el apellido ni los contactos necesarios para ser parte de su mundo.
Un día, después de saciar la pasión que había nacido entre ellos, rompió con ella con la misma severidad con la que hubiera vetado una inversión poco interesante. Se había mostrado amable y cariñoso, pero dejando claro que no había futuro en esa relación. No había entrado en detalles y no hacía falta. Después del escándalo que saltó a los periódicos unos días después de su primer y único encuentro, Gemma casi entendía que no quisiera saber nada de ella.
La aventura del padre de Gabriel con su ama de llaves había sacudido los cimientos de la familia Messena, enfureciendo a sus ricos clientes, todos anticuados y conservadores. Y Gabriel, el encargado de controlar los daños, no quería perder la confianza de los accionistas arriesgándose a mantener una relación con la hija del jardinero.
A pesar de la pena que eso le produjo, Gemma había intentado ver las cosas desde su punto de vista, entender la batalla con la que se enfrentaba. Pero saber que no la consideraba lo bastante buena como para mantener una relación con ella, le había dolido en el alma.
Desde entonces, Gemma había decidido no mirar atrás. Era el equivalente emocional a esconder la cabeza bajo tierra pero, durante los últimos seis años, esa táctica había funcionado.
Mientras colocaba el servicio de té en la mesa, poniendo gran cuidado, una delicada taza cayó sobre el plato y las dos clientas levantaron la cabeza para mirarla con gesto de desagrado.
Gemma dejó la jarra de leche sobre la mesa y secó una gotita que había caído en el mantel para que todo fuese perfecto.
No le molestaba hacer su trabajo, pero ella no era camarera. Tampoco era ya la hija del jardinero de la finca Messena.
Era una ayudante personal entrenada y altamente cualificada, con un título universitario en interpretación y dramaturgia, que era su auténtica pasión, aunque por avatares del destino hubiera terminado siendo empleada de la familia Messena.
Serena y elegante, Luisa tenía el mismo aspecto que cuando la vio por última vez en Dolphin Bay. La amiga que la acompañaba, aunque vestida de manera informal, tenía el mismo aspecto de señora rica, con las uñas perfectas y el pelo precioso. Al contrario que el suyo, recogido en un simple moño.
Mientras colocaba pastelitos y canapés en una bandeja de plata en el centro de la mesa, vio su imagen reflejada en el cristal de la puerta.
No le sorprendía que Luisa no la hubiera reconocido. El uniforme de camarera que llevaba era demasiado ancho y de un tono azul pálido que no la favorecía. Con el pelo sujeto en un severo moño, no parecía guapa o estilosa.
Seguramente, nada que ver con la joven que iba a casarse con Gabriel, a pesar de que ella era la madre de su hija.
Pensar eso era exageradamente dramático e inapropiado y lo lamentó de inmediato.
Había dejado de soñar con Gabriel años antes y, por lo que había oído, él estaba a punto de casarse. Si ese era el caso, estaba segura de que habría elegido a su prometida con el mismo cuidado y consideración con el que llevaba el multimillonario negocio familiar.
Lo que había pasado entre Gabriel y ella había sido una locura y un error para los dos; una mezcla de luz de luna, champán y un momento de caballerosidad cuando Gabriel la salvó de un hombre que intentaba propasarse.
Tres meses más tarde, cuando supo que estaba embarazada, Gemma tomó la decisión de no contárselo.
Por la breve conversación que mantuvo con él tras la muerte de su padre, sabía que, aunque hubiera estado dispuesto a cuidar de ella y de su hija, solo lo habría hecho por cumplir con una obligación. Por eso había decidido no decirle nada y cuidar sola de Sanchia. Pero hubo algo más que la convenció de que debía silenciar el embarazo.
Tener un hijo con un hombre de la familia Messena habría creado lazos de los que no hubiera podido librarse nunca. Se habría visto obligada a relacionarse con ellos durante el resto de su vida, sabiendo siempre que no era más que una empleada a la que Gabriel Messena había cometido el error de dejar embarazada.
Durante el embarazo, intentando superar el dolor del rechazo de Gabriel, Gemma había tomado la decisión de que Sanchia sería solo suya. Esconder la existencia de su hija le había parecido lo más sensato y lo más sencillo para todos.
Lo que la molestaba del compromiso de Gabriel era pensar que hubiera estado esperando que su prometida estuviera disponible. Si ese era el caso, ella no había sido más que una diversión mientras esperaba a la esposa que más le convenía.
Los recuerdos aparecieron en cascada, distrayéndola completamente del trabajo.
La presión de la boca de Gabriel sobre la suya, el roce de sus dedos en el pelo...
Le dolía que no le hubiese dado una sola oportunidad, que fuera tan superficial como para aceptar una esposa que otros habían elegido en lugar de enamorarse apasionadamente.
Nerviosa, empujó el carrito con más fuerza de la necesaria hacia la puerta y chocó con el borde del sofá.
Luisa Messena la miró con el ceño fruncido, como si estuviera intentando recordar dónde había visto ese rostro.
Gemma dejó el carrito al lado de la puerta y esperó que no recordase aquel verano seis años antes, cuando olvidó las reglas que se había impuesto a sí misma de no acostarse con su hijo.
No se ofreció a servir el té, como hubiera sido lo normal en una camarera. Sonriendo, se despidió con un gesto y empujó el carrito hacia el pasillo.
Cerrando la puerta tras ella, respiró profundamente mientras se dirigía al ascensor de servicio, pero se detuvo cuando le sonó el móvil.
Mirando alrededor para comprobar que estaba sola, se llevó el aparato a la oreja y, de inmediato, escuchó la voz seria de su hija de cinco años.
Se oía un ruidito... Sanchia debía estar jugando con un viejo juguete, un perrito de peluche que hacía ruido cuando se le apretaba la tripita.
Gemma apretó los labios. Era horrible estar separada de su hija cuando lo único que quería era darle un abrazo. Y Sanchia, que adoraba ese peluche, solo jugaba con él cuando estaba cansada o preocupada por algo.
Muy precoz para su edad, su hija le hizo una familiar lista de demandas. Quería saber dónde estaba y lo que estaba haciendo, cuando iría a buscarla y si iba a llevarle un regalo.
Pero después de una breve pausa, la niña le preguntó:
–¿Y cuándo vas a traer a casa un papá?
A Gemma se le encogió el corazón. Sospechaba que su hija había escuchado la conversación que mantuvo con su hermana menor, Lauren, antes de irse a Medinos.
Y allí tenía la prueba.
La referencia al «papá» le rompía el corazón. Si conseguir un marido y un padre para Sanchia fuese tan fácil como ir de compras...
Normalmente, ella era una persona serena y organizada. Como madre soltera, tenía que serlo.
Pero últimamente, desde que una niñera dejó a su hija encerrada en el coche mientras jugaba en el casino de Sídney, su mundo se había puesto patas arriba. Al ver a Sanchia sola en el coche, un transeúnte había llamado a la policía, despertando la alarma de los servicios sociales. Y en la misma semana, Gemma se había visto envuelta en un escándalo por culpa de la amistad que mantenía con su exjefe, Zane Atraeus.
Pero lo peor fue que, cuando despidió a la niñera, la mujer habló con una revista para decir que Gemma no era una buena madre. La historia, una sarta de mentiras, no había salido en primera página porque ella no era importante, pero como se la había relacionado con Zane Atraeus, la prensa aireó tal invención.
Por suerte, los medios se había olvidado de ella poco después, pero los servicios sociales de Nueva Zelanda y Australia, a pesar de múltiples entrevistas y explicaciones, habían decidido retirarle temporalmente la custodia de Sanchia.
Cuando intentó salir de Australia con su hija para instalarse en Medinos, la situación había tomado un rumbo aterrador. Los servicios sociales impidieron que tomasen el avión y su madre tuvo que ir a Sídney para hacerse cargo de Sanchia. Pero, para complicar la situación un poco más, su madre había sufrido un infarto y necesitaba un bypass urgentemente, de modo que no podía hacerse cargo de la niña.
Gemma apenas podía dormir o comer. Temía que los servicios sociales le retirasen la custodia indefinidamente y no pudiese recuperarla, que no sirvieran de nada las pruebas que aportase de que era una buena madre.
Por suerte, su hermana Lauren, que tenía una casa llena de niños, había conseguido convencer a las autoridades de que ella podía hacerse cargo de Sanchia hasta que todo estuviera solucionado.
Aunque le había dejado claro que la situación no podía alargarse en el tiempo. Con cuatro hijos propios, Lauren estaba muy ocupada y tenía un presupuesto pequeño.
Gemma había tenido que echar mano de sus ahorros para hacerle una transferencia, pero empezaba a quedarse sin tiempo.
Después de tantos años luchando por ella, estaba a punto de perder a su hija y su único objetivo era convencer a los servicios sociales de que era una buena madre. Se había devanado los sesos para encontrar una solución, y solo encontraba una: establecer una relación con vistas al matrimonio.